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MALAS
 MUJERES
Miguel Fernández-Pacheco




    A   B    A    B
MALAS MUJERES
 Miguel Fernández-Pacheco




      A   B   A   B
Para P. R. C.




© Miguel Fernández-Pacheco
©  e esta edición: Abab Editores
  D
  www.ababeditores.com
  info@ababeditores.com

Diseño de la colección: Scriptorium, S. L.

ISBN: 978-84-613-3610-4
Depósito legal: M-13396-2012
Printed in Spain
ÍNDICE




Un matrimonio ventajoso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	11
La biblioteca prohibida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	27
Jornada primera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	47
Jornada segunda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	93
Jornada tercera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	129
Jornada cuarta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	163
Jornada quinta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	207
Jornada sexta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	243
Malas mujeres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	263
Donde esta historia concluye. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	285
Nota del adaptador. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 	291
Un matrimonio ventajoso




    Bien sé que ciertas cosas de cuanto escribiere pare-
cerán a muchos menudas y livianas, sobre todo compara-
das con otras, tan graves como enjundiosas, que en este
reino se publican a menudo de la pluma de muy doctos
varones; mas he querido escoger camino estrecho y sin
gloria, pues no me propongo contar grandezas de mu­
chos sino miserias y ruindades de unos pocos, empezan-
do por las mías, ya que considero que el avisado lector
más provecho saca a veces de lo pequeño que de lo grue-
so, y más enseñanza de lo menor que de lo mayor.
    Así empezaré señalando, por hacer referencia al títu-
lo de esta obrilla, que no puedo decir de mí que haya
sido precisamente buena, aunque tampoco todo lo
mala que ha pretendido la maledicencia. Suplico, pues,
a los que me desconocen que no me tengan por una
mujer ni mejor ni peor que las demás; y a los que han
podido escuchar algo de mi leyenda, que lo olviden
como cosa falsa y alevosa y se atengan solamente a
cuanto he de referir aquí.

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    Las extrañas y difíciles circunstancias con las que me     uno de los muchos consejeros del césar Carlos—, donde
probó el destino apenas iniciada mi juventud y mi extra­       la existencia de una mocita, aún no casadera, carecía de
ordi­ a­ ia buena suerte para salir de ellas, no solo indem-
     n r                                                       función, sin otros cometidos que el bordado, la música,
ne sino notoriamente rica, han hecho que la envidia de         la danza, la tibia piedad, la propia literatura y otras frus-
algunos malintencionados se cebara en mí, tejiendo en          lerías por el estilo, con las que se suele narcotizar a las
torno mío toda suerte de calumnias.                            mujeres de mi clase hasta que llegan a la edad de pro-
    Por eso, aunque hasta ahora hubiera desdeñado              crear… y a veces también después.
escribir, por parecerme trabajo harto penoso y de muy              Claro que quien se desenvuelve entre embelecos
escaso provecho, tomo hoy la pluma para salir al paso          acaba por encontrarse, cuando menos lo espera, con la
de semejantes infundios y contar unas verdades que,            cruda realidad.
siendo más complejas que ninguna invención, resultarán             En mi caso, aquella existencia ficticia se vio truncada
acaso más difíciles de creer, pese a que son tan ciertas       bruscamente el día en que mis ancianos padres murie-
como la luz del Sol.                                           ron víctimas de una fatal enfermedad y me vi enfren­
    Mi carácter apático, proclive a la pasividad, me empu-     tada, de golpe, a las contrariedades que suelen afectar a
jó muy pronto a la lectura, con la que podía soñar des-        la mayoría de los mortales.
pierta todo lo que no era capaz de vivir. Gracias a los            Me quedaba una hermana, dieciséis años mayor que
libros sentí desde muy chica pasiones que jamás me             yo, casada hacía ocho con un noble siciliano, con el
hubiera permitido y corrí aventuras que mi naturaleza          que compartía siete hijos y un montón de obligaciones
indolente me vedaba. Llegué, así, a estar más familiari-       en la lejana Palermo, y también dos hermanos, ya hom-
zada con los mundos utópicos, las gestas inverosímiles o       bres hechos y derechos, capitán y teniente respectiva-
los amores quiméricos que con los discretos aconteceres        mente en nuestros gloriosos tercios viejos. Pero aun-
de cada día, que acabé por no entender y que dejaron de        que los tres se pusieron en camino para asistir a los
interesarme ya de niña.                                        funerales de nuestros progenitores nada más recibir
    Crecí, pues, en un universo irreal, en el que solo lo      mis cartas —que les debieron de llegar aproximada-
fabuloso tenía sentido. A ello contribuyó no poco el que       mente tres semanas después de que las escribiera—,
perteneciera a una familia, ya que no poderosa, sí aco-        aún tardarían casi un mes en poder encontrarse con-
modada y culta —mi padre había sido, en su juventud,           migo.

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     Me vi, pues, sola en el mundo y sin saber cómo                  —Sin embargo, dos cosas tienes a tu favor, lo que no
hacerle frente a la extrema dificultad que la ingrata            es poco. De un lado, tu juventud, pues a lo que sé, aún
vida real me planteaba, pues era el caso que mi anciano          no has cumplido los diecisiete, y de otro, tu hermosura,
padre se había endeudado extraordinariamente en los              más que notoria, como no puedes dejar de apreciar
últimos tiempos, no solo enviando dinero a Amberes,              cada vez que te mires al espejo. Por ambas, aún puedes
donde mis hermanos tardaban a veces años en recibir              aspirar a un matrimonio ventajoso, que no solo salve tu
sus pagas —y las de los hombres a su cargo—, sino tam-           escaso patrimonio, sino que te permita seguir ayudando
bién a Sicilia, donde las malas cosechas habían arruinado        a tus hermanos, como tus padres solían hacer.
a mi cuñado, de modo que sus acreedores me acosaban                  Aquí se bebió, de un solo trago, el vasito de oporto
inmisericordemente.                                              que le había servido y, haciendo señas de que le escan-
     Así las cosas, pocos días después del sepelio, se presen-   ciara otro, prosiguió.
tó en nuestra casona de la calle Mayor una pariente leja-            —En contra de esas dos ventajas tienes también
na, a la que apenas había visto un par de veces, pero de la      dos inconvenientes para conseguir un buen marido, es
que había escuchado muchos chismes pues tenía fama de            decir, un marido rico. La primera, que no eres noble, y
eficaz casamentera, quien, con singular descaro, me espetó       la segunda, que careces de dote. No son precisamente
lo siguiente, en cuanto se hubo sentado frente a mí:             escollos de poca monta; por lo tanto, despídete de las
     —Mira, criatura, para nadie es un secreto la desastro-      novelerías que, por lo que me han dicho, de tus muchas
sa situación económica en la que te hallas. Por otra par-        lecturas sin duda debes de estar acostumbrada a
te, supongo que nada esperas de tus hermanos, cuyo ca-           rumiar, y no esperes ningún Adonis. Los hombres ricos,
pital, según se comenta, está aún más mermado que el             dispuestos a comprar belleza y juventud a cambio de
tuyo y que, en cuanto lleguen, lo primero que pretende-          fortuna, desengáñate, no son precisamente jóvenes ni
rán será que les pagues los gastos imprevistos de sus            ciertamente agraciados ellos mismos. Y hasta puede que
respectivos viajes.                                              tengan otros inconvenientes más graves, aparte de no
     Me eché a llorar, agobiada por sus palabras, ya que         ser, ni mucho menos, abundantes.
demasiado se me alcanzaba la verdad de cuanto decía;                 Trasegó el segundo vaso de oporto y siguió.
mas ella continuó sin prestar a mis lágrimas la menor                —De modo que huelgan los circunloquios, que en tu
atención.                                                        situación no harían al caso, puesto que tienes que deci-

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dirte de inmediato. ¿Estás dispuesta a contraer matri-      bien, aparte de por el sincero afecto que profesé a tus
monio con un viejo feo y probablemente re­ ugnante en
                                            p               pobres padres mientras vivieron.
algún extremo? Si es así puedo ayudarte, pues tal vez           Acabé por aceptar su plazo.
conozca a alguno con semejantes prendas. Si no, prepá-          En cuanto salió me encerré en mi alcoba, derraman-
rate para afrontar la vida del convento en la miserable     do amarguísimas lágrimas.
condición de lega, ya que en ninguno te aceptarían, sin         Durante aquellas veinticuatro horas pasé por varios
dote, como novicia. ¿O acaso te sientes con fuerzas para    infiernos, difíciles de describir por pluma tan poco expe-
ingresar en un burdel? En ese caso, quizás pueda ayu-       rimentada como la mía.
darte también, dado que tengo una discreta relación con         Pensé primero, infeliz de mí, que la sola pena me
varios. Créeme que siento ser tan abruptamente franca       mataría y, ahogada por la rabia y el dolor, sucumbiría en
contigo, pero sería una cruel hipocresía hablarte de otro   poco tiempo a sus crueles zarpazos… Algo de eso, al
modo. ¿Qué decides?                                         menos, tenía leído. Mas nadie muere de pena en la vida
    Y se sorbió el tercer vaso.                             real. Tras algunas horas de desconsolado llanto, esta
    Cuando los sollozos me permitieron hablar le con-       acabó por ceder y, más calmada, di en cavilar por si
testé entrecortadamente que, tal y como lo planteaba, la    hubiera alguna otra salida que aquella harpía se hubiera
solución del matrimonio, que ella llamaba ventajoso, era    callado, al no encajar en sus ominosos planes.
evidentemente la única. Pero, demasiado aterrada frente         Así pasé una buena parte de la noche barajando mil
al sombrío cuadro que la infame casamentera me pinta-       situaciones novelescas. Ciertamente, en mis libros abun-
ba incluso en ese caso, le rogué también que me diera       daban las tiernas doncellas en situaciones tan extrema-
algunos días para meditar un paso que tan irreversibles     das como la mía, e incluso peores. Lo que ocurría es que
consecuencias traería.                                      yo no contaba, como ellas solían, con paladín que me
    —Puedes tomarte cuanto tiempo desees —me res-           valiera, ni hada que me socorriera, ni enamorado gigan-
pondió—, aunque considera que los enviados de esos          te que me auxiliara, ni astuto gnomo a quien recurrir.
antipáticos judíos, que sin duda ya has empezado a              Nada de eso. Estaba sola y, finalmente, se me hizo
conocer, no cesarán de llamar a tu puerta ni un momen-      evidente que las ideas que las novelas brindaban eran
to. Vamos, querida, ¿no tendrías bastante con veinticua-    del todo estériles en el desolado campo de los hechos.
tro horas? Ten en cuenta que si te urjo es solo por tu      Ay, aquellas malaventuradas lecturas en las que había

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dilapidado mi tiempo, no solo no habían fortalecido mi       en nuestras buhardillas y que mi padre había cuidado y
apático carácter, sino que, muy al contrario, lo habían      adiestrado con primor durante toda su vida, pero ¿a
debilitado aún más, conduciéndolo por rutas ajenas a la      quién podía interesarle un palomar? Al menos yo no
razón e incluso a la cordura.                                supe encontrarlo en aquellos atribulados momentos. La
    Se me antojó entonces que solo quedaba un camino:        huida, pues, acabó por ser descartada.
la huida; aunque hasta este aparecía teñido de recursos          ¿Qué me quedaba ya? Solo la muerte. De modo que
librescos, ya que se me ocurrió nada menos que escapar       me ocupé en discurrir cuál de ellas resultaría más eficaz.
a las Indias vestida de hombre.                              ¿Me ahorcaría con los cordones que sujetaban las corti-
    Me atareé un buen rato en disfrazarme lo mejor que       nas de mi lecho? ¿Me cortaría las venas? ¿Bebería un
supe con las ropas que quedaban en los aposentos de          azumbre de lejía? ¿Comería matarratas? ¿Me arrojaría por
mis hermanos, mientras mi imaginación se inflamaba,          la ventana más alta de la casa? ¿Me ahogaría en el Manza-
viéndome ya arrostrar aventuras y peligros, en impene-       nares? Todo se me hacía doloroso o repugnante. Incluso
trables selvas infestadas de salvajes aborígenes y bestias   me entretuve en pensar con qué aspecto lamentable me
feroces. Pero cuando me miré al espejo, mi atuendo no        descubrirían, al día siguiente, los pocos criados que aún
me convenció. Mis pechos, aunque aplastados, eran har-       quedaban en nuestro hogar, en cualquiera de esos casos.
to evidentes y mis nalgas no se parecían a las de ningún         No, estaba claro que yo no tenía entereza para matar-
muchacho, comprimidas por unos pantalones demasia-           me ni valor para escapar con lo puesto. ¡Yo era solo una
do estrechos para ellas.                                     lectora empedernida, del todo incapaz de enfrentarme
    Además, ¿con qué dineros hubiera hecho tan costo-        con la realidad!
so viaje? Cuando contemplaba mi risible silueta en el            El turbio amanecer me sorprendió descubriendo
azogue, caí en la cuenta de que no tenía ni un misera-       una cobarde, que en verdad merecía casarse con un vie-
ble maravedí, pues aunque había empeñado días antes          jo feo y asqueroso… Y descansar al fin.
cuanto de valor había encontrado en la casa, todo el             Tras la tormenta de ideas descabelladas y sensacio-
contante que recibiera se había esfumado en proporcio-       nes enloquecedoras por las que había pasado desde la
nar a mis padres un entierro digno y en pagar a la Igle-     tarde anterior, tan humillante pensamiento, era curioso,
sia las primeras exequias por sus almas. Quedaba sola-       solo me aportó una cierta calma. ¡Y me encontraba tan
mente un montón de palomas mensajeras que anidaban           cansada!

