1. LA IRRESISTIBLE HEDIONDEZ NACIONAL
En el siglo XVI era tal el hedor y la pestilencia de las calles europeas por el amotinamiento
de basura que la gente distinguida iba por ellas oliendo una bota o como se decía en aquel
entonces una borracha de ámbar; esto es un odre con perfume delicado. El caso de la España
quinientista es curioso porque la hediondez y la pestilencia callejera no disgustaba al pueblo,
y los ciudadanos protestaron vivazmente cuando se limpiaron las calles, pero ¿por qué
ocurrió esto? La razón de ello es una enfermedad que en jerga medica se conoce como
cacosmia y es la perversión del sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores
repugnantes. A un enfermo de cacosmia le resulta bien oliente lo asqueroso.
Los colombianos hemos tomado la determinación de percibir con agrado la basura política y
social que ofrece la elite administradora del país. Ha sido establecida la decadencia como
normalidad aceptada. Esta asquerosidad es irresistible y nos complacemos con deleitación,
con frenesí; lo anterior lo demuestran cabalmente los partidos políticos, algunos canales de
televisión, prensa escrita, los grupos empresariales y la irresponsabilidad con la que
procedemos los ciudadanos. Esta basura es enfermiza porque origina una adicción violenta y
tenaz.
Ya no hay asombro cuando se conoce que han robado a las entidades públicas, cuando se
escucha que hubo un atentado, cuando la deficiencia del sistema de salud empeora, cuando
funcionarios de la administración pública son juzgados por corrupción; a todo ello
respondemos coloquialmente con la frase “la rosca no es mala, lo malo es no estar en ella”.
La pasión de nuestro tiempo es la politiquería, es decir, ya no nos reunimos para crear un
proyecto político que haga eficiente la administración del país y hacer prevalecer el objetivo
común contenido en la constitución política, sino que creamos gremios con la finalidad de
fabricar desigualdad, una polarización agresiva, en fin, de consolidar un entramado de
complicidad en donde todos los participantes sean recompensados por hacer con excelencia
la asquerosa labor de empobrecer al país.
¿Por qué cambiar?
Porque nuestra política no es eficiente, no está basada en el resultado sino en el debate
ideológico del siglo pasado, lo que debe distinguir a la política del país es la previsión, es
decir, proponer proyectos económicos, políticos, sociales que sean posibles o con gran
probabilidad de producir riqueza y no basar la política en el discurso ideológico que solo
anima las pasiones en las vísperas electorales. Se ha perdido el concepto del estado social de
derecho, la perspectiva o proyección hacia el futuro nacional, al parecer no queremos que
exista un progreso y si lo anterior persiste estamos condenados a desaparecer como sociedad
o ser una sociedad de mala calidad.
Los colombianos nos acostumbramos a la cochinada política y social químicamente pura y a
la vulgaridad más atroz. Entonces extasiarse en la basura para el pueblo es una fiesta, una
vocación y un destino. Es posible que estemos enfermos de una cacosmia política y social.