El documento presenta varias opiniones sobre las corridas de toros. Savater argumenta que la vida de los toros de lidia es más digna que la de otros animales criados para el consumo humano y que el gozo de los aficionados no es por el sufrimiento del toro. Álvaro señala que si bien el sufrimiento animal debe reducirse, existe una jerarquía donde el ser humano ocupa un lugar por encima de otros seres vivos. Finalmente, Wagensberg describe detalladamente el sufrimiento que experimenta un toro durante una corrida.
2. De toros
Fernando Savater, Un abuso arrogante, El País, 04/03/2010
... no creo que la suerte del toro de lidia sea la más digna de compasión... al menos
entre quienes comemos carne de vacas, cerdos o aves de corral y gastamos zapatos y
bolsos de piel. Me parece que la vida de los toros y hasta su cuarto de hora final de
batalla dolorosa sería envidiada por muchos de los animales que están a nuestro
servicio... si pudieran conocerla. Puede que los toros o los caballos de carreras
merezcan también una lágrima, pero como el resto de los seres vivos, especialmente
nosotros y nuestros hijos.
Y tampoco me parece aceptable determinar inapelablemente que el gozo que la
corrida produce a los aficionados no sea más que una expresión de regodeo cruel y
sanguinario. No es lo mismo disfrutar viendo luchar que disfrutar viendo sufrir: hay
códigos de honor y celebraciones simbólicas que pueden no compartirse pero que
nadie puede arrogarse la autoridad moral para descalificar sin más.
A fin de cuentas y lo más importante: se trata de una cuestión de libertad. La asistencia
a las corridas de toros es voluntaria y el aprecio que merecen optativo para cada cual.
Comprendo perfectamente que haya quienes sientan rechazo y disgusto ante ellas,
como a los demás nos pasa ante tantos otros espectáculos, hábitos y demostraciones
culturales. Pero que eso faculte a las autoridades de ningún sitio para decidir desde la
prepotencia moral institucionalizada si son compatibles o no con nuestra ciudadanía
resulta un abuso arrogante.
Prohibir un juego de indudable raigambre literaria y artística, codificado y estilizado
rigurosamente a lo largo de siglos, del que disfrutan muchas personas y que garantiza
una forma de vida y un tipo de desarrollo económico, ligado al paisaje y a la ganadería,
exige algo más que un respetable pero no universalizable remilgo de ciertas
sensibilidades. Salvo que lo que esté en juego sea otro tipo de consideraciones
políticas, en las cuales prefiero no entrar.
Francesc-Marc Álvaro, Toros y comparaciones, La Vanguardia, 05/03/2010
El sufrimiento de los seres vivos es un abordaje habitual del asunto entre quienes
propugnan la prohibición de las corridas. Este es un enfoque eficaz, dado que forma
parte del consenso más amplio en nuestras sociedades que el dolor es algo indeseable
y que, lejos del dictado de las grandes religiones, debemos hacer todo lo posible -
desde la ciencia y la política- para reducir su presencia en nuestra vida cotidiana. El
malentendido empieza cuando colocamos la existencia de animales y plantas al mismo
exacto nivel que la existencia humana. Porque es obvio que hay una jerarquía que no
puede ignorarse para no desfigurar el lugar que ocupa el ser humano en el planeta, y
para no problematizar en exceso aquello que constituye la base del progreso, por muy
cuestionado que esté tal concepto a principios del siglo XXI: desde la remota época en
que nos dedicábamos a cazar mamuts en clanes nómadas, no hemos hecho otra cosa
que tratar de dominar la naturaleza, toros incluidos.
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3. De toros
Carlos Abella, Tiempo de construir, El País, 04/03/2010
No hay que prohibir nada; simplemente, si no hay afición, que muera la fiesta. Pero un
atisbo de ese gran sentido común empieza a asomar por las rendijas del Parlament.
Entre una prohibición total -que sería brutal- y que todo siga como hasta ahora habrá
que encontrar algún clavo humanizador del espectáculo, para que nadie salga
derrotado: unas banderillas o una puya que haga menos sangre, un peto que triplique
la protección actual, y una reforma reglamentaria que suavice ciertas suertes,
estimulando el indulto.
Fernando Savater, Rebelión en la granja, El País, 16/03/2010
¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es! Como
parece que había quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el
Parlamento no está para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para
establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y
respetando la libertad individual.