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    Así, cayéndome ya de sueño, me dije:                     apareció la casamentera, la recibí con la mejor de las
    —De acuerdo, te desposarás con el más miserable y        sonrisas.
repulsivo de los vejestorios de esta corte. ¿Y qué? Al fin        —Querida tía, vuestros consejos de ayer me fueron
y al cabo, muchas otras lo han hecho, y hasta sin verse      de gran utilidad. Los he considerado y estoy decidida
obligadas a ello. Seguramente, el carcamal se morirá         a contraer matrimonio enseguida. Es, desde luego, la
pronto, dejándote rica y aún joven. Serán, tal vez, unos     solución más sensata; aunque, naturalmente, ha de ser
años malos, sí, pero luego podrás dedicar tu vida a la       con un hombre muy rico.
lectura, y no volverás a hacer nada más; vivirás el resto         —Precisamente, tengo la suerte de contar con el can-
de tus días rodeada de una caterva de criados que se         didato ideal. Se trata de la mayor fortuna de España,
ocupará de atender hasta el menor de tus deseos. Aho-        hijita, pero…
ra, a descansar… ¡Estás tan agotada!                              —Si se trata de la mayor fortuna de España no creo
    Y me quedé dormida plácidamente. Incluso tuve            que haya ningún pero que me desanime.
sueños agradables, en los que me veía paseando por un             —¡Mas los suyos son defectos tan notorios!
frondoso jardín, y una blanca paloma me traía un dia-             —Me asustáis, señora. ¡Ni que se tratara de un mons-
mante en su pico.                                            truo!
    Desperté ocho horas después, fresca y descansada              —No andas tan descaminada.
como pocas veces, pues ya se sabe que quienes leen dema-          —¡Ay de mí! ¡Hablad, por los clavos de Cristo! ¿No
siado suelen tener pesadillas. Supongo que me dominaba       veis que estoy sobre ascuas?
esa especie de miedo frío que caracteriza a los héroes.           —Pues es el caso que… No sé por dónde comenzar,
Me sentía tranquila y resuelta, con una firmeza inhuma-      criatura.
na. Mientras la siniestra celestina llegaba, me ocupé en          —¡Comenzad por donde sea!
bañarme y acicalarme como no hacía desde que mis                  —La cuestión es que es tremendamente velludo.
padres murieron, y aún me sobró algo de tiempo para               —¿Velludo? ¿Qué queréis decir?
improvisar un tardío y sobrio almuerzo con lo poco que            —Que está prácticamente cubierto de pelo por todas
pude encontrar en nuestras cocinas.                          partes.
    Mi resolución estaba firmemente tomada —ni siquie-            —¡Jesús! ¿Como un oso?
ra quería volver a pensar en ella—, de modo que, cuando           —Aproximadamente.

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    —¡Santo cielo!                                              —Al aspecto te acostumbrarás y, al cabo, hasta puede
    —Y eso no es lo peor.                                  que te guste. Aparte de su vellosidad, es alto y fuerte y
    —¿Puede haber más?                                     no mal parecido, a más de tener un aire de lo más vigo-
    —Lo hay.                                               roso, pese a su edad.
    —Por todos los santos, ¡soltadlo ya!                        —Pues, ¿qué edad tiene?
    —Se ha casado muchas veces.                                 —¡Bah! No llega a los sesenta.
    —¿Cuántas?                                                  —Un sesentón, vaya.
    —No se sabe exactamente, pero se dice que tantas            —Un hombre maduro, sensato, formal, no un barbi-
como ese hereje rey de Inglaterra…                         lindo que, en cuanto te descuidas, te lo birla cualquier
    —¡Qué aberración! ¿Sus mujeres mueren, pues?           tunanta. Con este no hay peligro.
    —Parece que sí. Aunque no te negaré que se mur-             —Salvo que te asesine.
mura también que a más de una la ha matado él mismo.            —Mira, pequeña, no hay que prestar oído a la maledicen-
    —¿Y cómo no está en prisión semejante fiera?           cia. Es lógico que las gentes envidien su privilegiada posición
    —Es grande de España y familiar del Santo Oficio,      y, en consecuencia, lo calumnien. Si quieres que te diga la
conque figúrate.                                           verdad, a mí no me pareció capaz de matar ni a una mosca.
    —¡Señor! ¿Y no tenéis nada mejor?                           —Aunque parezca un oso…
    —¿Mejor? ¡Pero, niña, si este es un mirlo blanco!           —¡Y dale! ¡Otros tienen aspecto de querubines y son
    —¿Un mirlo blanco? ¡Un fenómeno greñudo que ha         peores que Belcebú!
matado a varias mujeres! Pues, ¿cómo son los demás?             —Ya. ¿Y su fortuna? Eso es lo más interesante.
    —Bueno, lo cierto es que, por el momento, no hay            —Aseguran que le presta dinero al rey nuestro señor.
ninguno más. Pero te advierto que los he conocido com-     Con eso está dicho todo.
pletamente locos, que llevaban en secreto el mal fran-          —¿Vos le conocéis bien?
cés, borrachos, violentos, rijosos, impíos… ¿Qué sé yo?         —Del todo no se llega a conocer a nadie. Hay que
Este, en cambio, es todo un caballero, discreto y educa-   correr riesgos, claro. ¿Quién me asegura que tú serás
do en extremo, emparentado con las mejores familias        una buena esposa y no una casquivana ventanera? Eso
del reino. ¡Y rico como un Creso, hija mía!                nunca se sabe. Sin embargo, él está dispuesto a arries-
    —Sí, pero con un aspecto…                              garse contigo, sin importarle tu cuna.

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Malas mujeres                                                                                      Un matrimonio ventajoso


     —¿Qué le pasa a mi cuna?                                        De modo que solo algunas semanas después —ya se
     —Para empezar, no eres noble, y luego ya sabes que,        sabe que los poderosos consiguen fácilmente saltarse
por línea paterna, hay conversos en tu familia.                 los complicados trámites eclesiásticos—, justo cuando mis
     —¿Conversos? No lo sabía. Sería hace muchas gene-          hermanos llegaron a Madrid, se celebraron los esponsa-
raciones.                                                       les. Aunque lo que ocurrió a partir de ellos bien merece
     —No tantas. Y se sabe. Pero él te acepta de todos modos.   capítulo aparte.
     —¡Qué generoso!
     —Pues sí. Verdaderamente me lo pareció… Y otra
cuestión, tiene prisa. Ha de hacer un viaje y quisiera
casarse antes.
     —¡Eso, además! Pues con semejante fortuna no han
de faltarle candidatas…
     —Desde luego que no. Aunque con su defecto, figú-
rate, no todas son honestas, ni jóvenes, ni guapas como
tú. ¡Si hasta su prisa te conviene! Escúchame, insensata.
Mi opinión es que viene Dios a verte con un partido
semejante. ¿Acaso te consideras en trance de perder el
tiempo?
     La conversación se prolongó en términos parecidos
durante varias horas y dio fin a nuestra última botella
de oporto, pero no cansaré al lector con el relato prolijo de
cuanto allí se discutió.
     Era evidente que mi situación era desesperada y he
aquí que se me presentaba, con todos sus inconvenien-
tes, una salida rápida y fácil.
     Desde luego fui acomodaticia y cobarde, pero no es
este el momento de justificarme por ello.

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La biblioteca prohibida




    Don Baltasar Garcés de Hinojosa y Guzmán del Cer-
dosillo —su último apellido representaba en verdad toda
una ironía y por eso no lo usaba— era duque de Valma-
yor y marqués de Zarzalejo, aparte de un sujeto desde
luego singular; tanto, que parecía que Natura, después
de hacerlo, hubiera roto el molde. Su abundantísima
pilosidad, con resultar sorprendente, ni siquiera suponía
lo más llamativo de su persona, ya que se afeitaba frente,
pómulos y manos para disimularla. En cambio, su desco-
munal estatura y su excepcional corpulencia eran del todo
indisimulables. Semejaba, desde luego, un ogro. Tenía los
brazos extraordinariamente largos, lo que, unido a una
discreta joroba y unas piernas cortas y algo patizambas,
le daba un aire animalesco, más propio de una barraca de
feria que de una grandeza de España, aunque, de no haber
nacido en tan noble cuna, muy probablemente su fama le
hubiera llevado enseguida a la corte, donde nuestros
reyes solían preciarse de tener como bufones a los más
peregrinos fenómenos de la humana condición.

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Malas mujeres                                                                                      La biblioteca prohibida


     Para no remarcar aspecto tan espectacular se vestía      caprichosa fealdad, si uno se esfuerza, acaba por encon-
siempre de valioso terciopelo negro, como nuestro             trarle cierto peculiar atractivo.
señor don Felipe II. No llevaba, como él, otra joya que           »Deseo también que sepáis que esta maldita aparien-
la orden del Toisón de Oro, a la que también pertene-         cia, risible para unos y terrorífica para otros, en cual-
cía, y solía envolverse en una gran capa que acrecentaba      quier caso repulsiva para todos, no procede de un alma
su extraordinaria estatura.                                   monstruosa como ella, ni es causa de un espíritu corrom-
     Pero sobre el blanco de la almidonada golilla se arre-   pido, ni consecuencia de una razón extraviada.
molinaban las rebeldes guedejas que, surgiendo de su              »Soy un hombre, pese a este cuerpo, del todo nor-
pecho, venían a juntarse con las de la hirsuta barba, que     mal, con los mismos gustos y aficiones que la mayoría
le llegaba prácticamente a los ojos, relucientes como los     de los de mi clase. Ni sabio ni necio, ni zafio ni refi-
de una alimaña, bajo un par de cejas pobladas como            n
                                                              ­ado, ni violento ni apocado, ni inmoderado ni fru-
cepillos que, a su vez, se unían con la crespa y espesí­      gal…, común y corriente en definitiva, y de no ser por
sima mata de pelo que le cubría cabeza y cuello, casi         mi aspecto sería, como fue mi padre, uno de los muchos
sin dejar aparecer sus orejas, enormemente velludas,          cortesanos que ya en la diplomacia, ya en la guerra, sir-
como los agujeros de su nariz. ¡Y eso que su peluquero        ven lealmente a nuestro rey. Puesto que la naturaleza
—según me dijeron— se atareaba con él más de dos              me vedó ese camino, me consuelo dedicándome a la
horas cada día!                                               agricultura, en la que he llegado a ser, si no perito, sí
     Descrito así, me temo que pueda mover a hilaridad,       buen aficionado y, en los pocos ratos libres que esta
pero creed que, cuando se desnudó por completo ante           permite, disfruto con la caza y —¿por qué no decirlo?—
mí la noche de nuestra boda, solo me produjo espanto.         también con los sencillos placeres que brinda la vida del
     En la semipenumbra de la alcoba, las brillantes cri-     hogar.
nes, en algunas zonas entrecanas, que lo recubrían,               »Me tengo por amoroso y amable, y aunque vea por
libres ya de ropajes y artificios que las contuvieran, se     vuestra expresión que os choca tal afirmación, cosa qui-
rizaban en algunos lugares y se erizaban en otros, ase-       zás natural en este primer momento, sabed que he teni-
mejándole a una bestia carnicera.                             do la suerte, a pesar de esta horrorosa envoltura, de ser
     —He preferido que me veáis desde el principio tal        amado alguna vez…, o al menos eso se me ha hecho
cual soy, pues conozco por experiencia que aun a la más       creer. Ojalá podáis conseguirlo vos, hija mía —pues tengo

