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Curso 2015/16
La envidia como emoción
social y el papel de las
emociones en la racionalidad
Por: Gabriel Aragón Aranda
Profesor: Dr. Manuel Toscano Méndez
Filosofía Social; 4º de Grado en Filosofía
1
RESUMEN
En el presente trabajo nos proponemos mostrar la relevancia de las emociones
sociales mediante un análisis somero de las mismas para, posteriormente, centrarnos en
un caso concreto: el de la envidia. Emoción ésta típicamente social, pues la referencia al
otro es intuitivamente manifiesta. Para dicho análisis nos basaremos en su totalidad en el
tratamiento de tales cuestiones que realiza Jon Elster, reputado investigador en la materia.
Finalmente, siguiendo una línea cada vez más delimitada, terminaremos por atender al
papel que las emociones sociales pueden jugar dentro (o fuera) de la racionalidad. La
pretensión de síntesis se sostendrá en todo momento, pues, al ser un tema tan vasto y lleno
de matices, su tratamiento aquí exige una brevedad y simplicidad que solo me permitirán
bosquejar las cuestiones.
PALABRAS CLAVE
EMOCIÓN, SOCIAL, ENVIDIA, ELSTER, RACIONALIDAD
TRABAJO
I. Introducción: Caracterización somera de las emociones
Las emociones forman parte indisociable de la vida humana. De hecho, forman
parte imprescindible de la buena vida, ya que, tal y como nos recuerda Elster, “las
criaturas sin emociones no tienen razones para vivir ni tampoco para suicidarse”1
. Sin
embargo, atendemos al hecho de que éstas han tenido un escaso tratamiento en la tradición
por parte de filósofos y científicos. Eso está cambiando. La relevancia del plano
emocional comienza a tener un peso cada vez más destacable en la comprensión de cómo
somos y de cómo actuamos. De hecho, llevando ese “cómo actuamos” al plano social,
Elster nos asegura que “emociones intensamente sociales tienen un rol importante en la
1
Elster, Tuercas Y Tornillos, 67.
2
operación de [por ejemplo] las normas sociales”2
, siendo éstas, debemos añadir, de
esencial relevancia para la vida social.
Una vez expuesta la importancia de las emociones para el plano social, pasemos
a examinarlas per se. Podemos comenzar por la vía más sencilla si acaso, pero más oscura:
la introspección. Sin embargo, tal procedimiento, aunque importante, no es suficiente por
varios motivos: (1) ciertos individuos pueden ser incapaces de experimentar alguna que
otra emoción, (2) se puede carecer de familiaridad con la emoción dada y (3) la intensidad
de la emoción en concreto puede hacer imposible el análisis cognitivo3
. Mediante la
observación externa es posible corregir dichas limitaciones, pero nos volvemos a
encontrar escollos como el hecho de que ciertas personas son incapaces de mostrar total
o parcialmente tal o cual emoción4
. Finalmente, Elster acaba por apelar a los dramaturgos,
novelistas, moralistas y filósofos como las fuentes más ricas a la hora de intentar dibujar
el panorama de las emociones humanas. Por supuesto, sin demérito de los aportes
historiográficos, antropológicos y científicos, que son de gran relevancia a la hora de
atender a la conducta emocional o a nuestros mecanismos emocionales. Pero este asumir
la necesidad de atenerse a un enfoque filosófico e, incluso, literario de la cuestión viene
dado por los lastres que penden de la investigación científica: de tipo ético, económico,
logístico, etc.
Jon Elster también parte de la premisa de que las emociones no son algo que
podamos entender universalmente. Más bien están circunscritas, aunque sea en términos
de grado, frecuencia o modo, a determinadas culturas o sociedades. Por ello nuestro
análisis versará sobre “las modernas sociedades occidentales”5
.
Así, nos encontramos que las distintas emociones son susceptibles de encajar en
dos dimensiones: emociones fuertes (profundas) o débiles, por un lado, y emociones con
antecedentes cognitivos complejos o simples6
, por otro.
El lenguaje jugará, dado el enfoque filosófico/literario antes mencionado, un papel
destacado en nuestro preanálisis. Aun así hemos de tener consciencia de que el lenguaje
en solitario adolece de ciertas limitaciones para el objetivo que nos interesa, y es que (1)
2
Ibid., 74.