Para empezar a comprender estos asuntos es imprescindible retroceder bastante en el
tiempo. Digamos hasta el comienzo de la historia. El desarrollo de la sociedad humana
se basa desde el principio en la utilización de animales para nuestros fines: nos han
servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ¡a la cazuela!"), de fuerza
motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra
(¡los escuadrones de Alejandro, los elefantes de Aníbal!), sus pieles curtidas nos han
vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y
nuestros rebaños (¡también formados por animales!) y -supongo que lo más
humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espectáculos, nos
han hecho zalemas como mascotas de compañía y han trinado en jaulitas a la espera
de su alpiste. Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces
aún vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosmética y hasta
la astronáutica (¡Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar
males mayores: el antropólogo Marvin Harris justificó que los aztecas se comiesen a
sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mamíferos de talla suficiente para
poder convertirse en fuente de proteínas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas
poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para
el transporte o la carga. Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay
que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales.
De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten
al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta
a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si
quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser
castrados por nuestro bien.
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4. De toros
Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo
pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el
espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar,
pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal
frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se
escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades
que para satisfacer diversiones o lujos.
La preocupación por el bienestar de los demás seres vivos obtuvo el patronazgo de
notables ilustrados -Montaigne, Jeremy Bentham, Schopenhauer...- pero también el
refrendo de algunos que mostraron humanitarismo con las bestias y bestialidad con los
humanos: las primeras leyes europeas protoecologistas de protección de la Madre
Tierra y de los animales fueron dictadas por el vegetariano Adolf Hitler. En cualquier
caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la
modernidad.
Víctor Gómez Pin – Francis Wolf, No a las prohibiciones, El País, 03/03/2010
Los buenos sentimientos de los abolicionistas se reducen por desgracia a la siguiente
máxima: ¡no provoquemos dolor! Si se trata de repudiar los comportamientos crueles,
obviamente de acuerdo. Si se trata de mejorar las condiciones de vida de los bueyes y
los pollos, más de acuerdo. Pero si se trata de "liberar" a los animales de todo tipo de
dolor y, en consecuencia, de toda subordinación al hombre; si se trata hoy de prohibir
la corrida de toros para mañana prohibir la pesca y la caza y hasta el consumo de carne
(es decir prohibirlos exclusivamente a los hombres, no a las demás especies animales)
entonces se hace evidente que la conciencia animalista no es una extensión de los
valores humanistas, sino la negación de los mismos.
Este nuevo culto es peligroso. Cada vez que se ha erigido la defensa de la naturaleza en
imperativo absoluto se ha desvalorizado al ser humano. Que los hombres inventen el
animal cuando dejan de creer en Dios no es necesariamente una buena noticia.
Francisco González Ledesma, La memoria del llanto, El País, 05/03/2010
Gente docta me dice: te equivocas. Esto es una tradición. Cierto. Pero gente docta me
recuerda: teníamos la tradición de quemar vivos a los herejes en la plaza pública, la de
ejecutar a garrote ante toda una ciudad, la de la esclavitud, la de la educación a palos.
Todas esas tradiciones las hemos ido eliminando a base de leyes, cultura y valores
humanos. ¿No habrá una ley para prohibir esa última tortura, por la cual además
pagamos?
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5. De toros
Jesús Mosterín, La España negra y la tauromaquia, El País, 11/03/2010
De la palabra latina mores (costumbres) procede nuestro término moral. El conjunto
de las costumbres y normas de un grupo o una tribu constituye su moral. Cosa muy
distinta es la ética, que es el análisis filosófico y racional de las morales. Mientras la
moral puede ser provinciana, la ética siempre es universal. Desde un punto de vista
ético, lo importante es determinar si una norma es justificable racionalmente o no; su
procedencia tribal, nacional o religiosa es irrelevante. La justificación ética de una
norma requiere la argumentación en función de principios generales formales, como la
consistencia o la universalidad, o materiales, como la evitación del dolor innecesario.
Desde luego, lo que no justifica éticamente nada es que algo sea tradicional.
Las normas más respetables suelen ser universales. Todo el mundo está de acuerdo en
que no se debe matar al vecino, ni mutilar a la vecina, ni quemar el bosque, ni asaltar
al viajero. Por desgracia, en muchos sitios hay costumbres locales crueles, sangrientas
e injustificables, aunque no por ello menos tradicionales. De hecho, todas las
salvajadas son tradicionales allí donde se practican.
