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Usos del Suelo
     y Territorio
Tipos y lógicas de localización en la
         Ciudad de México




                                                                 Ignacio Kunz B.

                    Seminario de Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario

   Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de Arquitectura

                                      Universidad Nacional Autónoma de México




                                                                                1
Usos del Suelo y Territorio




                                                        INTRODUCCIÓN


Los usos del suelo en una ciudad representan mucho más que un agregado de áreas de
actividades homogéneas. Son en primera instancia la materialización de la economía y de
las condiciones sociales. En la estructura de usos del suelo se refleja la base económica de
la localidad y según sea la naturaleza, eficiencia y modernidad de ésta se darán ciertos
arreglos territoriales. Así, una vieja economía industrial que ha perdido competitividad
puede dar lugar a una estructura con distritos industriales antiguos y centrales, con naves
abandonadas, espacios disponibles y bajos valores del suelo industrial; en cambio, una
ciudad con una base económica de servicios dinámica y moderna dará lugar a subcentros o
corredores de actividad terciaria con una fuerte dinámica de construcción y altos valores
inmobiliarios.

Por su parte, la estructura social de una ciudad también se plasmará en un tipo de estructura
social territorial particular. De esta manera, en ciudades que registran una fuerte
polarización social se encontrarán espacios muy segregados, por un lado una amplia
ocupación de colonias populares y en el mejor de los casos, unidades habitacionales de
origen público, mientras en el otro extremo se podrán encontrar desarrollos residenciales de
alto nivel, generalmente segregados y de carácter exclusivo, para la población de mayores
recursos; por su parte, en una ciudad con una presencia importante de clase media y sin
grandes desigualdades socioeconómicas los niveles de segregación social del territorio
también serán menores.

En fin, las características económicas y tecnológicas, las socio culturales y las de
organización administrativa que se presentan en la sociedad urbana, de una u otro forma se
manifestarán en su estructuración territorial, en muy distintas modalidades resultado de las
también muy diversas posibles combinaciones. Además diferentes procesos se pueden
presentar en una misma ciudad y con seguridad, esos mismos procesos de reestructuración
territorial irán adoptando modalidades distintas para cada uno de los diferentes contextos
históricos de la ciudad.

Lo anterior da como resultado complejas estructuras territoriales, casi únicas y no
generalizables en cuanto a su forma resultante, sino exclusivamente con relación a las
lógicas que les dan origen. En otras palabras, cada ciudad tendrá una estructura de usos del
suelo diferente como consecuencia de la sucesión de contextos históricos en los que se
combinaron diferentes procesos económicos, sociales, culturales y políticos. Sin embargo,


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Usos del Suelo y Territorio


si se pueden reconocer lógicas de estructuración territorial más o menos comunes para cada
uno de los contextos históricos en que se ubican.

El planteamiento anterior pone en la mesa de discusión o mejor dicho, toma una posición
respecto a lo que es general y explicable y lo que es coyuntural y único. De aquí se
desprende un fuerte cuestionamiento a las pretensiones de los planificadores en México de
querer tratar a todas las ciudades con los mismos criterios, independientemente de su
diversa naturaleza y contexto de desarrollo.

No todas las ciudades son iguales en sus lógicas de estructuración de usos del suelo y por
tanto, no todas las ciudades deben ser planeadas bajo los mismos criterios y estándares.

La planeación urbana en nuestro país no sólo ha impuesto un esquema general para todo
tipo de ciudades sino que ha girado alrededor de la zonificación del uso del suelo; ésta ha
sido el instrumento fundamental y se podría decir único. No obstante, el gran peso de este
instrumento, las propuestas de zonificación son débiles y no responden a las necesidades de
localización de las actividades. Se ha concebido o reducido “el orden” urbano a un asunto
de acomodo de espacios sin importar las necesidades de integración funcional de estos
espacios en el aparato urbano, ni los requerimientos de espacio e integración al interior de
los mismos. Lo anterior ha resultado en zonificaciones que van en contra de muchos de los
procesos “naturales” de estructuración y reestructuración provocando una enorme pérdida
de eficiencia económica, es decir, generando un modelo urbano costoso, pero además,
dichas zonificaciones han sido incapaces de superar las desventajas ambientales, sociales, y
aún de deseconomías que esos mismos procesos “naturales” llegan a provocar. En otras
palabras, la actual concepción planificadora basada en la idea de un “orden” a través del
establecimiento de rígidas zonificaciones, ha llevado a perder la eficiencia económica y ha
acentuado muchos de los efectos ambientales y sociales no deseados.

De las ideas anteriores se desprende la necesidad de entender los procesos de estructuración
de los usos del suelo urbanos en el contexto actual para nuestro país. Esto con una doble
intención, la primera, es la de coadyuvar en el entendimiento del fenómeno urbano
mexicano, la segunda, es ofrecer elementos a los planificadores y a los responsables de las
decisiones sobre aspectos urbanos para que las propuestas se realicen sobre una base del
entendimiento del fenómeno y de sus implicaciones económicas, sociales y ambientales.

El presente libro se inserta en este planteamiento, su objetivo es dar a conocer las lógicas de
comportamiento espacial de los 4 grupos más importantes de uso del suelo en una ciudad:
el comercio, los servicios, la industria y la residencia. La lógica de localización o de
comportamiento espacial incluye el reconocimiento de los factores económicos,
socioculturales, político administrativos o de cualquier índole que influyen o condicionan
las decisiones de establecerse en un lugar determinado. Sin embargo, en la medida que
dichas lógicas no son comunes a los grupos de uso del suelo mencionados arriba fue
necesario identificar tipos y subtipos de actividades de acuerdo a sus lógicas de
localización, teniendo como referencia lo sucedido en la Ciudad de México. El resultado
fue una tipología de usos del suelo construida de acuerdo a su racionalidad territorial.




                                                                                                3
Usos del Suelo y Territorio


El trabajo es uno de los productos del Seminario sobre Reestructuración Urbana y Mercado
Inmobiliario cuya misión es realizar investigación y formar personal especializado en los
procesos de reestructuración urbana. El mercado inmobiliario es visto como el mecanismo
a través de cual operan en la práctica la mayoría de dichos procesos, lo que significa que un
proceso de sustitución de usos, o de incorporación de suelo urbano o de redesarrollo, de
alguna u otra manera involucra operaciones de mercado.

En el contexto de los trabajos de investigación del seminario surgió la necesidad de revisar
los planteamientos sobre las lógicas de localización de las actividades, haciendo una
particular reflexión para el caso de la Ciudad de México. Aunque existía un buen
conocimiento sobre el tema por parte de algunos miembros del seminario, había dos
deficiencias que subsanar, la primera era contar con una base teórica, sino común en el
sentido de que todos la aceptaran, sí compartida en el sentido de reconocer los
planteamientos, su alcance y significado; por el otro lado, era necesario reflexionar sobre
congruencia de muchos de los planteamientos teóricos con la realidad mexicana, ya que la
mayoría de ellos han sido construidos bajo circunstancias sociales e históricas distintas. En
este sentido se asumió una posición de revisión y contrastación que llevó a desechar
algunas proposiciones, a reinterpretar otras y a reconocer que algunas más aplican de
manera bastante consistente.

Así mientras el objetivo original de este trabajo era simplemente construir un referente
teórico y un lenguaje común para los miembros del seminario, durante el proceso fue
surgiendo la relevancia del tema, tanto por su contribución a la comprensión de la
estructura urbana en las ciudades mexicanas, como, derivada de ésta, por el soporte que
puede ofrecer a la planeación urbana lo que llevó a la publicación de esta obra.

Desde el punto de vista metodológico se utilizaron tres tipos de soportes: el propio
seminario en donde semanalmente se discutían lecturas relacionadas a la localización de las
actividades y las propuestas y borradores que los miembros del seminario iban presentando
para cada grupo de usos del suelo.

El segundo soporte fue la revisión bibliográfica en detalle y el análisis realizado por los
autores de cada uno de los grupos de actividades y que fue mucho más lejos de las lecturas
discutidas en el seminario. Aquí debe destacarse la ausencia de materiales para el caso
mexicano y aún para el latinoamericano, por lo que la reflexión sobre la pertinencia de los
planteamientos para el caso de la Ciudad de México y su congruencia con el contexto
socioeconómico fue una constante en todos los apartados.

Finalmente, el tercer soporte fue la validación empírica, que no fue exhaustiva ni existió un
diseño de contrastación propiamente dicho. En la medida que la identificación de las
lógicas de localización y la construcción de la tipología fueron de naturaleza
fundamentalmente deductiva, es decir, apoyada en formulaciones teóricas, el apoyo
empírico se obtuvo a través de la búsqueda de ejemplos para cada tipo, de la confirmación
de que no quedaran casos sin un referente tipológico y en general de un análisis de la
congruencia de la formulación con el caso de la Ciudad de México.




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Usos del Suelo y Territorio


Se tiene la certidumbre de que esta estrategia deductiva apoyada en la reflexión teórica
ofreció una aproximación mucho más sólida que una de naturaleza empírica e inductiva, en
la cual se hubiera supuesto la construcción de una tipología a partir de la clasificación de
casos. Esto por dos razones, en primer lugar por la dificultad y costo de caracterizar los
casos de una ciudad como México para después ser clasificados, en segundo lugar, porque
la caracterización de dichos casos hubiese requerido de cualquier manera la identificación
de las variables relevantes y esto supondría, de cualquier manera, un análisis de naturaleza
teórica. Hubiera sido imposible o al menos inconsistente la construcción de una tipología de
usos de acuerdo a sus lógicas de localización sin conocer previamente con detalle esas
lógicas de localización y las variables relevantes.

Por lo anterior este es un trabajo teórico que no incluye la descripción de la estructura
territorial de los usos del suelo en la Ciudad de México, aunque debe decirse que este
objetivo forma parte del Seminario sobre Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario
y que se tiene un avance significativo al respecto.

Cada uno de los principales tipos de uso del suelo, comercio, servicios, industria y
residencia, fue tratado por un grupo de académicos del seminario. Debe decirse que no
tuvieron total independencia, sino que se establecieron una serie de lineamientos de
interpretación y metodológicos que ofrecieran un mínimo de comparabilidad y congruencia
entre usos. No hubiera sido correcto dar libertad a los autores porque seguramente se
hubiese llegado a análisis muy desiguales y con fundamentos y lógicas diversas que no
hubiesen permitido una interpretación de conjunto para la ciudad. Los puntos a revisar, las
estrategias para al construcción de las tipologías, el manejo de criterios y hasta la estructura
de redacción de cada capítulo fueron análogos, no obstante, las propias especificidades
impuestas por cada grupo de uso del suelo llevó ciertas diferencias sobre todo en la
inclusión de subtemas y en su presentación, pero se cumple con una congruencia en la
construcción de cada tipología plenamente satisfactoria.

En todos los capítulos se ofrece un esquema similar. En la primera parte se trata la
definición y función de la actividad, en algunos casos como en servicios e industria, se
requirió de un tratamiento más profundo como consecuencias de la diversidad de los
primeros y de la transformación de la última a raíz de la etapa postfordista. La mayor parte
de los capítulos también incluyen una revisión breve de antecedentes en estudios de
localización del uso que se trata. Posteriormente aparecen los factores determinantes de la
localización, se trata de un apartado muy importante porque es la base teórica de la que se
obtienen las variables para la construcción de la tipología. Este apartado puede asumir
diferentes modalidades, mientras en comercio e industria hay una revisión de factor a
factor, en servicios, por su gran diversidad, se analizan los factores de acuerdo a los
subgrupos en que se pueden clasificar estas actividades, en cambio, para el uso del suelo
residencial el análisis se apoya fuertemente en la naturaleza de los procesos de producción
de las viviendas. Finalmente se presenta la lógica con que se construyeron las diferentes
tipologías así como un cuadro resumen de éstas.

Se trata de un trabajo que va dirigido a distintos grupos. En la medida de que el tema de los
usos del suelo se ha popularizado y se ha integrado a la discusión de no especialistas como
organizaciones no gubernamentales, vecinales, políticos, etc. se podría decir que puede ser


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Usos del Suelo y Territorio


de interés de todo público, pero como en realidad la obra surge como una necesidad de
conocer y comprender las mecánicas de decisión locacional de las actividades urbanas y se
argumenta que el conocimiento y compresión de éstas son necesarios para lograr una mayor
racionalidad de las decisiones, sobre todo de planeación, y porque los autores están en
contra de la trivialización que se ha hecho del tema, entonces está dirigidos cuatros grupos
principales:

A los planificadores urbanos que pueden encontrar un soporte para la comprensión de las
lógicas y necesidades de localización de las actividades, lo que sería conveniente incorporar
en las zonificaciones. También pueden obtener elementos para construir definiciones de
usos más adecuadas para la planificación territorial. Hasta ahora se clasifican industrias,
servicio y comercios, habitación, áreas verdes como si tuvieran requerimientos de
localización independientes entre ellos y comunes hacia su interior, cuando estos dos
presupuestos son falsos, muchas veces diferentes usos comparten las mismas lógicas y
necesidades territoriales, y al mismo tiempo, para cada uso hay diversos tipos de
actividades con exigencias particulares. De lo anterior se deduce que deberían clasificarse
las actividades no de acuerdo a su definición sectorial, como actualmente se hace, sino por
su significado en la estructura urbana territorial y por sus requerimientos locacionales.

En un sentido muy semejante al anterior esta obra puede ser útil también para los
funcionarios públicos relacionados con la toma de decisiones sobre aspectos urbanos, el
estímulo a actividades o cuestiones de impacto urbano. También como para el caso de los
planificadores el estudio no juega un papel de recetario o un manual de “hágalo usted
mismo”, sino que está enfocada a la comprensión e interpretación del fenómeno locacional
de las actividades para que sea una herramienta de reflexión y decisión.

También puede ser de gran utilidad para los estudiantes de urbanismo, arquitectura,
geografía, interesados sobre temas urbanos. La escasa producción y publicación de temas
urbanos en México ha sido resultado, casi en su totalidad, de los hallazgos de
investigaciones académicas, lo cual contribuye a la comprensión de los fenómenos en
México pero casi siempre se caracterizan por su especialización y por su acotamiento. Son
muy pocas las obras generales y de naturaleza teórica sobre aspectos urbanos en México,
por lo que los estudiantes tienen que recurrir a textos concebidos en realidades distintas y a
menudo distantes.

La obra no está pensada para especialistas e investigadores en temas urbanos para los que
podría resultar de naturaleza general como consecuencia de su especialización en ciertos
temas, sin embargo, puede ser un referente para ciertas soluciones prácticas en la
investigación, como de hecho lo fue para el equipo que la elaboró: el objetivo primario que
no primordial, era construir una tipología de usos del suelo que sirviera de base al estudio
de los procesos de reestructuración urbana en la Ciudad de México.

Como se afirmó antes, este trabajo se desarrollo en el seno del Seminario sobre
Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario que ha contado con apoyo y
financiamiento de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico. El seminario
está vinculado tanto al Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de
Arquitectura como al Programa de Posgrado en Urbanismo de la Universidad Nacional


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Usos del Suelo y Territorio


Autónoma de México. En dicho seminario participan académicos del propio CIEP, del
Instituto de Geografía, de la facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de
Morelos, estudiantes del Programa de Posgrado en Urbanismo y estudiantes del Colegio de
Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras estos últimos de la UNAM.




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Usos del Suelo y Territorio




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                                                                                     Ignacio Kunz B.1




Introducción


El comercio es una actividad muy dinámica afectada por múltiples factores, no sólo de
carácter económico sino sociocultural. Así el comercio se ve obligado a responder
rápidamente a los cambios en las preferencias y en la localización de los consumidores,
también requiere adaptarse a la gran diversidad de la demanda por un lado, y de los
productos, por el otro; todo lo cual se realiza a través de una gran variedad de estrategias de
venta y de promoción, dando como resultado esquemas comerciales muy complejos.

A lo largo de la historia la actividad comercial se ha ido diversificando, dando lugar a
múltiples formas de organización y de presentación. Una de las distinciones más
reconocidas se da entre las formas tradicionales y modernas de comercio, se trata de un
dualismo comercial producto de “la supervivencia del comercio tradicional autóctono y la
irrupción de espúreas formas capitalistas de distribución dependientes del exterior. Cada
tipo cumple con funciones diferentes, tienen estructuras distintas y sirven a consumidores y
territorios determinados” (Moreno y Escolano 1992: 171).

Se debe reconocer este primer componente de diversidad entre el comercio tradicional y el
moderno, sin embargo, las formas de penetración y organización de éste último, están
teniendo una fuerte presencia y arraigo y están muy lejos de ser espúreas y de distinguirse


1
 Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de Arquitectura de la
UNAM.
Con la colaboración del Arq. Carlos Ayala de la Universidad de San Carlos, Guatemala y de la Lic. Beatriz
López Figueroa.


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Usos del Suelo y Territorio


del comercio tradicional como lo sugiere Moreno y Escolano, al contrario, se forma una
compleja articulación y sobre posición entre ambos, la cual es muy difícil de discernir.

Además, a este primer dualismo se deben agregar otros como el que se da entre el comercio
formal y el informal, cada vez más significativo en las sociedades latinoamericanas y en
particular en México; se tienen también la diferencias en el comercio por niveles
socioeconómico; la tradicional distinción por localización central y periférica; la diferencia
entre aglomeraciones comerciales planeadas y no planeadas; la distinción entre comercio
para todo público y el comercio especializado sólo para sectores específicos de demanda;
las diferencias entre productos por los niveles de frecuencia en el consumo; se tiene en
conclusión una larga lista de factores de diferenciación de la actividad comercial, que
además, pueden tomar muy diversos matices de acuerdo al momento y la sociedad de que
se trate, y se pueden combinar de diferentes maneras, resultado estructuras comerciales
muy complejas y diversificadas, por lo que, hoy por hoy, no se cuenta con clasificaciones y
tipologías definitivas de la actividad comercial, y quizá nunca se tendrán.

Se han realizado muchos intentos para construir clasificaciones de lugares comerciales,
muchos de ellos se han apoyado en la fecunda Teoría de los Lugares Centrales (infra), pero
indudablemente se pecó por optimismo cuando se trataron de explicar las configuraciones
territoriales del comercio, en particular a nivel intraurbano. Parece que se requiere de
construcciones a nivel local (Carter 1995: 63), que consideren, por un lado, la realidad
sociocultural y económica de la sociedad a la que se aplican y, por el otro, la lógica de los
factores de localización a escala intraurbana.

En este capítulo se pretende elaborar una tipología de la actividad comercial para la Ciudad
de México apoyada en criterios de comportamiento locacional. Este trabajo se refiere
principalmente a la actividad al detalle por su importancia en la estructura interna de la
ciudad, sin embrago, en la tipología se da cabida al comercio al mayoreo, reconociendo que
su comportamiento en el territorio tiene una lógica particular.

En el apartado que sigue a esta introducción se definirá el concepto y el papel de la
actividad comercial en la ciudad; en el tercero se revisarán los antecedentes del estudio de
sobre localización comercial y algunas tipologías propuestas; en el cuarto y quinto apartado
se revisarán con cierto detalle los conceptos de jerarquía y de área de influencia por su
importancia para la construcción de una tipología sobre usos del suelo comerciales; en el
sexto subcapítulo se analizan con detenimiento los factores determinantes de la localización
comercial, con el objeto de reconocer los principales componentes de la diferenciación por
tipos; en el séptimo apartado se hace una reflexión sobre la especificidad de algunos
factores en el contexto de la Ciudad de México; finalmente se presenta la tipología de
actividades comerciales para la Ciudad de México y se ofrecen conclusiones generales.


Definición y función del comercio

El comercio es producto de la división entre producción y consumo, se trata de la actividad
que los pone en contacto, también denominada distribución, así las “ofertas de los
productores se ponen en contacto con las demandas de los consumidores” (Berry 1971: 1).

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Para Moreno y Escolano la “función de distribución se compone del conjunto de
operaciones cuya misión es asegurar la circulación de bienes y servicios2 entre la
producción y el consumo” (1998: 101). De Juan Vigaray agrega a lo anterior que se pone el
producto a disposición del consumidor “en la cantidad demandada, en el momento que lo
necesita y en el lugar donde desea adquirirlo, creando así para el consumidor utilidad de
tiempo, lugar y posesión... (1998: 16).

La definición de la actividad comercial lleva implícita una función de naturaleza territorial
que consiste, de una u otra forma, en superar la distancia entre la localización de los
productores y la de los consumidores. De aquí se desprenden varias fases, el intercambio o
compra de productos a los productores, su traslado a los mercados que puede implicar
varios intercambios y movimientos, y el intercambio final en el cual, en un mercado se
ofrecen los bienes a los consumidores finales.

