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391
Casi toda la tierra que cubría la tumba había sido
levantada por el rayo, y la cortina de agua caía ya sobre
el féretro, amenazando con inundar rápidamente el hoyo.
—Pobre señora Holmes, menos mal que está muerta... —
murmuró William, que temblaba como un flan.
Se disponía a darle nuevamente a la botella, cuando otro
relámpago iluminó el cementerio. Esta vez, a William
Daly sí le cayó la botella de whisky de las manos,
haciéndose añicos al chocar contra el suelo y
desparramándose todo el licor.
No era para menos. Aunque el resplandor del relámpago
había durado sólo unos pocos segundos, William tuvo
tiempo de ver algo que había helado la sangre que corría
por sus venas.
¡La tapa del ataúd de Elizabeth Holmes se estaba
levantando!
¡El féretro se había abierto solo!
¡Parecía cosa del diablo!
392
1 de agosto
Bárbara había sido enterrada allí, con las manos atadas
con una cuerda a la espalda. Cubierta de tierra hasta el
cuello, gritando a la desesperada, a lo loco, pidiendo
vanamente socorro, y que luego, muerta; de hambre y
devorada por la sed, ya sin fuerzas para nada, habría ido
agonizando poco a poco.
5 de setiembre
Acababa de ver, colgada de la rama de un árbol, a
Linda, una muchacha morena, alta, espigada, la hija del
dueño del supermercado. Colgada de pies, cabeza
abajo. Las manos se las habían atado a la espalda con
una cuerda.
2 de octubre
Atada a un árbol estaba Rosalie, la chica más rica de
Macksontton. Fuertemente atada desde los hombros
hasta los pies con una cuerda que la inmovilizaba por
completo…
393
Tendido en el suelo, sollozaba y se estremecía
convulsivamente, invadido por un pavor que
atenazaba todos sus miembros y le impedía la
menor reacción. ¿Cómo era posible que hubiera
llegado hasta allí?, se preguntaba una y otra vez.
Aquella maldita máquina del tiempo... Su
invencible curiosidad...
Había sido transportado a la época de los grandes
saurios, no cabía la menor duda. Pero, ¿qué hacía
allí un hombre del siglo XX, acostumbrado a mil
refinamientos y sin nada más que sus manos para
defenderse de las mil fieras que pululaban por
aquellos parajes?
394
—La gente se gasta dinero en esos libros en los que
algunas personas explican sus propias experiencias,
o las ajenas, en su estado de muerte. Lástima que no
hayan alcanzado el conocimiento suficiente en ese
sentido... Y lástima que, pese a eso, comercialicen
una cosa tan seria como es estar muerto... Le
aseguro que el contenido de esos libros y el nivel de
mis experimentos no tienen prácticamente ninguna
relación. ¡Mercachifles de la información mortal!
¡Embusteros y embaucadores! Comprenderá usted
esto cuando, con mis sofisticados medios, la envíe a
la más asombrosa experiencia que se puede pedir: la
muerte.
—¿Ha estado usted muerto? —preguntó U.S.A.17.
—¡Naturalmente! ¡Muchas veces! Es un estado...
maravilloso, inigualable de felicidad absoluta... ¡La
Muerte es el estado perfecto, la Vida no vale la
pena!
395
Grantland volvió a dar una chupada al cigarro.
—Esta casa tiene una leyenda —dijo—. Hace siglos, su
propietario vendió el alma al diablo. A cambio de
dinero y fortuna, claro. Pero quiso deshacer el trato
cuando ya tenía lo que quería y el diablo se enfureció y
le dejó su huella y dijo que sus descendientes también
la llevarían, hasta que realizase una buena acción, que
borrase esa especie de maldición.
Drooke se echó a reír.
—Tonterías —contestó—. Es una leyenda originada en
tiempos en que la ignorancia y la superstición estaban a
la orden del día.
—Tal vez, pero hay ocasiones en que la leyenda se hace
realidad…
396
— ¡Tú no has visto a Elizabeth! ¡Elizabeth Duvall está
muerta!
—Es ella, es ella... Por eso te he llamado... Tenía que
decírselo a alguien...
—No es Elizabeth. Es simplemente una mujer de
extraordinario parecido físico con nuestra Elizabeth.
Todos tenemos un doble, Debra. En alguna parte del
mundo hay un fulano idéntico a mí. Tú y Elizabeth
estabais muy unidas, pero debes resignarte a su muerte.
—¿Y... y la cicatriz de la ceja izquierda?
Él tragó saliva. Sí.
Aquella cicatriz era exacta a la de Elizabeth.
—Bueno... pues... ¡Maldita sea! Es una jugada del destino.
Se parece a Elizabeth y tiene una misma cicatriz sobre la
ceja izquierda. ¿Y qué? ¿Cambia eso las cosas? ¡Elizabeth
sigue muerta! ¡Nosotros contemplamos su destrozado
cuerpo y asistimos a su funeral! Esa es la realidad.
Aunque no quieras aceptarla.
397
—Están rastreando la zona y un grupo del pueblo ha
decido salir de cacería por si encuentran a la bestia,
poder rematarla.
—¿Y qué clase de alimaña puede ser?
—No lo sabemos todavía. Podría ser un lobo, un oso o
también un jabalí. Hay jabalíes que tienen muy mala
sangre y como son omnívoros, es decir, que pueden
comer de todo, podría ser uno de ellos. Al encontrarla
en el suelo, la ha destrozado y ha comido del cadáver.
La policía no da valor alguno a las manifestaciones de
los espiritistas, pues los consideraban unos alucinados.
Y si cuentan que una muerta va por ahí devorando a
personas ya cadáveres, se creará una situación de
pánico…
398
—¿Quién o qué pudo...?
—La misma cosa que agarró por los pies a él y lo
hundió en el lago, creo que de eso no hay duda.
Posó la mirada en las serenas aguas del Lago Negro.
—¿Cosa...? —murmuró.
—Es evidente que no se trata de un ser humano,
teniente. Los destrozados cuerpos no dejan lugar a
dudas. No murieron a manos de un hombre, sino de una
bestia poderosa y desconocida que se desenvuelve igual
en el lago que fuera de él. Un ser anfibio, dotado de
pulmones y de branquias a la vez.
Sus palabras produjeron sendos escalofríos a los seis
hombres que le escuchaban.
Sin decir nada, recogió del suelo los revólveres de los
dos cadáveres destrozados y revisó los cilindros.
—No les dio tiempo a disparar ni una sola vez. ¿Cómo
es posible?
399
«Mi fortuna personal, que asciende a seiscientas mil libras,
se repartirá de la forma siguiente:
»Diez mil libras a Fred Dorwell, siempre y cuando, una vez
transcurridos quince días a partir del día de mi entierro, a
mi sobrina Melissa no le haya sucedido nada malo.
»Tres mil libras a cada uno de mis sirvientes jorobados...
»El resto, es decir, quinientas ochenta y una mil libras, a
repartir entre mis sobrinos a parte iguales.
