1. MODULO DOS
ESTUDIO BIBLICO
CRISTIANO
Para que el hombre de Dios
sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena
obra
DISCIPULADO
CRISTIANO
Carlos Alveiro Samudio
LBC
2. ESTUDIO BIBLICO
CRISTIANO
Para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra
MODULO DOS
Por tanto, id, y haced discipulos a todas las naciones, bautizandolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñandoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he
aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amen. (Mateo 28:19-20).
4. CONTENIDO
INTRODUCCION
Sección 1: LAS DOS NATURALEZAS DEL CRISTIANO
1. Origen del viejo hombre………………………………………………... 2
2. Origen del nuevo hombre………………………………………………. 7
3. El crecimiento espiritual……………………………………………….. 10
Secciòn 2: LA NUEVA VIDA EN CRISTO
1. La comunión con Dios…………………………………………………. 15
2. La oración……………………………………………………………… 18
3. El ayuno………………………………………………………………... 24
4. La enseñanza cristiana………………………………………………... 27
5. La mayordomía cristiana……………………………………………... 30
6. El cristiano y la sociedad……………………………………................ 34
Secciòn 3: EL BAUTISMO DEL CRISTIANO
1. Los bautismos en la Biblia…………………………………………….. 39
2. El bautismo cristiano………………………………………………….. 43
3. El bautismo en el Espíritu Santo……………………………................ 49
Secciòn 4: EL CRISTIANO Y SU HOGAR
1. Noviazgo cristiano……………………………………………………… 54
2. El matrimonio………………………………………………………… 59
3. La crianza de los hijos……………………………………………….. 66
4. El control de la natalidad……………………………………………… 74
5. Adolescencia y juventud…………………………………….................. 81
6. Problemas en el matrimonio……………………………….................. 87
7. La muerte de un ser querido………………………………………….. 94
8. La ideología de género…………………………………………………. 98
5. 2
INTRODUCCION
En este segundo módulo de la serie ESTUDIO BIBLICO CRISTIANO, estudiaremos lo
referente al discipulado cristiano, según la enseñanza de las Santas Escrituras. En el Nuevo
Testamento, el discípulo (gr. mathetès) es un “aprendiz”, es decir, alguien que está
aprendiendo lo que un maestro le enseña. En el caso del cristiano, después de haber sido
salvo, en seguida es un discípulo de Cristo, pues el Señor le enseñará la doctrina bíblica
consignada en la Palabra de Dios.
Como miramos en el CONTENIDO, en este módulo se estudian los temas que conciernen a
las dos naturalezas del cristiano, la nueva vida en Cristo, el bautismo y el hogar cristiano.
Son temas básicos para que el siervo de Dios se fundamente y continúe creciendo
espiritualmente; avanzando en el conocimiento de la Biblia.
Como siempre lo afirmamos, este estudio solo está basado en la Palabra de Dios,
escudriñándola en lo posible en los textos originales hebreo y griego. Si se han consultado
otros libros cristianos, ha sido hecho con el cuidado de que éstos estén en armonía total con
las Escrituras.
¡Bendito sea el Dios y Padre, y nuestro Señor Jesucristo!
CAS.
7. 4
Lección 1.
ORIGEN DEL VIEJO HOMBRE
Según la Biblia, la humanidad actual está constituida por dos familias distintas: la familia
de Adán, el primer hombre; y la familia de Dios, donde Cristo (el postrer Adán) es el
dador de la vida espiritual de sus miembros (1 Corintios 15:45-50). Teniendo en cuenta
esto, en esta lección estudiaremos primero la familia de Adán terrenal.
Adán terrenal, el primer hombre
Estando Adán en el Edén, en medio del huerto tenía el árbol de la vida, que es un
símbolo de Cristo (Génesis 2:9; Juan 1:4; Apocalipsis 2:7). Si el hombre comía de
este fruto llegaría a tener una existencia eterna aquí en la tierra, en un estado de
inocencia como originalmente fue creado (Génesis 3:22; Juan 6:57-58).
Y también estaba el árbol de la ciencia (o conocimiento) del bien y del mal, cuyo
fruto prohibido si el hombre lo comía, pecaba contra Dios y traería como
consecuencia su muerte. Lastimosamente, el ser humano escuchó al diablo,
desobedeció a Dios y su naturaleza de inocencia se corrompió, pues llegó a
experimentar el pecado (Génesis 2:17; 3:7; 1 Corintios 15:22).
Después del pecado, la naturaleza de Adán y de sus descendientes es llamada en la
Biblia: el “viejo hombre”, cuya sustancia maligna es la “carne”, la cual contiene el
8. 5
“pecado” que mora en ella (Romanos 6:6; 7:14). Siendo el mundo el ambiente
donde el “viejo hombre” vive y actúa. Por eso, este hombre es terrenal (mundano),
carnal y mortal (Juan 3:6; 1 Corintios 15:47-48).
La familia de Adán terrenal
Para ser miembro de una familia debemos nacer en ella. Por eso, por el nacimiento
natural o biológico, fuimos hijos del Adán terrenal y, por lo tanto, miembros de su
familia (1 Corintios 15:48). Como hijos de Adán heredamos su naturaleza caída (el
viejo hombre), por eso fuimos “formados en maldad y en pecado nos concibió
nuestra madre” (Salmo 51:5).
Ahora bien, tanto Adán como su familia (sus hijos) por ser pecadores están
destituidos de la gloria de Dios. Es por eso que Adán fue expulsado del Edén (como
Satanás fue expulsado del cielo); y los hijos del hombre nacieron fuera del huerto de
Dios (Romanos 3:23; Génesis 3:24; Ezequiel 28:16). Por esta razón, los miembros
de esta familia no tienen nada de bueno, pues el “viejo hombre” en sus
pensamientos, sentimientos y su obrar, está inclinado al mal (Isaías 64:6).
Es así como del primer hombre tenemos como fruto de su desobediencia el pecado;
y por el pecado la muerta; y todo esto afecto a su descendencia (Romanos 5:12-19).
Por eso, todo hijo de Adán está muerto en sus delitos y pecados. Anda en la vanidad
de su mente, pues tiene entenebrecido el entendimiento, ajeno a la vida de Dios por
su ignorancia y por la dureza de su corazón. Por eso, perdió toda sensibilidad y se
entregó a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza (Efesios 2:1;
4:17-19).
El camino de Caín
De los hijos de Adán, su primogénito Caín manifestó todas las características del
viejo hombre. Al principio, trajo una ofrenda a Dios de los productos de la tierra, la
cual Dios había maldecido antes; una ofrenda carente de víctima y de sangre
expiatoria. Además, Caín no tenía fe, al contrario de su hermano Abel (Génesis
3:17; 4:3; Hebreos 9:22; 11:4). Cuando Caín sintió el rechazo de Dios por esto, se
ofendió contra su hermano y con soberbia lo asesinó (Génesis 4:5-8)
9. 6
Después de recibir el justo juicio y la misericordia de Dios, Caín salió como errante
para habitar en la tierra de Nod (Errante). Ahí, edificó una ciudad, dando a entender
que esta tierra (o el mundo) sería su lugar permanente de habitación. Contrario a
los siervos de Dios que somos extranjeros y peregrinos en esta tierra, anhelando la
ciudad celestial (Génesis 4:9-17; Hebreos 11:10,11, 13; 1 Pedro 2:11).
Asimismo, la descendencia de Caín siguió su camino y dio inicio a la civilización
(o cultura) mundana (y apartada de Dios) que ha existido desde entonces hasta la
actualidad (Judas 11). Con Lamec apareció en el mundo la poligamia, un desvió de
lo moral. Con Jabal, aparecieron los comerciantes (moran en tiendas y crían
ganado). Con Jubal, se inventaron los instrumentos musicales, que ellos utilizaron
para la diversión mundana. Y con Tubal, se inventaron los artífices de bronce y de
hierro, que es la tecnología de este mundo. Todos estos elementos en sí no son
malos (a excepción de la poligamia); lo malo de esto es el uso pecaminoso de ellos
por parte de la civilización mundana sin Dios (Génesis 4: 18-24).
La generación de víboras
En su juicio a la serpiente, Dios profetizó que pondría enemistad entre la simiente
de la mujer y la simiente de la serpiente. La palabra heb. zará (simiente) también
significa “descendencia” (Génesis 3:15). Ahora bien, la descendencia de la
serpiente se refiere a todos los seres humanos no regenerados (hombres naturales),
hijos (por su naturaleza pecaminosa) del diablo. Por eso son la “generación (o raza)
de víboras” (Juan 8:44; Lucas 3:7).
Al desobedecer Adán a Dios, el diablo lo esclavizo por medio del pecado, por eso,
los reinos de este mundo ahora le pertenecen (Romanos 6:16; Lucas 4:5-6). Por
esta razón, el diablo es el “príncipe” de este mundo (Juan 12:31; 1 Juan 5:19). Y en
el ámbito religioso mundano, el diablo es el “dios” de este siglo (2 Corintios 4:4).
El diablo, como príncipe de la potestad del aire, opera en los hijos de desobediencia
(la humanidad caída), los cuales viven en los deseos de la carne (la vieja
naturaleza), haciendo la voluntad de ella y de los pensamientos. Por eso, son por
naturaleza hijos de ira ante Dios (Efesios 2:2-3).
10. 7
Lección 2.
ORIGEN DEL NUEVO HOMBRE
Nuestra vida anterior
Antes de nuestra conversión y haber nacido de nuevo, la vida anterior de perdición
se caracterizaba por cuatro aspectos distintos que hay que tener en cuenta para
comprender la contraposición de nuestra vida actual en Cristo. Primero,
pertenecíamos a la familia de Adán terrenal por nuestro nacimiento biológico,
descendiendo del primer hombre según la carne (1 Corintios 15:47-48).
Segundo, el miembro de la familia de Adán al heredar su naturaleza caída, es
llamado en la Biblia el “hombre natural”, teniendo al “viejo hombre” como la
esencia de su naturaleza, denominada también la “carne” o el “pecado” (Efesios
4:22). Tercero, el hombre natural al ser esclavo del pecado, hace los deseos del
diablo, quien es su “padre” espiritual. Por eso, hace parte de la descendencia de la
serpiente, perteneciendo a la generación de víboras (Juan 8:44; Génesis 3:15;
Lucas 3:7).
Y cuarto, el dominio del diablo y el medio ambiente donde mora y actúa el hombre
natural es el mundo (Juan 12:31; 1 Juan 2:15-17). Este mundo ha seguido el
camino de Caín (Judas 11); el cual es un “sistema” u orden, caracterizado por ser
una civilización humana alejada de Dios, centrada en la inmoralidad, el
materialismo, la diversión mala y el mal uso de la tecnología, como lo hicieron los
descendientes de Caín (Génesis 4:16-24).
11. 8
Cristo y el viejo hombre
Ante esto, el único que podía librarnos de la condenación eterna es el Señor
Jesucristo. Por eso vino al mundo como nuestro sustituto. Para lo cual tomó la
naturaleza humana, pero sin pecado, pues al no haber sido engendrado por varón,
no heredó de Adán el “viejo hombre” (Hebreos 2:14; 4:15). Sin embargo, sobre él
Dios descargó el castigo por nuestra maldad, pues por nosotros “lo hizo pecado” (2
Corintios 5:21).
Ahora bien, la obra de redención del Señor Jesús, consta de: la crucifixión,
derramamiento de su sangre, su muerte y su sepultura; culminando esto con la
victoria de la resurrección. Y en cada uno de estos hechos logró un beneficio para
nosotros. Con su crucifixión, muerte y sepultura, condenó al pecado en la carne, es
decir, le dio muerte judicial al viejo hombre. Por eso, para Dios nuestro viejo
hombre está crucificado, muerto y sepultado. Siendo por eso ahora el “cuerpo de
muerte” (Romanos 6:3-8; 7:24; 8:3).
Con el derramamiento de su sangre, Cristo perdonó nuestros pecados. De esta
manera, el problema del pecado (la raíz) y de los pecados (los frutos de éste), en su
sacrificio quedó solucionado (Hebreos 9:26; Efesios 1:7). Y, por último, con su
gloriosa resurrección nos hizo “renacer para una esperanza viva”, lo que significa
que ha implantado en nosotros una nueva naturaleza, el nuevo hombre, que
pertenece a la nueva creación (1 Pedro 1:3; Colosenses 3:10).
Nuestras dos naturalezas
Puesto que el “viejo hombre” está totalmente corrompido, Dios no trató de
mejorarlo, sino que lo destinó a la muerte (Jeremías 13:23-24). Por eso, en los
cristianos Dios ha implantado una nueva naturaleza (el “nuevo hombre”), con el
cual Él tiene contacto y se relaciona; pues el “viejo hombre” para Dios está muerto
(Romanos 6:11-12; 8:15-16).