De esta manera la función de distribución agrega valor al producto a través de las
“utilidades del comercio” que para Moreno y Escolano (1992: 102 y 103) son:

Utilidad del lugar: poner los productos en el lugar óptimo para el consumidor.

Utilidad de tiempo: ofrecer los productos en el momento adecuado.

Utilidad de forma: presentar los productos en la condición idónea para el consumo
(preparación, envasado, etiquetado, armado) que no suelen alterar la naturaleza de la
mercancía.

Utilidad de posesión: traspasar los productos entre diversos agentes hasta llegar al
consumidor.

A las utilidades anteriores podría añadirse otra, que si bien no siempre está presente, si es
común y representa un atractivo para el demandante:

Utilidad de creación de surtido: ofrecer diversidad de productos para que el consumidor
tenga mayores posibilidades de elección.

Este trabajo se orienta principalmente al análisis de la localización de los mercados de
intercambio final, que son por mucho, los más importantes desde el punto de vista
cuantitativo así como por su papel en la estructura de la ciudad. Pero también se consideran
los mercados intermedios o mayoristas cuando existan territorialmente, es decir, como
localizaciones en donde se realizan intercambios entre productores e intermediarios o
simplemente entre intermediarios. A partir del análisis anterior se propone una tipología de
comercios para la Ciudad de México de acuerdo a las lógicas de localización.




2
  En este trabajo limitaremos la idea de comercio a la distribución de bienes, por lo que el intercambio y
distribución de intangibles, realizados por otras actividades de servicios, serán analizadas en el capítulo
respectivo.


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Usos del Suelo y Territorio


Antecedentes

Los estudios sobre localización de las actividades comerciales y de servicios se remontan al
menos al siglo XIX, entonces los planteamientos eran de carácter regional, es decir, se
buscaba explicar la distribución territorial de los asentamientos como centros prestadores
de servicios. Los antecedentes más remoto son los de León Lalanne (1863), Galpin (1915),
Kolb (1923), Kolb y Polson (1933), Christaller (1933), Lösch (1939), Kolb y Brunner
(1946) (Berry, 1971: 76; Beavon, 1981: 45). Los trabajos de Christaller y Lösch
sobresaldrían entre todos ellos por su resonancia en la agenda de investigación hasta los
años 80s.

A nivel intraurbano los análisis fueron más tardíos y sobresale en 1929 el estudio de Rolph
sobre Baltimore en el que ya se proponen cinco tipos de zonas comerciales: zona central,
subcentros minoristas, calles de ordenación lineal, grupos vecinales de servicios y empresas
no concentradas. Proudfoot en 1937 convalida los resultados de Rolph con el análisis de 9
ciudades americanas y más tarde los trabajos de Canoyer (1946) y Ratcliff (1949)
confirmarían la distinción entre las zonas comerciales aglomeradas y las de ordenación
lineal o en banda, además de que al igual que Rolph reconocen implícitamente un arreglo
jerárquico (Beavon 1981: 36).

No obstante, a nivel intraurbano hay dos autores que sobresalen por sus planteamientos e
influencia Berry que entre 1958 y 1967 realizó varios estudios apoyado principalmente en
la Teoría de los Lugares Centrales de Christaller y propuso la Teoría de las Actividades
Terciarias, y K. Beavon, que después de revisar a Christaller y Lösch producirían varios
trabajos en la primera mitad de la década de los 70s y a la postre ofrecería un teoría
alternativa para explicar la estructura de la actividad terciaria en la ciudad (Beavon 1981).

El trabajo de Walter Christaller (1933) tiene como objetivo explicar el número, tamaño y
distribución de los centros de servicios o lugares centrales. Partiendo del supuesto de
sistema de transporte uniforme propone un modelo en que se garantiza la minimización de
la distancia entre los consumidores y los lugares centrales.

Se trata de un modelo jerárquico en el que, en un extremo, se tienen los lugares centrales de
orden inferior y de corto alcance (región complementaria limitada), esto es, ofrecen bienes
y servicios básicos y de consumo frecuente para los que se esta dispuesto a recorrer sólo
pequeñas distancias, mientras que en el otro extremo, se tienen los lugares centrales de
orden superior y de gran alcance (región complementaria amplia), que ofrecen bienes y
servicios especializados y la población está dispuesta a recorrer mayores distancias e
invertir más tiempo para obtenerlos.

El límite inferior o umbral de alcance de las mercancías, es decir, el área mínima de
mercado necesaria para que su oferta sea viable, es la clave para explicar la distancia entre
los centros y por tanto, su número. Así los lugares centrales de orden inferior con áreas
mínimas de mercado pequeñas y menor alcance (región complementaria) tendrán que estar
más cercanos unos de otros, por lo que habrá más en un territorio determinado, mientras los
de orden superior, al ofrecer bienes y servicios más especializados requieren de un área


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Usos del Suelo y Territorio


mínima de mercado mayor, y por tanto, tienden a servir superficies mayores y están más
separados. Entre estos dos extremos pueden identificarse lugares centrales de diversos
órdenes dando lugar a una jerarquía escalonada.

El planteamiento anterior del modelo está regulado por un principio de mercado, en el cual,
se asegura la minimización de las distancia entre consumidores y los diversos niveles de
lugares centrales; Christaller propuso dos variantes al modelo denominadas principio de
transporte y principio administrativo, que aseguran respectivamente: que las vías de
comunicación conecten a los lugares centrales de mayor jerarquía y que las regiones
complementarias de un nivel jerárquico dado incluya íntegramente a las regiones
complementarias de los niveles inferiores.

Las distintas variantes propuestas por Christaller sugieren tres factores determinantes de la
localización comercial: el acceso al mercado, las facilidades de transporte, y los
determinantes administrativos, o más ampliamente, los mercados cautivos que son aquellos
que tienen que acudir a un lugar central determinado y no tienen posibilidad de una
selección diferente.

Además el mismo Christaller, reconocía que el alcance de las mercancías estaba
determinado por muchos factores interdependientes agregando a los anteriores, entre otros,
la distribución de los ingresos, las diferentes concentraciones de población y la
subjetividad, de lo que deduce que cada mercancía o cada servicio tiene un alcance espacial
propio y que podía variar según la dirección desde el lugar central por lo que las formas de
las áreas complementarias o de influencia son irregulares (Beavon 1981: 48).

Quizá la nacionalidad alemana de Christaller y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial
no favorecieron su revisión, ya que las respuestas a su propuesta llegarían muy tardíamente.
De hecho, uno de los desarrollos más importantes y relativamente oportuno, fue el del
también alemán August Lösch (Die Räunmliche Ordnung Wirtschaft, 1939 –citado en
Beavon 1981: 13) que probablemente por las mismas razones se publicó en inglés 15 años
después (Economics of Location 1954). En este trabajo se propone un modelo de lugares
centrales, también jerárquico, pero continuo, que parece responder mejor a la realidad pero
que, al mismo tiempo, resultó mucho más complejo.

A pesar de que parecía un modelo con mayor capacidad de explicación y de que contenía
las ideas clave para comprender la localización de las actividades terciarias intraurbanas,
fue ignorado, entre otros por Berry y Garrison, al trasladar en 1958 la teoría de los Lugares
Centrales de Christaller a escala intraurbana y proponer la teoría de las Actividades
Terciarias, insistiendo en una jerarquía escalonada (Beavon 1981: 13).

Los modelos de Christaller y Lösch contienen muchos puntos de contacto, en primer lugar
la idea de que los hexágonos representaban la forma óptima –en términos de competencia y
equilibrio- de las zonas complementarias o áreas de mercado para la distribución servicios
y mercancías, bajo el supuesto de cierta homogeneidad de la demanda y de las facilidades
de transporte. En cambio la forma de construcción de los sistemas de lugares centrales
difería, mientras el modelo de Christaller determina una serie de niveles jerárquicos
originados en ciertos grupos de bienes y servicios de cierto alcance, el modelo de Lösch


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Usos del Suelo y Territorio


parte de la sobreposición de múltiples redes con un centro en común y luego las rota para
buscar el máximo de coincidencias de lo que resulta un continuo de centros de menor a
mayor jerarquía y una división del área de la región complementaria entre 6 sectores
“urbanamente ricos” y 6 sectores “urbanamente pobres”.

En interpretación de Beavon la “riqueza” o ”pobreza de los sectores de Lösch se refiere al
número de coincidencias de los centros, así un área urbanamente rica será aquella que esté
servida por más centros que a su vez, son coincidencias de centros producto de la rotación
(Beavon 1981: 151) lo cual parece muy razonable en función de la capacidad de
sostenimiento de la demanda en zonas ricas o pobres.

En conclusión, a pesar de la relativamente poca atención que ha recibido el modelo de
Lösch con relación al de Christaller –quizá por su mayor complejidad-, parece aceptarse la
idea de que el primero se aproxima más a la realidad al producir un sistema jerárquico
continuo, con centros cuya importancia es resultado de complejas combinaciones de otros
centros (léase actividades) por lo que no resultan equivalentes. Como se verá más adelante
en el análisis de las jerarquías intraurbanas actuales para la Ciudad de México este
planteamiento resultará muy útil. De hecho Stolper (1955), Dacey (1956), Yeates y Garner
(1971) y Parr (1973) coinciden en que el modelo de Lösch debería ampliarse a nivel
intrametropolitano (Beavon 1981: 19).

En una línea de pensamiento más práctica se debe resaltar el trabajo de Nelson (1958
citado por Berry 1971: 169-171;) que analiza los efectos de la localización sobre la
actividad comercial, la selección de localizaciones, las técnicas de valoración de cifras
comerciales, la jerarquía de centros comerciales –vecinal, local y regional, y las nuevas
tendencias de los estudios económicos de localización. Pero quizá una de las aportaciones
más importantes es el reconocimiento de dos tipos de mercancías, la de uso cotidiano y las
de uso anómalo, cuyas empresas de venta tienen lógicas distintas en la escala de operación
y en las tendencias de localización, por lo general, las primeras sirven en pequeños
establecimientos que tienden a los clientes, mientras que la otras dependerán de la atracción
que generen empresas mayores (Beavon 1981: 163-167).

Otros de los grandes antecedentes de estudios de la localización de las actividades
comerciales y de servicios es la Teoría de las Actividades Terciarias de Berry y Garrison
que entre 1957 y 1967 publicaron varios trabajos sobre la revisión y ampliación de la
Teoría de los Lugares Centrales de Christaller, que afirman, es más aplicable al nivel
intraurbano que al interurbano, para la que se concibió originalmente. Además, reconocen
dos componentes en la teoría, el estructural, relacionado con la jerarquía escalonada, y el
funcional, relacionado con las áreas complementarias hexagonales. La nueva Teoría sobre
las Actividades terciarias coincidía con los planteamientos de Christaller en el componente
estructural, es decir, la jerarquía escalonada, la cual, durante mucho tiempo fue la única
aceptada en la explicación del comercio al interior de la ciudad. Sin embargo, posteriores
estudios del comportamiento de los consumidores han puesto en duda los aspectos
funcionales propuestos por Berry y Garrison (ibid.: 20-21).

Hay dos aportes que debemos reconocer a Berry, por un lado, advirtió las variaciones de
tamaño y función de los diferentes distritos comerciales, así como los fuertes vínculos entre


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el ingreso del área y la cantidad y tipo de comercios, lo que de una u otra forma aproxima a
la complejidad del fenómeno (Simmons 1994: 5).

Por el otro lado, propone tres formas de presentación del comercio: la distribución
jerárquica de centros, ordenación lineal en autopistas y avenidas y las áreas con funciones
especializadas. (Berry 1962 citado por Carter 1995: p. 67). A su vez, los centros se
clasifican en 4 niveles: los que ofrecen bienes de uso frecuente y se encuentran a la vuelta
de la esquina; los centros vecinales o de barrio; los centros comerciales locales y los
centros comerciales regionales.

En los siguientes años aparecieron una serie de cuestionamientos sobre la racionalidad de
las decisiones de los consumidores, sobre todo en el sentido de que estos irían siempre al
centro comercial más cercano para minimizar los costos, como estaba implícito en la Teoría
de los Lugares Centrales.

A finales de los 60s, tres autores sobresalen entre los que proponen que los consumidores
no siempre acuden a comercio más cercano: Clark, Johnson y Rushton. Se comprobó que
los consumidores pueden asistir a un centro más lejano por iguales mercancías (Clark 1968
citado por Beavon 1981: 42-43). Dos años más tarde Clark y Rushton afirmaron que los
consumidores comparan las ventajas del tamaño del centro con las desventajas de la
distancia que es necesario recorrer, con lo que se acercan a los planteamientos de los
modelos gravitacionales y los de probabilidad (Beavon 1981: 43).

Rushton en 1971 intento una revisión de la Teoría de las Actividades Terciarias basada en
normas de conducta, utilizando funciones de preferencia espacial. Este enfoque funcional
produjo un sistema de lugares centrales que difería del sistema clásico de Christaller y,
consecuentemente, de la Teoría de las Actividades Terciarias, en un punto importante: las
actividades de los centros se presentaban en tandas de composición variable para centros a
un mismo nivel de jerarquía. En consecuencia, se sugirió que debería abandonarse el
concepto de una clase de centros perteneciente a uno de los niveles de las categorías
escalonadas de la jerarquías. Sin embrago, no se intentó revisar el componente estructural
de la Teorías de las Actividades Terciarias de manera acorde (Beavon 1981: 43).

Como se verá más adelante, el planteamiento de Rushton es clave para entender muchas de
las inconsistencias de la idea de la jerarquía urbana y para plantear una solución mucho más
allá del continuo, quizá deba tener presente la idea derivada de los trabajos de Lösch de que
los centros formados por la sobreposición de otros centros no son comparables entre sí por
ser producto de distintas combinaciones de centros, o en otras palabras, de distintas
combinaciones de tandas de actividades que pueden generar no sólo mayor o menor
atracción sobre los consumidores, sino diversas modalidades de atracción.

En la sociedad actual, el consumidor forma preferencias sobre los establecimientos
dependiendo de servicios complementarios y comodidades -y de acuerdo a lo antes
planteado también de la particular combinación de bienes y servicios ofrecidos- que le
suponen mayor comodidad y disfrute a la hora de realizar sus compras (De Juan Vigaray
1998: 15).



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Hacia finales de los años 70s Keith Beavon publicó una serie de trabajos que replantarían la
idea de la lógica espacial de las actividades comerciales y de servicios en la ciudades.
Después de un minuciosa revisión de los trabajos de Christaller, Lösch y de Berry y
Garrison, y animado por el cúmulo de inconsistencias derivadas de la idea de una jerarquía
escalonada al interior de la ciudad, trabajó el desarrollo de una teoría alternativa –
fuertemente arraigada en los planteamientos de August Lösch- para apoyar la idea de una
jerarquía continua de lugares centrales a nivel intrametropiltano

Beavon descarta la idea de que los lugares centrales de un determinado orden contengan las
actividades de orden inferior, con lo que establece la posibilidad de combinaciones distintas
de actividades, que si bien, en conjunto dan lugar a una mayor o menor jerarquía, pueden
ser de naturaleza única como resultado de la particular combinación.

Propone una medida geotaxonómica de la semejanza como técnica para determinar la
jerarquía a partir de datos de la composición interna de los lugares centrales (Beavon 1981:
105).

En los últimos 20 años la preocupación por los modelos generales de localización
comercial han sido sustituidos por una gran cantidad de análisis en dos grandes vertientes:
en la primera, las investigaciones están encaminadas a la construcción de modelos más
formales –a veces con un fuerte componente matemático-, que buscan explicar aspectos
como la formación de preferencias por parte de los consumidores y la definición de áreas
de atracción, que incluso, han dado lugar a revistas especializadas como: International
Journal of Retailing, Applied Marketing Research, Journal of Marketing Research,
Marketing Research, Internacional Journal of Research in Marketing y muchas más revistas
especializadas y libros, dentro de este grupo pueden identificarse estudios de interés
práctico (Wrigley, N. 1988); en la segunda vertiente se tienen trabajos más cualitativos que
pueden ir desde las revisiones más amplias y generales sobre la actividad comercial en las
ciudades de la actualidad, como el trabajo de Moreno y Escolano (1995), hasta los que
hacen énfasis en algún aspecto como las diferencias en las lógicas comerciales entre países
con distintos niveles de desarrollo y distinta cultura (Findlay, A.M. et. al. 1990); los
cambios recientes en las estrategias comerciales (Laulajainen, R. 1987; Cásares, L., et. al.
1987).; o el papel de la cuestión cultural en las lógicas comerciales (De Juan Vigaray,
1998).

En términos de tipologías hay tres modalidades significativas el ya citado de B. Berry, la
tipología de la Commission des Activités Commerciales (Francia) y la clasificación de la
OCDE.

Brian Berry (1971: 59-69) propone cuatro grandes divisiones:

Una jerarquía de centros comerciales en donde se ubican actividades diversas desde
comercios de artículos varios hasta los grandes almacenes de departamentos. Son
aglomeraciones de comercios porque los consumidores tienden a visitar varios de ellos en
el mismo viaje. Van desde el centro de la ciudad (central business district) que ofrece los
bienes más especializados a toda la metrópoli, le siguen los centros regionales que sirven a
amplios sectores de la ciudad, luego los centros locales o comunales (community centers),


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los centros vecinales (neigborhood centers)d y los de conveniencia, que ofrecen los bienes
más comunes y se ubican a la vuelta de la esquina.

Colonias comerciales orientadas hacia carreteras. Satisfacen las demandas derivadas del
tráfico de carreteras y están formadas por estaciones de servicio, restaurantes y hoteles.

Sectores comerciales de las arterias urbanas. Son actividades que requieren de centralidad
pero por sus necesidades de espacio y los patrones de compra por parte de los
consumidores, en el sentido de que son viajes especiales para adquirir un determinado bien,
les resulta más conveniente ubicarse en las arterias urbanas. Aquí se encuentran las
mueblerías, electrodomésticos y talleres de reparación de automóviles.

Áreas funcionales especializadas. Se caracterizan por la presencia de varios tipos de
establecimientos relacionados entre sí y buscan la accesibilidad hacia cierto mercado de la
ciudad. Por ejemplo, zonas especializadas en servicios médicos y al comercio de
automóviles.

 Beavon (1981: 41) cita una serie de estudios que al analizar las estructura comercial de
ciudades fuera de Estados Unidos encontraron diferencias respecto a los planteamientos de
Berry, por ejemplo, por la forma de organización del comercio no central, más lineal en
Nueva Zelandia y en Sudáfrica que aglomerada como en Estados Unidos. Pero también
reconoce algunas coincidencias con las jerarquías propuestas con la Teoría de las
Actividades Terciarias.

Monnet (1990: p. 44) cita la clasificación de la Commission des Activités Commerciales
que se apoya en la naturaleza del artículo vendido:

1. Equipamiento de persona: vestido, calzado y accesorios.

2. Equipamiento de la casa: mobiliario, decoración y acondicionamiento de la casa.

3. Equipamiento de la profesión: para los equipos técnicos y materiales útiles para el
   ejercicio de un oficio.

4. Alimentación: tiendas de productos alimenticios.

Monnet propone la anterior clasificación para el análisis de las calles del centro, para lo
cual puede resultar más o menos justificable, pero se trata de una tipología muy general y
con un mínimo grado de articulación con las lógicas de localización en el interior de la
ciudad, es decir, no existe un patrón de localización para cada uno de estos tipos de
comercio.

Finalmente se menciona la clasificación de la OCDE que, a diferencia de las dos anteriores,
se apoya en los tipos de establecimiento comercial (Moreno y Escolano 1992: 120-130).

1. Autoservico: establecimiento minorista entre 40 y 120 m2. Si tiene entre 120 y 400 m2
   se considera “Superservicio”.



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2. Supermercado: también es un autoservicio que va de los 400 a los 2,500 m2.

3. Duty Free Shop: básicamente ofrecen productos de lujo –de importación- y se
   caracterizan por estar libre de impuestos.

4. Cash & Carry: establecimiento de comercio al por mayor o detallista –o para clientes
   institucionales- en régimen de autoservicio.

5. Hipermercado: tienen una superficie mayor a 2,500 m2, generalmente se ubica en la
   periferia de los grandes núcleos de población con facilidades de acceso y amplio
   espacio de estacionamiento al aire libre, de una sola planta, funcional y sin lujos que
   frecuentemente asocia una galería de comercios independientes.

6. Gran almacén: edificio de varias plantas con construcción superior a los 10,000 m2, con
   estacionamiento, muchas veces en sótanos, ninguna sección o departamento supone más
   del 50% del total de venta (tienda de departamentos).

7. Almacén Popular: venta minorista de productos de consumo habitual, de alimentación,
   limpieza y aseo personal, regalos, vestido y hogar. Son surtidos limitados en gama y
   precios, en un local de 3,000 a 4,000 m2. Generalmente tienen supermercado de
   alimentos y no disponen de estacionamiento.

