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Obras de León Trotski
Volumen 1
1
Indice
Prólogo.........................................................................................................3
1. Particularidades del desarrollo histórico..................................................6
2. La ciudad y el capital .............................................................................12
4. La revolución y el proletariado...............................................................13
5. El proletariado en el poder y los campesinos........................................14
6. El régimen proletario..............................................................................17
8. El gobierno obrero en Rusia y el socialismo..........................................22
9. Europa y la revolución............................................................................25
Notas del traductor.....................................................................................26
Anexo.........................................................................................................27
2
Resultados y perspectivas.
Las fuerzas motrices de la revolución1
Prólogo
La cuestión acerca del carácter de la Revolución rusa ha sido el
tema fundamental, en torno al cual se han agrupado diversas corrientes
ideológicas y organizaciones políticas dentro del movimiento
revolucionario ruso. En el movimiento socialdemócrata, este asunto originó
grandes divergencias desde el momento en que, según el rumbo tomado
por los acontecimientos, comenzó a otorgársele un planteamiento
concreto. A partir del año 1904, estas divergencias se manifestaron en dos
corrientes básicas: el menchevismo y el bolchevismo. La perspectiva
menchevique parte de la tesis, según la cual nuestra revolución debe ser
de carácter burgués, es decir, debe tener como consecuencia natural
propia la transferencia del poder a la burguesía y la creación de un
sistema parlamentario burgués. El punto de vista bolchevique,
reconociendo lo inevitable del carácter burgués de la revolución que se
avecinaba, ha planteado como fin la creación de una república
democrática mediante la dictadura del proletariado y de los campesinos.
El análisis social menchevique se ha caracterizado por su
extraordinaria superficialidad y ha quedado reducido, en esencia, a
vulgares analogías históricas que son similares al método típico utilizado
por la "instruida" pequeña burguesía. Los indicios de que las condiciones
del desarrollo del capitalismo ruso crearon grandes contrastes en sus dos
extremos y acabaron por sentenciar a la democracia burguesa a una
absoluta insignificancia, no detuvieron al movimiento menchevique, como
tampoco lo detuvo su posterior experiencia en la tenaz búsqueda de una
"auténtica", "verdadera" democracia, que debe alzarse a la cabeza de la
"nación" y establecer las condiciones parlamentarias -a ser posible
democráticas- del desarrollo capitalista. Los mencheviques han hallado
por doquier signos de desarrollo de una democracia burguesa, y si no los
han encontrado, han acabado inventándolos. Han exagerado el valor de
cada declaración y discurso "democrático" infravalorando al mismo tiempo
la fuerza del proletariado y las perspectivas de su lucha. Se han lanzado
fanáticamente a la búsqueda de una democracia burguesa directiva para
garantizar el carácter burgués "legítimo" de la Revolución rusa, que en la
época de la misma revolución, cuando la democracia burguesa directiva
no se halló presente, los mencheviques se impusieron para sí mismos con
mayor o menor éxito el cumplimiento de sus deberes: es evidente que la
democracia pequeñoburguesa al carecer de cualquier ideología socialista,
sin una preparación de clase marxista, no hubiese podido en condiciones
revolucionarias obrar más que de similar manera a como procedieron los
mencheviques en calidad de partido "dirigente" de la revolución de
Febrero. La ausencia de una base social seria en la democracia burguesa
influyó en los mencheviques de forma que ellos mismos terminaron por
consumirse rápidamente y durante el octavo mes de la revolución
quedaron relegados por el rumbo seguido en la lucha de clases.
El bolchevismo, por el contrario, no se ha visto contaminado de
ningún modo por la creencia en la fuerza y poderío de la democracia
3
revolucionaria burguesa de Rusia. Ha reconocido desde el principio el
valor decisivo de la clase obrera en la revolución por aquel entonces
inminente, pero inicialmente limitó el programa de esta revolución a los
intereses de millones de campesinos, sin los cuales y contra los cuales no
hubiese sido factible la revolución del proletariado. De aquí se infiere
(hasta cierto punto) el carácter democrático-burgués de la revolución.
Con respecto al valor otorgado a las fuerzas internas de la
revolución y sus perspectivas, el autor no se vinculó en aquel período con
ninguna de las principales tendencias en el movimiento obrero ruso. El
punto de vista defendido por el autor puede ser formulado
esquemáticamente así: iniciada como una revolución de carácter burgués
según sus fines inmediatos, la revolución no tardará en desplegar las
poderosas contradicciones de clase y lograr la victoria, transfiriendo el
poder solamente a la única clase capaz de alzarse a la cabeza de las
masas oprimidas, esto es, al proletariado. Una vez en el poder, el
proletariado no sólo no deseará, sino que tampoco podrá limitarse a un
programa de carácter democrático-burgués. Podrá conducir la revolución
hasta el final sólo en el caso de que la Revolución rusa acabe
convirtiéndose en la revolución del proletariado europeo. Entonces el
programa democrático-burgués de la revolución será superado junto a sus
límites nacionales y el dominio político temporal de la clase obrera rusa se
transformará en una duradera dictadura socialista. Pero si Europa se
queda impasible, la contrarrevolución burguesa no tolerará un gobierno de
trabajadores en Rusia, desalojando del poder a la clase obrera y
liquidando la república democrática de trabajadores y campesinos.
Logrado el poder, el proletariado deberá por ello no aislarse dentro de los
límites de la democracia burguesa, sino desplegar la táctica de la
revolución permanente, es decir, liquidar la frontera entre el programa
mínimo y el programa máximo de la socialdemocracia, pasar a realizar
reformas sociales cada vez más profundas y buscar el apoyo directo e
inmediato de la revolución en Europa occidental. La reedición actual del
presente trabajo, escrito en 1904-1906, está consagrada al desarrollo de
estos argumentos y posiciones.
Al defender el punto de vista de la revolución permanente durante
década y media el autor incurrió, sin embargo, en un error al valorar las
fracciones opuestas de la socialdemocracia. Al considerar que ambas
fracciones surgieron por aquel entonces de la perspectiva de una
revolución burguesa, el autor supuso que las diferencias entre ambas no
eran tan grandes como para justificar una escisión. Al mismo tiempo
esperó hallar personalmente, por un lado, signos de debilidad dentro de la
democracia burguesa rusa durante el posterior desarrollo de los
acontecimientos, y por otro, la imposibilidad objetiva del proletariado de
poder mantenerse dentro de los límites de un programa democrático, y, de
esta forma, hacer desaparecer el terreno sobre el que se apoyaban dichas
divergencias.
Al mantenerse neutral respecto a ambas fracciones durante la
emigración, el autor subestimó un hecho de capital importancia como lo
era que, entre ambos bandos, bolcheviques y mencheviques, existían de
facto grupúsculos de inflexibles revolucionarios por una parte, y por otra,
elementos cada vez más corrompidos por el oportunismo y el
4
conformismo. Al estallar la revolución en el año 1917, el partido
bolchevique representaba ya una organización fuertemente centralizada,
que había congregado a los mejores elementos progresistas de la clase
obrera y de la intelectualidad revolucionaria, manteniéndose acorde con la
situación internacional y las relaciones de clase en Rusia, lo que determinó
-tras una breve lucha interna- su táctica a favor de la dictadura socialista
de la clase obrera. La fracción menchevique, como se ha indicado antes,
alcanzó su plenitud precisamente en aquel tiempo para poder cumplir con
los objetivos políticos de la democracia burguesa.
Al llevar a cabo la reedición actual del presente trabajo, el autor no
sólo desea dar a comprender aquellos principales fundamentos teóricos
que le han permitido a él mismo y a otros camaradas, que se han
mantenido durante años al margen del partido bolchevique, unir su destino
al del partido a partir del año 1917 (esta explicación personal no sería
suficiente motivo para la reedición del libro), sino recordar también aquel
análisis sociohistórico de las fuerzas motoras de la revolución, a partir del
cual se ha hecho posible y necesario establecer como principal objetivo de
la Revolución rusa la toma del poder por parte de la clase obrera, mucho
antes de que la dictadura del proletariado pudiera convertirse en un hecho.
La circunstancia de que tengamos la posibilidad actual de reeditar
este trabajo, escrito en 1906, sin introducir modificaciones, pero formulado
ya en líneas generales en 1904, demuestra sin ningún género de dudas
que la teoría marxista no debe ser puesta en práctica por los
representantes mencheviques de la democracia burguesa, sino sólo por el
partido que a día de hoy dirige la dictadura de la clase obrera.
La experiencia es el último recurso de la teoría. Uno de los indicios
incuestionables de que estamos aplicando correctamente la teoría
marxista es el hecho de que los acontecimientos de los que participamos
hoy en día, y los mismos métodos de esta participación, fueron previstos
en líneas generales hace década y media...
***
He mantenido el texto... sin ningún tipo de modificación.
