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451
Miró a su asesino con una mezcla de helado estupor y de
terrible incredulidad, antes de que el arma bajase de
nuevo, goteando sangre, para clavarse despiadada en sus
pechos pequeños y duros, que casi seccionó a tajos,
haciendo saltar la sangre casi hasta el techo.
El arma blanca siguió causando destrozos espantosos en
la bella figura de mujercita en sazón. Muslos, nalgas,
vientre, hombros... Todo recibió las espantosas
cuchilladas que con rabiosa furia demencial caían sobre
ella sin cesar. Las propias mejillas de la infortunada
joven fueron rasgadas, bestialmente hendidas por dos
tajos en diagonal que tiñeron de rojo sanguinolento su
belleza ya convulsionada por la muerte.
La habitación toda, aquella estancia donde poco antes
una jovencita soñaba con el amor y con el futuro, era
ahora un terrorífico baño de sangre, una roja sinfonía de
regueros, charcos y goterones dispersos por doquier, en
torno a un cadáver sobre el que la furia homicida de un
ser de pesadilla habíase ensañado hasta lo inhumano...
452
Quedó inmóvil al oír abrir la puerta del cuarto de baño. Escuchó la
risa.
Gutural.
—No te molestes en pedir desayuno, Shirley. No lo necesitas. Satanás
te servirá copioso banquete.
Unos pasos.
Sí. Sonaron unos pasos en la habitación.
Shirley giró la cabeza. Casi con brusquedad. Olvidándose de la
amenaza del áspid, parpadeó contemplando al individuo perpleja.
Con un estupor que reemplazó momentáneamente al miedo.
—Pero...
—¿No lo comprendes, nena? —el individuo avanzó con rápido paso
—. Poco importa. En el Infierno te lo explicaré todo.
El hombre empuñaba en su diestra unas tijeras abiertas. Unas tijeras
pertenecientes a Shirley. Las había dejado la noche anterior en el
cuarto de baño.
El individuo alzó su mano derecha. Shirley gritó.
—¡Ataca, «Jelly»!
El desgarrador alarido de Shirley quedó súbitamente cortado al recibir
la mordedura de la serpiente. Desorbitó los ojos.
El hombre descendió veloz su mano armada.
Hundiendo sobre los alucinados ojos de Shirley las punzantes tijeras.
453
He pasado demasiada hambre, he sufrido
demasiado... he sido maltratada por la vida sin
piedad ni compasión... lo suficiente como para que
no quede en mi corazón ni en mi espíritu un solo
átomo de amor, cariño, bondad, ni tan si quiera el
menor sentimiento humano. Odio a la gente, a toda
la humanidad que me rodea, pienso en el placer de
poder destruirla entre mis propias manos, de
pulverizarla... siento dentro de mí la necesidad
imperiosa de hacer daño, daño, MUCHO DAÑO.
Por eso mi mente se regocija en miles de
pensamientos maquiavélicos y en uno
especialmente que deberá trasladarme al cénit de
mi ambición, a la cima del poder que tanto anhelo
y que me permitirá gozar de los medios necesarios
para hacer daño... MUCHO DAÑO.
454
Esther, Ursula y Fedra se hallaban tumbadas sobre
la brillante cubierta, luciendo sendos bikinis, a cuál
de ellos más breve y más sugestivo.
Burt y Norman no se cansaban de contemplar aquel
trío de cuerpos espléndidos, prácticamente
desnudos y deliciosamente bronceados por el sol.
—Estáis deseando llegar, ¿eh, muchachos? —dijo
la pelirroja Fedra con una sonrisa dulce, suave,
acariciadora, que hizo pensar a Burt en el momento
en que...
Se atizó otro trago de cerveza fría, porque la
temperatura de su cuerpo estaba subiendo
demasiado. Sólo unos minutos después, el Mary
Ann alcanzaba la pequeña y solitaria bahía, en la
que tan maravillosamente esperaban pasarlo todos.
Desgraciadamente, no iba a ser así.
En aquella acogedora y paradisíaca bahía iban a
vivir una auténtica pesadilla de terror, horror... y
muerte.
455
Hondamente preocupado, permaneció junto a la
ventana, hasta que el pelotón de exploradores dio por
terminada su tarea.
Se preguntó si su teoría resultaría válida. Era algo, se
dijo, que sólo los auténticos expertos podrían
confirmar.
Pero, mientras tanto, en Westborough empezaban a
observar algunos cambios sutiles.
Los automóviles rodaban más aprisa que nunca. Apenas
si se veían personas por la calle y las pocas que lo
hacían caminaban con paso muy rápido, mirando
constantemente a todas partes. Raro era el viandante
que no llevaba un palo o un bastón, para defenderse de
los posibles ataques de un reptil, contra cuya letal
mordedura no existía antídoto posible.
Aquellas observaciones le hicieron saber una cosa: el
miedo empezaba a extenderse en Westborough…
456
—No me haga nada, no me haga nada, se lo
suplico, no me haga nada...
Deseó gritar pero no lo hizo. Estaba siendo violada
de una forma casi brutal, feroz. Se sintió sacudida y
tuvo la impresión de que iba a romperse en
pedazos.
Aquel ser desconocido al que no había podido ver,
un ser que había irrumpido en su alcoba para
violarla brutalmente y que hedía todo él de forma
repugnante, se apartó de ella.
Aquel suceso no iba a ser único.
Vivie conocería el horror, mezclado con un extraño
placer. Por otra parte, tenía la impresión de que en
una de aquellas visitas iba a ser asesinada.
Quiso saber qué criatura era y preparó un
interruptor a su alcance. Cuando aquel ser iba a
violarla una vez más, encendió la luz…
457
James Clayborn... Estaba segura de que nunca había
conocido a nadie llamado así. Clayborn, Clayborn,
Clayborn... No. Estaba segura de que no. Y en tal
caso..., ¿por qué le había cortado ella el brazo, por
qué lo había... apuñalado con el cuchillo de cocina?
¿Y cómo había podido hacer... semejante cosa?
¿Podía ser cierto que hubiese matado a un nombre,
le hubiese cortado el brazo, y luego hubiese vuelto
con ese brazo a su apartamento, se hubiese
cambiado, se hubiese acostado con el brazo de aquel
hombre junto a ella...?
«Quizá debería ir a la policía... —pensó—. Pero
¿qué sería de mí? Oh, Dios mío, lo siento, lo siento
por ese pobre hombre, pero yo no tengo la culpa, no
tengo culpa de nada... ¡Es imposible que yo hiciese
eso! ¡Es imposible!»
458
Se arrodilló allí, junto a aquella tumba, y con un
escoplo dejó suelta la lápida.
Entonces la sacó, la apartó de su sitio. Hecho esto, vio
un ataúd que contenía un esqueleto. El esqueleto, ante
la luz del día que acababa de penetrar en aquella
oscuridad tétrica y tenebrosa que había durado siglos,
pareció moverse.
—Soy yo —murmuró ella—. ¿Te acuerdas de mí, barón
de Sandersson? Vendiste mi alma al diablo... Sí, desde
entonces le estoy sirviendo. No ceso de hacer el mal...