»Entre mis cinco sobrinos...
»Pero en el caso de que, a los quince días de mi entierro,
uno de mis sobrinos hubiera fallecido, tanto fuera de
muerte natural como violenta, entonces mi fortuna se
repartiría sólo en cuatro partes iguales.
»Y así sucesivamente...
»Mi fortuna, en definitiva, será para mis sobrinos que,
después de transcurridos los quince días de mi entierro,
sigan con vida. Por descontado, mis herederos no podrán
abandonar mi casa en el periodo del tiempo referido. De
hacerlo, quedarían automáticamente excluidos del
testamento.
400
La caja tocó fondo.
La fosa era profunda, terriblemente profunda. Veía la
abertura superior como un rectángulo pequeño y casi
negro, un poco menos negro que las paredes que la
rodeaban.
El interior de la fosa se iluminó, arriba comenzaron a
arder antorchas alrededor de la tumba. Era como si ya
hubiera descendido a los mismos infiernos cuando algo
difuso cayó desde lo alto. Como un enjambre de
maléficos insectos, pero no, era algo aún más terrible...
Era tierra, tierra que golpeó el cristal con un golpe seco
y sordo.
La tierra se esparció sobre ella, luego otra palada y
otra, otra... El cristal comenzó a quedar cubierto.
Los ojos despavoridos y terriblemente abiertos de la
joven vieron como las llamas de las anteriores
antorchas desaparecían. La negrura más siniestra la
envolvió.
—Dios mío, Dios mío, ayúdame, ayúdame...
401
»¿Cuál de vosotros va a ser mi heredero? Es muy simple: lo
será aquel de vosotros que encuentre, en mi mansión de
Pettycur, mis ojos, que en estos momentos están allí
escondidos. Aldo os dirá lo que tenéis que hacer, aunque
puedo adelantaros dos puntos importantísimos de este
juego. Uno: nadie deberá ir a mi mansión de Pettycur antes
de transcurridas cuarenta y ocho horas de la lectura de estas
disposiciones mías. Dos: aunque mis ojos fuesen
encontrados por uno de vosotros ya el primer día de vuestra
estancia en mi mansión, la disposición testamentaria no
entrará en vigor hasta dentro de un mes; es decir, que sólo
dentro de un mes recibirá el señor Pilkington al ganador,
examinará mis ojos en presencia de mi buen y fiel Aldo, y,
asegurado de la autenticidad de dichos mis ojos, nombrará
formalmente heredero mío a quien de vosotros haya
encontrado mis ojos.
»Tanto tiempo criticando mis ojos, y ahora van a significar
una enorme fortuna para aquel de vosotros que los
encuentre…
402
—Queremos información, muñeca. Datos de las
patrullas del Vietcong que operan por esta zona.
Número de hombres y armamento de que disponen.
Dirigió una suplicante mirada al encapuchado rojo.
Enfrentándose a sus ojos. A aquellas dos esferas de
hielo.
—Piedad... Piedad... —imploraba sin mucha
convicción.
Consciente de que en aquellos fríos e inhumanos ojos
no existía sentimiento alguno.
—¿Empezamos, compañero? Estoy impaciente.
El encapuchado rojo asintió avanzando hacia el
armario. Ella estaba sentada frente al mueble.
De ahí su mueca de horror al descubrir el contenido
del armario. Plagado de refinados instrumentos de
tortura.
Antiguos y modernos. Todo un muestrario…
403
—¿Por qué tuvieron que matarla?
—El castillo y las tierras no caben en una maleta.
Se quedó perplejo ante aquella sibilina respuesta.
—¿Qué quiere decir? —preguntó.
Los penetrantes ojos del anciano se clavaron en su rostro.
—Hay en el castillo una joya de enorme valor, lo que pasa
es que nadie sabe dónde está. Bueno, el conde sí lo sabía
y, presumiblemente, también su hija. Y, para mí, eso es lo
que están buscando.
—¿Una joya? —se asombró el joven.
—Sí, la corona de una Virgen... No sé de dónde es, pero la
trajo el conde cuando acabó la guerra. ¿Sabe?, era de
ellos, de los nazis, usted me comprende, y aunque no le
hicieron nada, no fue precisamente de los que quedaron
pobres. Cuando pasó la marea, vendió algunas joyas y
mejoró las tierras. Pero la mejor de todas está allí, en el
castillo…
404
Pensó en moverse, pero en el acto tuvo la plena seguridad de
que no lo conseguía. Sentía frío.
Se sentía como flotando, en aquella impenetrable oscuridad.
Como flotando en una oscuridad fría, congelada, densa... Como
si estuviera metido dentro de una barra de hielo.
¿Por qué no podía ver? ¿Por qué no podía oír? ¿Por qué no
podía gritar, ni moverse, ni tragar...?
Cada vez sentía más frío. Cada vez sentía más dolor en
diversos puntos de su cuerpo. Cada vez, aquella sensación de
hielo era más y más profunda. Ya no podía más. Sentía dolor,
miedo, angustia... Sentía un terror insoportable.
Insoportable.
Finalmente, de pronto y para su fortuna, falleció. Su corazón se
detuvo, no pudo soportar más la situación en que le había
colocado el deteriorado cuerpo de su propietario. El corazón se
negó a seguir latiendo.
Eso fue todo.
405
Cuando había esperado que de allí surgiera un
adolescente de cuerpo bello, un cuerpo de piel casi
excesivamente suave para ser masculino, saltó a sus
ojos una imagen horrenda, una imagen que le produjo
tal sorpresa que le dolió en el pecho a causa del terror
que la invadió.
Su cuerpo había enflaquecido, se había tornado pardo,
casi velludo. Sus manos eran garras y su rostro,
monstruoso, no parecía humano.
Los ojos se le habían vuelto malvados, rezumaban
como lágrimas purulentas que inspiraban horror lo
mismo que su nariz o su boca que se había hecho más
grande, más fea que la de cualquier bestia conocida.
Era, sin duda, un ser infernal.
—Míralo, míralo bien, en él están todos tus pecados. El
Dios ha escuchado tus súplicas…
406
—Está muerto—dijo—. Dentro de unos minutos, no
será más que un montón de huesos...
Repentinamente lanzó un espantoso alarido.
Se mantuvo todavía unos segundos en pie, con los ojos
fuera de las órbitas, pronunciando palabras que no se
podían entender. De pronto, se derrumbó al suelo,
pataleando horriblemente. La carne se le desprendía en
pedazos semilíquidos, de los que brotaba un horrible
hedor.
En sus ojos ya no había luz. Su rostro se derretía como
si estuviese hecho de cera fundida. Las ropas perdían
consistencia. Por las perneras de los pantalones,
surgían espesos arroyos de una materia grisácea, que
despedía un olor insoportable.
Los huesos del cráneo empezaron a hacerse visibles.