Inicialmente me propuse añadir notas al texto que aproximasen lo escrito
al momento actual. Pero al examinar detenidamente el texto me vi
obligado a renunciar a este propósito. Si he de ser más preciso, decir sólo
que tendría que duplicar el tamaño del libro al introducir notas,
circunstancia para la que ahora mismo carezco de tiempo y teniendo en
cuenta además que un volumen con un tamaño de "dos pisos" no sería
cómodo para el lector. Pero lo principal es que mi pensamiento a día de
hoy se aproxima más a las circunstancias actuales, y el lector, que debe
familiarizarse con el contenido del libro, podrá completar su contenido con
datos más precisos obtenidos de la experiencia de la revolución actual.
L.Trotski
12 de marzo de 1919
El Kremlin
5
La Revolución rusa ha sido un acontecimiento inesperado para
todos, a excepción de la socialdemocracia. El marxismo predijo hace
tiempo la inevitabilidad de la Revolución rusa, que debía desatarse como
consecuencia del choque de las fuerzas del desarrollo capitalista con las
del absolutismo inerte. El marxismo valoró anticipadamente el contenido
social de la futura revolución. Al calificarla de burguesa, indicaba que los
fines objetivos inmediatos de la revolución consisten en la creación de las
condiciones "normales" para el desarrollo de la sociedad burguesa en su
conjunto.
Se ha visto que el marxismo tenía razón, y este hecho ya no debe
dar lugar a disputas ni demostraciones. Ante los marxistas se origina
ahora una misión completamente distinta: descubrir las posibilidades de la
revolución por medio del análisis de su mecánica interna. Sería un error
garrafal identificar nuestra revolución con las revoluciones de los años de
1789-1793 o 1848. Las analogías históricas de las que vive y se alimenta
el liberalismo no pueden sustituir el análisis social.
La Revolución rusa posee un carácter completamente singular, que
es el resultado de las particularidades de todo nuestro desarrollo histórico-
social y que, a su vez, abre perspectivas históricas completamente
nuevas.
1. Particularidades del desarrollo histórico
Si comparamos el desarrollo social de Rusia con el desarrollo de los
países europeos, poniendo entre paréntesis los rasgos más comunes de
estos últimos y lo que los diferencia de la historia de Rusia, podemos
decir, pues, que el rasgo principal del desarrollo de la sociedad rusa es su
relativa lentitud y primitivismo.
No vamos a ponernos a analizar aquí la causas naturales de este
primitivismo, pero el siguiente hecho lo consideramos indudable: la
sociedad rusa se ha construido sobre la base económica más pobre y
primitiva.
El marxismo enseña que las fuerzas productivas son la base del
movimiento sociohistórico. La aparición de corporaciones económicas, de
clases y estamentos sociales solamente es posible en una determinada
etapa de este desarrollo. Para que exista una diferenciación de clases,
que se determina con la división del trabajo y la creación de funciones
sociales más centralizadas, es imprescindible que la parte de la población
dedicada a la producción material inmediata cree el plusproducto, un
excedente por encima del consumo personal: sólo a través de la
enajenación de este excedente pueden surgir y formarse las clases
improductivas. Además, dentro de las mismas clases productivas
únicamente es posible la división del trabajo a partir de un cierto nivel de
desarrollo en la agricultura, capaz de proveer productos agrícolas a la
población urbana. Estas tesis principales del desarrollo social ya fueron
exactamente formuladas por Adam Smith.
De aquí se infiere que, aunque el periodo de nuestra historia de la
capital de Nóvgorod coincida con el principio de la historia medieval de
Europa, el ritmo aletargado del desarrollo económico de nuestra nación,
originado por las duras condiciones naturales e históricas (un ambiente
6
geográfico menos favorable, unido a la poca densidad de población), hubo
de retrasar el proceso de formación de clases y concederle un carácter
más primitivo.
Es difícil juzgar cómo se hubiera formado la historia de la sociedad
rusa si ésta se hubiese desarrollado de forma aislada por influencia de sus
propias tendencias internas. Es suficiente con que esto no se produjera.
La sociedad rusa se formó invariablemente sobre una conocida base
económica interna, influida e incluso presionada por el ambiente histórico-
social externo.
Durante el proceso de confrontación entre esta organización socio-
estatal ya formada y otras limítrofes, desempeñó un papel decisivo, por
una parte, el primitivismo de las relaciones económicas, y por la otra, su
nivel de desarrollo relativamente alto.
El Estado ruso, construido sobre una base económica primitiva,
comenzó a relacionarse y entrar en conflicto con las organizaciones
estatales cimentadas sobre una base económica más sólida y estable.
Tuvo aquí dos posibilidades: o se derrumbaba el Estado ruso en la pugna
con el estado moscovita, o se adelantaba durante su desarrollo al de las
relaciones económicas, absorbiendo muchísimo más fluido vital que el que
hubiese podido obtener con un desarrollo aislado. Para la primera variante
la economía rusa resultó no ser lo suficientemente primitiva. El Estado no
se desmoronó, sino que comenzó a crecer bajo la enorme presión de las
fuerzas de la economía nacional.
Así, pues, lo esencial de esto no reside en que Rusia estuviese
rodeada de enemigos por doquier, esto por sí solo no sería suficiente. En
esencia, esto se refiere a cada uno de los países europeos, exceptuando
quizás a Inglaterra. Pero en su recíproca lucha por la existencia, estos
Estados se apoyaron aproximadamente sobre una base económica
homogénea, y por ello el desarrollo de su sistema estatal no experimentó
tan poderosa presión externa.
La lucha contra los tártaros nogayos y de Crimea supuso un gran
esfuerzo. Pero, por supuesto, no mucho mayor que la guerra de los Cien
años entre Francia e Inglaterra. No fueron los tártaros los que obligaron a
la vieja Rusia a introducir las armas de fuego y crear regimientos regulares
de arcabuceros; no fueron los tártaros los que obligaron a crear
posteriormente la caballería de reitres y el ejército de infantería. Aquí entró
en juego la presión de Lituania, Polonia y Suecia.
Como resultado de esta presión de Europa occidental, el Estado
ruso absorbió de forma desproporcionada una gran parte del producto
excedente, es decir, se sustentó gracias a las clases privilegiadas que se
habían formado, atrasándolas y favoreciendo el lento desarrollo de la
sociedad. Pero esto no fue todo. El Estado se lanzó en pos del "producto
necesario" del campesino, le arrebató sus fuentes de subsistencia, le
expulsó de su sitio, sin concederle siquiera tiempo de arraigarse, y con
esto el Estado retrasó el crecimiento de la población y frenó el desarrollo
de las fuerzas productivas. Así, pues, mientras el Estado absorbía de
forma desproporcionada gran parte del plusproducto, retardaba a la vez la
ya de por sí lenta diferenciación de los estratos sociales; debido a esto,
sustrajo una parte considerable del producto necesario, destruyó incluso
aquellas primitivas bases productivas sobre las que se apoyaba.
7
Pero para poder existir, funcionar y, por consiguiente, enajenar ante
todo la parte necesaria del producto social, precisaba el Estado de una
organización jerárquica estamental. Por ello, al socavar los cimientos
económicos de su crecimiento, el Estado trató al mismo tiempo de acelerar
su desarrollo con medidas de un régimen estatal, y, como cualquier otro
Estado, hacer todo lo posible por derivar este proceso de formación
estamental hacia su propio ámbito. El historiador de la cultura rusa, P.
Miliukov2
, ve en esto un contraste directo con la historia de Occidente. No
existe aquí ningún tipo de contraste.
La monarquía medieval, desarrollada en el absolutismo
democrático, representaba una forma estatal que reforzaba determinadas
relaciones e intereses sociales. Pero dentro de esta forma de Estado (por
sí misma, una vez originada y hubo estado presente) existían sus propios
intereses -dinásticos, cortesanos, burocráticos-, que entraban en conflicto
con los intereses de los estratos sociales tanto inferiores como superiores.
Los estratos sociales dominantes, que formaban el "tabique" social
necesario entre la masa popular y la organización estatal, presionaban a
esta última y hacían de sus intereses un contenido de su práctica
gubernamental. Pero al mismo tiempo el poder estatal, como una fuerza
independiente, examinaba incluso los intereses de los estratos sociales
superiores desde su punto de vista y, al resistirse a sus pretensiones, trató
de supeditarlos a su voluntad. La historia real de las relaciones entre el
Estado y los estratos sociales se desarrolló a través de una determinada
correlación de fuerzas resultante.
Sucedió un proceso similar durante la formación de la vieja Rusia.