Se fijó mejor en el esqueleto y se percató claramente de
que aquellos huesos se habían movido.
—Ya me doy cuenta, aún no estás muerto del todo, aún
queda en ti un resquicio de vida... Oye —le propuso
con tono suave, armonioso—, ¿quieres que te deje salir
de aquí? Pero siempre que me prometas —aclaró—
hacer el mal. Hacer siempre el mal...
459
Apretando ese botón, matará a una persona a la cual no
conoce ni ha visto jamás y de la que ni siquiera sabe otros
datos, ni su residencia actual. Tanto puede vivir a dos
manzanas de su casa como estar en los antípodas. Si hace
lo que le digo, recibirá inmediatamente veinticinco mil
dólares. ¿se atrevería a hacerlo, señor Tilton?
—¿Está seguro de que, si aprieto el botón, morirá un
hombre?
—Absolutamente.
—¿Qué le ha hecho ese individuo?
—Le propongo un trato —dijo Paddy—. Saque un billete,
cualquiera, elíjalo usted mismo y compruebe si es falso o
auténtico. Mañana, a esta misma hora, volveré y le repetiré
la petición. Tanto si acepta como si no, esos cien dólares ya
son suyos. ¿Le parece bien, Gareth?
—Sí —aceptó el joven—. Necesito un poco de tiempo para
reflexionar.
460
—¿Y su personaje es el que ahora no está en la película?
—Exacto. Como si hubiese tenido vida propia... y hubiera
escapado del celuloide, Slater.
—¿Quiere decir que los intérpretes a quienes se ve morir en
la pantalla, siguen muriendo igual... pero sin asesino en la
escena?
—Exacto. ¿Comprende ahora lo inverosímil de todo esto?
Los actores parecen estar viendo allí, ante ellos, al otro
personaje. Lo hacen todo exactamente igual en los mismos
escenarios y con las mismas luces. Pero la voz ronca,
susurrante, del monstruo que encarna Janos Bélaki, no se
escucha ya en las bandas sonoras. Ni se ve su espantable
rostro, ni sus manos monstruosas...
—De modo que no sólo falta el personaje, sino también el
sonido de su voz.
—Exacto. Todo lo que interpretó Bélaki, fuese lo que
fuese... no está en la cinta.
—Pero los demás siguen actuando como si estuviera.
—Así es. Inaudito, ¿no?
461
Se detuvo, viendo que un hombre de mediana edad surgía
ante ella entre la niebla cada vez más intensa.
—¿Qué le sucede...? —le preguntó Corinne, dispuesta a
prestarle ayuda.
El hombre levantó el brazo izquierdo, enseñándole un
ensangrentado muñón. En su rostro había una crispación
horrible. Una lividez de muerte.
—¡Oh! —se angustió ella.
El hombre le enseñó la otra mano, la derecha. En esta
llevaba, fuertemente sujeta, la amputada... Las dos manos
estaban llenas de sangre.
—¡Oh! —exclamó ella de nuevo, sintiendo que la cabeza
se le iba.
El hombre se disponía a continuar su camino cuando un
personaje apareció por allí. Iba cubierto con un largo
abrigo oscuro y se ocultaba el rostro bajo un sombrero de
ancha ala. Este personaje, sin dar tiempo a que ninguno de
los dos reaccionara, arrebató la mano amputada al
hombre... Se la arrebató de pronto, súbitamente, y luego
echó a correr, huyó. Desapareció entre la niebla…
462
Notó cierto ahogo. Abrió la boca para respirar, pero
apenas si consiguió que un poco de aire llegara a sus
pulmones. Y entonces, aterrado, supo la verdad.
El siseo que percibía no significaba que alguien estuviese
dando aire a la cámara, sino todo lo contrario: estaban
haciendo el vacío.
Pronto se quedó sin oxígeno. Pateó un poco, boqueó
como un pez fuera del agua y, al fin, perdió el
conocimiento. Cuando notó que dormía, supo que era su
último sueño.
Minutos más tarde, alguien habló en el exterior.
—Ya debe de estar muerto.
—Sí, seguro.
—Convendría que llevásemos su cadáver...
—No, hay otro también. Llenaremos la cámara de ácido.
Hasta la mitad, con unos cuarenta centímetros será más
que suficiente. Dentro de un par de días, ya no quedará
nada y entonces abriremos el desagüe. Después,
usaremos una manguera. Y si queda algo, ya lo
quemaremos.
463
—Me lanzaron a través de un espejo.
—¿Habéis oído? A través de un espejo, como Alicia en el
país de las maravillas —exclamó Lolita, divertida.
—Caí en la playa.
—Oh, qué divertido. Sigue, sigue.
—No os riáis, es verdad. Yo seguí a unos jóvenes que
también son fantasmas. Los he visto varias veces, es como
si pretendieran decirme algo y no sé qué. Una chica como
vosotras pero que no es real, me vomitó sangre en la cara.
—Alicia, creo que te has vuelto loca.
—¿Loca? ¡No, no estoy loca! —gritó, poniéndose en pie
—. ¡No estoy loca, los fantasmas existen! Había
monstruos, ratas gigantes, arañas enormes, escarabajos
horripilantes y murciélagos rabiosos...
De pronto, oyeron un chillido espeluznante y por la puerta
de la cocina, volando apareció el gran murciélago que
pasó por encima de sus cabezas, cruzando la salita.
Al primer instante se quedaron calladas pero de inmediato
comenzaron a chillar…
464
—¡No abran!
Estaban junto a una ventana, mirando a través de los cristales
polvorientos. El policía se hallaba a su lado y su rostro era la
viva estampa del asombro más profundo.
Pero también había horror en su expresión. Súbitamente, algo
chocó fuertemente contra el cristal y lo hizo vibrar con tonos
amenazadores.
Retrocedieron instintivamente. Corrieron hacia la ventana,
miraron al otro lado y sintieron que los pelos se le ponían de
punta.
Decenas, centenares de moscas gigantes, revoloteaban
pesadamente por el interior de la casa. Era un espectáculo
horripilante, una pesadilla vista en estado de vigilia plena, algo
realmente inconcebible y que no habrían creído que fuese
posible jamás, de no estar contemplándolo con sus propios
ojos.
Dos moscas se lanzaron contra la ventana y los cristales
vibraron ominosamente. Ella se volvió hacia el sargento.
—Llama adonde sea —exclamó—. Haz que venga un equipo
de desinfección con mangueras abundantes... Cianhídrico,
¿comprendes? Es lo único que puede derrotar a estos
insectos…
465
De pronto, se dio cuenta de que estaba notando algo en el
rostro. Casi dolor.
Se pasó las manos por las mejillas, y respingó al notar la
aspereza de la barba. Bueno, era una barba normal, de casi
veinticuatro horas. Pero aquella rigidez en sus facciones...
La luz de la luna daba de lleno sobre la cama, y durante
unos segundos estuvo mirándola, como alucinado.
—Tonterías. No noto nada extraño... Es que estoy
demasiado tenso, preocupado... Eso es todo. ¿Qué otra
cosa?
Se levantó para cerrar la ventana, y volvió a la cama.