Queda el argumento de la libertad, basado en la incomprensión del concepto y en la
ausencia de cultura liberal. La libertad que han propugnado los pensadores liberales es
la de las transacciones voluntarias entre seres humanos adultos: dos humanos adultos
pueden interaccionar entre ellos como quieran, mientras la interacción sea voluntaria
por ambas partes y no agredan a terceros. Ni la Iglesia ni el Estado ni ninguna otra
instancia pueden interferir en dichas transacciones voluntarias.
Ningún liberal ha defendido un presunto derecho a maltratar y torturar a criaturas
indefensas. De hecho, los países que más han contribuido a desarrollar la idea de la
libertad, como Inglaterra, han sido los primeros que han abolido los encierros y las
corridas de toros. Curiosamente, y es un síntoma de nuestro atraso, la misma discusión
que estamos teniendo ahora en España y sobre todo en Cataluña ya se tuvo en Gran
Bretaña hace 200 años. Los padres del liberalismo tomaron partido inequívoco contra
la crueldad. Ya entonces, frente al burdo sofisma de que, puesto que los caballos o los
toros no hablan ni piensan en términos abstractos se los puede torturar impunemente,
el gran jurista y filósofo liberal Jeremy Bentham señalaba que la pregunta éticamente
relevante no es si pueden hablar o pensar, sino si pueden sufrir.
Eduardo Arroyo, Golpe a la convivencia, El País, 04/03/2010
Más en una fiesta de tal acervo cultural como los toros. "La más culta que hay hoy en
el mundo", decía en su época García Lorca. Un acontecimiento que se pierde en sus
raíces dentro de la noche de los tiempos, desde los íberos hasta nuestros días, que
define nuestra identidad, del Mediterráneo al Pacífico, por su implantación en
América. Sólo entiendo la persecución en la cabeza de quien está dispuesto a obligar a
un país rico, abierto y cosmopolita como Cataluña a convertirse en un rincón donde
reine un ruralismo sospechoso y semifascista.
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6. De toros
Ruth Toledano, Ética para matador, El País, 05/03/2010
Wagensberg, creador y director científico de Fundación La Caixa y Creu de Sant Jordi
de la Generalitat, (mostró lo) incontestable: los instrumentos con los que se lleva a
cabo en la plaza el martirio de un animal herbívoro, es decir, no depredador y cuyo
único afán, en consecuencia, es huir del acoso que sufre, encontrar la salida del coso al
que ha sido arrastrado, escapar del pánico que le produce lo que no comprende y
regresar al campo del que fue secuestrado . Pero le queda lo peor: puyas que son
lanzas que le destrozan músculos en la espalda y en el cuello, que le rompen vasos
sanguíneos y nervios, que le abren agujeros por donde luego podrán hundirse las
banderillas, que son unos palos terminados en arpones de acero. Todo ello antes de
ser atravesado por una espada de 80 centímetros que quiere llegarle al corazón pero
que no suele hacerlo a la primera, sino que le atraviesa los pulmones, la pleura, a veces
el hígado, y le rompe la arteria aorta, lo que provoca que aquel pacífico herbívoro se
encuentre ahora agonizando entre enormes vómitos de sangre, aunque aún aspire con
desesperación a sobrevivir a tanto dolor y olvidar ese martirio. Por eso aún intenta
mantenerse en pie y encaminarse a la puerta por la que le hicieron entrar, momento
en el que lo apuñalan en la nuca con el descabello, otra larga espada que termina en
una cuchilla de 10 centímetros. Corpulento y potente, todavía vive, aunque ahora sí
cae al suelo, humillado, desgarrado, sanguinolento. Entonces lo rematan con la
puntilla, un cuchillo-puñal con el que intentan seccionarle la médula espinal a la altura
de las vértebras atlas y axis. No es fácil atinar, por eso el matarife remueve el filo del
cuchillo por entre el amasijo de carne, músculos y nervios. El toro ya está paralizado.