8. Centro comercial: conjunto de establecimientos minoristas integrados en un edificio. Se
   subdividen:

   A. Centros temáticos especializados: cuando la mayoría de las tiendas tienen la misma
      dedicación.

   B. Centros de barrio: atienden a una clientela próxima.

   C. Centros urbanos y regionales: para servir a la población de una ciudad entera y a su
      área de influencia.

Los centros comerciales pueden ser resultado de una concentración espontánea de
comercios en el tejido urbano o bien, son aglomeraciones de comercios independientes
ubicados en una unidad espacial (inmueble) con administración                   centralizada.
Generalmente ubican uno o varios almacenes que sirven de motor de atracción para el
conjunto de establecimientos, se pone gran atención al diseño, al confort y a la imagen.

Los mismos autores plantean otra clasificación por las formas de asociación del comercio
(ibid., :132-134) que sin embargo, se aleja mucho de los propósitos del presente trabajo.

De las anteriores tipologías, sólo de la Berry se aproxima al planteamiento que aquí se
persigue que es el reconocimiento de los diferentes tipos de localización comercial. La
clasificación de la Commission des Activités Commerciales es demasiado genérica y sus
tipos independientes de la lógica espacial. Finalmente, la tipología propuesta por la OCDE
resulta sobre todo inconsistente, pues parece apoyarse en diversos criterio de clasificación
la mayoría de los casos por el tipo y tamaño del inmueble que ocupa, pero otros, el criterio


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parece ser el tipo de productos o el área a la cual sirve. De cualquier manera tampoco
resulta útil como punto de partida de la tipología que se va a construir aquí, aunque sí para
ilustrar algunos criterios.

La propuesta de Berry tiene tres limitaciones para su traslado a la interpretación de caso de
la Ciudad de México, en primer lugar, su antigüedad, se trata de una clasificación de fines
de los cincuenta y principios de los sesenta, cuando muchas de las estrategias comerciales y
de los soportes tecnológicos con que se cuenta ahora eran inimaginables, aspecto que limita
la capacidad de explicación de este planteamiento, incluso para la sociedad norteamericana
del presente; en segundo lugar se tiene el contexto social, cultural y económico en el que
fue elaborada, es decir, en una sociedad con cultura y con capacidad de consumo, con un
extendido uso del automóvil que ha condicionado fuertemente la naturaleza del acceso al
comercio, y en donde el sector moderno y formal representa la norma en lo que a formas
comerciales se refiere; y finalmente, las insuficiencias del trabajo, algunas de las cuales han
sido expuestas por otros autores.

En este contexto de ideas, se propone como alternativa metodológica para construir una
tipología de comercio según sus lógicas de localización para la Ciudad de México, en
primer lugar, retomar las críticas de Beavon a los trabajos de Christaller y de Berry en el
sentido del componente estructural; posteriormente, analizar los avances que se han logrado
en el componente funcional, y finalmente reconocer la especificidad del caso mexicano -
diferencias socioeconómicas, cultura y la “dualidad” comercial (infra)- para cada uno de los
factores determinantes de la localización como clave de la reinterpretación teórica para la
construcción de la tipología.

El componente estructural de la localización comercial intraurbana.
El componente estructural se refiere al arreglo jerárquico del sistema de lugares centrales o
de centros comerciales de una región o ciudad. Dicha jerarquía no necesariamente significa
la formación de niveles o escalones, puede darse también en forma de continuo. En este
apartado se hará una reflexión del componente en el ámbito intraurbano, aunque algunas de
las conclusiones, por su propia naturaleza teórica, pueden alcanzar el ámbito regional.

El componente estructural del sistema comercial estaba implícito en la Teoría de los
Lugares Centrales. Beavon reconoce una doble regularidad: vertical y horizontal. La
primera estaría relacionada con la composición interna y el papel específico de cada lugar
central, mientras que la segunda, se manifiesta en términos de la distancia entre lugares de
órdenes distintos, así como en la localización relativa de los mismos (1981: 75 y 77).
Ambas regularidades son de naturaleza estructural, no obstante, la vertical es la más
significativa y discutida en el desarrollo teórico ya que se relaciona con la ordenación
jerárquica de los centros.

Para entender el origen de la jerarquía se debe partir de las diferencias en el alcance de los
bienes y servicios. En el extremo inferior se tienen los bienes y servicios básicos, en el
sentido de ser una necesidad permanente, estos son requeridos por toda la población de una
manera frecuente; en cambio, en el extremo superior, se encuentran los bienes y servicios



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Usos del Suelo y Territorio


más especializados, que son demandados sólo eventualmente por ciertos sectores de la
población.

Los bienes y servicios de orden inferior satisfacen más fácilmente - en el sentido territorial-
sus exigencias mínimas de mercado o “umbral”, es decir, en una extensión limitada
obtienen la demanda suficiente para ser una oferta viable; en cambio, los bienes y servicios
de orden superior, al tener un mercado de consumidores más estrecho requieren de un
umbral o área mínima de mercado muy amplia, para poder captar a los consumidores
suficientes para que la oferta sea viable. Entre estos dos extremos se encontrarán distintos
niveles de centros dependiendo de la naturaleza de los bienes y servicios ofrecidos y del
umbral mínimo de estos. Los de orden inferior, en la parte baja de la jerarquía, estarán más
cercanos unos de otros, y conforme aumente el nivel jerárquico aumentará la distancia entre
los centros. Los principios anteriores dan lugar a un sistema espacial de orden jerárquico
que ha sido un paradigma en el desarrollo de la teoría sobre la localización de las
actividades terciarias.

Hasta los años 60s, a pesar de la obra de Lösch, parecía predominar la idea -Christaller y
Berry y Garrison- de que había grupos de actividades y bienes que mostraban una cierta
coincidencia en sus umbrales, lo que daba lugar a una jerarquía escalonada; es hasta los
setentas que autores como Beavon se inclinaron por la idea de un continuo, lo que hoy en
día parece imponerse, sobretodo en el ámbito intraurbano.

Desde la década de los 50s, en el seno de la “revolución cuantitativa” las ideas de
Christaller fueron adoptadas con tal clamor, que se “demarcaban jerarquías incluso por
quienes afirmaban que sus datos evidenciaban continuos. Fue simplemente un caso de
reconocer el único hallazgo que tenía una justificación teórica” (Beavon 1981: 104-105).
Poco después, Dacey (1962) en un estudio del suroeste de Wisconsin reconoció una
jerarquía poco definida y que no respondía a la formulación de la Teoría de los Lugares
Centrales (citado por Carter 1995: 62). Varias décadas tuvieron que pasar para que se
aceptara ampliamente la idea de que las jerarquías estaban lejos del esquema
Christalleriano en el sentido de su escalonamiento y regularidad; como afirman Moreno y
Escolano “a determinadas escalas, las jerarquías comerciales aparecen tan distorsionadas
que son inservibles como conceptos explicativos, y ayudan mucho más otras reglas y
enfoques exploratorios de la percepción y del comportamiento” (1992: 105). Hoy en día,
casi todos los estudiosos del tema reconocen perturbaciones a los principios que
sustentaban el arreglo jerárquico espacial, y por tanto, se ha puesto en duda la vigencia, no
solo del escalonamiento, sino incluso de la idea de la jerarquía3.

El cuestionamiento a la jerarquía representa un avance en el desarrollo teórico, pero al
mismo tiempo, se enfrenta a una enorme complejidad, respecto a la cual no se tienen aún
soluciones definitivas. Indudablemente debe redefinirse la idea de que la jerarquía es una
función del alcance y frecuencia de los bienes y servicios y agregar a éstos una larga lista


3
  Incluso B. Berry reconoce que la idea de jerarquía escalonada de Christaller se “viene abajo” en las regiones
metropolitanas con bajas concentraciones en las que se pierde el límite entre los urbano y lo rural, y en donde
el aumento de la movilidad y de la renta han eliminado el papel de la distancia favoreciendo la especialización
de los centros comerciales (Berry 1971: 164-165).


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de factores determinantes del arreglo estructural de los centros y aglomeraciones
comerciales.

Se reconocen muchas causas de perturbación de las jerarquías, la primera es que no toda la
oferta de bienes y servicios basa su lógica de localización en patrones de frecuencia y
alcance desde las zonas de residencia, es decir, en áreas de mercado, que son la base de los
patrones de ordenación jerárquica; en segundo lugar, existen actividades que aprovechan el
tránsito de la demanda potencial orientándose a las carreteras, grandes avenidas o en
general, a los corredores urbanos de circulación, lo cual no tiene relación con el arreglo por
áreas de mercado y jerarquía; en tercer lugar, hay comercios que se localizan por
complementariedad aprovechándose de la atracción generada por terceros, en este caso,
cuando estos terceros son actividades comerciales que se localizan por áreas de mercado,
las actividades que se adhieren formarán parte de la aglomeración y de la lógica de
mercado y jerarquía, pero cuando la actividad que genera la atracción es independiente de
esa lógica también lo será el comercio por complementariedad; y finalmente, el comercio
especializado puede generar, por su propia naturaleza, áreas de mercado particulares y
lejanas a la organización jerárquica, aunque otras veces, pueden insertarse y beneficiarse de
los flujos originados por ésta.

Las variaciones de ingresos a lo largo de la ciudad también contribuyen a la alteración del
complejo sistema de distribución comercial y de servicios, al crear desiguales condiciones
de densidad de demanda y provocar la presencia o ausencia de comercios y servicios, lo
que a su vez puede estimular o inhibir ciertos niveles de la jerarquía, de hecho, como se
verá en el siguiente apartado, parece ser la variable más importante en la explicación de la
organización territorial en países con fuerte desigualdad social; otros factores que puede
perturbar la jerarquía son aspectos culturales y del comportamiento de los individuos y
grupos, lo que está fuertemente asociado a la permanente innovación y cambio de
características de la oferta comercial y de servicios.

De hecho, algunos grupos de demanda han sustituido al centro de la ciudad por los centros
“super regionales” como principal destino comercial y en esto van involucrados los niveles
de ingreso, las facilidades de transporte -en particular por el uso masivo del automóvil- y la
cultura y el comportamiento, por el lado de la demanda; y por el lado de la oferta, la
concepción y el desarrollo de grandes centros comerciales de una sola parada que “se han
convertido en una virtual parada cultural, proveyendo de una gran cantidad de productos
agrupados en una ecología de comunidad, entretenimiento e identidad social” (Kowinsky
citado por Carter 1995: 73).

 Para Beavon sólo se podría esperar que los centros [de un mismo nivel] ofrecieran
exactamente el mismo surtido de mercancías y obtuviera la misma gama de actividades
centrales si todas las zonas tuvieran el mismo poder adquisitivo (1981: 34). El mismo autor
señala que entre mayor sea la aglomeración de actividades menor será la probabilidad de
que dos centros sean idénticos, tanto por lo que respecta al número como a los tipos de
actividades, por lo que un continuo será más característico de una gran ciudad
metropolitana con muchos centros comerciales (ibid. 217).




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Usos del Suelo y Territorio


En fin, parece claro y es ampliamente aceptado que al interior de las ciudades existe una
arreglo territorial de los sistemas de distribución que muy difícilmente se puede interpretar
a través de los esquemas clásicos de la Teoría de los Lugares Centrales y la Teoría de las
Actividades Terciarias, que son muchos los factores determinantes de dicho arreglo, y que
además, pueden variar por grupos o a través del espacio (Fotheringham 1991: 102) y
también a lo largo del tiempo como producto de la evolución social y del consumo, lo que
ocasiona modificaciones en la definición de lo que son bienes cotidianos y lo que son
bienes excepcionales (Moreno y Escolano 1992: 153-155).

El reconocimiento de la complejidad y de los diversos factores que complementan a los
viejos determinantes de alcance y frecuencia de las mercancías, no significa que estos
deban ser borrados de los nuevos planteamientos. Tienen razón Jones y Simmons al afirmar
que al menos para Toronto la jerarquía intraurbana explica una relativamente pequeña
proporción del sistema de comercio al detalle, y también Johnson cuando establece que se
deben encontrar nuevos conceptos diferentes a la jerarquía para explicar cómo encajan las
partes del rompecabezas del comercio minorista en sentido espacial (citados por Carter
1995: 75-76).

Pero también tiene razón Carter al decir que “todos esos cambios han minado la idea de una
reflexión del amplio sistema de lugar central dentro de la ciudad. Pero se puede argumentar
que la jerarquía intraurbana aún existe...” (1995: p.71). Hoy por hoy los comportamientos
de la demanda y las localizaciones comerciales no dejan de estar influidos por los viejos
determinantes de alcance y frecuencia. Estos son la base de los patrones uniformes de
distribución de los centros comerciales y de servicios -componente regular-, es decir, el
sistema de lugares centrales, pero sobre este componente se sobrepone otro de naturaleza
aleatoria, que perturba al primero provocando desorden, lo que puede ser definido como
entropía (Medvedkov 1976; Semple y College 1970; citados por Carter 1995: p.62). Lo que
sucede es que en los actuales sistemas de distribución comercial intraurbana existe una
notable y cada vez mayor entropía.

Así, a manera de conclusión se puede afirmar que:

Sólo una parte del comercio intraurbano está asociado al esquema jerárquico derivado del
alcance y frecuencia de demanda de las mercancías, el cual, se tiende a presentar como un
continuo, en particular, en la parte baja de la jerarquía.

Otros comercios y servicios tienen una lógica de localización fundada en otros principios
como el aprovechamiento de los corredores de circulación urbana, la complementariedad, e
incluso, en la atracción generada en valores culturales o sociales.

Los esquemas de organización de comercio y servicios en las ciudades son producto de
innumerables determinantes lo que resulta en esquemas complejos, particulares y
cambiantes.

En países subdesarrollados la estructura comercial está fuertemente vinculada a la
estructura socioeconómica como consecuencias de las profundas diferencias en la
capacidad real de demanda.


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El componente funcional de la localización comercial intraurbana
En 1966 Garner introdujo la idea de un componente funcional (Beavon 1981: 32-33) y se
refiere a los servicios (comercio) que ofrecen los diversos centros dando lugar a una
atracción o área de influencia, es decir, a cada centro corresponde la función de servir a la
demanda de un área. El componente funcional está fuertemente relacionado a la dimensión
horizontal del componente estructural.

El área de atracción o área de mercado o área de influencia está delimitada por la distancia
máxima que un comprador está dispuesto a recorrer para obtener una mercancía o servicio,
también llamado, alcance máximo de una mercancía central.

Para Applebaum y Cohen (1961) el área de mercado contiene un foco que es el
establecimiento o lugar central; una morfología que se refiere a su tamaño y forma; los
establecimientos de competencia; los componentes internos como casas, bloques de pisos,
barrios, o grandes áreas urbanas; y los límites externos (citado por De Juan Vigaray 1998:
38).

En esta definición esta subsumida una concepción que rompe con la idea de área de
influencia Christalleriana que era concebida con carácter monopólico; del planteamiento de
Applebaum y Cohen se deduce que aceptan la idea de áreas de mercado sobrepuestas y
compartidas derivadas de la competencia entre centros de comercio o servicios.

Huff (1964) ofrece una definición de tipo probabilístico se establece que se trata de “una
región geográfica que contiene clientes potenciales, para quienes existe una probabilidad
superior a cero de que puedan realizar las compras de una determinada clase de productos o
servicios que son ofrecidos...” (citado por De Juan Vigaray 1998: 39). También se puede
deducir que la probabilidad menor a uno puede ser producto de la distancia y de la
posibilidad de acceder a centros alternativos, y por tanto, de competencia.

Por su parte, la Asociación Americana de Marketing propone una definición del lado de la
oferta: “como una zona cuyo tamaño está determinado por los límites dentro de los cuales
es rentable para un establecimiento o grupo de establecimientos vender o entregar un
producto o servicio. Esta definición implica que un área comercial no comprende toda la
región dentro de la cual existe la demanda potencial, sino sólo esa porción que una empresa
encuentra rentable para vender o servir un producto o servicio.” (De Juan Vigaray 1998:
40).

En la perspectiva de la distinción entre la lógica del comprador y la del vendedor Stern y El
Ansary (1992) señalan que “el área comercial comprende la región geográfica dentro de la
cual el comprador puede esperar, razonablemente, encontrar bienes y servicios a precios
competitivos”; mientras que desde el punto de vista del vendedor el tamaño de esta área
estará “generalmente determinado por los límites dentro de los cuales es económicamente
rentable, en términos de volumen de ventas y coste para una empresa, comerciar y distribuir
bienes o servicos” (ibid.).

En realidad, la diferencia planteada entre oferta y demanda en las definiciones es sutil y
dependerá de quién soporte los gastos de distribución, el vendedor o el comprador; pero en

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todas ellas está presente el hecho de que es una extensión hasta la cual es viable, pero no es
necesario, hacer una transacción comercial y de servicios, y en varias de las definiciones se
desprende que dicha área no es exclusiva, sino que puede estar compartida.

A pesar de la sencillez que parece derivarse de la afirmación anterior, la conformación y
lógica de las áreas de mercado están, como la jerarquía, influidas por una gran cantidad de
factores determinantes que introducen elementos de aleatoriedad y complejidad4.

Antes de analizar los factores de “aleatoriedad” se plantean a continuación los principios de
la Teoría de los Lugares Centrales que se suponía, daban lugar a la parte “regular” del
componente funcional. En primer lugar está la característica monopólica de las áreas de
mercado, lo que significa que cada área esta servida por un solo centro de cada nivel
jerárquico. Las siguientes 4 características las identificó Beavon (1981: 32-33) del trabajo
de Garner de 1966:

Los centros de actividad de orden inferior ofrecen únicamente mercancías de orden inferior
y sirven zonas tributarias definidas por la mercancía jerárquica marginal de menor alcance.
Las mercancías de orden inferior son generalmente productos de primeras necesidad que
por consiguiente, son adquiridos con frecuencia...

Los centros de actividad de orden superior, además de administrar mercancías de orden
superior (o de uso anómalo) que exigen niveles de umbral elevados, ofrecen todas las
mercancías de orden inferior... El consumidor está dispuesto a recorrer mayores distancias,
aunque con menor frecuencia, a fin de adquirir las mercancías que necesita.

Un centro de actividad, cualquiera que sea su nivel de jerarquía, ofrecerá más mercancías,
poseerá más empresas y actividades, servirá mayores áreas tributarias y mayores
poblaciones tributarias y tendrá un volumen total de ventas más elevado que cualquier otro
centro de actividad de nivel inferior.

De las relaciones anteriores resulta una compleja disposición de áreas comerciales
encajadas una dentro de otra, en donde el consumidor es servido con la mayor eficiencia
por el centro de actividad que ofrece la mercancía que necesita más cercano y más
accesible.

En la actualidad es ampliamente aceptado que ninguna de las características anteriores es
plenamente sostenible a nivel empírico.

Uno de los factores de “aleatoriedad” más importantes es la estructura territorial de la
competencia que, cuando es densa, como los sistemas comerciales en el ámbito intraurbano
de ingresos medios o altos, puede llevar a la sobreposición de áreas, dándose una
competencia por el mercado no en términos de territorio sino de penetración, esto significa
que un área de mercado puede estar servido por diversos centros alternativos y la captura de
los clientes se basa más en mecanismos publicitarios, de servicio, de precios, de facilidades


4
  Existen numerosas clasificaciones de áreas de mercado que no se describen aquí por no ser relevantes a este
trabajo pero un buen resumen puede verse en De Juan Vigaray 1998: 40-47.


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y menos en la distancia. Las áreas de mercado así definidas se miden por la proporción de
clientes capturados, así un área primaria de mercado incluye más del 60% de la demanda y
un área secundaria el siguiente 25% (Jones y Simmons 1987: 307)5. En realidad es poco
probable que en el interior de la ciudad se den condiciones de monopolio.

En cambio, en las áreas más pobres puede darse una demanda efectiva baja que no permite
el establecimiento de centros de cierto nivel con lo que la población que desea adquirir
algunos bienes o servicios de ese nivel tiene que recorrer grandes distancias para
obtenerlos.

La sobreposición de áreas de mercado será mayor entre más cercanos estén los centros
competidores y viceversa; y, es más común que se de sobreposición de áreas cuando se
trata de productos que sean buscados por razones de precio o calidad (De Juan Vigaray
1998:43), lo que generalmente sucede en los productos de uso anómalo de la parte alta de la
jerarquía.

La competencia no lleva sólo a la sobreposición sino a la definición de los límites de las
áreas de mercado, que ya desde los trabajos de Berry se reconocían las dificultades de
definición en particular para las regiones metropolitanas -nivel intraurbano- para las que
reconoce un comportamiento probabilístico de la demanda al poder elegir entre varios
centros (Berry 1971: 53-54; 70; 173).