Decidió que ya había visto bastante…
407
—La Superlife puede administrarse por vía oral o por
vía intravenosa. Por vía oral los efectos no aparecen
hasta transcurridas entre veinticuatro y cuarenta y
ocho horas de la ingestión. Por vía intravenosa, los
efectos aparecen entre las seis y las doce horas de la
inyección directa a la sangre. En ambos casos, en
cuanto los efectos aparecen, el sujeto experimental va
notando... una nueva lucidez, un nuevo concepto de
las cosas. Su inteligencia es más aguda, su fuerza
física aumenta, sus sentidos se afinan, adquiere una
nueva vitalidad general. Toda una serie de
percepciones nuevas aparecen; se ve de modo
diferente a las personas; sabes valorarlas mejor, oyes
sonidos que normalmente no oirías, percibes olores
lejanos, tu vista se agudiza increíblemente.
—Por el amor de Dios... —intentó sonreír Angeline
—. ¡Parece que estás hablando de..., de un Supermán!
408
Giró sobre sus talones una vez más, con el dedo en el
gatillo. Exhaló un alarido de horror, y disparó.
Pero no pudo evitarlo. El hacha cayó sobre él. Era el
hacha de cortar leña para la estufa. Pequeña y no muy
afilada. Pero suficiente, si se utilizaba con fuera, para
hundirse en la cabeza de un hombre.
Sintió que algo helado y terrible se incrustaba en su
frente, partiéndola en dos. La sangre corrió por su
rostro cegándole. Lanzó un grito terrible, se precipitó
hacia adelante, dejando caer su arma, golpeando el
vacío con ambos brazos, que giraban como aspas.
Quebró los vidrios de la puerta, cayó al exterior, con el
hacha clavada en su cráneo. Emitió un terrible alarido
en la niebla:
¡Es invisible! ¡Es invisible! ¡Está ahí, en mi oficina! ¡Él
es... in...visible...!
409
El caballo se agitaba frenéticamente en medio de las aguas,
debido a una causa que ninguno de los dos podía adivinar.
Había manchas de sangre en las hasta entonces quietas
superficie de las aguas. De súbito, divisó algo que la dejó
sin aliento.
Aquella aleta triangular que hendía el agua como un
cuchillo...
—¡Dios, no puede ser! —exclamó—. Un tiburón en el
pantano...
La muchacha parecía presa del más vivo terror. El escualo
se lanzó al ataque y su aleta desapareció bajo las aguas.
El caballo relinchó estrepitosamente, a la vez que pateaba
enloquecido. Adivinó la forma de ataque del escualo: por
debajo y al blando vientre de su presa. Al salir, el caballo
tenía al tiburón asido a su cuello, mordiéndole
profundamente, hasta casi rodearlo por completo. De
pronto, los mortíferos dientes del escualo rompieron alguna
arteria vital y la sangre brotó a borbotones. Pareció como si
el desdichado cuadrúpedo perdiera las fuerzas de repente,
porque desistía de luchar y se dejó ir al fondo…
410
«Sea bien venido, señor... A sus pies, señora...
Entren, por favor, en buena hora en esta su casa.
El personal está a su servicio para todo. Durante las
veinticuatro horas del día y la noche, nuestro esmerado servicio
permanece a su disposición en todo momento.
Pidan. Exijan. Ordenen. Y serán servidas sin protesta y sin
demora.
Porque acaban de entrar ustedes en el Hotel de los Horrores.
Aquí, señoras y señores clientes, vivirán las mayores emociones
de su vida. Y posiblemente de su muerte...
El miedo y la angustia están servidos en sus habitaciones
confortables. La agonía, la sangre y las cenizas de la muerte le
serán puntualmente presentados en las horas del desayuno, el
almuerzo y cena en nuestros lóbregos comedores con hedor a
corrupción y a podredumbre...
Bien venidos, señoras y señores. Bienvenidos a nuestro hotel.
Que el terror y la desesperación sea con ustedes en buena
hora...»
411
Entonces comenzó el verdadero horror.
El tanque efectuó un disparo y destrozó la rodilla izquierda de
Josephine, que aulló de dolor y se derrumbó.
El vehículo espacial soltó un chorro de fuego y quemó el seno
derecho de ella. El soldado americano hizo funcionar su
metralleta, tomando como blanco los muslos de la muchacha.
El otro soldado, el que vestía uniforme alemán, accionó su
lanzallamas y abrasó los tobillos y las pantorrillas de la
indefensa joven, que chillaba, lloraba y se retorcía de dolor.
El tanque lanzó una andanada y le produjo una terrible herida
en la nalga izquierda, que sangró profusamente.
Un instante después destrozaba la otra nalga de la muchacha.
El vehículo espacial seguía soltando chorros de fuego.
El soldado americano, ráfagas de metralleta.
El soldado alemán, llamas.
Ella no pudo resistir tanto dolor y se desmayó, quedando
totalmente a merced de los juguetes bélicos, que siguieron
ejecutando las órdenes que recibían del perverso…
412
—Y ahora —clamó de pronto el artista—, yo, el
Gran Irvine, voy a realizar el número más arriesgado
que jamás se ha visto en un escenario, con la ayuda
de mi hermosa colaboradora, Madeline. El número
consistirá en reproducir la ejecución de Juana de
Arco.
La gente contenía la respiración. Era un número que
producía una morbosa atracción en el público.
El petróleo se inflamó en el acto.
Madeline empezó a chillar.
En el mismo instante, la larga cabellera de la
ayudante se encendió con enorme llamarada. Sus
gritos se hicieron horripilantes.
El hedor a carne quemada se extendió por la sala.
—¡Está abrasándose! —gritó alguien.
Muchos de los espectadores, aterrados, huyeron, en
medio de una tremenda confusión…
413
Cuando Cary Craig volvía a casa de noche tras pasar un
buen rato con una de las alegres chicas de cierto club de
la ciudad, no podía imaginar la gravedad de los hechos
que iba a presenciar. Tras detenerse para recuperar
fuerzas, contempla una ominosa procesión de hombres
encapuchados que llevan entre ellos el cuerpo lánguido,
desnudo y sangrante de una chica. Horrorizado intenta
escapar de los "monjes" que, al darse cuenta de que son
observados, le persiguen.
Mark Fisher, que esperaba llegar a su destino a primera
hora de la mañana, se encuentra con el moribundo Cary
Graig que le habla de la horrorosa visión que ha tenido.
Magullado y roto por dentro, Fisher no puede hacer nada
por él, y bastante tiene con defenderse ante el sheriff
Conway de la acusación de atropello que pesa sobre él.
Únicamente gracias al buen hacer del forense y de su
abogada, la señorita Molly Chalmers, podrá salir de
prisión. Y junto a esta última emprenderá una peligrosa
investigación para descubrir quiénes están detrás del
horrible culto de la carne sangrante.
414
El terror le paralizó. Acababa de matar a un hombre, a un
amigo; sin embargo, tal acción criminal no había conseguido
horrorizarlo tanto como el súbito descubrimiento de las dos
cabezas asomando entre la tierra removida como si quisieran
escapar de su sepultura.