Ahora bien, por la resurrección de Jesucristo se inauguró la nueva creación; y por el
nuevo nacimiento, los cristianos tenemos ahora la nueva naturaleza, generada por
Cristo, pues él como el postrer Adán (o el “segundo hombre”), generó la nueva
descendencia que pertenece a Dios (Romanos 6:5; 1 Corintios 15:47-48; 2
Corintios 5:17). La nueva naturaleza es el nuevo hombre (u “hombre interior”), el
cual comprende nuestro espíritu vivificado y nuestra alma salva (Romanos 8:10;
Santiago 1:21)
12. 9
Claro está que, el “viejo hombre” continúa morando en nuestra “carne”, la cual
contiene el “pecado”. Por eso éste es el “hombre exterior” (Romanos 7:14, 18; 2
Corintios 4:16). Ahora bien, nuestro cuerpo es de carne y esta corrompido, por lo
que cada día se va desgastando (el cual será transformado en la gloria de Cristo).
Pero, cuando la Biblia habla de “carne” refiriéndose a la esencia maligna del ser
humano, lo hace porque ésta se encuentra en esa parte de nuestro ser (Romanos
7:18-24).
La familia de Dios
Cuando éramos inconversos –como ya miramos-, por nuestro nacimiento biológico
hicimos parte de la familia de Adán, la cual pertenece a la vieja creación. Por eso,
los cristianos al ser “plantados” (gr. symfitoi: injertados) junto con Cristo en su
muerte (para matar al viejo hombre) y en su resurrección (para obtener el nuevo
hombre), ahora hacemos parte de la nueva creación (Romanos 6:5; Gálatas 2:20).
Pero lo que nos desligó de la vieja creación y de la naturaleza adámica, fue la
circuncisión de Cristo (Filipenses 3:3). Se trata del proceso espiritual que hizo el
Señor al “echar” (despojar) de nosotros el “cuerpo carnal pecaminoso” (Colosenses
2:11). Esto ocurrió cuando el cuerpo de pecado fue “destruido” (gr. katargethê:
anulado), es decir, el poder de acción del viejo hombre fue anulado por el poder del
sacrificio de Cristo (Romanos 6:6)
De ahora en adelante, los cristianos pertenecemos a la familia de Dios (Efesios
2:19). Dios es nuestro Padre, y Cristo nos considera como sus hermanos, pues
somos sus coherederos (2 Corintios 6:18; Hebreos 2:11-13). Además, somos “linaje
escogido” (gr. gênos eklektôn), real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por
Dios, para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó (Cristo) de las tinieblas a su
luz admirable (1Pedro 2:9).
De esta manera, en contraste con nuestra vida anterior, ahora somos miembros de la
familia de Dios, nuestra naturaleza es el nuevo hombre, somos linaje escogido
(generación de Dios) y la dimensión en la cual estamos es celestial, pues ya no
pertenecemos a este mundo (Efesios 2:6; Filipenses 3:20).
13. 10
Lección 3.
EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL
La lucha del cristiano
La vida del cristiano es una lucha constante hasta que termine su carrera aquí en la
tierra (1 Timoteo 6:12; 2 Timoteo 4:7). La lucha (o el combate) del cristiano tiene
dos frentes: uno externo y otro interno. El externo proviene del ataque de tres
antagonistas principales: primero, las huestes espirituales de maldad (Satanás y los
demonios), encargados de tentarnos para cometer el mal y también estorban la obra
de Dios aquí en la tierra (Efesios 6:12; 1 Corintios 10:13; 1 Tesalonicenses 3:5;
Gálatas 5:7; 1 Tesalonicenses 2:18).
El segundo antagonista externo es el mundo, o sea, las personas mundanas quienes
aborrecen a los verdaderos cristianos, los persiguen e incluso hasta asesinan a los
siervos de Dios (Juan 15:18-19; 16:1-4). Dentro de este grupo están los “falsos
hermanos” que el enemigo infiltra en las iglesias para sembrar confusión (Gálatas
2:4-5; 2 Timoteo 4:14). Y tercero, son los creyentes carnales, los cuales, con sus
celos, contiendas y disensiones, se oponen a sus hermanos en la fe; e incluso se
enfrentan a sus pastores, pues no se sujetan a ellos (1 Corintios 3:3; Hebreos
13:17).
Por otra parte, el frente interno de lucha se lleva a cabo dentro de nuestro ser. La
lucha es entre la carne y el Espíritu. Aunque nuestro viejo hombre está judicial
mente “muerto”, mora todavía en nuestra carne. Y si el cristiano le da oportunidad
para que obre, hará el mal (Romanos 7:14-20). Debemos aclarar que esta lucha no
es entre el nuevo hombre contra el viejo hombre, pues nuestro “hombre interior” no
tiene poder propio, sino que nuestro poder proviene del Espíritu Santo (Hechos
14. 11
1:8). Por eso, la lucha es de la carne contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne
(Gálatas 5:17).
Los “niños” en Cristo
Los creyentes nuevos o recién convertidos, son “niños” en Cristo. Y como “niños”
necesitan ser cuidados por sus pastores y hermanos en la fe; y alimentarse con la
“leche espiritual no adulterada” (Hechos 20:28; 1 Pedro 2:2). Esta “leche” es la
doctrina básica del cristianismo (salvación y discipulado); el resto de la doctrina (la
“vianda” o alimento solido) es la enseñanza complementaria y más profunda de la
Biblia, la cual la recibirá el cristiano a medida que vaya creciendo espiritualmente
(1 Corintios 3:1-2; Hebreos 5:13-14).
El crecimiento cristiano se centra en “crecer en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Cosas que el enemigo tratará de estorbar (2
Pedro 3:18; Gálatas 3:1; 5:7). Para lograr este crecimiento, la palabra de Cristo
debe morar abundantemente en nosotros, orando sin cesar y contando con la ayuda
del Espíritu Santo, quien nos lo suministra el Señor (Colosenses 3:16; 1
Tesalonicenses 5:17; Gálatas 3:5).
Si el nuevo creyente tiene la disposición de crecer, llegará a ser un cristiano
espiritual. Sin embargo, si vanamente se hincha por su propia mente carnal y no se
“agarra” (gr. kratôn) de la Cabeza (Cristo), no crecerá espiritualmente y será un
cristiano carnal (1 Corintios 2:15; Colosenses 2:18-19).
El cristiano carnal
El cristiano “carnal” (gr. sarkikoî) es aquel creyente que no ha crecido
espiritualmente, por lo que es inmaduro en cuanto a su vida cristiana. Una razón
por la cual no ha crecido puede ser la falta de un buen cuidado pastoral, pues
algunos ministros solo les interesa el dinero de las ovejas (Ezequiel 34:1-6). Otra
razón puede ser la falta de interés del creyente por aprender la doctrina bíblica,
pues, aunque asista a una buena congregación, la culpa es personal (Hebreos 5:11-
12).
Al no estar fundamentado sobre la Roca (Cristo), su vida como cristiano será
desastrosa (Mateo 7:26-27). Ya que, al no obedecer al Señor, reina el pecado en su
cuerpo mortal, obedeciéndolo en sus concupiscencias (Romanos 6:12-13). El
15. 12
cristiano carnal, por lo tanto, piensa en las obras de la carne, se ocupa de la carne y
vive según la carne (Romanos 8:5-8). Además, le atrae las cosas del mundo y busca
la gloria de los hombres (1 Juan 2:15; 2 Timoteo 4:10; Juan 5:41). Por eso, los
cristianos carnales andan (o se comportan) como los hombres inconversos (1
Corintios 3:3).
Esta clase de cristiano, con su vida de desobediencia no agrada a Dios, por eso
estará bajo su disciplina, pues al ser su Padre lo ama y quiere que cambie de vida
(Romanos 8:8; Hebreos 12:5-10). Además de su vida personal afectada por su
carnalidad, afecta la vida de sus hermanos (por sus conflictos con ellos) y dará mal
testimonio a los de afuera (Gálatas 5:13-15; 1 Timoteo 3:7). De esta manera, al
sembrar para su carne, cosechara corrupción (Gálatas 6:7-8). Debemos aclarar que
los cristianos carnales (como los corintios), pueden recibir del Señor los dones
espirituales para hacer milagros y evangelizar. Pero esto no les asegura que sean
creyentes fieles. Lo que primero demuestra que un cristiano es espiritual, es la
manifestación en su vida del fruto del Espíritu Santo y ser guiado por él (1
Corintios 1:5-7; 3:1; Gálatas 5:22-25).
La carne contra el Espíritu
Como hemos mirado, dentro de nuestro ser hay un combate de la carne contra el
Espíritu y viceversa. Aunque el viejo hombre esté judicialmente muerto, todavía
está en nuestra carne, y en ella está el pecado (Gálatas 5:17; Romanos 6:12). Y la
carne actúa en base a la “ley del pecado y de la muerte”, la cual incita a nuestros
miembros a ser presentados al pecado como instrumentos de maldad (Romanos
6:13; 8:2).
De esta manera, en los cristianos hay una contradicción, pues, mientras que en
nuestro hombre interior nos deleitamos en la ley de Dios, vemos que la carne nos
lleva a hacer lo que no queremos o lo que rechazamos con nuestra mente. De allí
que, con la mente servimos a la ley de Dios, mas con nuestra carne a la ley del
pecado (Romanos 7:14-25).
Sin embargo, el Espíritu Santo se opone a los deseos de la carne; y por la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús, hemos sido librados de la ley del pecado y de la
muerte (Romanos 8:2). Lo que tenemos que hacer ahora es “considerarnos”
(gr.logízesthe= hacer de cuenta) muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús. Esto significa que debemos creer que nuestro viejo hombre está muerto y
16. 13
que ahora lo que vivimos en la carne, lo hacemos en la fe del Hijo de Dios
(Romanos 6:11; Gálatas 2:20).
El cristiano espiritual
El cristiano “espiritual” (gr.pneumatikós), es la persona que escucha y obedece al
Señor, por lo cual su vida está firme, sobre la Roca (Mateo 7:24-25). Puesto que
quiere hacer la voluntad de Dios, conoce la doctrina de Él (Juan 7:17).
Nutriéndose, por lo tanto, del alimento sólido, alcanzando de esta manera la
madurez (Hebreos 5:14). Para llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo (Efesios 4:13).
El cristiano espiritual piensa en las cosas del Espíritu, se ocupa en ellas y vive
según el Espíritu (Romanos 8:5-9). De esta manera, anda en el Espíritu y no
satisface los deseos de la carne (Gálatas 5:16). Pues, por el Espíritu aprendió a
hacer morir las obras de la carne, ya que, al ser guiado (gr. ágontai= conducido o
piloteado) por el Espíritu, él le enseña todas las cosas y lo guía a toda la verdad
(Romanos 8:14; Juan 14:26; 16:13). Y una persona llena del Espíritu Santo
glorifica a Cristo y tiene el poder para testificar del Señor (Juan 16:14; Hechos
1:8).
Asimismo, el cristiano espiritual se ha despojado del viejo hombre, se ha
renovado en el espíritu de su mente y se ha vestido del nuevo hombre (Efesios
4:22-24; Colosenses 3:9-11). Pues, los que somos de Cristo hemos crucificado la
carne con sus pasiones y deseos. Y lo hacemos porque vivimos por el Espíritu; y
andamos también por él (Gálatas 5:24-25). Debemos conocer también que cuando
un cristiano peca, es el viejo hombre quien lo hace, ya que el nuevo hombre no
peca, pues ha nacido de Dios (Romanos 7:20; 1 Juan 3:9). Esto no significa que
perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde; porque los que hemos
muerto al pecado no viviremos en él (Romanos 6:1-2).
18. 15
Lección 1.
LA COMUNION CON DIOS
La comunión cristiana
La palabra “comunión” es en gr. koinonía, la cual describe “lo común” que tienen
un grupo de personas, ya sea en sus relaciones afectivas o de intereses, así como
también compartir sus bienes materiales (Hechos 4:32). La comunión cristiana es
generada por el Espíritu Santo quien mora en nosotros. Por eso, es la comunión del
Espíritu Santo. Se trata de una comunión de dependencia (pues dependemos de su
guía), la cual le pertenece a él (2 Corintios 13:14; Filipenses 2:1-2).
Al tener la comunión del Espíritu Santo, podemos entonces tener comunión con el
Padre y con su Hijo Jesucristo. Esta comunión es interpersonal, de las Personas
divinas (el Padre y el Hijo) con nosotros los cristianos (1 Juan 1:3; 1 Corintios 1:9).
Teniendo nosotros la comunión divina, tendremos también la comunión entre
cristianos, la cual expresamos en la Cena del Señor; compartiendo además los
mismos intereses espirituales y hasta los bienes materiales (1 Corintios 10:16;
Hechos 2:44-45). Esta debe ser la aspiración de todos los creyentes (1 Corintios
1:10).
19. 16
Comunión con el Padre y con el Hijo
Cuando nosotros decimos que tenemos comunión entre los hermanos, significa que
tenemos unas excelentes relaciones interpersonales (por lo común que
compartimos) entre nosotros (Romanos 12:9-10). Lo mismo podemos decir de
nuestra comunión con Dios. Se trata de tener una excelente relación interpersonal
con el Padre y con el Hijo (generada por el Espíritu Santo), basada en la obediencia
a los mandamientos divinos, con la cual obtenemos su aprobación (Juan 14:21, 23;
1 Juan 5:1-2).
De esta manera, siendo Dios luz, en Él no hay ningunas tinieblas (maldad o
pecado). Por eso, si nosotros también andamos en luz (verdad y santidad),
tendremos comunión con el Padre y con el Hijo, así como también comunión entre
los cristianos (1 Juan 1:3-7). De allí que, los cristianos no debemos tener comunión
con los inconversos ni con los idólatras de este mundo, los cuales aborrecen la luz y
aman las tinieblas (Juan 3:19-21; 2 Corintios 6:14-18).
