1. LA MANZANA Y EL REPTIL
He tenido la ocasión de leer nuevamente, gracias
a los deberes de mis hijos, el mito de Adán y Eva.
La costilla, la manzana y el reptil. No se
contentaron con arrojarnos del paraíso, sino que,
aún hoy, pretenden con marcada malevolencia,
propia de la inquisición, impedirnos cumplir con
el divino precepto de " creced y multiplicaos".
Al hombre le quitaron una costilla pero las tiene
completas. Si le faltare alguna, tampoco sería
importante, al fin de cuentas, hay otras partes
corporales más esenciales. Las hay que son la
quinta esencia del ser humano -hablo del genero
no de la especie- y, aún así, si faltaren, como con
frecuencia ocurre, nada pasaría, seguiríamos
perteneciendo, por extensión, a la especie sapiens.
Así, pues, la costilla, no pasa de ser una ofensa
2. injusta y poco estética. Nada tiene en común con
Venus siempre bella, estéticamente atractiva y
eróticamente pura. En éste punto debo
adelantarme a los críticos que sufren de
estrabismo. En lo estético no tiene lugar el
erotismo y sin la belleza no tendríamos el sentido
de lo estético. Ahora bien, el erotismo es la
sublimación de la belleza en la profanación de los
cuerpos. Estamos en paz, agudo critico, el
encuentro de los cuerpos requiere de la ligereza
de las formas y de un entorno paradisíaco para
exacerbar los sentidos, para sublimarlos,
traspasando los límites de la racionalidad y caer
en el éxtasis. Dios en su infinita sabiduría, en
lugar de una costilla, nos dio a Eva y no
justamente para arrojarnos del paraíso sino para
hacérnoslo más llevadero, para que no nos
aburriésemos en él.
Pero sigamos adelante, con el ofidio. No sé
porque, mentes torcidas, lo enredaron en esta
martingala. Ahora que lo pienso, las
connotaciones del hecho son inhumanas. No con
otras palabras se puede señalar el acto mediante
el cual el Padre arroja al hijo de su casa por el
único delito de comerse una manzana o de querer
un " hijo amado". La contradicción galopa con el
mito. Me imagino a Eva tocando la flauta,
encantando a la serpiente o, a la serpiente,
ondulante y ágil, de cuerpo retráctil, firme,
3. avanzando segura hacia su presa, en mortal
silencio, a la velocidad del relámpago. ¿Quién
engaño a quién? No lo sabemos. ¿Qué Eva
engaño a Adán? ¿Qué Adán engaño a Eva? ¿Qué
fueron engañados por la serpiente...? Presiento
que lo pasaron de perlas...
La peor parte del mito le toco a la manzana. La
manzana que de apetecible provoca. La pobre,
desde entonces, ha sido víctima de apologías y
diatribas. Veamos una muestra:"La manzana de
la discordia”, “Saludable como una manzana”,
“Hay que sacar la manzana podrida del cesto”,
“La manzana de Adán" y un amplio etcétera de
cuños lingüísticos e interpretaciones literarias. La
verdad es que desde muy niño la he degustado.
No gusto de la manzana rija de carnes secas y
arenosas. No. Gusto de la manzana de epidermis
verde y suave, ácida y de mejor textura al
paladar y al gusto. Dicen que la voz del pueblo es
la voz de Dios. Por alguna razón se habla de
viejos verdes... No sé si es por eso de que a buey
viejo pasto tierno... Sea como fuere, recuerdo
ahora, que cada vez que comía manzanas y, he de
confesar que eran pocas, me accedía un profundo
complejo de culpa, a tal punto que, en mi
arrepentimiento debía recurrir al sacerdote para
que me eximiera del pecado. El prelado, con
mucho pudor, me repetía una y otra vez, que
comer manzanas no era pecado. Yo no le creía,
4. insistía y persistía, no podía admitir que el
Antiguo Testamento mintiera en asunto tan
delicado.
Hoy, cuando comienza la edad a pesar sobre los
hombros, debo admitir que el mito me sigue
molestando, gracias a los deberes de mis hijos y al
infinito deseo de vivir que se acentúa con los
años. Desde luego que ahora como manzanas sin
ningún remordimiento y requiero a Eva sin
ningún pudor. Que me acuerde, nunca me he
arrepentido de este ultimo ejercicio. Mi confesor,
creo, no tendrá esa queja de mí. Al menos tuve la
consideración de no molestar sus votos de
castidad con confesiones eróticas. Nunca le conté
de mi mística devoción por la voluptuosidad de
las formas:
"y hay días en que somos
tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer,
tras de ceñir un talle o acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer"
Y los colores cambian y las formas por su puesto,
en eso, los bardos, han sido pródigos:
"Esa rosa fue testigo
de eso que si amor no fue
ningún otro amor seria,
esa rosa fue testigo
5. de cuando te diste mía,
el día ya no lo sé,
si lo sé mas no lo digo...
Y muchas otras perlas que funden gea, flora,
fauna y psique en un mismo sujeto, cuando no, el
pintor la lleva al lienzo. A tal punto se ha llegado
en honor a Eva, sea ella hiperbórea rubia o
simiesca mulata, o las negras de ébano de Borneo
o Burundi, o las polinesias de caderas de alas, o
las amarillas geishas del sol naciente. No fuimos
arrojados del paraíso por comer manzanas y
mucho menos por disfrutar de él con Eva. Todo
lo contrario, seguimos invitados a permanecer en
él y a continuar con el banquete...
Pase mi juventud, gran parte de ella, como todos
los niños y los jóvenes entre la escuela, la casa y el
campo. Mi mundo era natural, primitivo, por lo
que tenia de ensueño el color de una flor, el trino
de un pájaro, la luz de la aurora o la puesta del
sol al morir la tarde. La casa de los abuelos
estaba rodeada de amplios jardines y frondosos
árboles ; al fondo se extendían los cafetales al
amparo de tupida sombra de viejos guamos,
ceibas, guayacanes, ocobos y muchas otras
especies tropicales propias al laboreo del cultivo
de café arábigo. Una acequia de amplio aforo
bañaba las faldas de las montañas, servía de
abrevadero a los ganados y de tranquilo remanso
6. a las duras labores campestres. En ella conocí a
Eva, candorosa virgen. Fue una tarde ardiente de
Junio. El sol caía perpendicular sobre los seres y
las cosas. Yo, enajenado por el calor o por la
combustión propia de los años mozos, recorría
sin afán, la exuberancia de la naturaleza tropical.
Ni una hoja, ni la brisa, ni el canto de un pájaro
interrumpían el sopor y el cómplice silencio de la
tarde. Solo la acequia cantarina saltaba de piedra
en piedra hasta caer al remanso. Allí llamo mi
atención la caída de un cuerpo sobre el cristal de
las aguas... Chapoteaba rasgando el sosiego. Me
acerque, como un reptil llegue en silencio: Un
cuerpo bronceado brillaba al sol deslizándose
bajo las aguas, cubierto por su propia epidermis.
Jugueteaba con su negra cabellera. Se consumía
bajo el agua y volvía a salir. Reía. Cantaba y reía.
Su cuerpo firme y ágil parecía esculpido en
bronce. Se perturbaron mis sentidos: En mi
escondite sentí su aliento, sus manos, su cuerpo
húmedo y fresco en profunda comunión con las
flores del campo. Salí de mi refugio como un
sonámbulo, mi cabeza demente, me dirigí a la
orilla del riachuelo, en el remanso, nos miramos y
sonreímos. Eva salió del agua y yo de mi
profunda ignorancia: La manzana nos redimió
enviándonos al paraíso...
.