El Estado trató de utilizar a los grupos económicos en desarrollo,
supeditarlos a sus especializados intereses financieros y bélicos. Los
grupos económicos dominantes que se originaron procuraron servirse del
Estado para reforzar su superioridad en forma de privilegios de clase. En
este juego de fuerzas sociales, la fuerza resultante se vio atraída mucho
más tiempo por el poder estatal del que tuvo lugar en la historia de Europa
occidental. Aquel intercambio de favores a expensas del pueblo trabajador
-entre el Estado y los grupos sociales superiores- que se expresa en la
distribución de derechos y obligaciones, tributos y privilegios, se consolidó
en nuestra nación con un provecho menor de la nobleza y el clero que el
que tuvieron los estamentos medievales de los Estados de Europa
occidental. Esto es indudable. Sin embargo dirá Miliukov, al exagerar
terriblemente y vulnerar cualquier tipo de perspectiva, que al mismo tiempo
de que en Occidente los estamentos sociales creasen el Estado, en
nuestro país fue el poder estatal quien, dentro de sus propios intereses,
acabase por crearlos. Los estamentos sociales no pueden ser creados por
vía jurídico administrativa. Antes de que uno u otro grupo social pueda
apoyarse con ayuda del poder estatal en una clase privilegiada, debe
primero constituirse económicamente en toda su preponderancia social.
Los estamentos sociales no pueden ser fabricados por anticipado
en una tabla de jerarquías o por el reglamento de la Légion d'honneur3
. El
poder estatal sólo puede acudir con todos sus instrumentos en ayuda de
aquel proceso económico elemental que impulsa a las formaciones
económicas superiores. El Estado ruso, como ya hemos indicado,
absorbió muchas fuerzas sociales de forma relativa y con ello ralentizó el
8
proceso de cristalización social que era indispensable para su existencia.
Naturalmente, el Estado ruso trató de acelerar a su vez la diferenciación
social apoyada sobre una base económica primitiva, influido directamente
por la presión de un ambiente occidental más diferenciado, presión,
digámoslo así, transmitida mediante una organización estatal y militar. Y
hay más. Ya que la misma exigencia de aceleración exacerbó la debilidad
de las formaciones socio-económicas, entonces el Estado, de forma
natural, en sus esfuerzos de recuperación intentó aplicar la superioridad
de sus fuerzas para que el propio desarrollo de las clases superiores
pudiese dirigirse según su criterio. Pero durante el trayecto recorrido por el
Estado en pos de lograr sus objetivos, tropezó en primera instancia con su
propia debilidad, con el carácter primitivo de su propia organización, el
cual, como ya sabemos, se determinó por el primitivismo de la estructura
social.
Así, pues, el Estado ruso, creado sobre la base de la economía
rusa, se impulsó gracias a la presión amistosa y también particularmente
hostil de las organizaciones estatales limítrofes formadas sobre una base
económica más elevada. El Estado, a partir de cierto momento
-especialmente a finales del siglo XVII-, intentó con todas sus fuerzas
acelerar el desarrollo económico natural. Los nuevos oficios, las máquinas,
las fábricas, la gran producción, el capital, todo ello surgió -desde cierto
punto de vista- de un hipotético injerto artificial aplicado al tronco natural
de la economía. El capitalismo parece ser una creación del Estado. Sin
embargo se puede decir, desde este punto de vista, que toda la ciencia
rusa es un producto artificial derivado de los esfuerzos estatales, un injerto
artificial aplicado al tronco natural de la ignorancia nacional.
El pensamiento ruso, al igual que su economía, se desarrolló bajo la
presión directa del pensamiento más nutrido y la economía más
desarrollada de Occidente. Debido a que el carácter natural y doméstico
de la economía (es decir, acompañado por un débil desarrollo del
comercio exterior) provocó que las relaciones con otros países adquirieran
un carácter preferentemente estatal, la influencia de estos países, antes
de tomar la forma inmediata de una rivalidad económica, terminó
expresándose en la forma de una tensa lucha por la existencia del Estado.
La economía occidental influyó en la economía rusa por medio del Estado.
Para poder existir en un ambiente de Estados armados y hostiles, Rusia
se vio obligada a introducir fábricas, escuelas de navegación, manuales de
fortificación y demás. Pero si el curso general de la economía de este
inmenso país no hubiera partido en aquella misma dirección, si el
desarrollo de esta economía no hubiese engendrado la necesidad de
aplicados y generalizados conocimientos, todos los esfuerzos del Estado
hubiesen perecido inútilmente: la economía nacional, desarrollada de
forma natural a partir de una economía de subsistencia hasta una
economía monetaria y comercial, hubiese tomado aquellas medidas de
gobierno que respondieran a ese desarrollo y sólo en la medida en la que
se ajustasen a su criterio. Es precisamente todo esto -la historia de las
fábricas rusas, la historia del sistema monetario ruso, la historia de la
financiación del Estado-, lo que evidencia de la mejor forma el punto de
vista aquí referido.
"La mayoría de los tipos de industria (metalúrgica, azucarera,
9
petrolera, del licor, incluso la dedicada a la fabricación de fibras) -escribe
el profesor Mendeléiev4
-, se originaron bajo la influencia directa de
medidas estatales, y a veces de subvenciones gubernamentales, pero
sobre todo debido a que el gobierno, de un modo completamente
consciente, al parecer durante todas las épocas, sostenía una política
proteccionista, y durante el reinado del emperador Alejandro III5
fue
presentada bajo la bandera de una absoluta honestidad... El gobierno
supremo, que comenzó a aplicar el proteccionismo en Rusia de una forma
completamente consciente, se adelantó a nuestras cultas clases sociales
tomadas en conjunto".
El científico, panegirista del proteccionismo industrial, olvida añadir
que la política gubernamental no se pronunciaba a favor del desarrollo de
las fuerzas productivas sino por motivos puramente fiscales y en parte por
razones de carácter técnico-militar. Por eso, la política del proteccionismo
contradecía con frecuencia no sólo los intereses fundamentales del
desarrollo industrial sino también los intereses privados de aislados grupos
de empresarios. Así, por ejemplo, los fabricantes de algodón aseguran
directamente que "el elevado arancel del algodón no se mantiene para
incentivar su cultivo, según la tarifa actual, sino por intereses
exclusivamente fiscales". Al igual que durante la "creación" de los
estamentos sociales, mientras el gobierno se imponía como principal
objetivo el establecimiento del tributo estatal, durante la "implantación" de
la industria su principal tarea consistía en engordar el erario público. Pero
resulta indudable que durante el proceso de instauración en Rusia de la
producción industrial el absolutismo desempeñó un importante papel.
En la misma época en la que la sociedad burguesa en desarrollo
sintió la necesidad de protegerse con apoyo de las instituciones políticas
de Occidente, el absolutismo ya se había provisto para entonces de todo
el poder material armamentístico de los países europeos. Apoyábase éste
en un aparato burocrático central, que era completamente ineficaz a la
hora de regular las nuevas relaciones, pero que era capaz de liberar una
gran cantidad de energía a la hora de imponer represiones sistemáticas.
Las inmensas distancias del Estado fueron vencidas gracias al uso del
telégrafo, que confirió seguridad a las acciones administrativas y una
relativa velocidad y uniformidad (en lo referente a las represiones), así
como también el ferrocarril permitió movilizar la fuerza militar de un
extremo a otro del país en un plazo breve de tiempo. Los gobiernos
prerrevolucionarios de Europa casi no conocieron ni el telégrafo ni el
ferrocarril. El ejército que estaba a disposición del absolutismo era colosal,
y si resultó ser ineficaz durante la dura prueba de la guerra entre Japón y
Rusia, era lo suficientemente bueno para el dominio interno del país. Ni el
gobierno de la vieja Francia como tampoco el gobierno del año de 1848,
pudieron imaginar siquiera semejante poderío militar como el que
actualmente posee Rusia.
El gobierno, al explotar el país hasta el extremo con ayuda de su
aparato militar y fiscal, logró acrecentar su presupuesto anual hasta
alcanzar la colosal cifra de 2 mil millones de rublos. Apoyándose en su
ejército y presupuesto, el gobierno absolutista transformó la bolsa europea
en su tesoro público, convirtiendo a la vez al contribuyente ruso en rehén
de la bolsa europea.
10
De esta forma, en los años 80 y 90 del siglo XIX, el Estado ruso se
presentó ante el mundo como una colosal organización burocrático-militar
y, a la vez, bursátil y fiscal, de fuerza indestructible.
El poderío militar y financiero del absolutismo cegó e influyó no sólo
a la burguesía europea sino también al liberalismo ruso privándole de la
posibilidad de rivalizar con el absolutismo en lo referente a una
confrontación directa de fuerzas. El poderío financiero y militar del
absolutismo eliminaba, al parecer, cualquier tipo de posibilidad de
revolución en Rusia.
Pero resultó ser precisamente lo contrario. Cuanto más centralizado
se torne el Estado y cuanto más independiente sea éste respecto a la
sociedad, se convierte más rápidamente en una organización
autosuficiente, capaz de mantenerse por sí misma sin depender de esta
misma sociedad. Cuanto más intensa sea la fuerza militar y financiera de
tal organización más larga y exitosa puede ser su lucha por la existencia.
