2. Ésta no era una simple excursión. Organizado por la
señora Margarita, vecina nuestra y experta en
“metafísica”, el viaje prometía aventuras interesantes,
así que varias personas, entre ellas mis hermanos y yo,
pagamos nuestro boleto y un sábado temprano
abordamos el autobús.
Llegamos al medio día al centro vacacional, una antigua
fábrica textil convertida ahora en un lugar de descanso
con amplias áreas verdes, albercas y restaurante.
Cerros arbolados y la vista de los volcanes completaban
el agradable cuadro.
3. Después de instalarnos en las
habitaciones, comimos y pasamos el
tiempo plácidamente en la alberca y los
jardines. El lugar era bastante agradable y
eso hubiera bastado para recordar el
viaje, pero nada se iba a comparar con lo
que sucedería más tarde.
Durante la noche, alguien avisó que la
señora Margarita nos esperaba en la
cancha de basquetbol porque iba a
comenzar la “invocación”. El
llegar, encontramos a la mujer y a otros
compañeros de viaje en el centro de la
cancha, de pie, con los brazos extendidos
hacia uno de los cerros. La señora vestía
una túnica roja y de sus manos extendidas
colgaban varios cuarzos; era una imagen
bastante peculiar.
4. —Extiendan sus manos así, como yo—
solicitaba Margarita a quienes iban
llegando, y así lo hicimos, total, era una
situación inusual, divertida. De vez en
cuando la señora cerraba los ojos y
entonaba un largo “Om”. Algunos asistentes
la imitaban.
Estuvimos así durante un buen rato, media
hora quizá, pero en el cerro al que
dirigíamos nuestras “vibras”, donde algo
tenía que pasar, nada pasaba; la curiosidad
de la gente se volvió aburrimiento, chacoteo,
una que otra broma apenas disimulada.
De pronto aparecieron las luces. Allí, en el
cerro que teníamos a lo lejos, salidas quién
sabe de dónde, estaban dos luces, luego
tres. Brillantes, estáticas, luces blancas y
redondas que de pronto estaban donde
antes no había más que árboles apenas
visibles.
5. —¡Ahí están! — dijo la señora, y con más energía
entonaba su canto y dirigía sus palmas hacia el
cerro. A partir de ese momento todo fue asombro
y emoción, porque ya no eran tres, sino seis o
siete luces esparcidas, surgidas de la nada. A
esas alturas nuestra curiosidad estaba excitada
al máximo, y sin chistar imitábamos a
Margarita, entonando mantras y extendiendo las
palmas ante ese espectáculo de verdad extraño.
Entonces las luces comenzaron a moverse y a
cambiar de color. Una luz cambiaba de blanco a
rojo, se movía en línea recta y regresaba a su
posición original de manera brusca. Otra se
movía casi en zig-zag. Otras parecían apagarse y
se volvían a encender, más luminosas aun;
todas se movían de manera bastante extraña. El
objeto más llamativo tenía una especie de cinta
de luces que parecía girar a gran velocidad, y al
igual que las otras luces, se movía en zigzag, de
arriba a abajo, se detenía bruscamente,
avanzaba otra vez.
6. Aquello duró por lo menos dos horas, hasta
que las luces se apagaron una tras otra y no
quedó más que la negrura del cerro. No
había nada más que ver y regresamos a
nuestros cuartos; todos comentábamos:
“¡Cómo se movían!”, “¡Y las que cambiaban
de color! ¿viste?”
7. Al día siguiente regresamos a la
cancha, aun emocionados por lo
que habíamos visto; observamos
el cerro esperando ver
algo, cualquier indicio de aquel
fenómeno que nos pasmó
durante horas. Sólo había
quietud.