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Malas mujeres                                                                                    La biblioteca prohibida


edad de sobra para llamaros así—, como yo siento que os     que se trató de una ceremonia íntima, casi secreta, cele-
amo ya, viendo vuestra resplandeciente belleza, que ape-    brada a las seis de la mañana por deseo expreso del dis-
nas vela ese traslúcido camisón.»                           forme don Baltasar, que, como es natural, no deseaba
    Dicho esto se aproximó a mí, me abrazó con energía      exhibirse en la corte, la ofició el primado de Toledo, y
y me hizo suya sin contemplaciones, con un vigor y una      fue el propio rey el que me condujo al altar en calidad
dedicación que ciertamente desmentían su edad; pero         de padrino. Andaba, el pobre, achacoso y con un rictus de
también con un cuidado y un mimo dignos del más             dolor en el semblante, a más de vérsele en extremo aba-
experimentado de los amantes.                               tido, pues aseguran que la gota, amén de otros males,
    Aún, a lo largo de la noche, ofrecimos a Afrodita dos   apenas le deja vivir. Sin embargo tuvo conmigo, tras la
homenajes más; y cuando, ya de madrugada, innegable-        ceremonia, mil delicadas deferencias, alabando mi her-
mente satisfecha, comenzaba a dormirme plácidamente,        mosura y hablándome de mi buen padre, al que había
amodorrada entre sus peludos brazos, escuchando los         conocido de chico, cuando era consejero del suyo, y al
poderosos latidos de su pecho leonino, envuelta en su       que recordaba muy bien. Departió además, harto ama-
potente aliento animal, sintiendo en todo mi cuerpo         blemente, con mis hermanos, interesándose por su por-
aquellas sedosas vedijas que lo cubrían, no dejé de         venir en el ejército, del que dijo que se ocuparía perso-
pensar que, en efecto, podría llegar a apreciar a aquella   nalmente, y trató con mi cuñado y mi hermana sobre la
extraña criatura.                                           compra de sus excedentes de trigo, con cargo a las alca-
    Desde luego era la primera vez que la vida real me      balas reales, con lo que les dejó más que satisfechos a
ofrecía algo que no era aburrido, carente de sentido o      todos.
amargo; lo que ya era decir mucho.                              Desde luego había que ver a mi familia, que no salía
    Y esa no fue la única sorpresa grata que me deparó      de su asombro ante mi repentino encumbramiento y a
mi nuevo estado.                                            la que hasta el aspecto del novio se le antojaba inmejo-
    O quizás se tratara, simplemente, de que, tras haber    rable, encontrándolo incluso agraciado.
esperado lo peor, me hallara especialmente predispuesta         Tras un breve ágape en uno de los salones del Alcá-
a encontrar detalles amables en cuanto me aconteció.        zar, en el que el duque de Alba, cuya esposa había ac-
    Para empezar, la boda se celebró nada menos que         tuado como madrina, pronunció un sentido brindis,
en la capilla de los Reales Alcázares madrileños, y aun-    partimos a todo galope en un suntuoso carruaje tirado

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Malas mujeres                                                                                       La biblioteca prohibida


por seis hermosísimos corceles blancos y adornado con             Cientos de candelabros de plata, finamente labra-
flores y plumas del mismo color, a las posesiones de mi       dos, esparcían la luz de perfumadas velas, arrancándole
esposo, distantes más de ocho leguas de Madrid, meti-         cálidos brillos a los muebles de exóticas maderas, a los
das en las escarpaduras de la sierra, no lejos del nuevo      límpidos espejos venecianos, a los manteles de Holanda
e impresionante monasterio que el rey está terminando         y a las enormes bandejas, cinceladas en puro oro, don-
en la falda del monte Abantos, y que, a decir de los          de bien cebados capones del país, relucientes de dorada
entendidos, será una de las maravillas del mundo.             grasa, competían con escabechadas codornices manche-
     En cambio, el castillo de mi marido que, ya casi de      gas, fritas morcillas burgalesas, asadas terneras abulenses
noche, nos acogió al fin, me produjo al verlo una prime-      y embutidos helmánticos, mientras a su lado la trucha
ra impresión sombría. Era, según me dijo, una antiquísi-      segoviana, el mero santanderino o la dorada andaluza
ma fortaleza medieval enclavada sobre una construcción        sobrenadaban en aderezadas salsas, cuyo aroma embar-
romana anterior, de gruesos muros y ventanas como trone-      gaba el aire, sin contar los dulces moriscos o los maza-
ras, encaramada en lo alto de una roca, rodeada de fosos      panes toledanos que formaban artísticas pirámides de
y cortaduras profundísimas y con un camino de acceso,         ambarino fulgor.
entre barrancos, tan difícil, que más parecía nido de             Un enjambre de pajes y doncellas, espléndidamente
águilas que morada de seres humanos.                          ataviados con los colores de la casa, se desvivió por ser-
     Claro que en esto, como en el carácter del velludo       virnos.
marqués, también me equivocaba al dejarme guiar por               En contraste con la fría sobriedad del alcázar que
las apariencias, pues al descender del carruaje, en un        nos había acogido por la mañana, aquellos salones
acogedor patio de nueva arquitectura, cubierto de hie-        ciertamente derrochaban un fasto oriental, que reve-
dra, entre altos torreones, y sobre todo al penetrar en el    laba una riqueza inimaginable, tanta, que hube de
interior, el lujo y la comodidad de las amplias estancias     preguntarme cómo habría podido ser adquirida en
me dejó maravillada.                                          un país como el nuestro, empobrecido por la sangría
     Los pies se hundían en capas y capas de elaboradí-       constante de las guerras y siempre al borde de la ban-
simas alfombras persas y los ojos se perdían en las colori-   carrota.
das escenas que representaban multitud de tapices fla-            Por todo ello, no era extraño que aquella noche de
mencos, que cubrían por completo los pétreos muros.           bodas acabara pensando que había tenido suerte y me

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durmiera con la grata sensación de haber cumplido un        tuillas de todos los tamaños y hasta varias armaduras
deber, en el fondo nada penoso.                             de gala completas, con sus yelmos, sus escudos y todas
    Tal sensación continuó al día siguiente, cuando don     sus armas bellamente damasquinadas y decoradas con
Baltasar me mostró el castillo, al mismo tiempo que me      relieves mitológicos, así como monturas para caballos
iba dando las llaves de todo cuanto estaba guardado, ya     y mulas ricamente adornadas. Era como si toda la pla-
que él habría de emprender esa misma tarde un viaje         ta del Perú se hubiera juntado allí para alegrar nuestra
a sus dominios de Guadalajara, donde su presencia era       vista.
al parecer urgente, y no quería que en su ausencia me           Y eso que aún faltaba lo mejor, pues visitamos des-
faltara nada. Me entregó así, primero, las de la estancia   pués el gabinete que él llamaba el joyero, una habitación
donde se guardaba la vajilla de oro que tanto me había      íntegramente forrada de nogal con miles de pequeños
impresionado la noche anterior. Era, en verdad, digna       cajones entre el suelo y el techo. ¡De allí sí que costó
de verse.                                                   verdadero trabajo sacarme! Y es que cada vez que tira-
    En docenas de vitrinas se amontonaba un servicio        ba de uno de aquellos cajoncitos, lo que surgía de él era
completo para más de cincuenta comensales, con sus          más hermoso que lo encontrado en el anterior: sartas de
ensaladeras y soperas y aquellas grandes fuentes que me     perlas malayas de incomparable oriente; dijes de coral,
habían llamado la atención, en las que cabía un jabalí      algunos del tamaño de un puño, exquisitamente traba-
entero, por no hablar de las bien torneadas copas, las      jados, mostrando neptunos, ondinas, tritones, leviata-
salseras, los cubiertos, todo trabajado por orfebres tan    nes… ; collares con tres y cuatro filas de esmeraldas de
finos que daba gloria mirarlo.                              Brasil, de irreprochable transparencia; diademas de rojos
    Mi marido hubo de urgirme, dulcemente, para que         rubíes indostánicos, tan refulgentes como brasas; pulse-
abandonara aquel aposento, pues todavía nos quedaba         ras, sortijas, pendientes, cuajados de diamantes de Gol-
mucho que ver.                                              conda, brillantes como luceros, y todo tan primorosa-
    De allí pasamos a la sala de la plata, aún más grande   mente engarzado, ¡y tan abundante!, que un sultán turco
que la anterior, donde, además de otra fastuosa vajilla,    no hubiera deseado mayor tesoro.
esta para cien personas, había gruesos candelabros, pare-       ¿Y qué decir del guardarropa que vino a continua-
cidos a los que me admiraran durante la cena, y también     ción? En mi vida había visto tantos trajes juntos. Allí,
aguamaniles, centros de mesa, floreros, jarrones, esta­     las sedas katayas, los brocados italianos, los encajes de

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Malinas, los terciopelos ingleses, los paños castellanos y   habrían conformado todo un reino, no de los más men-
los cueros de Berbería se alternaban formando la más         guados.
notable colección de atuendos de caza, de paseo, de              En fin, no os cansaré más con el catálogo de cuanto
baile que se pudiera soñar. A un lado del salón, encerra-    se me mostró. Baste decir que, al término de la visita,
dos tras batientes de caoba en profundos armarios, esta-     tenía la sensación de haber soñado cuanto había con-
ban los atavíos masculinos, y en el otro… ¡Santo cielo!      templado, ya que superaba con mucho las más deli-
¿Era posible que toda aquella ropa fuera para mí?            rantes descripciones de esplendor que hubiera podido
    —Bueno —dijo el duque—, la premura de los prepa-         leer en la más fantasiosa de mis novelas.
rativos no ha permitido que tu vestuario esté tan com-           Ay, estaba como embriagada y sin acabar de dar cré-
pleto como sería de desear, pero así podrás distraerte       dito a lo que había visto…
encargando lo que consideres que necesitas aún.                  Claro que entonces, para compensar tanta maravilla,
    Naturalmente, también allí me habría quedado de          vino un jarro de agua fría; veréis de qué modo.
buena gana todo el día, hasta haberme probado cada               Quedaba aún una llave en el aro de plata que las
una de aquellas costosas prendas, mas de nuevo se me         había contenido todas y, como yo la observara con
urgió a que continuara, pues faltaba por conocer dónde       curiosidad, don Baltasar me dijo:
se guardaba la ropa interior, dónde las vituallas conser-        —Esta llave, mi dulce esposa, es la única que no te
vadas, dónde las perecederas de más precio…; hasta las       entregaré. Corresponde a la biblioteca, que deseo que
cuadras, en las que había atalajes de tanto valor que        permanezca cerrada al menos por dos razones de peso:
también se encerraban bajo llave. Por no hablar del          la primera es que, desdichadamente, hay en ella algunos
sancta sanctorum de toda aquella fabulosa prosperidad,       libros que aún no he tenido tiempo de expurgar y que
los despachos del de Zarzalejo, donde en grandes ana-        contienen enseñanzas contrarias a la doctrina de la San-
queles, custodiados por los austeros retratos de sus         ta Madre Iglesia. Sería muy de lamentar que una joven,
nobilísimos ancestros y flanqueados por los mapas de         inexperta como tú, se contaminara inadvertidamente
sus múltiples posesiones, se almacenaban los gruesos         con semejantes herejías. La segunda es que, en verdad,
libros de cuentas y los preciosos títulos de propiedad       no soy amigo de que las mujeres lean, y no porque
de sus innumerables heredades, que, a lo que pude ver,       desee que permanezcan necias por iletradas, sino por-
incluían tantas tierras que, si hubieran estado juntas,      que su temperamento, de por sí proclive a la exaltación,

