Quince minutos con Jesus Sacram - P. Angel Pena.pdf
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1. TEMAN A DIOS
Y DENLE
GLORIA
Lección
4
para
el
22
de
abril
de
2023
2.
3. El ángel que traía el evangelio eterno comienza a proclamar
en alta voz su mensaje diciendo: “Temed a Dios, y dadle
gloria” (Apocalipsis 14:7).
Es evidente que, para poder proclamar este mensaje,
debemos entender primeramente su significado. ¿Cómo
debemos temer a Dios? ¿Cómo le damos gloria?
Al descubrir las respuestas a estas preguntas, surge una nueva
pregunta: ¿quién puede temer a Dios y darle gloria?
4.
5. Temer a Dios es reverenciarlo, respetarlo y admirarlo. Es tener lealtad
absoluta a Dios y una entrega total a su voluntad.
Tememos a Dios, lo respetamos y reverenciamos por su infinita
sabiduría, su increíble poder y su asombrosa gracia. Temer a
Dios también es someterse a su autoridad, darle el primer lugar
en nuestro pensamiento y vivir totalmente para Él.
Para poder temer a Dios primero
debemos conocerle, ser conscientes de
quién es Él y de lo que puede hacer en
nuestras vidas. Como Abraham,
debemos dejar de centrarnos en
nosotros mismos y poner a Dios en
primer lugar (Gn. 22:12).
6. “[…] Teme a Dios, y guarda sus mandamientos;
porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13)
Moisés nos enseñó que practicar el temor de Dios es obedecer
sus mandamientos (Dt. 6:2). Salomón nos dice que “el todo del
hombre” es temer a Dios y, como consecuencia, guardar sus
mandamientos (Ecl. 12:13).
Pero ¿acaso no nos exime la gracia de
guardar los mandamientos (Ef. 2:8-9)?
En modo alguno. El mismo Pablo
concluye: “somos […] creados en Cristo
Jesús para buenas obras” (Ef. 2:10).
Jesús nunca restó importancia a su Ley, sino que la exaltó y
nos invitó a obedecerla (Mt. 5:17-19). Mostramos que
tememos (respetamos y reverenciamos) a Dios cuando, por
su gracia, guardamos sus mandamientos.
7. “A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás,
y por su nombre jurarás” (Deuteronomio 6:13)
El temor de Dios nos lleva más allá de la mera obediencia a sus
mandamientos. Si tememos a Dios haremos de Él nuestro único
Señor; viviremos para servirle (Dt. 6:13; Mt. 6:33).
Jesús será el centro de nuestra vida, nuestros ojos (nuestros
pensamientos, nuestros objetivos) estarán fijos en Él (Heb. 12:2).
Es un tema de voluntad, de decisión. Decidimos
mantenernos fieles a aquel a quien tememos.
De esto se trata el conflicto
cósmico. Por eso, el primer
ángel nos invita a abandonar
las filas del enemigo y a
ponernos del lado de Dios.
8.
9. “Dad gloria a Jehová Dios vuestro, antes que haga venir
tinieblas, y antes que vuestros pies tropiecen en montes de
oscuridad, y esperéis luz, y os la vuelva en sombra de
muerte y tinieblas” (Jeremías 13:16)
Al igual que en Apocalipsis 14:7, en muchas ocasiones dar gloria a
Dios está ligado a la idea de juicio (Jos. 7:19; Jer. 13:16; Mal. 2:2;
Hch. 12:23). Es también una expresión de arrepentimiento y
abandono del pecado (Esd. 10:11; Ap. 16:9).
Damos gloria a Dios cuando aceptamos su
perdón y ponemos nuestra vida en armonía
con sus principios. Pablo nos invita a dar
gloria a Dios en cada aspecto de nuestra
vida (1Co. 10:31).
Dar gloria a Dios con nuestros pensamientos y nuestras acciones es
una respuesta de amor al amor de Dios, y así somos liberados del
temor al juicio (1Jn. 4:17-19).
10.
11. Una respuesta positiva al llamado del primer ángel de “temer a Dios y darle gloria”, produce
personas santas (santificadas por la gracia de Dios). Los santos se distinguen porque guardan
los mandamientos de Dios y la fe (o fidelidad) de Jesús (Ap. 14:12).
Fue por su fidelidad a Dios que Jesús obtuvo victoria tras victoria en sus batallas contra
Satanás (Heb. 4:15). Y porque Él venció nosotros también podemos vencer.
Apocalipsis remarca que las glorias futuras están reservadas a los vencedores (Ap. 2:7, 11, 17,
26-28; 3:5, 12, 21; 12:11; 21:7). Esto no es legalismo. Es la victoria por medio de Jesucristo,
cuya vida perfecta de justicia perfecta, y tan solo eso, es lo que nos brinda la promesa de vida
eterna. Es fe en acción. Es la gracia transformadora y milagrosa en la vida del creyente.
12. “Toda verdadera obediencia proviene del corazón. La de
Cristo procedía del corazón. Y si nosotros consentimos,
se identificará de tal manera con nuestros pensamientos
y fines, amoldará de tal manera nuestro corazón y mente
en conformidad con su voluntad, que cuando le
obedezcamos estaremos tan sólo ejecutando nuestros
propios impulsos. La voluntad, refinada y santificada,
hallará su más alto deleite en servirle. Cuando
conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle,
nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si
apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión
con Dios, el pecado llegará a sernos odioso”
E. G. W. (El Deseado de todas las gentes, pg. 621)