Sólo tenía que esperar unas pocas horas, y sabría si podía
continuar amándola..., o debía destrozarla, a ella y a él, a
dentelladas, como haría un auténtico lobo gris, grande y
fuerte, con cualquier enemigo.
466
Recordad todos, vecinos y autoridades de Wollenstein,
que muero lanzándoos mi maldición, puesto que éste es
también un crimen que vosotros cometéis en mi persona,
en nombre de una falsa justicia, amañada por vosotros
para apoderaros de mis bienes y hacienda con visos de
legalidad. A todos os digo que volveré, de generación en
generación, para recordaros que no he muerto y que, desde
más allá de la muerte, retornará mi espectro, veréis mi
rostro y mi cabeza, tal como en breve vais a verla,
separada del tronco, para que se cumpla el ritual de sangre
de los Wollenstein, y caiga otra sangre en nombre de
nuestra familia, para acallar la voz de quien, como yo
ahora, muere víctima de vuestra infame conspiración
contra mi vida. ¡Que mi maldición os acompañe en el
futuro, y que en cada generación, el nombre de los
Wollenstein sea temido y odiado a la vez como yo ahora
os odio a vosotros... y como estoy segura que vosotros
vais a temerme desde el momento mismo en que mi
cabeza ruede desde el cadalso!
467
Un equipo de siniestros médicos está llevando a cabo
experimentos con donantes anónimos, que consiguen
mediante el secuestro…
—Parece... que esté contenta.
—No seas idiota. ¡Cómo ha de estar contenta, si está
muerta!
—Quizá no esté muerta.
Puso la mano derecha sobre la frente de la muchacha.
Y en un instante, esta desapareció.
Pero con un proceso velocísimo que dejó helados de
espanto a los cinco hombres: primero, todo el cabello de
la muchacha se desprendió, y se convirtió en polvo; casi
simultáneamente, bajo la mano de él, la frente y todo el
rostro de la chica, pareció convertirse en una pasta que se
derretía, para quedar en el acto convertida también en
polvo sobre el esqueleto; un instante más tarde, el
esqueleto se deshizo y se desplomo, dejando un dibujo
perfecto en el suelo, rodeado del polvo seco que había
sido la carne.
El silencio era siniestro…
468
Su amiga yacía con los ojos abiertos, eran unos ojos vidriosos.
Tenía los labios entreabiertos, el color azulado de la muerte, en
su piel y unas horribles heridas en el cuello, casi a la altura de la
unión de las clavículas.
—Ha muerto sin morir, ahora es inmortal. Vivirá eternamente
encerrada aquí, conviviendo con los que son como ella.
—¡Asesina, la has matado tú!
Ante el furor de Audrey, el enorme perro que no les perdía de
vista aumentó sus gruñidos y mostró los colmillos amenazador.
—No, no he sido yo ni «Anubis» y mucho menos mi señor
Asael. Ha sido ella misma quien se ha quitado la vida con sus
uñas convertidas en garras.
Le cogió una mano, levantándosela para que Audrey pudiera
verla bien. Los dedos estaban ensangrentados:
—No, no, Jennifer no pudo hacer una cosa así, no pudo
suicidarse de esta forma, no pudo —sollozó, negándose a
admitir tamaña monstruosidad.
—Querida, si te encierran dentro de un ataúd, harás lo mismo
que ella; te quitarás la vida por miedo a que la agonía se
prolongue.
—¡Es horrible, horrible!
469
Notó amargamente como se estaba arrepintiendo de
haber escuchado las proposiciones del intermediario
que le había propuesto comprarle sus recuerdos, de
aquel maldito Helmutt... ¿Cómo había podido aceptar
una cosa así?
—Señor Marqués —sonó de nuevo la metálica voz de
MVB—, estoy esperando. Le sugiero que termine su
labor. Vamos, no se desanime: sólo tiene, que abrir el
pecho de su enemigo, arrancarle el corazón, y
traérmelo... ¡Ya verá como todo esto, estas vivencias
especiales, le permitirán ofrecerme recuerdos más
interesantes que los de hasta ahora! Vamos, hágalo, y
así podrá decirme luego qué ha sentido, qué ha
pensado, qué emociones y reacciones se han ido
sucediendo en usted. No lo olvide, señor Marqués:
usted ha venido aquí a vender recuerdos... ¡y yo soy el
comprador!
470
—¡Dios mío! ¿Qué sucede aquí?
Tambaleándose como si estuviera ebria, salió del
camarote. De repente, percibió aquel espantoso olor a
muerto.
—Has descubierto nuestro secreto. No puedes continuar
viviendo...
Fue lo último que captó, mientras descendía dando
vueltas. Cuando chocó contra el agua, muy cerca del casco
del enorme trasatlántico, se hundió varios metros, pero era
buena nadadora y consiguió emerger a los pocos
segundos.
Pero entonces se dio cuenta de algo horrible.
Zarandeada por las olas, sintió que era arrastrada
irremisiblemente por unos remolinos contra los que su
fuerza física no podía nada. Percibió el rumoroso batir de
las gigantescas hélices y empezó a dar vueltas de nuevo.
Aspirada por la succión invencible, fue destrozada por la
hélice de babor. Sus sufrimientos duraron una brevísima
fracción de segundo; la oscuridad de aquella húmeda
tumba se cerró sobre ella y ya no sintió nada más…
471
Fue a parar al fondo, sobre una arena finísima, cerca de
un compacto núcleo de algas, junto a una planta acuática
de finos y delicados colores, sumamente decorativa, que
se mecía suavemente de derecha a izquierda y de
izquierda a derecha. Parecía el abanico de una elegante
dama del siglo pasado.
A su alrededor cruzaban diminutos peces, a docenas, a
cientos, muy unidos.
El doctor Woodyn se quedó inmóvil, desde luego
pudiendo respirar sin grandes dificultades. Para eso le
habían puesto la botella de aire comprimido.
Tenía para una hora.
Pero una hora pasa pronto.
Estaba sentenciado a morir del modo más horrendo, más
espeluznante, más terrorífico.
En medio del agua, limpia, transparente, seguía
desorbitando los ojos y desencajando las pupilas...
472
Y, en el mismo instante, oyó un feroz gruñido a sus
espaldas.
La fiera cayó sobre él y le asestó un terrible zarpazo que
lo derribó de espaldas. Sintió un intensísimo dolor en el
hombro izquierdo y percibió el calorcillo de la sangre
que había brotado de la herida.
A pesar de todo, conservaba el conocimiento y trató de
utilizar el arma. Pero un nuevo zarpazo se la arrancó de
la mano, antes de que hubiera podido apretar el gatillo.
El dolor le hizo gritar. Oyó un horrendo chasquido y
supo que su brazo había sido roto.
Esta vez, casi se desmayó. Cuando la fiera se le echó
encima, vio sus dientes que despedían destellos
asesinos.
Gritó de nuevo, pero las fauces que se cerraron sobre su
garganta cortaron su voz casi instantáneamente. El dolor
ascendió en llameantes oleadas hasta su cerebro y
provocó en el acto el corte de todas las sensaciones.
