1. LOS TANSFORMERS
Los robots no han nacido para hacernos daño
No soy un habitante del colapsado Cybertron. Vivo en el Perú, un lugar que parece pero
no es, por su desorden y su perpetuo caos. Aquí también necesitamos dosis urgente de
Energon (esa vitamina para el cuerpo metal). Vengan todos, es hora de ordenar las
cosas. Transfórmese. La primera ley de la robótica es que un robot no puede hacer daño
a un humano. Solo ellos, nadie más, fieles y heroicos, puntuales y exactos. Un
transforme entre nosotros para imponer respeto, que se apuren, aquí todo es imperfecto.
Solo pedimos a Autobot, solo uno de esos valientes para hacernos más Optimus la vida.
Me gustan los robots humanoides porque son una proyección del tiempo: algún día
serán realidad. Son una hermandad, una raza que se rebela por lo justísimo. Tenía unos
9 años cuando me compraron mi primer transforme. A pesar de mi evidente torpeza
para convertir el camión en un robot peleador siempre disfruté ese cuarto de hora de
omnipotencia, donde lo que yo quería se armaba o se desarmaba. No recuerdo si era
la calidad del juguete, pero era mucho más fácil para mí darle la capacidad de
reinvención a mis entrañables Gobots. De todos modos, me apasionaban los
Transformes por esa historia que convertía lo Tecnotrónico en algo místico.
Los robots no han nacido para arruinar lo humano, ellos nos darán protección y felicidad.
Aquí hace falta un Transformers para poner el orden sin dañar a terceros, un
Transformers para ordenar las placas del subsuelo y hacernos menos sísmicos, un
Autobot para levantarnos d nuestros escombros, un Autobot para que termine las obras
que Castañeda no pudo terminar, un Megatron para que funcione como aerolínea de
bandera 8la que no tenemos). Un Optimus prime que despeje las carreteras de tantas
protestas. Por último, que Primus, padre sagrado de los Transformes, nos regale un
robot humanoide deportista, que así caleta nomás, se vista de corto, anote un par de
goles y nos lleve al mundial.