Se había quedado sin aliento y no comprendía bien lo que
veía.
Sin que se diera cuenta, sus pies se habían hundido en la
tierra removida y cuando quiso retroceder, aterrorizado por la
visión de los cadáveres, no lo consiguió.
Cayó sentado al suelo, se revolvió para alejarse a gatas y sus
manos también se hundieron en la tierra como si ésta fuera
una ciénaga.
—¡No, noo, nooo! —gritó, comprendiendo que algo lo
sujetaba y lo hundía en la tierra blanda, algo que no sabía qué
era pero que tiraba de él hacia el centro de la tierra, un poder
invisible o representado en la propia tierra.
—¡No, socorro, auxilio!
La tierra lo fue engullendo mientras, no muy lejos, la
motocicleta dejaba de runrunear y un cadáver, con el rostro
destrozado, ya no sangraba.
Las hormigas se acercaron a las orillas del charco de sangre
como si ésta fuera un macabro mar rojo.
415
Dio un respingo pegándose al muro divisorio. Abrió la boca
para gritar, pero fue tal su terror que no tuvo fuerzas para ello.
Una indescriptible sensación de horror que incluso le
ocasionaba dolor físico. Su cuerpo sacudido por sacudidas.
Por convulsiones de atroz pánico. Su mente atormentada e
incapaz de asimilar aquello.
Era Drácula quien le hablaba. Sí.
Drácula, con sus afilados colmillos asomando por entre los
labios, con la palidez de un cadáver, con su negra capa...
También el hombre-lobo avanzaba hacia ella. Con su
monstruoso y velludo rostro, sus manos de siniestras garras
afiladas...
Frankenstein era el más torpe de movimientos. Arrastrando
sus pesados pies por el suelo. Rígido. Los brazos extendidos.
Moviendo maquinalmente su cabeza de izquierda a derecha.
Y la momia.
Los vendajes mohosos de su mano izquierda ya rozaban su
rostro.
Y la muchacha gritó.
En desgarrador alarido.
Ya estaba cercada por los cuatro monstruos. Eran ocho las
manos que se tendían ávidamente hacia ella...
416
Esto empieza a no gustarme.
No sé por qué, pero no me gusta. Creo que hablaré
con el profesor Hammerstein y dejaré mi trabajo. Ya
llevo aquí dos largos meses. No me deja ir a ninguna
parte. Es como si estuviera prisionero. Es un
cautiverio agradable, eso sí. Y hasta cordial.
Ni un reproche, ni una orden, ni un mal gesto. Pero
sus repetidos ruegos para que no salga de la mansión,
empiezan a irritarme. De noche, todo se cierra
herméticamente, y es imposible salir de aquí. De día,
el trabajo me retiene en el laboratorio todo el tiempo.
Acabo muy cansado, ceno y me acuesto. Mis sueños
cada vez son más prolongados y profundos. Hay día
que duermo doce horas. Y me despierto extrañamente
cansado, como si en vez de dormir hubiera estado
haciendo algo fatigoso.
Solamente un día a la semana tengo de descanso.
Puedo salir a pascar por los descuidados jardines que
rodean la finca. Pero ni soñar en poner el pie fuera de
Brompton Mews.
417
Vio que las ramas del árbol se habían inclinado por completo
hasta tocar el suelo. Ahora formaban una especie de jaula
intraspasable, como si el árbol mismo se hubiera convertido en
una red para cazar a su presa.
Saltó hacia adelante, para romper aquellos ramajes, pero
rebotó con violencia, impulsado por una fuerza desconocida.
Tambaleándose, trató de huir por el lado opuesto, pero la
trampa se había cerrado por completo.
Volvió sobre sus pasos. Treparía por el tronco, alcanzaría la
copa y luego, gateando por una rama lo suficientemente larga,
llegaría a terreno despejado...
Cuando se acercaba al tronco, vio que más ramas bajaban de
las alturas. Dos gruesas como serpientes, se enroscaron en sus
brazos y le izaron poco a poco hacia arriba.
Chilló. Una rama ciñó con fuerza su cuello y cortó el grito
apenas iniciado.
Luego, el apretón de la rama se hizo despiadado y dejó de
percibir toda sensación. Ya no se enteró siquiera de que su
cuerpo era brutalmente oprimido y que la sangre empezaba a
brotar por múltiples sitios, y que era ávidamente absorbida por
los extremos de las ramas del árbol maldito.
418
Estaba tendida en el camastro de su celda,
completamente a oscuras, con los ojos abiertos y fijos en
la absoluta negrura. En su mente desfilaba la terrorífica
imagen de aquellos dos cuerpos colgando ante ella, pero
no podía mover ni siquiera los párpados, ni siquiera
gritar, ni hacer el menor gesto.
No podía hacer nada.
Solamente, ver continuamente, como una imagen eterna,
el esqueleto mondo sujeto por alambres y el otro, todavía
con restos de materia en algunas partes, y los ojos vacíos,
de cuencas enrojecidas, oscilando ante ella debido al
golpe. Luego, veía a otro hombre, tendido en una camilla
y rodeado de hilos eléctricos. Por un lado de la boca de
este hombre salía espuma rojiza, y el hombre temblaba,
temblaba, temblaba. A continuación veía miles de pares
de ojos que llenaban la oscuridad, mirándola. Y
corazones flotando en aquella oscuridad. Corazones
muertos, que no latían. Parecían de goma. Exactamente:
de goma…
419
Se metió en la litera, acomodó la guitarra junto a
él e intentó dormir: no le pareció nada fácil
conciliar el sueño.
Trac-tac, trac-tac, trac-tac, trac-tac...
El convoy se detuvo. ¿Sería una estación?
¿Cuál? ¿Qué importaba?
Cuatro ataúdes llenos llevaba el furgón de
mercancías. Era como si el tren, justo antes de
partir, se hubiera convertido en un tren macabro.
Roig se durmió.
El convoy continuaba detenido, la noche parecía
más oscura que nunca. Las estrellas, como
bombillas viejas, parecían haberse fundido y
alguien debía haber cubierto la luna con un paño
negro.
El viento se calmó, no había aves nocturnas, no
había rumores, no había nada. Por no haber, no
sonaba siquiera el trac-tac, trac-tac, trac-tac...
420
No pudo moverse, en absoluto, ni pudo articular sonido
ninguno, ni pudo tampoco abrir o cerrar más los
párpados.
Charlotte se encontró sola. Totalmente sola. Sintiéndose
muerta, pero sabiéndose viva.
—Yo me encargaré de vestirla... —oyó decir a Katty, la
vieja sirvienta de la casa. Y la oyó añadir—: No, no
necesito que nadie me ayude. Lo haré yo sola.
«¿Vestirme...? —se estremeció Charlotte, o por lo
menos le pareció estremecerse—. ¡Oh, sí, claro! Es lo
que se hace con los que acaban de morir... Antes de que
se enfríe el cuerpo... Y después encargarán un ataúd... Y
me meterán dentro...