Un Estado centralizado con un crédito de dos mil millones y con un ejército
de varios millones de soldados bajo las armas, podría mantenerse incluso
por mucho más tiempo tras dejar de satisfacer las exigencias más
elementales del desarrollo social -no sólo la exigencia de gestión interna,
sino también la exigencia de seguridad militar-, para lo cual fue constituido
inicialmente.
Cuanto más tiempo durase esta situación más honda se haría la
contradicción entre las exigencias del desarrollo económico y cultural y la
política gubernamental, habiendo esta última multiplicado su poderosa
inercia "en mil millones de veces". Tras haber dejado atrás la época de
grandes apaños políticos, sin haber eliminado no sólo esta contradicción,
sino, por el contrario, al sacarla por primera vez a la luz, el giro
independiente del gobierno encaminado hacia la senda del
parlamentarismo se volvió objetivamente más difícil y psicológicamente
más inaccesible. La única salida a esta contradicción, que se perfilaba
ante la sociedad, consistía en ir acumulando en la olla de acero del
absolutismo los suficientes vapores revolucionarios que pudiesen ayudar a
desintegrarla.
Así, pues, el poderío administrativo, militar y financiero del
absolutismo, que le otorgaba la posibilidad de existir en contraposición al
desarrollo social, no sólo no excluía la posibilidad de la revolución, como
creía el liberalismo, sino, por el contrario, hizo de la revolución la única
salida, además de conferirle un carácter más radical a esta revolución,
mientras el Estado siguiese profundizando más el precipicio entre sí
mismo y la nación. El marxismo ruso puede enorgullecerse realmente de
que fuese él mismo quien aclarase el rumbo de este desarrollo y predijese
su forma en general, a la vez que el liberalismo se alimentaba con el
"pragmatismo" más utópico, mientras el populismo revolucionario vivía de
ilusiones y de la creencia en los milagros.
Todo este desarrollo social precedente hizo de la revolución una
realidad inevitable. Pero ¿cuáles fueron las fuerzas de esta revolución?
11
2. La ciudad y el capital
[...] Al convertir en proletario y empobrecer al campesino con cargas
impositivas, el absolutismo acabó por transformar los millones de la bolsa
europea en soldados, acorazados, cárceles solitarias, vías férreas. Desde
el punto de vista económico gran parte de estos gastos resultó ser
completamente improductiva. Una parte enorme del producto nacional se
marchaba en forma de porcentaje al extranjero, enriqueciendo y
reforzando a la aristocracia financiera de Europa. La burguesía financiera
europea, cuya influencia política ha crecido de forma ininterrumpida en las
últimas décadas en los países parlamentarios y que ha frenado la
influencia industrial y comercial de los capitalistas, ha terminado por
transformar en un verdadero vasallo al gobierno zarista; pero esta
burguesía no ha podido ser, no ha querido ser ni ha sido parte integrante
de la oposición burguesa dentro de Rusia. Se ha guiado en sus simpatías
y antipatías por aquel principio que ya formularon los banqueros
holandeses Hoppe y Cía en las condiciones del préstamo de Pablo6
de
1798: el pago de intereses debe ser productivo, a pesar de cualesquiera
circunstancias políticas. La bolsa europea estaba directa e
inmediatamente interesada en la conservación del absolutismo: ningún
otro gobierno nacional podía suministrarle tal interés usurario. Pero los
préstamos estatales no fueron la única vía de inmigración de capital
europeo hacia Rusia. Aquel mismo dinero, que absorbía una buena parte
del presupuesto del Estado, regresaba a territorio ruso en forma de capital
industrial y comercial, atraído por sus riquezas naturales vírgenes y
especialmente por la desorganizada y obediente fuerza de trabajo. Aquel
periodo de intenso flujo de capital europeo coincidió con el último periodo
de nuestro apogeo industrial de 1893-1899. De esta forma, el capital,
quedándose como antaño europeo en una considerable parte, al cumplir
con su cometido político en el Parlamento francés o belga, acabó por
movilizar en Rusia a la clase obrera.
Al someter a un país económicamente más atrasado, el capital
europeo hizo pasar a los sectores principales de su industria y
comunicación a través de toda una serie de escalones económicos y
técnicos intermedios, los cuales tuvo inicialmente éste que sortear en su
propio territorio. Pero cuantos menos obstáculos encontraba el capital
europeo en el camino de su dominio económico, más insignificante resultó
ser su papel político.
La burguesía europea se desarrolló a partir del tercer estado
medieval. Levantó la bandera de protesta contra el pillaje y la violencia de
los dos primeros estados en nombre de los intereses del pueblo, al cual
ella misma quería explotar. La monarquía medieval durante su proceso de
transformación en un absolutismo burocrático se apoyó en la población de
las ciudades en su lucha contra las pretensiones de la nobleza y el clero.
La burguesía se sirvió de esto para su alzamiento nacional. Así, pues, el
absolutismo burocrático y la clase capitalista se desarrollaron
simultáneamente, y cuando chocaron por fin entre sí en el año 1789,
resultó ser que toda la nación estaba a favor de la burguesía.
El absolutismo ruso se desarrolló bajo la presión inmediata de los
países occidentales. Asimiló sus métodos de dominio y gobierno mucho
12
antes de que en el ámbito de su economía nacional tuviese tiempo de
originarse la burguesía capitalista. El absolutismo ya disponía para
entonces de un enorme ejército regular, de un aparato burocrático-fiscal
centralizado, además de haber contraído una eterna deuda con los
banqueros europeos en la misma época en la que las ciudades rusas
carecían aún por completo de un papel económico significativo.
El capital irrumpió de Occidente con la ayuda directa del
absolutismo y transformó en un periodo breve de tiempo toda una serie de
viejas y arcaicas ciudades en el centro de la industria y el comercio,
creando también en un breve periodo de tiempo enormes ciudades
industriales y comerciales en un territorio completamente virgen. Este
capital apareció a menudo bajo la forma de gigantescas sociedades
anónimas.Tras una década de auge industrial -de 1893 a 1902- el capital
fijo de las sociedades anónimas creció en 2 mil millones de rublos,
mientras que durante el periodo de los años de 1854-1892 lo hizo sólo en
900 millones. El proletariado quedó directamente concentrado en enormes
masas, y entre éste y el absolutismo hallábase la escasa burguesía
capitalista desgajada del "pueblo", medio extranjera, sin tradiciones
históricas, alentada por una misma sed de lucro [...]
4. La revolución y el proletariado
La revolución es una medición directa de las fuerzas sociales en la
lucha por el poder. El Estado no es propiamente el objetivo. Es
simplemente una máquina en manos de una fuerza social dominante.
Como cualquier máquina, el Estado posee sus mecanismos de propulsión,
de transmisión y ejecución. Su fuerza propulsora es el interés de clase;
sus mecanismos son la agitación, la prensa, la propaganda eclesiástica y
escolar, el partido, las manifestaciones, las reivindicaciones, la rebelión. El
mecanismo de transmisión es la organización legislativa del interés de
casta, dinástico, estamental o de clase, bajo la apariencia de una voluntad
divina (absolutismo) o nacional (parlamentarismo). Por último, los
mecanismos de ejecución son la Administración con su Policía, el Juzgado
con sus cárceles, el Ejército.
El Estado no es propiamente el objetivo. Pero es un medio muy
importante de organización, desorganización y reorganización de las
relaciones sociales. Según en las manos en que se encuentre, puede ser
la palanca de importantes cambios o el instrumento de un inmovilismo
organizado.
Cada partido político, que se haga merecedor de tal nombre, aspira
a lograr el poder gubernamental y, de esta forma, poner el Estado al
servicio de aquella clase social cuyos intereses expresa. La
socialdemocracia, como partido del proletariado, aspira a lograr,
naturalmente, el dominio político de la clase obrera.
El proletariado crece y se consolida a la par que el capitalismo. En
este sentido el desarrollo del capitalismo es el del proletariado hacia la
dictadura. Pero el día y la hora en que el poder pase a manos de la clase
obrera no depende directamente del nivel de las fuerzas productivas sino
de las relaciones de la lucha de clases, de la situación internacional y, por
último, de una sucesión de circunstancias subjetivas: las tradiciones, las
13
iniciativas, el espíritu combativo...
El proletariado puede lograr el poder mucho antes en un país
económicamente más atrasado que en un país capitalista avanzado. En el
año 1871, el proletariado tomó conscientemente en sus manos la dirección
de la res publica en el París pequeñoburgués -lo cierto es que sólo
durante dos meses- pero ni siquiera por una hora lo pudo obtener en los
grandes centros capitalistas de Inglaterra o de Estados Unidos. La idea de
que la dictadura del proletariado dependa automáticamente de los medios
y las fuerzas técnicas del país, es un prejuicio simplificado hasta el límite
de un materialismo "económico". Este punto de vista no tiene nada de
común con el marxismo.
