Me da la impresión de que España permanece anclada en los eternos demonios familiares que tanto daño nos han hecho. Seguimos siendo un país cainita, en el que el pasado es más importante que el futuro. Lo que está sucediendo es una repetición en clave de farsa de una historia muy vieja. Por eso, intuimos que no acabará bien.
Lo más lamentable es que este triste espectáculo va a alejar de nuevo de la política a muchos ciudadanos que creían que el final del bipartidismo iba a traer un cambio de actitudes. Todo sigue igual, mientras se acrecienta un hastío que está a punto de transformarse en consternación.
1. Hastío de la política
PEDRO G. CUARTANGO
EL HASTÍO se suele confundir con el
aburrimiento, pero nada tiene que ver con él.
Aburrirse es no saber qué hacer con el tiempo,
estar hastiado consiste en un estado de ánimo
que refleja un desajuste con el mundo.
Los autores medievales identificaban el hastío
con la melancholia y percibían en él una
enfermedad del alma. Pero la palabra ha ido
cambiando de significado gracias a las reflexiones de escritores
como Voltaire, Chateaubriand, Goethe y Baudelaire, que
experimentaron este sentimiento de una manera más moderna.
Estar hastiado significa hoy un rechazo de la realidad que nos
rodea, una incapacidad de adaptarse al entorno. En este sentido,
yo estoy hastiado como la mayor parte de la gente que conozco.
El hastío es un sentimiento estético ante la mediocridad y la
banalidad de todo lo que nos rodea. No faltará quien señale que
eso es puro elitismo, pero lo cierto es que cada día es más difícil
de soportar el espectáculo de una sociedad que rinde culto al
dinero y la fama y que menosprecia el trabajo bien hecho.
A esa sensación se suma ahora la incapacidad para resolver los
graves problemas de este país de los líderes políticos, que siguen
dando vueltas a un círculo infernal mientras España sufre un
empobrecimiento progresivo y un deterioro cultural que nos
retrotraen a los peores momentos de nuestra historia
contemporánea.
La reunión de anteayer entre el PSOE, Ciudadanos y Podemos es
un buen ejemplo del talante de nuestros dirigentes, mucho más
preocupados en construir coartadas para salvar su pellejo que en
buscar salidas a la inquietante situación de ingobernabilidad en la
que nos hallamos, que nos aboca a acudir de nuevo a las urnas.
2. Aunque las soluciones sean complejas y no exista unanimidad en
el diagnóstico, se les podría exigir a los políticos que se pusieran
de acuerdo en una serie de reformas básicas como el
funcionamiento de la educación o la regeneración democrática,
que resultan inaplazables.
En lugar de afrontar estos retos, los dirigentes se dedican a jugar
con el lenguaje, que desde el franquismo no había sufrido una
degradación semejante. Las palabras ya no significan nada, se
convierten en instrumentos de manipulación u ocultación de la
verdad. En este sentido, los representantes de Podemos se han
convertido en virtuosos artistas de ese doble uso de la
comunicación. La consulta que anunció ayer Iglesias es una forma
de delegar sus responsabilidades en las bases y también de
fabricar una coartada para ir a unas nuevas elecciones. Y ya
hemos visto como los jefes de Podemos denuncian con
entusiasmo la corrupción ajena, pero justifican o ignoran la
propia. Ese doble rasero acabará por restarles toda credibilidad.
A algunos de los que hemos creído que la política tenía una
dimensión ética, la actual situación nos ha provocado una
profunda decepción. Y esa decepción ha reforzado nuestro hastío,
que nace en última instancia de una crisis de valores que ha
dejado sin referencias a la sociedad.
Me da la impresión de que España permanece anclada en los
eternos demonios familiares que tanto daño nos han hecho.
Seguimos siendo un país cainita, en el que el pasado es más
importante que el futuro. Lo que está sucediendo es una repetición
en clave de farsa de una historia muy vieja. Por eso, intuimos que
no acabará bien.
Lo más lamentable es que este triste espectáculo va a alejar de
nuevo de la política a muchos ciudadanos que creían que el final
del bipartidismo iba a traer un cambio de actitudes. Todo sigue
igual, mientras se acrecienta un hastío que está a punto de
transformarse en consternación.