3
“No podemos observar nuestra ira cuando estamos en sus garras y tampoco hay garantía de que
posteriormente nuestra memoria nos sirva de ayuda”. Elster, Sobre Las Pasiones, 24.
4
Ibid.
5
Ibid., 25.
6
Ibid., 29.
3
no puede decirnos si determinadas palabras son o no términos para nombrar distintas
emociones, (2) no puede decirnos cuándo dos términos que designan alguna emoción son
o no sinónimos y (3) puede tener lagunas7
.
Una vez advertidos, Elster pasa a caracterizar las emociones en positivas (se
experimentan como placenteras) o negativas (se experimentan como dolorosas). Así
encontramos un primer grupo que “suponen una evaluación positiva o negativa de nuestra
conducta o carácter, o de los de otra persona”8
, donde encuadraríamos a la vergüenza, el
desprecio y el odio, la culpa, la ira, el amor propio o dignidad, la simpatía, el orgullo y la
admiración. Un segundo grupo, que se ajustaría a los cánones aristotélicos, agruparía a
aquellas emociones “generadas al pensar que alguien merecida o inmerecidamente posee
algo bueno o algo malo”9
. Aquí entrarían la envidia (que posteriormente trataremos), la
indignación, la congratulación, la compasión, la crueldad y el regodeo. Una tercera
categoría, relacionada con las otras dos, tendría que ver con el pensamiento que uno tiene
acerca del tipo de cosas que le han sucedido o le pueden suceder.
Esta clasificación, empero, es una de tantas. Las fronteras muchas veces son
borrosas y no se sabe dentro de qué cae cada término. Es preciso a tender a que “la palabra
“emoción” puede tomarse en el sentido de un hecho que se da o considerarse en un sentido
disposicional”10
. Así pues, para concluir nuestro bosquejo y siguiendo a Elster, se puede
proponer, dentro de un análisis fenomenológico, distinguir a las emociones mediante una
serie de rasgos comunes (no necesarios), que serían los siguientes:
1. Sensación cualitativa singular (el único rasgo que es necesario).
2. Aparición súbita.
3. Imprevisibilidad.
4. Corta duración.
5. Son desencadenadas por un estado cognitivo.
6. Están dirigidas hacia un objeto intencional.
7. Inducen cambios fisiológicos.
8. Tienen expresiones fisiológicas y fisionómicas.
9. Inducen tendencias a realizar determinadas acciones.
7
Ibid., 30.
8
Ibid.
9
Ibid., 31.
10
Ibid., 34.
4
10. Van acompañadas de placer o dolor (valencia)11
.
II. Un caso concreto de emoción social: La envidia
Con la envida estamos ante un caso preeminente de emoción social, pues no se
tiene envidia de los pájaros por ser capaces de volar. La envidia solo es posible en
sociedad: entre personas.
Siguiendo una clasificación de las emociones sociales proporcionada por Elster12
,
al hablar de la envidia estaríamos hablando de una emoción social provocada por
comparaciones (no por interacciones); externa (no interna), pues no hay creencia alguna
respecto a la actitud del envidiado; no evaluativa del objeto de envidia y diádica (pues
solo involucra al envidioso con el envidiado, y no con más individuos).
Echando una mirada atrás y remontándonos hasta Aristóteles encontramos una
primera y útil fuente de elucidación de la envidia, donde dicha emoción posee un tinte
decididamente vil. Así, Aristóteles llega a identificar al envidioso y al maligno13
, pues
“una misma persona es el que se alegra del mal ajeno y el envidioso, dado que quien
siente pesar de aquello que (alguien) llega a ser o poseer, necesariamente sentirá alegría
en el caso de su pérdida y destrucción”14
, y continúa aseverando que tales pasiones
constituyen obstáculos para el desarrollo de la compasión. Así todo, llega a definir la
envidia diciendo que “consiste en un cierto pesar relativo a nuestros iguales por su
manifiesto éxito en los bienes citados, y no con el fin de (obtener uno) algún provecho,
sino a causa de ellos mismos. […] También (son envidiosos) los que poco les falta para
tenerlo todo”15
.