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Malas mujeres                                                                                      La biblioteca prohibida


y su sensibilidad, de suyo aficionada a lo mítico y prodi-   del servicio del castillo y de cuanto en él has visto, pues
gioso, puedan resultar dañadas gravemente por las ideas      no para otra cosa tienes la llave de cuanto atesora. Eso
disolventes y los comportamientos disolutos que con          sí, en caso de que venga gente, te agradecería que a mi
tanta frecuencia se muestran en la mayoría de los libros.    vuelta, que ha de producirse en una semana, no estén
Ya encargaré, a mi vuelta, a nuestro capellán que te         aquí, ya que, como puedes suponer, no me complace
seleccione algunas obras de irreprochable catolicismo e      exponerme ante desconocidos…, ni siquiera ante cono-
incluso de saludable entretenimiento, en las que puedas      cidos, en muchos casos. Pero, por lo demás, haz y des-
distraer tus ocios, siempre sin abusar, pues la excesiva     haz a tu gusto, querida esposa, pues mi único deseo es
lectura es a menudo perjudicial, no solo para el espíritu,   que seas feliz.»
sino incluso para el cuerpo.                                      Mientras decía esto, le vi guardar discretamente la
    »Entretanto, hay a tu alrededor mil honestas diver-      llave de la biblioteca en una gaveta que había sobre
siones con las que distraerte en mi ausencia. Están estas    uno de sus escritorios, que, según pude advertir tam-
agrestes espesuras repletas de caza y hay aquí expertos      bién, no tenía cerradura alguna.
monteros que te ayudarán a cobrarla. También existen              De modo que, al tiempo que se me ofrecía cuanto
en nuestras cuadras, como has podido apreciar, excelen-      pudiera desear, se me vedaba el más caro de mis deseos,
tes caballos árabes, ideales para recorrer los idílicos      incluso diría que mi principal necesidad, pues no podía
valles que nos rodean. Tenemos además un maestro de          pasar un día sin leer. Pero así suele ser la áspera reali-
capilla, sumamente hábil en tañer toda clase de instru-      dad, odiosa por naturaleza.
mentos, y hasta un coro de rapaces campesinos que ha              Luego comimos en el salón de uno de los torreones,
adiestrado con esmero y que canta como los propios           por cuyas ventanas, aunque pequeñas, penetraba a rau-
ángeles. En cuanto al oratorio, está a tu entera disposi-    dales un alegre sol y podía contemplarse el grandioso
ción, junto con los eclesiásticos que lo sirven, para        panorama de aquella preciosa sierra Carpetana que nos
cuantas misas, novenarios, rogativas y actos de piedad       cobijaba.
desees promover. Ahora que si lo que te complace es la            Mi señor se mantuvo silencioso durante la comida y,
compañía, puedes invitar a cuantas personas desees y,        al terminar, como sorprendiera en sus ojos oscuros un
mientras dure mi viaje, celebrar cuantas fiestas y ban-      destello de pena, me atreví a tutearle, preguntándole:
quetes te apetezcan, disponiendo como dueña y señora              —¿Estás triste, esposo mío?

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    —Solo un poco melancólico. Ciertamente no me              mirlo que, con su canto, unido a la suave brisa que pre-
complace marcharme precisamente ahora, y cada vez             cedía la noche, contribuyó a que mi despertar fuera aún
que contemplo tu hermosura, más radiante que este sol,        más grato. Voló cuando me incorporé para contemplar
no puedo sino maldecir mi viaje. Pero cree que es             el sol, que se ponía por los montes de Ávila, tiñendo el
imprescindible que lo haga. Únicamente me consuela            cielo de cárdeno y anaranjado resplandor.
pensar que no durará tanto y pronto podremos reanu-               Me sentía dichosa. Ni siquiera me apetecía cenar. En
dar nuestras interrumpidas nupcias, disponiendo de            verdad, lo único que deseaba era encender algunas velas
todo el tiempo que queramos. ¿Acaso tú también deseas         y arrebujarme en aquel cómodo lecho ¡con una buena
mi regreso?                                                   novela!
    No pude negar que, en efecto, lo deseaba, y eso               Pero, para desdicha mía, eso era lo único que no me
pareció complacerlo sobremanera, dibujando una amplia         estaba permitido en aquel paraíso.
sonrisa en su faz ogruna; aunque ya no volvió a hablar.           No me resigné. Bajé, ordené al servicio que se reco-
    Una hora después, tras despedirse afectuosamente,         giera y, en cuanto la parte noble de la mansión estuvo
partía en un carruaje, menos ostentoso que el que nos         desierta, cogí una vela y fui a buscar la llave prohibida.
trajo la víspera, acompañado de algunos hombres arma-             Al fin y al cabo, ¿cómo iba a enterarse el marqués de
dos que cabalgaban tras él.                                   que le había desobedecido? A su regreso, los libros que
    Estaba mortalmente cansada, pese a que había trans-       sacara estarían de nuevo en su lugar y mi pequeño des-
currido apenas medio día; tantas habían sido las emo-         liz no se notaría.
ciones de las últimas horas. Así es que, cuando su carroza        La biblioteca no desmerecía del resto del palacio.
se perdió en el último recodo del tortuoso camino, subí       En bien labradas estanterías se alineaban varios miles
a mis aposentos y me dormí plácidamente, sintiéndome          de volúmenes, encuadernados con pulcritud, en cuyos
la protagonista de algún cuento de hadas, pues lo cierto      lomos, cuidadosamente estampados en oro, con simila-
es que, pasada la primera impresión, el aspecto del mar-      res caracteres y adornos, pude distinguir muchos títulos
qués no me resultaba, ni mucho menos, desagradable.           que me eran familiares, pues también los atesoraba la
¡Y todo lo demás era tan precioso!                            colección paterna, como el célebre Amadís de Gaula, que
    Abrí los ojos al atardecer. Era el principio del verano   había leído siendo bien chica, el emocionante Palmerín
y en la abierta ventana del dormitorio vino a posarse un      de Inglaterra, el curioso Libro del caballero Zifar o el

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Malas mujeres                                                                                      La biblioteca prohibida


divertido Tirante el Blanco, que me habían apasionado        dos brillos al recibir la luz de mi vela, como si preten-
cuando los conocí. Estaban además los altisonantes ver-      diera que me fijara en él.
sos de La Araucana, de Ercilla; La Austriada, de Rufo, o         Era de una finura primorosa. Sobre un fondo intensa-
El Monserrate, de Virués, que, aunque a mi padre le          mente negro, cientos de grullas de nácar volaban, repre-
entusiasmaban, nunca fueron del todo de mi agrado.           sentadas con tanta propiedad como hermosura, formando
Personalmente prefería las coplas de Manrique, que me        un complejo dibujo que, a primera vista, parecía de flores
llegué a saber de memoria, las odas de Garcilaso o los       arrastradas por el viento.
versos italianizantes de Boscán, que hablaban de amo-            Pero lo más sorprendente del exquisito mueble, sin
res puros y sentimientos nobles. También había obras         duda proveniente de Manila o Macao, era que sus puer-
del Dante y del Petrarca, de Sannazzaro y Castiglione,       tas no tenían cerradura, ni falleba, ni tirador alguno y,
de Valla y La Mirandola, y algunos otros humanistas,         sin embargo, permanecían encajadas tan firmemente
cuya lengua lamenté no conocer aún, pues pocos de            como si formaran una sola pieza. Pensando que debía
ellos estaban traducidos a la nuestra. Encontré abun-        forzosamente existir un resorte que las abriera, di en
dantes códices latinos, casi todos de lecturas piadosas, y   trastear en los escasos adornos superiores e inferiores
hermosos incunables alemanes o flamencos, con graba-         del mueblecito y he aquí que, en uno de mis movimien-
dos en madera.                                               tos, no acertaría a decir en cuál, se oyó un chasquido y
    Me extrañó no ver nada que me pareciera herético,        sus puertas, en efecto, se abrieron de golpe, como impul-
o siquiera procaz, y pensé que don Baltasar quizás me        sadas por algún secreto muelle.
había mentido, coligiendo que lo que pasaba era sim-             El interior, lacado como el exterior, aunque de un
plemente que, como a tantos varones, no le agradaba          rojo vivísimo, semejante a la sangre fresca, solo tenía una
que su mujer lo sobrepasara en conocimientos.                ligera decoración, que en un primer momento juzgué
    Me hallaba tratando de escoger, para esa noche, en-      una simple cenefa nacarada; pero, al acercar mi vela, pude
tre dos títulos: la Cárcel de amor, de Diego de Sampe-       apreciar que estaba formada por las mismas grullas que
dro, y Los diez libros de Fortuna de Amor, de Anto­ io de
                                                   n         volaban fuera, mas en actitudes yacentes, como muertas.
Lofraso, sin saber por cuál de los dos decidirme, cuan-      Su realismo era tal que no pude evitar un escalofrío.
do reparé en un exótico armarito, delicadamente lacado           Por lo demás, el armarito estaba casi vacío, solo
e incrustado con madreperla, que despedía tornasola-         había en él un estante sobre el que reposaban varias

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Malas mujeres                                                                                      La biblioteca prohibida


carpetas de cordobán carmesí, en cuyas cubiertas figu-         do en parte mis propias emociones y el tiempo ha ate-
raban, grabadas, unas siglas latinas.                          nuado aún más las suyas, por lo que confío en que mis
     Profundamente intrigada abrí la primera. Estaba           relatos serán todo lo ecuánimes que cabría esperar.
sujeta con cintas de seda bermeja, cerradas con apreta-            He olvidado muchos detalles que quizás añadieran
dos lazos. Contenía infinidad de manuscritos, documen-         verosimilitud a lo narrado, pero espero que sepáis dis-
tos, cartas…; todos referidos a una misma mujer.               culparlo, pues me he esforzado en no traicionar lo prin-
     Deshice los lazos de los demás portafolios.               cipal.
     Eran muy parecidos al primero. Algunos guardaban              Ojalá saquéis de todo ello tanta enseñanza como yo
miniaturas donde podía apreciarse la efigie, en ocasio-        misma.
nes hermosa, de las damas cuyos secretos —pues supo-
nía que de secretos debía de tratarse— se conservaban
allí. En otros había fragmentos arrancados de diarios,
actas de procesos…, retazos en fin, ya apasionados e ínti-
mos, ya formalmente legalistas, de vidas singulares.
     Pronto caí en la cuenta de que cuanto estaba ante
mis ojos eran los recuerdos de las anteriores esposas
de mi marido, los restos, por así decirlo, mortales de
aquellas pobres mujeres que quién sabía dónde esta­ ían r
enterradas.
     No pude evitar llevarlos conmigo y durante los días
y las noches de aquella semana me esforcé, apasionada-
mente, en desvelar las emociones que habían inflamado
su existencia y reconstruir con paciencia los detalles de su
vida al lado de quien todavía consideraba un monstruo.
     No escribí sus historias entonces. Tampoco hubiera
podido hacerlo; tan dentro de ellas me sentía. Lo hago
hoy, muchos años después, cuando la edad ha tempera-

44                                                                                                                     45
MALAS MUJERES
         vio la luz en el año 2000
  en la editorial Apóstrofe, de Barcelona.
            La presente edición
se compuso en Bodoni Old Face BE Regular
    y se acabó de imprimir en Madrid,
                abril de 2012




       ASPICIUNT SUPERI
Así empezaré señalando, por hacer referencia al título

de esta obrilla, que no puedo decir de mí que haya sido

precisamente buena, aunque tampoco todo lo mala que ha

pretendido la maledicencia. Suplico, pues, a los que me

desconocen que no me tengan por una mujer ni mejor ni

peor que las demás…

   Sobre un variopinto retablo de pasiones, cuyo

marco es la España del XVI y la monarquía de Felipe II,

se destacan, en violento claroscuro, las figuras de siete

mujeres características de su época, que acaban influ-

yendo de manera decisiva en la vida de un hombre

marcado por una cruel singularidad.

