N 20151118 dentro de pocos años encontraremos vida fuera de la tierra (x)
N 20070326 la embajada de inglaterra
1. N-20070326
La embajada a Inglaterra
Por José Ignacio García Noriega - La Nueva España. (1)
Uno de los acuerdos tomados por la Junta General del Principado en la
histórica sesión del 25 de mayo fue el de enviar una embajada a Inglaterra en
demanda de auxilio. Si no es la resolución más importante entre las acordadas
aquel día, cuando menos podemos considerarla como la más sorprendente e
imaginativa. Inglaterra era el único reino de Europa que resistía al poderoso empuje
de Napoleón, el cual, después de la victoria de Austerlitz sobre austriacos y rusos
el 2 de diciembre de 1805, bien podía considerarse el amo del continente. Pero no
de la gran isla que se había convertido en solitaria fortaleza frente a las
aspiraciones imperiales, y contra ella se estrellaba una y otra vez el ánimo insular
del gran corso. Nacido en una isla, Napoleón no consiguió conquistar otra isla y
acabaría muriendo en una tercera isla, perdida en las vastas extensiones del
océano Atlántico y sobre la que había escrito, siendo niño, en un cuaderno escolar:
«Santa Elena, isla pequeña...».
No era la primera vez que Inglaterra resistía las avalanchas del continente. La
habilidad de sus marinos y, al cabo, una tempestad «No envié mis naves a luchar
contra los elementos», comentó Felipe II, entre decepcionado y resignado, al tener
conocimiento del desastre de la Armada Invencible, la libraron de los ataques
españoles, y, muchos años después de la desaparición del Imperio napoleónico,
resistiría y saldría victoriosa del furioso acoso del nacionalsocialismo alemán:
«Nunca tan pocos hicieron tanto», vino a decir Winston Churchill, el artífice de
aquella gran victoria. Inaccesible por mar y por aire, tanto a los barcos españoles
como a la aviación alemana, y mucho más a la Infantería, Inglaterra fue siempre una
roca de resistencia en el mundo, y faro de libertades.
A su modo, Asturias ofrecía también una historia de resistencia épica a las
invasiones, fueran por tierra o por mar, como lo había demostrado derrotando a los
agarenos en la montaña de Covadonga, según recordaba Flórez Estrada en su
proclama a los asturianos, y posteriormente a los vikingos, a los que el rey Ramiro I
derrotó y dispersó en el mar. Evocando su pasado heroico, Asturias se disponía a
establecer relaciones con Inglaterra, como quien se dirige a un igual.
En la reunión de la Junta de la madrugada del 25 de mayo, efectuada en el
salón de la Regencia bajo la presidencia del comandante general La Llave y
actuando como secretario el jurisconsulto Juan Argüelles Toral, éste procedió a
dar lectura a un pliego que contenía diez artículos. El primero y principal establecía
que, “considerándose Asturias sin Gobierno y en orfandad, por el rapto alevoso de
su monarca Fernando VII y de toda su dinastía, y viendo usurpado el ejercicio del
Supremo poder por el Duque de Berg, que se titula Lugar-Teniente general del
Reino, y amenazados los más caros intereses de los españoles, la religión, la patria
y el Rey, quieren los pueblos del Principado defenderse y conservarlos,
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sacrificando para ello hasta sus vidas». Y el cuarto punto, que es el que interesa a
los efectos de este artículo, exponía que, «siendo tan desiguales los medios con
que al presente cuenta Asturias para la defensa de los que dispone el enemigo para
la agresión, y recordando que la
potencia más poderosa de Europa es
la Gran Bretaña, que profesa el más
implacable odio a Napoleón, a quien
no ha reconocido todavía por
Emperador de los franceses
manteniéndole una guerra encarnizada
y eterna; suscitándole además
rebeliones entre sus aliados,
suministrándoles al intento dinero y
todo género de auxilios de boca y
guerra; el pueblo desea y pide que la
Junta nombre en sus primeras
sesiones dos representantes de su
seno que en calidad de abogados
extraordinarios pasen a Londres con
plenos poderes para pactar con su
soberano una alianza defensiva y
ofensiva contra el emperador
Napoleón y la reciprocidad de auxilios;
y que desde luego se abran todos los
puertos en todo el litoral del
Principado a los buques de guerra de
5. M. B. y a los mercantes de la dicha
nación”.
La Junta Suprema procedió a redactar una carta dirigida al soberano británico
en la que se solicitaba formalmente su ayuda en la guerra recién declarada y se
procedió a designar a los dos comisionados que deberían llevarla a Inglaterra:
recayendo los nombramientos en José María Queipo de Llano, vizconde de
Matarrosa, futuro conde de Toreno y vocal nato de la Junta, que acababa de
incorporarse a ésta después de haber sido testigo en Madrid de los sucesos del 2
de mayo, y Andrés Ángel de la Vega Infanzón, profesor de la Universidad de Oviedo
y asimismo miembro de la Junta General. Se añadían a la delegación Femando
Álvarez de Miranda, también profesor de la Universidad de Oviedo, que actuaría
como secretario; Toribio Cifuentes, marino con el rango de capitán de la Armada, y
Silvestre de la Piniella, en funciones de intérprete. Aprobados los diez artículos, el
secretario Argüelles Toral ordena traer un crucifijo con peana y los Evangelios,
ante los que juran los diputados.