Morirá por asfixia. Pero, cuando es arrastrado para sacarlo de la arena, sobre la que
deja un visible rastro de sangre; después de que, si la faena se considera estética, le
hayan cortado una oreja o dos y acaso el rabo, que su verdugo exhibe a los
espectadores; cuando ya no queda en él, sin embargo, rastro alguno de esperanza de
huida, con la boca entreabierta y la lengua colgando, mutilado, se le ha visto
pestañear. Pestañear. Lo ha grabado, junto con todo lo anterior, Alfonso Chillerón,
presidente de ANPBA. En el Parlament se relató ese sufrimiento. Torturar así a un
animal es una salvajada y hacer de ello un espectáculo, una bajeza espiritual,
intelectual y moral. No sirve apelar a la tradición: muchos actos execrables fueron
tradiciones muy populares, como las ejecuciones públicas.
David González, Espanya són toros, Avui, 05/03/2010
Aquí, si hem de matar alguna cosa, la matem amb la paraula; allà, algunes coses
encara les maten amb l’espasa. Però tenim una tendència penosa a fer-nos trampes al
solitari: esclar que matar o no matar toros és un tema de progrés civilitzatori. Però
també identitari. I polític. Per molt que diguem (Puigcercós, Duran i Lleida) que no ho
és, o que no pretenem que ho sigui. ¿A qui coi volem enganyar? ¿Al toro? ¿A Espanya?
Sí, d’acord. Aquí deliberem. I allà executen... o se suïciden.
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7. De toros
Nicole Muchnik, El arte, las corridas y mi acordeón, El País, 26/03/2010
Si no se trata de arte, se podría hablar de la corrida como de un ritual que responde o
que busca responder a la interrogación del hombre sobre la muerte. El hombre, la
mujer, se interrogan sobre la muerte desde el día de su nacimiento. Incluso los niños
descubren muy pronto su abismo.
Pero, ¿puede decirse que la corrida responde a esa pregunta mediante el espectáculo
de la muerte del otro? ¿Y máxime cuando esa muerte es la culminación de verdaderas
torturas por arma blanca, infligidas a sabiendas y casi científicamente para prolongar el
espectáculo?
Podemos felicitarnos de que los grandes filósofos y escritores no hayan tenido
necesidad de tanto para tratar el tema. "El arte recela siempre de las evocaciones de la
condición mortal", escribe el pintor Mark Rothko. Pero no necesita del espectáculo de
la muerte para hacerse una idea de ello.
De hecho, la corrida se asemeja más bien al sacrificio. Sacrificio de un animal siempre,
de un hombre a veces. Como con los sacrificios antiguos, el público de las plazas, los
aficionados, forman una comunidad unida por ese ritual de violencia.
Pero mientras que los sacrificios a los dioses solían hacerse a cambio de alguna
protección, la corrida es un comercio, un asunto económico. Alrededor del
espectáculo, ganaderos, toreros y público ponen en circulación una cantidad muy
importante de dinero, que alcanza incluso hasta la venta de carne. Y por esa razón es
más difícil de desarraigar.
Y si se trata de hablar de moral, Milan Kundera puede servir de referencia: "El
auténtico test moral de la humanidad (el más radical, el que se sitúa a un nivel tan
profundo que escapa a nuestra mirada) son sus relaciones con aquellos que están a su
merced: los animales. Y es aquí donde se produce el fallo fundamental del hombre, tan
fundamental que todos los demás derivan de ese".
Pablo de Lora, José Luís Martí y Félix Ovejero, De toros y argumentos, El País,
19/08/2010
... estos días hemos podido escuchar en boca de algunos protaurinos una preferencia
por la "desaparición natural" de las corridas antes que por la prohibición impuesta por
el poder público. Las corridas ya habían perdido buena parte del favor popular en
Cataluña -se dice- así que hubiera sido mejor que se dejaran extinguir por sí solas. Pero
este argumento tampoco funciona. Imaginen que lo extendiéramos a otras acciones o
actividades prohibidas. Que dijéramos algo así como: "Cada vez son menos los padres
que maltratan físicamente a sus hijos menores, así que dejemos que desaparezca esta
práctica de manera natural".