   La recreación de un famoso cuento tradicional,

con elementos dramáticos de siempre, conforma un

apasionante relato de amor y aventuras, donde lo

sorprendente y hasta lo mágico están incorporados

con habilidad.



                    I S B N 978-84-613-3610-4




                    9   788461 336104

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Matrimonio por conveniencia

  • 2. MALAS MUJERES Miguel Fernández-Pacheco A B A B
  • 3. Para P. R. C. © Miguel Fernández-Pacheco © e esta edición: Abab Editores D www.ababeditores.com info@ababeditores.com Diseño de la colección: Scriptorium, S. L. ISBN: 978-84-613-3610-4 Depósito legal: M-13396-2012 Printed in Spain
  • 4. ÍNDICE Un matrimonio ventajoso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 La biblioteca prohibida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Jornada primera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 Jornada segunda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 Jornada tercera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129 Jornada cuarta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163 Jornada quinta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207 Jornada sexta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243 Malas mujeres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263 Donde esta historia concluye. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285 Nota del adaptador. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291
  • 5. Un matrimonio ventajoso Bien sé que ciertas cosas de cuanto escribiere pare- cerán a muchos menudas y livianas, sobre todo compara- das con otras, tan graves como enjundiosas, que en este reino se publican a menudo de la pluma de muy doctos varones; mas he querido escoger camino estrecho y sin gloria, pues no me propongo contar grandezas de mu­ chos sino miserias y ruindades de unos pocos, empezan- do por las mías, ya que considero que el avisado lector más provecho saca a veces de lo pequeño que de lo grue- so, y más enseñanza de lo menor que de lo mayor. Así empezaré señalando, por hacer referencia al títu- lo de esta obrilla, que no puedo decir de mí que haya sido precisamente buena, aunque tampoco todo lo mala que ha pretendido la maledicencia. Suplico, pues, a los que me desconocen que no me tengan por una mujer ni mejor ni peor que las demás; y a los que han podido escuchar algo de mi leyenda, que lo olviden como cosa falsa y alevosa y se atengan solamente a cuanto he de referir aquí. 11
  • 6. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso Las extrañas y difíciles circunstancias con las que me uno de los muchos consejeros del césar Carlos—, donde probó el destino apenas iniciada mi juventud y mi extra­ la existencia de una mocita, aún no casadera, carecía de ordi­ a­ ia buena suerte para salir de ellas, no solo indem- n r función, sin otros cometidos que el bordado, la música, ne sino notoriamente rica, han hecho que la envidia de la danza, la tibia piedad, la propia literatura y otras frus- algunos malintencionados se cebara en mí, tejiendo en lerías por el estilo, con las que se suele narcotizar a las torno mío toda suerte de calumnias. mujeres de mi clase hasta que llegan a la edad de pro- Por eso, aunque hasta ahora hubiera desdeñado crear… y a veces también después. escribir, por parecerme trabajo harto penoso y de muy Claro que quien se desenvuelve entre embelecos escaso provecho, tomo hoy la pluma para salir al paso acaba por encontrarse, cuando menos lo espera, con la de semejantes infundios y contar unas verdades que, cruda realidad. siendo más complejas que ninguna invención, resultarán En mi caso, aquella existencia ficticia se vio truncada acaso más difíciles de creer, pese a que son tan ciertas bruscamente el día en que mis ancianos padres murie- como la luz del Sol. ron víctimas de una fatal enfermedad y me vi enfren­ Mi carácter apático, proclive a la pasividad, me empu- tada, de golpe, a las contrariedades que suelen afectar a jó muy pronto a la lectura, con la que podía soñar des- la mayoría de los mortales. pierta todo lo que no era capaz de vivir. Gracias a los Me quedaba una hermana, dieciséis años mayor que libros sentí desde muy chica pasiones que jamás me yo, casada hacía ocho con un noble siciliano, con el hubiera permitido y corrí aventuras que mi naturaleza que compartía siete hijos y un montón de obligaciones indolente me vedaba. Llegué, así, a estar más familiari- en la lejana Palermo, y también dos hermanos, ya hom- zada con los mundos utópicos, las gestas inverosímiles o bres hechos y derechos, capitán y teniente respectiva- los amores quiméricos que con los discretos aconteceres mente en nuestros gloriosos tercios viejos. Pero aun- de cada día, que acabé por no entender y que dejaron de que los tres se pusieron en camino para asistir a los interesarme ya de niña. funerales de nuestros progenitores nada más recibir Crecí, pues, en un universo irreal, en el que solo lo mis cartas —que les debieron de llegar aproximada- fabuloso tenía sentido. A ello contribuyó no poco el que mente tres semanas después de que las escribiera—, perteneciera a una familia, ya que no poderosa, sí aco- aún tardarían casi un mes en poder encontrarse con- modada y culta —mi padre había sido, en su juventud, migo. 12 13
  • 7. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso Me vi, pues, sola en el mundo y sin saber cómo —Sin embargo, dos cosas tienes a tu favor, lo que no hacerle frente a la extrema dificultad que la ingrata es poco. De un lado, tu juventud, pues a lo que sé, aún vida real me planteaba, pues era el caso que mi anciano no has cumplido los diecisiete, y de otro, tu hermosura, padre se había endeudado extraordinariamente en los más que notoria, como no puedes dejar de apreciar últimos tiempos, no solo enviando dinero a Amberes, cada vez que te mires al espejo. Por ambas, aún puedes donde mis hermanos tardaban a veces años en recibir aspirar a un matrimonio ventajoso, que no solo salve tu sus pagas —y las de los hombres a su cargo—, sino tam- escaso patrimonio, sino que te permita seguir ayudando bién a Sicilia, donde las malas cosechas habían arruinado a tus hermanos, como tus padres solían hacer. a mi cuñado, de modo que sus acreedores me acosaban Aquí se bebió, de un solo trago, el vasito de oporto inmisericordemente. que le había servido y, haciendo señas de que le escan- Así las cosas, pocos días después del sepelio, se presen- ciara otro, prosiguió. tó en nuestra casona de la calle Mayor una pariente leja- —En contra de esas dos ventajas tienes también na, a la que apenas había visto un par de veces, pero de la dos inconvenientes para conseguir un buen marido, es que había escuchado muchos chismes pues tenía fama de decir, un marido rico. La primera, que no eres noble, y eficaz casamentera, quien, con singular descaro, me espetó la segunda, que careces de dote. No son precisamente lo siguiente, en cuanto se hubo sentado frente a mí: escollos de poca monta; por lo tanto, despídete de las —Mira, criatura, para nadie es un secreto la desastro- novelerías que, por lo que me han dicho, de tus muchas sa situación económica en la que te hallas. Por otra par- lecturas sin duda debes de estar acostumbrada a te, supongo que nada esperas de tus hermanos, cuyo ca- rumiar, y no esperes ningún Adonis. Los hombres ricos, pital, según se comenta, está aún más mermado que el dispuestos a comprar belleza y juventud a cambio de tuyo y que, en cuanto lleguen, lo primero que pretende- fortuna, desengáñate, no son precisamente jóvenes ni rán será que les pagues los gastos imprevistos de sus ciertamente agraciados ellos mismos. Y hasta puede que respectivos viajes. tengan otros inconvenientes más graves, aparte de no Me eché a llorar, agobiada por sus palabras, ya que ser, ni mucho menos, abundantes. demasiado se me alcanzaba la verdad de cuanto decía; Trasegó el segundo vaso de oporto y siguió. mas ella continuó sin prestar a mis lágrimas la menor —De modo que huelgan los circunloquios, que en tu atención. situación no harían al caso, puesto que tienes que deci- 14 15
  • 8. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso dirte de inmediato. ¿Estás dispuesta a contraer matri- bien, aparte de por el sincero afecto que profesé a tus monio con un viejo feo y probablemente re­ ugnante en p pobres padres mientras vivieron. algún extremo? Si es así puedo ayudarte, pues tal vez Acabé por aceptar su plazo. conozca a alguno con semejantes prendas. Si no, prepá- En cuanto salió me encerré en mi alcoba, derraman- rate para afrontar la vida del convento en la miserable do amarguísimas lágrimas. condición de lega, ya que en ninguno te aceptarían, sin Durante aquellas veinticuatro horas pasé por varios dote, como novicia. ¿O acaso te sientes con fuerzas para infiernos, difíciles de describir por pluma tan poco expe- ingresar en un burdel? En ese caso, quizás pueda ayu- rimentada como la mía. darte también, dado que tengo una discreta relación con Pensé primero, infeliz de mí, que la sola pena me varios. Créeme que siento ser tan abruptamente franca mataría y, ahogada por la rabia y el dolor, sucumbiría en contigo, pero sería una cruel hipocresía hablarte de otro poco tiempo a sus crueles zarpazos… Algo de eso, al modo. ¿Qué decides? menos, tenía leído. Mas nadie muere de pena en la vida Y se sorbió el tercer vaso. real. Tras algunas horas de desconsolado llanto, esta Cuando los sollozos me permitieron hablar le con- acabó por ceder y, más calmada, di en cavilar por si testé entrecortadamente que, tal y como lo planteaba, la hubiera alguna otra salida que aquella harpía se hubiera solución del matrimonio, que ella llamaba ventajoso, era callado, al no encajar en sus ominosos planes. evidentemente la única. Pero, demasiado aterrada frente Así pasé una buena parte de la noche barajando mil al sombrío cuadro que la infame casamentera me pinta- situaciones novelescas. Ciertamente, en mis libros abun- ba incluso en ese caso, le rogué también que me diera daban las tiernas doncellas en situaciones tan extrema- algunos días para meditar un paso que tan irreversibles das como la mía, e incluso peores. Lo que ocurría es que consecuencias traería. yo no contaba, como ellas solían, con paladín que me —Puedes tomarte cuanto tiempo desees —me res- valiera, ni hada que me socorriera, ni enamorado gigan- pondió—, aunque considera que los enviados de esos te que me auxiliara, ni astuto gnomo a quien recurrir. antipáticos judíos, que sin duda ya has empezado a Nada de eso. Estaba sola y, finalmente, se me hizo conocer, no cesarán de llamar a tu puerta ni un momen- evidente que las ideas que las novelas brindaban eran to. Vamos, querida, ¿no tendrías bastante con veinticua- del todo estériles en el desolado campo de los hechos. tro horas? Ten en cuenta que si te urjo es solo por tu Ay, aquellas malaventuradas lecturas en las que había 16 17