Ahora bien, nuestra comunión con Dios se ve afectada por la desobediencia a sus
mandamientos y por los pecados. Cuando un creyente hace esto, contrista al Espíritu
Santo que mora en él y ofende a Dios (Efesios 4:30; Hechos 24:16).
La obra divina a nuestro favor
Debemos conocer que la paternidad de Dios nos ha dado la posición (en Cristo) de
ser sus hijos. Esto no cambiará jamás, pues hemos sido engendrados por Él (Juan
1:12-13). Sin embargo, nuestra comunión con Dios si es condicional, ya que, si
andamos en obediencia (o en luz) tendremos comunión con Él; en cambio, si lo
ofendemos pecando, esta comunión se ve afectada, entrando entonces
(inevitablemente) la disciplina paternal divina, que obra para nuestro bien (1
Corintios 11:32; Hebreos 12: 5-11; Apocalipsis 3:19).
Para que el cristiano no le dé lugar a la carne, cuenta con la ayuda del Espíritu
Santo, quien con sus deseos divinos se opone a los de la carne; de esta manera no
haremos lo que queremos (Gálatas 5:16-17). Si una persona es hija de Dios, es
guiada por el Espíritu Santo (Romanos 8:14). Y el Espíritu nos lleva a que nos
examinemos a nosotros mismos para juzgar el pecado cometido, luego confesarlo a
Dios, pedirle perdón y apartarnos de él. Incluso, de pecados ocultos o que se
20. 17
cometan por ignorancia o por “yerro” (Levítico 5:18; Salmos 19:12; 139:23-24; 1
Corintios 11:31; 1 Juan 1:7, 9; Proverbios 28:13).
El propósito de la disciplina paternal de Dios con nosotros sus hijos es preventiva
y correctiva. Como preventiva, nuestro Padre celestial permite que suframos
pruebas con el fin de madurar nuestra fe y que, confiando plenamente en El,
salgamos victoriosos ante la tentación (1 Pedro 5:6-11). En cambio, la disciplina
correctiva es con el fin de castigar al cristiano que persevera en algún pecado, para
no condenarlo con el mundo (1 Corintios 11:30-32). De allí la importancia de
examinarnos, confesar ese pecado y apartarnos de él para alcanzar misericordia
(Proverbios 28:13).
En cuanto a la tentación y al pecado, ningún cristiano puede afirmar que fue
tentado de tal manera que no pudo resistir la tentación. Esto es ignorar o
contradecir las Escrituras. Pues según ellas, contamos con la ayuda de Dios Padre
quien nos libra de ceder a la tentación (Mateo 6:13; 1 Corintios 10:13). El Señor
Jesucristo, por su parte, presenta defensa a nuestro favor (como Abogado) e
intercede como nuestro mediador ante Dios, pues, es nuestro Sumo Sacerdote (1
Juan 2:1; Hebreos 4:15; 7:25; Lucas 22:31-32). Y el Espíritu Santo, nos da el poder
para hacer morir las obras de la carne (Romanos 8:13).
Claro está que, de nuestra parte debemos abstenernos de los deseos carnales que
batallan contra el alma (1 Pedro 2:11); los jóvenes deben huir de las pasiones
juveniles (2 Timoteo 2:22); todos debemos huir de la fornicación (1 Corintios
6:18); y no debemos amar el mundo y sus deseos (1 Juan 2:15-16).
Por lo tanto, el cristiano debe asumir su responsabilidad, la cual también incluye no
satisfacer los deseos de la carne, no pensar en las cosas de la carne, no ocuparse en
ellas, ni vivir según la carne. Pensará en las cosas del Espíritu, se ocupará en ellas y
vivirá según el Espíritu. Solo entonces tendrá una vida espiritual victoriosa y una
buena comunión con Dios (Gálatas 5:16; Romanos 8:5-9; Filipenses 2:15).
21. 18
Lección 2.
LA ORACION
Significado y origen de la oración
La palabra española oración, proviene del latín orare, que significa: “hablarle a
alguien”. Con esta palabra, los cristianos nos referimos a hablarle a Dios (Mateo
21:22). En los idiomas originales de la Biblia, se utilizan muchos términos para
referirse a la oración a Dios, pero los más utilizados son: heb. tefilá (intercesión); y
gr. proseújkomai (oración).
En la Biblia se describen oraciones dirigidas al Dios Verdadero; pero también
aparecen oraciones a ídolos o dioses falsos, hechas por paganos (1 Reyes 8:54; 18:
26). Por lo regular, la oración es la expresión verbal que se dirige a Dios; pero en
ocasiones Dios también habla con sus siervos (Éxodo 33:11). Pero, no todo diálogo
con Dios es oración, como en el caso del soberbio Caín (Génesis 4:6-15). La
oración verdadera a Dios debe ser hecha con humildad, respeto y confianza a Él; lo
contrario es una oración falsa, donde predomina el orgullo y la religiosidad (Lucas
18:9-14).
En un comienzo, la comunicación de Dios con Adán y su mujer era directa y
personal. Sin embargo, el pecado hizo que Jehová ocultara su rostro de los seres
humanos (Génesis 1:28; Isaías 59:2). Y, mientras que Caín y su descendencia
22. 19
iniciaron la civilización humana sin Dios, el otro hijo de Adán, Set, llamó el
nombre de su hijo Enosh (Mortal). Con esto reconocía el estado de muerte (a causa
del pecado) que la humanidad había caído. Por eso, después de este
reconocimiento, los seres humanos comenzaron a invocar el nombre de Jehová.
Fue así como tuvo su origen la oración en la tierra (Génesis 4:25-26).
Personajes bíblicos y la oración
A través de la Biblia, los siervos de Dios de todos los tiempos se destacaron por su
vida de oración. Entre ellos podemos mencionar a: Noé, Abraham, Isaac y Jacob,
los cuales construyeron altares e invocaron el nombre de Jehová (Génesis 8:20;
12:8). Asimismo, Moisés fue un gran hombre de oración (Números 7:89).
Otros ejemplos sobresalientes de personas de oración fueron: Ana, Elías y Daniel (1
Samuel 1:12; 1 Reyes 18:36-37; Daniel 6:10). En el Nuevo Testamento, cabe
mencionar a Simeón y la profetiza Ana (Lucas 2:25-38). Y tenemos también la
hermosa oración de María, la madre del Señor Jesús (Lucas 1:46-55).
Pero, el ejemplo sobresaliente de oración es el Señor Jesucristo, quien en su vida
terrenal pasaba noches enteras orando a Dios su Padre (Lucas 6:12; Hebreos 5:7-
10). Siguiendo este ejemplo, los discípulos del Señor, y en especial los apóstoles,
mostraron ser fervientes en la oración (Hechos 1:14; 2:42; 4:24-31). El apóstol
Pablo recomendaba que oraran por él, así como lo hacía por sus consiervos
(Romanos 15:30; Colosenses 1:3).
A quién debemos orar
En el Antiguo Testamento, las oraciones de los siervos de Dios estaban dirigidas a
Jehová, el Dios Verdadero (Salmo 39:12). Y en el Nuevo Testamento, el Señor
Jesús nos enseña que podemos orarle a Dios el Padre en su nombre; así como
también podemos orarle a Cristo en su nombre (Juan 14:13-14). Por eso,
encontramos oraciones dirigidas a Dios el Padre; y la oración de Esteban dirigida al
Señor Jesús (Efesios 3:14; Hechos 7:59).
23. 20
En cuanto a las oraciones al Espíritu Santo, muchos cristianos lo hacen, pues él es
Dios y por experiencia propia le oran y obtienen resultados. La verdad es que la
acción del Espíritu Santo en la oración es muy importante, pues las oraciones de los
cristianos deben ser hechas en el Espíritu Santo (Efesios 6:18; Judas 20). Siendo el
Espíritu quien nos ayuda en la oración, presentándole a Dios lo que conviene, e
intercediendo por nosotros (Romanos 8:26-27).
Ahora bien, al orar debemos acercarnos ante el trono de la gracia, el cual es el
trono divino donde están sentados Dios el Padre y el Cordero, quien es el Señor
Jesucristo (Hebreos 4:16; Apocalipsis 5:13; 22:1). Claro está que, para entrar a la
presencia del Padre, lo hacemos por medio del Espíritu de Dios (Efesios 2:18).
Oraciones ejemplares en la Biblia
Plegaria de un pecador: en el Salmo 51, David expresa su petición de misericordia,
reconociendo su pecado, pidiendo limpieza de él, ser restaurado, y compromiso de
testimonio y de conversión.
Petición de un milagro: la oración de fe de Ana, pidiéndole a Dios que le concediera
un hijo. Angustiada llega ante Jehová expresándole su necesidad. Luego, confiando
que ha sido escuchada, sale adorarle. Y una vez concedida su petición (o su
milagro), le cumple a Dios lo prometido (1 Samuel 1).
Petición ante la prueba: oración del rey Ezequías a Jehová, pidiéndole su protección
y exponiéndole ante su presencia las cartas de amenaza enviadas por su enemigo (2
Reyes 19:1-20).
Oraciones de intercesión: son dignas de mención las oraciones de Moisés por el
pueblo rebelde de Israel (Éxodo 32:11-14). Así como también, la oración del Señor
Jesús por sus discípulos al Padre (Juan 17).
Y la Oración Modelo: el Padre Nuestro, enseñada por el Señor Jesús, donde nos
muestra siete pasos en la oración: invocación del Padre; reconocer la santidad de su
nombre; deseo que venga su Reino; sometimiento a su voluntad; petición por
nuestras necesidades cotidianas; petición por el perdón de nuestros pecados; y,
victoria ante la prueba (Mateo 6:9-13).
24. 21
Quienes y como debemos orar
Quienes deben orar: Jehová, el Dios Verdadero y Padre de los cristianos, escucha la
oración de toda clase de personas y de todas las razas (Salmo 65:2). De allí que,
todos los cristianos (varones, mujeres y niños) pueden orar (Hechos 21:5).
El tiempo: debemos orar siempre (Lucas 18:1); en todo tiempo (Efesios 6:18); de
noche y de día (1 Tesalonicenses 3:10); orando sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17).
El lugar: podemos orar en el templo (Lucas 1:8-10); en nuestras habitaciones
(Daniel 6:10); y en todo lugar (1 Timoteo 2:8).
La forma de orar: más importante que la postura de nuestro cuerpo es la actitud de
nuestro espíritu y de nuestra mente para concentrarnos en Dios, sin pensar en otras
cosas (1 Corintios 14:15). Sin embargo, podemos orar de pie (Mateo 6:5);
arrodillados (Hechos 21:5); con las manos extendidas o levantadas (Nehemías 8:6);
estando acostado (Salmo 6:6); en silencio (1 Samuel 1:13); o, en voz alta (Hechos
4:23-31).
Componentes de la oración
Acción de gracias: por todo lo recibido de parte de Dios (Filipenses 4:6;
Colosenses 4:2).
Adoración y alabanza: consiste en postrarnos ante su Majestad, reconociéndole la
gloria, la honra y el poder a Dios, por sus obras maravillosas (Apocalipsis 4:10-11).
Confesión: de nuestros pecados y faltas (Nehemías 1:4-11; 1 Juan 1:9).
Petición: por nuestras necesidades físicas, materiales o espirituales (Mateo 6:8; 7:7-
8; Filipenses 4:6; Santiago 1:5).
Intercesión: orar los unos por los otros (Santiago 5:14-16); por nuestros enemigos
(Mateo 5:44); por nuestros gobernantes (1 Timoteo 2:1-3); por la salvación de las
personas (Mateo 9:36-38); por todos los santos (Efesios 6:18); y por el
establecimiento del Reino de Dios (Mateo 6:10).
25. 22
Formas incorrectas de orar
La persona que practica el pecado, debe saber que Dios está lejos de los impíos,
siendo su oración abominación a Él (Proverbios 15:29; 28:9; Salmo 109:7). Cuando
se está en el pecado, no hay respuesta de Dios (1 Samuel 28:6). Solo la oración de
un pecador que Dios escucha es la petición de perdón por sus pecados, después que
la persona se arrepiente genuinamente (Isaías 1:15-20).
No se debe orar a ídolos o dioses falsos de las religiones del mundo, puesto que
carecen de poder y esto es abominación a Dios (Isaías 45:20; 46:7). Tampoco se
debe pedir la intercesión de los ángeles, de los santos fallecidos o de María, pues
solo Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres (Colosenses 2:18; 1
Timoteo 2:5; Juan 14:6; Hebreos 7:25).