Por su carácter maligno podemos admitir, con Elster, que “la envidia es única
porque es la única emoción que no queremos reconocer ante otras personas ni ante
nosotros mismos”16
. Se manifiesta de tal manera el profundo componente social que
recorre a esta emoción: capaz de llevar al envidioso a reprimirla de tal manera que puede
11
Ibid., 35.
12
Véase Elster, Alquimias de La Mente, 175–179.
13
Cf. Rodolfo Mondolfo, El pensamiento antiguo, 122, cuando, a propósito del Timeo de Platón,
afirma que “nunca nace la envidia de un ser bueno”.
14
Aristóteles, Retórica, 362.
15
Ibid., 367–368.
16
Elster, Alquimias de La Mente, 203.
5
llegar a transmutarse en ira o indignación, al otorgarle al objeto de envidia del envidioso
un carácter moral de ilegitimidad. Siguiendo en la línea de la malignidad, un envidioso
razonaría que está “dispuesto a ceder parte de su bienestar a cambio de un incremento en
el malestar de otra persona”17
.
La ironía está en que, muchas veces, el envidiado puede experimentar una
sensación agradable que, en caso de ser envidiado por su felicidad, llevaría a una espiral,
pues el envidioso vería incrementado su objeto de envidia que, a su vez, crecería ante el
deleite de ser aún más envidiado. Esta sensación de “soy menos porque tengo menos”
correspondería con lo que Elster llama “dolor de primer orden de la envidia”18
. En un
segundo orden de dolor encontraríamos otras emociones dolorosas, como la vergüenza y
la culpa al descubrirse que siento envidia. Y es que aparentemente, en toda sociedad, la
envidia es siempre ocultada, aunque con diferencias de grado. Así encontramos un primer
nivel reactivo frente a la emoción donde tendemos, como dijimos, a reprimirla, sin ningún
tipo de deriva posterior. Sin embargo hay más niveles de reacción: en un segundo nivel
se produce un reencuadre (reframing) cognitivo. En un tercer nivel, nos encontramos con
la transmutación de dicha emoción en otra que, esa sí, producirá un determinado
comportamiento. En el cuarto nivel, el más violento, encontramos una conducta dirigida
inmediatamente por la envidia pura, incluso reconocida como tal. Normalmente la
mayoría de los patrones caen bajo el tercer nivel19
. En el cuarto nivel la tendencia típica
es la destrucción del objeto de envidia o, si este es parte del poseedor, al propio poseedor.
Esto es explicable por el deseo de reestablecer cierto equilibrio20
.
Ideas importantes para la comprensión del fenómeno de la envidia y de sus
antecedentes cognitivos son, por ejemplo la “envidia por vecindad” (según la cual solo
envidiamos a aquellos superiores inmediatos, pero no a aquellos que distan mucho de
nosotros o de nuestras posibilidades) y la “inferioridad inmerecida”, muy ligada ésta al
sentimiento de indignación y, a juicio de Elster, poseedor de profundo carácter
moralizado en la línea de la “envidia excusable” de Rawls. Interesante es atender, sin
embargo a que, como Elster mantiene, “cuando las personas actúan llevadas por su
envidia, no se ven aliviadas de su infelicidad”21
.
17
Ibid., 205.
18
Ibid., 207.
19
Ibid., 209.
20
Ibid., 211.
21
Ibid., 212.
6
Muchas más consideraciones y ampliaciones se podrían realizar a propósito de la
envidia, pero ya entraríamos, siguiendo esta dinámica, más bien, en un ensayo de
psicología. Hasta aquí me he limitado en exponer lo justo para tener una idea
mínimamente suficiente de lo que la envidia representa y de su relación indudablemente
vinculada a la conducta social.
III. Sobre el papel de las emociones en la racionalidad
En un último lugar me gustaría exponer, ya de una forma muy breve, si las
emociones, del tipo que sea, tienen algún papel a la luz de las consideraciones de Elster
sobre la racionalidad y la toma de decisiones.