Con los planteamientos anteriores parece evidente el rechazo a las áreas de mercado
monopólicas en el interior de las ciudades de las grandes ciudades frente a la aceptación de
esquemas de fuerte competencia en donde un área puede estar servida por distintos centros
que buscan apropiarse de la mayor parte posible del mercado (penetrar el mercado)
aproximándose lo más posible al perfil de sus clientes potenciales en términos de tipos y
combinación de productos y servicios, imagen y facilidades, calidad y precios, atención y
servicio, publicidad, y uno muy importante, la especialización. De lo que resulta que el
área de mercado da cada centro puede ser muy irregular e incluso discontinua con
variaciones respecto a la proporción de demanda capturada, en donde la distancia sólo es un
componente más en la decisión de elección del consumidor.

Los monopolios espaciales pueden subsistir como casos especiales, pero es más probable
encontrarlos en los extremos del continuo jerárquico, en la parte de arriba con productos o
servicios altamente especializados o únicos al menos para ciertos sectores de la ciudad;
también se pueden encontrar áreas de mercado monopólicas en la parte más baja de la
jerarquía, básicamente en el comercio de conveniencia en donde los productos están
estandarizados y la distancia y la atención pueden ser los determinantes más importantes.



5
  Aparentemente Jones y Simmons se refieren a la proporción del área, en cambio. Applebaum (1966 citado
por De Juan Vigaray 1998: 41-42) plantea la proporción respecto a las ventas del establecimiento, es decir, el
área comercial primaria capta entre el 60 y 65% de las ventas del establecimiento, la secundaria entre el 15 y
20% y se encuentra más alejada, y el resto proviene del área comercial terciaria aún más lejana. En nuestra
opinión es más acertado y aplicable a nivel intraurbano el enfoque de Jones y Simmons, porque en el
planteamiento de Applebaum el área primaria aparece como monopólica.


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Jones y Simmons reconocen, junto al monopolio espacial y a la penetración de mercado, un
tercer tipo de área de carácter irregular y disperso originada por comercios selectivos o
especializados y que se extiende por toda la ciudad (1987: 301), puede suponerse que se
trata de comercios no monopólicos que compite por una demanda muy particular que se
puede encontrar a lo largo y ancho del área urbana, se trata de una penetración de mercado
muy discontinua desde el punto de vista espacial.

Por otro lado, un mismo centro puede tener muchas áreas de mercado, de acuerdo a la
combinación de bienes o servicios que ofrezca, así para ciertos bienes puede haber una
configuración y para otros puede haber otra distinta. Además esas áreas pueden modificarse
en el tiempo, desde el corto plazo, por ejemplo, el alcance puede ser diferente entre semana
que en fin de semana, o a mayor plazo, como resultados de los cambios en la competencia,
en la población o en el sistema de vías de comunicación (Rust 1991: 119-120).

En el apartado anterior se habló que para la jerarquía se podía reconocer una regularidad
basada en los principios de alcance y frecuencia de las mercancías y que sobre ella aparecía
la aleatoriedad provocada por otros determinantes; en el caso del componente funcional
sucede algo similar, existe una regularidad basada en el principio de distancia sobre la cual
se imponen el desorden generado por otros determinantes, pero en este caso el grado de
entropía es muy alto, a un nivel tal, que la regularidad es mínima y casi irrelevante.




Factores determinantes de la localización comercial


Existe una gran cantidad de elementos que intervienen en la decisión de localización de los
centros comerciales y de servicios. Es común que se dividan entre los que se relacionan con
la demanda y los que se vinculan con la oferta, aunque algunos de ellos, como el transporte
o la aglomeración, influyen sobre ambas dimensiones.

Del lado de la demanda, un comprador potencial tiene que considerar numerosos aspectos
para construir una decisión de compra, la cual contiene dos componentes fundamentales, la
selección del producto que a su vez incluye la valoración de muchos aspectos, y la
selección del lugar, que también supone una gran variedad de considerándoos.

La decisión busca optimizar lo que De Juan Vigaray llama optimización calidad – costo; la
calidad la define como la capacidad de los productos adquiridos para satisfacer las
necesidades o deseos del consumidor, mientras el costo como el conjunto de esfuerzos que
se realizan para adquirir los bienes además del precio pagado por ellos (1998: 18, 46).

Por su parte, la oferta debe considerar su rentabilidad que estará en función del acceso al
mercado, lo cual implica una diversidad de aspectos que se analizarán más adelante,
además de la normatividad urbana y la competencia. “El equipamiento minorista se agrupa



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en las localizaciones de mayor potencial de demanda relativa, que ejercen atracción
comercial sobre su entorno...” (ibid.: 37)

Así se tienen dos complejos básicos de factores para la construcción de las decisiones que,
a pesar de que se plantean de manera independiente, establecen en la realidad una estrecha
interacción a través de una relación dialéctica, las consideraciones del lado de la oferta para
localizarse en cierto lugar se fundan en las características de la demanda; al mismo tiempo
que la valoración de la demanda para elegir el lugar de compra se basa en los atributos de la
oferta. En la medida que ambos complejos de factores logran una articulación satisfactoria
o un punto de unión, se tendrá la localización de un centro comercial o de servicios
eficiente y viable.

 Los factores más importantes para la oferta son: el mercado mínimo, que a su vez es una
función del tamaño de la población, su composición y su capacidad de compra, incluso de
la cultura de consumo y el comportamiento de la demanda; el transporte y la vialidad; la
competencia y la complementariedad; y la normatividad urbana y de construcción.

Los factores que determinan la lógica de la demanda operan en dos niveles: el primero en
cuanto a la selección de los atributos, es decir, qué aspectos considera la demanda para
decidir asistir a un centro comercial; y el segundo, es el comportamiento que conduce a la
elección del centro una vez que los atributos han sido identificados, es decir, como se
valoran esos atributos (Fotheringham 1991: 114).

En las últimas décadas se han dado importantes avances en el reconocimiento de los
factores del primer nivel, en cambio, la investigación sobre el comportamiento es más
reciente y sus resultados más limitados. De cualquier manera, el conocimiento de la lógica
de la demanda influye profundamente en las decisiones sobre la localización y la naturaleza
de los centros comerciales en un afán de satisfacer las expectativas de los consumidores.

Entre los factores del primer nivel de la demanda se tienen: la calidad, precio y servicio; la
accesibilidad; la combinación de actividades y la diversidad de productos; la imagen y la
publicidad; y las alternativas o competencia. En cambio, en el segundo grupo aparecen
aspectos como las metas y actitudes del consumidor; su percepción; sus preferencias; sus
estrategias de búsqueda de comercios, marcas y precios y la inercia y hábitos.

Existen algunos otros factores que pueden intervenir y modificar la mecánica de cualquiera
de los anteriores y no son factores que puedan identificarse con la oferta o la demanda.
Entre ellos se tienen a los cambios en las tecnologías y en la cultura, y las modificaciones
del espacio urbano que afectan las condiciones y por tanto, las decisiones, de la oferta y de
la demanda.




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Factores de la oferta

El mercado
Se trata de la variable más conocida en la determinación de la localización de un comercio
a partir de una relación muy simple, el comercio puede localizarse y ser viable si cuenta
con el mercado mínimo necesario para ser rentable.

Este principio se formuló explícitamente en la Teoría de las Actividades Terciarias a través
del concepto de umbral, que se refiere al mínimo de mercado por debajo del cual un lugar
central será incapaz de suministrar una mercancía central (Beavon 1981: 169-170).

La relación es evidente y sólida pero se ve modificada por muchos otros elementos, entre
ellos está la densidad de población que incide sobre todo en la delimitación del umbral y
del alcance de las mercancías centrales. Si las densidades son bajas se requerirá de una
mayor área para obtener el mínimo de mercado o umbral, y si son altas, el umbral se
obtendrá en menor extensión, de lo que se deriva que en áreas con alta densidad los centros
podrán estar más cercanos unos de otros.

Si se tiene en cuanta que la densidad no es homogénea, sino que tiende a reducirse del
centro a la periferia, las áreas de mercado tienen que ampliarse en proporción directa al
descenso de la densidad –zonas rurales-, y los consumidores tienen que estar dispuestos a
recorrer una mayor distancia, lo cual puede derivar en un área amplia con un mercado
proporcionalmente menor, por lo que tiene que ajustar –limitar- sus funciones. Por el
contrario, en altas densidades –zonas urbanas- , se atraerán a más consumidores, lo que le
permite al centro contar con funciones más complejas (Berry 1971: 43).

Por otro lado, el umbral también se relaciona estrechamente con la naturaleza del producto
o servicio, cuando estos son de uso cotidiano, o sea, que la mayor parte de la población los
demanda de manera frecuente los umbrales se cumplen fácilmente y cuando son de uso
anómalo, se requieren áreas más amplias para satisfacer el umbral (véase El Componente
Estructural)

 Los cambios de la densidad en el tiempo también tienen una influencia en la configuración
territorial de los lugares comerciales y de servicios, cuando la densidad aumenta
rápidamente es muy poco probable que aparezcan nuevos centros en las rupturas de las
áreas de mercado, a pesar de las disminuciones del umbral, lo más probable es que se
favorezca la aglomeración de las actividades en los centros existentes; en cambio, si la
densidad disminuye y el umbral aumenta y ya no se cuenta con el mínimo de mercado para
mantener a las empresas existentes, el efecto más plausible es que algunas de ellas
desaparezcan. (Beavon 1981: 200).

Cuando no se obtienen los umbrales mínimos por la baja densidad y no es viable una oferta
comercial la solución más común es la conformación de mercados periódicos, que “son las
primeras formas de comercio en aparecer, tanto en las zonas rurales como en las urbanas”
(Bromley 1998; 1312).


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Usos del Suelo y Territorio


Los mercados periódicos se basan en dos principios, reducir costos a través del uso de
estructuras simples y de carácter temporal, a veces utilizando espacios públicos y evitando
cargas fiscales, y la segunda y más importante, completando su mínimo de mercado por
medio de la movilidad, así en cada localización obtienen una parte del mercado, que no
sería suficiente para establecerse de manera permanente pero que contribuye a la viabilidad
del comercio. De hecho, es probable que la suma del mercado de las diferentes localidades
sobrepase la demanda mínima necesaria, con lo que se lograrían beneficios extraordinarios.

Ingreso y nivel socioeconómico de la población
El ingreso es otra variable que acompaña al mercado y que por su importancia merece un
tratamiento particular. Su importancia ha sido reconocida desde los primeros estudios, en el
trabajo de Lösch se habla de áreas urbanamente pobres y áreas urbanamente ricas; Berry
asocia cada comunidad según sus ingresos y estilo de vida con las formas de comercio que
les sirven (1971: 61), en fin, se trata de una variable evidente en la conformación de la
estructura territorial del comercio, que convierte a la imprecisa variable mercado en el
sentido de población en un fino indicador de demanda efectiva.

La capacidad de demanda derivada del ingreso se articula de una manera muy compleja con
el efecto de la densidad que se describía en el apartado anterior. De hecho, los efectos que
provocan las diferencias de densidad que se explicaron arriba suponen un ingreso
constante, pero al incluir la variación de éste se puede tener una diversidad de efectos.

Una densidad alta puede llevar a obtener en una pequeña extensión los umbrales de los
bienes y servicios que la población ahí establecida tenga capacidad de demandar, pero
cuando se sobrepasa cierto nivel de especialización, el umbral tendría que ampliarse hasta
conseguir la demanda efectiva sin importar la cantidad de población presente, o bien, no
existiría la oferta. Esto es lo que sucede en zonas pobres, en donde existe una fuerte
presencia de comercio básico pero vacío de oferta de bienes o servicios de mediana o alta
jerarquía.

En cambio, en zonas de altos ingresos con densidades bajas los umbrales de los bienes de
baja jerarquía pueden ser relativamente amplios con relación a los umbrales de bienes de
mayor jerarquía, y esto se debe a que la población tendrá una necesidad más o menos fija
de productos y servicios básicos que pueden resultar en una red semejante en densidad a la
que se encuentra en zonas pobres, y en el otro extremo, tendrá la capacidad real de
demanda de productos más especializados con lo que sus umbrales serán, a pesar de la baja
densidad de la población, menores que los de zonas pobres con mayor densidad.

Los aumentos en el ingreso también tendrán cambios diferenciales, en las áreas de nivel
bajo es más probable que se traduzcan en un incremento en la demanda de los bienes y
servicios básicos que no se hubiesen satisfecho plenamente; en cambio, el aumento en una
zona rica puede provocar la aparición de nuevas tiendas más especializadas, o bien, de
nuevas mercancías en las existentes.

El efecto del ingreso no se limita a las modificaciones de los umbrales sino que afecta otros
aspectos del comportamiento comercial. De Juan Vigaray establece que los


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desplazamientos que se están dispuesto a realizar con fines comerciales aumentan en la
medida que aumentan los ingresos de la población (1998: 49). También afecta a través del
acceso a otros satisfactores, por ejemplo, el automóvil que se asocia a patrones de
comportamiento comercial particulares que permiten mayores desplazamientos y mayores
volúmenes de compra y acceso a comercios diseñados y ubicados para sectores de
población con automóvil. El uso de refrigeradores y congeladores, que si bien, en la
actualidad tiende a desaparecer como una de las variables que afectan los patrones de
comercio, fue muy significativa y se asociaba a la capacidad de acumulación de bienes
perecederos cuya frecuencia de compra se ha ido ampliando significativamente con el uso
de estas tecnologías, y por tanto, se ha aumentado también la distancia que se está dispuesto
a recorrer. El uso de computadoras personales y de la “internet”, también asociados a
ciertos sectores de ingresos, han modificado los patrones de comportamiento comercial.

De esta manera, la oferta responde a los efectos de las diferencias en los ingresos, los
centros que abastecen a población de mayores ingresos se caracterizan por ofrecer una
mayor variedad de artículos y servicios, tanto en el sentido vertical, es decir, mayor
amplitud en la diversidad jerárquica, como en el sentido horizontal, es decir, mayor
variedad marcas y productos del mismo giro, además de que pueden estar
proporcionalmente más lejanos que los centros que abastecen población de menores
ingresos.

Los efectos del ingreso son tan significativos en la conformación de las lógicas comerciales
que se puede afirmar que, junto con otros factores, contribuyen a la formación de culturas
del consumo que varían en montos, en estrategias de desplazamiento, en el conjunto de
propósitos del viaje comercial y hasta en la valoración de la propia actividad comercial.

Lo anterior da lugar a una “dualidad” de la demanda que vuelve aún más compleja la
estructura de los comercios y servicios en las ciudades. Esta dualidad se deriva, en
principio, de las desigualdades en los ingresos, pero sus efectos van más allá del
reconocimiento de mercados con capacidad de demanda y la conformación de umbrales. De
hecho, las diferencias socioeconómicas implican arreglos estructurales y lógicas de
funcionamiento distintos. Esto significa que junto a las diferencias en la naturaleza y
volumen de los bienes y servicios demandados se dan también, estrategias de compra
distintas -frecuencia, disposición a recorrer distancias, propósitos del viaje, etc.- y
esquemas de ofertas también diferentes –facilidades ofrecidas, ambiente, localizaciones,
crédito, ofertas y precios- etc-.

Otras dos dualidades se dan entre el comercio tradicional y el comercio moderno, y entre el
comercio formal y el informal, sin embargo, a diferencia de la primera, la socioeconómica,
que es una característica de la demanda que se convierte en un factor de localización de la
oferta, éstas dos últimas son condiciones de la oferta que se traducen como factores de
decisión de la demanda por lo que su análisis se verá a continuación.

Las dualidades de la oferta comercial
Se debe aclarar que estas dualidades a las que se hace referencia son una forma
simplificada de reconocer algunas dimensiones de diversidad. En otras palabras, se trata de


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aspectos que dan lugar a una diversidad de situaciones que afectan a la actividad comercial,
aquí se ha preferido considerar sólo dos situaciones para cada dimensión, se ha optado por
la división más general. Ciertamente, podrían considerarse más grupos o situaciones
socioeconómicas, también comercios que se ubican entre lo tradicional y lo moderno, o
entre lo formal y lo informal. No obstante, hay dos razones para no haber planteado una
mayor diferenciación de tales dimensiones, en primer lugar, por la pureza conceptual, ya
que resulta más sencillo y consistente considerar dos grandes grupos de características bien
definidas que varios grupos de características menos definidas; en segundo lugar, porque el
uso de más grupos lleva a multiplicar innecesariamente los tipos de la clasificación que se
construye, perdiendo con ellos la generalidad. Estas dos razones se justifican plenamente en
un ejercicio como este, en donde se propone una primera aproximación a la clasificación
de actividades comerciales de la Ciudad de México, quizá a partir de lo que aquí resulte
convenga una mayor diferenciación.

Después de la dualidad socioeconómica explicada arriba, aparece la dualidad entre el
comercio tradicional y el comercio moderno. Se trata de dos sistemas de distribución
comercial que parten de principios, medios y fines diferentes. En el primero la actividad
comercial es una forma de vida que tiene como objetivo la subsistencia en el sistema social,
en cambio, en el sistema moderno tiene como objetivo el desarrollo de una actividad
económica con fines lucrativos, para lo cual recurre a relaciones laborales formales, a
servicios de financiamiento, puede o no formar parte de grandes corporaciones pero hay
una fuerte tendencia a que éstas se impongan, el mercado se penetra con apoyo en la
publicidad y en mercadotecnia; en cambio, en el comercio tradicional las relaciones
laborales tienden a ser familiares o no cuentan con una base jurídica, generalmente se trata
de pequeños capitales sin apoyo de crédito y cuyos beneficios representan rendimientos
mínimos y se consiguen con base en una sobre utilización de la mano de obra familiar, y
finalmente, su acceso al mercado se sustenta en la relación personal y el prestigio.

Cada una de estas formas6, además, lleva implícita una profunda connotación cultural, que
los hace aún más distintas y casi adversarias, a pesar de que en la realidad tienen ambas,
complejas formas de articulación con la sociedad. Esto quiere decir, que no se debe asociar
el comercio moderno con los sectores de mayores ingresos y el tradicional con los de
menores, aunque exista cierta relación en este sentido. Como lo señala Bromley (1998:
1325) el comercio tradicional sirve a todos los grupos socioeconómicos; pero también, a
diferencia de lo que plantea la misma autora de que “las tiendas modernas sirven a un
estrecho segmento del mercado de alto estatus” (ibid.: 1313), los sectores pobres de la
población acceden también al comercio moderno, sobretodo al de autoservicio. De hecho,
hay comercio moderno concebido y dirigido a cubrir estratos socioeconómicos bajos.

La tercera dualidad se refiere al comercio formal e informal, que erróneamente se llega a
identificar con el moderno y tradicional respectivamente. Aunque hay algunos elementos de
simetría que acercan a la actividad formal con la modernidad y a la informal con lo
tradicional, no son equivalentes. Lo que distingue a esta tercer dualidad es la situación


6
 El planteamiento que se hace aquí sobre el comercio es semejante a la idea de los dos circuitos de actividad
que desarrollo M. Santos (1979) en The Shared Space. Methuen, London.


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jurídica, el comercio formal es el que se apega al marco jurídico mientras que el informal
no lo cumple.

Por supuesto, como en las otras dos dualidades existen situaciones intermedias. Por el
amplio espectro de disposiciones que regulan la operación de las actividades comerciales y
de servicios, como las fiscales, laborales, sanitarias, mercantiles y de consumo entre otras,
es posible encontrar actividades que cumplen parcialmente tales normas, dándose una
situación de “semi formalidad”. No obstante, se debe insistir que ninguna de dichas
condiciones establece una relación necesaria con la modernidad o tradicionalidad de la
actividad. Hay comercio tradicional formal, y por el contrario, hay comercio moderno, que
puede contener elementos de informalidad al no contemplar algunas de las disposiciones
jurídicas de su marco regulatorio.

De lo anterior se deriva, que el comercio callejero o ambulante, cuando se apropia de
espacios públicos de manera irregular, está incorporando un elemento de informalidad,
además de que es común que asocie otros, sin embrago, la condición de comercio o servicio
establecido no implica necesariamente formalidad, ya que puede violar muchas otras
disposiciones de su marco legal, como las fiscales, sanitaria y laborales, lo que no es poco
común en ciudades mexicanas.

El transporte y la vialidad
Otro factor determinante de la lógica de localización de la oferta comercial y de servicios
son las condiciones de transporte, las vialidades, e incluso, las comunicaciones. Se trata de
uno de los determinantes mejor reconocido en la literatura sobre el tema. Los comercios y
los servicios buscarán localizarse en lugares donde se tengan buenas facilidades de
transporte y vialidad para potenciar su acceso al mercado.