Las oraciones en público para demostrar piedad religiosa, también son condenadas
por el Señor (Mateo 6:5; 23:14). Asimismo, las oraciones repetidas (rezadas) y con
muchas palabras, tampoco serán escuchadas por Dios (Mateo 6:7-8). De igual
manera, solo acordarnos de Dios en momentos de necesidad, es una ofensa contra
Él (Isaías 1:15; Miqueas 3:4).
Muchas actitudes erróneas y pecaminosas obstaculizan nuestras oraciones a Dios: el
no perdonar las ofensas de nuestros semejantes (Mateo 6:14); problemas entre
esposos, estorban la oración (1 Pedro 3:7). Y también, los varones que oran con la
cabeza cubierta, afrentan a su Cabeza, quien es Cristo; y las mujeres que oran con la
cabeza descubierta, afrentan a su cabeza, quien es el varón (1 Corintios 11:2-16).
La oración efectiva
Para que nuestra oración sea efectiva, debemos tener en cuenta que Dios escucha el
deseo de los humildes (Salmo 10:17); se goza en la oración de los rectos
(Proverbios 15:8); si hacemos lo agradable ante Él, nos escuchará (1 Juan 3:22).
Puesto que la oración del justo puede mucho (Santiago 5:16); debemos levantar
manos limpias, sin ira ni contiendas (1 Timoteo 2:8). De esta manera, los ojos del
Señor estarán sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones (1 Pedro 3:11-12).
26. 23
Debemos pedir conforme a su voluntad, de esta manera Dios nos escuchará (1 Juan
5:14). Porque, toda buena dadiva y don perfecto proceden del Padre (Santiago
1:17). Por eso, no debemos pedir mal, para gastar en nuestros deleites o placeres
(Santiago 4:3). Sometiendo nuestra voluntad a Dios, así no obtengamos lo deseado
(Mateo 26:39, 42, 44; 2 Corintios 12:7-9).
Debemos orar con fe, pues sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6); y
seremos como las olas del mar (Santiago 1:6-7). El Señor nos puede aumentar la fe
(Lucas 17:5). De esta manera, sabemos que Él nos escucha y que nos concede lo
pedido (1 Juan 5:15). Por lo tanto, todo lo que pedimos en oración, creyendo que lo
recibiremos, nos vendrá (Marcos 11:24).
Para esto necesitamos ser perseverantes en la oración (Génesis 32:22-31; Lucas
11:5-11; 18:1-7; Hechos 12:5). Por eso, el mandamiento apostólico es tener esta
actitud (Romanos 12:12; Colosenses 4:2). Además, debemos ser fervientes al orar
(Lucas 22:44; Santiago 5:17). Y orar, puestos de acuerdo con nuestros hermanos en
Cristo, para obtener la respuesta de él (Mateo 18:19; 2 Corintios 1:11; Filipenses
1:19).
27. 24
Lección 3.
EL AYUNO
Significado y origen del ayuno
El ayuno (heb. tsom; gr.nesteía), es la abstención total o parcial de alimentos o de
bebidas, durante un tiempo determinado. Cuando una persona carece de alimentos,
es un ayuno involuntario, lo cual es padecer hambre (Mateo 15:32). Pero cuando
una persona no se alimenta por motivos espirituales, es un ayuno dedicado a Dios (2
Samuel 12:16). Claro está que, también hay ayunos mal intencionados, como el que
realizaron los que pretendieron asesinar al apóstol Pablo (Hechos 23:12).
El ayuno se menciona en la Biblia por primera vez cuando Moisés no comió ni
bebió durante cuarenta días, en la ocasión cuando escribió los diez mandamientos
sobre las tablas de piedra. Podemos ver entonces que, en el comienzo de la
dispensación de la ley, hubo un ayuno de cuarenta días (Éxodo 34:28).
Después, Jehová Dios ordenó a los israelitas “afligir sus almas” el día cuando se
celebraba la expiación, lo cual se entiende que es un mandato a celebrar un ayuno
en esta fecha, aunque no lo dice directamente el texto bíblico (Levítico 16:29;
Salmo 35:13).
28. 25
Israel y el ayuno
Como pueblo, Israel ayunó durante el combate fratricida contra la tribu de Benjamín
(Jueces 20:26). Luego, la Biblia registra que muchos hombres piadosos ayunaron y
oraron insistentemente; de igual manera, para humillarse en aflicción y
arrepentimiento, cuando habían pecado (Daniel 9:3; 1 Samuel 7:6).
Después de la cautividad babilónica, los israelitas establecieron cuatro ayunos
anuales (Zacarías 8:19). El primero era el ayuno del cuarto mes (Tamus, junio 9),
donde se recordaba la toma de Jerusalén (2 Reyes 25:2-4).
El segundo era el ayuno del quinto mes (Ab, agosto), recordaba la destrucción del
templo de Jerusalén (2 Reyes 25:8-9). El tercero era el ayuno del séptimo mes
(Tisri, octubre), que recordaba la muerte de Gedalías y la desolación completa de la
tierra (2 Reyes 25:22-26). Y el ayuno del décimo mes (Tebet, diciembre 5), que
posiblemente era recordando la caída de Jerusalén (Ezequiel 33:21).
Los cristianos y el ayuno
En el Nuevo Testamento, encontramos que siervos de Dios como la profetiza Ana,
Juan el Bautista y sus discípulos, practicaban el ayuno y la oración (Lucas 2:37;
Mateo 9:14). Asimismo, está el ayuno del Señor Jesús, que nos muestra que, en los
inicios de la dispensación de la gracia, también hubo un ayuno de cuarenta días
(Mateo 4:2). Cabe destacar que, en la transfiguración del Señor Jesús, junto a él
aparecen Moisés y Elías, tres personas que realizaron el ayuno de cuarenta días
(Éxodo 34:28; 1 Reyes 19:7-8; Mateo 17:1-9).
Claro que, cuando Cristo estuvo con sus discípulos, ellos no ayunaron; sin embargo,
el Señor dijo que después de su muerte, ellos lo harían (Mateo 9:15). No obstante,
para los cristianos el ayuno no debe ser algo impuesto (o, por obligación), sino que
debe brotar de nuestra alma redimida. Por eso, encontramos a los primeros
cristianos ayunar en ocasiones especiales, donde buscaban la dirección de Dios. Eso
sí, ellos lo hacían con oración, pues el ayuno indispensablemente debe ir
acompañado de ella (Hechos 13:3; 14:23).
29. 26
Ejemplos de ayunos registrados en la Biblia
El ayuno de un día, donde Saúl y sus hombres de guerra no comieron pan durante el
combate contra los filisteos. Un ayuno desacertado que no les trajo beneficio a los
israelitas (1 Samuel 14:24-30).
El ayuno de siete días, en los cuales David se abstiene de comer pan, humillado ante
Dios por su pecado (2 Samuel 12:16-23).
El ayuno de tres días, donde la reina Ester y sus compatriotas imploran la protección
divina ante el peligro inminente (Ester 4:16).
El ayuno de Daniel por tres semanas, donde no comió manjar delicado, ni carne, ni
vino; ni se ungió con ungüento, o sea, el perfume de ese tiempo (Daniel 10:2-3).
El ayuno de Esdras y los judíos que regresaban a su tierra, pidiéndole a Dios que los
protegiera de los peligros del viaje (Esdras 8:21-23).
El ayuno de los ninivitas, donde se arrepintieron de sus pecados y suplicaron el
perdón de Dios (Jonás 3:5-10; Mateo 12:41).
El propósito del ayuno
Los hebreos ayunaban a Dios cuando había luto o en momentos de dolor (2 Samuel
1:12; Nehemías 1:4). Por eso, el ayuno era considerado una forma de humillarse
ante Dios (Salmo 69:10).
Sin embargo, con el tiempo los israelitas convirtieron el ayuno en una práctica
religiosa y ritualista, sin valor ante Dios, pues buscaban su favor sin un cambio en
sus vidas pecaminosas (Isaías 58:1-7). De igual manera, los fariseos que ayunaban
dos veces por semana (según los rabinos, el lunes y el jueves), practicando el ayuno
como un mero acto religioso de vanagloria, para ser vistos por los hombres (Lucas
18:12).
Como lo indica Isaías 58:1-12, el verdadero ayuno no consiste en “afligir el alma”
hipócritamente, si no antes, abandonar las practicas pecaminosas y de injusticia de
nuestra vida. Por eso el Señor Jesús enseñó cómo debe ser el ayuno que agrada a
nuestro Padre celestial (Mateo 6:16-18).
En conclusión, los cristianos podemos ayunar de manera individual como colectiva,
con sinceridad, sin que sea una carga impuesta, y eso sí, acompañando el ayuno de
la oración. De allí que, el ayuno es importante para nosotros (Hechos 10:30-33).
30. 27
Lección 4.
LA ENSEÑANZA CRISTIANA
La enseñanza de Dios
Solo Dios es el Único que no necesita que le enseñen algo o aprender de alguien
(Romanos 11:33-34). El resto de los seres que existen (los cuales han sido creados
por Dios), necesitan aprender y que se les enseñe las cosas. Los ángeles, por
ejemplo, tienen mucha sabiduría, pero anhelan mirar (para conocer) cosas
relacionadas con Cristo (1 Pedro 1:12).
Asimismo, los seres humanos necesitamos que Dios nos enseñe sus estatutos y
decretos; y el buen camino por donde hemos de andar (Deuteronomio 4:5; 1 Reyes
8:36). Porque el hombre no es señor de su propio camino, ni es capaz de ordenar sus
pasos (Jeremías 10:23). Incluso, los animales han sido enseñados por Dios (Job
12:7-9).
Ahora bien, la sabiduría de Dios es infinita, pues Él todo lo sabe (Omnisapiente).
De allí que, tanto Dios el Padre, su Hijo y el Espíritu Santo, tienen esta sabiduría
infinita (Efesios 3:10; Colosenses 2:3; Isaías 40:13-14).
31. 28
La enseñanza para Israel
Dios les enseña a los seres humanos por medio de la obra de sus manos: la creación
(Salmo 19:1; Romanos 1:20). Pero, de manera especial, nos enseña por medio de las
Escrituras, las cuales han sido inspiradas por Él (Romanos 15:4; 2 Timoteo 3:16).
Por eso, Jehová Dios les enseñó a los israelitas su ley (Deuteronomio 4:36).
Después, encargó a los sacerdotes levitas enseñar sus mandamientos al pueblo
(Levítico 10:11). Y, a los padres de familia, les dio la responsabilidad de enseñar
sus mandamientos a sus hijos y a sus nietos (Deuteronomio 4:9).
Con el tiempo, ni los padres de familia ni los sacerdotes, cumplieron con esta labor
(Miqueas 3:11). Por eso, el pueblo de Israel fue destruido por falta de conocimiento
(Oseas 4:6). Sim embargo, Dios en su misericordia, y para evitar castigarlos, les
envió a sus profetas para instruirlos en el camino del bien y que se conviertan a Él.
Pero, los israelitas no los escucharon, antes, por el contrario, los persiguieron y
hasta asesinaron a varios de ellos (Mateo 5:12; 29:31).
La enseñanza de Jesús
En tiempos de Cristo, encontramos en Israel discípulos de Moisés, de los fariseos y
de Juan el Bautista (Juan 9:28; Mateo 9:14; 22:16). Pero, maestros como los
escribas y los fariseos, impusieron muchas cargas al pueblo, pues eran hipócritas
en su comportamiento y solo les interesaba “devorar” a los pobres (Mateo 23:1-
36). Por eso, la multitud del pueblo parecía un rebaño sin pastor (Marcos 6:34).
Sim embargo, Jehová Dios había profetizado que enviaría a su Hijo al mundo,
como Maestro a las naciones (Isaías 55:4). Por esta razón, el Señor Jesús dijo que
su doctrina (gr. didakjé = enseñanza) no era suya, sino de su Padre quien lo envió
(Juan 7:16). De allí que, su enseñanza era con “autoridad”, distinta a la de los
maestros de su época (Mateo 7:29; Juan 7:46).
Jesús fue reconocido como Rabí o Maestro (gr. didáskalos), teniendo, por lo tanto,
discípulos (Mateo 23:8). Y, no solo tuvo discípulos en ese tiempo, sino que, a
través de los siglos, los cristianos hemos sido sus discípulos (Marcos 4:34; Juan
17:20).
32. 29
Los discípulos de Cristo
Después de su resurrección, en Mateo 28:19-20, el Señor Jesús comisiona a sus
apóstoles hacer discípulos a todas las naciones. Lo que tienen que enseñarles a ellos
es la doctrina de Cristo, llamada también: la doctrina de los apóstoles (2 Juan 9;
Hechos 2:42).
Para ser un verdadero discípulo de Cristo, debemos cumplir ciertos requisitos, que
tienen un gran valor y requieren mucho esfuerzo de nuestra parte: aborrecer nuestra
propia vida y renunciar a todo, para amar al Señor y seguirlo sin distracciones
(Lucas 14:26, 33). Asimismo, debemos permanecer en su palabra (Juan 8:31-32). Y
en esto conocerán que somos sus discípulos, en que nos amamos los unos a los
otros (Juan 13:35).