Es importante para la cuestión de la racionalidad atender a lo que nos dice Antonio
Damasio en El error de Descartes, pues Elster nos recuerda que dicho autor ya dijo que
era preciso “enfrentarse a la vieja concepción de que las emociones son un obstáculo para
la adopción racional de decisiones […], las emociones emergen más bien como una
precondición esencial para la racionalidad”22
. Aunque el típico modelo de elección
racional que, en manos de los economistas (como Gary Becker), considera a la envidia y
a la malicia como externalidades en la función de utilidad, no sirven, según Elster, para
explicar las dinámicas emocionales de la envidia23
.
Se puede decir que “las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando
como factores que deshacen el empate en los casos de indeterminación”24
, lo cual tiene
que ver con las corazonadas. Sin embargo, hemos de ver qué entendemos por
racionalidad. Aquí Elster sigue una concepción racional, moderna, de la racionalidad,
según la cual, para que una acción sea racional ésta ha de “constituir el mejor medio para
satisfacer los deseos del agente, dadas sus creencias”25
. Tales creencias han de ser
entendidas como racionales en sí, para lo cual, el agente ha de contar con una cantidad
óptima de información.
Aquí lo interesante es no entender, como se suele hacer, que las emociones
constituyen la contrapartida de la racionalidad: eso solo es así cuando se describe el
22
Elster, Sobre Las Pasiones, 27.
23
Elster, Alquimias de La Mente, 221.
24
Ibid., 343.
25
Elster, Egonomics, 112.
7
carácter. Las emociones pueden, por tanto, estar sujetas a criterios de racionalidad y
facilitar la cognición. Todo esto sin que se nos olvide que las emociones nos dotan de
sentido y motivación, lo cual es requisito, a los ojos de Elster, sine qua non para actuar,
puesto que es el objetivo final de todo proceso de elección, racional o no.
El papel de las emociones en esta maraña es más entendible de la siguiente
manera: las emociones son productos de creencias que a su vez lo son de información
recibida. Tales emociones producen deseos que a su vez también son capaces de
modificar las propias emociones e incluso la información que luego vaya a confeccionar
las distintas creencias. Finalmente, entre los deseos y las creencias (siguiendo el típico
esquema de la razón para la acción) surgiría la acción26
.
IV. Conclusión
A lo largo de este trabajo hemos pretendido mostrar la relevancia de las emociones
en lo social. Para ello hemos comenzado abordando las emociones en sí mismas para
acabar profundizando en un ejemplo paradigmático: el de la envidia. Esto nos ha servido
para ir perfilando ese carácter social que puede estar presente en las emociones. De ahí
hemos pasado a un último punto donde hemos pretendido ver la posible vinculación de
las emociones con la racionalidad. Cuestiones, todas estas, que forman parte del más
actual debate en ciencia y filosofía social. De esta manera, esperamos haber aclarado, de
forma introductoria al menos, este panorama lleno de posibilidades y que, a mi juicio, irá
cobrando relevancia. Tras la caída del más frío racionalismo, las emociones empiezan a
emerger como una recluida faceta del ser humano que merece más explicación, pues es,
a su vez, más explicativa de nuestro comportamiento y manera de ser.
Así pues, finalmente, sería interesante cerrar el trabajo con una declaración de
nuestro omni-citado autor: “Las emociones importan porque nos conmueven y perturban
y porque mediante sus vínculos con las normas sociales estabilizan la vida social.
También interfieren con nuestros procesos de pensamiento, haciéndolos menos racionales
de cuanto pueden serlo de otra manera”27
.
26
Véase la Figura 2 en Ibid., 129.
27
Elster, Tuercas Y Tornillos, 75.
8
BIBLIOGRAFÍA
Aristóteles, Retórica (Madrid: Editorial Gredos, 1990).
Jon Elster, Alquimias de La Mente (Barcelona: Paidós Ibérica, 2002).
Jon Elster, Egonomics (Barcelona: Gedisa, 1997).
Jon Elster, Sobre Las Pasiones (Barcelona: Paidós Ibérica, 2001).
Jon Elster, Tuercas Y Tornillos (Barcelona: Gedisa, 1990).
Solo consultados:
Jon Elster, Juicios Salomónicos, 2nd ed. (Barcelona: Gedisa, 1995).
