El documento habla sobre momentos de querer rendirse cuando las cosas se salen de control. Aunque a veces olvidamos lo que Dios ha hecho, Él siempre encuentra la manera de dar fuerzas nuevamente. Personalmente, el autor recuerda momentos de querer rendirse pero Dios le daba un sentimiento de paz y le recordaba que no estaba solo. El autor invita al lector a buscar a Dios cuando se sienta derrotado, para que Dios le abrace y le recuerde que puede lograrlo con su ayuda.
El liderazgo en la empresa sostenible, introducción, definición y ejemplo.
Claro que puedes
1. Todos hemos querido en alguna ocasión darnos por vencidos, hablo de esos momentos en donde
pareciera que es más fácil rendirnos en lugar de seguir luchando con algo que no está bajo nuestro
control y que por más que insistamos no vemos una respuesta.
A veces pareciera que se nos olvida rápidamente lo que Dios sí ha hecho en nuestra vida y permitimos
que de un momento a otro un sentimiento de derrota inunde nuestro ser provocando que nuestros
pensamientos se llenen de puras frases y palabras que lejos de alentarnos nos terminan de desanimar
aun más.
Estar parado allí, en ese momento, donde las fuerzas parecieran que se acabaron, en donde por alguna
razón queremos rendirnos y no seguir luchando, es uno de los momentos más duros que
experimentamos.
Pero a pesar de todo esto, hay algo que me llama la atención, y es que siempre que un sentimiento de
derrota inunda nuestra vida y los deseos de rendirnos aparecen, Dios se la ingenia y de alguna manera
hace que recobremos esa fuerza que hace momentos creíamos no tener.
Personalmente recuerdo muchos momentos en donde sentía que ya no podía más, en donde parecía
que era más fácil darme por vencido que seguir luchando, en donde las fuerzas se me habían acabado y
en donde me encontraba solo con el Señor, a punto de colgar mis guantes, de decirle que ya no podía, ni
quería más seguir luchando.
2. Pero en cada momento de esos,
en cada situación en donde quise
rendirme, Dios siempre se las
ingeniaba y provocaba en esa
habitación un ambiente
diferente, mi habitación se llena
de su presencia, podía sentir su
abrazo y aquel hombre que
estaba a punto de rendirse,
ahora lloraba como un niño,
mientras su Padre lo abraza con
ternura y le decía: “¡Claro que
puedes, eres mi hijo!”
Sentir la presencia de Dios en
esos instantes, era una de las mejores experiencias que he sentido en mi vida cristiana, cada vez que
quería rendirme, Dios me hacía sentir que no estaba solo, que Él estaba a mi lado.
Quizá los últimos días un pensamiento o sentimiento de derrota ha estado inundando tu mente y tu ser,
pueda que sientas en este momento que es más fácil rendirte que seguir luchando, quizá sientes que
aunque quieras seguir, ya no puedes, que todo está acabo, que todo está perdido.
Pero hoy quiero invitarte a hacer algo diferente, ve a un lugar a solas, en donde no haya nadie más,
quizá en este momento pueda que estas solo en esa habitación, oficina o en el lugar que estés.
Quiero que sepas, que Dios conoce el sentimiento que en esta hora te embargar, quiero que sepas que a
Dios no se le ha escapo ningún detalle de tu vida, y aunque en este momento te sientas solo y olvidado,
no lo estas, porque Dios está allí mismo junto a ti y Él aun no ha terminado contigo.
Dios sabe lo mal que la estas pasando, Él sabe que sientes que ya no tienes más fuerzas para seguir
luchando, pero a pesar de ello, Él sigue creyendo en que lo vas a lograr, no por lo que en este momento
sientas, sino porque Él lo hará en tu vida.
Cierra tus ojos allí donde estas, deja que Dios te abrace fuertemente, deja que Él te haga sentir lo
importante que eres para Él, permite que te susurre al oído y te diga: “¡Claro que puedes, eres mi hijo o
eres mi hija!”
Si vas llorar como un niño delante de Él, hazlo, porque mientras lo hagas Dios te abrazara mas
fuertemente, te hará sentir suyo, acariciara tu cabeza y mientras limpia las lagrimas de tu rostro, te dirá:
“¡Claro que puedes, porque YO estoy contigo!”
“Cristo me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones”. Filipenses 4:13
Autor: Enrique Monterroza