Porque, si alguno viene en pos de Cristo, debe negarse así mismo, tomar su cruz y
seguirlo (Mateo 16:24; Juan 12:25). Debemos seguir sus pisadas, pues él nos ha
dado ejemplo (1 Pedro 2:21; Juan 13:15). De esta manera, seremos hacedores de la
palabra (Santiago 1:22). De allí que, si alguno mira atrás en el arado, no es digno
de él (Lucas 9:62; Juan 6:66).
En la actualidad, Cristo nos enseña por medio de su Espíritu Santo (Juan 14:26;
Lucas 12:12); así como también, por medio de maestros que él ha constituido para
la iglesia (Efesios 4:11). Nuestro deber como discípulos de Cristo es escuchar a los
maestros cristianos, cuando basados en la Palabra de Dios nos enseñan; y no
oponernos a ellos (2 Timoteo 4:14-15). Además, el que es enseñado en la palabra,
haga participe de toda cosa buena al que lo instruye (Gálatas 6:6).
Ahora bien, lo primero que el discípulo cristiano debe aprender es la instrucción
(gr. katekjésis) básica de las Santas Escrituras (Lucas 1:4). Se trata de aprender los
temas bíblicos concernientes a la vida cristiana (y al hogar como complemento),
con miras a ser preparado para su desempeño en la iglesia local (Hechos 2:47).
Gracias al Señor que en la actualidad hay buenos recursos (impresos y electrónicos)
para el discipulado cristiano, con un buen enfoque en la Palabra de Dios. Ente ellos
está este segundo módulo de la serie ESTUDIO BIBLICO MINISTERIAL, que
puede ser utilizado en esta área.
33. 30
Lección 5.
LA MAYORDOMIA CRISTIANA
Dios es el dueño de todo
Dios es el que hizo todas las cosas. Por eso, de Jehová es la tierra y su plenitud; el
mundo y los que en él habitan. De allí que, el universo (los cielos y la tierra), y
todas las criaturas vivientes (ángeles, humanos, animales y plantas), le pertenecen a
Dios (Hebreos 3:4; Salmo 24:1).
Cuando Dios creó la tierra, la hizo con el propósito de que fuera habitada por los
seres humanos, por eso les entregó el dominio de ella (Salmo 8:4-8; 115:16). La
responsabilidad del hombre era el de labrar y cuidar el huerto donde originalmente
Dios lo puso (Génesis 2:15).
Pero, las cosas cambiaron por causa del pecado, pues el ser humano perdió su
posición de dominio y quedó bajo el poder del Maligno, quien es el que ahora
domina este mundo perdido; y a quien le pertenecen los reinos de la tierra actual (1
Juan 5:19; Lucas 4:5-6).
Las cosas que Dios nos da
A pesar de la maldad, Dios sigue haciendo salir su sol y hace llover sobre malos y
buenos (Mateo 5:45). Y, aunque en las edades pasadas Dios ha dejado andar a
todas las gentes en sus propios caminos, no las dejó sin testimonio, pues nos hace
34. 31
bien, dándonos la lluvia y los tiempos fructíferos, para llenar de sustento y alegría
nuestros corazones (Hechos 14:16-17).
Sin embargo, los seres humanos en su maldad no le han dado la gloria y las gracias
a Dios; pues, al contrario, cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y
dando culto a las criaturas antes que al Creador. Incluso, han llegado al extremo de
negar su existencia (Romanos 1:21, 25; Salmo14:1).
La responsabilidad de los siervos de Dios
Dios es un Padre amoroso, por eso nos da todas las cosas en abundancia para que
las disfrutemos (1 Timoteo 6:17). Porque la plata y el oro son de Jehová, nos
entrega estos bienes, no para acumularlos como el rico insensato, sino para que
seamos generosos para con Dios (Hageo 2:8; Lucas 12:13-21).
A través de los siglos, los siervos fieles de Dios han sido generosos para con Él.
Podemos ver esto en las ofrendas de personas como Abel, Noé y Abraham, entre
otros (Génesis 4:4; 8:20; 12:8).
Debemos tener en cuenta que nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada
podremos sacar de aquí. Por eso, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con
esto. Porque los que quieren enriquecerse (acumulando bienes materiales), caen en
la tentación y lazo, y en muchas cosas necias y dañinas, que hunden a los hombres
en destrucción y perdición (1 Timoteo 6:6-10).
Mayordomos de Dios
Teniendo en cuenta que todo le pertenece a Dios, los cristianos no somos dueños de
lo que poseamos, sino que somos mayordomos o administradores de Dios. En el
Nuevo Testamento, las palabras traducidas como mayordomo o administrador es en
gr.oikonómos, de donde se derivan palabras como “ecónomo” o “economía”. Ahora
bien, como mayordomos de Dios, somos los encargados de administrar los bienes
de Él (Lucas 12:42; 1 Corintios 4:2).
Por eso, los bienes que Dios nos ha encargado, deben ser empleados con los
siguientes objetivos: utilizarlos para nuestras necesidades básicas; ser generosos con
la obra de Dios; y también, ayudar en las necesidades de nuestros hermanos en la fe
35. 32
(y si nos alcanza, ayudar a los no creyentes cuando realmente lo necesiten) (2
Tesalonicenses 3:8, 12; 1 Corintios 15:58; Gálatas 6:9-10). De igual manera, los
ancianos (pastores) de las iglesias, deben ser sostenidos por los creyentes (1
Timoteo 5:17-18; Filipenses 4:14-19).
Nuestro aporte a la obra de Dios
Cuando el cristiano es fiel, incluso en sus escases, abunda en riquezas de su
generosidad, aportando para la obra de Dios (2 Corintios 8:1-6; Lucas 21:1-4). Cada
uno debe dar como propuso en su corazón; no con tristeza, ni por necesidad, porque
Dios ama al dador alegre. Claro está que, el que siembra escasamente, cosechará
escasamente; pero el que siembra generosamente, cosechará generosamente (2
Corintios 9:6-10).
En la iglesia del Nuevo Testamento, las ofrendas se recogían el día domingo, según
haya prosperado la persona (1 Corintios 16:1-2). Claro está que, la generosidad de
estos primeros cristianos era tal que ninguno decía ser de su propiedad lo que tenía,
sino que todo lo compartían para las necesidades de los creyentes y para la
extensión de la obra de Dios (Hechos 2:44-45; 4:32).
Los cristianos y el diezmo
Con respecto a este tema debemos reconocer lo siguiente: el diezmo es un principio
bíblico, teniendo como ejemplo a Abraham y Jacob, antes de la ley (Génesis 14:20;
28:22). Luego, en el antiguo pacto, Jehová lo estableció como parte de la ley para
Israel, con sentencia de maldición sino lo cumplían (Levítico 17:30; Malaquías 3:8-
10). Por eso, el Señor Jesucristo no abrogó el diezmo para los judíos (Lucas 11:42).
Como miramos antes, los primeros cristianos no aportaron el diezmo, sino que lo
dieron todo. Sin embargo, a partir del año 1700, con la formación de misiones y
denominaciones evangélicas, se adoptó entre los cristianos de estas iglesias el aporte
(además de las ofrendas) del diezmo. Debemos destacar que esta práctica ha sido de
bendición, tanto para las personas y sus familias, como para la obra de Dios.
Claro está que, hay iglesias (como las asambleas de hermanos y los bautistas
conservadores) que no practican el diezmo, pero también estos cristianos son muy
generosos con sus ofrendas (superando incluso el diezmo, en algunas partes). Lo
negativo de ellos es que critican mucho a los que diezman. En esto debemos
36. 33
recordar que, los que no diezman no deben criticar a quienes lo hacen, pues ellos
diezman de corazón. Y, los que diezman, no deben aplicar Malaquías 3:9, a quienes
no lo hacen, pues Cristo nos redimió de la maldición de la ley (Gálatas 3:13). Lo
cierto es que el diezmo es un principio bíblico, y quienes lo practican con alegría
han sido bendecidos por el Señor (Romanos 14:5-8).
El “evangelio de la prosperidad”
En la Biblia encontramos como Dios bendijo a varios de sus siervos con riquezas
materiales (Génesis 24:35; 1 Reyes 3:13; Job 42:12-13). También, los israelitas
recibieron una tierra que fluye “leche y miel”, y la bendición de abundancia material
si obedecían a Jehová (Deuteronomio 26:8-15). Sim embargo, cuando el Señor
Jesús estuvo en la tierra, no tenía ni aún donde “recostar su cabeza” (Mateo 8:20).
De igual manera, los apóstoles no tenían plata ni oro; y nunca codiciaron los bienes
de los creyentes (Hechos 3:6; 20:33-35).
No obstante, a partir de 1980, con la aparición del “neopentecostalismo”, se
comenzó a enseñar el “evangelio de la prosperidad”, cuyo mensaje no se centra en
la salvación del alma, sino en la búsqueda de la prosperidad en lo espiritual
(milagros), en lo físico (salud) y en lo financiero (riqueza). Los proponentes de esta
doctrina (principalmente los tele evangelistas neocarismáticos), predican que la
bendición se obtiene “sembrando” o “pactando” con Dios, lo cual se trata de aportar
dinero al “ministerio” del predicador en cuestión, quien orará a Dios para que el
aportante reciba respuesta a su petición.
Es verdad que los cristianos debemos aportar a la obra de Dios y apoyar a sus
siervos que predican el evangelio (Filipenses 4:10-20). Pero, con la doctrina de la
prosperidad se ha desacreditado el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, pues los
predicadores del “evangelio de la prosperidad” se han dedicado a acumular
riquezas, vivir en la opulencia y ser mal ejemplo para los creyentes. Sobre todo, les
interesa el dinero de las personas, siendo la salvación de las almas una cuestión
secundaria. Por eso, en sus campañas “evangelísticas” con muchas artimañas se
dedican a pedir el dinero de los asistentes, quienes en la mayoría de los casos nunca
reciben el milagro o la bendición prometida, por la cual han hecho sus aportes
(Hechos 20:29; 2 Pedro 2:1-3).
37. 34
Lección 6.
EL CRISTIANO Y LA SOCIEDAD
La sociedad es la organización humana de un pueblo o nación. Está dirigida por un
gobierno, regida por unas leyes y tiene costumbres culturales propias (Apocalipsis 5:9). Las
sociedades de los distintos países son diferentes unas de otras. Lo cierto es que Dios nos ha
puesto dentro de una sociedad en particular, para que nos comportemos según su voluntad,
y seamos los representantes de Él aquí en la tierra (1 Pedro 2:11-12).
Embajadores de Cristo en la tierra
Los cristianos estamos en el mundo, pero no somos del mundo. La razón de esto es
que somos ciudadanos de los cielos, pues pertenecemos a Dios, quien vive en la
ciudad celestial, donde pronto Cristo nos llevará a morar eternamente (Juan 14:2-3;
17:16; Filipenses 3:20).
Siendo ciudadanos de los cielos, el mundo no es nuestro hogar permanente. Y sí
hemos nacido aquí en la tierra, siendo parte de alguna raza o nación, ha sido con el
propósito de ser embajadores en nombre de Cristo (Daniel 7:14; 2 Corintios 5:20).
Un “embajador” es alguien que representa a un gobierno y a un país, en un territorio
extranjero. Como embajadores de Cristo, somos representantes de su reino aquí, en
38. 35
el lugar donde Dios nos ha puesto para vivir. De allí que, debemos dar un buen
testimonio a los no creyentes (1 Timoteo 3:7).
El cristiano y las autoridades terrenales
Ser embajadores de Cristo aquí en la tierra es un privilegio supremamente grande
(Efesios 6:20). Sin embargo, así como un embajador acreditado en un país
extranjero tiene que respetar las leyes locales, los cristianos también debemos
respetar las autoridades del país donde hemos nacido, pues hemos sido enviados por
Dios a ese lugar como sus representantes (1 Pedro 2:13-17).
Por eso, nuestro deber como cristianos es someternos a las autoridades de nuestro
país; sin oponernos a ellas, ni resistirlas. Así como también, pagar cumplidamente
los impuestos establecidos (Romanos 13:1-6).
Otro deber nuestro es orar por los gobernantes y sus funcionarios. En el tiempo de
los apóstoles, los gobernantes de las naciones eran reyes. Ahora, en un país
democrático el que gobierna es el presidente, quien dirige el resto de funcionarios
gubernamentales a su cargo. Por todos ellos debemos orar diariamente (1 Timoteo
2:1-2).
Los cristianos y la política
La palabra “política” proviene del gr. polís, que significa ciudad. Por eso, la
política se refiere a la administración pública de una ciudad o de un país (Ester 1:1-
3). En sí, la política no es mala, pues su origen y autoridad provienen de Dios
(Daniel 2:37). Los que la han corrompido son los malos gobernantes, convirtiéndola
en algo corrupto, que es la “politiquería” (Miqueas 3:11).
A través del tiempo, los seres humanos han experimentado distintos sistemas de
gobierno: monarquías, teocracias, dictaduras, democracias, totalitarismos
(comunismo, fascismo y nazismo) y otros. La verdad es que ningún sistema
gubernamental ha sido totalmente justo o beneficioso. Claro está que, ha habido
algunos gobernantes en distintas naciones y épocas, que han sido temerosos de Dios
y se han esforzado por gobernar de manera justa (Proverbios 29:2). Sin embargo,
solo el reinado de nuestro Señor Jesucristo traerá la justicia y la paz que tanto
anhela la humanidad (Isaías 9:6-7; 11:1-10).