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8. De toros
Se ha aducido también que, si no fuera por las corridas, desaparecería esta "especie"
de toros, y que si las prohibimos, propiciaremos su desaparición. Es el argumento de la
preservación, un razonamiento añejo en los pagos de la discusión sobre la
consideración moral que merecen los animales no humanos. Al respecto cabe esgrimir,
primero, que, desde el punto de vista zoológico, los toros de lidia no constituyen una
"especie" independiente. Segundo, si los aficionados son tan profundos defensores de
los toros que luchan por su supervivencia, ¿por qué no aúnan esfuerzos colectivos para
preservarlos creando refugios naturales en las dehesas sin causarles por ello
sufrimiento, como hacemos con los bisontes, por ejemplo? Finalmente, a nosotros nos
preocupan prioritariamente -en este y en otros ámbitos de la ética- los intereses y el
bienestar de los individuos que sufren el maltrato. Las "especies" -como las lenguas,
las naciones o los pueblos- no se ven afectadas por el perjuicio de su inexistencia. Si
para preservar una especie debemos torturar a todos sus miembros, tal vez la
preservación no sea tan valiosa.
... se apela a la libertad: la prohibición supondría un "liberticidio", han dicho algunos. El
poder público no está, ha señalado una representante del PP, para decirnos cómo
vestir o qué estilos de vida abrazar. Una segunda expresión de la libertad -la libertad
de empresa-, ampararía también que se sigan celebrando corridas. El argumento en
cuestión presupone lo que antes hemos negado: que desde el punto de vista moral es
irrelevante el sufrimiento o dolor que causemos a los animales no humanos. Si la
prohibición es un sacrificio ilegítimo de la libertad de espectadores y empresarios es
porque lo que ocurra con el toro en la plaza no cuenta nada. Se ha repetido hasta la
saciedad, pero muchos no se han querido enterar, que nuestros ordenamientos
jurídicos cuentan con multitud de restricciones a la libertad que nadie considera
ofensivas ni liberticidas porque con ellas se protegen bienes igualmente valiosos o
importantes, incluso cuando ni siquiera se infligen daños a sujetos con capacidad de
sufrir. La protección del patrimonio histórico-artístico, o del medio ambiente, o la
disciplina urbanística, son ámbitos plagados de prohibiciones en aras a que todos
disfrutemos de paisajes, o ciudades más amables, o de un legado monumental,
pictórico, escultórico que estimamos valioso. ¿Alguien se imagina que un grupo de
personas, basándose en la libertad de empresa, constituyera una sociedad que
organizara espectáculos de tortura pública de delfines, en el que tras causarles
diversos daños, dolor y sufrimiento se acabara con su vida con una espada?
¿Justificaría algo la libertad de empresa, o incluso la diversión que pudiera generar
esta macabra actividad en cierto público? ¿O es que los toros merecen menos respeto
que los delfines? Ni la libertad de empresa, ni el lucro mercantil, ni la diversión de los
aficionados, sirven para justificar una actividad que produce dolor y sufrimiento a un
mamífero superior.
... se esgrime habitualmente el argumento de que los toros son un arte -no los toros en
sí mismos, entiéndase, sino las acciones que les provocan sufrimiento y al final la
muerte-. Pero este razonamiento es, en el mejor de los casos, incompleto, y en el peor,
inconcluyente. Lo que sí nos interesa subrayar es que, de resultas de ese debate, cabe
concluir que decir que algo es arte no le confiere ningún estatus o valor especial a la
actividad en cuestión. Lo que da valor -estético- a un objeto no es, pues, que dicho
objeto sea simplemente catalogado como arte, sino el hecho de que se trate de buen
8
9. De toros
arte o arte valioso. Por lo demás, igual que una tradición no es, por el hecho de serlo,
buena o mala moralmente, tampoco lo es el buen arte.
Que algunos artistas hayan realizado magníficas obras a cuenta de las corridas, como
tantos novelistas las han realizado a cuenta de los asesinatos, no les otorga -ni a las
corridas ni al asesinato- ninguna dignidad artística.
... no estamos comparando el asesinato de un ser humano con el sacrificio de un toro;
no, no estamos estableciendo una relación de semejanza sino una semejanza de
relaciones.
Jesús Mosterín, Salvajadas de pueblo, El País, 24/09/2010
Los toros de fuego, con la cornamenta ardiendo; toros ensogados, toros a la mar, bous
al carrer, toros maltratados, estresados, heridos o muertos se suceden en Tordesillas,
Extremadura, el bajo Aragón o Valencia (3.000 festejos brutales al año). Su suplicio no
es menor porque no se los mate. La tortura es peor que la muerte. Estas bestialidades
tienen lugar en la región más atrasada de Cataluña y que lo seguirá siendo, vista la
ayuda al subdesarrollo que ha recibido del Parlament. Es lamentable que tras su
grandeza al abolir las corridas, en un proceso ejemplarmente democrático, haya caído
en la contradicción en los correbous. Esta vez no ha habido comparecencias. La
votación ha sido un trámite.