Una decisión de localización comercial por el lado de la oferta será acertada en términos de
transporte y vialidad, en la medida que tenga la sensibilidad de reconocer las facilidades y
preferencias de movilidad de sus mercados potenciales. En otras palabras, la oferta buscará
localizarse cerca de las facilidades de acceso que su demanda potencial reconozca como tal.

Así para cierto tipo de productos y servicios el acceso peatonal a la demanda es
fundamental, en otros tipos, las facilidades de vialidad y estacionamiento para automóviles
puede ser la clave del acceso, mientras que habrá otros, como los más especializados y de
consumo eventual, que se verán menos afectados por este factor.

La competencia, complementariedad y atracción acumulativa.
Se trata de tres conceptos íntimamente relacionados y muy significativos en la decisión de
localización. Se debe considerar el nivel de competencia en una posible localización con
relación a la disponibilidad de demanda. De hecho, el planteamiento sobre la competencia
no se deriva de la existencia o no de actividades competidoras, sino en la existencia de una
demanda mínima o umbral que permita la presencia de más actividades con beneficios
normales.



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  • 1. Usos del Suelo y Territorio Tipos y lógicas de localización en la Ciudad de México Ignacio Kunz B. Seminario de Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de Arquitectura Universidad Nacional Autónoma de México 1
  • 2. Usos del Suelo y Territorio INTRODUCCIÓN Los usos del suelo en una ciudad representan mucho más que un agregado de áreas de actividades homogéneas. Son en primera instancia la materialización de la economía y de las condiciones sociales. En la estructura de usos del suelo se refleja la base económica de la localidad y según sea la naturaleza, eficiencia y modernidad de ésta se darán ciertos arreglos territoriales. Así, una vieja economía industrial que ha perdido competitividad puede dar lugar a una estructura con distritos industriales antiguos y centrales, con naves abandonadas, espacios disponibles y bajos valores del suelo industrial; en cambio, una ciudad con una base económica de servicios dinámica y moderna dará lugar a subcentros o corredores de actividad terciaria con una fuerte dinámica de construcción y altos valores inmobiliarios. Por su parte, la estructura social de una ciudad también se plasmará en un tipo de estructura social territorial particular. De esta manera, en ciudades que registran una fuerte polarización social se encontrarán espacios muy segregados, por un lado una amplia ocupación de colonias populares y en el mejor de los casos, unidades habitacionales de origen público, mientras en el otro extremo se podrán encontrar desarrollos residenciales de alto nivel, generalmente segregados y de carácter exclusivo, para la población de mayores recursos; por su parte, en una ciudad con una presencia importante de clase media y sin grandes desigualdades socioeconómicas los niveles de segregación social del territorio también serán menores. En fin, las características económicas y tecnológicas, las socio culturales y las de organización administrativa que se presentan en la sociedad urbana, de una u otro forma se manifestarán en su estructuración territorial, en muy distintas modalidades resultado de las también muy diversas posibles combinaciones. Además diferentes procesos se pueden presentar en una misma ciudad y con seguridad, esos mismos procesos de reestructuración territorial irán adoptando modalidades distintas para cada uno de los diferentes contextos históricos de la ciudad. Lo anterior da como resultado complejas estructuras territoriales, casi únicas y no generalizables en cuanto a su forma resultante, sino exclusivamente con relación a las lógicas que les dan origen. En otras palabras, cada ciudad tendrá una estructura de usos del suelo diferente como consecuencia de la sucesión de contextos históricos en los que se combinaron diferentes procesos económicos, sociales, culturales y políticos. Sin embargo, 2
  • 3. Usos del Suelo y Territorio si se pueden reconocer lógicas de estructuración territorial más o menos comunes para cada uno de los contextos históricos en que se ubican. El planteamiento anterior pone en la mesa de discusión o mejor dicho, toma una posición respecto a lo que es general y explicable y lo que es coyuntural y único. De aquí se desprende un fuerte cuestionamiento a las pretensiones de los planificadores en México de querer tratar a todas las ciudades con los mismos criterios, independientemente de su diversa naturaleza y contexto de desarrollo. No todas las ciudades son iguales en sus lógicas de estructuración de usos del suelo y por tanto, no todas las ciudades deben ser planeadas bajo los mismos criterios y estándares. La planeación urbana en nuestro país no sólo ha impuesto un esquema general para todo tipo de ciudades sino que ha girado alrededor de la zonificación del uso del suelo; ésta ha sido el instrumento fundamental y se podría decir único. No obstante, el gran peso de este instrumento, las propuestas de zonificación son débiles y no responden a las necesidades de localización de las actividades. Se ha concebido o reducido “el orden” urbano a un asunto de acomodo de espacios sin importar las necesidades de integración funcional de estos espacios en el aparato urbano, ni los requerimientos de espacio e integración al interior de los mismos. Lo anterior ha resultado en zonificaciones que van en contra de muchos de los procesos “naturales” de estructuración y reestructuración provocando una enorme pérdida de eficiencia económica, es decir, generando un modelo urbano costoso, pero además, dichas zonificaciones han sido incapaces de superar las desventajas ambientales, sociales, y aún de deseconomías que esos mismos procesos “naturales” llegan a provocar. En otras palabras, la actual concepción planificadora basada en la idea de un “orden” a través del establecimiento de rígidas zonificaciones, ha llevado a perder la eficiencia económica y ha acentuado muchos de los efectos ambientales y sociales no deseados. De las ideas anteriores se desprende la necesidad de entender los procesos de estructuración de los usos del suelo urbanos en el contexto actual para nuestro país. Esto con una doble intención, la primera, es la de coadyuvar en el entendimiento del fenómeno urbano mexicano, la segunda, es ofrecer elementos a los planificadores y a los responsables de las decisiones sobre aspectos urbanos para que las propuestas se realicen sobre una base del entendimiento del fenómeno y de sus implicaciones económicas, sociales y ambientales. El presente libro se inserta en este planteamiento, su objetivo es dar a conocer las lógicas de comportamiento espacial de los 4 grupos más importantes de uso del suelo en una ciudad: el comercio, los servicios, la industria y la residencia. La lógica de localización o de comportamiento espacial incluye el reconocimiento de los factores económicos, socioculturales, político administrativos o de cualquier índole que influyen o condicionan las decisiones de establecerse en un lugar determinado. Sin embargo, en la medida que dichas lógicas no son comunes a los grupos de uso del suelo mencionados arriba fue necesario identificar tipos y subtipos de actividades de acuerdo a sus lógicas de localización, teniendo como referencia lo sucedido en la Ciudad de México. El resultado fue una tipología de usos del suelo construida de acuerdo a su racionalidad territorial. 3
  • 4. Usos del Suelo y Territorio El trabajo es uno de los productos del Seminario sobre Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario cuya misión es realizar investigación y formar personal especializado en los procesos de reestructuración urbana. El mercado inmobiliario es visto como el mecanismo a través de cual operan en la práctica la mayoría de dichos procesos, lo que significa que un proceso de sustitución de usos, o de incorporación de suelo urbano o de redesarrollo, de alguna u otra manera involucra operaciones de mercado. En el contexto de los trabajos de investigación del seminario surgió la necesidad de revisar los planteamientos sobre las lógicas de localización de las actividades, haciendo una particular reflexión para el caso de la Ciudad de México. Aunque existía un buen conocimiento sobre el tema por parte de algunos miembros del seminario, había dos deficiencias que subsanar, la primera era contar con una base teórica, sino común en el sentido de que todos la aceptaran, sí compartida en el sentido de reconocer los planteamientos, su alcance y significado; por el otro lado, era necesario reflexionar sobre congruencia de muchos de los planteamientos teóricos con la realidad mexicana, ya que la mayoría de ellos han sido construidos bajo circunstancias sociales e históricas distintas. En este sentido se asumió una posición de revisión y contrastación que llevó a desechar algunas proposiciones, a reinterpretar otras y a reconocer que algunas más aplican de manera bastante consistente. Así mientras el objetivo original de este trabajo era simplemente construir un referente teórico y un lenguaje común para los miembros del seminario, durante el proceso fue surgiendo la relevancia del tema, tanto por su contribución a la comprensión de la estructura urbana en las ciudades mexicanas, como, derivada de ésta, por el soporte que puede ofrecer a la planeación urbana lo que llevó a la publicación de esta obra. Desde el punto de vista metodológico se utilizaron tres tipos de soportes: el propio seminario en donde semanalmente se discutían lecturas relacionadas a la localización de las actividades y las propuestas y borradores que los miembros del seminario iban presentando para cada grupo de usos del suelo. El segundo soporte fue la revisión bibliográfica en detalle y el análisis realizado por los autores de cada uno de los grupos de actividades y que fue mucho más lejos de las lecturas discutidas en el seminario. Aquí debe destacarse la ausencia de materiales para el caso mexicano y aún para el latinoamericano, por lo que la reflexión sobre la pertinencia de los planteamientos para el caso de la Ciudad de México y su congruencia con el contexto socioeconómico fue una constante en todos los apartados. Finalmente, el tercer soporte fue la validación empírica, que no fue exhaustiva ni existió un diseño de contrastación propiamente dicho. En la medida que la identificación de las lógicas de localización y la construcción de la tipología fueron de naturaleza fundamentalmente deductiva, es decir, apoyada en formulaciones teóricas, el apoyo empírico se obtuvo a través de la búsqueda de ejemplos para cada tipo, de la confirmación de que no quedaran casos sin un referente tipológico y en general de un análisis de la congruencia de la formulación con el caso de la Ciudad de México. 4
  • 5. Usos del Suelo y Territorio Se tiene la certidumbre de que esta estrategia deductiva apoyada en la reflexión teórica ofreció una aproximación mucho más sólida que una de naturaleza empírica e inductiva, en la cual se hubiera supuesto la construcción de una tipología a partir de la clasificación de casos. Esto por dos razones, en primer lugar por la dificultad y costo de caracterizar los casos de una ciudad como México para después ser clasificados, en segundo lugar, porque la caracterización de dichos casos hubiese requerido de cualquier manera la identificación de las variables relevantes y esto supondría, de cualquier manera, un análisis de naturaleza teórica. Hubiera sido imposible o al menos inconsistente la construcción de una tipología de usos de acuerdo a sus lógicas de localización sin conocer previamente con detalle esas lógicas de localización y las variables relevantes. Por lo anterior este es un trabajo teórico que no incluye la descripción de la estructura territorial de los usos del suelo en la Ciudad de México, aunque debe decirse que este objetivo forma parte del Seminario sobre Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario y que se tiene un avance significativo al respecto. Cada uno de los principales tipos de uso del suelo, comercio, servicios, industria y residencia, fue tratado por un grupo de académicos del seminario. Debe decirse que no tuvieron total independencia, sino que se establecieron una serie de lineamientos de interpretación y metodológicos que ofrecieran un mínimo de comparabilidad y congruencia entre usos. No hubiera sido correcto dar libertad a los autores porque seguramente se hubiese llegado a análisis muy desiguales y con fundamentos y lógicas diversas que no hubiesen permitido una interpretación de conjunto para la ciudad. Los puntos a revisar, las estrategias para al construcción de las tipologías, el manejo de criterios y hasta la estructura de redacción de cada capítulo fueron análogos, no obstante, las propias especificidades impuestas por cada grupo de uso del suelo llevó ciertas diferencias sobre todo en la inclusión de subtemas y en su presentación, pero se cumple con una congruencia en la construcción de cada tipología plenamente satisfactoria. En todos los capítulos se ofrece un esquema similar. En la primera parte se trata la definición y función de la actividad, en algunos casos como en servicios e industria, se requirió de un tratamiento más profundo como consecuencias de la diversidad de los primeros y de la transformación de la última a raíz de la etapa postfordista. La mayor parte de los capítulos también incluyen una revisión breve de antecedentes en estudios de localización del uso que se trata. Posteriormente aparecen los factores determinantes de la localización, se trata de un apartado muy importante porque es la base teórica de la que se obtienen las variables para la construcción de la tipología. Este apartado puede asumir diferentes modalidades, mientras en comercio e industria hay una revisión de factor a factor, en servicios, por su gran diversidad, se analizan los factores de acuerdo a los subgrupos en que se pueden clasificar estas actividades, en cambio, para el uso del suelo residencial el análisis se apoya fuertemente en la naturaleza de los procesos de producción de las viviendas. Finalmente se presenta la lógica con que se construyeron las diferentes tipologías así como un cuadro resumen de éstas. Se trata de un trabajo que va dirigido a distintos grupos. En la medida de que el tema de los usos del suelo se ha popularizado y se ha integrado a la discusión de no especialistas como organizaciones no gubernamentales, vecinales, políticos, etc. se podría decir que puede ser 5
  • 6. Usos del Suelo y Territorio de interés de todo público, pero como en realidad la obra surge como una necesidad de conocer y comprender las mecánicas de decisión locacional de las actividades urbanas y se argumenta que el conocimiento y compresión de éstas son necesarios para lograr una mayor racionalidad de las decisiones, sobre todo de planeación, y porque los autores están en contra de la trivialización que se ha hecho del tema, entonces está dirigidos cuatros grupos principales: A los planificadores urbanos que pueden encontrar un soporte para la comprensión de las lógicas y necesidades de localización de las actividades, lo que sería conveniente incorporar en las zonificaciones. También pueden obtener elementos para construir definiciones de usos más adecuadas para la planificación territorial. Hasta ahora se clasifican industrias, servicio y comercios, habitación, áreas verdes como si tuvieran requerimientos de localización independientes entre ellos y comunes hacia su interior, cuando estos dos presupuestos son falsos, muchas veces diferentes usos comparten las mismas lógicas y necesidades territoriales, y al mismo tiempo, para cada uso hay diversos tipos de actividades con exigencias particulares. De lo anterior se deduce que deberían clasificarse las actividades no de acuerdo a su definición sectorial, como actualmente se hace, sino por su significado en la estructura urbana territorial y por sus requerimientos locacionales. En un sentido muy semejante al anterior esta obra puede ser útil también para los funcionarios públicos relacionados con la toma de decisiones sobre aspectos urbanos, el estímulo a actividades o cuestiones de impacto urbano. También como para el caso de los planificadores el estudio no juega un papel de recetario o un manual de “hágalo usted mismo”, sino que está enfocada a la comprensión e interpretación del fenómeno locacional de las actividades para que sea una herramienta de reflexión y decisión. También puede ser de gran utilidad para los estudiantes de urbanismo, arquitectura, geografía, interesados sobre temas urbanos. La escasa producción y publicación de temas urbanos en México ha sido resultado, casi en su totalidad, de los hallazgos de investigaciones académicas, lo cual contribuye a la comprensión de los fenómenos en México pero casi siempre se caracterizan por su especialización y por su acotamiento. Son muy pocas las obras generales y de naturaleza teórica sobre aspectos urbanos en México, por lo que los estudiantes tienen que recurrir a textos concebidos en realidades distintas y a menudo distantes. La obra no está pensada para especialistas e investigadores en temas urbanos para los que podría resultar de naturaleza general como consecuencia de su especialización en ciertos temas, sin embargo, puede ser un referente para ciertas soluciones prácticas en la investigación, como de hecho lo fue para el equipo que la elaboró: el objetivo primario que no primordial, era construir una tipología de usos del suelo que sirviera de base al estudio de los procesos de reestructuración urbana en la Ciudad de México. Como se afirmó antes, este trabajo se desarrollo en el seno del Seminario sobre Reestructuración Urbana y Mercado Inmobiliario que ha contado con apoyo y financiamiento de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico. El seminario está vinculado tanto al Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de Arquitectura como al Programa de Posgrado en Urbanismo de la Universidad Nacional 6
  • 7. Usos del Suelo y Territorio Autónoma de México. En dicho seminario participan académicos del propio CIEP, del Instituto de Geografía, de la facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Morelos, estudiantes del Programa de Posgrado en Urbanismo y estudiantes del Colegio de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras estos últimos de la UNAM. 7
  • 8. Usos del Suelo y Territorio COMERCIO Ignacio Kunz B.1 Introducción El comercio es una actividad muy dinámica afectada por múltiples factores, no sólo de carácter económico sino sociocultural. Así el comercio se ve obligado a responder rápidamente a los cambios en las preferencias y en la localización de los consumidores, también requiere adaptarse a la gran diversidad de la demanda por un lado, y de los productos, por el otro; todo lo cual se realiza a través de una gran variedad de estrategias de venta y de promoción, dando como resultado esquemas comerciales muy complejos. A lo largo de la historia la actividad comercial se ha ido diversificando, dando lugar a múltiples formas de organización y de presentación. Una de las distinciones más reconocidas se da entre las formas tradicionales y modernas de comercio, se trata de un dualismo comercial producto de “la supervivencia del comercio tradicional autóctono y la irrupción de espúreas formas capitalistas de distribución dependientes del exterior. Cada tipo cumple con funciones diferentes, tienen estructuras distintas y sirven a consumidores y territorios determinados” (Moreno y Escolano 1992: 171). Se debe reconocer este primer componente de diversidad entre el comercio tradicional y el moderno, sin embargo, las formas de penetración y organización de éste último, están teniendo una fuerte presencia y arraigo y están muy lejos de ser espúreas y de distinguirse 1 Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Con la colaboración del Arq. Carlos Ayala de la Universidad de San Carlos, Guatemala y de la Lic. Beatriz López Figueroa. 8
  • 9. Usos del Suelo y Territorio del comercio tradicional como lo sugiere Moreno y Escolano, al contrario, se forma una compleja articulación y sobre posición entre ambos, la cual es muy difícil de discernir. Además, a este primer dualismo se deben agregar otros como el que se da entre el comercio formal y el informal, cada vez más significativo en las sociedades latinoamericanas y en particular en México; se tienen también la diferencias en el comercio por niveles socioeconómico; la tradicional distinción por localización central y periférica; la diferencia entre aglomeraciones comerciales planeadas y no planeadas; la distinción entre comercio para todo público y el comercio especializado sólo para sectores específicos de demanda; las diferencias entre productos por los niveles de frecuencia en el consumo; se tiene en conclusión una larga lista de factores de diferenciación de la actividad comercial, que además, pueden tomar muy diversos matices de acuerdo al momento y la sociedad de que se trate, y se pueden combinar de diferentes maneras, resultado estructuras comerciales muy complejas y diversificadas, por lo que, hoy por hoy, no se cuenta con clasificaciones y tipologías definitivas de la actividad comercial, y quizá nunca se tendrán. Se han realizado muchos intentos para construir clasificaciones de lugares comerciales, muchos de ellos se han apoyado en la fecunda Teoría de los Lugares Centrales (infra), pero indudablemente se pecó por optimismo cuando se trataron de explicar las configuraciones territoriales del comercio, en particular a nivel intraurbano. Parece que se requiere de construcciones a nivel local (Carter 1995: 63), que consideren, por un lado, la realidad sociocultural y económica de la sociedad a la que se aplican y, por el otro, la lógica de los factores de localización a escala intraurbana. En este capítulo se pretende elaborar una tipología de la actividad comercial para la Ciudad de México apoyada en criterios de comportamiento locacional. Este trabajo se refiere principalmente a la actividad al detalle por su importancia en la estructura interna de la ciudad, sin embrago, en la tipología se da cabida al comercio al mayoreo, reconociendo que su comportamiento en el territorio tiene una lógica particular. En el apartado que sigue a esta introducción se definirá el concepto y el papel de la actividad comercial en la ciudad; en el tercero se revisarán los antecedentes del estudio de sobre localización comercial y algunas tipologías propuestas; en el cuarto y quinto apartado se revisarán con cierto detalle los conceptos de jerarquía y de área de influencia por su importancia para la construcción de una tipología sobre usos del suelo comerciales; en el sexto subcapítulo se analizan con detenimiento los factores determinantes de la localización comercial, con el objeto de reconocer los principales componentes de la diferenciación por tipos; en el séptimo apartado se hace una reflexión sobre la especificidad de algunos factores en el contexto de la Ciudad de México; finalmente se presenta la tipología de actividades comerciales para la Ciudad de México y se ofrecen conclusiones generales. Definición y función del comercio El comercio es producto de la división entre producción y consumo, se trata de la actividad que los pone en contacto, también denominada distribución, así las “ofertas de los productores se ponen en contacto con las demandas de los consumidores” (Berry 1971: 1). 9