A nuestro juicio, la Revolución rusa va a crear tales condiciones,
bajo las cuales el poder pueda --y en caso de victoria de la revolución
deba-- ser transferido a manos del proletariado, antes de que los políticos
del liberalismo burgués tengan la posibilidad de desarrollar su genio de
gobernantes en toda su amplitud [...]
5. El proletariado en el poder y los campesinos
En caso de una victoria decisiva de la revolución, el poder pasará a
manos de aquella clase que haya ejercido un papel dirigente -en otras
palabras, a manos del proletariado-. Podemos afirmar también que esto no
excluye la posibilidad de la entrada en el gobierno de representantes
revolucionarios de grupos sociales no proletarios.
Estos grupos sociales pueden y deben estar presentes, ya que una
política razonable obliga al proletariado a acercar al poder a los líderes
influyentes de la pequeña burguesía, de la intelectualidad o del
campesinado. Toda la cuestión consiste en lo siguiente: ¿quién otorgará
contenido a la política gubernamental, quién agrupará en torno a ella una
mayoría homogénea?
Una cosa es que en un gobierno de obreros (según su mayoría)
participen representantes democráticos del pueblo, y otra que en un
determinado gobierno democrático-burgués participen -en calidad de
rehenes honoríficos- los representantes del proletariado.
La política de la burguesía liberal capitalista es muy categórica en
todas sus fluctuaciones, digresiones y deslealtades. La política del
proletariado es aún más categórica y tajante. Pero la política de la
intelectualidad -debido a su parcialidad y flexibilidad política-, la política del
campesinado -en virtud de su heterogeneidad, parcialidad, primitivismo-, la
política de la pequeña burguesía -una vez más debido a su
impersonalidad, parcialidad y una completa ausencia de tradiciones
políticas-, la política de estos tres grupos sociales es totalmente
indeterminada, inconcreta, cargada de posibilidades y, por ende, también
de imprevistos.
Es suficiente con intentar imaginarse un gobierno democrático
revolucionario sin los representantes del proletariado, para que la idea de
tal despropósito ciegue nuestros ojos. La negativa de los socialdemócratas
a participar en un gobierno revolucionario significaría la total imposibilidad
de existencia de dicho gobierno y conllevaría, de esta forma, la traición a
la causa de la revolución. Pero la participación del proletariado en el
14
gobierno sería objetivamente mucho más probable, y principalmente
aceptable sólo como una participación dominante y dirigente. Por
supuesto, es posible denominarlo gobierno de la dictadura del proletariado
y de los campesinos, la dictadura del proletariado, de los campesinos y de
la intelectualidad o, por fin, gobierno de coalición de la clase obrera y de la
pequeña burguesía. Pero cabe preguntarse: ¿a quién pertenecerá la
hegemonía de este mismo gobierno y a través de él de la nación? Al
hablar de un gobierno de obreros estamos respondiendo que la
hegemonía pertenecerá a la clase obrera.
La Convención, como órgano de la dictadura jacobina, no estaba
formada sólo por los jacobinos; es más, los jacobinos hallábanse incluso
en minoría. Pero la influencia de los sans-culottes alrededor de la
Convención y la necesidad de una política decisiva para salvaguardar el
país transfirieron el poder a manos de los jacobinos. De esta forma, la
Convención, siendo una representación formalista nacional, compuesta
por los jacobinos, los girondinos y una enorme ciénaga, fue en esencia
una dictadura jacobina.
Cuando hablamos de un gobierno de obreros nos referimos a la
posición dominante y dirigente en dicho gobierno de los representantes de
los trabajadores.
El proletariado no puede consolidar su poder sin haber extendido
antes las bases de la revolución.
Muchos sectores de las masas que trabajan, especialmente en el
campo, se verán atraídos por primera vez por la revolución y obtendrán
una organización política sólo después de que la vanguardia de la
revolución, el proletariado urbano, se ponga al frente de la nación. La
agitación y organización revolucionarias se verán acompañadas con ayuda
de los medios nacionales. Por último, el propio poder legislativo se
convertirá en un poderoso instrumento para revolucionar a las masas
populares. Con esto, el carácter de nuestras relaciones histórico-sociales,
que descargará todo el peso de la revolución burguesa a espaldas del
proletariado, creará no sólo enormes dificultades para el gobierno de
trabajadores, sino que también, al menos durante el primer periodo de su
existencia, le otorgará una ventaja inapreciable. Esto se manifestará en las
relaciones entre el proletariado y los campesinos.
En las revoluciones de los años de 1789-1793 y 1848 el poder fue
traspasado por primera vez desde el absolutismo a los elementos
moderados de la burguesía; esta última liberó al campesinado (cómo lo
hizo ya es otra cuestión) antes de que la democracia revolucionaria
recibiera o estuviera dispuesta a recibir el poder en sus manos. El
campesinado libre perdió cualquier interés por las fantasías políticas de los
"ciudadanos", es decir por el posterior curso de la revolución, y, al
quedarse inmóvil como un poste en base a este "orden", terminó por
entregar en bandeja la causa de la revolución a la reacción del cesarismo
o del inveterado absolutismo.
La Revolución rusa no debe permitir ni permitirá que se establezca
cualquier tipo de orden burgués constitucional que pudiese solucionar las
tareas más primitivas de la democracia. Con relación a los burócratas
reformadores del estilo de Vitte7
o Stolipin8
, decir sólo que todos sus
"sabios" esfuerzos se desvanecerán en su propia lucha por la existencia.
15
Como consecuencia de esto, el destino de los intereses revolucionarios
más elementales de los campesinos, incluso de todo el campesinado
como clase social, se relaciona con el destino de toda la revolución, es
decir con el destino del proletariado.
El proletariado en el poder se presentará ante los campesinos como
una clase emancipadora.
El dominio del proletariado significará no sólo una igualdad
democrática, un libre autogobierno, el traslado de todo el peso de la carga
impositiva a las clases pudientes, la disolución del Ejército regular en la
población armada, la supresión de los tributos obligatorios a la Iglesia, sino
también el reconocimiento de todas las transformaciones revolucionarias
(confiscaciones) efectuadas por los campesinos en el régimen agrario.
El proletariado convertirá estas transformaciones en el punto de
partida de posteriores medidas gubernamentales que se efectuarán en el
terreno de la agricultura.
En tales condiciones el campesinado ruso estará, en cualquier
caso, no menos interesado durante el primer y más difícil periodo de
apoyo al régimen proletario --la "democracia obrera"--, de lo que estuvo el
campesinado francés en el apoyo al régimen militar de Napoleón
Bonaparte, que garantizó a los nuevos propietarios con la fuerza de las
bayonetas la inviolabilidad de sus parcelas de tierra. Y esto significa que la
representación popular convocada bajo la dirección del proletariado, que
asegura el apoyo de los campesinos, se presenta, ni más ni menos, que
como una formalización democrática del dominio del proletariado.
¿Pero es posible que los campesinos terminen por arrinconar al
proletariado y ocupen su lugar?
Esto no es posible. Toda la experiencia histórica se opone a esta
suposición. Esta experiencia histórica demuestra que los campesinos son
completamente incapaces de desempeñar un papel político independiente.
La historia del capitalismo es la historia de la subordinación del
campo a la ciudad. El desarrollo industrial de los países europeos hizo
imposible en su época la posterior existencia de las relaciones feudales en
el marco de la producción agrícola.
Pero el propio campo no hizo avanzar a aquella clase que hubiese
podido cumplir con los objetivos revolucionarios en la supresión del
feudalismo. Fue la propia ciudad, que sometió la agricultura al capital, la
que impulsó a las fuerzas revolucionarias, que tomaron en sus manos la
hegemonía política de las aldeas y propagaron en ellas la revolución en el
marco de las relaciones gubernamentales y de la propiedad. Durante el
posterior desarrollo, el campo también se vio sometido definitivamente a la
esclavitud económica del capital, y los campesinos a la esclavitud política
de los partidos capitalistas. Estos últimos resucitaron el feudalismo en la
política parlamentaria, convirtiendo a los campesinos en su propiedad
política, en su coto de caza electoral. Es el Estado burgués moderno el
que empuja al campesino por medio del fisco y del militarismo al precipicio
del capital usurario, y por medio de los popes del poder ejecutivo, de las
escuelas estatales y de la corrupción en los cuarteles hace de él una
víctima de la política de la usura.