Acto seguido entraron en la habitación los componentes
del servicio. Rezaron un rato y luego se retiraron. Fue
entonces cuando Katty, la vieja sirvienta, quedó a solas
con la «muerta».
—Yo te vestiré... —le dijo en un susurro—. No te
preocupes, nadie se enterará de que estabas embarazada.
Te llevarás el secreto a la tumba…

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  • 1.
  • 2. 391 Casi toda la tierra que cubría la tumba había sido levantada por el rayo, y la cortina de agua caía ya sobre el féretro, amenazando con inundar rápidamente el hoyo. —Pobre señora Holmes, menos mal que está muerta... — murmuró William, que temblaba como un flan. Se disponía a darle nuevamente a la botella, cuando otro relámpago iluminó el cementerio. Esta vez, a William Daly sí le cayó la botella de whisky de las manos, haciéndose añicos al chocar contra el suelo y desparramándose todo el licor. No era para menos. Aunque el resplandor del relámpago había durado sólo unos pocos segundos, William tuvo tiempo de ver algo que había helado la sangre que corría por sus venas. ¡La tapa del ataúd de Elizabeth Holmes se estaba levantando! ¡El féretro se había abierto solo! ¡Parecía cosa del diablo!
  • 3. 392 1 de agosto Bárbara había sido enterrada allí, con las manos atadas con una cuerda a la espalda. Cubierta de tierra hasta el cuello, gritando a la desesperada, a lo loco, pidiendo vanamente socorro, y que luego, muerta; de hambre y devorada por la sed, ya sin fuerzas para nada, habría ido agonizando poco a poco. 5 de setiembre Acababa de ver, colgada de la rama de un árbol, a Linda, una muchacha morena, alta, espigada, la hija del dueño del supermercado. Colgada de pies, cabeza abajo. Las manos se las habían atado a la espalda con una cuerda. 2 de octubre Atada a un árbol estaba Rosalie, la chica más rica de Macksontton. Fuertemente atada desde los hombros hasta los pies con una cuerda que la inmovilizaba por completo…
  • 4. 393 Tendido en el suelo, sollozaba y se estremecía convulsivamente, invadido por un pavor que atenazaba todos sus miembros y le impedía la menor reacción. ¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí?, se preguntaba una y otra vez. Aquella maldita máquina del tiempo... Su invencible curiosidad... Había sido transportado a la época de los grandes saurios, no cabía la menor duda. Pero, ¿qué hacía allí un hombre del siglo XX, acostumbrado a mil refinamientos y sin nada más que sus manos para defenderse de las mil fieras que pululaban por aquellos parajes?
  • 5. 394 —La gente se gasta dinero en esos libros en los que algunas personas explican sus propias experiencias, o las ajenas, en su estado de muerte. Lástima que no hayan alcanzado el conocimiento suficiente en ese sentido... Y lástima que, pese a eso, comercialicen una cosa tan seria como es estar muerto... Le aseguro que el contenido de esos libros y el nivel de mis experimentos no tienen prácticamente ninguna relación. ¡Mercachifles de la información mortal! ¡Embusteros y embaucadores! Comprenderá usted esto cuando, con mis sofisticados medios, la envíe a la más asombrosa experiencia que se puede pedir: la muerte. —¿Ha estado usted muerto? —preguntó U.S.A.17. —¡Naturalmente! ¡Muchas veces! Es un estado... maravilloso, inigualable de felicidad absoluta... ¡La Muerte es el estado perfecto, la Vida no vale la pena!
  • 6. 395 Grantland volvió a dar una chupada al cigarro. —Esta casa tiene una leyenda —dijo—. Hace siglos, su propietario vendió el alma al diablo. A cambio de dinero y fortuna, claro. Pero quiso deshacer el trato cuando ya tenía lo que quería y el diablo se enfureció y le dejó su huella y dijo que sus descendientes también la llevarían, hasta que realizase una buena acción, que borrase esa especie de maldición. Drooke se echó a reír. —Tonterías —contestó—. Es una leyenda originada en tiempos en que la ignorancia y la superstición estaban a la orden del día. —Tal vez, pero hay ocasiones en que la leyenda se hace realidad…
  • 7. 396 — ¡Tú no has visto a Elizabeth! ¡Elizabeth Duvall está muerta! —Es ella, es ella... Por eso te he llamado... Tenía que decírselo a alguien... —No es Elizabeth. Es simplemente una mujer de extraordinario parecido físico con nuestra Elizabeth. Todos tenemos un doble, Debra. En alguna parte del mundo hay un fulano idéntico a mí. Tú y Elizabeth estabais muy unidas, pero debes resignarte a su muerte. —¿Y... y la cicatriz de la ceja izquierda? Él tragó saliva. Sí. Aquella cicatriz era exacta a la de Elizabeth. —Bueno... pues... ¡Maldita sea! Es una jugada del destino. Se parece a Elizabeth y tiene una misma cicatriz sobre la ceja izquierda. ¿Y qué? ¿Cambia eso las cosas? ¡Elizabeth sigue muerta! ¡Nosotros contemplamos su destrozado cuerpo y asistimos a su funeral! Esa es la realidad. Aunque no quieras aceptarla.
  • 8. 397 —Están rastreando la zona y un grupo del pueblo ha decido salir de cacería por si encuentran a la bestia, poder rematarla. —¿Y qué clase de alimaña puede ser? —No lo sabemos todavía. Podría ser un lobo, un oso o también un jabalí. Hay jabalíes que tienen muy mala sangre y como son omnívoros, es decir, que pueden comer de todo, podría ser uno de ellos. Al encontrarla en el suelo, la ha destrozado y ha comido del cadáver. La policía no da valor alguno a las manifestaciones de los espiritistas, pues los consideraban unos alucinados. Y si cuentan que una muerta va por ahí devorando a personas ya cadáveres, se creará una situación de pánico…
  • 9. 398 —¿Quién o qué pudo...? —La misma cosa que agarró por los pies a él y lo hundió en el lago, creo que de eso no hay duda. Posó la mirada en las serenas aguas del Lago Negro. —¿Cosa...? —murmuró. —Es evidente que no se trata de un ser humano, teniente. Los destrozados cuerpos no dejan lugar a dudas. No murieron a manos de un hombre, sino de una bestia poderosa y desconocida que se desenvuelve igual en el lago que fuera de él. Un ser anfibio, dotado de pulmones y de branquias a la vez. Sus palabras produjeron sendos escalofríos a los seis hombres que le escuchaban. Sin decir nada, recogió del suelo los revólveres de los dos cadáveres destrozados y revisó los cilindros. —No les dio tiempo a disparar ni una sola vez. ¿Cómo es posible?