En el último instante, adquirió la consciencia de que iba
a morir. Pero no podía hacer nada para evitarlo…
473
El esqueleto se convirtió entonces en una figura
totalmente negra con sólo los perfiles de contorno.
Donde habían estado las cuencas vacías aparecieron unos
ojos rasgados, malignos, ojos que pasaron del amarillo al
rojo y viceversa.
En aquel instante se produjo una mezcla de grito y
aullido, algo que no podía compararse a nada conocido,
pero que hirió los cerebros de quienes se encontraban en
la biblioteca, penetrando por sus respectivos oídos.
De la figura misma, nació un viento terrible y en espiral;
era como un pequeño tornado, pero su fuerza semejó
querer succionarlos a todos.
Comenzaron a saltar los libros colocados en las paredes
que componían la biblioteca. Pesados volúmenes caían
desde lo alto mientras una especie de fragor les
ensordecía, aturdiéndolos.
Comenzaron a cubrirse las cabezas con los brazos. Era
una verdadera lluvia de libros convertidos en
proyectiles…
474
—Tú no estabas aquí, Walt, pero hay testigos de
ello. Abraham, Haskin... También usted, ¿verdad,
Sandler? Y su compañero. Todos estábamos en la
habitación donde yacía Douglas. Yo obligué a
Leila Morrow a implorar a Satán.
—¿Que tú...?
—Sí, Walt. Ella, con su maligno poder, originó la
muerte de Douglas. ¡Y ella le devolvió la vida!
Leila invocó a Satán para que retornara a la vida a
Douglas Chaffey. Pronunció esas palabras, Walt.
¡Y pocos minutos más tarde mi hermano
resucitaba!
—Todo eso son supersticiones, Abraham.
—Sólo sé una cosa, Walt. Mi hermano estaba
muerto. Tú mismo firmaste su defunción. Y ahora
está vivo. Por mediación de Leila Morrow, la
discípula de Satán…
475
Entonces, la silla se inclinó bruscamente hacia adelante y
lanzó a su ocupante a través del hueco que se había
abierto de súbito en aquel lugar.
Levantó la vista. Apenas si podía distinguir la trampilla
por la que había pasado.
De pronto, oyó un leve chillido.
Volvió la cabeza. A la rojiza luz del encendedor, vio una
enorme rata que había aparecido por un agujero abierto al
pie de una de las paredes del pozo.
La rata le miraba con singular atención. Otra rata
apareció por el mismo agujero. Una tercera rata apareció
y Madigan empezó a sentir miedo. Otra rata surgió y
chillo agudamente. Madigan se arrastró hacia atrás, hasta
que su espalda chocó contra la pared. Más y más ratas
surgían por el agujero y casi de repente, todas al mismo
tiempo, se lanzaron sobre la apetitosa presa que era el
hombre de la pierna rota…
476
¡Tonterías! ¡Viejas historias que él no terminaba
de creerse! ¿Cómo creer que una mujer muerta,
sólo huesos y piel, de cabellera rojiza, se moviera
y respirara como cualquier persona viva?
No, no eran tonterías. No, no eran viejas historias.
¡Tenía a la muerta ante él!
Gritó con todas sus fuerzas.
Pero no tuvo tiempo de hacer nada más. De ello se
encargó la muerta.
Llegó a su lado con un cuchillo en la mano y le
asestó una cuchillada terrible. Endiabladamente
contundente. Fatalmente certera.
Con las manos sobre su mortalmente herido
corazón cayó sobre la tumba de su esposa.
Comprendió que iba a morir, así que musitó:
—Me reúno contigo, querida...
477
—Profesor —preguntó uno de los circunstantes—, ¿qué
pasaría con el osado que intentase abrir el arca sin
conocer la clave?
—Moriría, indudablemente —respondió Ainslower en el
acto—. Algunos pueden pensar que la maldición que los
constructores del arca lanzaron contra quienes se
atreviesen a abrirla sin tener facultades para ello, no es
más que un poco de folklore pintoresco. No es así;
conozco demasiado bien determinados aspectos de la
arqueología para intentar burlarme de algunas leyendas
que para los demás son objeto de mofa, cuando no de
desprecio.
—Pero, si encuentra la clave, no le sucederá nada y usted
no es la persona que puede abrir el arca.
—Se equivoca, amigo —contradijo Ainslower—. Aparte
de la primera persona mencionada, cualquiera otra que
logre descifrar la clave, estaré también en condiciones de
abrir el arca, sin temor a la maldición. Son veintiún
cerrojos y nadie sabe cuál debe descorrerse en primer
lugar ni en segundo, ni en tercero...
478
El ruido volvió a oírse. Era un ruido como...
metálico. Sí, metálico. Se repitió de nuevo. Sí,
seguro: era un ruido metálico. Parecía como de
cadenas... Cadenas que se deslizasen por el suelo.
Notó cómo el vello de la nuca se le erizaba.
Cadenas que se deslizaban por el suelo... Un
sonido muy adecuado para películas de fantasmas.
—Qué tontería —dijo en voz alta.
Pero se estremeció al volverlo a oír. Dio media
vuelta, y salió a toda prisa del cuarto de baño... Y
resultó que allí, en el dormitorio, todavía se oía
mejor el arrastrar de cadenas. Abrió la boca para
llamar a Charly, pero justo entonces oyó el
gemido. Un gemido lento, largo, tremolante... Un
gemido que expresaba un grandísimo dolor, y, al
mismo tiempo, una resignación total. Era un
suspiro y un gemido. Y era tan escalofriante que,
estremeciéndose de nuevo, gritó por fin:
—¡Charly!
479
Contempló con aprensión los rostros torvos y hostiles
que tenía en semicírculo frente a él. Sin poder evitarlo,
se pasó una mano por la garganta.
—Creí que la reunión sería...
—¡Silencio! —exclamó uno de los congregados—,
Matson Moyle, ya no tienes derecho a hablar. Nos has
engañado miserablemente, has traicionado nuestra
confianza y te has aprovechado de la fe que pusimos en
ti para robarnos descaradamente. Por dicha razón, los
que estamos aquí presentes acordamos darte una
lección que te sirva de escarmiento.
—Estoy dispuesto a pagar mis errores...
—Sí, pero no en la forma que te imaginas.
—¡No, por Dios! —chilló—. Dadme veinticuatro horas
de tiempo, sólo un día... Sonó un disparo. Moyle se
tambaleó.
—Estáis en un error. Yo no...
El revólver detonó de nuevo. Las manos de Moyle se
apoyaron un instante en la mesa. Ahora había odio en
sus ojos.
—Malditos... os espero a todos... en la tumba...
480
Contempló lo que colgaba de los techos, cubierto de una
tenue capa de hielo o escarcha, en aquel ámbito glacial,
estremecedor.
E incrédulo, sacudido por un horror sin límites, lanzó una
ronca exclamación, desorbitó sus ojos, y sus cabellos se
erizaron, mientras un frío infinitamente superior al que
reinaba allí dentro, recorría su espina dorsal.
—¡Dios mío, NO! —jadeó—. Esto no... no es posible...
Pero era posible.
Estaba allí, ante él. Colgando de garfios en los techos del
refrigerador. Como terneras o cerdos traídos del matadero.