  • 10. Usos del Suelo y Territorio Para Moreno y Escolano la “función de distribución se compone del conjunto de operaciones cuya misión es asegurar la circulación de bienes y servicios2 entre la producción y el consumo” (1998: 101). De Juan Vigaray agrega a lo anterior que se pone el producto a disposición del consumidor “en la cantidad demandada, en el momento que lo necesita y en el lugar donde desea adquirirlo, creando así para el consumidor utilidad de tiempo, lugar y posesión... (1998: 16). La definición de la actividad comercial lleva implícita una función de naturaleza territorial que consiste, de una u otra forma, en superar la distancia entre la localización de los productores y la de los consumidores. De aquí se desprenden varias fases, el intercambio o compra de productos a los productores, su traslado a los mercados que puede implicar varios intercambios y movimientos, y el intercambio final en el cual, en un mercado se ofrecen los bienes a los consumidores finales. De esta manera la función de distribución agrega valor al producto a través de las “utilidades del comercio” que para Moreno y Escolano (1992: 102 y 103) son: Utilidad del lugar: poner los productos en el lugar óptimo para el consumidor. Utilidad de tiempo: ofrecer los productos en el momento adecuado. Utilidad de forma: presentar los productos en la condición idónea para el consumo (preparación, envasado, etiquetado, armado) que no suelen alterar la naturaleza de la mercancía. Utilidad de posesión: traspasar los productos entre diversos agentes hasta llegar al consumidor. A las utilidades anteriores podría añadirse otra, que si bien no siempre está presente, si es común y representa un atractivo para el demandante: Utilidad de creación de surtido: ofrecer diversidad de productos para que el consumidor tenga mayores posibilidades de elección. Este trabajo se orienta principalmente al análisis de la localización de los mercados de intercambio final, que son por mucho, los más importantes desde el punto de vista cuantitativo así como por su papel en la estructura de la ciudad. Pero también se consideran los mercados intermedios o mayoristas cuando existan territorialmente, es decir, como localizaciones en donde se realizan intercambios entre productores e intermediarios o simplemente entre intermediarios. A partir del análisis anterior se propone una tipología de comercios para la Ciudad de México de acuerdo a las lógicas de localización. 2 En este trabajo limitaremos la idea de comercio a la distribución de bienes, por lo que el intercambio y distribución de intangibles, realizados por otras actividades de servicios, serán analizadas en el capítulo respectivo. 10
  • 11. Usos del Suelo y Territorio Antecedentes Los estudios sobre localización de las actividades comerciales y de servicios se remontan al menos al siglo XIX, entonces los planteamientos eran de carácter regional, es decir, se buscaba explicar la distribución territorial de los asentamientos como centros prestadores de servicios. Los antecedentes más remoto son los de León Lalanne (1863), Galpin (1915), Kolb (1923), Kolb y Polson (1933), Christaller (1933), Lösch (1939), Kolb y Brunner (1946) (Berry, 1971: 76; Beavon, 1981: 45). Los trabajos de Christaller y Lösch sobresaldrían entre todos ellos por su resonancia en la agenda de investigación hasta los años 80s. A nivel intraurbano los análisis fueron más tardíos y sobresale en 1929 el estudio de Rolph sobre Baltimore en el que ya se proponen cinco tipos de zonas comerciales: zona central, subcentros minoristas, calles de ordenación lineal, grupos vecinales de servicios y empresas no concentradas. Proudfoot en 1937 convalida los resultados de Rolph con el análisis de 9 ciudades americanas y más tarde los trabajos de Canoyer (1946) y Ratcliff (1949) confirmarían la distinción entre las zonas comerciales aglomeradas y las de ordenación lineal o en banda, además de que al igual que Rolph reconocen implícitamente un arreglo jerárquico (Beavon 1981: 36). No obstante, a nivel intraurbano hay dos autores que sobresalen por sus planteamientos e influencia Berry que entre 1958 y 1967 realizó varios estudios apoyado principalmente en la Teoría de los Lugares Centrales de Christaller y propuso la Teoría de las Actividades Terciarias, y K. Beavon, que después de revisar a Christaller y Lösch producirían varios trabajos en la primera mitad de la década de los 70s y a la postre ofrecería un teoría alternativa para explicar la estructura de la actividad terciaria en la ciudad (Beavon 1981). El trabajo de Walter Christaller (1933) tiene como objetivo explicar el número, tamaño y distribución de los centros de servicios o lugares centrales. Partiendo del supuesto de sistema de transporte uniforme propone un modelo en que se garantiza la minimización de la distancia entre los consumidores y los lugares centrales. Se trata de un modelo jerárquico en el que, en un extremo, se tienen los lugares centrales de orden inferior y de corto alcance (región complementaria limitada), esto es, ofrecen bienes y servicios básicos y de consumo frecuente para los que se esta dispuesto a recorrer sólo pequeñas distancias, mientras que en el otro extremo, se tienen los lugares centrales de orden superior y de gran alcance (región complementaria amplia), que ofrecen bienes y servicios especializados y la población está dispuesta a recorrer mayores distancias e invertir más tiempo para obtenerlos. El límite inferior o umbral de alcance de las mercancías, es decir, el área mínima de mercado necesaria para que su oferta sea viable, es la clave para explicar la distancia entre los centros y por tanto, su número. Así los lugares centrales de orden inferior con áreas mínimas de mercado pequeñas y menor alcance (región complementaria) tendrán que estar más cercanos unos de otros, por lo que habrá más en un territorio determinado, mientras los de orden superior, al ofrecer bienes y servicios más especializados requieren de un área 11
  • 12. Usos del Suelo y Territorio mínima de mercado mayor, y por tanto, tienden a servir superficies mayores y están más separados. Entre estos dos extremos pueden identificarse lugares centrales de diversos órdenes dando lugar a una jerarquía escalonada. El planteamiento anterior del modelo está regulado por un principio de mercado, en el cual, se asegura la minimización de las distancia entre consumidores y los diversos niveles de lugares centrales; Christaller propuso dos variantes al modelo denominadas principio de transporte y principio administrativo, que aseguran respectivamente: que las vías de comunicación conecten a los lugares centrales de mayor jerarquía y que las regiones complementarias de un nivel jerárquico dado incluya íntegramente a las regiones complementarias de los niveles inferiores. Las distintas variantes propuestas por Christaller sugieren tres factores determinantes de la localización comercial: el acceso al mercado, las facilidades de transporte, y los determinantes administrativos, o más ampliamente, los mercados cautivos que son aquellos que tienen que acudir a un lugar central determinado y no tienen posibilidad de una selección diferente. Además el mismo Christaller, reconocía que el alcance de las mercancías estaba determinado por muchos factores interdependientes agregando a los anteriores, entre otros, la distribución de los ingresos, las diferentes concentraciones de población y la subjetividad, de lo que deduce que cada mercancía o cada servicio tiene un alcance espacial propio y que podía variar según la dirección desde el lugar central por lo que las formas de las áreas complementarias o de influencia son irregulares (Beavon 1981: 48). Quizá la nacionalidad alemana de Christaller y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial no favorecieron su revisión, ya que las respuestas a su propuesta llegarían muy tardíamente. De hecho, uno de los desarrollos más importantes y relativamente oportuno, fue el del también alemán August Lösch (Die Räunmliche Ordnung Wirtschaft, 1939 –citado en Beavon 1981: 13) que probablemente por las mismas razones se publicó en inglés 15 años después (Economics of Location 1954). En este trabajo se propone un modelo de lugares centrales, también jerárquico, pero continuo, que parece responder mejor a la realidad pero que, al mismo tiempo, resultó mucho más complejo. A pesar de que parecía un modelo con mayor capacidad de explicación y de que contenía las ideas clave para comprender la localización de las actividades terciarias intraurbanas, fue ignorado, entre otros por Berry y Garrison, al trasladar en 1958 la teoría de los Lugares Centrales de Christaller a escala intraurbana y proponer la teoría de las Actividades Terciarias, insistiendo en una jerarquía escalonada (Beavon 1981: 13). Los modelos de Christaller y Lösch contienen muchos puntos de contacto, en primer lugar la idea de que los hexágonos representaban la forma óptima –en términos de competencia y equilibrio- de las zonas complementarias o áreas de mercado para la distribución servicios y mercancías, bajo el supuesto de cierta homogeneidad de la demanda y de las facilidades de transporte. En cambio la forma de construcción de los sistemas de lugares centrales difería, mientras el modelo de Christaller determina una serie de niveles jerárquicos originados en ciertos grupos de bienes y servicios de cierto alcance, el modelo de Lösch 12
  • 13. Usos del Suelo y Territorio parte de la sobreposición de múltiples redes con un centro en común y luego las rota para buscar el máximo de coincidencias de lo que resulta un continuo de centros de menor a mayor jerarquía y una división del área de la región complementaria entre 6 sectores “urbanamente ricos” y 6 sectores “urbanamente pobres”. En interpretación de Beavon la “riqueza” o ”pobreza de los sectores de Lösch se refiere al número de coincidencias de los centros, así un área urbanamente rica será aquella que esté servida por más centros que a su vez, son coincidencias de centros producto de la rotación (Beavon 1981: 151) lo cual parece muy razonable en función de la capacidad de sostenimiento de la demanda en zonas ricas o pobres. En conclusión, a pesar de la relativamente poca atención que ha recibido el modelo de Lösch con relación al de Christaller –quizá por su mayor complejidad-, parece aceptarse la idea de que el primero se aproxima más a la realidad al producir un sistema jerárquico continuo, con centros cuya importancia es resultado de complejas combinaciones de otros centros (léase actividades) por lo que no resultan equivalentes. Como se verá más adelante en el análisis de las jerarquías intraurbanas actuales para la Ciudad de México este planteamiento resultará muy útil. De hecho Stolper (1955), Dacey (1956), Yeates y Garner (1971) y Parr (1973) coinciden en que el modelo de Lösch debería ampliarse a nivel intrametropolitano (Beavon 1981: 19). En una línea de pensamiento más práctica se debe resaltar el trabajo de Nelson (1958 citado por Berry 1971: 169-171;) que analiza los efectos de la localización sobre la actividad comercial, la selección de localizaciones, las técnicas de valoración de cifras comerciales, la jerarquía de centros comerciales –vecinal, local y regional, y las nuevas tendencias de los estudios económicos de localización. Pero quizá una de las aportaciones más importantes es el reconocimiento de dos tipos de mercancías, la de uso cotidiano y las de uso anómalo, cuyas empresas de venta tienen lógicas distintas en la escala de operación y en las tendencias de localización, por lo general, las primeras sirven en pequeños establecimientos que tienden a los clientes, mientras que la otras dependerán de la atracción que generen empresas mayores (Beavon 1981: 163-167). Otros de los grandes antecedentes de estudios de la localización de las actividades comerciales y de servicios es la Teoría de las Actividades Terciarias de Berry y Garrison que entre 1957 y 1967 publicaron varios trabajos sobre la revisión y ampliación de la Teoría de los Lugares Centrales de Christaller, que afirman, es más aplicable al nivel intraurbano que al interurbano, para la que se concibió originalmente. Además, reconocen dos componentes en la teoría, el estructural, relacionado con la jerarquía escalonada, y el funcional, relacionado con las áreas complementarias hexagonales. La nueva Teoría sobre las Actividades terciarias coincidía con los planteamientos de Christaller en el componente estructural, es decir, la jerarquía escalonada, la cual, durante mucho tiempo fue la única aceptada en la explicación del comercio al interior de la ciudad. Sin embargo, posteriores estudios del comportamiento de los consumidores han puesto en duda los aspectos funcionales propuestos por Berry y Garrison (ibid.: 20-21). Hay dos aportes que debemos reconocer a Berry, por un lado, advirtió las variaciones de tamaño y función de los diferentes distritos comerciales, así como los fuertes vínculos entre 13
  • 14. Usos del Suelo y Territorio el ingreso del área y la cantidad y tipo de comercios, lo que de una u otra forma aproxima a la complejidad del fenómeno (Simmons 1994: 5). Por el otro lado, propone tres formas de presentación del comercio: la distribución jerárquica de centros, ordenación lineal en autopistas y avenidas y las áreas con funciones especializadas. (Berry 1962 citado por Carter 1995: p. 67). A su vez, los centros se clasifican en 4 niveles: los que ofrecen bienes de uso frecuente y se encuentran a la vuelta de la esquina; los centros vecinales o de barrio; los centros comerciales locales y los centros comerciales regionales. En los siguientes años aparecieron una serie de cuestionamientos sobre la racionalidad de las decisiones de los consumidores, sobre todo en el sentido de que estos irían siempre al centro comercial más cercano para minimizar los costos, como estaba implícito en la Teoría de los Lugares Centrales. A finales de los 60s, tres autores sobresalen entre los que proponen que los consumidores no siempre acuden a comercio más cercano: Clark, Johnson y Rushton. Se comprobó que los consumidores pueden asistir a un centro más lejano por iguales mercancías (Clark 1968 citado por Beavon 1981: 42-43). Dos años más tarde Clark y Rushton afirmaron que los consumidores comparan las ventajas del tamaño del centro con las desventajas de la distancia que es necesario recorrer, con lo que se acercan a los planteamientos de los modelos gravitacionales y los de probabilidad (Beavon 1981: 43). Rushton en 1971 intento una revisión de la Teoría de las Actividades Terciarias basada en normas de conducta, utilizando funciones de preferencia espacial. Este enfoque funcional produjo un sistema de lugares centrales que difería del sistema clásico de Christaller y, consecuentemente, de la Teoría de las Actividades Terciarias, en un punto importante: las actividades de los centros se presentaban en tandas de composición variable para centros a un mismo nivel de jerarquía. En consecuencia, se sugirió que debería abandonarse el concepto de una clase de centros perteneciente a uno de los niveles de las categorías escalonadas de la jerarquías. Sin embrago, no se intentó revisar el componente estructural de la Teorías de las Actividades Terciarias de manera acorde (Beavon 1981: 43). Como se verá más adelante, el planteamiento de Rushton es clave para entender muchas de las inconsistencias de la idea de la jerarquía urbana y para plantear una solución mucho más allá del continuo, quizá deba tener presente la idea derivada de los trabajos de Lösch de que los centros formados por la sobreposición de otros centros no son comparables entre sí por ser producto de distintas combinaciones de centros, o en otras palabras, de distintas combinaciones de tandas de actividades que pueden generar no sólo mayor o menor atracción sobre los consumidores, sino diversas modalidades de atracción. En la sociedad actual, el consumidor forma preferencias sobre los establecimientos dependiendo de servicios complementarios y comodidades -y de acuerdo a lo antes planteado también de la particular combinación de bienes y servicios ofrecidos- que le suponen mayor comodidad y disfrute a la hora de realizar sus compras (De Juan Vigaray 1998: 15). 14
  • 15. Usos del Suelo y Territorio Hacia finales de los años 70s Keith Beavon publicó una serie de trabajos que replantarían la idea de la lógica espacial de las actividades comerciales y de servicios en la ciudades. Después de un minuciosa revisión de los trabajos de Christaller, Lösch y de Berry y Garrison, y animado por el cúmulo de inconsistencias derivadas de la idea de una jerarquía escalonada al interior de la ciudad, trabajó el desarrollo de una teoría alternativa – fuertemente arraigada en los planteamientos de August Lösch- para apoyar la idea de una jerarquía continua de lugares centrales a nivel intrametropiltano Beavon descarta la idea de que los lugares centrales de un determinado orden contengan las actividades de orden inferior, con lo que establece la posibilidad de combinaciones distintas de actividades, que si bien, en conjunto dan lugar a una mayor o menor jerarquía, pueden ser de naturaleza única como resultado de la particular combinación. Propone una medida geotaxonómica de la semejanza como técnica para determinar la jerarquía a partir de datos de la composición interna de los lugares centrales (Beavon 1981: 105). En los últimos 20 años la preocupación por los modelos generales de localización comercial han sido sustituidos por una gran cantidad de análisis en dos grandes vertientes: en la primera, las investigaciones están encaminadas a la construcción de modelos más formales –a veces con un fuerte componente matemático-, que buscan explicar aspectos como la formación de preferencias por parte de los consumidores y la definición de áreas de atracción, que incluso, han dado lugar a revistas especializadas como: International Journal of Retailing, Applied Marketing Research, Journal of Marketing Research, Marketing Research, Internacional Journal of Research in Marketing y muchas más revistas especializadas y libros, dentro de este grupo pueden identificarse estudios de interés práctico (Wrigley, N. 1988); en la segunda vertiente se tienen trabajos más cualitativos que pueden ir desde las revisiones más amplias y generales sobre la actividad comercial en las ciudades de la actualidad, como el trabajo de Moreno y Escolano (1995), hasta los que hacen énfasis en algún aspecto como las diferencias en las lógicas comerciales entre países con distintos niveles de desarrollo y distinta cultura (Findlay, A.M. et. al. 1990); los cambios recientes en las estrategias comerciales (Laulajainen, R. 1987; Cásares, L., et. al. 1987).; o el papel de la cuestión cultural en las lógicas comerciales (De Juan Vigaray, 1998). En términos de tipologías hay tres modalidades significativas el ya citado de B. Berry, la tipología de la Commission des Activités Commerciales (Francia) y la clasificación de la OCDE. Brian Berry (1971: 59-69) propone cuatro grandes divisiones: Una jerarquía de centros comerciales en donde se ubican actividades diversas desde comercios de artículos varios hasta los grandes almacenes de departamentos. Son aglomeraciones de comercios porque los consumidores tienden a visitar varios de ellos en el mismo viaje. Van desde el centro de la ciudad (central business district) que ofrece los bienes más especializados a toda la metrópoli, le siguen los centros regionales que sirven a amplios sectores de la ciudad, luego los centros locales o comunales (community centers), 15
  • 16. Usos del Suelo y Territorio los centros vecinales (neigborhood centers)d y los de conveniencia, que ofrecen los bienes más comunes y se ubican a la vuelta de la esquina. Colonias comerciales orientadas hacia carreteras. Satisfacen las demandas derivadas del tráfico de carreteras y están formadas por estaciones de servicio, restaurantes y hoteles. Sectores comerciales de las arterias urbanas. Son actividades que requieren de centralidad pero por sus necesidades de espacio y los patrones de compra por parte de los consumidores, en el sentido de que son viajes especiales para adquirir un determinado bien, les resulta más conveniente ubicarse en las arterias urbanas. Aquí se encuentran las mueblerías, electrodomésticos y talleres de reparación de automóviles. Áreas funcionales especializadas. Se caracterizan por la presencia de varios tipos de establecimientos relacionados entre sí y buscan la accesibilidad hacia cierto mercado de la ciudad. Por ejemplo, zonas especializadas en servicios médicos y al comercio de automóviles. Beavon (1981: 41) cita una serie de estudios que al analizar las estructura comercial de ciudades fuera de Estados Unidos encontraron diferencias respecto a los planteamientos de Berry, por ejemplo, por la forma de organización del comercio no central, más lineal en Nueva Zelandia y en Sudáfrica que aglomerada como en Estados Unidos. Pero también reconoce algunas coincidencias con las jerarquías propuestas con la Teoría de las Actividades Terciarias. Monnet (1990: p. 44) cita la clasificación de la Commission des Activités Commerciales que se apoya en la naturaleza del artículo vendido: 1. Equipamiento de persona: vestido, calzado y accesorios. 2. Equipamiento de la casa: mobiliario, decoración y acondicionamiento de la casa. 3. Equipamiento de la profesión: para los equipos técnicos y materiales útiles para el ejercicio de un oficio. 4. Alimentación: tiendas de productos alimenticios. Monnet propone la anterior clasificación para el análisis de las calles del centro, para lo cual puede resultar más o menos justificable, pero se trata de una tipología muy general y con un mínimo grado de articulación con las lógicas de localización en el interior de la ciudad, es decir, no existe un patrón de localización para cada uno de estos tipos de comercio. Finalmente se menciona la clasificación de la OCDE que, a diferencia de las dos anteriores, se apoya en los tipos de establecimiento comercial (Moreno y Escolano 1992: 120-130). 1. Autoservico: establecimiento minorista entre 40 y 120 m2. Si tiene entre 120 y 400 m2 se considera “Superservicio”. 16