  • 10. 399 «Mi fortuna personal, que asciende a seiscientas mil libras, se repartirá de la forma siguiente: »Diez mil libras a Fred Dorwell, siempre y cuando, una vez transcurridos quince días a partir del día de mi entierro, a mi sobrina Melissa no le haya sucedido nada malo. »Tres mil libras a cada uno de mis sirvientes jorobados... »El resto, es decir, quinientas ochenta y una mil libras, a repartir entre mis sobrinos a parte iguales. »Entre mis cinco sobrinos... »Pero en el caso de que, a los quince días de mi entierro, uno de mis sobrinos hubiera fallecido, tanto fuera de muerte natural como violenta, entonces mi fortuna se repartiría sólo en cuatro partes iguales. »Y así sucesivamente... »Mi fortuna, en definitiva, será para mis sobrinos que, después de transcurridos los quince días de mi entierro, sigan con vida. Por descontado, mis herederos no podrán abandonar mi casa en el periodo del tiempo referido. De hacerlo, quedarían automáticamente excluidos del testamento.
  • 11. 400 La caja tocó fondo. La fosa era profunda, terriblemente profunda. Veía la abertura superior como un rectángulo pequeño y casi negro, un poco menos negro que las paredes que la rodeaban. El interior de la fosa se iluminó, arriba comenzaron a arder antorchas alrededor de la tumba. Era como si ya hubiera descendido a los mismos infiernos cuando algo difuso cayó desde lo alto. Como un enjambre de maléficos insectos, pero no, era algo aún más terrible... Era tierra, tierra que golpeó el cristal con un golpe seco y sordo. La tierra se esparció sobre ella, luego otra palada y otra, otra... El cristal comenzó a quedar cubierto. Los ojos despavoridos y terriblemente abiertos de la joven vieron como las llamas de las anteriores antorchas desaparecían. La negrura más siniestra la envolvió. —Dios mío, Dios mío, ayúdame, ayúdame...
  • 12. 401 »¿Cuál de vosotros va a ser mi heredero? Es muy simple: lo será aquel de vosotros que encuentre, en mi mansión de Pettycur, mis ojos, que en estos momentos están allí escondidos. Aldo os dirá lo que tenéis que hacer, aunque puedo adelantaros dos puntos importantísimos de este juego. Uno: nadie deberá ir a mi mansión de Pettycur antes de transcurridas cuarenta y ocho horas de la lectura de estas disposiciones mías. Dos: aunque mis ojos fuesen encontrados por uno de vosotros ya el primer día de vuestra estancia en mi mansión, la disposición testamentaria no entrará en vigor hasta dentro de un mes; es decir, que sólo dentro de un mes recibirá el señor Pilkington al ganador, examinará mis ojos en presencia de mi buen y fiel Aldo, y, asegurado de la autenticidad de dichos mis ojos, nombrará formalmente heredero mío a quien de vosotros haya encontrado mis ojos. »Tanto tiempo criticando mis ojos, y ahora van a significar una enorme fortuna para aquel de vosotros que los encuentre…
  • 13. 402 —Queremos información, muñeca. Datos de las patrullas del Vietcong que operan por esta zona. Número de hombres y armamento de que disponen. Dirigió una suplicante mirada al encapuchado rojo. Enfrentándose a sus ojos. A aquellas dos esferas de hielo. —Piedad... Piedad... —imploraba sin mucha convicción. Consciente de que en aquellos fríos e inhumanos ojos no existía sentimiento alguno. —¿Empezamos, compañero? Estoy impaciente. El encapuchado rojo asintió avanzando hacia el armario. Ella estaba sentada frente al mueble. De ahí su mueca de horror al descubrir el contenido del armario. Plagado de refinados instrumentos de tortura. Antiguos y modernos. Todo un muestrario…
  • 14. 403 —¿Por qué tuvieron que matarla? —El castillo y las tierras no caben en una maleta. Se quedó perplejo ante aquella sibilina respuesta. —¿Qué quiere decir? —preguntó. Los penetrantes ojos del anciano se clavaron en su rostro. —Hay en el castillo una joya de enorme valor, lo que pasa es que nadie sabe dónde está. Bueno, el conde sí lo sabía y, presumiblemente, también su hija. Y, para mí, eso es lo que están buscando. —¿Una joya? —se asombró el joven. —Sí, la corona de una Virgen... No sé de dónde es, pero la trajo el conde cuando acabó la guerra. ¿Sabe?, era de ellos, de los nazis, usted me comprende, y aunque no le hicieron nada, no fue precisamente de los que quedaron pobres. Cuando pasó la marea, vendió algunas joyas y mejoró las tierras. Pero la mejor de todas está allí, en el castillo…
  • 15. 404 Pensó en moverse, pero en el acto tuvo la plena seguridad de que no lo conseguía. Sentía frío. Se sentía como flotando, en aquella impenetrable oscuridad. Como flotando en una oscuridad fría, congelada, densa... Como si estuviera metido dentro de una barra de hielo. ¿Por qué no podía ver? ¿Por qué no podía oír? ¿Por qué no podía gritar, ni moverse, ni tragar...? Cada vez sentía más frío. Cada vez sentía más dolor en diversos puntos de su cuerpo. Cada vez, aquella sensación de hielo era más y más profunda. Ya no podía más. Sentía dolor, miedo, angustia... Sentía un terror insoportable. Insoportable. Finalmente, de pronto y para su fortuna, falleció. Su corazón se detuvo, no pudo soportar más la situación en que le había colocado el deteriorado cuerpo de su propietario. El corazón se negó a seguir latiendo. Eso fue todo.
  • 16. 405 Cuando había esperado que de allí surgiera un adolescente de cuerpo bello, un cuerpo de piel casi excesivamente suave para ser masculino, saltó a sus ojos una imagen horrenda, una imagen que le produjo tal sorpresa que le dolió en el pecho a causa del terror que la invadió. Su cuerpo había enflaquecido, se había tornado pardo, casi velludo. Sus manos eran garras y su rostro, monstruoso, no parecía humano. Los ojos se le habían vuelto malvados, rezumaban como lágrimas purulentas que inspiraban horror lo mismo que su nariz o su boca que se había hecho más grande, más fea que la de cualquier bestia conocida. Era, sin duda, un ser infernal. —Míralo, míralo bien, en él están todos tus pecados. El Dios ha escuchado tus súplicas…
  • 17. 406 —Está muerto—dijo—. Dentro de unos minutos, no será más que un montón de huesos... Repentinamente lanzó un espantoso alarido. Se mantuvo todavía unos segundos en pie, con los ojos fuera de las órbitas, pronunciando palabras que no se podían entender. De pronto, se derrumbó al suelo, pataleando horriblemente. La carne se le desprendía en pedazos semilíquidos, de los que brotaba un horrible hedor. En sus ojos ya no había luz. Su rostro se derretía como si estuviese hecho de cera fundida. Las ropas perdían consistencia. Por las perneras de los pantalones, surgían espesos arroyos de una materia grisácea, que despedía un olor insoportable. Los huesos del cráneo empezaron a hacerse visibles. Decidió que ya había visto bastante…
  • 18. 407 —La Superlife puede administrarse por vía oral o por vía intravenosa. Por vía oral los efectos no aparecen hasta transcurridas entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas de la ingestión. Por vía intravenosa, los efectos aparecen entre las seis y las doce horas de la inyección directa a la sangre. En ambos casos, en cuanto los efectos aparecen, el sujeto experimental va notando... una nueva lucidez, un nuevo concepto de las cosas. Su inteligencia es más aguda, su fuerza física aumenta, sus sentidos se afinan, adquiere una nueva vitalidad general. Toda una serie de percepciones nuevas aparecen; se ve de modo diferente a las personas; sabes valorarlas mejor, oyes sonidos que normalmente no oirías, percibes olores lejanos, tu vista se agudiza increíblemente. —Por el amor de Dios... —intentó sonreír Angeline —. ¡Parece que estás hablando de..., de un Supermán!