La burguesía rusa entregará al proletariado todas sus posiciones
revolucionarias. Ésta se verá obligada también a ceder su hegemonía
16
revolucionaria sobre los campesinos. En estas circunstancias, que se
crearán con el traspaso del poder al proletariado, al campesinado sólo le
quedará unirse al régimen de la democracia obrera. ¡Y ojalá que lo haga
incluso con la misma conciencia con la que generalmente se adhiere a un
régimen burgués! Pero mientras que cada partido burgués, al apoderarse
del voto de los campesinos, se apresura a utilizar el poder para
desvalijarlos y defraudarles en todas sus esperanzas y promesas, y más
tarde, en el peor de los casos, ceder su lugar a otro partido capitalista, el
proletariado, apoyándose en los campesinos, pondrá en marcha todas sus
fuerzas para aumentar el nivel cultural en el campo y promover el
desarrollo de una conciencia política en estos últimos.
Con lo anteriormente expuesto dejamos clara la forma en la que
examinamos la idea de la "dictadura del proletariado y de los campesinos".
La esencia de esto no radica en que consideremos en principio admisible
o no tal dictadura, "deseemos o no" tal forma de cooperación política. Pero
sí que la consideramos irrealizable, al menos, en un sentido directo e
inmediato.
En efecto. Este tipo de coalición presupone que sea uno de los
partidos burgueses existentes el que se apodere del campesinado, o que
sea el propio campesinado el que cree un poderoso partido político.
Ninguna de estas dos variantes es posible, como ya hemos intentado
demostrar.
6. El régimen proletario
El proletariado sólo puede lograr el poder apoyándose en el
alzamiento nacional, en el entusiasmo popular. El proletariado accederá al
gobierno como representante revolucionario de la nación, como líder
popular reconocido en la lucha contra el absolutismo y la barbarie de la
servidumbre. Pero, una vez logrado el poder, el proletariado iniciará una
nueva época -una época de legislación revolucionaria, de política positiva-,
y he aquí que la conservación de su papel de portavoz de la nación no
esté aún completamente asegurado. Las primeras medidas que deberá
tomar el proletariado consistirán en llevar a cabo la limpieza de los
establos de Augías9
del antiguo régimen y el destierro de sus moradores,
medidas que tendrán el apoyo completo e incondicional de toda la nación,
para acallar los rumores que pudieran propagar los liberales castrados
sobre la fortaleza de los prejuicios monárquicos de las masas populares.
Esta limpieza política será completada con la reorganización
democrática de todas las relaciones socioestatales. El gobierno de obreros
tendrá que inmiscuirse -con la influencia directa de impulsos y
reivindicaciones populares- de forma decisiva en todas las relaciones y
acontecimientos...
En primer lugar, el gobierno de obreros tendrá que expulsar a todos
los elementos del Ejército y de la Administración que tengan las manos
manchadas con la sangre del pueblo, licenciar o disolver los regimientos
que hayan cometido los crímenes más abyectos contra el pueblo. Este
trabajo es necesario que sea llevado a cabo en los primeros días, es decir,
mucho antes de que sea posible organizar un sistema electoral y una
burocracia responsable y ponerse a trabajar en la organización de la
17
milicia popular. Pero no hay que detenerse aquí. Ante la democracia
obrera surgirán las siguientes cuestiones: la cuestión de la jornada laboral,
la cuestión agraria y el problema del paro.
Una cosa es indudable. Cada día que pase la democracia obrera
deberá ahondar en la política del proletariado en el poder y determinar
cada vez más su carácter de clase. Y junto con esto se romperá el vínculo
revolucionario entre el proletariado y la nación, la desmembración de clase
del campesinado se materializará de forma política, el antagonismo entre
sus partes integrantes crecerá de tal manera que la política del gobierno
de obreros terminará por autodeterminarse y a partir de todas las fuerzas
democráticas se establecerá como una política de interés de clase.
Si realmente no hay inveteradas tradiciones individualistas y
burguesas y de prejuicios antiproletarios en el campesinado y la
intelectualidad, y que tal cosa ayude al proletariado a subir al poder,
entonces, por otro lado, hay que tener en cuenta que esta ausencia de
prejuicios no se basa en la conciencia política sino en la barbarie política,
en la ilegitimidad social, en el primitivismo y la indolencia. Todas estas
propiedades y rasgos no pueden crear de ningún modo una base firme
para una coherente política activa del proletariado.
La eliminación de la servidumbre encontrará el apoyo de todo el
campesinado como clase tributaria. El impuesto progresivo sobre la renta
tendrá el apoyo de una gran mayoría de los campesinos; pero las medidas
legislativas en defensa del proletariado agrícola no sólo no van a despertar
el interés de la mayoría, sino que tropezarán con la resistencia activa de
una minoría.
El proletariado se verá obligado a introducir la lucha de clases en el
campo y, de esta forma, infringir aquellos intereses comunes, que,
indudablemente, están presentes en todo el campesinado, pero en
márgenes comparativamente reducidos. El proletariado deberá buscar
apoyos en los momentos más próximos a su dominio en la oposición del
campo pobre a los hacendados ricos, en la oposición del proletariado
agrícola a la burguesía rural. Pero si la homogeneidad del campesinado
representa una dificultad y acaba por reducir [los márgenes] de la política
proletaria, entonces la diferenciación insuficiente de clase del
campesinado creará obstáculos para llevar a buen término una
desarrollada lucha de clases en el campesinado, sobre la que pudiera
apoyarse el proletariado urbano. El primitivismo del campesinado mostrará
al proletariado su lado más adverso.
Pero la frialdad del campesinado, su pasividad política, y sobre todo
la resistencia de sus sectores superiores no podrán quedarse sin la
influencia de una parte de la intelectualidad y de la pequeña burguesía
urbana. Por consiguiente, cuanto más determinante y decisiva se vuelva la
política del proletariado en el poder con más facilidad podrá construirse
una sólida base, pero más inestable se volverá el terreno sobre el que se
apoya. Todo esto es probable en extremo e incluso inevitable.
Las dos partes principales de la política del proletariado van a hallar
resistencia por parte de sus aliados: que son el colectivismo y el
internacionalismo...
El carácter pequeñoburgués y el primitivismo político del
campesinado, su limitado horizonte rural, su aislamiento respecto al
18
mundo de las relaciones políticas van a significar una tremenda dificultad
para la consolidación de la política revolucionaria del proletariado en el
poder.
Imaginarse el asunto de una forma en la que la socialdemocracia
entrase en el gobierno provisional, lo dirigiese durante el periodo de
reformas revolucionario-democráticas, defendiendo con éxito su carácter
más radical y apoyándose con esto en un proletariado organizado, y más
tarde, cuando el programa democrático haya sido cumplido, la
socialdemocracia abandonase este edificio construido por ella misma,
cediendo su puesto a los partidos burgueses, siendo ella la que pasase a
la oposición y, de esta forma, iniciase una época de política parlamentaria,
imaginarse el asunto de esta forma significaría comprometer la misma idea
de un gobierno de trabajadores. Y no porque sea "en principio" inadmisible
-un planteamiento tan abstracto de la cuestión la priva de contenido- sino
por ser esto algo completamente irreal, por ser un utopismo de la peor
clase, por ser un utopismo revolucionario característico de la inculta
pequeña burguesía.
Pero veamos el porqué de esto último.
La división de nuestro programa en uno mínimo y otro máximo tiene
en principio un enorme y profundo significado por la circunstancia de que
el poder se encuentre en manos de la burguesía. Es precisamente este
hecho -la pertenencia del poder a la burguesía- el que acaba por expulsar
de nuestro programa mínimo todas aquellas exigencias que son
incompatibles con la propiedad privada de los medios de producción.
Estas últimas exigencias son las que otorgan contenido a la revolución
socialista, y sus premisas son la dictadura del proletariado.
Pero una vez el poder se encuentre en manos de un gobierno
revolucionario con una mayoría socialista, la diferencia entre el programa
mínimo y máximo perderá al instante su significado tanto inmediato como
práctico. El gobierno proletario no podrá mantenerse de ningún modo
dentro de los límites establecidos. Tomemos la reivindicación de la jornada
laboral de 8 horas. Como sabemos, esta reivindicación no contradice las
relaciones capitalistas y por eso entra dentro del programa mínimo de la
socialdemocracia. Pero imaginémonos las circunstancias de su aplicación
real durante el periodo revolucionario en medio de toda la exaltación
desencadenada. Indudablemente, la nueva ley tropezaría con la tenaz y
organizada resistencia de los capitalistas -por ejemplo, en la forma de lock
out y cierre de factorías y fábricas-. Cientos de miles de trabajadores se
quedarían en la [calle]. ¿Qué haría el gobierno? El gobierno burgués, en
un intento de ocultar su carácter radical, no permitiría jamás que el asunto
fuese tan lejos, ya que ante el hecho del cierre de factorías y fábricas
resultaría impotente. Se vería obligado a realizar concesiones, pero no
permitiría que se aprobase la jornada laboral de 8 horas, las revueltas del
proletariado serían finalmente reprimidas...