39. 36
Mientras llega el reino de Cristo, los cristianos tenemos la libertad de participar en
política o de no hacerlo, según su conciencia lo dicte (Filipenses 3:15-16). En
tiempo de los apóstoles, hubo cristianos que pertenecían al gobierno y al ejército
(Hechos 8:26-40; 10:1-8). En cuanto a los ministros cristianos, no es recomendable
participar en política como candidatos a cargos públicos, pues su compromiso solo
es con el Señor y su reino (2 Timoteo 2:1-7).
Sin embargo, en cuanto a dar nuestro voto por algún candidato, el cristiano también
tiene la libertad de hacerlo o de no hacerlo. Lo que se debe tener en cuenta es la
clase de partido al que pertenece, sus ideales y propuestas, ya que muchas corrientes
políticas buscan beneficios particulares (como favorecer a los ricos), promueven la
inmoralidad (como el aborto provocado, el matrimonio del mismo sexo, el divorcio,
entre otros) y la corrupción (como enriquecerse defraudando los bienes públicos).
De allí que, sí hemos de elegir a alguien, debe hacerse a conciencia, sin recibir
prebendas económicas (para comprar nuestro voto) por parte del candidato (2
Samuel 5:1-3).
Los cristianos y la comunidad
Como ciudadanos de los cielos, nuestra ciudadanía es espiritual y eterna. En
cambio, nuestra ciudadanía del país que hemos nacido es terrenal y temporal. No
obstante, al ser ciudadanos de un determinado país, tenemos derechos como
también deberes que cumplir (Hechos 22:26-28).
En nuestro país natal, tenemos responsabilidades sociales con nuestra comunidad,
cuyos miembros (por lo regular y en su mayoría) no son creyentes. Es allí donde el
cristiano es la sal y la luz de la sociedad en la cual está, por lo cual no debe
participar en prácticas perversas o de idolatría (Mateo 5:13-16; Efesios 5:6-17; 1
Corintios 10:27-28). Lo que sí debemos cumplir son las leyes establecidas por las
autoridades para el buen funcionamiento social. De igual manera, colaborar con los
requerimientos que se exija en actividades comunitarias; en esto también se puede
incluir el servicio militar obligatorio (Mateo 5:41; Gálatas 6:10).
Ahora bien, los cristianos no deben participar en rebeliones violentas contra los
gobiernos; ni en protestas exigiendo mejores salarios (Lucas 3:14). En cuanto a las
marchas y “plantones” que hacen algunos grupos de cristianos por leyes que atentan
contra la familia (como la ideología de género), los creyentes también tienen la
libertad de hacerlo o de no hacerlo. Y en casos extremos de regímenes políticos que
prohíben el ejercicio de las actividades cristianas (como la celebración del culto y el
40. 37
evangelismo), estas leyes no deben ser obedecidas por nosotros; de manera pacífica
(y hasta clandestina), debemos reunirnos y anunciar el nombre de nuestro Señor
Jesucristo (Hechos 4:17-22).
Los cristianos y el trabajo
Dios le hadado el trabajo a los seres humanos para que se mantengan ocupados y
obtengan así su sustento (Eclesiastés 2:24; 3:10). Por eso, debemos ocuparnos en el
trabajo que Dios nos ha dado; y si estamos desempleados, pedirle a Él que nos dé un
empleo (2 Tesalonicenses 3:6-15; Mateo 7:7-11).
Claro está que, no debemos ser esclavos del trabajo, sino tener tranquilidad y
ocuparnos en nuestros negocios para tener lo suficiente para nuestro sustento, y así
conducirnos honradamente para con los de afuera (1 Tesalonicenses 4:11-12).
Porque, el mandamiento apostólico es no deberle nada a nadie. Pues las deudas son
una esclavitud que los cristianos debemos evitar (Romanos 13:8; Proverbios 22:7;
Mateo 5:42).
Ahora bien, sí somos empleadores, o sea, tenemos empleados a nuestro servicio,
debemos ser cumplidos con el salario asignado. Pagándolo cumplidamente en la
fecha acordada; y no debiendo excedentes. Porque este es el sustento de los
trabajadores asalariados. Además, tenemos el mandamiento de pagar todo lo que
debemos (Deuteronomio 24:14-15; Romanos 13:7).
Los que son empleados, deben obedecer a sus patrones en todo lo que se han
comprometido, trabajando responsablemente y con honradez. No solamente a los
patrones amables, sino también a los difíciles de tratar; igualmente si se trata de un
empleador creyente como de un inconverso. Y, los patrones cristianos, deben ser
benignos con sus empleados, no usando amenazas ni abusando de ellos, sabiendo
que tienen un Amo en los cielos (Efesios 6:5-9; Colosenses 3:22-25; 1 Timoteo 6:1-
2; Tito 2:9-10; 1 Pedro 2:18-20).
42. 39
Lección 1.
LOS BAUTISMOS EN LA BIBLIA
El significado del bautismo
La palabra “bautismo” es en gr.báptisma, que significa literalmente: “sumersión”.
Se deriva del gr.bápto: sumergir (Mateo 3:7). Esta palabra tiene varias aplicaciones
en el Nuevo Testamento, pues se refiere a sumergir físicamente a alguien en agua;
así como también, de manera espiritual, ser sumergido en el Espíritu Santo (Hechos
1:5).
En la Biblia encontramos varias clases de bautismos. Es importante conocer el
significado de cada uno de ellos para evitar confusiones. Tenemos, pues, los
siguientes bautismos: los bautismos de los judíos; el bautismo de Juan; el
bautismo de Cristo; el bautismo cristiano; y, el bautismo en Espíritu Santo y
fuego. También está el bautismo por los muertos, descrito en 1 Corintios 15:29.
En esta lección, estudiaremos cada uno de estos bautismos, con la excepción del
bautismo cristiano y del bautismo en Espíritu Santo y fuego, los cuales se
estudiarán en profundidad en las dos lecciones siguientes de esta SECCIÓN.
43. 40
Los bautismos de los judíos
El primer bautismo de los israelitas fue cuando Dios los libertó de la esclavitud de
Egipto. Cuando salieron de allí, estando bajo la nube y cruzando el mar, todos en
Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar. Nótese que es un bautismo
“trinitario”, pues Moisés simboliza al Padre, la nube al Hijo, y el mar al Espíritu
Santo (Éxodo 13:21-22; 14:22-29; 1 Corintios 10:1-2).
Los otros “bautismos” están prescritos en la Ley. En Hebreos 9:10, se nos habla de
diversas “abluciones” (gr.baptismoís), que son los distintos lavamientos ordenados
por Jehová Dios, en textos como: Levítico 6:27-28; 8:6; 22:6; Números 8:7, 21,
entre otros.
Asimismo, están las diversas purificaciones de los judíos, que eran tradiciones de
los ancianos, las cuales eran practicadas en especial por los fariseos. La Reina
Valera de 1960, las traduce como “lavar” y “lavamientos”; pero en el texto original
se utiliza la palabra gr.baptismoís. Se trataba de sumergirse en agua antes de comer;
así como también, sumergir los utensilios de cocina para purificarlos (Lucas 11:38;
Marcos 7:4; Mateo 23:25-26).
El bautismo de Juan
Juan el Bautista era primo del Señor Jesús (Lucas 1:36). Fue destinado por Dios
para que en él reposara el espíritu y el poder de Elías; y fuera quien preparara el
camino del Señor Jesucristo. Por eso, de los nacidos de mujer ninguno es más
grande que Juan el Bautista (Malaquías 4:5-6; Lucas 1:13-17; Mateo 11:7-13).
Juan, siendo profeta de Dios y precursor de Cristo, pasó su juventud en el desierto;
luego, comenzó a predicar en los alrededores del río Jordán. Su ministerio consistía
en proclamar la llegada del Mesías (Cristo); y el de predicar el bautismo del
arrepentimiento para perdón de pecados. Muchos pecadores, incluidos varios
fariseos, se arrepintieron por medio de su bautismo (Lucas 3:1-20; Juan 1:15; Mateo
3:7-10).
De esta manera, por medio de su bautismo, Juan preparó al Señor un pueblo bien
dispuesto (Lucas 1:17). Por eso, después de su muerte, muchos de sus discípulos
44. 41
aceptaron a Cristo como su Salvador; y se bautizaron como cristianos y recibieron
al Espíritu Santo (Hechos 18:25; 19:1-7).
El bautismo del Señor Jesucristo
El Señor Jesús comenzó su ministerio a los treinta años de edad. Y lo hizo después
que fue bautizado por Juan (Lucas 3:21-23). Cuando llegó Cristo al Jordán, Juan le
dijo que él antes debía ser bautizado por el Señor. A lo que Cristo le contestó que:
“conviene que cumplamos toda justicia”. Esto significa que ellos debían cumplir
con la obra de justicia que Dios les encomendó (Mateo 3:13-15).
Con el bautismo de Jesús se estableció el nuevo sacerdocio de Dios, según el orden
de Melquisedec (Salmo 110:4; Hebreos 5:6). Por eso, así como en la ceremonia de
la consagración aarónica, el Sumo Sacerdote era lavado en agua, vestido de las
ropas especiales y ungido con el aceite santo (Levítico 8:6-12); así mismo, el
bautismo del Señor hecho por Juan, tiene estas características.
Aarón, fue dedicado por un profeta de Jehová, Moisés; así mismo, Cristo fue
bautizado por un profeta de Dios, Juan. En su bautismo, Cristo fue lavado en agua,
el Espíritu Santo descendió sobre él para ungirlo, y se escuchó la voz del Padre,
quien afirmó tener su complacencia en su amado Hijo; esto último es un símbolo de
ser “vestido” con las ropas sumo sacerdotales (Mateo 3:16-17).
En cambio, los hijos de Aarón, los sacerdotes, solo eran lavados con agua y se les
vestía de ropas sacerdotales (Levítico8:13). Esto también es un simbolismo para los
cristianos (como sacerdotes de Dios), que trataremos en la siguiente lección.
El “bautismo por los muertos”
1 Corintios 15:29, es tomado por los “mormones” como una ordenanza de que
personas vivas se bauticen por personas muertas, tomando sus nombres y su lugar
cuando lo hacen. Esto, dicen, es para la salvación de los difuntos. Sin embargo, a la
luz del resto de las Escrituras, el bautismo no tiene poder de salvar a los muertos.
Note lo que dice 1 Pedro 3:21: “el bautismo que corresponde a esto ahora nos
salva”. Dice “ahora”, es decir, cuando estamos vivos; porque después de la muerte
45. 42
sin arrepentimiento, lo que le espera al ser humano es el juicio, no una segunda
oportunidad para ser salvo (Hebreos 9:27).
Este versículo bíblico (1 Corintios 15:29), ha sido muy difícil de interpretar. Lo
cierto es que, el apóstol Pablo se refiere a los que hacen esta práctica, como
personas aparte del círculo cristiano. Por eso, dice: “los que se bautizan por los
muertos”. En cambio, en el versículo siguiente (30), dice: ¿Y por qué nosotros
peligramos a toda hora?, refiriéndose concretamente a los cristianos.
En conclusión, el “bautismo por los muertos” no tiene registro que haya sido
practicado por los cristianos del Nuevo Testamento, ni ha sido ordenado por el
Señor. Por eso, no debemos pensar más allá de lo que está escrito (1 Corintios 4:6).
46. 43
Lección 2.
EL BAUTISMO CRISTIANO
En la actualidad existen varias clases de bautismos: el católico, el “unicitario”, el mormón,
el de los “testigos” …Y, también está el bautismo cristiano. Asimismo, en tiempo del
Nuevo Testamento existían varios bautismos (de los judíos, de Juan, por los muertos); y
estaba el bautismo cristiano (Hebreos 6:2).
El bautismo ordenado por Jesucristo
Ahora bien, el bautismo cristiano es el que fue ordenado por Jesucristo para sus
discípulos. Por eso, el bautismo y la Cena del Señor, son las dos ordenanzas
establecidas por Cristo para su Iglesia (Marcos 16:15-16; 1 Corintios 11:23-26). De
allí que, el bautismo no es un “sacramento” (misterio sagrado que comunica gracia),
como lo afirman los católicos, sino una ordenanza del Señor.
Puesto que había otros bautismos, los apóstoles para referirse al bautismo cristiano,
lo llamaban: “el bautismo en el nombre de Jesucristo” (Hechos 2:38). Siendo su
fórmula bautismal, la registrada en Mateo 28:19.
Es importante distinguir entre la ordenanza y la fórmula del bautismo, de lo
contrario, los textos de Mateo y de Hechos parecerían contradictorios. Por eso,
cuando los apóstoles hablan del “bautismo en el nombre de Jesús”, se refieren a la
47. 44
ordenanza, o sea, al bautismo ordenado por el Señor; mientras que en Mateo 28:19,
se da la fórmula que se debe pronunciar cuando se bautiza a una persona.
