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Estructura y elementos narrativos
1.
2. Toda narración cuenta una historia, y esa
historia está integrada por una serie de
acciones que realizan o experimentan los
personajes. Por lo general, las narraciones
suelen presentar un cambio de fortuna, el
tránsito desde un estado de cosas inicial
hacia una nueva situación.
3. Toda narración avanza mediante el paso de
unas acciones a otras. En este sentido, resulta
fundamental el modo en que el autor vincula
entre sí las diversas acciones, desde el
principio hasta el final de la obra. Esa
estructura de acontecimientos diseñada por
el escritor, que los lectores recorremos de la
primera a la última página del cuento o la
novela que estamos leyendo, recibe el
nombre de trama.
4. A la trama, o sucesión de acciones tal como se
presentan cuando la leemos, cabe exigirle
ciertos requisitos para que resulte satisfactoria.
Verosimilitud: Son todas las acciones y la
forma en que se enlazan entre sí, deben ser
creíbles. Para ello, el escritor debe recurrir a
los principios de necesidad y causalidad, de
manera que los acontecimientos que suceden
en su relato resulten admisibles y no parezcan
descabellados o ilógicos.
Decoro: la relación entre lo que se puede
esperar de los personajes y lo que estos
efectivamente hacen.
5. En general, podemos distinguir entre los
relatos que se acaban cuando la historia
alcanza su resolución y los que llegan a su
final antes de que la historia esté
completamente resuelta, dejando a juicio del
lector la facultad de decidir cómo concluye.
6. El final cerrado: es típico de los cuentos
folclóricos, que suelen concluir con fórmulas
como “y vivieron felices para siempre”. Con
ello, el narrador nos dice que no hay nada
más que contar, que no ocurrió nada notable
en el resto de la vida de los protagonistas. La
acción se da por concluida y resuelta.
7. Un final abierto: es el de El coronel no tiene
quien le escriba (1961), del colombiano Gabriel
García Márquez. Al final de la obra, el anciano
protagonista ha gastado todos sus ahorros en la
adquisición de un gallo de pelea, que deberá
poner a prueba al cabo de unas semanas. Si el
animal gana su combate, el coronel podrá
reparar su situación económica, mientras que si
pierde, será el final de toda esperanza. La
historia acaba en ese punto, y deja al lector que
decida lo que pudo pasar; en realidad, lo que el
escritor quería contar ya ha sido narrado.
8. Orden
Las acciones suceden en el tiempo, y esta
dimensión también es susceptible de ser
manipulada por el autor. A este le cabe la
posibilidad de alterar el orden en que se dan
los acontecimientos: no tiene que explicar
necesariamente lo que pasó primero, sino que
puede avanzar y retroceder en el tiempo,
mediante los siguientes recursos.
9.
10. Otra forma de intervenir en el tiempo narrativo consiste
en modificar la duración de un hecho concreto. Un
acontecimiento puede contarse de forma que dure
como narración más o menos lo que duraría en la vida
real, sin omitir detalles ni alargarlo innecesariamente.
En tal caso, nos hallamos ante una escena.
La duración puede alargarse, narrando circunstancias
que no ocupan tiempo real. Se trata de las pausas,
como la descripción de un paisaje, que pueden
consumir varias páginas de una novela.
La opción inversa consiste en dejar de narrar algunos
hechos, bien porque no son relevantes, bien porque el
autor quiere que los imaginemos. Nos encontramos en
tal caso ante una elipsis.
11. La acción narrativa puede suceder en un solo
ámbito o ubicarse en distintos lugares.
Muchos narradores no pretenden definir con
tanta precisión el espacio en que ocurren los
hechos (simplemente suceden en una ciudad
cualquiera, en el campo o en una casa de un
vecino); otros le conceden gran importancia a
la creación de un lugar especial, real o
imaginario, en el que tienen lugar varias de sus
obras.
12. El retrato de los personajes
Las acciones narrativas necesitan de sujetos que las lleven
a cabo o las sufran. Esos sujetos son los personajes de la
obra, cuya caracterización es fundamental para un
desarrollo adecuado y verosímil de la trama.
El autor puede recurrir a diversas estrategias, entre las
que se cuentan la descripción física (el aspecto puede
sugerir muchas cosas sobre el temperamento de las
personas), el lenguaje que emplean, las mismas acciones
que llevan a cabo o su entorno social. Observemos como
ejemplo parte de la descripción de la madre del
protagonista en La familia de Pascual Duarte (1942), la
primera novela de Camilo José Cela (1916-2002).
13. Los personajes planos son aquellos que no
experimentan cambios significativos a lo largo de
la obra, o que no tienen demasiados matices. Es el
caso de los personajes de algunos libros, que
sobre todo son valientes, esforzados y leales, sin
que al autor le interese destacar mucho más de
ellos.
Los personajes redondos, por el contrario, son los
que resultan profundos y complejos, susceptibles
de sufrir una evolución a lo largo de la obra (por
ejemplo, pasar de la ignorancia al conocimiento).
Un personaje de esta naturaleza es Luis Vargas, el
protagonista de Pepita Jiménez (1874), de Juan
Valera (1824-1905), que lucha entre su vocación
religiosa y el amor que siente por una joven viuda.
14. Con respecto a la profundidad de la
caracterización de los personajes, cabe también
hablar de los arquetipos, seres de ficción que no
encarnan a un individuo concreto, sino a un
modelo determinado de comportamiento: el avaro,
el solterón, el caballero andante, la bella dama
altiva y desdeñosa.
No hay que olvidar tampoco los símbolos, aquellos
personajes que se convierten, precisamente por la
fuerza con que han sido descritos, en un modelo
absoluto: es el caso de don Quijote o don Juan,
que no representan a ninguna colectividad, sino
solo a ellos mismos, a su peculiar e inconfundible
manera de ser.