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Trolidoro y el vagabundo invidente
(Un cuento de Rolancio y Trolidoro)
Trolidoro caminaba tranquilo por una de las solitarias aceras de la concurrida avenida
principal, pero su sosiego se vería alterado cuando un extraño hombre se cruzó en medio de
su trayecto. Era un mendigo, ciego y miserable, que no vaciló en ni un instante en extenderle
la mano derecha, en la cual sostenía y agitaba un tarrito de metal, sucio y herrumbroso, cuyo
ruido destemplado daba a entender que era poca la limosna recibida en lo que llevaba
transcurrido el día.
-¡Un sustentico para este ciego, por favor! -rogaba el extraño en medio del andén.
No obstante, el malicioso diablillo quiso aprovecharse de la penosa condición de aquel
desgraciado para jugarle sucio: efectivamente, depositó algo pequeño, redondo y metalizado
en aquel roñoso recipiente. Sin mediar palabra alguna, Trolidoro siguió de largo en cuanto
satisfizo la necesidad de ese ignorado invidente. Sin embargo, el joven pícaro se detuvo
intempestivamente cuando oyó de boca de aquel hombre sospechoso, gritarle un par de
fuertes palabras:
-¡Asqueroso agarrado!
-¿¡Qué!?- reaccionó Trolidoro con una hiriente sensación en su ego, dándose la media
vueltahacia el pordiosero y yendo de regreso hacia él para exigirle una explicación al respecto.
-¡Oiga usted! - vociferó el muchacho- No crea que no lo he pillado, embustero. Usted no es un
ciego de verdad.
El mendigo, quitándose las gafas oscuras, demostró evidentemente que su sentido de la
visión estaba perfecto y a cambio de aquella acusación, replicó:
-¿Yo, embustero? ¿De qué vienes a hablar? ¿Siempre regalas tapas de gaseosa a los
necesitados?
Trolidoro, socarronamente le contestó:
-Bueno ¿y cuál es el problema? Esa tapita que le eché está premiada por un millón de pesos.
Pero suerte si reúne tres iguales porque el evento se acaba hoy.
El hombre reaccionó con euforia descontrolada y dio a Trolidoro las gracias, cosa que él
extrañó mucho sabiendo lo que le había mencionado.
-¿Por qué se alegra, maldita sea?- inquirió disgustado al vagabundo.
-¡Era justo la que buscaba!- respondió aquel extraño dando rienda suelta a su alborozo. Y se
alejó a toda marcha gritando: ''¡Soy rico! ¡soy rico!''
Trolidoro no daba crédito a lo que había hecho: cambió para bien la vida de otra persona a la
que pretendía perjudicar en un principio. Aunque la vida misma no había terminado de darle al
gamberro una severa lección acerca del significado del Karma: ''haz cosas malas, y cosas
malas te pasarán''.
En ese preciso instante se lo encontró su mejor amigo Rolancio, el cual, traía una carota de
buen humor. Al parecer, le tenía una buena noticia:
-¡Trolidoro, mira esto! Reuní las tapas que nos hacían falta ¿cómo la ves?
Su amigo volteó a mirarle con los ojos deshechos en tremendas lagrimotas, rompiendo en el
acto, a llorar como una chiquilla.
FIN.

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  • 1. Trolidoro y el vagabundo invidente (Un cuento de Rolancio y Trolidoro) Trolidoro caminaba tranquilo por una de las solitarias aceras de la concurrida avenida principal, pero su sosiego se vería alterado cuando un extraño hombre se cruzó en medio de su trayecto. Era un mendigo, ciego y miserable, que no vaciló en ni un instante en extenderle la mano derecha, en la cual sostenía y agitaba un tarrito de metal, sucio y herrumbroso, cuyo ruido destemplado daba a entender que era poca la limosna recibida en lo que llevaba transcurrido el día. -¡Un sustentico para este ciego, por favor! -rogaba el extraño en medio del andén. No obstante, el malicioso diablillo quiso aprovecharse de la penosa condición de aquel desgraciado para jugarle sucio: efectivamente, depositó algo pequeño, redondo y metalizado en aquel roñoso recipiente. Sin mediar palabra alguna, Trolidoro siguió de largo en cuanto satisfizo la necesidad de ese ignorado invidente. Sin embargo, el joven pícaro se detuvo intempestivamente cuando oyó de boca de aquel hombre sospechoso, gritarle un par de fuertes palabras: -¡Asqueroso agarrado! -¿¡Qué!?- reaccionó Trolidoro con una hiriente sensación en su ego, dándose la media vueltahacia el pordiosero y yendo de regreso hacia él para exigirle una explicación al respecto. -¡Oiga usted! - vociferó el muchacho- No crea que no lo he pillado, embustero. Usted no es un ciego de verdad. El mendigo, quitándose las gafas oscuras, demostró evidentemente que su sentido de la visión estaba perfecto y a cambio de aquella acusación, replicó: -¿Yo, embustero? ¿De qué vienes a hablar? ¿Siempre regalas tapas de gaseosa a los necesitados? Trolidoro, socarronamente le contestó: -Bueno ¿y cuál es el problema? Esa tapita que le eché está premiada por un millón de pesos. Pero suerte si reúne tres iguales porque el evento se acaba hoy. El hombre reaccionó con euforia descontrolada y dio a Trolidoro las gracias, cosa que él extrañó mucho sabiendo lo que le había mencionado.
  • 2. -¿Por qué se alegra, maldita sea?- inquirió disgustado al vagabundo. -¡Era justo la que buscaba!- respondió aquel extraño dando rienda suelta a su alborozo. Y se alejó a toda marcha gritando: ''¡Soy rico! ¡soy rico!'' Trolidoro no daba crédito a lo que había hecho: cambió para bien la vida de otra persona a la que pretendía perjudicar en un principio. Aunque la vida misma no había terminado de darle al gamberro una severa lección acerca del significado del Karma: ''haz cosas malas, y cosas malas te pasarán''. En ese preciso instante se lo encontró su mejor amigo Rolancio, el cual, traía una carota de buen humor. Al parecer, le tenía una buena noticia: -¡Trolidoro, mira esto! Reuní las tapas que nos hacían falta ¿cómo la ves? Su amigo volteó a mirarle con los ojos deshechos en tremendas lagrimotas, rompiendo en el acto, a llorar como una chiquilla. FIN.