La ordenanza del bautismo
Los “unicitarios” (que creen solo en Jesús), afirman que la fórmula para bautizar
solo es en el nombre de Jesucristo, como lo registra el libro de los Hechos. Sin
embargo, al analizar el texto griego, miraremos que los apóstoles se referían a la
ordenanza y no a la fórmula bautismal.
El texto griego de Hechos 2:38, dice: batisthetó hekástos hymón epí tó onómati
Iesoú Kjristoú, que literalmente dice así: “sea bautizado cada uno de ustedes sobre
el nombre de Jesús Cristo”. La preposición gr.epí no significa “en”, sino “sobre”, es
decir, el apóstol Pedro nos dice que seamos bautizados “sobre el nombre de
Jesucristo”, o sea, en el bautismo ordenado por nuestro Señor (o, sobre lo que él
ordenó).
De esta manera, decir algo “en el nombre del Señor” equivale a invocar su
autoridad, no solamente pronunciar una frase sin sentido. Tenemos el ejemplo de
David cuando se enfrentó al gigante viniendo en el nombre de Jehová de los
ejercito, esto es, en su autoridad y en su mando (Hechos 19:5; 1 Samuel 17:45).
La fórmula del bautismo
En la gran comisión a sus apóstoles, el Señor le dijo que hagan discípulos a todas
las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Enseñándoles que guarden todas las cosas que él ha mandado (Mateo 28:18-20).
Nótese que aquí dice “todas las cosas”, lo que incluye la fórmula trinitaria del
bautismo.
Si los apóstoles hubieran bautizado en otra fórmula distinta a esta, hubieran
desobedecido a Cristo. Además, Pedro y los primeros cristianos no dejaron de ser
trinitarios. Miremos como en Hechos 2:32-33 (poco antes del verso 38), Pedro
menciona a Jesús, a Dios el Padre y al Espíritu Santo.
Y, además, al analizar el texto griego de Mateo 28:19, dice así: baptízontes autoús
eís tó ónoma Patrós, kaí toú Huioú, kaí toú Hagíou Pnéumatos= “bautizando a ellos
48. 45
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Nótese que aquí se utiliza
la preposición gr.eís (en) y no gr.epí (sobre), como está en Hechos 2:38.
El bautismo cristiano es trinitario
Como hemos visto, el bautismo cristiano (ordenado por Jesucristo o en su nombre)
es trinitario, como lo ordeno el Señor en la gran comisión. Sin embargo, algunos
para objetar esto, dan estos argumentos:
“Que el texto de Mateo 28:19, no está en los manuscritos griegos más antiguos”.
Esto es completamente falso, pues en el texto griego bizantino (Textus Receptus),
base de la Reina Valera; y en el texto alejandrino (Texto Crítico), base de las
versiones modernas (Dios Habla Hoy, Nueva Versión Internacional y otras), tienen
el versículo mencionado. Por eso, ni la versión del nuevo mundo se ha atrevido a
eliminarlo o cambiarlo, como lo ha hecho con otras Escrituras.
El otro argumento (en especial de los “unicitarios”), es el que afirman que en Mateo
28:19, no dice “en los nombres”, sino “en el nombre”; y esto significa para ellos que
“ese solo nombre es el de Jesús”. Agregando también que “Padre, Hijo y Espíritu
Santo, no son nombres sino títulos u oficios de Cristo”. Esto suena bonito, pero no
es bíblico.
Respondiendo a esto, miramos en la Biblia como se utiliza un solo nombre para dos
o más personas que forman una unidad, como el matrimonio o un pueblo (Génesis
5:2; Éxodo 14:30). Y en cuanto a los tres mencionados en Mateo 28:19, se trata de
Personas divinas y no de títulos, pues cada una de ellas tiene su nombre propio: el
Padre se llama Jehová (heb. Yahwéh); el Hijo se llama Jesucristo; y el Espíritu de
Dios se llama Espíritu Santo (Isaías 63:16; 64:8; Romanos 1:3; Mateo 12:28, 32).
Celebración del bautismo
Las personas que desean el bautismo (como el eunuco etíope), tienen que cumplir
dos requisitos previos indispensables: creer en Cristo y haberse arrepentido de sus
pecados (Marcos 16:16; Hechos 2:38; 8:36-38).
49. 46
De allí que, los bebes o niños de tierna edad, no tiene la capacidad propia de
conocer las cosas para creer; y tampoco tienen desarrollada la conciencia para pecar
y de esta forma arrepentirse. Por eso, Dios afirma que “el intento del corazón del
hombre es malo desde su juventud”, esto es, desde la edad donde se adquiere la
“conciencia de pecado” (Génesis 8:21; Hebreos 10:2). Con esto queremos decir que
el bautismo de una personita así (bebe o niño de tierna edad), no es bíblico.
Por eso también en Hechos 8:12, dice que los que fueron bautizados por Felipe, eran
hombres y mujeres, sin mencionar a niños, como en otros textos donde se refieren
a ellos en otras circunstancias (Mateo 15:38).
En cuanto a los encargados de bautizar, en el Nuevo Testamento se registra que lo
hicieron ministros cristianos como los apóstoles y el evangelista Felipe. También lo
hizo un discípulo consagrado, Ananías, quien bautizó a Saulo (Hechos 2:41; 8:38;
9:17-18).
Y en cuanto a la forma de bautizar, se debe pronunciar antes la formula trinitaria de
Mateo 28:19; luego, se sumerge a la persona completamente en el agua, sacándola
inmediatamente (Hechos 8:36-39). Ahora bien, en lugares donde el agua es
extremadamente escasa (como en los desiertos), han ocurrido casos donde el
bautismo se ha tenido que hacer vertiendo tres poquitos de agua sobre la cabeza del
creyente (invocando la Trinidad). Claro que esto es algo excepcional (y que Dios
comprenderá); pero, en las regiones donde hay agua, se puede celebrar el bautismo
en fuentes de agua, en ríos, en piscinas o estanques.
El significado del bautismo
El bautismo cristiano fue tipificado en la ceremonia de consagración del Sumo
Sacerdote hebreo y de sus hijos (los sacerdotes). Por eso, Jesucristo es ahora nuestro
Sumo Sacerdote (según el orden de Melquisedec), dedicado en su bautismo por
Juan; y, nosotros los cristianos, somos los sacerdotes de Dios, siendo consagrados
para esta dignidad en nuestro bautismo (Levítico 8:6-13; Mateo 3:15-17; 1 Pedro
2:5).
El bautismo también es un símbolo de nuestra muerte, sepultura y resurrección
(espirituales) en Cristo (Romanos 6:3-5). De igual manera, en nuestro bautismo es
como haber dejado a “Egipto” (el mundo de Satanás), haber cruzado el Mar Rojo (el
50. 47
agua), para entrar al desierto (la vida cristiana); con miras a entrar a la tierra
prometida, que es nuestra morada celestial (1 Corintios 10:1-6).
El bautismo y la salvación
Aunque Cristo no envió a Pablo a bautizar, sino a predicar el evangelio, el apóstol sí
bautizó y ordenó hacerlo (1 Corintios 1:14-17; Hechos 16:15). Por lo tanto, el
bautismo sí es importante para los creyentes, aunque no tiene el poder de salvación
por sí solo. Esto lo comprueba el ladrón junto a la cruz de Cristo, que fue salvo por
su fe sin necesidad de bautizarse (Lucas 23:42-43). Y también, todos los niñitos que
mueren sin haber pecado, son salvos sin ser bautizados (Lucas 18:16).
El bautismo debe ir acompañado de fe, por eso Efesios 4:5, dice: “un Señor, una fe,
un bautismo”. De allí que, muchas personas (como el mago Simón), se hacen
bautizar por emocionalismo, sin una verdadera conversión, siguiendo en su maldad
y pecados (Hechos 8:13, 23).
Ahora bien, para los católicos con el bautismo “se borra el pecado original y se
obtiene la regeneración o el nuevo nacimiento”. Para respaldar esto, citan los textos
de Juan 3:5 y Tito 3:5. Pero si analizamos bien estos versículos, nos damos cuenta
que “agua” y “lavamiento” mencionados aquí no son cosas físicas sino espirituales,
refiriéndose a la Palabra de Dios y a su limpieza.
Otros, por su parte, afirman que el bautismo es para perdón de pecados. Para esto
citan Hechos 2:38. Aquí también, al analizar bien este texto, el perdón de pecados
se obtiene con el arrepentimiento, pues la Escritura, dice: “arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados”. Ahora
bien, sí un cristiano cae en pecado, no debe volverse a bautizar, sino arrepentirse y
confesar su pecado (1 Juan 1:9).
Sim embargo, sí una persona después de conocer al Señor y haberse arrepentido, no
desea bautizarse (y se reúsa a hacerlo), esto le es pecado (Santiago 4:17). Porque el
bautismo cristiano también es un símbolo (o tipo) de la salvación de Noé y su
familia en el Diluvio. Por eso, en 1 Pedro 3:21 dice que: “el bautismo que
corresponde a esto (o, que tiene este significado) ahora nos salva”, no porque quite
“las inmundicias de la carne (o limpieza de pecados), sino como la aspiración de
una buena conciencia hacia Dios”. Esto es, por nuestra obediencia y testimonio de
nuestra fe en Él, alcanzamos la buena conciencia.
51. 48
Agregamos también que, todas las personas que viven sin casarse (en la llamada
“unión libre”), están en fornicación, por lo cual no se han arrepentido y no han
dejado su pecado. Esto es un impedimento grave para ser bautizados. La solución es
casarse o separarse de la persona con quien viven. De igual manera, los que tienen
parejas del mismo sexo (homosexualismo o lesbianismo), así se hayan “casado”, no
se les debe bautizar, pues también están en fornicación (Romanos 1:26-32).
52. 49
Lección 3.
EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU
SANTO
Significado de este bautismo
Además de los otros bautismos que hemos visto, en la Biblia se registra también el
bautismo en Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:11; Lucas 3:16); o, solamente
aparece la expresión “bautismo en el Espíritu Santo” (Marcos 1:8; Hechos 1:5). Lo
importante es conocer bien como aparece esta expresión en el texto griego del
Nuevo Testamento, la cual es: baptisthéste en Pneúmati Hagío= bautizaos en
Espíritu Santo” (Hechos 11:16). En ninguna parte el texto original dice: “bautismo
del Espíritu Santo” o “bautismo con el Espíritu Santo”, como lo traducen las
versiones bíblicas en español.
Con la preposición griega “en”, la Escritura nos da a entender que este bautismo es
“dentro” del Espíritu Santo (o “sumergidos” dentro del Espíritu Santo). Pues esto es
lo que significa en otros textos, como 2 Corintios 5:17, que dice: “si alguno está en
Cristo”. Ahora bien, en este bautismo Cristo es el bautizador; los cristianos somos
los bautizados; y, en lugar de agua, somos sumergidos en la persona divina del
Espíritu Santo (Juan 1:33).
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El propósito del bautismo en el Espíritu Santo
El propósito del bautismo en el Espíritu Santo es formar el cuerpo de Cristo, que es
la Iglesia de Dios. La cual está conformada por Cristo como su Cabeza; y, por
todos los cristianos como sus miembros (Efesios 1:22; 1 Corintios 12:12, 27). Por
eso, el texto griego de 1 Corintios 12:13, dice: “porque en un solo Espíritu nosotros
todos hacia un cuerpo fuimos sumergidos”.
Ahora bien, este bautismo es algo colectivo, de todos los cristianos; pero el “beber”
del Espíritu se refiere a algo personal e individual, lo que equivale a recibir el don
(no los dones) del Espíritu Santo. O, sea, que la persona divina del Espíritu de Dios
llegue a morar en nosotros (Hechos 2:38; 1 Corintios 12:13).
En base a esto, en Juan 20:22, el Señor Jesús soplo en sus apóstoles para que
recibieran el Espíritu Santo (esto es el don del Espíritu). Pero, en Hechos 2,
miramos como descendió el Espíritu Santo sobre los 120 reunidos en Jerusalén,
bautizándolos de manera colectiva, formándose (o naciendo) ese día, la Iglesia
como el cuerpo de Cristo.
El “sumergimiento” en el Espíritu Santo
Como ya miramos, fue en Pentecostés (de Hechos 2), cuando descendió el Espíritu
Santo, bautizando a los cristianos y formando la Iglesia. De allí en adelante, cada
persona cuando cree en Cristo y lo recibe como su Señor y Salvador, es sellada con
el Espíritu Santo, recibiendo también su bautismo, con el cual es sumergido dentro
del cuerpo de Cristo. Desde entonces, cada cristiano hará parte eternamente de la
Iglesia como la esposa del Cordero (Romanos 6:3-4; Efesios 1:13; 5:22-30).
Y puesto que la gracia de Dios es “multiforme” (1 Pedro 4:10), cuando alguien es
bautizado en el Espíritu Santo, puede tener una experiencia espiritual distinta a la de
otro cristiano. Algunos pueden hablar en lenguas (pero no todos); otros, en cambio,
solo se postrarán sobre sus rostros y adorarán a Dios, reconociendo su presencia; y
también habrá otras experiencias como el quebrantamiento (con o sin lágrimas); o,
expresiones de alegría o gozo en el Espíritu Santo (1 Corintios 12:13; 14:25).