  • 17. Usos del Suelo y Territorio 2. Supermercado: también es un autoservicio que va de los 400 a los 2,500 m2. 3. Duty Free Shop: básicamente ofrecen productos de lujo –de importación- y se caracterizan por estar libre de impuestos. 4. Cash & Carry: establecimiento de comercio al por mayor o detallista –o para clientes institucionales- en régimen de autoservicio. 5. Hipermercado: tienen una superficie mayor a 2,500 m2, generalmente se ubica en la periferia de los grandes núcleos de población con facilidades de acceso y amplio espacio de estacionamiento al aire libre, de una sola planta, funcional y sin lujos que frecuentemente asocia una galería de comercios independientes. 6. Gran almacén: edificio de varias plantas con construcción superior a los 10,000 m2, con estacionamiento, muchas veces en sótanos, ninguna sección o departamento supone más del 50% del total de venta (tienda de departamentos). 7. Almacén Popular: venta minorista de productos de consumo habitual, de alimentación, limpieza y aseo personal, regalos, vestido y hogar. Son surtidos limitados en gama y precios, en un local de 3,000 a 4,000 m2. Generalmente tienen supermercado de alimentos y no disponen de estacionamiento. 8. Centro comercial: conjunto de establecimientos minoristas integrados en un edificio. Se subdividen: A. Centros temáticos especializados: cuando la mayoría de las tiendas tienen la misma dedicación. B. Centros de barrio: atienden a una clientela próxima. C. Centros urbanos y regionales: para servir a la población de una ciudad entera y a su área de influencia. Los centros comerciales pueden ser resultado de una concentración espontánea de comercios en el tejido urbano o bien, son aglomeraciones de comercios independientes ubicados en una unidad espacial (inmueble) con administración centralizada. Generalmente ubican uno o varios almacenes que sirven de motor de atracción para el conjunto de establecimientos, se pone gran atención al diseño, al confort y a la imagen. Los mismos autores plantean otra clasificación por las formas de asociación del comercio (ibid., :132-134) que sin embargo, se aleja mucho de los propósitos del presente trabajo. De las anteriores tipologías, sólo de la Berry se aproxima al planteamiento que aquí se persigue que es el reconocimiento de los diferentes tipos de localización comercial. La clasificación de la Commission des Activités Commerciales es demasiado genérica y sus tipos independientes de la lógica espacial. Finalmente, la tipología propuesta por la OCDE resulta sobre todo inconsistente, pues parece apoyarse en diversos criterio de clasificación la mayoría de los casos por el tipo y tamaño del inmueble que ocupa, pero otros, el criterio 17
  • 18. Usos del Suelo y Territorio parece ser el tipo de productos o el área a la cual sirve. De cualquier manera tampoco resulta útil como punto de partida de la tipología que se va a construir aquí, aunque sí para ilustrar algunos criterios. La propuesta de Berry tiene tres limitaciones para su traslado a la interpretación de caso de la Ciudad de México, en primer lugar, su antigüedad, se trata de una clasificación de fines de los cincuenta y principios de los sesenta, cuando muchas de las estrategias comerciales y de los soportes tecnológicos con que se cuenta ahora eran inimaginables, aspecto que limita la capacidad de explicación de este planteamiento, incluso para la sociedad norteamericana del presente; en segundo lugar se tiene el contexto social, cultural y económico en el que fue elaborada, es decir, en una sociedad con cultura y con capacidad de consumo, con un extendido uso del automóvil que ha condicionado fuertemente la naturaleza del acceso al comercio, y en donde el sector moderno y formal representa la norma en lo que a formas comerciales se refiere; y finalmente, las insuficiencias del trabajo, algunas de las cuales han sido expuestas por otros autores. En este contexto de ideas, se propone como alternativa metodológica para construir una tipología de comercio según sus lógicas de localización para la Ciudad de México, en primer lugar, retomar las críticas de Beavon a los trabajos de Christaller y de Berry en el sentido del componente estructural; posteriormente, analizar los avances que se han logrado en el componente funcional, y finalmente reconocer la especificidad del caso mexicano - diferencias socioeconómicas, cultura y la “dualidad” comercial (infra)- para cada uno de los factores determinantes de la localización como clave de la reinterpretación teórica para la construcción de la tipología. El componente estructural de la localización comercial intraurbana. El componente estructural se refiere al arreglo jerárquico del sistema de lugares centrales o de centros comerciales de una región o ciudad. Dicha jerarquía no necesariamente significa la formación de niveles o escalones, puede darse también en forma de continuo. En este apartado se hará una reflexión del componente en el ámbito intraurbano, aunque algunas de las conclusiones, por su propia naturaleza teórica, pueden alcanzar el ámbito regional. El componente estructural del sistema comercial estaba implícito en la Teoría de los Lugares Centrales. Beavon reconoce una doble regularidad: vertical y horizontal. La primera estaría relacionada con la composición interna y el papel específico de cada lugar central, mientras que la segunda, se manifiesta en términos de la distancia entre lugares de órdenes distintos, así como en la localización relativa de los mismos (1981: 75 y 77). Ambas regularidades son de naturaleza estructural, no obstante, la vertical es la más significativa y discutida en el desarrollo teórico ya que se relaciona con la ordenación jerárquica de los centros. Para entender el origen de la jerarquía se debe partir de las diferencias en el alcance de los bienes y servicios. En el extremo inferior se tienen los bienes y servicios básicos, en el sentido de ser una necesidad permanente, estos son requeridos por toda la población de una manera frecuente; en cambio, en el extremo superior, se encuentran los bienes y servicios 18
  • 19. Usos del Suelo y Territorio más especializados, que son demandados sólo eventualmente por ciertos sectores de la población. Los bienes y servicios de orden inferior satisfacen más fácilmente - en el sentido territorial- sus exigencias mínimas de mercado o “umbral”, es decir, en una extensión limitada obtienen la demanda suficiente para ser una oferta viable; en cambio, los bienes y servicios de orden superior, al tener un mercado de consumidores más estrecho requieren de un umbral o área mínima de mercado muy amplia, para poder captar a los consumidores suficientes para que la oferta sea viable. Entre estos dos extremos se encontrarán distintos niveles de centros dependiendo de la naturaleza de los bienes y servicios ofrecidos y del umbral mínimo de estos. Los de orden inferior, en la parte baja de la jerarquía, estarán más cercanos unos de otros, y conforme aumente el nivel jerárquico aumentará la distancia entre los centros. Los principios anteriores dan lugar a un sistema espacial de orden jerárquico que ha sido un paradigma en el desarrollo de la teoría sobre la localización de las actividades terciarias. Hasta los años 60s, a pesar de la obra de Lösch, parecía predominar la idea -Christaller y Berry y Garrison- de que había grupos de actividades y bienes que mostraban una cierta coincidencia en sus umbrales, lo que daba lugar a una jerarquía escalonada; es hasta los setentas que autores como Beavon se inclinaron por la idea de un continuo, lo que hoy en día parece imponerse, sobretodo en el ámbito intraurbano. Desde la década de los 50s, en el seno de la “revolución cuantitativa” las ideas de Christaller fueron adoptadas con tal clamor, que se “demarcaban jerarquías incluso por quienes afirmaban que sus datos evidenciaban continuos. Fue simplemente un caso de reconocer el único hallazgo que tenía una justificación teórica” (Beavon 1981: 104-105). Poco después, Dacey (1962) en un estudio del suroeste de Wisconsin reconoció una jerarquía poco definida y que no respondía a la formulación de la Teoría de los Lugares Centrales (citado por Carter 1995: 62). Varias décadas tuvieron que pasar para que se aceptara ampliamente la idea de que las jerarquías estaban lejos del esquema Christalleriano en el sentido de su escalonamiento y regularidad; como afirman Moreno y Escolano “a determinadas escalas, las jerarquías comerciales aparecen tan distorsionadas que son inservibles como conceptos explicativos, y ayudan mucho más otras reglas y enfoques exploratorios de la percepción y del comportamiento” (1992: 105). Hoy en día, casi todos los estudiosos del tema reconocen perturbaciones a los principios que sustentaban el arreglo jerárquico espacial, y por tanto, se ha puesto en duda la vigencia, no solo del escalonamiento, sino incluso de la idea de la jerarquía3. El cuestionamiento a la jerarquía representa un avance en el desarrollo teórico, pero al mismo tiempo, se enfrenta a una enorme complejidad, respecto a la cual no se tienen aún soluciones definitivas. Indudablemente debe redefinirse la idea de que la jerarquía es una función del alcance y frecuencia de los bienes y servicios y agregar a éstos una larga lista 3 Incluso B. Berry reconoce que la idea de jerarquía escalonada de Christaller se “viene abajo” en las regiones metropolitanas con bajas concentraciones en las que se pierde el límite entre los urbano y lo rural, y en donde el aumento de la movilidad y de la renta han eliminado el papel de la distancia favoreciendo la especialización de los centros comerciales (Berry 1971: 164-165). 19
  • 20. Usos del Suelo y Territorio de factores determinantes del arreglo estructural de los centros y aglomeraciones comerciales. Se reconocen muchas causas de perturbación de las jerarquías, la primera es que no toda la oferta de bienes y servicios basa su lógica de localización en patrones de frecuencia y alcance desde las zonas de residencia, es decir, en áreas de mercado, que son la base de los patrones de ordenación jerárquica; en segundo lugar, existen actividades que aprovechan el tránsito de la demanda potencial orientándose a las carreteras, grandes avenidas o en general, a los corredores urbanos de circulación, lo cual no tiene relación con el arreglo por áreas de mercado y jerarquía; en tercer lugar, hay comercios que se localizan por complementariedad aprovechándose de la atracción generada por terceros, en este caso, cuando estos terceros son actividades comerciales que se localizan por áreas de mercado, las actividades que se adhieren formarán parte de la aglomeración y de la lógica de mercado y jerarquía, pero cuando la actividad que genera la atracción es independiente de esa lógica también lo será el comercio por complementariedad; y finalmente, el comercio especializado puede generar, por su propia naturaleza, áreas de mercado particulares y lejanas a la organización jerárquica, aunque otras veces, pueden insertarse y beneficiarse de los flujos originados por ésta. Las variaciones de ingresos a lo largo de la ciudad también contribuyen a la alteración del complejo sistema de distribución comercial y de servicios, al crear desiguales condiciones de densidad de demanda y provocar la presencia o ausencia de comercios y servicios, lo que a su vez puede estimular o inhibir ciertos niveles de la jerarquía, de hecho, como se verá en el siguiente apartado, parece ser la variable más importante en la explicación de la organización territorial en países con fuerte desigualdad social; otros factores que puede perturbar la jerarquía son aspectos culturales y del comportamiento de los individuos y grupos, lo que está fuertemente asociado a la permanente innovación y cambio de características de la oferta comercial y de servicios. De hecho, algunos grupos de demanda han sustituido al centro de la ciudad por los centros “super regionales” como principal destino comercial y en esto van involucrados los niveles de ingreso, las facilidades de transporte -en particular por el uso masivo del automóvil- y la cultura y el comportamiento, por el lado de la demanda; y por el lado de la oferta, la concepción y el desarrollo de grandes centros comerciales de una sola parada que “se han convertido en una virtual parada cultural, proveyendo de una gran cantidad de productos agrupados en una ecología de comunidad, entretenimiento e identidad social” (Kowinsky citado por Carter 1995: 73). Para Beavon sólo se podría esperar que los centros [de un mismo nivel] ofrecieran exactamente el mismo surtido de mercancías y obtuviera la misma gama de actividades centrales si todas las zonas tuvieran el mismo poder adquisitivo (1981: 34). El mismo autor señala que entre mayor sea la aglomeración de actividades menor será la probabilidad de que dos centros sean idénticos, tanto por lo que respecta al número como a los tipos de actividades, por lo que un continuo será más característico de una gran ciudad metropolitana con muchos centros comerciales (ibid. 217). 20
  • 21. Usos del Suelo y Territorio En fin, parece claro y es ampliamente aceptado que al interior de las ciudades existe una arreglo territorial de los sistemas de distribución que muy difícilmente se puede interpretar a través de los esquemas clásicos de la Teoría de los Lugares Centrales y la Teoría de las Actividades Terciarias, que son muchos los factores determinantes de dicho arreglo, y que además, pueden variar por grupos o a través del espacio (Fotheringham 1991: 102) y también a lo largo del tiempo como producto de la evolución social y del consumo, lo que ocasiona modificaciones en la definición de lo que son bienes cotidianos y lo que son bienes excepcionales (Moreno y Escolano 1992: 153-155). El reconocimiento de la complejidad y de los diversos factores que complementan a los viejos determinantes de alcance y frecuencia de las mercancías, no significa que estos deban ser borrados de los nuevos planteamientos. Tienen razón Jones y Simmons al afirmar que al menos para Toronto la jerarquía intraurbana explica una relativamente pequeña proporción del sistema de comercio al detalle, y también Johnson cuando establece que se deben encontrar nuevos conceptos diferentes a la jerarquía para explicar cómo encajan las partes del rompecabezas del comercio minorista en sentido espacial (citados por Carter 1995: 75-76). Pero también tiene razón Carter al decir que “todos esos cambios han minado la idea de una reflexión del amplio sistema de lugar central dentro de la ciudad. Pero se puede argumentar que la jerarquía intraurbana aún existe...” (1995: p.71). Hoy por hoy los comportamientos de la demanda y las localizaciones comerciales no dejan de estar influidos por los viejos determinantes de alcance y frecuencia. Estos son la base de los patrones uniformes de distribución de los centros comerciales y de servicios -componente regular-, es decir, el sistema de lugares centrales, pero sobre este componente se sobrepone otro de naturaleza aleatoria, que perturba al primero provocando desorden, lo que puede ser definido como entropía (Medvedkov 1976; Semple y College 1970; citados por Carter 1995: p.62). Lo que sucede es que en los actuales sistemas de distribución comercial intraurbana existe una notable y cada vez mayor entropía. Así, a manera de conclusión se puede afirmar que: Sólo una parte del comercio intraurbano está asociado al esquema jerárquico derivado del alcance y frecuencia de demanda de las mercancías, el cual, se tiende a presentar como un continuo, en particular, en la parte baja de la jerarquía. Otros comercios y servicios tienen una lógica de localización fundada en otros principios como el aprovechamiento de los corredores de circulación urbana, la complementariedad, e incluso, en la atracción generada en valores culturales o sociales. Los esquemas de organización de comercio y servicios en las ciudades son producto de innumerables determinantes lo que resulta en esquemas complejos, particulares y cambiantes. En países subdesarrollados la estructura comercial está fuertemente vinculada a la estructura socioeconómica como consecuencias de las profundas diferencias en la capacidad real de demanda. 21
  • 22. Usos del Suelo y Territorio El componente funcional de la localización comercial intraurbana En 1966 Garner introdujo la idea de un componente funcional (Beavon 1981: 32-33) y se refiere a los servicios (comercio) que ofrecen los diversos centros dando lugar a una atracción o área de influencia, es decir, a cada centro corresponde la función de servir a la demanda de un área. El componente funcional está fuertemente relacionado a la dimensión horizontal del componente estructural. El área de atracción o área de mercado o área de influencia está delimitada por la distancia máxima que un comprador está dispuesto a recorrer para obtener una mercancía o servicio, también llamado, alcance máximo de una mercancía central. Para Applebaum y Cohen (1961) el área de mercado contiene un foco que es el establecimiento o lugar central; una morfología que se refiere a su tamaño y forma; los establecimientos de competencia; los componentes internos como casas, bloques de pisos, barrios, o grandes áreas urbanas; y los límites externos (citado por De Juan Vigaray 1998: 38). En esta definición esta subsumida una concepción que rompe con la idea de área de influencia Christalleriana que era concebida con carácter monopólico; del planteamiento de Applebaum y Cohen se deduce que aceptan la idea de áreas de mercado sobrepuestas y compartidas derivadas de la competencia entre centros de comercio o servicios. Huff (1964) ofrece una definición de tipo probabilístico se establece que se trata de “una región geográfica que contiene clientes potenciales, para quienes existe una probabilidad superior a cero de que puedan realizar las compras de una determinada clase de productos o servicios que son ofrecidos...” (citado por De Juan Vigaray 1998: 39). También se puede deducir que la probabilidad menor a uno puede ser producto de la distancia y de la posibilidad de acceder a centros alternativos, y por tanto, de competencia. Por su parte, la Asociación Americana de Marketing propone una definición del lado de la oferta: “como una zona cuyo tamaño está determinado por los límites dentro de los cuales es rentable para un establecimiento o grupo de establecimientos vender o entregar un producto o servicio. Esta definición implica que un área comercial no comprende toda la región dentro de la cual existe la demanda potencial, sino sólo esa porción que una empresa encuentra rentable para vender o servir un producto o servicio.” (De Juan Vigaray 1998: 40). En la perspectiva de la distinción entre la lógica del comprador y la del vendedor Stern y El Ansary (1992) señalan que “el área comercial comprende la región geográfica dentro de la cual el comprador puede esperar, razonablemente, encontrar bienes y servicios a precios competitivos”; mientras que desde el punto de vista del vendedor el tamaño de esta área estará “generalmente determinado por los límites dentro de los cuales es económicamente rentable, en términos de volumen de ventas y coste para una empresa, comerciar y distribuir bienes o servicos” (ibid.). En realidad, la diferencia planteada entre oferta y demanda en las definiciones es sutil y dependerá de quién soporte los gastos de distribución, el vendedor o el comprador; pero en 22
  • 23. Usos del Suelo y Territorio todas ellas está presente el hecho de que es una extensión hasta la cual es viable, pero no es necesario, hacer una transacción comercial y de servicios, y en varias de las definiciones se desprende que dicha área no es exclusiva, sino que puede estar compartida. A pesar de la sencillez que parece derivarse de la afirmación anterior, la conformación y lógica de las áreas de mercado están, como la jerarquía, influidas por una gran cantidad de factores determinantes que introducen elementos de aleatoriedad y complejidad4. Antes de analizar los factores de “aleatoriedad” se plantean a continuación los principios de la Teoría de los Lugares Centrales que se suponía, daban lugar a la parte “regular” del componente funcional. En primer lugar está la característica monopólica de las áreas de mercado, lo que significa que cada área esta servida por un solo centro de cada nivel jerárquico. Las siguientes 4 características las identificó Beavon (1981: 32-33) del trabajo de Garner de 1966: Los centros de actividad de orden inferior ofrecen únicamente mercancías de orden inferior y sirven zonas tributarias definidas por la mercancía jerárquica marginal de menor alcance. Las mercancías de orden inferior son generalmente productos de primeras necesidad que por consiguiente, son adquiridos con frecuencia... Los centros de actividad de orden superior, además de administrar mercancías de orden superior (o de uso anómalo) que exigen niveles de umbral elevados, ofrecen todas las mercancías de orden inferior... El consumidor está dispuesto a recorrer mayores distancias, aunque con menor frecuencia, a fin de adquirir las mercancías que necesita. Un centro de actividad, cualquiera que sea su nivel de jerarquía, ofrecerá más mercancías, poseerá más empresas y actividades, servirá mayores áreas tributarias y mayores poblaciones tributarias y tendrá un volumen total de ventas más elevado que cualquier otro centro de actividad de nivel inferior. De las relaciones anteriores resulta una compleja disposición de áreas comerciales encajadas una dentro de otra, en donde el consumidor es servido con la mayor eficiencia por el centro de actividad que ofrece la mercancía que necesita más cercano y más accesible. En la actualidad es ampliamente aceptado que ninguna de las características anteriores es plenamente sostenible a nivel empírico. Uno de los factores de “aleatoriedad” más importantes es la estructura territorial de la competencia que, cuando es densa, como los sistemas comerciales en el ámbito intraurbano de ingresos medios o altos, puede llevar a la sobreposición de áreas, dándose una competencia por el mercado no en términos de territorio sino de penetración, esto significa que un área de mercado puede estar servido por diversos centros alternativos y la captura de los clientes se basa más en mecanismos publicitarios, de servicio, de precios, de facilidades 4 Existen numerosas clasificaciones de áreas de mercado que no se describen aquí por no ser relevantes a este trabajo pero un buen resumen puede verse en De Juan Vigaray 1998: 40-47. 23
  • 24. Usos del Suelo y Territorio y menos en la distancia. Las áreas de mercado así definidas se miden por la proporción de clientes capturados, así un área primaria de mercado incluye más del 60% de la demanda y un área secundaria el siguiente 25% (Jones y Simmons 1987: 307)5. En realidad es poco probable que en el interior de la ciudad se den condiciones de monopolio. En cambio, en las áreas más pobres puede darse una demanda efectiva baja que no permite el establecimiento de centros de cierto nivel con lo que la población que desea adquirir algunos bienes o servicios de ese nivel tiene que recorrer grandes distancias para obtenerlos. La sobreposición de áreas de mercado será mayor entre más cercanos estén los centros competidores y viceversa; y, es más común que se de sobreposición de áreas cuando se trata de productos que sean buscados por razones de precio o calidad (De Juan Vigaray 1998:43), lo que generalmente sucede en los productos de uso anómalo de la parte alta de la jerarquía. La competencia no lleva sólo a la sobreposición sino a la definición de los límites de las áreas de mercado, que ya desde los trabajos de Berry se reconocían las dificultades de definición en particular para las regiones metropolitanas -nivel intraurbano- para las que reconoce un comportamiento probabilístico de la demanda al poder elegir entre varios centros (Berry 1971: 53-54; 70; 173). Con los planteamientos anteriores parece evidente el rechazo a las áreas de mercado monopólicas en el interior de las ciudades de las grandes ciudades frente a la aceptación de esquemas de fuerte competencia en donde un área puede estar servida por distintos centros que buscan apropiarse de la mayor parte posible del mercado (penetrar el mercado) aproximándose lo más posible al perfil de sus clientes potenciales en términos de tipos y combinación de productos y servicios, imagen y facilidades, calidad y precios, atención y servicio, publicidad, y uno muy importante, la especialización. De lo que resulta que el área de mercado da cada centro puede ser muy irregular e incluso discontinua con variaciones respecto a la proporción de demanda capturada, en donde la distancia sólo es un componente más en la decisión de elección del consumidor. Los monopolios espaciales pueden subsistir como casos especiales, pero es más probable encontrarlos en los extremos del continuo jerárquico, en la parte de arriba con productos o servicios altamente especializados o únicos al menos para ciertos sectores de la ciudad; también se pueden encontrar áreas de mercado monopólicas en la parte más baja de la jerarquía, básicamente en el comercio de conveniencia en donde los productos están estandarizados y la distancia y la atención pueden ser los determinantes más importantes. 5 Aparentemente Jones y Simmons se refieren a la proporción del área, en cambio. Applebaum (1966 citado por De Juan Vigaray 1998: 41-42) plantea la proporción respecto a las ventas del establecimiento, es decir, el área comercial primaria capta entre el 60 y 65% de las ventas del establecimiento, la secundaria entre el 15 y 20% y se encuentra más alejada, y el resto proviene del área comercial terciaria aún más lejana. En nuestra opinión es más acertado y aplicable a nivel intraurbano el enfoque de Jones y Simmons, porque en el planteamiento de Applebaum el área primaria aparece como monopólica. 24