Jon Elster, Ulises Y Las Sirenas (México: Fondo de Cultura Económica, 1989).
Jon Elster, Uvas Amargas (Barcelona: Ediciones Península, 1988).

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La envidia como emoción social

  • 1. Curso 2015/16 La envidia como emoción social y el papel de las emociones en la racionalidad Por: Gabriel Aragón Aranda Profesor: Dr. Manuel Toscano Méndez Filosofía Social; 4º de Grado en Filosofía
  • 2. 1 RESUMEN En el presente trabajo nos proponemos mostrar la relevancia de las emociones sociales mediante un análisis somero de las mismas para, posteriormente, centrarnos en un caso concreto: el de la envidia. Emoción ésta típicamente social, pues la referencia al otro es intuitivamente manifiesta. Para dicho análisis nos basaremos en su totalidad en el tratamiento de tales cuestiones que realiza Jon Elster, reputado investigador en la materia. Finalmente, siguiendo una línea cada vez más delimitada, terminaremos por atender al papel que las emociones sociales pueden jugar dentro (o fuera) de la racionalidad. La pretensión de síntesis se sostendrá en todo momento, pues, al ser un tema tan vasto y lleno de matices, su tratamiento aquí exige una brevedad y simplicidad que solo me permitirán bosquejar las cuestiones. PALABRAS CLAVE EMOCIÓN, SOCIAL, ENVIDIA, ELSTER, RACIONALIDAD TRABAJO I. Introducción: Caracterización somera de las emociones Las emociones forman parte indisociable de la vida humana. De hecho, forman parte imprescindible de la buena vida, ya que, tal y como nos recuerda Elster, “las criaturas sin emociones no tienen razones para vivir ni tampoco para suicidarse”1 . Sin embargo, atendemos al hecho de que éstas han tenido un escaso tratamiento en la tradición por parte de filósofos y científicos. Eso está cambiando. La relevancia del plano emocional comienza a tener un peso cada vez más destacable en la comprensión de cómo somos y de cómo actuamos. De hecho, llevando ese “cómo actuamos” al plano social, Elster nos asegura que “emociones intensamente sociales tienen un rol importante en la 1 Elster, Tuercas Y Tornillos, 67.
  • 3. 2 operación de [por ejemplo] las normas sociales”2 , siendo éstas, debemos añadir, de esencial relevancia para la vida social. Una vez expuesta la importancia de las emociones para el plano social, pasemos a examinarlas per se. Podemos comenzar por la vía más sencilla si acaso, pero más oscura: la introspección. Sin embargo, tal procedimiento, aunque importante, no es suficiente por varios motivos: (1) ciertos individuos pueden ser incapaces de experimentar alguna que otra emoción, (2) se puede carecer de familiaridad con la emoción dada y (3) la intensidad de la emoción en concreto puede hacer imposible el análisis cognitivo3 . Mediante la observación externa es posible corregir dichas limitaciones, pero nos volvemos a encontrar escollos como el hecho de que ciertas personas son incapaces de mostrar total o parcialmente tal o cual emoción4 . Finalmente, Elster acaba por apelar a los dramaturgos, novelistas, moralistas y filósofos como las fuentes más ricas a la hora de intentar dibujar el panorama de las emociones humanas. Por supuesto, sin demérito de los aportes historiográficos, antropológicos y científicos, que son de gran relevancia a la hora de atender a la conducta emocional o a nuestros mecanismos emocionales. Pero este asumir la necesidad de atenerse a un enfoque filosófico e, incluso, literario de la cuestión viene dado por los lastres que penden de la investigación científica: de tipo ético, económico, logístico, etc. Jon Elster también parte de la premisa de que las emociones no son algo que podamos entender universalmente. Más bien están circunscritas, aunque sea en términos de grado, frecuencia o modo, a determinadas culturas o sociedades. Por ello nuestro análisis versará sobre “las modernas sociedades occidentales”5 . Así, nos encontramos que las distintas emociones son susceptibles de encajar en dos dimensiones: emociones fuertes (profundas) o débiles, por un lado, y emociones con antecedentes cognitivos complejos o simples6 , por otro. El lenguaje jugará, dado el enfoque filosófico/literario antes mencionado, un papel destacado en nuestro preanálisis. Aun así hemos de tener consciencia de que el lenguaje en solitario adolece de ciertas limitaciones para el objetivo que nos interesa, y es que (1) 2 Ibid., 74. 3 “No podemos observar nuestra ira cuando estamos en sus garras y tampoco hay garantía de que posteriormente nuestra memoria nos sirva de ayuda”. Elster, Sobre Las Pasiones, 24. 4 Ibid. 5 Ibid., 25. 6 Ibid., 29.