Josep-Maria Terricabras, L´oportunitat de prohibir els toros, El Periódico de Catalunya,
10/03/2010
… quan es defensen les curses per tradició, art o gust, i no es diu res més, s’està
simplement acceptant que la tradició, l’art o el gust ja són un judici ètic, és a dir, que la
tradició, l’art o el gust són bons. Però, ¿ho són sempre? ¿Els fets són sempre bons?
¿S’han de confondre els fets amb un judici ètic?
Estaria bé de respondre ben directament la pregunta ètica clau: ¿és moralment
correcte infligir dolor i sofriment a un ésser vivent només per al meu gust, per al meu
plaer, perquè ho he fet sempre? Aquesta és la pregunta, la pregunta necessària i clara.
Potser no serà oportuna per a aquells que no se la volen fer, però és la que s’ha de fer.
Fernando Savater, La barbarie compasiva, El País, 07/09/2010
no és cert que la compassió pel dolor universal sigui la base de l'ètica. Sens dubte ser
compassiu és un sentiment que ens millora, però no un precepte moral ineludible.
Passejant pel camp, veig que un pardalet ha caigut del niu i pia anguniosament a terra
exposat a tots els perills: com sóc compassiu, el recullo i el retorno a la seva llar ...
encara que així perjudiqui la serp que també ha de menjar per viure. ¡Bravo, tinc bon
cor! Però si qui gemega abandonat en una galleda d'escombraries és un nadó, tinc l´
obligació ètica d'ajudar-lo, em compadeixi d'ell o no. Si no ho faig, no seré poc
sentimental o dur de cor sinó clarament immoral. La diferència és important, tot el que
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10. De toros
compte en l'ètica -el reconeixement de l'humà per l'humà i el deure íntim que ens
imposa- resideix aquí.(...)
(…) el bàrbar no és qui maltracta o no es compadeix de les bèsties, sinó qui no
distingeix entre el tracte que devem als humans i el que correspon als animals.(...)
Richard David Precht, ¿Quién soy y... cuántos? Un viaje filosófico, Ariel, Barna 2009
En l´estat actual de la civilització occidental, els nostres sentiments ens fan molt difícil
a la majoria de les persones matar un porc o un xai, tot i que sabem com es fa. En
quant els peixos, en canvi, hi ha més persones que s´atreveixen a matar-los. I poques
persones tenen escrúpols a l´hora de "matar" els ous de les gallines. Als homes
d´èpoques passades els va resultar més fàcil matar els animals, com els individus dels
pobles naturals acostumen a tenir-ne menys problemes. La moral sempre depèn
menys d´una definició abstracta de l´existència humana que del nivell de sensibilització
d´una societat, i pot afirmar-se que l´actual nivell de sensibilització a Europa occidental
representa un punt àlgid en l´evolució de la humanitat. Justament per això es
requereix l´"engany" de la indústria càrnica, que tracta d´evita que la cuixa de xai
s´assembli a la cuixa de xai, el que s´enganya a la nostra intuïció i per met l´ocultació.
En la nostra societat, la majoria de les persones no senten fàstic ni aversió en menjar
carn per l´única raó que no veuen amb els seus propis ulls el sofriment dels animals.
Víctor Gómez Pin, Toros, lengua y estigma, El País, 16/12/2009
Tras estos argumentos abolicionistas es indudable que subyace un enorme problema
filosófico y científico, en el que está en juego la concepción misma del hombre y de su
lazo con las demás especies. Desde luego, una interpretación reduccionista del alto
grado de homología genética que se da entre humanos y otros animales puede dar
lugar a una revolución en el concepto que tenemos de comportamiento ético. Éste no
pasaría ya por la exigencia de no instrumentalizar a los seres de razón, de tratar al
hombre como un fin y nunca como un medio, sino por la empatía con todos los seres
susceptibles de sufrimiento, en cualquier caso con aquellos dotados de sistema
nervioso central.
Esta nueva ética tendría sin duda la dificultad de la coherencia, pues ¿cómo renunciar
a la instrumentalización -empezando por esa forma mayor que es alimentarse de ellos-
de seres dotados de sistema nervioso central, sin poner en entredicho las condiciones
mismas de supervivencia de los humanos?
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