Cortados en dos mitades, tétricos, céreos, espeluznantes en
todo su macabro horror...
¡Cuerpos humanos, cadáveres de seres de ambos sexos,
colgaban allí, en canal, como espantosa carnicería esperando
el momento de ser servida en una mesa!
Y la puerta metálica se cerró con siniestro, seco golpe,
dejándole encerrado en aquel recinto gélido, sometido a
temperaturas bajísimas, en compañía de tan alucinante
mercancía…

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  • 1.
  • 2. 451 Miró a su asesino con una mezcla de helado estupor y de terrible incredulidad, antes de que el arma bajase de nuevo, goteando sangre, para clavarse despiadada en sus pechos pequeños y duros, que casi seccionó a tajos, haciendo saltar la sangre casi hasta el techo. El arma blanca siguió causando destrozos espantosos en la bella figura de mujercita en sazón. Muslos, nalgas, vientre, hombros... Todo recibió las espantosas cuchilladas que con rabiosa furia demencial caían sobre ella sin cesar. Las propias mejillas de la infortunada joven fueron rasgadas, bestialmente hendidas por dos tajos en diagonal que tiñeron de rojo sanguinolento su belleza ya convulsionada por la muerte. La habitación toda, aquella estancia donde poco antes una jovencita soñaba con el amor y con el futuro, era ahora un terrorífico baño de sangre, una roja sinfonía de regueros, charcos y goterones dispersos por doquier, en torno a un cadáver sobre el que la furia homicida de un ser de pesadilla habíase ensañado hasta lo inhumano...
  • 3. 452 Quedó inmóvil al oír abrir la puerta del cuarto de baño. Escuchó la risa. Gutural. —No te molestes en pedir desayuno, Shirley. No lo necesitas. Satanás te servirá copioso banquete. Unos pasos. Sí. Sonaron unos pasos en la habitación. Shirley giró la cabeza. Casi con brusquedad. Olvidándose de la amenaza del áspid, parpadeó contemplando al individuo perpleja. Con un estupor que reemplazó momentáneamente al miedo. —Pero... —¿No lo comprendes, nena? —el individuo avanzó con rápido paso —. Poco importa. En el Infierno te lo explicaré todo. El hombre empuñaba en su diestra unas tijeras abiertas. Unas tijeras pertenecientes a Shirley. Las había dejado la noche anterior en el cuarto de baño. El individuo alzó su mano derecha. Shirley gritó. —¡Ataca, «Jelly»! El desgarrador alarido de Shirley quedó súbitamente cortado al recibir la mordedura de la serpiente. Desorbitó los ojos. El hombre descendió veloz su mano armada. Hundiendo sobre los alucinados ojos de Shirley las punzantes tijeras.
  • 4. 453 He pasado demasiada hambre, he sufrido demasiado... he sido maltratada por la vida sin piedad ni compasión... lo suficiente como para que no quede en mi corazón ni en mi espíritu un solo átomo de amor, cariño, bondad, ni tan si quiera el menor sentimiento humano. Odio a la gente, a toda la humanidad que me rodea, pienso en el placer de poder destruirla entre mis propias manos, de pulverizarla... siento dentro de mí la necesidad imperiosa de hacer daño, daño, MUCHO DAÑO. Por eso mi mente se regocija en miles de pensamientos maquiavélicos y en uno especialmente que deberá trasladarme al cénit de mi ambición, a la cima del poder que tanto anhelo y que me permitirá gozar de los medios necesarios para hacer daño... MUCHO DAÑO.
  • 5. 454 Esther, Ursula y Fedra se hallaban tumbadas sobre la brillante cubierta, luciendo sendos bikinis, a cuál de ellos más breve y más sugestivo. Burt y Norman no se cansaban de contemplar aquel trío de cuerpos espléndidos, prácticamente desnudos y deliciosamente bronceados por el sol. —Estáis deseando llegar, ¿eh, muchachos? —dijo la pelirroja Fedra con una sonrisa dulce, suave, acariciadora, que hizo pensar a Burt en el momento en que... Se atizó otro trago de cerveza fría, porque la temperatura de su cuerpo estaba subiendo demasiado. Sólo unos minutos después, el Mary Ann alcanzaba la pequeña y solitaria bahía, en la que tan maravillosamente esperaban pasarlo todos. Desgraciadamente, no iba a ser así. En aquella acogedora y paradisíaca bahía iban a vivir una auténtica pesadilla de terror, horror... y muerte.
  • 6. 455 Hondamente preocupado, permaneció junto a la ventana, hasta que el pelotón de exploradores dio por terminada su tarea. Se preguntó si su teoría resultaría válida. Era algo, se dijo, que sólo los auténticos expertos podrían confirmar. Pero, mientras tanto, en Westborough empezaban a observar algunos cambios sutiles. Los automóviles rodaban más aprisa que nunca. Apenas si se veían personas por la calle y las pocas que lo hacían caminaban con paso muy rápido, mirando constantemente a todas partes. Raro era el viandante que no llevaba un palo o un bastón, para defenderse de los posibles ataques de un reptil, contra cuya letal mordedura no existía antídoto posible. Aquellas observaciones le hicieron saber una cosa: el miedo empezaba a extenderse en Westborough…
  • 7. 456 —No me haga nada, no me haga nada, se lo suplico, no me haga nada... Deseó gritar pero no lo hizo. Estaba siendo violada de una forma casi brutal, feroz. Se sintió sacudida y tuvo la impresión de que iba a romperse en pedazos. Aquel ser desconocido al que no había podido ver, un ser que había irrumpido en su alcoba para violarla brutalmente y que hedía todo él de forma repugnante, se apartó de ella. Aquel suceso no iba a ser único. Vivie conocería el horror, mezclado con un extraño placer. Por otra parte, tenía la impresión de que en una de aquellas visitas iba a ser asesinada. Quiso saber qué criatura era y preparó un interruptor a su alcance. Cuando aquel ser iba a violarla una vez más, encendió la luz…
  • 8. 457 James Clayborn... Estaba segura de que nunca había conocido a nadie llamado así. Clayborn, Clayborn, Clayborn... No. Estaba segura de que no. Y en tal caso..., ¿por qué le había cortado ella el brazo, por qué lo había... apuñalado con el cuchillo de cocina? ¿Y cómo había podido hacer... semejante cosa? ¿Podía ser cierto que hubiese matado a un nombre, le hubiese cortado el brazo, y luego hubiese vuelto con ese brazo a su apartamento, se hubiese cambiado, se hubiese acostado con el brazo de aquel hombre junto a ella...? «Quizá debería ir a la policía... —pensó—. Pero ¿qué sería de mí? Oh, Dios mío, lo siento, lo siento por ese pobre hombre, pero yo no tengo la culpa, no tengo culpa de nada... ¡Es imposible que yo hiciese eso! ¡Es imposible!»