  • 19. 408 Giró sobre sus talones una vez más, con el dedo en el gatillo. Exhaló un alarido de horror, y disparó. Pero no pudo evitarlo. El hacha cayó sobre él. Era el hacha de cortar leña para la estufa. Pequeña y no muy afilada. Pero suficiente, si se utilizaba con fuera, para hundirse en la cabeza de un hombre. Sintió que algo helado y terrible se incrustaba en su frente, partiéndola en dos. La sangre corrió por su rostro cegándole. Lanzó un grito terrible, se precipitó hacia adelante, dejando caer su arma, golpeando el vacío con ambos brazos, que giraban como aspas. Quebró los vidrios de la puerta, cayó al exterior, con el hacha clavada en su cráneo. Emitió un terrible alarido en la niebla: ¡Es invisible! ¡Es invisible! ¡Está ahí, en mi oficina! ¡Él es... in...visible...!
  • 20. 409 El caballo se agitaba frenéticamente en medio de las aguas, debido a una causa que ninguno de los dos podía adivinar. Había manchas de sangre en las hasta entonces quietas superficie de las aguas. De súbito, divisó algo que la dejó sin aliento. Aquella aleta triangular que hendía el agua como un cuchillo... —¡Dios, no puede ser! —exclamó—. Un tiburón en el pantano... La muchacha parecía presa del más vivo terror. El escualo se lanzó al ataque y su aleta desapareció bajo las aguas. El caballo relinchó estrepitosamente, a la vez que pateaba enloquecido. Adivinó la forma de ataque del escualo: por debajo y al blando vientre de su presa. Al salir, el caballo tenía al tiburón asido a su cuello, mordiéndole profundamente, hasta casi rodearlo por completo. De pronto, los mortíferos dientes del escualo rompieron alguna arteria vital y la sangre brotó a borbotones. Pareció como si el desdichado cuadrúpedo perdiera las fuerzas de repente, porque desistía de luchar y se dejó ir al fondo…
  • 21. 410 «Sea bien venido, señor... A sus pies, señora... Entren, por favor, en buena hora en esta su casa. El personal está a su servicio para todo. Durante las veinticuatro horas del día y la noche, nuestro esmerado servicio permanece a su disposición en todo momento. Pidan. Exijan. Ordenen. Y serán servidas sin protesta y sin demora. Porque acaban de entrar ustedes en el Hotel de los Horrores. Aquí, señoras y señores clientes, vivirán las mayores emociones de su vida. Y posiblemente de su muerte... El miedo y la angustia están servidos en sus habitaciones confortables. La agonía, la sangre y las cenizas de la muerte le serán puntualmente presentados en las horas del desayuno, el almuerzo y cena en nuestros lóbregos comedores con hedor a corrupción y a podredumbre... Bien venidos, señoras y señores. Bienvenidos a nuestro hotel. Que el terror y la desesperación sea con ustedes en buena hora...»
  • 22. 411 Entonces comenzó el verdadero horror. El tanque efectuó un disparo y destrozó la rodilla izquierda de Josephine, que aulló de dolor y se derrumbó. El vehículo espacial soltó un chorro de fuego y quemó el seno derecho de ella. El soldado americano hizo funcionar su metralleta, tomando como blanco los muslos de la muchacha. El otro soldado, el que vestía uniforme alemán, accionó su lanzallamas y abrasó los tobillos y las pantorrillas de la indefensa joven, que chillaba, lloraba y se retorcía de dolor. El tanque lanzó una andanada y le produjo una terrible herida en la nalga izquierda, que sangró profusamente. Un instante después destrozaba la otra nalga de la muchacha. El vehículo espacial seguía soltando chorros de fuego. El soldado americano, ráfagas de metralleta. El soldado alemán, llamas. Ella no pudo resistir tanto dolor y se desmayó, quedando totalmente a merced de los juguetes bélicos, que siguieron ejecutando las órdenes que recibían del perverso…
  • 23. 412 —Y ahora —clamó de pronto el artista—, yo, el Gran Irvine, voy a realizar el número más arriesgado que jamás se ha visto en un escenario, con la ayuda de mi hermosa colaboradora, Madeline. El número consistirá en reproducir la ejecución de Juana de Arco. La gente contenía la respiración. Era un número que producía una morbosa atracción en el público. El petróleo se inflamó en el acto. Madeline empezó a chillar. En el mismo instante, la larga cabellera de la ayudante se encendió con enorme llamarada. Sus gritos se hicieron horripilantes. El hedor a carne quemada se extendió por la sala. —¡Está abrasándose! —gritó alguien. Muchos de los espectadores, aterrados, huyeron, en medio de una tremenda confusión…
  • 24. 413 Cuando Cary Craig volvía a casa de noche tras pasar un buen rato con una de las alegres chicas de cierto club de la ciudad, no podía imaginar la gravedad de los hechos que iba a presenciar. Tras detenerse para recuperar fuerzas, contempla una ominosa procesión de hombres encapuchados que llevan entre ellos el cuerpo lánguido, desnudo y sangrante de una chica. Horrorizado intenta escapar de los "monjes" que, al darse cuenta de que son observados, le persiguen. Mark Fisher, que esperaba llegar a su destino a primera hora de la mañana, se encuentra con el moribundo Cary Graig que le habla de la horrorosa visión que ha tenido. Magullado y roto por dentro, Fisher no puede hacer nada por él, y bastante tiene con defenderse ante el sheriff Conway de la acusación de atropello que pesa sobre él. Únicamente gracias al buen hacer del forense y de su abogada, la señorita Molly Chalmers, podrá salir de prisión. Y junto a esta última emprenderá una peligrosa investigación para descubrir quiénes están detrás del horrible culto de la carne sangrante.