  • 4. 3 no puede decirnos si determinadas palabras son o no términos para nombrar distintas emociones, (2) no puede decirnos cuándo dos términos que designan alguna emoción son o no sinónimos y (3) puede tener lagunas7 . Una vez advertidos, Elster pasa a caracterizar las emociones en positivas (se experimentan como placenteras) o negativas (se experimentan como dolorosas). Así encontramos un primer grupo que “suponen una evaluación positiva o negativa de nuestra conducta o carácter, o de los de otra persona”8 , donde encuadraríamos a la vergüenza, el desprecio y el odio, la culpa, la ira, el amor propio o dignidad, la simpatía, el orgullo y la admiración. Un segundo grupo, que se ajustaría a los cánones aristotélicos, agruparía a aquellas emociones “generadas al pensar que alguien merecida o inmerecidamente posee algo bueno o algo malo”9 . Aquí entrarían la envidia (que posteriormente trataremos), la indignación, la congratulación, la compasión, la crueldad y el regodeo. Una tercera categoría, relacionada con las otras dos, tendría que ver con el pensamiento que uno tiene acerca del tipo de cosas que le han sucedido o le pueden suceder. Esta clasificación, empero, es una de tantas. Las fronteras muchas veces son borrosas y no se sabe dentro de qué cae cada término. Es preciso a tender a que “la palabra “emoción” puede tomarse en el sentido de un hecho que se da o considerarse en un sentido disposicional”10 . Así pues, para concluir nuestro bosquejo y siguiendo a Elster, se puede proponer, dentro de un análisis fenomenológico, distinguir a las emociones mediante una serie de rasgos comunes (no necesarios), que serían los siguientes: 1. Sensación cualitativa singular (el único rasgo que es necesario). 2. Aparición súbita. 3. Imprevisibilidad. 4. Corta duración. 5. Son desencadenadas por un estado cognitivo. 6. Están dirigidas hacia un objeto intencional. 7. Inducen cambios fisiológicos. 8. Tienen expresiones fisiológicas y fisionómicas. 9. Inducen tendencias a realizar determinadas acciones. 7 Ibid., 30. 8 Ibid. 9 Ibid., 31. 10 Ibid., 34.
  • 5. 4 10. Van acompañadas de placer o dolor (valencia)11 . II. Un caso concreto de emoción social: La envidia Con la envida estamos ante un caso preeminente de emoción social, pues no se tiene envidia de los pájaros por ser capaces de volar. La envidia solo es posible en sociedad: entre personas. Siguiendo una clasificación de las emociones sociales proporcionada por Elster12 , al hablar de la envidia estaríamos hablando de una emoción social provocada por comparaciones (no por interacciones); externa (no interna), pues no hay creencia alguna respecto a la actitud del envidiado; no evaluativa del objeto de envidia y diádica (pues solo involucra al envidioso con el envidiado, y no con más individuos). Echando una mirada atrás y remontándonos hasta Aristóteles encontramos una primera y útil fuente de elucidación de la envidia, donde dicha emoción posee un tinte decididamente vil. Así, Aristóteles llega a identificar al envidioso y al maligno13 , pues “una misma persona es el que se alegra del mal ajeno y el envidioso, dado que quien siente pesar de aquello que (alguien) llega a ser o poseer, necesariamente sentirá alegría en el caso de su pérdida y destrucción”14 , y continúa aseverando que tales pasiones constituyen obstáculos para el desarrollo de la compasión. Así todo, llega a definir la envidia diciendo que “consiste en un cierto pesar relativo a nuestros iguales por su manifiesto éxito en los bienes citados, y no con el fin de (obtener uno) algún provecho, sino a causa de ellos mismos. […] También (son envidiosos) los que poco les falta para tenerlo todo”15 . Por su carácter maligno podemos admitir, con Elster, que “la envidia es única porque es la única emoción que no queremos reconocer ante otras personas ni ante nosotros mismos”16 . Se manifiesta de tal manera el profundo componente social que recorre a esta emoción: capaz de llevar al envidioso a reprimirla de tal manera que puede 11 Ibid., 35. 12 Véase Elster, Alquimias de La Mente, 175–179. 13 Cf. Rodolfo Mondolfo, El pensamiento antiguo, 122, cuando, a propósito del Timeo de Platón, afirma que “nunca nace la envidia de un ser bueno”. 14 Aristóteles, Retórica, 362. 15 Ibid., 367–368. 16 Elster, Alquimias de La Mente, 203.