  • 25. Usos del Suelo y Territorio Jones y Simmons reconocen, junto al monopolio espacial y a la penetración de mercado, un tercer tipo de área de carácter irregular y disperso originada por comercios selectivos o especializados y que se extiende por toda la ciudad (1987: 301), puede suponerse que se trata de comercios no monopólicos que compite por una demanda muy particular que se puede encontrar a lo largo y ancho del área urbana, se trata de una penetración de mercado muy discontinua desde el punto de vista espacial. Por otro lado, un mismo centro puede tener muchas áreas de mercado, de acuerdo a la combinación de bienes o servicios que ofrezca, así para ciertos bienes puede haber una configuración y para otros puede haber otra distinta. Además esas áreas pueden modificarse en el tiempo, desde el corto plazo, por ejemplo, el alcance puede ser diferente entre semana que en fin de semana, o a mayor plazo, como resultados de los cambios en la competencia, en la población o en el sistema de vías de comunicación (Rust 1991: 119-120). En el apartado anterior se habló que para la jerarquía se podía reconocer una regularidad basada en los principios de alcance y frecuencia de las mercancías y que sobre ella aparecía la aleatoriedad provocada por otros determinantes; en el caso del componente funcional sucede algo similar, existe una regularidad basada en el principio de distancia sobre la cual se imponen el desorden generado por otros determinantes, pero en este caso el grado de entropía es muy alto, a un nivel tal, que la regularidad es mínima y casi irrelevante. Factores determinantes de la localización comercial Existe una gran cantidad de elementos que intervienen en la decisión de localización de los centros comerciales y de servicios. Es común que se dividan entre los que se relacionan con la demanda y los que se vinculan con la oferta, aunque algunos de ellos, como el transporte o la aglomeración, influyen sobre ambas dimensiones. Del lado de la demanda, un comprador potencial tiene que considerar numerosos aspectos para construir una decisión de compra, la cual contiene dos componentes fundamentales, la selección del producto que a su vez incluye la valoración de muchos aspectos, y la selección del lugar, que también supone una gran variedad de considerándoos. La decisión busca optimizar lo que De Juan Vigaray llama optimización calidad – costo; la calidad la define como la capacidad de los productos adquiridos para satisfacer las necesidades o deseos del consumidor, mientras el costo como el conjunto de esfuerzos que se realizan para adquirir los bienes además del precio pagado por ellos (1998: 18, 46). Por su parte, la oferta debe considerar su rentabilidad que estará en función del acceso al mercado, lo cual implica una diversidad de aspectos que se analizarán más adelante, además de la normatividad urbana y la competencia. “El equipamiento minorista se agrupa 25
  • 26. Usos del Suelo y Territorio en las localizaciones de mayor potencial de demanda relativa, que ejercen atracción comercial sobre su entorno...” (ibid.: 37) Así se tienen dos complejos básicos de factores para la construcción de las decisiones que, a pesar de que se plantean de manera independiente, establecen en la realidad una estrecha interacción a través de una relación dialéctica, las consideraciones del lado de la oferta para localizarse en cierto lugar se fundan en las características de la demanda; al mismo tiempo que la valoración de la demanda para elegir el lugar de compra se basa en los atributos de la oferta. En la medida que ambos complejos de factores logran una articulación satisfactoria o un punto de unión, se tendrá la localización de un centro comercial o de servicios eficiente y viable. Los factores más importantes para la oferta son: el mercado mínimo, que a su vez es una función del tamaño de la población, su composición y su capacidad de compra, incluso de la cultura de consumo y el comportamiento de la demanda; el transporte y la vialidad; la competencia y la complementariedad; y la normatividad urbana y de construcción. Los factores que determinan la lógica de la demanda operan en dos niveles: el primero en cuanto a la selección de los atributos, es decir, qué aspectos considera la demanda para decidir asistir a un centro comercial; y el segundo, es el comportamiento que conduce a la elección del centro una vez que los atributos han sido identificados, es decir, como se valoran esos atributos (Fotheringham 1991: 114). En las últimas décadas se han dado importantes avances en el reconocimiento de los factores del primer nivel, en cambio, la investigación sobre el comportamiento es más reciente y sus resultados más limitados. De cualquier manera, el conocimiento de la lógica de la demanda influye profundamente en las decisiones sobre la localización y la naturaleza de los centros comerciales en un afán de satisfacer las expectativas de los consumidores. Entre los factores del primer nivel de la demanda se tienen: la calidad, precio y servicio; la accesibilidad; la combinación de actividades y la diversidad de productos; la imagen y la publicidad; y las alternativas o competencia. En cambio, en el segundo grupo aparecen aspectos como las metas y actitudes del consumidor; su percepción; sus preferencias; sus estrategias de búsqueda de comercios, marcas y precios y la inercia y hábitos. Existen algunos otros factores que pueden intervenir y modificar la mecánica de cualquiera de los anteriores y no son factores que puedan identificarse con la oferta o la demanda. Entre ellos se tienen a los cambios en las tecnologías y en la cultura, y las modificaciones del espacio urbano que afectan las condiciones y por tanto, las decisiones, de la oferta y de la demanda. 26
  • 27. Usos del Suelo y Territorio Factores de la oferta El mercado Se trata de la variable más conocida en la determinación de la localización de un comercio a partir de una relación muy simple, el comercio puede localizarse y ser viable si cuenta con el mercado mínimo necesario para ser rentable. Este principio se formuló explícitamente en la Teoría de las Actividades Terciarias a través del concepto de umbral, que se refiere al mínimo de mercado por debajo del cual un lugar central será incapaz de suministrar una mercancía central (Beavon 1981: 169-170). La relación es evidente y sólida pero se ve modificada por muchos otros elementos, entre ellos está la densidad de población que incide sobre todo en la delimitación del umbral y del alcance de las mercancías centrales. Si las densidades son bajas se requerirá de una mayor área para obtener el mínimo de mercado o umbral, y si son altas, el umbral se obtendrá en menor extensión, de lo que se deriva que en áreas con alta densidad los centros podrán estar más cercanos unos de otros. Si se tiene en cuanta que la densidad no es homogénea, sino que tiende a reducirse del centro a la periferia, las áreas de mercado tienen que ampliarse en proporción directa al descenso de la densidad –zonas rurales-, y los consumidores tienen que estar dispuestos a recorrer una mayor distancia, lo cual puede derivar en un área amplia con un mercado proporcionalmente menor, por lo que tiene que ajustar –limitar- sus funciones. Por el contrario, en altas densidades –zonas urbanas- , se atraerán a más consumidores, lo que le permite al centro contar con funciones más complejas (Berry 1971: 43). Por otro lado, el umbral también se relaciona estrechamente con la naturaleza del producto o servicio, cuando estos son de uso cotidiano, o sea, que la mayor parte de la población los demanda de manera frecuente los umbrales se cumplen fácilmente y cuando son de uso anómalo, se requieren áreas más amplias para satisfacer el umbral (véase El Componente Estructural) Los cambios de la densidad en el tiempo también tienen una influencia en la configuración territorial de los lugares comerciales y de servicios, cuando la densidad aumenta rápidamente es muy poco probable que aparezcan nuevos centros en las rupturas de las áreas de mercado, a pesar de las disminuciones del umbral, lo más probable es que se favorezca la aglomeración de las actividades en los centros existentes; en cambio, si la densidad disminuye y el umbral aumenta y ya no se cuenta con el mínimo de mercado para mantener a las empresas existentes, el efecto más plausible es que algunas de ellas desaparezcan. (Beavon 1981: 200). Cuando no se obtienen los umbrales mínimos por la baja densidad y no es viable una oferta comercial la solución más común es la conformación de mercados periódicos, que “son las primeras formas de comercio en aparecer, tanto en las zonas rurales como en las urbanas” (Bromley 1998; 1312). 27
  • 28. Usos del Suelo y Territorio Los mercados periódicos se basan en dos principios, reducir costos a través del uso de estructuras simples y de carácter temporal, a veces utilizando espacios públicos y evitando cargas fiscales, y la segunda y más importante, completando su mínimo de mercado por medio de la movilidad, así en cada localización obtienen una parte del mercado, que no sería suficiente para establecerse de manera permanente pero que contribuye a la viabilidad del comercio. De hecho, es probable que la suma del mercado de las diferentes localidades sobrepase la demanda mínima necesaria, con lo que se lograrían beneficios extraordinarios. Ingreso y nivel socioeconómico de la población El ingreso es otra variable que acompaña al mercado y que por su importancia merece un tratamiento particular. Su importancia ha sido reconocida desde los primeros estudios, en el trabajo de Lösch se habla de áreas urbanamente pobres y áreas urbanamente ricas; Berry asocia cada comunidad según sus ingresos y estilo de vida con las formas de comercio que les sirven (1971: 61), en fin, se trata de una variable evidente en la conformación de la estructura territorial del comercio, que convierte a la imprecisa variable mercado en el sentido de población en un fino indicador de demanda efectiva. La capacidad de demanda derivada del ingreso se articula de una manera muy compleja con el efecto de la densidad que se describía en el apartado anterior. De hecho, los efectos que provocan las diferencias de densidad que se explicaron arriba suponen un ingreso constante, pero al incluir la variación de éste se puede tener una diversidad de efectos. Una densidad alta puede llevar a obtener en una pequeña extensión los umbrales de los bienes y servicios que la población ahí establecida tenga capacidad de demandar, pero cuando se sobrepasa cierto nivel de especialización, el umbral tendría que ampliarse hasta conseguir la demanda efectiva sin importar la cantidad de población presente, o bien, no existiría la oferta. Esto es lo que sucede en zonas pobres, en donde existe una fuerte presencia de comercio básico pero vacío de oferta de bienes o servicios de mediana o alta jerarquía. En cambio, en zonas de altos ingresos con densidades bajas los umbrales de los bienes de baja jerarquía pueden ser relativamente amplios con relación a los umbrales de bienes de mayor jerarquía, y esto se debe a que la población tendrá una necesidad más o menos fija de productos y servicios básicos que pueden resultar en una red semejante en densidad a la que se encuentra en zonas pobres, y en el otro extremo, tendrá la capacidad real de demanda de productos más especializados con lo que sus umbrales serán, a pesar de la baja densidad de la población, menores que los de zonas pobres con mayor densidad. Los aumentos en el ingreso también tendrán cambios diferenciales, en las áreas de nivel bajo es más probable que se traduzcan en un incremento en la demanda de los bienes y servicios básicos que no se hubiesen satisfecho plenamente; en cambio, el aumento en una zona rica puede provocar la aparición de nuevas tiendas más especializadas, o bien, de nuevas mercancías en las existentes. El efecto del ingreso no se limita a las modificaciones de los umbrales sino que afecta otros aspectos del comportamiento comercial. De Juan Vigaray establece que los 28
  • 29. Usos del Suelo y Territorio desplazamientos que se están dispuesto a realizar con fines comerciales aumentan en la medida que aumentan los ingresos de la población (1998: 49). También afecta a través del acceso a otros satisfactores, por ejemplo, el automóvil que se asocia a patrones de comportamiento comercial particulares que permiten mayores desplazamientos y mayores volúmenes de compra y acceso a comercios diseñados y ubicados para sectores de población con automóvil. El uso de refrigeradores y congeladores, que si bien, en la actualidad tiende a desaparecer como una de las variables que afectan los patrones de comercio, fue muy significativa y se asociaba a la capacidad de acumulación de bienes perecederos cuya frecuencia de compra se ha ido ampliando significativamente con el uso de estas tecnologías, y por tanto, se ha aumentado también la distancia que se está dispuesto a recorrer. El uso de computadoras personales y de la “internet”, también asociados a ciertos sectores de ingresos, han modificado los patrones de comportamiento comercial. De esta manera, la oferta responde a los efectos de las diferencias en los ingresos, los centros que abastecen a población de mayores ingresos se caracterizan por ofrecer una mayor variedad de artículos y servicios, tanto en el sentido vertical, es decir, mayor amplitud en la diversidad jerárquica, como en el sentido horizontal, es decir, mayor variedad marcas y productos del mismo giro, además de que pueden estar proporcionalmente más lejanos que los centros que abastecen población de menores ingresos. Los efectos del ingreso son tan significativos en la conformación de las lógicas comerciales que se puede afirmar que, junto con otros factores, contribuyen a la formación de culturas del consumo que varían en montos, en estrategias de desplazamiento, en el conjunto de propósitos del viaje comercial y hasta en la valoración de la propia actividad comercial. Lo anterior da lugar a una “dualidad” de la demanda que vuelve aún más compleja la estructura de los comercios y servicios en las ciudades. Esta dualidad se deriva, en principio, de las desigualdades en los ingresos, pero sus efectos van más allá del reconocimiento de mercados con capacidad de demanda y la conformación de umbrales. De hecho, las diferencias socioeconómicas implican arreglos estructurales y lógicas de funcionamiento distintos. Esto significa que junto a las diferencias en la naturaleza y volumen de los bienes y servicios demandados se dan también, estrategias de compra distintas -frecuencia, disposición a recorrer distancias, propósitos del viaje, etc.- y esquemas de ofertas también diferentes –facilidades ofrecidas, ambiente, localizaciones, crédito, ofertas y precios- etc-. Otras dos dualidades se dan entre el comercio tradicional y el comercio moderno, y entre el comercio formal y el informal, sin embargo, a diferencia de la primera, la socioeconómica, que es una característica de la demanda que se convierte en un factor de localización de la oferta, éstas dos últimas son condiciones de la oferta que se traducen como factores de decisión de la demanda por lo que su análisis se verá a continuación. Las dualidades de la oferta comercial Se debe aclarar que estas dualidades a las que se hace referencia son una forma simplificada de reconocer algunas dimensiones de diversidad. En otras palabras, se trata de 29
  • 30. Usos del Suelo y Territorio aspectos que dan lugar a una diversidad de situaciones que afectan a la actividad comercial, aquí se ha preferido considerar sólo dos situaciones para cada dimensión, se ha optado por la división más general. Ciertamente, podrían considerarse más grupos o situaciones socioeconómicas, también comercios que se ubican entre lo tradicional y lo moderno, o entre lo formal y lo informal. No obstante, hay dos razones para no haber planteado una mayor diferenciación de tales dimensiones, en primer lugar, por la pureza conceptual, ya que resulta más sencillo y consistente considerar dos grandes grupos de características bien definidas que varios grupos de características menos definidas; en segundo lugar, porque el uso de más grupos lleva a multiplicar innecesariamente los tipos de la clasificación que se construye, perdiendo con ellos la generalidad. Estas dos razones se justifican plenamente en un ejercicio como este, en donde se propone una primera aproximación a la clasificación de actividades comerciales de la Ciudad de México, quizá a partir de lo que aquí resulte convenga una mayor diferenciación. Después de la dualidad socioeconómica explicada arriba, aparece la dualidad entre el comercio tradicional y el comercio moderno. Se trata de dos sistemas de distribución comercial que parten de principios, medios y fines diferentes. En el primero la actividad comercial es una forma de vida que tiene como objetivo la subsistencia en el sistema social, en cambio, en el sistema moderno tiene como objetivo el desarrollo de una actividad económica con fines lucrativos, para lo cual recurre a relaciones laborales formales, a servicios de financiamiento, puede o no formar parte de grandes corporaciones pero hay una fuerte tendencia a que éstas se impongan, el mercado se penetra con apoyo en la publicidad y en mercadotecnia; en cambio, en el comercio tradicional las relaciones laborales tienden a ser familiares o no cuentan con una base jurídica, generalmente se trata de pequeños capitales sin apoyo de crédito y cuyos beneficios representan rendimientos mínimos y se consiguen con base en una sobre utilización de la mano de obra familiar, y finalmente, su acceso al mercado se sustenta en la relación personal y el prestigio. Cada una de estas formas6, además, lleva implícita una profunda connotación cultural, que los hace aún más distintas y casi adversarias, a pesar de que en la realidad tienen ambas, complejas formas de articulación con la sociedad. Esto quiere decir, que no se debe asociar el comercio moderno con los sectores de mayores ingresos y el tradicional con los de menores, aunque exista cierta relación en este sentido. Como lo señala Bromley (1998: 1325) el comercio tradicional sirve a todos los grupos socioeconómicos; pero también, a diferencia de lo que plantea la misma autora de que “las tiendas modernas sirven a un estrecho segmento del mercado de alto estatus” (ibid.: 1313), los sectores pobres de la población acceden también al comercio moderno, sobretodo al de autoservicio. De hecho, hay comercio moderno concebido y dirigido a cubrir estratos socioeconómicos bajos. La tercera dualidad se refiere al comercio formal e informal, que erróneamente se llega a identificar con el moderno y tradicional respectivamente. Aunque hay algunos elementos de simetría que acercan a la actividad formal con la modernidad y a la informal con lo tradicional, no son equivalentes. Lo que distingue a esta tercer dualidad es la situación 6 El planteamiento que se hace aquí sobre el comercio es semejante a la idea de los dos circuitos de actividad que desarrollo M. Santos (1979) en The Shared Space. Methuen, London. 30
  • 31. Usos del Suelo y Territorio jurídica, el comercio formal es el que se apega al marco jurídico mientras que el informal no lo cumple. Por supuesto, como en las otras dos dualidades existen situaciones intermedias. Por el amplio espectro de disposiciones que regulan la operación de las actividades comerciales y de servicios, como las fiscales, laborales, sanitarias, mercantiles y de consumo entre otras, es posible encontrar actividades que cumplen parcialmente tales normas, dándose una situación de “semi formalidad”. No obstante, se debe insistir que ninguna de dichas condiciones establece una relación necesaria con la modernidad o tradicionalidad de la actividad. Hay comercio tradicional formal, y por el contrario, hay comercio moderno, que puede contener elementos de informalidad al no contemplar algunas de las disposiciones jurídicas de su marco regulatorio. De lo anterior se deriva, que el comercio callejero o ambulante, cuando se apropia de espacios públicos de manera irregular, está incorporando un elemento de informalidad, además de que es común que asocie otros, sin embrago, la condición de comercio o servicio establecido no implica necesariamente formalidad, ya que puede violar muchas otras disposiciones de su marco legal, como las fiscales, sanitaria y laborales, lo que no es poco común en ciudades mexicanas. El transporte y la vialidad Otro factor determinante de la lógica de localización de la oferta comercial y de servicios son las condiciones de transporte, las vialidades, e incluso, las comunicaciones. Se trata de uno de los determinantes mejor reconocido en la literatura sobre el tema. Los comercios y los servicios buscarán localizarse en lugares donde se tengan buenas facilidades de transporte y vialidad para potenciar su acceso al mercado. Una decisión de localización comercial por el lado de la oferta será acertada en términos de transporte y vialidad, en la medida que tenga la sensibilidad de reconocer las facilidades y preferencias de movilidad de sus mercados potenciales. En otras palabras, la oferta buscará localizarse cerca de las facilidades de acceso que su demanda potencial reconozca como tal. Así para cierto tipo de productos y servicios el acceso peatonal a la demanda es fundamental, en otros tipos, las facilidades de vialidad y estacionamiento para automóviles puede ser la clave del acceso, mientras que habrá otros, como los más especializados y de consumo eventual, que se verán menos afectados por este factor. La competencia, complementariedad y atracción acumulativa. Se trata de tres conceptos íntimamente relacionados y muy significativos en la decisión de localización. Se debe considerar el nivel de competencia en una posible localización con relación a la disponibilidad de demanda. De hecho, el planteamiento sobre la competencia no se deriva de la existencia o no de actividades competidoras, sino en la existencia de una demanda mínima o umbral que permita la presencia de más actividades con beneficios normales. 31