  • 9. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso dilapidado mi tiempo, no solo no habían fortalecido mi en nuestras buhardillas y que mi padre había cuidado y apático carácter, sino que, muy al contrario, lo habían adiestrado con primor durante toda su vida, pero ¿a debilitado aún más, conduciéndolo por rutas ajenas a la quién podía interesarle un palomar? Al menos yo no razón e incluso a la cordura. supe encontrarlo en aquellos atribulados momentos. La Se me antojó entonces que solo quedaba un camino: huida, pues, acabó por ser descartada. la huida; aunque hasta este aparecía teñido de recursos ¿Qué me quedaba ya? Solo la muerte. De modo que librescos, ya que se me ocurrió nada menos que escapar me ocupé en discurrir cuál de ellas resultaría más eficaz. a las Indias vestida de hombre. ¿Me ahorcaría con los cordones que sujetaban las corti- Me atareé un buen rato en disfrazarme lo mejor que nas de mi lecho? ¿Me cortaría las venas? ¿Bebería un supe con las ropas que quedaban en los aposentos de azumbre de lejía? ¿Comería matarratas? ¿Me arrojaría por mis hermanos, mientras mi imaginación se inflamaba, la ventana más alta de la casa? ¿Me ahogaría en el Manza- viéndome ya arrostrar aventuras y peligros, en impene- nares? Todo se me hacía doloroso o repugnante. Incluso trables selvas infestadas de salvajes aborígenes y bestias me entretuve en pensar con qué aspecto lamentable me feroces. Pero cuando me miré al espejo, mi atuendo no descubrirían, al día siguiente, los pocos criados que aún me convenció. Mis pechos, aunque aplastados, eran har- quedaban en nuestro hogar, en cualquiera de esos casos. to evidentes y mis nalgas no se parecían a las de ningún No, estaba claro que yo no tenía entereza para matar- muchacho, comprimidas por unos pantalones demasia- me ni valor para escapar con lo puesto. ¡Yo era solo una do estrechos para ellas. lectora empedernida, del todo incapaz de enfrentarme Además, ¿con qué dineros hubiera hecho tan costo- con la realidad! so viaje? Cuando contemplaba mi risible silueta en el El turbio amanecer me sorprendió descubriendo azogue, caí en la cuenta de que no tenía ni un misera- una cobarde, que en verdad merecía casarse con un vie- ble maravedí, pues aunque había empeñado días antes jo feo y asqueroso… Y descansar al fin. cuanto de valor había encontrado en la casa, todo el Tras la tormenta de ideas descabelladas y sensacio- contante que recibiera se había esfumado en proporcio- nes enloquecedoras por las que había pasado desde la nar a mis padres un entierro digno y en pagar a la Igle- tarde anterior, tan humillante pensamiento, era curioso, sia las primeras exequias por sus almas. Quedaba sola- solo me aportó una cierta calma. ¡Y me encontraba tan mente un montón de palomas mensajeras que anidaban cansada! 18 19
  • 10. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso Así, cayéndome ya de sueño, me dije: apareció la casamentera, la recibí con la mejor de las —De acuerdo, te desposarás con el más miserable y sonrisas. repulsivo de los vejestorios de esta corte. ¿Y qué? Al fin —Querida tía, vuestros consejos de ayer me fueron y al cabo, muchas otras lo han hecho, y hasta sin verse de gran utilidad. Los he considerado y estoy decidida obligadas a ello. Seguramente, el carcamal se morirá a contraer matrimonio enseguida. Es, desde luego, la pronto, dejándote rica y aún joven. Serán, tal vez, unos solución más sensata; aunque, naturalmente, ha de ser años malos, sí, pero luego podrás dedicar tu vida a la con un hombre muy rico. lectura, y no volverás a hacer nada más; vivirás el resto —Precisamente, tengo la suerte de contar con el can- de tus días rodeada de una caterva de criados que se didato ideal. Se trata de la mayor fortuna de España, ocupará de atender hasta el menor de tus deseos. Aho- hijita, pero… ra, a descansar… ¡Estás tan agotada! —Si se trata de la mayor fortuna de España no creo Y me quedé dormida plácidamente. Incluso tuve que haya ningún pero que me desanime. sueños agradables, en los que me veía paseando por un —¡Mas los suyos son defectos tan notorios! frondoso jardín, y una blanca paloma me traía un dia- —Me asustáis, señora. ¡Ni que se tratara de un mons- mante en su pico. truo! Desperté ocho horas después, fresca y descansada —No andas tan descaminada. como pocas veces, pues ya se sabe que quienes leen dema- —¡Ay de mí! ¡Hablad, por los clavos de Cristo! ¿No siado suelen tener pesadillas. Supongo que me dominaba veis que estoy sobre ascuas? esa especie de miedo frío que caracteriza a los héroes. —Pues es el caso que… No sé por dónde comenzar, Me sentía tranquila y resuelta, con una firmeza inhuma- criatura. na. Mientras la siniestra celestina llegaba, me ocupé en —¡Comenzad por donde sea! bañarme y acicalarme como no hacía desde que mis —La cuestión es que es tremendamente velludo. padres murieron, y aún me sobró algo de tiempo para —¿Velludo? ¿Qué queréis decir? improvisar un tardío y sobrio almuerzo con lo poco que —Que está prácticamente cubierto de pelo por todas pude encontrar en nuestras cocinas. partes. Mi resolución estaba firmemente tomada —ni siquie- —¡Jesús! ¿Como un oso? ra quería volver a pensar en ella—, de modo que, cuando —Aproximadamente. 20 21
  • 11. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso —¡Santo cielo! —Al aspecto te acostumbrarás y, al cabo, hasta puede —Y eso no es lo peor. que te guste. Aparte de su vellosidad, es alto y fuerte y —¿Puede haber más? no mal parecido, a más de tener un aire de lo más vigo- —Lo hay. roso, pese a su edad. —Por todos los santos, ¡soltadlo ya! —Pues, ¿qué edad tiene? —Se ha casado muchas veces. —¡Bah! No llega a los sesenta. —¿Cuántas? —Un sesentón, vaya. —No se sabe exactamente, pero se dice que tantas —Un hombre maduro, sensato, formal, no un barbi- como ese hereje rey de Inglaterra… lindo que, en cuanto te descuidas, te lo birla cualquier —¡Qué aberración! ¿Sus mujeres mueren, pues? tunanta. Con este no hay peligro. —Parece que sí. Aunque no te negaré que se mur- —Salvo que te asesine. mura también que a más de una la ha matado él mismo. —Mira, pequeña, no hay que prestar oído a la maledicen- —¿Y cómo no está en prisión semejante fiera? cia. Es lógico que las gentes envidien su privilegiada posición —Es grande de España y familiar del Santo Oficio, y, en consecuencia, lo calumnien. Si quieres que te diga la conque figúrate. verdad, a mí no me pareció capaz de matar ni a una mosca. —¡Señor! ¿Y no tenéis nada mejor? —Aunque parezca un oso… —¿Mejor? ¡Pero, niña, si este es un mirlo blanco! —¡Y dale! ¡Otros tienen aspecto de querubines y son —¿Un mirlo blanco? ¡Un fenómeno greñudo que ha peores que Belcebú! matado a varias mujeres! Pues, ¿cómo son los demás? —Ya. ¿Y su fortuna? Eso es lo más interesante. —Bueno, lo cierto es que, por el momento, no hay —Aseguran que le presta dinero al rey nuestro señor. ninguno más. Pero te advierto que los he conocido com- Con eso está dicho todo. pletamente locos, que llevaban en secreto el mal fran- —¿Vos le conocéis bien? cés, borrachos, violentos, rijosos, impíos… ¿Qué sé yo? —Del todo no se llega a conocer a nadie. Hay que Este, en cambio, es todo un caballero, discreto y educa- correr riesgos, claro. ¿Quién me asegura que tú serás do en extremo, emparentado con las mejores familias una buena esposa y no una casquivana ventanera? Eso del reino. ¡Y rico como un Creso, hija mía! nunca se sabe. Sin embargo, él está dispuesto a arries- —Sí, pero con un aspecto… garse contigo, sin importarle tu cuna. 22 23
  • 12. Malas mujeres Un matrimonio ventajoso —¿Qué le pasa a mi cuna? De modo que solo algunas semanas después —ya se —Para empezar, no eres noble, y luego ya sabes que, sabe que los poderosos consiguen fácilmente saltarse por línea paterna, hay conversos en tu familia. los complicados trámites eclesiásticos—, justo cuando mis —¿Conversos? No lo sabía. Sería hace muchas gene- hermanos llegaron a Madrid, se celebraron los esponsa- raciones. les. Aunque lo que ocurrió a partir de ellos bien merece —No tantas. Y se sabe. Pero él te acepta de todos modos. capítulo aparte. —¡Qué generoso! —Pues sí. Verdaderamente me lo pareció… Y otra cuestión, tiene prisa. Ha de hacer un viaje y quisiera casarse antes. —¡Eso, además! Pues con semejante fortuna no han de faltarle candidatas… —Desde luego que no. Aunque con su defecto, figú- rate, no todas son honestas, ni jóvenes, ni guapas como tú. ¡Si hasta su prisa te conviene! Escúchame, insensata. Mi opinión es que viene Dios a verte con un partido semejante. ¿Acaso te consideras en trance de perder el tiempo? La conversación se prolongó en términos parecidos durante varias horas y dio fin a nuestra última botella de oporto, pero no cansaré al lector con el relato prolijo de cuanto allí se discutió. Era evidente que mi situación era desesperada y he aquí que se me presentaba, con todos sus inconvenien- tes, una salida rápida y fácil. Desde luego fui acomodaticia y cobarde, pero no es este el momento de justificarme por ello. 24 25
  • 13. La biblioteca prohibida Don Baltasar Garcés de Hinojosa y Guzmán del Cer- dosillo —su último apellido representaba en verdad toda una ironía y por eso no lo usaba— era duque de Valma- yor y marqués de Zarzalejo, aparte de un sujeto desde luego singular; tanto, que parecía que Natura, después de hacerlo, hubiera roto el molde. Su abundantísima pilosidad, con resultar sorprendente, ni siquiera suponía lo más llamativo de su persona, ya que se afeitaba frente, pómulos y manos para disimularla. En cambio, su desco- munal estatura y su excepcional corpulencia eran del todo indisimulables. Semejaba, desde luego, un ogro. Tenía los brazos extraordinariamente largos, lo que, unido a una discreta joroba y unas piernas cortas y algo patizambas, le daba un aire animalesco, más propio de una barraca de feria que de una grandeza de España, aunque, de no haber nacido en tan noble cuna, muy probablemente su fama le hubiera llevado enseguida a la corte, donde nuestros reyes solían preciarse de tener como bufones a los más peregrinos fenómenos de la humana condición. 27
  • 14. Malas mujeres La biblioteca prohibida Para no remarcar aspecto tan espectacular se vestía caprichosa fealdad, si uno se esfuerza, acaba por encon- siempre de valioso terciopelo negro, como nuestro trarle cierto peculiar atractivo. señor don Felipe II. No llevaba, como él, otra joya que »Deseo también que sepáis que esta maldita aparien- la orden del Toisón de Oro, a la que también pertene- cia, risible para unos y terrorífica para otros, en cual- cía, y solía envolverse en una gran capa que acrecentaba quier caso repulsiva para todos, no procede de un alma su extraordinaria estatura. monstruosa como ella, ni es causa de un espíritu corrom- Pero sobre el blanco de la almidonada golilla se arre- pido, ni consecuencia de una razón extraviada. molinaban las rebeldes guedejas que, surgiendo de su »Soy un hombre, pese a este cuerpo, del todo nor- pecho, venían a juntarse con las de la hirsuta barba, que mal, con los mismos gustos y aficiones que la mayoría le llegaba prácticamente a los ojos, relucientes como los de los de mi clase. Ni sabio ni necio, ni zafio ni refi- de una alimaña, bajo un par de cejas pobladas como n ­ado, ni violento ni apocado, ni inmoderado ni fru- cepillos que, a su vez, se unían con la crespa y espesí­ gal…, común y corriente en definitiva, y de no ser por sima mata de pelo que le cubría cabeza y cuello, casi mi aspecto sería, como fue mi padre, uno de los muchos sin dejar aparecer sus orejas, enormemente velludas, cortesanos que ya en la diplomacia, ya en la guerra, sir- como los agujeros de su nariz. ¡Y eso que su peluquero ven lealmente a nuestro rey. Puesto que la naturaleza —según me dijeron— se atareaba con él más de dos me vedó ese camino, me consuelo dedicándome a la horas cada día! agricultura, en la que he llegado a ser, si no perito, sí Descrito así, me temo que pueda mover a hilaridad, buen aficionado y, en los pocos ratos libres que esta pero creed que, cuando se desnudó por completo ante permite, disfruto con la caza y —¿por qué no decirlo?— mí la noche de nuestra boda, solo me produjo espanto. también con los sencillos placeres que brinda la vida del En la semipenumbra de la alcoba, las brillantes cri- hogar. nes, en algunas zonas entrecanas, que lo recubrían, »Me tengo por amoroso y amable, y aunque vea por libres ya de ropajes y artificios que las contuvieran, se vuestra expresión que os choca tal afirmación, cosa qui- rizaban en algunos lugares y se erizaban en otros, ase- zás natural en este primer momento, sabed que he teni- mejándole a una bestia carnicera. do la suerte, a pesar de esta horrorosa envoltura, de ser —He preferido que me veáis desde el principio tal amado alguna vez…, o al menos eso se me ha hecho cual soy, pues conozco por experiencia que aun a la más creer. Ojalá podáis conseguirlo vos, hija mía —pues tengo 28 29