  • 9. 458 Se arrodilló allí, junto a aquella tumba, y con un escoplo dejó suelta la lápida. Entonces la sacó, la apartó de su sitio. Hecho esto, vio un ataúd que contenía un esqueleto. El esqueleto, ante la luz del día que acababa de penetrar en aquella oscuridad tétrica y tenebrosa que había durado siglos, pareció moverse. —Soy yo —murmuró ella—. ¿Te acuerdas de mí, barón de Sandersson? Vendiste mi alma al diablo... Sí, desde entonces le estoy sirviendo. No ceso de hacer el mal... Se fijó mejor en el esqueleto y se percató claramente de que aquellos huesos se habían movido. —Ya me doy cuenta, aún no estás muerto del todo, aún queda en ti un resquicio de vida... Oye —le propuso con tono suave, armonioso—, ¿quieres que te deje salir de aquí? Pero siempre que me prometas —aclaró— hacer el mal. Hacer siempre el mal...
  • 10. 459 Apretando ese botón, matará a una persona a la cual no conoce ni ha visto jamás y de la que ni siquiera sabe otros datos, ni su residencia actual. Tanto puede vivir a dos manzanas de su casa como estar en los antípodas. Si hace lo que le digo, recibirá inmediatamente veinticinco mil dólares. ¿se atrevería a hacerlo, señor Tilton? —¿Está seguro de que, si aprieto el botón, morirá un hombre? —Absolutamente. —¿Qué le ha hecho ese individuo? —Le propongo un trato —dijo Paddy—. Saque un billete, cualquiera, elíjalo usted mismo y compruebe si es falso o auténtico. Mañana, a esta misma hora, volveré y le repetiré la petición. Tanto si acepta como si no, esos cien dólares ya son suyos. ¿Le parece bien, Gareth? —Sí —aceptó el joven—. Necesito un poco de tiempo para reflexionar.
  • 11. 460 —¿Y su personaje es el que ahora no está en la película? —Exacto. Como si hubiese tenido vida propia... y hubiera escapado del celuloide, Slater. —¿Quiere decir que los intérpretes a quienes se ve morir en la pantalla, siguen muriendo igual... pero sin asesino en la escena? —Exacto. ¿Comprende ahora lo inverosímil de todo esto? Los actores parecen estar viendo allí, ante ellos, al otro personaje. Lo hacen todo exactamente igual en los mismos escenarios y con las mismas luces. Pero la voz ronca, susurrante, del monstruo que encarna Janos Bélaki, no se escucha ya en las bandas sonoras. Ni se ve su espantable rostro, ni sus manos monstruosas... —De modo que no sólo falta el personaje, sino también el sonido de su voz. —Exacto. Todo lo que interpretó Bélaki, fuese lo que fuese... no está en la cinta. —Pero los demás siguen actuando como si estuviera. —Así es. Inaudito, ¿no?
  • 12. 461 Se detuvo, viendo que un hombre de mediana edad surgía ante ella entre la niebla cada vez más intensa. —¿Qué le sucede...? —le preguntó Corinne, dispuesta a prestarle ayuda. El hombre levantó el brazo izquierdo, enseñándole un ensangrentado muñón. En su rostro había una crispación horrible. Una lividez de muerte. —¡Oh! —se angustió ella. El hombre le enseñó la otra mano, la derecha. En esta llevaba, fuertemente sujeta, la amputada... Las dos manos estaban llenas de sangre. —¡Oh! —exclamó ella de nuevo, sintiendo que la cabeza se le iba. El hombre se disponía a continuar su camino cuando un personaje apareció por allí. Iba cubierto con un largo abrigo oscuro y se ocultaba el rostro bajo un sombrero de ancha ala. Este personaje, sin dar tiempo a que ninguno de los dos reaccionara, arrebató la mano amputada al hombre... Se la arrebató de pronto, súbitamente, y luego echó a correr, huyó. Desapareció entre la niebla…
  • 13. 462 Notó cierto ahogo. Abrió la boca para respirar, pero apenas si consiguió que un poco de aire llegara a sus pulmones. Y entonces, aterrado, supo la verdad. El siseo que percibía no significaba que alguien estuviese dando aire a la cámara, sino todo lo contrario: estaban haciendo el vacío. Pronto se quedó sin oxígeno. Pateó un poco, boqueó como un pez fuera del agua y, al fin, perdió el conocimiento. Cuando notó que dormía, supo que era su último sueño. Minutos más tarde, alguien habló en el exterior. —Ya debe de estar muerto. —Sí, seguro. —Convendría que llevásemos su cadáver... —No, hay otro también. Llenaremos la cámara de ácido. Hasta la mitad, con unos cuarenta centímetros será más que suficiente. Dentro de un par de días, ya no quedará nada y entonces abriremos el desagüe. Después, usaremos una manguera. Y si queda algo, ya lo quemaremos.
  • 14. 463 —Me lanzaron a través de un espejo. —¿Habéis oído? A través de un espejo, como Alicia en el país de las maravillas —exclamó Lolita, divertida. —Caí en la playa. —Oh, qué divertido. Sigue, sigue. —No os riáis, es verdad. Yo seguí a unos jóvenes que también son fantasmas. Los he visto varias veces, es como si pretendieran decirme algo y no sé qué. Una chica como vosotras pero que no es real, me vomitó sangre en la cara. —Alicia, creo que te has vuelto loca. —¿Loca? ¡No, no estoy loca! —gritó, poniéndose en pie —. ¡No estoy loca, los fantasmas existen! Había monstruos, ratas gigantes, arañas enormes, escarabajos horripilantes y murciélagos rabiosos... De pronto, oyeron un chillido espeluznante y por la puerta de la cocina, volando apareció el gran murciélago que pasó por encima de sus cabezas, cruzando la salita. Al primer instante se quedaron calladas pero de inmediato comenzaron a chillar…
  • 15. 464 —¡No abran! Estaban junto a una ventana, mirando a través de los cristales polvorientos. El policía se hallaba a su lado y su rostro era la viva estampa del asombro más profundo. Pero también había horror en su expresión. Súbitamente, algo chocó fuertemente contra el cristal y lo hizo vibrar con tonos amenazadores. Retrocedieron instintivamente. Corrieron hacia la ventana, miraron al otro lado y sintieron que los pelos se le ponían de punta. Decenas, centenares de moscas gigantes, revoloteaban pesadamente por el interior de la casa. Era un espectáculo horripilante, una pesadilla vista en estado de vigilia plena, algo realmente inconcebible y que no habrían creído que fuese posible jamás, de no estar contemplándolo con sus propios ojos. Dos moscas se lanzaron contra la ventana y los cristales vibraron ominosamente. Ella se volvió hacia el sargento. —Llama adonde sea —exclamó—. Haz que venga un equipo de desinfección con mangueras abundantes... Cianhídrico, ¿comprendes? Es lo único que puede derrotar a estos insectos…
  • 16. 465 De pronto, se dio cuenta de que estaba notando algo en el rostro. Casi dolor. Se pasó las manos por las mejillas, y respingó al notar la aspereza de la barba. Bueno, era una barba normal, de casi veinticuatro horas. Pero aquella rigidez en sus facciones... La luz de la luna daba de lleno sobre la cama, y durante unos segundos estuvo mirándola, como alucinado. —Tonterías. No noto nada extraño... Es que estoy demasiado tenso, preocupado... Eso es todo. ¿Qué otra cosa? Se levantó para cerrar la ventana, y volvió a la cama. Sólo tenía que esperar unas pocas horas, y sabría si podía continuar amándola..., o debía destrozarla, a ella y a él, a dentelladas, como haría un auténtico lobo gris, grande y fuerte, con cualquier enemigo.