  • 25. 414 El terror le paralizó. Acababa de matar a un hombre, a un amigo; sin embargo, tal acción criminal no había conseguido horrorizarlo tanto como el súbito descubrimiento de las dos cabezas asomando entre la tierra removida como si quisieran escapar de su sepultura. Se había quedado sin aliento y no comprendía bien lo que veía. Sin que se diera cuenta, sus pies se habían hundido en la tierra removida y cuando quiso retroceder, aterrorizado por la visión de los cadáveres, no lo consiguió. Cayó sentado al suelo, se revolvió para alejarse a gatas y sus manos también se hundieron en la tierra como si ésta fuera una ciénaga. —¡No, noo, nooo! —gritó, comprendiendo que algo lo sujetaba y lo hundía en la tierra blanda, algo que no sabía qué era pero que tiraba de él hacia el centro de la tierra, un poder invisible o representado en la propia tierra. —¡No, socorro, auxilio! La tierra lo fue engullendo mientras, no muy lejos, la motocicleta dejaba de runrunear y un cadáver, con el rostro destrozado, ya no sangraba. Las hormigas se acercaron a las orillas del charco de sangre como si ésta fuera un macabro mar rojo.
  • 26. 415 Dio un respingo pegándose al muro divisorio. Abrió la boca para gritar, pero fue tal su terror que no tuvo fuerzas para ello. Una indescriptible sensación de horror que incluso le ocasionaba dolor físico. Su cuerpo sacudido por sacudidas. Por convulsiones de atroz pánico. Su mente atormentada e incapaz de asimilar aquello. Era Drácula quien le hablaba. Sí. Drácula, con sus afilados colmillos asomando por entre los labios, con la palidez de un cadáver, con su negra capa... También el hombre-lobo avanzaba hacia ella. Con su monstruoso y velludo rostro, sus manos de siniestras garras afiladas... Frankenstein era el más torpe de movimientos. Arrastrando sus pesados pies por el suelo. Rígido. Los brazos extendidos. Moviendo maquinalmente su cabeza de izquierda a derecha. Y la momia. Los vendajes mohosos de su mano izquierda ya rozaban su rostro. Y la muchacha gritó. En desgarrador alarido. Ya estaba cercada por los cuatro monstruos. Eran ocho las manos que se tendían ávidamente hacia ella...
  • 27. 416 Esto empieza a no gustarme. No sé por qué, pero no me gusta. Creo que hablaré con el profesor Hammerstein y dejaré mi trabajo. Ya llevo aquí dos largos meses. No me deja ir a ninguna parte. Es como si estuviera prisionero. Es un cautiverio agradable, eso sí. Y hasta cordial. Ni un reproche, ni una orden, ni un mal gesto. Pero sus repetidos ruegos para que no salga de la mansión, empiezan a irritarme. De noche, todo se cierra herméticamente, y es imposible salir de aquí. De día, el trabajo me retiene en el laboratorio todo el tiempo. Acabo muy cansado, ceno y me acuesto. Mis sueños cada vez son más prolongados y profundos. Hay día que duermo doce horas. Y me despierto extrañamente cansado, como si en vez de dormir hubiera estado haciendo algo fatigoso. Solamente un día a la semana tengo de descanso. Puedo salir a pascar por los descuidados jardines que rodean la finca. Pero ni soñar en poner el pie fuera de Brompton Mews.
  • 28. 417 Vio que las ramas del árbol se habían inclinado por completo hasta tocar el suelo. Ahora formaban una especie de jaula intraspasable, como si el árbol mismo se hubiera convertido en una red para cazar a su presa. Saltó hacia adelante, para romper aquellos ramajes, pero rebotó con violencia, impulsado por una fuerza desconocida. Tambaleándose, trató de huir por el lado opuesto, pero la trampa se había cerrado por completo. Volvió sobre sus pasos. Treparía por el tronco, alcanzaría la copa y luego, gateando por una rama lo suficientemente larga, llegaría a terreno despejado... Cuando se acercaba al tronco, vio que más ramas bajaban de las alturas. Dos gruesas como serpientes, se enroscaron en sus brazos y le izaron poco a poco hacia arriba. Chilló. Una rama ciñó con fuerza su cuello y cortó el grito apenas iniciado. Luego, el apretón de la rama se hizo despiadado y dejó de percibir toda sensación. Ya no se enteró siquiera de que su cuerpo era brutalmente oprimido y que la sangre empezaba a brotar por múltiples sitios, y que era ávidamente absorbida por los extremos de las ramas del árbol maldito.
  • 29. 418 Estaba tendida en el camastro de su celda, completamente a oscuras, con los ojos abiertos y fijos en la absoluta negrura. En su mente desfilaba la terrorífica imagen de aquellos dos cuerpos colgando ante ella, pero no podía mover ni siquiera los párpados, ni siquiera gritar, ni hacer el menor gesto. No podía hacer nada. Solamente, ver continuamente, como una imagen eterna, el esqueleto mondo sujeto por alambres y el otro, todavía con restos de materia en algunas partes, y los ojos vacíos, de cuencas enrojecidas, oscilando ante ella debido al golpe. Luego, veía a otro hombre, tendido en una camilla y rodeado de hilos eléctricos. Por un lado de la boca de este hombre salía espuma rojiza, y el hombre temblaba, temblaba, temblaba. A continuación veía miles de pares de ojos que llenaban la oscuridad, mirándola. Y corazones flotando en aquella oscuridad. Corazones muertos, que no latían. Parecían de goma. Exactamente: de goma…
  • 30. 419 Se metió en la litera, acomodó la guitarra junto a él e intentó dormir: no le pareció nada fácil conciliar el sueño. Trac-tac, trac-tac, trac-tac, trac-tac... El convoy se detuvo. ¿Sería una estación? ¿Cuál? ¿Qué importaba? Cuatro ataúdes llenos llevaba el furgón de mercancías. Era como si el tren, justo antes de partir, se hubiera convertido en un tren macabro. Roig se durmió. El convoy continuaba detenido, la noche parecía más oscura que nunca. Las estrellas, como bombillas viejas, parecían haberse fundido y alguien debía haber cubierto la luna con un paño negro. El viento se calmó, no había aves nocturnas, no había rumores, no había nada. Por no haber, no sonaba siquiera el trac-tac, trac-tac, trac-tac...
  • 31. 420 No pudo moverse, en absoluto, ni pudo articular sonido ninguno, ni pudo tampoco abrir o cerrar más los párpados. Charlotte se encontró sola. Totalmente sola. Sintiéndose muerta, pero sabiéndose viva. —Yo me encargaré de vestirla... —oyó decir a Katty, la vieja sirvienta de la casa. Y la oyó añadir—: No, no necesito que nadie me ayude. Lo haré yo sola. «¿Vestirme...? —se estremeció Charlotte, o por lo menos le pareció estremecerse—. ¡Oh, sí, claro! Es lo que se hace con los que acaban de morir... Antes de que se enfríe el cuerpo... Y después encargarán un ataúd... Y me meterán dentro... Acto seguido entraron en la habitación los componentes del servicio. Rezaron un rato y luego se retiraron. Fue entonces cuando Katty, la vieja sirvienta, quedó a solas con la «muerta». —Yo te vestiré... —le dijo en un susurro—. No te preocupes, nadie se enterará de que estabas embarazada. Te llevarás el secreto a la tumba…