Este documento discute la pregunta de para qué sirven los filósofos. Aunque los filósofos creen que sirven para abordar una amplia variedad de temas importantes, otros argumentan que sus discusiones a menudo son demasiado abstractas o detalladas y no conducen a soluciones útiles. Sin embargo, el autor defiende que los filósofos sirven para plantear problemas de manera calmada y considerando múltiples perspectivas en lugar de soluciones rápidas, lo que puede conducir a mejores soluciones a largo plazo
2. ¿Para qué sirven los químicos? ¿Para qué sirven los
hombres de negocios? ¿Para qué sirven los
políticos? A todas estas preguntas, y otras similares,
cabe responder de un modo relativamente
satisfactorio: cada uno de ellos sirve para algo
determinado y se supone, además, que útil y
beneficioso -comprender mejor la naturaleza y
funciones de ciertas sustancias, lo que puede dar
por resultado la invención y perfeccionamiento de
muchos utilísimos productos; comprar y vender
mercancías; legislar o mandar. En todo caso, las
personas que ejecutan esas actividades, u otras
similares, están convencidas de que no sólo sirven
para algo, sino de que pueden asimismo dar buena
cuenta y razón de ello. Por añadidura, se juzga que
todas esas actividades son importantes.
3. Los filósofos se hallan, en cambio, en una situación un
poco embarazosa. Durante muchos siglos estuvieron
«asaz» convencidos de que acaso la filosofía no es útil,
pero es, en todo caso, beneficiosa y, desde luego,
importante. De un tiempo -bastante tiempo ya- a esta
parte vienen en preguntarse si, además de no ser,
estrictamente hablando, útiles, no serán más bien
perniciosos y, por si esto fuera poco, si carecerán de toda
importancia. Los repetidos anuncios -por parte de
muchos filósofos de que «La filosofía ha muerto» forman
parte de esas sus melancólicas lucubraciones. Cierto que,
de modo similar al tradicional «El Rey ha muerto. ¡Viva el
Rey!», la tan traída y llevada «muerte de la filosofía» ha
sido bastantes veces un simple (y acaso un tanto sofístico)
modo de anunciar que una filosofía ha muerto y otra la
ha reemplazado
4. Pero aun en estos casos de relativo optimismo
los filósofos no han podido eliminar por entero
cierta desazón. ¿No será la proclamada muerte
de la filosofía la de todas las filosofías, y con
ello la muerte, por supuesto profesional, de
todos los filósofos?
5. Las cosas parecen ir por este lado. Los filósofos son
bastante menos solicitados de lo que antaño
fueron. Son menos solicitados, ni que decir tiene,
que los científicos, pero inclusive menos que los
teólogos. Puesto que abundan las confesiones
religiosas, no hay escasez de teólogos y a éstos se
les pide ilustrar a los creyentes, e inclusive a los no
creyentes. Se les pide dar su visto bueno (o malo) a
cuestiones candentes, que afectan a las vidas
privadas y públicas de una abrumadora cantidad de
seres humanos: el matrimonio, el divorcio, el
aborto, la planificación familiar, la eutanasia, la
justicia económica y social, etc., etc.
6. En las últimas décadas sobre todo, los teólogos -
o sus sucedáneos- se han venido ocupando
crecientemente de dichas cuestiones al punto
de hablar más de ellas que de los grandes temas
tradicionales, como la existencia y naturaleza de
Dios, la creación del mundo, la justificación del
mal y otros monumentales, pero hoy al parecer
nada urgentes enigmas.
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8. Pero, ¿qué?, dirán los filósofos. Todo eso lo hacemos nosotros, y
mejor. Por si fuera poco, además de escrutar y oportunamente
resolver problemas sociales, morales y políticos, nos ocupamos
de muchas otras cuestiones, como las concernientes a la
estructura de las teorías científicas, los fundamentos del
psicoanálisis, la semántica de los lenguajes naturales, los pros y
los contras de la inteligencia artificial, la función de los textos en
el arte y en la historia, el amor, el poder, la «muerte del
hombre», etc., etc.
¿Para qué preguntarse (o preguntarnos) para qué servimos?:
servimos para todo. Nadie nos puede batir en la variedad y
universalidad de intereses.