  • 15. Malas mujeres La biblioteca prohibida edad de sobra para llamaros así—, como yo siento que os que se trató de una ceremonia íntima, casi secreta, cele- amo ya, viendo vuestra resplandeciente belleza, que ape- brada a las seis de la mañana por deseo expreso del dis- nas vela ese traslúcido camisón.» forme don Baltasar, que, como es natural, no deseaba Dicho esto se aproximó a mí, me abrazó con energía exhibirse en la corte, la ofició el primado de Toledo, y y me hizo suya sin contemplaciones, con un vigor y una fue el propio rey el que me condujo al altar en calidad dedicación que ciertamente desmentían su edad; pero de padrino. Andaba, el pobre, achacoso y con un rictus de también con un cuidado y un mimo dignos del más dolor en el semblante, a más de vérsele en extremo aba- experimentado de los amantes. tido, pues aseguran que la gota, amén de otros males, Aún, a lo largo de la noche, ofrecimos a Afrodita dos apenas le deja vivir. Sin embargo tuvo conmigo, tras la homenajes más; y cuando, ya de madrugada, innegable- ceremonia, mil delicadas deferencias, alabando mi her- mente satisfecha, comenzaba a dormirme plácidamente, mosura y hablándome de mi buen padre, al que había amodorrada entre sus peludos brazos, escuchando los conocido de chico, cuando era consejero del suyo, y al poderosos latidos de su pecho leonino, envuelta en su que recordaba muy bien. Departió además, harto ama- potente aliento animal, sintiendo en todo mi cuerpo blemente, con mis hermanos, interesándose por su por- aquellas sedosas vedijas que lo cubrían, no dejé de venir en el ejército, del que dijo que se ocuparía perso- pensar que, en efecto, podría llegar a apreciar a aquella nalmente, y trató con mi cuñado y mi hermana sobre la extraña criatura. compra de sus excedentes de trigo, con cargo a las alca- Desde luego era la primera vez que la vida real me balas reales, con lo que les dejó más que satisfechos a ofrecía algo que no era aburrido, carente de sentido o todos. amargo; lo que ya era decir mucho. Desde luego había que ver a mi familia, que no salía Y esa no fue la única sorpresa grata que me deparó de su asombro ante mi repentino encumbramiento y a mi nuevo estado. la que hasta el aspecto del novio se le antojaba inmejo- O quizás se tratara, simplemente, de que, tras haber rable, encontrándolo incluso agraciado. esperado lo peor, me hallara especialmente predispuesta Tras un breve ágape en uno de los salones del Alcá- a encontrar detalles amables en cuanto me aconteció. zar, en el que el duque de Alba, cuya esposa había ac- Para empezar, la boda se celebró nada menos que tuado como madrina, pronunció un sentido brindis, en la capilla de los Reales Alcázares madrileños, y aun- partimos a todo galope en un suntuoso carruaje tirado 30 31
  • 16. Malas mujeres La biblioteca prohibida por seis hermosísimos corceles blancos y adornado con Cientos de candelabros de plata, finamente labra- flores y plumas del mismo color, a las posesiones de mi dos, esparcían la luz de perfumadas velas, arrancándole esposo, distantes más de ocho leguas de Madrid, meti- cálidos brillos a los muebles de exóticas maderas, a los das en las escarpaduras de la sierra, no lejos del nuevo límpidos espejos venecianos, a los manteles de Holanda e impresionante monasterio que el rey está terminando y a las enormes bandejas, cinceladas en puro oro, don- en la falda del monte Abantos, y que, a decir de los de bien cebados capones del país, relucientes de dorada entendidos, será una de las maravillas del mundo. grasa, competían con escabechadas codornices manche- En cambio, el castillo de mi marido que, ya casi de gas, fritas morcillas burgalesas, asadas terneras abulenses noche, nos acogió al fin, me produjo al verlo una prime- y embutidos helmánticos, mientras a su lado la trucha ra impresión sombría. Era, según me dijo, una antiquísi- segoviana, el mero santanderino o la dorada andaluza ma fortaleza medieval enclavada sobre una construcción sobrenadaban en aderezadas salsas, cuyo aroma embar- romana anterior, de gruesos muros y ventanas como trone- gaba el aire, sin contar los dulces moriscos o los maza- ras, encaramada en lo alto de una roca, rodeada de fosos panes toledanos que formaban artísticas pirámides de y cortaduras profundísimas y con un camino de acceso, ambarino fulgor. entre barrancos, tan difícil, que más parecía nido de Un enjambre de pajes y doncellas, espléndidamente águilas que morada de seres humanos. ataviados con los colores de la casa, se desvivió por ser- Claro que en esto, como en el carácter del velludo virnos. marqués, también me equivocaba al dejarme guiar por En contraste con la fría sobriedad del alcázar que las apariencias, pues al descender del carruaje, en un nos había acogido por la mañana, aquellos salones acogedor patio de nueva arquitectura, cubierto de hie- ciertamente derrochaban un fasto oriental, que reve- dra, entre altos torreones, y sobre todo al penetrar en el laba una riqueza inimaginable, tanta, que hube de interior, el lujo y la comodidad de las amplias estancias preguntarme cómo habría podido ser adquirida en me dejó maravillada. un país como el nuestro, empobrecido por la sangría Los pies se hundían en capas y capas de elaboradí- constante de las guerras y siempre al borde de la ban- simas alfombras persas y los ojos se perdían en las colori- carrota. das escenas que representaban multitud de tapices fla- Por todo ello, no era extraño que aquella noche de mencos, que cubrían por completo los pétreos muros. bodas acabara pensando que había tenido suerte y me 32 33
  • 17. Malas mujeres La biblioteca prohibida durmiera con la grata sensación de haber cumplido un tuillas de todos los tamaños y hasta varias armaduras deber, en el fondo nada penoso. de gala completas, con sus yelmos, sus escudos y todas Tal sensación continuó al día siguiente, cuando don sus armas bellamente damasquinadas y decoradas con Baltasar me mostró el castillo, al mismo tiempo que me relieves mitológicos, así como monturas para caballos iba dando las llaves de todo cuanto estaba guardado, ya y mulas ricamente adornadas. Era como si toda la pla- que él habría de emprender esa misma tarde un viaje ta del Perú se hubiera juntado allí para alegrar nuestra a sus dominios de Guadalajara, donde su presencia era vista. al parecer urgente, y no quería que en su ausencia me Y eso que aún faltaba lo mejor, pues visitamos des- faltara nada. Me entregó así, primero, las de la estancia pués el gabinete que él llamaba el joyero, una habitación donde se guardaba la vajilla de oro que tanto me había íntegramente forrada de nogal con miles de pequeños impresionado la noche anterior. Era, en verdad, digna cajones entre el suelo y el techo. ¡De allí sí que costó de verse. verdadero trabajo sacarme! Y es que cada vez que tira- En docenas de vitrinas se amontonaba un servicio ba de uno de aquellos cajoncitos, lo que surgía de él era completo para más de cincuenta comensales, con sus más hermoso que lo encontrado en el anterior: sartas de ensaladeras y soperas y aquellas grandes fuentes que me perlas malayas de incomparable oriente; dijes de coral, habían llamado la atención, en las que cabía un jabalí algunos del tamaño de un puño, exquisitamente traba- entero, por no hablar de las bien torneadas copas, las jados, mostrando neptunos, ondinas, tritones, leviata- salseras, los cubiertos, todo trabajado por orfebres tan nes… ; collares con tres y cuatro filas de esmeraldas de finos que daba gloria mirarlo. Brasil, de irreprochable transparencia; diademas de rojos Mi marido hubo de urgirme, dulcemente, para que rubíes indostánicos, tan refulgentes como brasas; pulse- abandonara aquel aposento, pues todavía nos quedaba ras, sortijas, pendientes, cuajados de diamantes de Gol- mucho que ver. conda, brillantes como luceros, y todo tan primorosa- De allí pasamos a la sala de la plata, aún más grande mente engarzado, ¡y tan abundante!, que un sultán turco que la anterior, donde, además de otra fastuosa vajilla, no hubiera deseado mayor tesoro. esta para cien personas, había gruesos candelabros, pare- ¿Y qué decir del guardarropa que vino a continua- cidos a los que me admiraran durante la cena, y también ción? En mi vida había visto tantos trajes juntos. Allí, aguamaniles, centros de mesa, floreros, jarrones, esta­ las sedas katayas, los brocados italianos, los encajes de 34 35
  • 18. Malas mujeres La biblioteca prohibida Malinas, los terciopelos ingleses, los paños castellanos y habrían conformado todo un reino, no de los más men- los cueros de Berbería se alternaban formando la más guados. notable colección de atuendos de caza, de paseo, de En fin, no os cansaré más con el catálogo de cuanto baile que se pudiera soñar. A un lado del salón, encerra- se me mostró. Baste decir que, al término de la visita, dos tras batientes de caoba en profundos armarios, esta- tenía la sensación de haber soñado cuanto había con- ban los atavíos masculinos, y en el otro… ¡Santo cielo! templado, ya que superaba con mucho las más deli- ¿Era posible que toda aquella ropa fuera para mí? rantes descripciones de esplendor que hubiera podido —Bueno —dijo el duque—, la premura de los prepa- leer en la más fantasiosa de mis novelas. rativos no ha permitido que tu vestuario esté tan com- Ay, estaba como embriagada y sin acabar de dar cré- pleto como sería de desear, pero así podrás distraerte dito a lo que había visto… encargando lo que consideres que necesitas aún. Claro que entonces, para compensar tanta maravilla, Naturalmente, también allí me habría quedado de vino un jarro de agua fría; veréis de qué modo. buena gana todo el día, hasta haberme probado cada Quedaba aún una llave en el aro de plata que las una de aquellas costosas prendas, mas de nuevo se me había contenido todas y, como yo la observara con urgió a que continuara, pues faltaba por conocer dónde curiosidad, don Baltasar me dijo: se guardaba la ropa interior, dónde las vituallas conser- —Esta llave, mi dulce esposa, es la única que no te vadas, dónde las perecederas de más precio…; hasta las entregaré. Corresponde a la biblioteca, que deseo que cuadras, en las que había atalajes de tanto valor que permanezca cerrada al menos por dos razones de peso: también se encerraban bajo llave. Por no hablar del la primera es que, desdichadamente, hay en ella algunos sancta sanctorum de toda aquella fabulosa prosperidad, libros que aún no he tenido tiempo de expurgar y que los despachos del de Zarzalejo, donde en grandes ana- contienen enseñanzas contrarias a la doctrina de la San- queles, custodiados por los austeros retratos de sus ta Madre Iglesia. Sería muy de lamentar que una joven, nobilísimos ancestros y flanqueados por los mapas de inexperta como tú, se contaminara inadvertidamente sus múltiples posesiones, se almacenaban los gruesos con semejantes herejías. La segunda es que, en verdad, libros de cuentas y los preciosos títulos de propiedad no soy amigo de que las mujeres lean, y no porque de sus innumerables heredades, que, a lo que pude ver, desee que permanezcan necias por iletradas, sino por- incluían tantas tierras que, si hubieran estado juntas, que su temperamento, de por sí proclive a la exaltación, 36 37