Con el dominio político del proletariado la consecución de la jornada
laboral de 8 horas deberá conllevar consecuencias totalmente distintas. El
cierre de factorías y fábricas por los capitalistas no puede ser, desde
luego, la razón para la ampliación de la jornada laboral por parte de aquel
gobierno, que desea apoyarse en el proletariado, y no en el capital, como
pregona el liberalismo, y dejar de interpretar el papel de intermediario
19
"imparcial" de la democracia burguesa. Para el gobierno de trabajadores
sólo existiría una salida: la expropiación de las factorías y fábricas que
hayan sido cerradas y el inicio de los preparativos para su posterior
nacionalización.
Indudablemente, se podría razonar también de la siguiente manera:
pongamos, por ejemplo, que el gobierno de trabajadores, siendo fiel a su
programa, decreta la jornada laboral de 8 horas; si el capital acaba por
crear resistencia, no siendo vencida esta última por los medios del
programa democrático, lo que conllevaría el mantenimiento de la
propiedad privada, la socialdemocracia se vería forzada a dimitir, apelando
al proletariado. Esta decisión sería tomada sólo desde el punto de vista de
aquel grupo, que formara parte del personal del gobierno, pero no sería
una decisión tomada desde el punto de vista del proletariado o desde el
punto de vista del desarrollo de la misma revolución. Porque tras la
dimisión de la socialdemocracia la situación política retornaría a los
mismos cauces que antes, razón por la cual la socialdemocracia se habría
visto obligada a tomar el poder. La deserción en la forma de una
resistencia organizada del capital sería una traición aún mayor a la
revolución que la negativa de la socialdemocracia a tomar el poder: porque
realmente es mejor no lograr el poder que abandonarlo después al
descubrir su propia debilidad.
Otro ejemplo: el proletariado en el poder deberá tomar las medidas
más enérgicas para la solución de la cuestión del desempleo, ya que sin
ningún género de dudas, los representantes de los trabajadores, que
hayan entrado a formar parte del gobierno, no podrán responder a las
exigencias de los desempleados con vínculos al carácter burgués de la
revolución.
Pero si el Estado se hace cargo de las garantías de subsistencia de
los desempleados -para nosotros es indiferente de qué forma lo haga-
conseguirá inmediatamente con esto una colosal movilización de las
fuerzas económicas a favor del proletariado. Los capitalistas, cuya presión
sobre el proletariado se ha apoyado siempre en el hecho de la existencia
del ejército de reserva, acabarán sintiéndose económicamente impotentes,
y el gobierno de trabajadores les sentenciará al mismo tiempo a una
fragilidad política.
Al hacerse cargo el Estado de la población desempleada, también
se hace a la vez con esto mismo responsable del apoyo económico a los
huelguistas. Pero si se negara a hacer esto último, entonces,
irremediablemente, terminaría por socavar los cimientos de su existencia.
A los empresarios no les quedará otra salida más que recurrir al lock out,
es decir al cierre de fábricas. Pero está claro que los empresarios
soportarán mejor el cese de la producción que los trabajadores, y ante el
cierre masivo de fábricas el gobierno de obreros podrá responder sólo de
una manera: la expropiación de las fábricas y la introducción en ellas -al
menos en las más grandes- de la producción estatal o comunal.
En el marco de la agricultura se crearán problemas análogos por el
mismo hecho de la expropiación de las tierras. No debe suponerse de
ninguna forma que el gobierno de trabajadores, al expropiar las
propiedades privadas de la gran producción, las dividirá en partes y las
venderá para su posterior explotación por parte de los pequeños
20
productores; la única salida que tendrá el gobierno de trabajadores será la
organización de la producción en cooperativas bajo control comunal o
directamente a expensas del Estado. Este es el verdadero camino al
socialismo.
Todo esto demuestra por completo de una forma evidente que la
socialdemocracia no puede adherirse a un gobierno revolucionario,
habiendo establecido previamente con el proletariado el compromiso de
no claudicar en ninguno de los puntos de su programa mínimo y
prometiendo a la burguesía no traspasar los límites de dicho programa. Un
compromiso de carácter tan bilateral sería totalmente irrealizable.
Incorporándose al gobierno no como frágiles rehenes sino como una
fuerza dirigente, los representantes del proletariado liquidarán la frontera
entre el programa mínimo y máximo, es decir, ubicarán el colectivismo a la
orden del día. En qué punto será detenido el proletariado en este sentido,
depende de la correlación de fuerzas, pero de ningún modo de las
intenciones originales del partido del proletariado.
Es precisamente por esto que no tiene cabida aquí ninguna forma
especial de dictadura del proletariado en la revolución burguesa, sino
precisamente una dictadura democrática del proletariado (o del
proletariado y de los campesinos). La clase obrera no puede garantizar el
carácter democrático de su dictadura, sin haber traspasado los límites de
su programa democrático. Cualquier tipo de ilusión a este respecto sería
completamente nefasta. Estas ilusiones comprometerían a la
socialdemocracia desde el principio.
Una vez que el partido del proletariado tome el poder, deberá
defenderlo hasta el final. Si los únicos medios de esta lucha por la
conservación y consolidación del poder son la agitación y la organización,
especialmente en el campo, entonces el siguiente medio en entrar en
juego será la política colectivista. El colectivismo no será sólo una
consecuencia de la postura política del partido en el poder, sino también
un medio para poder conservar esta postura, apoyándose en el
proletariado.
Cuando fue formulada en la prensa socialista la idea de la
revolución permanente, que vincula la liquidación del absolutismo y la
servidumbre social con la revolución socialista, junto a los crecientes
conflictos sociales, la rebelión de los nuevos sectores de las masas
populares, los incesantes ataques del proletariado a los privilegios
políticos y económicos de las clases dominantes, la prensa "progresista"
terminó por levantar un clamor unánime de indignación, por estar hastiada
ya de que se permitiese esto. La revolución, clamaba ella, no es un
derrotero que se pueda legitimar. La aplicación de medidas extraordinarias
sólo sería admisible en circunstancias extraordinarias. El objetivo del
movimiento de liberación no es inmortalizar la revolución, sino más bien
legalizarla, etc., etc.
Los representantes más radicales de esta misma democracia no se
arriesgan a atacar la revolución desde el punto de vista de las "conquistas"
constitucionales: incluso para ellos este cretinismo parlamentario, que
antecede al mismo parlamentarismo, no es un arma poderosa en la lucha
contra la revolución del proletariado. Prefieren continuar por otra vía,
prefieren aventurarse en el terreno de los hechos antes que en el ámbito
21
de lo legal, en el terreno de las "posibilidades" históricas, en el terreno del
"realismo" político, y por último... por último, incluso en el terreno del
"marxismo". ¿Y por qué no? Mas fue Antonio, un devoto burgués de
Venecia, el que dijo exactamente:
Téngase en cuenta que hasta el mismo diablo
puede citar las Sagradas Escrituras...
Ellos no sólo consideran fantástica la idea de un gobierno de
obreros en Rusia, sino que rechazan la posibilidad de la revolución
socialista en Europa en una época histórica próxima. Todavía no se hallan
presentes las "condiciones" necesarias para que esto suceda. ¿No es
cierto? La cuestión, claro está, no reside en que se deba fijar un plazo a la
revolución socialista, sino en que se establezcan sus perspectivas
históricas reales [...]
8. El gobierno obrero en Rusia y el socialismo
Con lo anteriormente expuesto hemos indicado que las condiciones
objetivas de la revolución socialista han sido ya creadas por el desarrollo
económico de los países capitalistas avanzados. ¿Pero qué se puede
decir a este respecto con relación a Rusia? ¿Se puede esperar que el
traspaso del poder a manos del proletariado ruso sea el principio de la
transformación de nuestra economía nacional sobre las bases del
socialismo?
El dominio político del proletariado no es compatible con su
esclavitud económica. Independientemente del vaticinio político que se
haga del proletariado, éste deberá verse forzado a plantarse en el camino
de la política socialista. Podría calificarse como de una grandísima utopía
el pensamiento de que el proletariado, elevado a la cumbre del dominio
nacional de la mecánica interna de la revolución burguesa, podrá e incluso
deseará limitar su misión con la creación de una coyuntura republicana y
democrática para lograr el dominio social de la burguesía. El dominio
político del proletariado, aunque fuese temporal, debilitará en extremo la
resistencia del capital, este último dependiente siempre del poder estatal,
circunstancia que conferirá una magnitud grandiosa a la lucha económica
del proletariado. Los trabajadores no podrán cejar en su empeño de
reclamar al poder revolucionario el apoyo a los huelguistas, y el gobierno,
apoyándose en el proletariado, no podrá negarle al pueblo tal apoyo. Pero
esto significa paralizar la influencia del ejército de reserva, convertir a los
trabajadores en los señores del entorno no sólo político sino también
económico, transformar la propiedad privada y los medios de producción
en una ficción. Estas inevitables consecuencias socio-económicas de la
dictadura del proletariado se manifestarán inmediatamente mucho antes
de que se concluya la democratización del sistema político. La frontera
entre el programa mínimo y máximo será liquidada en cuanto el
proletariado suba al poder.