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De allí que, no debemos hacer “reglas” para calificar si alguien ha sido bautizado en
el Espíritu Santo o si no lo ha sido. Solo Dios conoce a los suyos (2 Timoteo 2:19).
Claro está que, si una persona no ha recibido el Espíritu Santo no es de Cristo y, por
lo tanto, no ha sido bautizada por él, ni hace parte del cuerpo de Cristo (Romanos
8:9).
Cómo sabemos si hemos sido bautizados en el Espíritu
Santo
En la Biblia, las expresiones: bautismo en el Espíritu Santo y bautismo en el
cuerpo de Cristo son sinónimos, pues es el Espíritu Santo quien forma a la Iglesia
como el cuerpo de Cristo (Hechos 1:5; 1 Corintios 12:13).
Ahora bien, ¿cómo se sí he sido bautizado en el Espíritu Santo y formo parte (como
un miembro) del cuerpo de Cristo? Para esto debemos tener en cuenta dos cosas
importantes: primeramente, se trata de fe, es decir, debemos estar completamente
seguros y creer que somos de Cristo e hijos de Dios (Romanos 10: 9-10).
Y, en segundo lugar, puesto que hemos recibido al Espíritu Santo, él da testimonio
a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Por lo tanto, indiscutiblemente
somos miembros del cuerpo de Cristo (Romanos 8:16; 1 Corintios 12:27).
El bautismo de “fuego”
Juan el Bautista afirmó que el Señor Jesús bautizaría “en Espíritu Santo y fuego
(Lucas 3:16). Algunos consideran que la palabra “fuego” utilizada aquí se refiere a
juicio, es decir, afirman que Cristo “sumergirá” en fuego a los impíos para
castigarlos (Mateo 3:12; 2 Tesalonicenses 1:8). Otros, por su parte, creen que se
trata del “fuego del Espíritu Santo”, el cual fue representado en “las lenguas
repartidas como de fuego” de Hechos 2:3.
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Debemos considerar también que en 2 Timoteo 1:6, el apóstol Pablo aconseja a su
hijo espiritual que “avive el fuego del don de Dios que hay en él”. Se trata del don
divino (dado por el Espíritu Santo), para la realización del ministerio.
Una “segunda gracia”
En algunos círculos pentecostalistas se afirma que el bautismo en el Espíritu Santo
es una “segunda gracia” que da Dios a sus hijos después de la salvación,
capacitándolos para desarrollar el ministerio y ejercer los dones espirituales. Esta
expresión “segunda gracia” no está en la Biblia. Aunque debemos reconocer que el
día que descendió el Espíritu de Dios sobre los apóstoles (Hechos 2), ellos
recibieron el poder para testificar del Señor, como les había dicho días atrás
(Hechos 1:8).
Sin embargo, de allí en adelante, lo que vemos en el Nuevo Testamento es la
llenura o plenitud del Espíritu Santo en los cristianos, la cual los capacita para
hablar con valor de la Palabra de Dios (Hechos 4:31; Efesios 5:18).
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Lección 1.
EL NOVIAZGO CRISTIANO
La pareja humana
Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, varón y mujer los creó (Génesis
1:26-27). Tanto el varón como la mujer tienen la “imagen y semejanza” de Dios,
que se refiere a lo espiritual, lo moral y lo intelectual (Juan 4:24; Levítico 11:44; 1
Corintios 2:11).
Sin embargo, a diferencia de los ángeles que no tienen diferencia de género o
sexualidad, Dios creó al ser humano de dos clases de género sexual: el varón
(masculino) y la mujer (femenino) (Mateo 22:30; Génesis 5:1-2). Al principio,
Jehová Dios creó al varón solo, pero al no hallarse “ayuda idónea” en la tierra para
él, de una de las costillas de Adán, el Creador formó a la mujer, la cual fue creada
del varón y no aparte de él (Génesis 2:20-23; 1 Corintios 11:8-12).
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Por esta razón, tanto el varón como la mujer son seres humanos en igualdad de
posición ante Dios (Gálatas 3:26-28). Claro está que, entre el varón y la mujer
existen diferencias (creadas por Dios) en lo referente a lo físico, lo emocional y su
ocupación.
El varón
El varón (heb. ísch= ser; gr. anér= varonil), es el género masculino del ser humano.
Se caracteriza por ser más fuerte físicamente que la mujer. Sus órganos sexuales
reproductores engendran a los hijos. Le crece barba en su rostro. Y su cabello debe
ser corto, pues siendo largo es naturalmente vergonzoso para él (1 corintios 11:14).
En lo emocional, es más racional que sentimental, por lo que sus sentimientos
suelen ser “rudos”. De allí el consejo bíblico para el varón es tratar bien a su esposa
y a sus hijos (Efesios 5:28-29; 6:4). Y su ocupación en el hogar es proveer, proteger
y conducir a los miembros de su familia (Efesios 5:23; Génesis 3:19).
La mujer
La mujer (heb. ischscháh= varona; gr. gyné= existidora), es el género femenino del
ser humano. En lo físico, es más delicada que el varón y dada a la belleza, pues, así
como el varón es imagen y gloria de Dios, la mujer es gloria del varón. Es en ella
donde son engendrados los hijos, pues su fisionomía fue diseñada por Dios para esta
función. Y su cabello debe ser largo, pues es el velo (gr. peribólaion=prenda)
natural que Dios le ha dado, siendo una honra para ella tenerlo así (1 Corintios 11:
7, 15).
En lo emocional, la mujer es más sentimental que el varón, por eso debe ser tratada
con honra, como a “vaso más frágil” (1 Pedro 3:7). Y su ocupación en el hogar debe
ser la de ayudarle a su esposo y criar a sus hijos (Proverbios 31: 11; 1 Timoteo
2:15).
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La atracción del varón y la mujer
Cuando el ser humano es niño o niña, solo le interesan sus padres y jugar con otros
niños (1 Corintios 13:11). Pero, cuando ya se es adolescente, comienza en los
jóvenes y en las jovencitas, el deseo o atracción por las personas del sexo opuesto.
Esto es llamado en la Biblia “tiempo de amores” (Génesis 29:19; Ezequiel 16:7-13).
Esta atracción por las personas del sexo opuesto no es mala, pues Dios nos creó así.
Lo que debemos evitar son las concupiscencias, que son los malos deseos
inmorales, que llevan a los solteros a la fornicación y a los casados al adulterio (1
Tesalonicenses 4:3-5).
De esta manera, fuimos creados como seres de hogar y sociales, para que
formemos una familia y hagamos parte de una sociedad. Recordemos que en Dios
hay una “familia divina” (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y es un Ser social,
pues interactúa con todas las personas que Él creó (Efesios 3:15).
Búsqueda del cónyuge
Es importante conocer que el matrimonio es para adultos, personas que ya pueden
asumir las responsabilidades propias del hogar, en las áreas: espiritual (con Dios),
afectiva (con los miembros de su familia) y económica (desempeñando un trabajo)
(2 Tesalonicenses 3:12; 1 Timoteo 5:8). Por eso, dice Génesis 2:24, que el hombre
dejará a sus padres y se unirá a su mujer. Se trata de un hombre y una mujer
adultos, pues el texto no habla de jóvenes o de adolescentes.
Cuando ya se es adulto y se está preparado (espiritual, física y emocionalmente), la
persona primeramente debe pedirle a Dios que le dé un cónyuge conforme a su
voluntad divina (Proverbios 18:22; 19:14). Teniendo en cuenta que los cristianos
nunca se deben enamorar de una persona inconversa (“incrédula”) y mucho menos
casarse con ella. El cristiano solo debe casarse en el Señor (2 Corintios 6:14; 1
Corintios 7:39).
Otro punto muy importante con respecto a la elección de un cónyuge es la
aprobación de los padres, tanto del varón como de la mujer. En tiempos bíblicos,
eran ellos los que elegían la pareja de su hijo o hija (Génesis 24:3-4; 1 Corintios
7:36). Claro está que, en el caso de Rebeca, su familia le preguntó si aceptaba ir con
el siervo de Abraham para ser la esposa de Isaac, a quien no conocía (Génesis
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24:57-61). En este tiempo, los hijos también deben obedecer en todo a sus padres,
en especial tomándolos en cuenta con respecto a la aprobación de la elección del
cónyuge. De esta manera, a los hijos les irá bien en todo, incluyendo el matrimonio
(Efesios 6:1-3; Colosenses 3:20).
La elección del cónyuge
Para muchas personas, los motivos que impulsan a buscar y elegir una pareja son
erróneos, llevándolos al fracaso en su matrimonio. Por ejemplo, el varón que elige
una mujer por su belleza física, la cual carece de cualidades espirituales (Proverbios
11:22); o, la mujer que le interesa la posición económica (o social) de un hombre,
sin haber en ella un amor desinteresado por él (1 Timoteo 6:9-10). Y aquellos que
desean por encima de todo el disfrute de las relaciones sexuales, desconociendo
voluntariamente que el matrimonio tiene muchas responsabilidades más (1
Corintios 13:4-7).
Los cristianos solteros que desean casarse deben mirar primeramente en la otra
persona su espiritualidad, es decir, que sea alguien fiel al Señor y que lo esté
sirviendo (Filipenses 1:9-10). Después de esto, se debe mirar en la persona su
responsabilidad en cuanto al trabajo: el varón debe tener su ocupación (así sea
humilde), con la cual proveer suficientemente para su futura familia (1 Timoteo
5:8); y la mujer debe ser entendida en los deberes de la casa, pues será la encargada
de cuidar de su esposo y de sus hijos (Tito 2:4-5). Y, por último, está el atractivo
físico, por el cual el varón mirará hermosa a su esposa y ella también lo deseará
(Cantares 2:8-11).
Este es el orden que deben seguir los cristianos en lo relacionado con la búsqueda
de un futuro cónyuge. Todo lo contrario a la corriente del mundo, donde primero se
busca la belleza física o las posesiones materiales de una persona, ignorando su
espiritualidad. Por esta razón, la mayoría de los matrimonios modernos fracasan
(Proverbios 19:13-15).
El compromiso matrimonial
Cuando dos cristianos adultos (varón y mujer) le han pedido a Dios un cónyuge
conforme a su voluntad, y han recibido de sus padres la aprobación para casarse,
ellos al encontrarse puede ser que se hayan gustado físicamente, pero lo que más
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los ha motivado es ver el uno en el otro la fidelidad al Señor y que le sirven; siendo
además responsables en cuanto al trabajo (Proverbios 20:6; 24:27; 31:10).
Hecho esto, los dos solteros deben hacer un compromiso serio, llamado en la
Biblia el desposorio, que es un acto sublime (Proverbios 18:22; Oseas 2:19-20). El
desposorio se diferencia del “noviazgo moderno”, el cual es una aventura amorosa
que termina (en la mayoría de los casos) en fornicación (Juan 4:16-18)
El desposorio es un compromiso público, pues el “noviazgo secreto” (a escondidas
de los padres que no lo aprueban) es contrario a la voluntad de Dios (Romanos
2:16). En tiempos bíblicos, este compromiso se hacía frente a los ancianos del
pueblo, quienes eran los guías espirituales y gubernamentales de Israel (Rut 4:1-
13). Después de celebrar el desposorio, había un tiempo (un año, según los
rabinos) para que se juntaran en matrimonio (Deuteronomio 20:7; Lucas 1:26-35).
Ahora, los cristianos también deben hacer público su compromiso matrimonial (o
noviazgo) ante su familia y ante la iglesia, a la cual pertenezcan (1 Corintios 7:35-
38).
El tiempo del noviazgo
La duración del tiempo del noviazgo no lo establece la Biblia, pues debe hacerse en
conciencia y de acuerdo mutuo. Lo importante es que este tiempo debe ser dedicado
para que los novios se conozcan más en cuanto a sus actividades espirituales y
laborales; haciendo planes juntos como servirán primeramente a Dios, luego como
vivirán en amor, como criarán a sus hijos y todo lo relacionado con el hogar
(Cantares 6:1-3).
Todo esto debe hacerse con pureza y santidad, pues al estar los novios juntos deben
hacerlo bajo la vigilancia de sus padres o de sus pastores. Ante todo, evitando estar
a solas mientras sean novios, pues así evitaran caricias y besos exclusivos de
personas casadas; o de caer en fornicación, pues ésta, así como los “besuqueos” o el
“manoseo”, son repudiados por Dios (1 Tesalonicenses 4:2-5).
En el tiempo actual se enseña que los novios deben experimentar del sexo para
conocer si en ellos hay “compatibilidad”. Esta es una enseñanza diabólica contraria
a la voluntad de Dios (Colosenses 3:5-7). La joven debe ser como María la madre
del Señor, quien antes de casarse no conocía varón; o, como Rebeca, virgen a quien
ningún varón la había conocido (Lucas 1:34; Génesis 24:15-16). Y en cuanto al
varón, debe ser casto como José, el cual huyo de la mujer de su amo Potifar, cuando
ésta le propuso una relación adúltera (Génesis 39:7-10; Romanos 1:24; 2 Timoteo
2:22).