  • 17. 466 Recordad todos, vecinos y autoridades de Wollenstein, que muero lanzándoos mi maldición, puesto que éste es también un crimen que vosotros cometéis en mi persona, en nombre de una falsa justicia, amañada por vosotros para apoderaros de mis bienes y hacienda con visos de legalidad. A todos os digo que volveré, de generación en generación, para recordaros que no he muerto y que, desde más allá de la muerte, retornará mi espectro, veréis mi rostro y mi cabeza, tal como en breve vais a verla, separada del tronco, para que se cumpla el ritual de sangre de los Wollenstein, y caiga otra sangre en nombre de nuestra familia, para acallar la voz de quien, como yo ahora, muere víctima de vuestra infame conspiración contra mi vida. ¡Que mi maldición os acompañe en el futuro, y que en cada generación, el nombre de los Wollenstein sea temido y odiado a la vez como yo ahora os odio a vosotros... y como estoy segura que vosotros vais a temerme desde el momento mismo en que mi cabeza ruede desde el cadalso!
  • 18. 467 Un equipo de siniestros médicos está llevando a cabo experimentos con donantes anónimos, que consiguen mediante el secuestro… —Parece... que esté contenta. —No seas idiota. ¡Cómo ha de estar contenta, si está muerta! —Quizá no esté muerta. Puso la mano derecha sobre la frente de la muchacha. Y en un instante, esta desapareció. Pero con un proceso velocísimo que dejó helados de espanto a los cinco hombres: primero, todo el cabello de la muchacha se desprendió, y se convirtió en polvo; casi simultáneamente, bajo la mano de él, la frente y todo el rostro de la chica, pareció convertirse en una pasta que se derretía, para quedar en el acto convertida también en polvo sobre el esqueleto; un instante más tarde, el esqueleto se deshizo y se desplomo, dejando un dibujo perfecto en el suelo, rodeado del polvo seco que había sido la carne. El silencio era siniestro…
  • 19. 468 Su amiga yacía con los ojos abiertos, eran unos ojos vidriosos. Tenía los labios entreabiertos, el color azulado de la muerte, en su piel y unas horribles heridas en el cuello, casi a la altura de la unión de las clavículas. —Ha muerto sin morir, ahora es inmortal. Vivirá eternamente encerrada aquí, conviviendo con los que son como ella. —¡Asesina, la has matado tú! Ante el furor de Audrey, el enorme perro que no les perdía de vista aumentó sus gruñidos y mostró los colmillos amenazador. —No, no he sido yo ni «Anubis» y mucho menos mi señor Asael. Ha sido ella misma quien se ha quitado la vida con sus uñas convertidas en garras. Le cogió una mano, levantándosela para que Audrey pudiera verla bien. Los dedos estaban ensangrentados: —No, no, Jennifer no pudo hacer una cosa así, no pudo suicidarse de esta forma, no pudo —sollozó, negándose a admitir tamaña monstruosidad. —Querida, si te encierran dentro de un ataúd, harás lo mismo que ella; te quitarás la vida por miedo a que la agonía se prolongue. —¡Es horrible, horrible!
  • 20. 469 Notó amargamente como se estaba arrepintiendo de haber escuchado las proposiciones del intermediario que le había propuesto comprarle sus recuerdos, de aquel maldito Helmutt... ¿Cómo había podido aceptar una cosa así? —Señor Marqués —sonó de nuevo la metálica voz de MVB—, estoy esperando. Le sugiero que termine su labor. Vamos, no se desanime: sólo tiene, que abrir el pecho de su enemigo, arrancarle el corazón, y traérmelo... ¡Ya verá como todo esto, estas vivencias especiales, le permitirán ofrecerme recuerdos más interesantes que los de hasta ahora! Vamos, hágalo, y así podrá decirme luego qué ha sentido, qué ha pensado, qué emociones y reacciones se han ido sucediendo en usted. No lo olvide, señor Marqués: usted ha venido aquí a vender recuerdos... ¡y yo soy el comprador!
  • 21. 470 —¡Dios mío! ¿Qué sucede aquí? Tambaleándose como si estuviera ebria, salió del camarote. De repente, percibió aquel espantoso olor a muerto. —Has descubierto nuestro secreto. No puedes continuar viviendo... Fue lo último que captó, mientras descendía dando vueltas. Cuando chocó contra el agua, muy cerca del casco del enorme trasatlántico, se hundió varios metros, pero era buena nadadora y consiguió emerger a los pocos segundos. Pero entonces se dio cuenta de algo horrible. Zarandeada por las olas, sintió que era arrastrada irremisiblemente por unos remolinos contra los que su fuerza física no podía nada. Percibió el rumoroso batir de las gigantescas hélices y empezó a dar vueltas de nuevo. Aspirada por la succión invencible, fue destrozada por la hélice de babor. Sus sufrimientos duraron una brevísima fracción de segundo; la oscuridad de aquella húmeda tumba se cerró sobre ella y ya no sintió nada más…
  • 22. 471 Fue a parar al fondo, sobre una arena finísima, cerca de un compacto núcleo de algas, junto a una planta acuática de finos y delicados colores, sumamente decorativa, que se mecía suavemente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Parecía el abanico de una elegante dama del siglo pasado. A su alrededor cruzaban diminutos peces, a docenas, a cientos, muy unidos. El doctor Woodyn se quedó inmóvil, desde luego pudiendo respirar sin grandes dificultades. Para eso le habían puesto la botella de aire comprimido. Tenía para una hora. Pero una hora pasa pronto. Estaba sentenciado a morir del modo más horrendo, más espeluznante, más terrorífico. En medio del agua, limpia, transparente, seguía desorbitando los ojos y desencajando las pupilas...
