Los pueblos bárbaros germanos comenzaron a infiltrarse en el Imperio Romano a partir del siglo III, dedicándose principalmente a tareas agrícolas y al ejército. En el siglo V se produjo su ingreso masivo, aprovechando la debilidad del imperio y la invasión de los hunos para desplazar a las autoridades romanas y asumir el poder, estableciéndose en las provincias occidentales con sus propias leyes y costumbres.