  • 19. Malas mujeres La biblioteca prohibida y su sensibilidad, de suyo aficionada a lo mítico y prodi- del servicio del castillo y de cuanto en él has visto, pues gioso, puedan resultar dañadas gravemente por las ideas no para otra cosa tienes la llave de cuanto atesora. Eso disolventes y los comportamientos disolutos que con sí, en caso de que venga gente, te agradecería que a mi tanta frecuencia se muestran en la mayoría de los libros. vuelta, que ha de producirse en una semana, no estén Ya encargaré, a mi vuelta, a nuestro capellán que te aquí, ya que, como puedes suponer, no me complace seleccione algunas obras de irreprochable catolicismo e exponerme ante desconocidos…, ni siquiera ante cono- incluso de saludable entretenimiento, en las que puedas cidos, en muchos casos. Pero, por lo demás, haz y des- distraer tus ocios, siempre sin abusar, pues la excesiva haz a tu gusto, querida esposa, pues mi único deseo es lectura es a menudo perjudicial, no solo para el espíritu, que seas feliz.» sino incluso para el cuerpo. Mientras decía esto, le vi guardar discretamente la »Entretanto, hay a tu alrededor mil honestas diver- llave de la biblioteca en una gaveta que había sobre siones con las que distraerte en mi ausencia. Están estas uno de sus escritorios, que, según pude advertir tam- agrestes espesuras repletas de caza y hay aquí expertos bién, no tenía cerradura alguna. monteros que te ayudarán a cobrarla. También existen De modo que, al tiempo que se me ofrecía cuanto en nuestras cuadras, como has podido apreciar, excelen- pudiera desear, se me vedaba el más caro de mis deseos, tes caballos árabes, ideales para recorrer los idílicos incluso diría que mi principal necesidad, pues no podía valles que nos rodean. Tenemos además un maestro de pasar un día sin leer. Pero así suele ser la áspera reali- capilla, sumamente hábil en tañer toda clase de instru- dad, odiosa por naturaleza. mentos, y hasta un coro de rapaces campesinos que ha Luego comimos en el salón de uno de los torreones, adiestrado con esmero y que canta como los propios por cuyas ventanas, aunque pequeñas, penetraba a rau- ángeles. En cuanto al oratorio, está a tu entera disposi- dales un alegre sol y podía contemplarse el grandioso ción, junto con los eclesiásticos que lo sirven, para panorama de aquella preciosa sierra Carpetana que nos cuantas misas, novenarios, rogativas y actos de piedad cobijaba. desees promover. Ahora que si lo que te complace es la Mi señor se mantuvo silencioso durante la comida y, compañía, puedes invitar a cuantas personas desees y, al terminar, como sorprendiera en sus ojos oscuros un mientras dure mi viaje, celebrar cuantas fiestas y ban- destello de pena, me atreví a tutearle, preguntándole: quetes te apetezcan, disponiendo como dueña y señora —¿Estás triste, esposo mío? 38 39
  • 20. Malas mujeres La biblioteca prohibida —Solo un poco melancólico. Ciertamente no me mirlo que, con su canto, unido a la suave brisa que pre- complace marcharme precisamente ahora, y cada vez cedía la noche, contribuyó a que mi despertar fuera aún que contemplo tu hermosura, más radiante que este sol, más grato. Voló cuando me incorporé para contemplar no puedo sino maldecir mi viaje. Pero cree que es el sol, que se ponía por los montes de Ávila, tiñendo el imprescindible que lo haga. Únicamente me consuela cielo de cárdeno y anaranjado resplandor. pensar que no durará tanto y pronto podremos reanu- Me sentía dichosa. Ni siquiera me apetecía cenar. En dar nuestras interrumpidas nupcias, disponiendo de verdad, lo único que deseaba era encender algunas velas todo el tiempo que queramos. ¿Acaso tú también deseas y arrebujarme en aquel cómodo lecho ¡con una buena mi regreso? novela! No pude negar que, en efecto, lo deseaba, y eso Pero, para desdicha mía, eso era lo único que no me pareció complacerlo sobremanera, dibujando una amplia estaba permitido en aquel paraíso. sonrisa en su faz ogruna; aunque ya no volvió a hablar. No me resigné. Bajé, ordené al servicio que se reco- Una hora después, tras despedirse afectuosamente, giera y, en cuanto la parte noble de la mansión estuvo partía en un carruaje, menos ostentoso que el que nos desierta, cogí una vela y fui a buscar la llave prohibida. trajo la víspera, acompañado de algunos hombres arma- Al fin y al cabo, ¿cómo iba a enterarse el marqués de dos que cabalgaban tras él. que le había desobedecido? A su regreso, los libros que Estaba mortalmente cansada, pese a que había trans- sacara estarían de nuevo en su lugar y mi pequeño des- currido apenas medio día; tantas habían sido las emo- liz no se notaría. ciones de las últimas horas. Así es que, cuando su carroza La biblioteca no desmerecía del resto del palacio. se perdió en el último recodo del tortuoso camino, subí En bien labradas estanterías se alineaban varios miles a mis aposentos y me dormí plácidamente, sintiéndome de volúmenes, encuadernados con pulcritud, en cuyos la protagonista de algún cuento de hadas, pues lo cierto lomos, cuidadosamente estampados en oro, con simila- es que, pasada la primera impresión, el aspecto del mar- res caracteres y adornos, pude distinguir muchos títulos qués no me resultaba, ni mucho menos, desagradable. que me eran familiares, pues también los atesoraba la ¡Y todo lo demás era tan precioso! colección paterna, como el célebre Amadís de Gaula, que Abrí los ojos al atardecer. Era el principio del verano había leído siendo bien chica, el emocionante Palmerín y en la abierta ventana del dormitorio vino a posarse un de Inglaterra, el curioso Libro del caballero Zifar o el 40 41
  • 21. Malas mujeres La biblioteca prohibida divertido Tirante el Blanco, que me habían apasionado dos brillos al recibir la luz de mi vela, como si preten- cuando los conocí. Estaban además los altisonantes ver- diera que me fijara en él. sos de La Araucana, de Ercilla; La Austriada, de Rufo, o Era de una finura primorosa. Sobre un fondo intensa- El Monserrate, de Virués, que, aunque a mi padre le mente negro, cientos de grullas de nácar volaban, repre- entusiasmaban, nunca fueron del todo de mi agrado. sentadas con tanta propiedad como hermosura, formando Personalmente prefería las coplas de Manrique, que me un complejo dibujo que, a primera vista, parecía de flores llegué a saber de memoria, las odas de Garcilaso o los arrastradas por el viento. versos italianizantes de Boscán, que hablaban de amo- Pero lo más sorprendente del exquisito mueble, sin res puros y sentimientos nobles. También había obras duda proveniente de Manila o Macao, era que sus puer- del Dante y del Petrarca, de Sannazzaro y Castiglione, tas no tenían cerradura, ni falleba, ni tirador alguno y, de Valla y La Mirandola, y algunos otros humanistas, sin embargo, permanecían encajadas tan firmemente cuya lengua lamenté no conocer aún, pues pocos de como si formaran una sola pieza. Pensando que debía ellos estaban traducidos a la nuestra. Encontré abun- forzosamente existir un resorte que las abriera, di en dantes códices latinos, casi todos de lecturas piadosas, y trastear en los escasos adornos superiores e inferiores hermosos incunables alemanes o flamencos, con graba- del mueblecito y he aquí que, en uno de mis movimien- dos en madera. tos, no acertaría a decir en cuál, se oyó un chasquido y Me extrañó no ver nada que me pareciera herético, sus puertas, en efecto, se abrieron de golpe, como impul- o siquiera procaz, y pensé que don Baltasar quizás me sadas por algún secreto muelle. había mentido, coligiendo que lo que pasaba era sim- El interior, lacado como el exterior, aunque de un plemente que, como a tantos varones, no le agradaba rojo vivísimo, semejante a la sangre fresca, solo tenía una que su mujer lo sobrepasara en conocimientos. ligera decoración, que en un primer momento juzgué Me hallaba tratando de escoger, para esa noche, en- una simple cenefa nacarada; pero, al acercar mi vela, pude tre dos títulos: la Cárcel de amor, de Diego de Sampe- apreciar que estaba formada por las mismas grullas que dro, y Los diez libros de Fortuna de Amor, de Anto­ io de n volaban fuera, mas en actitudes yacentes, como muertas. Lofraso, sin saber por cuál de los dos decidirme, cuan- Su realismo era tal que no pude evitar un escalofrío. do reparé en un exótico armarito, delicadamente lacado Por lo demás, el armarito estaba casi vacío, solo e incrustado con madreperla, que despedía tornasola- había en él un estante sobre el que reposaban varias 42 43
  • 22. Malas mujeres La biblioteca prohibida carpetas de cordobán carmesí, en cuyas cubiertas figu- do en parte mis propias emociones y el tiempo ha ate- raban, grabadas, unas siglas latinas. nuado aún más las suyas, por lo que confío en que mis Profundamente intrigada abrí la primera. Estaba relatos serán todo lo ecuánimes que cabría esperar. sujeta con cintas de seda bermeja, cerradas con apreta- He olvidado muchos detalles que quizás añadieran dos lazos. Contenía infinidad de manuscritos, documen- verosimilitud a lo narrado, pero espero que sepáis dis- tos, cartas…; todos referidos a una misma mujer. culparlo, pues me he esforzado en no traicionar lo prin- Deshice los lazos de los demás portafolios. cipal. Eran muy parecidos al primero. Algunos guardaban Ojalá saquéis de todo ello tanta enseñanza como yo miniaturas donde podía apreciarse la efigie, en ocasio- misma. nes hermosa, de las damas cuyos secretos —pues supo- nía que de secretos debía de tratarse— se conservaban allí. En otros había fragmentos arrancados de diarios, actas de procesos…, retazos en fin, ya apasionados e ínti- mos, ya formalmente legalistas, de vidas singulares. Pronto caí en la cuenta de que cuanto estaba ante mis ojos eran los recuerdos de las anteriores esposas de mi marido, los restos, por así decirlo, mortales de aquellas pobres mujeres que quién sabía dónde esta­ ían r enterradas. No pude evitar llevarlos conmigo y durante los días y las noches de aquella semana me esforcé, apasionada- mente, en desvelar las emociones que habían inflamado su existencia y reconstruir con paciencia los detalles de su vida al lado de quien todavía consideraba un monstruo. No escribí sus historias entonces. Tampoco hubiera podido hacerlo; tan dentro de ellas me sentía. Lo hago hoy, muchos años después, cuando la edad ha tempera- 44 45
  • 23. MALAS MUJERES vio la luz en el año 2000 en la editorial Apóstrofe, de Barcelona. La presente edición se compuso en Bodoni Old Face BE Regular y se acabó de imprimir en Madrid, abril de 2012 ASPICIUNT SUPERI
  • 24. Así empezaré señalando, por hacer referencia al título de esta obrilla, que no puedo decir de mí que haya sido precisamente buena, aunque tampoco todo lo mala que ha pretendido la maledicencia. Suplico, pues, a los que me desconocen que no me tengan por una mujer ni mejor ni peor que las demás… Sobre un variopinto retablo de pasiones, cuyo marco es la España del XVI y la monarquía de Felipe II, se destacan, en violento claroscuro, las figuras de siete mujeres características de su época, que acaban influ- yendo de manera decisiva en la vida de un hombre marcado por una cruel singularidad. La recreación de un famoso cuento tradicional, con elementos dramáticos de siempre, conforma un apasionante relato de amor y aventuras, donde lo sorprendente y hasta lo mágico están incorporados con habilidad. I S B N 978-84-613-3610-4 9 788461 336104