  • 23. 472 Y, en el mismo instante, oyó un feroz gruñido a sus espaldas. La fiera cayó sobre él y le asestó un terrible zarpazo que lo derribó de espaldas. Sintió un intensísimo dolor en el hombro izquierdo y percibió el calorcillo de la sangre que había brotado de la herida. A pesar de todo, conservaba el conocimiento y trató de utilizar el arma. Pero un nuevo zarpazo se la arrancó de la mano, antes de que hubiera podido apretar el gatillo. El dolor le hizo gritar. Oyó un horrendo chasquido y supo que su brazo había sido roto. Esta vez, casi se desmayó. Cuando la fiera se le echó encima, vio sus dientes que despedían destellos asesinos. Gritó de nuevo, pero las fauces que se cerraron sobre su garganta cortaron su voz casi instantáneamente. El dolor ascendió en llameantes oleadas hasta su cerebro y provocó en el acto el corte de todas las sensaciones. En el último instante, adquirió la consciencia de que iba a morir. Pero no podía hacer nada para evitarlo…
  • 24. 473 El esqueleto se convirtió entonces en una figura totalmente negra con sólo los perfiles de contorno. Donde habían estado las cuencas vacías aparecieron unos ojos rasgados, malignos, ojos que pasaron del amarillo al rojo y viceversa. En aquel instante se produjo una mezcla de grito y aullido, algo que no podía compararse a nada conocido, pero que hirió los cerebros de quienes se encontraban en la biblioteca, penetrando por sus respectivos oídos. De la figura misma, nació un viento terrible y en espiral; era como un pequeño tornado, pero su fuerza semejó querer succionarlos a todos. Comenzaron a saltar los libros colocados en las paredes que componían la biblioteca. Pesados volúmenes caían desde lo alto mientras una especie de fragor les ensordecía, aturdiéndolos. Comenzaron a cubrirse las cabezas con los brazos. Era una verdadera lluvia de libros convertidos en proyectiles…
  • 25. 474 —Tú no estabas aquí, Walt, pero hay testigos de ello. Abraham, Haskin... También usted, ¿verdad, Sandler? Y su compañero. Todos estábamos en la habitación donde yacía Douglas. Yo obligué a Leila Morrow a implorar a Satán. —¿Que tú...? —Sí, Walt. Ella, con su maligno poder, originó la muerte de Douglas. ¡Y ella le devolvió la vida! Leila invocó a Satán para que retornara a la vida a Douglas Chaffey. Pronunció esas palabras, Walt. ¡Y pocos minutos más tarde mi hermano resucitaba! —Todo eso son supersticiones, Abraham. —Sólo sé una cosa, Walt. Mi hermano estaba muerto. Tú mismo firmaste su defunción. Y ahora está vivo. Por mediación de Leila Morrow, la discípula de Satán…
  • 26. 475 Entonces, la silla se inclinó bruscamente hacia adelante y lanzó a su ocupante a través del hueco que se había abierto de súbito en aquel lugar. Levantó la vista. Apenas si podía distinguir la trampilla por la que había pasado. De pronto, oyó un leve chillido. Volvió la cabeza. A la rojiza luz del encendedor, vio una enorme rata que había aparecido por un agujero abierto al pie de una de las paredes del pozo. La rata le miraba con singular atención. Otra rata apareció por el mismo agujero. Una tercera rata apareció y Madigan empezó a sentir miedo. Otra rata surgió y chillo agudamente. Madigan se arrastró hacia atrás, hasta que su espalda chocó contra la pared. Más y más ratas surgían por el agujero y casi de repente, todas al mismo tiempo, se lanzaron sobre la apetitosa presa que era el hombre de la pierna rota…
  • 27. 476 ¡Tonterías! ¡Viejas historias que él no terminaba de creerse! ¿Cómo creer que una mujer muerta, sólo huesos y piel, de cabellera rojiza, se moviera y respirara como cualquier persona viva? No, no eran tonterías. No, no eran viejas historias. ¡Tenía a la muerta ante él! Gritó con todas sus fuerzas. Pero no tuvo tiempo de hacer nada más. De ello se encargó la muerta. Llegó a su lado con un cuchillo en la mano y le asestó una cuchillada terrible. Endiabladamente contundente. Fatalmente certera. Con las manos sobre su mortalmente herido corazón cayó sobre la tumba de su esposa. Comprendió que iba a morir, así que musitó: —Me reúno contigo, querida...
  • 28. 477 —Profesor —preguntó uno de los circunstantes—, ¿qué pasaría con el osado que intentase abrir el arca sin conocer la clave? —Moriría, indudablemente —respondió Ainslower en el acto—. Algunos pueden pensar que la maldición que los constructores del arca lanzaron contra quienes se atreviesen a abrirla sin tener facultades para ello, no es más que un poco de folklore pintoresco. No es así; conozco demasiado bien determinados aspectos de la arqueología para intentar burlarme de algunas leyendas que para los demás son objeto de mofa, cuando no de desprecio. —Pero, si encuentra la clave, no le sucederá nada y usted no es la persona que puede abrir el arca. —Se equivoca, amigo —contradijo Ainslower—. Aparte de la primera persona mencionada, cualquiera otra que logre descifrar la clave, estaré también en condiciones de abrir el arca, sin temor a la maldición. Son veintiún cerrojos y nadie sabe cuál debe descorrerse en primer lugar ni en segundo, ni en tercero...
  • 29. 478 El ruido volvió a oírse. Era un ruido como... metálico. Sí, metálico. Se repitió de nuevo. Sí, seguro: era un ruido metálico. Parecía como de cadenas... Cadenas que se deslizasen por el suelo. Notó cómo el vello de la nuca se le erizaba. Cadenas que se deslizaban por el suelo... Un sonido muy adecuado para películas de fantasmas. —Qué tontería —dijo en voz alta. Pero se estremeció al volverlo a oír. Dio media vuelta, y salió a toda prisa del cuarto de baño... Y resultó que allí, en el dormitorio, todavía se oía mejor el arrastrar de cadenas. Abrió la boca para llamar a Charly, pero justo entonces oyó el gemido. Un gemido lento, largo, tremolante... Un gemido que expresaba un grandísimo dolor, y, al mismo tiempo, una resignación total. Era un suspiro y un gemido. Y era tan escalofriante que, estremeciéndose de nuevo, gritó por fin: —¡Charly!
  • 30. 479 Contempló con aprensión los rostros torvos y hostiles que tenía en semicírculo frente a él. Sin poder evitarlo, se pasó una mano por la garganta. —Creí que la reunión sería... —¡Silencio! —exclamó uno de los congregados—, Matson Moyle, ya no tienes derecho a hablar. Nos has engañado miserablemente, has traicionado nuestra confianza y te has aprovechado de la fe que pusimos en ti para robarnos descaradamente. Por dicha razón, los que estamos aquí presentes acordamos darte una lección que te sirva de escarmiento. —Estoy dispuesto a pagar mis errores... —Sí, pero no en la forma que te imaginas. —¡No, por Dios! —chilló—. Dadme veinticuatro horas de tiempo, sólo un día... Sonó un disparo. Moyle se tambaleó. —Estáis en un error. Yo no... El revólver detonó de nuevo. Las manos de Moyle se apoyaron un instante en la mesa. Ahora había odio en sus ojos. —Malditos... os espero a todos... en la tumba...
  • 31. 480 Contempló lo que colgaba de los techos, cubierto de una tenue capa de hielo o escarcha, en aquel ámbito glacial, estremecedor. E incrédulo, sacudido por un horror sin límites, lanzó una ronca exclamación, desorbitó sus ojos, y sus cabellos se erizaron, mientras un frío infinitamente superior al que reinaba allí dentro, recorría su espina dorsal. —¡Dios mío, NO! —jadeó—. Esto no... no es posible... Pero era posible. Estaba allí, ante él. Colgando de garfios en los techos del refrigerador. Como terneras o cerdos traídos del matadero. Cortados en dos mitades, tétricos, céreos, espeluznantes en todo su macabro horror... ¡Cuerpos humanos, cadáveres de seres de ambos sexos, colgaban allí, en canal, como espantosa carnicería esperando el momento de ser servida en una mesa! Y la puerta metálica se cerró con siniestro, seco golpe, dejándole encerrado en aquel recinto gélido, sometido a temperaturas bajísimas, en compañía de tan alucinante mercancía…