La carta dirigida al rey Jorge I exponía con pocas palabras, entre otras cosas,
que «nuestra resolución, Señor, es grande; pero no lo es menos el valor y la
justicia con que estos naturales la han abrazado y la confianza que tiene en valor y
la asistencia de la generosa Nación Británica y de su augusto soberano, que no
Entrada Sala Capitular de la Catedral de Oviedo
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dejarán de conocer las horrorosas consecuencias que resultarán de la ilimitada
ambición del Gobierno francés, cuyo poder, aumenta do excesivamente con la
posesión de la monarquía española, podrá aspirar a la monarquía universal».
Manifestación, como se ve, de puro liberalismo que considera con hostilidad y
suspicacia cualquier forma de acumulación de poderes.
Los comisionados se pusieron rápidamente en movimiento. El primer problema
que se planteaba era el de su traslado a Inglaterra, para lo que se dirigieron al
puerto de Gijón. Quiso la suerte que merodeara por
los alrededores del Cabo Peñas el corsario «Stag»,
de Jersey, al mando del capitán Fool, el cual escuchó
con grande recelo la petición de los comisionados de
que los llevara a Inglaterra. Después de
negociaciones infructuosas entre Toribio Cifuentes y
el capitán Fool, la intervención de un marinero de
Candás llamado Manuel González Valdés, que
permitió que el «rapacín» (su ayudante, tal vez su hijo)
que le acompañaba en su bote de pesca subiera a
bordo del corsario con Cifuentes, condujo a un
acuerdo: Fool se dejó convencer previo pago de 500
guineas, al cambio, unos 20.000 reales.
Los comisionados embarcaron el 30 de mayo en
el puerto de Gijón y el 6 de junio entraban en el de
Falmouth. John Hill capitán del puerto, comprende la
importancia de aquella misión, por lo que facilita el
traslado de los comisionados a Londres, dispensándolos de la cuarentena. Llegan
a Londres la madrugada del día 8, siendo recibidos de inmediato por William
Wellesley Pole, primer secretario del almirantazgo y hermano de sir Arthur
Wellesley, el futuro duque de Wellington, que años más tarde expulsaría de España
a los franceses y denotaría definitivamente a Napoleón en la batalla de Waterloo.
Una vez enterado Wellesley del contenido de la embajada, fue informado el primer
ministro Canning, que se apresuró a buscar la situación de Asturias en el mapa.
Canning da cuenta de las peticiones de los asturianos al rey, el cual se muestra
partidario de esperar las noticias que envíen desde España los agentes Dairymple y
Purvis; mas, como escribe Alicia Laspra, Canning, sin embargo, se ve impulsado a
tomar una decisión favorable sin esperar por la información que desea el rey.
Justifica esta determinación apelando a lo peligroso de un retraso y al hecho
constatado de que la Junta General es un organismo legítimo y no una asamblea
constituida espontáneamente por las exigencias del momento. Es posible que
hubieran influido en Canning las dos editoriales del «Times» de los días 9 y 10,
ambas favorables a la causa asturiana. El primero finaliza abogando por una ayuda
«gratuita, enérgica e incondicional». El segundo, al margen de confundir al
Marqués de Santa Cruz con un inexistente marqués de Oviedo, resume una
proclama de la Junta General de 25 de mayo y, aunque se afirma desconocer la
actitud al respecto del Gobierno británico, ya da cuenta de cambios en las
José María Queipo de Llano.
Vizconde de Matarrosa
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instrucciones impartidas a Arthur Wellesley, según las cuales, en lugar de zarpar
con sus tropas rumbo a Sudamérica, lo haría a Gibraltar.
El 11 de junio zarpan naves británicas rumbo a Gijón. El conde de Toreno,
protagonista de esta embajada, señala que sirvió «de cimiento a la nueva alianza
que se contrajo con la Inglaterra, y la cual dio ocasión a tantos y tan portentosos
acontecimientos». Años después, en 1812, Napoleón le confió a Berthier que «dejar
a los campesinos asturianos dueños de las montañas, comunicando con el mar, es
la peor desgracia que puede acontecer en España».
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Llamada:
(1) Don José Ignacio García Noriega es un prodigioso historiador asturiano
que, durante muchos años, nos ha obsequiado con excelentes trazas de la
Historia de Asturias. Un día visitó Celis. Gracias.
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Divulgación: Guerra de la Independencia en Asturias.
Trazas de la Historia de Asturias // Oviedo, 28 de abril de 2014
Víctor Manuel Cortijo Rubín de Celis.