1. EL FRUTO DE LA PALABRA
15º DOMINGO ORDINARIO – CICLO A
La palabra es creadora. La Biblia empieza con la palabra de Dios
creando el universo, llamando a la vida a las criaturas y al hombre. La
palabra contiene vida. El evangelio de Juan, como un nuevo Génesis,
empieza hablando del Verbo que se encarna y habita entre nosotros. En
el libro del profeta Isaías se compara la palabra de Dios con la lluvia que
riega la tierra y hace germinar las semillas. Nada de lo que hace o dice
Dios es infecundo, siempre da un fruto.
El universo entero, como dice san Pablo, está en gestación. Toda la
creación está en camino de convertirse en una creación renovada, libre
de la corrupción y de la muerte, gloriosa. Mientras tanto, vivimos los
dolores de parto: las heridas, luchas y fatigas de nuestra larga y azarosa
historia humana. Nuestro mundo es una criatura en crecimiento, pese a
todo. Y la palabra de Dios es lluvia que alimenta y ayuda a crecer.
Pero esta palabra, que también podemos comparar a una semilla,
necesita un terreno fecundo para brotar y convertirse en planta viva. Ese
terreno es nuestra libertad. Jesús lo explica con enorme claridad
valiéndose de una parábola, la del sembrador.
¿Quiénes somos nosotros en esta parábola? Somos la tierra que acoge
la voz de Dios. ¿Cómo la acogemos? Jesús nos presenta varias
actitudes. Están los que no escuchan ni entienden, viven dormidos y
ensordecidos por el ruido del mundo; en ellos la palabra cae sobre
camino trillado y es comida por los pájaros. Están los inconstantes: se
entusiasman de pronto, e igual de pronto se desaniman y abandonan.
No hay solidez en ellos y la palabra no puede cuajar. Están los que
valoran la palabra… pero tienen otras prioridades. Trabajo, familia, dinero,
afanes u obsesiones, lo que sea que les roba tiempo y energía y les
impide acoger a Dios. Y finalmente están los que acogen la palabra
como agua buena, la interiorizan, la hacen carne de su carne y se dejan
transformar por ella: son las semillas fecundas que crecen y dan fruto.
Son las personas que se atreven a cambiar de vida y pasan a ser
colaboradores de Dios, mensajeros suyos, y generan vida a su alrededor.
Jesús llama la atención de los suyos. ¡Qué afortunados son, por poder
ver y oírle a él, en persona! ¿Son conscientes de ello? Muchos de
nosotros querríamos saltar en el tiempo para presenciar lo que los
2. apóstoles vieron y poder saludar a Jesús cara a cara. Quizás si Jesús
viniera hoy seríamos reticentes a su novedad y tal vez lo rechazaríamos,
o lo escucharíamos con cierta admiración, pero sin deseos de
comprometernos. No seríamos mucho mejores que aquellos fariseos o
aquellos vecinos escépticos de Cafarnaúm… ¿Nos dejaríamos interpelar
de verdad por sus palabras?
La respuesta la tenemos en nuestras parroquias. Jesús sigue
sembrando su palabra, hoy, a través de los sacerdotes que nos hablan,
a través de formadores, catequistas, misioneros, incluso de amigos y
familiares que nos dan testimonio. Quien se deja llamar por Jesús, hoy,
sin verlo como lo vieron sus discípulos, también entonces hubiera sido
buena tierra para la semilla. Quien hoy se endurece y no se deja penetrar
por la palabra que nos llega a través de otros mediadores, hubiera sido
lo que es ahora: roca dura, zarzal o camino pedregoso donde la semilla
no puede brotar. ¡Que esta lectura nos haga meditar a fondo en nuestra
actitud!
Hoy el domingo coincide con la festividad de la Virgen del Carmen. Si
alguien acogió la palabra como tierra fecunda esta fue María de Nazaret.
Ella fue campo fértil, jardín de la palabra hecha carne. Ella es nuestro
mejor ejemplo a seguir, como el faro que guía a los marineros a buen
puerto en medio de las tormentas. Para ser seguidores de Jesús no
hacen falta grandes hazañas, sólo mucho amor, y disposición a darlo
todo. Desde un hogar, en silencio y con discreción, como María,
podemos ser espiga muy fecunda y esparcir vida y alegría alrededor.