  • 6. 5 llegar a transmutarse en ira o indignación, al otorgarle al objeto de envidia del envidioso un carácter moral de ilegitimidad. Siguiendo en la línea de la malignidad, un envidioso razonaría que está “dispuesto a ceder parte de su bienestar a cambio de un incremento en el malestar de otra persona”17 . La ironía está en que, muchas veces, el envidiado puede experimentar una sensación agradable que, en caso de ser envidiado por su felicidad, llevaría a una espiral, pues el envidioso vería incrementado su objeto de envidia que, a su vez, crecería ante el deleite de ser aún más envidiado. Esta sensación de “soy menos porque tengo menos” correspondería con lo que Elster llama “dolor de primer orden de la envidia”18 . En un segundo orden de dolor encontraríamos otras emociones dolorosas, como la vergüenza y la culpa al descubrirse que siento envidia. Y es que aparentemente, en toda sociedad, la envidia es siempre ocultada, aunque con diferencias de grado. Así encontramos un primer nivel reactivo frente a la emoción donde tendemos, como dijimos, a reprimirla, sin ningún tipo de deriva posterior. Sin embargo hay más niveles de reacción: en un segundo nivel se produce un reencuadre (reframing) cognitivo. En un tercer nivel, nos encontramos con la transmutación de dicha emoción en otra que, esa sí, producirá un determinado comportamiento. En el cuarto nivel, el más violento, encontramos una conducta dirigida inmediatamente por la envidia pura, incluso reconocida como tal. Normalmente la mayoría de los patrones caen bajo el tercer nivel19 . En el cuarto nivel la tendencia típica es la destrucción del objeto de envidia o, si este es parte del poseedor, al propio poseedor. Esto es explicable por el deseo de reestablecer cierto equilibrio20 . Ideas importantes para la comprensión del fenómeno de la envidia y de sus antecedentes cognitivos son, por ejemplo la “envidia por vecindad” (según la cual solo envidiamos a aquellos superiores inmediatos, pero no a aquellos que distan mucho de nosotros o de nuestras posibilidades) y la “inferioridad inmerecida”, muy ligada ésta al sentimiento de indignación y, a juicio de Elster, poseedor de profundo carácter moralizado en la línea de la “envidia excusable” de Rawls. Interesante es atender, sin embargo a que, como Elster mantiene, “cuando las personas actúan llevadas por su envidia, no se ven aliviadas de su infelicidad”21 . 17 Ibid., 205. 18 Ibid., 207. 19 Ibid., 209. 20 Ibid., 211. 21 Ibid., 212.
