1. Cada uno de nosotros hemos sentido temor alguna vez en la vida. En mi caso hubo un momento en
el cual me di cuenta que estaba luchando con el temor y me propuse descubrir su origen. Yo sabía
que si no lo hacía mi ministerio sufriría grandemente debido a ello. Al orar y pedir a Dios que me
revelara la causa de mi temor, volví a vivir los recuerdos de mi niñez.
Los primeros años de mi vida fueron turbulentos. Mi padre murió cuando yo tenía dos años y mi
madre se vio obligada a tener dos trabajos para que ambos tuviéramos techo y comida. El primer
recuerdo que tengo de mi niñez es del temor que me invadía al dudar de que pudiéramos lograr
tener lo necesario para subsistir. Crecí teniendo que prepararme tanto el desayuno como el almuerzo
para ir a la escuela.
La meta de mi madre no fue infundirme temor; ella me enseñó más sobre la fe que cualquier otra
persona. Lo que provocó la inestabilidad y el temor fue consecuencia natural de las circunstancias
en las que nos encontrábamos. Por las noches mi madre y yo orábamos juntos. Ella me enseñó que
aunque los tiempos eran difíciles, Dios estaba con nosotros listo para suplir todo lo que
necesitábamos. Ella confiaba en el Señor y nunca nos quedamos sin comer. Quizá hubo tiempos de
escasez cuando nuestro refrigerador estuvo casi vacío, pero siempre tuvimos todo lo necesario.
Ninguno de nosotros puede darse el lujo de permitirle la entrada al enemigo en nuestras vidas. Todo
lo que Satanás necesita para hostigarnos es una oportunidad. La oración y la palabra de Dios son las
armas más efectivas que tenemos contra el temor. Cuando reconocemos ante el Señor que somos
presa del temor y le imploramos su protección y dirección, asumimos una postura de fe.
El temor es, en sí, una decisión. Me sorprende ver cuántas personas me dicen que tienen temor de
haber cometido algo imperdonable. Pese a que la sangre de Jesucristo los limpia de todo pecado,
siguen rodeados de una incredulidad persistente.
Por lo general se reduce a que se sienten culpables de algún pecado, ya sea pasado o presente. Es
entonces cuando les recuerdo 1 Juan 1:9: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". Dios nos perdona cuando nos acercamos
a él en oración humilde buscando su perdón.
Si una persona insiste en seguir creyendo en un concepto falso del temor, lo más probable es que su
vida esté saturada de temor. Jamás habrá un momento cuando tengamos que preocuparnos de que
Dios nos perdone o no. Todo pecado --todo lo que jamás hayamos cometido-- ha sido perdonado
por su gracia mediante la obediencia de su Hijo en el calvario. El Señor Jesús murió a fin de que
nosotros podamos tener vida eterna. Él nos ha dado libertad y no hay necesidad de vivir en pecado o
temor.
En el libro "La sensación de ser alguien", el autor Mauricio Wagner escribe: "El temor paraliza la
mente haciéndonos incapaces de pensar con claridad. El temor de gran magnitud desorganiza la
mente temporalmente al grado de que la confusión llega a imperar. El temor tiene también la
tendencia de multiplicarse; cuando tenemos temor quedamos inutilizados al grado de que llegamos
2. a temer de nuestros temores. No podemos hacer frente a los problemas cuando tenemos temor de
ellos. . .
"Se necesita fe para doblegar el problema del temor. Es imposible vencer el temor sintiéndonos
culpables de esa emoción. En ninguna parte de la Biblia encontramos que Dios condene a una
persona por tener temor; en cambio, él constantemente alienta a los que temen con declaraciones
como: No temas, porque yo estoy contigo (Isaías 41:10). Cuando tenemos temor nos sentimos solos
con nuestros problemas y estamos abrumados por ellos. La fe acepta el hecho de que el problema es
demasiado grande para nosotros y también el hecho de que no estamos solos con él; tenemos a Dios
con nosotros".
En Lucas 4:18 el Señor Jesús dijo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido
para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a
pregonar libertad a los cautivos". Una de las funciones de Cristo como Mesías es traer libertad de la
opresión. Cualquier cosa que nos mantenga cautivos debe soltarnos de sus garras cuando le
ordenamos que lo haga en el nombre de Jesucristo.
El pecado, o cualquier esclavitud emocional, no pueden gobernar nuestra vida. El único poder que
el pecado tiene sobre ella es el que nosotros le concedamos; o sea, que se trata de lo que nosotros
decidamos hacer. Podemos tomar la decisión de pecar y rechazar el plan de Dios para nuestra vida o
podemos elegir seguir a Cristo en obediencia. No hemos sido destinados para ser pecadores ni
hemos nacido a una vida de temor.
La duda contribuye poderosamente al temor. Cuando dudamos de la habilidad de Dios para
mantenernos y suplir nuestras necesidades, tenemos temor. Muchos han adoptado el punto de vista
de que el hombre es el centro del universo y que todo lo que ocurre debe ser controlado por él. No
obstante, la necesidad de estar a cargo de nuestro propio destino tiene un gran defecto. Nosotros no
somos todopoderosos ni podemos evitar que acontezcan ciertos eventos, sólo Dios es soberano. En
última instancia él es la única fuente de nuestra seguridad. Puesto que nos hemos sugestionado para
creer en la mentira de que separados de Dios somos auto-suficientes, el temor impera en nuestras
mentes sin control alguno. En lugar de tornarse a Dios en oración, nuestras mentes andan a la
deriva, de un problema imaginario a otro. Intentamos arreglar todo y terminamos exhaustos
espiritual y emocionalmente.
Satanás se complace en hacer que andemos corriendo emocionalmente. Él toma medidas extremas
con tal de lograr que nos imaginemos todo tipo de cosas o situaciones. La mayoría de nosotros
sabemos lo que es pasarnos una noche en vela debido a pensamientos o preocupaciones que se
convierten en temores. Un solo pensamiento puede multiplicarse y crecer mil veces si es regado por
las mentiras del enemigo. Su principal objetivo es hacer que dejemos de confiar en Dios. Una vez
que logra que lo hagamos, él nos despoja de toda sensación de paz y esperanza; comenzamos a
dudar de las promesas de Dios y antes que nos demos cuenta el temor ha erigido toda una fortaleza
en nuestra vida.
Tomado de la revista “Momento de Decisión”, www.mdedecision.com.ar
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