Título: El currulao mata la “blanditez” en el corazón
Sinopsis. Crónica realizada por Chico Perez acerca de la construcción de instrumentos y modos de vida en Guapi.
Autor: Chico Perez
Realizado por: Secretos para Contar
Fecha: Desconocida
El currulao mata la “blanditez”: la tradición de la marimba y los alabados funerarios en el Pacífico colombiano
1. El currulao mata la “blanditez” en el corazón
Genaro toca la marimba, “fue el instrumento que más me gustó y me dentró al cerebro ”.
Aprendió́, chiquito, viendo al papá. Él le ponía una banqueta para que se montara y alcanzara a
tocar. De joven, cuando iba al monte a trabajar, escuchaba la marimba. Paraba el trabajo y decía:
“Allá está mi papá tocando”.
En su casa, a la orilla del río Guapi, los Torres tienen una fábrica de marimbas y tambores. Como se
están acabando las maderas finas que usaban sus abuelos para hacer los instrumentos, utilizan
chimbuzo y gaza para hacer el marco. Las tablas de arriba —las teclas— son de chonta, como le
dicen allí a la madera de la palma de chontaduro, la misma macana de otras partes. Cuando la
palma está bien ‘jecha’, la tumban, le sacan las vísceras y las meten debajo de la casa, a disecar. A
los tres meses, está lista para hacer la marimba. Saben que este instrumento, como sus
antepasados, viene de África. Allá ́la hacían con calabazos guindaditos. “Nuestros mayores lo
trajeron y se reprodujo”. Les gusta enseñarmúsica a los niños y jóvenes, “que sean buenas
personas”, porque, como decían sus abuelos: “las notas que uno aprende con los mayores ya no se
olvidan...”.
“Ser cantaora le nace a uno. Hay que buscar la voz. Una persona que sea simple, que no tenga
tonada, no puede cantar. Hay que buscar la voz en el pensamiento. Uno va ensayando, ensayando
el canto hasta que llega la voz. Las letras las saco de la memoria, de la mente. Las tengo metidas
en la cabeza, no las escribo, es memorial”, dice Concepción, cantaora de Guapi. Inventa las letras
de sus canciones de noche, cuando termina de trabajar, metida en la cama.
“Alabados” para acompañar a los muertos
“Los ‘alabados’ —cantos funerarios— son cosas antiguas en la vida de los negros del Pacifico. Uno
nació́ aprendiendo, porque fue lo que encontró́ en los viejos, en los abuelos”, dice una mujer de
Guapi. Y con esa gracia tan propia, sigue contando: “A mí me gusta acompañar a los muertos
desde chiquita. Me nace. Donde hay un velorio, una última noche, allá ́estoy cantando alabados.
Así ́es desde cuando yo tuve uso de razón”. Es una costumbre en toda la región Pacifica, marcada
por un pasado común africano.
La última noche del novenario es especial. En la casa se viste el altar como si estuviera el cadáver
ahí. Con sábanas blancas en la pared y en el techo se arma el espacio y se les pegan “un poco de
flores, bonitas”. También una mariposa negra, de tela: es el alma del muerto. En los escalones del
altar van velas, fotografías del difunto e imágenes religiosas.
Toda la noche se cantan alabados mientras se va bebiendo biche –aguardiente casero, de
alambique— o ron, por turnos. A la cantaora principal, meciéndose inclinada con las manos en la
cintura, le responden las demás cantaoras. A las doce, con las luces apagadas, se levanta el altar y
se despide al muerto. Las cantaoras siguen con sus alabados hasta que amanece el día. A las seis
2. de la mañana es el último canto. El muerto, dicen, ya no vuelve más. “Si no se hace esto, el muerto
anda detrás de usted, lo molesta de noche pidiéndole, por ahí, sus oraciones ”.
Las cosas son distintas cuando muere un niño. Para ellos no hay alabados. “Un niño que se muere
es un ángel y los demás ángeles están alegres de recibirlo en el cielo. Si es una alegría para ellos,
entonces, así mismo debe ser acá́”. Entonces hay rondas, juegos, arrullos. No hay llanto. El ataúd
se coloca debajo de un arco de flores. “La mamá sí está con su sufrimiento, el de su niño que
perdió́, pero uno está en esto, en la alegría que sienten los ángeles”.