  • 7. 6 Muchas más consideraciones y ampliaciones se podrían realizar a propósito de la envidia, pero ya entraríamos, siguiendo esta dinámica, más bien, en un ensayo de psicología. Hasta aquí me he limitado en exponer lo justo para tener una idea mínimamente suficiente de lo que la envidia representa y de su relación indudablemente vinculada a la conducta social. III. Sobre el papel de las emociones en la racionalidad En un último lugar me gustaría exponer, ya de una forma muy breve, si las emociones, del tipo que sea, tienen algún papel a la luz de las consideraciones de Elster sobre la racionalidad y la toma de decisiones. Es importante para la cuestión de la racionalidad atender a lo que nos dice Antonio Damasio en El error de Descartes, pues Elster nos recuerda que dicho autor ya dijo que era preciso “enfrentarse a la vieja concepción de que las emociones son un obstáculo para la adopción racional de decisiones […], las emociones emergen más bien como una precondición esencial para la racionalidad”22 . Aunque el típico modelo de elección racional que, en manos de los economistas (como Gary Becker), considera a la envidia y a la malicia como externalidades en la función de utilidad, no sirven, según Elster, para explicar las dinámicas emocionales de la envidia23 . Se puede decir que “las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando como factores que deshacen el empate en los casos de indeterminación”24 , lo cual tiene que ver con las corazonadas. Sin embargo, hemos de ver qué entendemos por racionalidad. Aquí Elster sigue una concepción racional, moderna, de la racionalidad, según la cual, para que una acción sea racional ésta ha de “constituir el mejor medio para satisfacer los deseos del agente, dadas sus creencias”25 . Tales creencias han de ser entendidas como racionales en sí, para lo cual, el agente ha de contar con una cantidad óptima de información. Aquí lo interesante es no entender, como se suele hacer, que las emociones constituyen la contrapartida de la racionalidad: eso solo es así cuando se describe el 22 Elster, Sobre Las Pasiones, 27. 23 Elster, Alquimias de La Mente, 221. 24 Ibid., 343. 25 Elster, Egonomics, 112.
  • 8. 7 carácter. Las emociones pueden, por tanto, estar sujetas a criterios de racionalidad y facilitar la cognición. Todo esto sin que se nos olvide que las emociones nos dotan de sentido y motivación, lo cual es requisito, a los ojos de Elster, sine qua non para actuar, puesto que es el objetivo final de todo proceso de elección, racional o no. El papel de las emociones en esta maraña es más entendible de la siguiente manera: las emociones son productos de creencias que a su vez lo son de información recibida. Tales emociones producen deseos que a su vez también son capaces de modificar las propias emociones e incluso la información que luego vaya a confeccionar las distintas creencias. Finalmente, entre los deseos y las creencias (siguiendo el típico esquema de la razón para la acción) surgiría la acción26 . IV. Conclusión A lo largo de este trabajo hemos pretendido mostrar la relevancia de las emociones en lo social. Para ello hemos comenzado abordando las emociones en sí mismas para acabar profundizando en un ejemplo paradigmático: el de la envidia. Esto nos ha servido para ir perfilando ese carácter social que puede estar presente en las emociones. De ahí hemos pasado a un último punto donde hemos pretendido ver la posible vinculación de las emociones con la racionalidad. Cuestiones, todas estas, que forman parte del más actual debate en ciencia y filosofía social. De esta manera, esperamos haber aclarado, de forma introductoria al menos, este panorama lleno de posibilidades y que, a mi juicio, irá cobrando relevancia. Tras la caída del más frío racionalismo, las emociones empiezan a emerger como una recluida faceta del ser humano que merece más explicación, pues es, a su vez, más explicativa de nuestro comportamiento y manera de ser. Así pues, finalmente, sería interesante cerrar el trabajo con una declaración de nuestro omni-citado autor: “Las emociones importan porque nos conmueven y perturban y porque mediante sus vínculos con las normas sociales estabilizan la vida social. También interfieren con nuestros procesos de pensamiento, haciéndolos menos racionales de cuanto pueden serlo de otra manera”27 . 26 Véase la Figura 2 en Ibid., 129. 27 Elster, Tuercas Y Tornillos, 75.
  • 9. 8 BIBLIOGRAFÍA Aristóteles, Retórica (Madrid: Editorial Gredos, 1990). Jon Elster, Alquimias de La Mente (Barcelona: Paidós Ibérica, 2002). Jon Elster, Egonomics (Barcelona: Gedisa, 1997). Jon Elster, Sobre Las Pasiones (Barcelona: Paidós Ibérica, 2001). Jon Elster, Tuercas Y Tornillos (Barcelona: Gedisa, 1990). Solo consultados: Jon Elster, Juicios Salomónicos, 2nd ed. (Barcelona: Gedisa, 1995). Jon Elster, Ulises Y Las Sirenas (México: Fondo de Cultura Económica, 1989). Jon Elster, Uvas Amargas (Barcelona: Ediciones Península, 1988).