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10. Lo malo es que los modos como los filósofos suelen tratar estos,
y muchísimos otros, problemas, no parece convencer a mucha
gente. Para empezar, los filósofos suelen caer víctimas de una de
estas dos opuestas tendencias (y a veces ambas): o se pierden en
nebulosas especulaciones (para emplear la jerga de Adorno: en
abstracciones y reificaciones) o se enzarzan en menudos y
detalladísimos análisis que no conducen a ninguna parte, salvo a
reconocer que de aquello de que en cada caso se habla hay
siempre muchísimo más que hablar. La cuestión « ¿Para qué
sirven los filósofos?» persiste, y con ella la tentación de concluir
que no sirven realmente para nada.
11. Creo que caben dos respuestas a estas (para los filósofos)
desconsoladoras conclusiones.
Una es que si no sirven para nada, no son tampoco, como a
veces se los pinta, y ellos mismos en ocasiones gustan de
imaginarse, perniciosos. No se puede decir, sin pecar contra la
lógica, que uno no sirve para nada y agregar que su actividad es
dañina: si uno no sirve para nada, no servirá ni siquiera para
algo perjudicial o funesto. En este caso, habrá que celebrar más
bien la existencia de esos cándidos que, al revés de tantos otros,
son incapaces de hacer trastadas. 0 que si hacen alguna, no será
en la medida en que cultiven la inocente actividad llamada
«filosofía», sino justamente en la medida en que no lo hagan y,
como los demás miembros de su especie, estén supremamente
deseosos de poner la zancadilla al prójimo.
12. La otra es que, si bien se mira, los filósofos sirven para algo,
incluyendo la capacidad de enfrentarse con cuestiones
perfectamente reales y concretas, cuestiones que interesan a
todos los seres humanos y no sólo a quienes ejercen
determinadas actividades. ¿No hay, pues, diferencia entre
quienes se dedican a la filosofía y quienes se abstienen de ésta?
Sí, hay una que resulta obvia a los, pocos o muchos, que han
observado la conducta (intelectual) de los primeros.
13. Los no filósofos tratan los problemas aludidos como si fueran
urgentes y necesitaran solución inmediata. En lo cual la razón les
sobra, porque, como Ortega y Gasset dijo tantas veces, «la vida
es urgencia y prisa». Los filósofos no lo niegan, pero piensan que
no estaría del todo mal introducir de vez en cuando alguna dosis
de calma -de donde ha emergido probablemente la tradicional
idea de «hacer las cosas con filosofía».
14. En virtud de ello, se han acostumbrado a plantear problemas -a
menudo, los mismos problemas que los demás- sin excesiva
prisa. Esto lleva a adoptar dos enfoques: uno es el darle a
cualquier problema todas las vueltas necesarias para saber en
qué consiste, incluyendo el averiguar si es verdaderamente un
problema; el otro es proponer no una sola y única solución, sino
varias. El efecto es descorazonador para quienes piden
soluciones inmediatas, pero puede ser, a la postre, beneficioso,
sobre todo porque en no pocos casos las mejores soluciones a
problemas que parecen urgentísimos son las que se ingenian a
largo plazo.
15. Santayana [Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás,
más conocido como George Santayana (Madrid, 16 de diciembre
de 1863 – Roma, 26 de septiembre de 1952), fue un filósofo,
ensayista, poeta y novelista hispano-estadounidense.] lo dijo ya
en su inimitable estilo gnómico[poético ]: «Los filósofos
contemplan estrellas que se desplazan lentamente.»
Ferrater Mora, Diario La Razón 15/02/1986.
16. José Ferrater Mora. Nació el 30 de octubre de 1912 en la ciudad de Barcelona. Se licenció en
Filosofía por la Universidad de Barcelona. A partir de 1939 ejerció la docencia en diversas universidades
de Francia, Cuba, Chile y los Estados Unidos de América, país donde se estableció en 1947 huyendo del
régimen franquista y donde se relacionó con Pedro Salinas. En los Estados Unidos, en el año 1949 ejerció
la docencia en el Bryn Mawr College de Pensilvania, llegando a ser director del Departamento de
Filosofía. Fue profesor invitado en muchas universidades como las de Princeton, Baltimore, Filadelfia,
Madrid, Barcelona y Palma de Mallorca.
Es autor de diversos libros sobre el pensamiento filosófico, también fue autor de diversas películas de
cine[cita requerida]
. Asimismo, a partir de 1979 destacó en sus obras de narrativa. Ferrater Mora murió el 30
de enero de 1991 en Barcelona.)