El régimen proletario deberá volcarse desde el principio en la
resolución del problema agrario, que está relacionado con el futuro de las
ingentes masas de la población de Rusia. Durante la resolución de esta
cuestión, como también de otras, el proletariado se apoyará en la
22
tendencia básica de su política económica: ganar el margen más amplio
posible para la organización de la economía socialista, con la
particularidad de que las formas y el ritmo de esta política, aplicada a la
cuestión agraria, deban determinarse con la ayuda de aquellos recursos
materiales que pueda obtener el proletariado, así como también desplegar
la estrategia necesaria para impedir que puedan ser atraídos a las filas de
los contrarrevolucionarios los posibles aliados.
Por supuesto que la cuestión agraria por sí misma, es decir, la
cuestión del futuro de la economía agraria y sus relaciones sociales, no se
oculta de ninguna manera en la cuestión de las tierras, o sea, en la
cuestión sobre las formas de la propiedad agraria. Pero es indudable que
si la solución al problema agrario no va a determinar su evolución,
terminará entonces por determinar la política agraria del proletariado; en
otros términos, la decisión que tome el régimen proletario respecto a la
cuestión agraria, debe estar sujeta a su relación común con el transcurso y
las exigencias del desarrollo agrícola. Por eso la cuestión agraria debe ser
el principal tema a tratar.
La socialización de todas las tierras es una de las decisiones a la que
se le ha otorgado por parte de los socialistas revolucionarios una
popularidad casi irreprochable; habiendo sido liberada del maquillaje
europeo, la socialización de las tierras significa, ni más ni menos, que el
"usufructo de la tierra", o "El reparto Negro"10
. El programa del reparto
equitativo presupone, de esta forma, la expropiación de todas las tierras,
no sólo de las privadas en general, sino también las de los campesinos y
de las comunales. Si tenemos en cuenta que esta expropiación debe ser
llevada a cabo durante los primeros pasos del nuevo régimen, ante el
dominio aún completo de las relaciones comerciales capitalistas, resultará
entonces que las primeras "víctimas" de la expropiación serán o, más
exactamente, estimarán serlo, los propios campesinos. Debemos tener en
cuenta que fueron los campesinos los que pagaron durante décadas un
rescate que debía convertir la tierra parcelaria en su propiedad; debemos
tener también en cuenta que algunos de los más acaudalados
campesinos, posición lograda, indudablemente, con la ayuda de grandes
víctimas, ocasionadas en su tiempo por aquella generación presente,
adquirieron en propiedad una enorme superficie de tierra, con lo que será
más fácil imaginarse cuál será el grado de resistencia que provocará la
enajenación de las pequeñas parcelas privadas de tierra y también de las
comunales para convertirlas en propiedad estatal. Al ir por este camino, el
nuevo régimen pondría en contra suya a las ingentes masas del
campesinado.
¿Por qué razón deben ser convertidas en propiedad estatal las
tierras comunales y de los pequeños propietarios? Para que de una forma
u otra pueda ser cedida para una explotación económica "equitativa" a
todos los terratenientes, incluidos los actuales campesinos sin tierra y los
jornaleros. De esta forma, desde el punto de vista económico, el nuevo
régimen no ganará nada con la expropiación de las tierras comunales y de
las pequeñas parcelas privadas, ya que tras la repartición de las tierras
comunales o estatales procederá a introducir reformas en la esfera de la
economía privada. Desde el punto de vista político, el nuevo régimen
cometerá un gravísimo error, ya que confrontará hostilmente a las masas
23
campesinas con el proletariado urbano, al ser este último el dirigente de la
política revolucionaria.
Prosigamos. La distribución equitativa de las tierras supone una
prohibición legislativa para la aplicación del trabajo asalariado. La
liquidación del trabajo asalariado puede y debe ser consecuencia de las
reformas económicas, pero no puede estar predeterminada por
prohibiciones jurídicas. No es suficiente con prohibir al agricultor capitalista
contratar obreros, es necesario crear previamente para los jornaleros sin
tierra unas posibilidades dignas de subsistencia, además de una
existencia racional desde el punto de vista económico. Mientras tanto, con
el programa del sistema de explotación equitativa del suelo, prohibir la
aplicación del trabajo asalariado, esto es, obligar a los jornaleros sin tierra
a asentarse en un pedazo de tierra y, por otra parte, que el Estado se
comprometa a proveer a este jornalero del material necesario para su
producción social no racional.
Naturalmente que la intervención del proletariado en la organización
de la agricultura no comienza con el asentamiento de aislados grupos de
trabajadores en aislados pedazos de tierra, sino con la explotación de las
grandes haciendas por cuenta estatal o comunal.
Sólo en este caso, si esta producción colectivizada acaba
reafirmándose, el proceso de la posterior socialización podrá ser
impulsado hacia adelante con la prohibición de la aplicación del trabajo
asalariado. De esta forma se hará imposible la pequeña agricultura
capitalista, pero quedará todavía sitio para la industria alimentaria y afín,
cuya expropiación forzosa no debe en ningún caso entrar en los planes del
proletariado socialista.
En cualquier caso, el proletariado no deberá de ninguna forma
tomar las riendas del programa de la "distribución equitativa" de las tierras,
que supone, por una parte, la expropiación inútil y puramente formalista de
los pequeños propietarios, y que exige, por otra, un total fraccionamiento
real de las grandes propiedades en partes pequeñas. Esta política, que
parece ser de forma inmediata económicamente pródiga, tendría por base
una intención oculta de carácter utópico y reaccionario, y -por encima de
todo- debilitaría políticamente al partido revolucionario.
¿Pero hasta dónde puede llegar la política socialista de la clase
obrera en las condiciones económicas de Rusia? Una cosa se puede decir
con seguridad a este respecto: la política socialista tropezará con
obstáculos políticos mucho antes de que pueda toparse con el atraso
técnico del país. Sin un apoyo estatal directo del proletariado europeo,
la clase obrera rusa no podrá mantenerse en el poder y convertir su
dominio temporal en una duradera dictadura socialista. Esto es
evidente. Pero, por otra parte, tampoco se puede dudar de que la
revolución socialista en Occidente nos va a permitir directa e
inmediatamente transformar el dominio temporal de la clase obrera en una
dictadura socialista [...]
24
9. Europa y la revolución
La influencia de la Revolución rusa en el proletariado europeo es
enorme. Aparte de que la revolución liquidará el absolutismo de
Petersburgo, principal fuerza reaccionaria en Europa, creará, además, las
condiciones revolucionarias necesarias que se instaurarán en la
conciencia y en el ánimo de la clase obrera europea.
La tarea del partido socialista ha consistido y consiste en desarrollar
una conciencia revolucionaria en la clase obrera, de la misma forma que el
capitalismo terminó por revolucionar las relaciones sociales. Pero la labor
de organización y propaganda en las filas del proletariado está
determinada por su propia rutina interna. Los partidos socialistas europeos
-en primer lugar el alemán, que es el más poderoso de todos ellos-
conformaron su conservadurismo, y cuanto más fuerte sea éste, mayores
masas atraerá el socialismo y más agudo se volverá el carácter
organizativo y disciplinario de dichas masas. Pero esta socialdemocracia,
como organización que personifica la experiencia política del proletariado,
puede convertirse en un determinado momento en un obstáculo inmediato
para el choque abierto de los trabajadores con la reacción de la burguesía.
En otras palabras, el conservadurismo socialista y propagandista del
partido del proletariado puede atrasar en un determinado momento la
lucha directa del proletariado por el poder. La enorme influencia de la
Revolución rusa se manifiesta de forma que elimina la rutina partidista,
destruye el conservadurismo y coloca a la orden del día la cuestión de la
medición directa de las fuerzas del proletariado y la reacción capitalista. La
lucha por los derechos al sufragio universal en Austria, Sajonia y Prusia se
vio agudizada por la influencia directa de la huelga de octubre de Rusia.
La revolución en Oriente contagia al proletariado de Occidente del
idealismo revolucionario y origina en éste el deseo de contestar "en ruso"
a sus enemigos.
El proletariado ruso, una vez en el poder (aunque esta circunstancia
fuese sólo consecuencia de la coyuntura temporal de nuestra revolución
burguesa), se encontrará con la hostilidad organizada por parte de la
reacción mundial y con la disposición a un apoyo organizado por parte del
proletariado internacional. Abandonada a sus propias fuerzas, la clase
obrera de Rusia será inevitablemente aplastada por la contrarrevolución
en el momento en que el campesinado le vuelva la espalda. No le quedará
otra salida a la clase obrera rusa más que unir su destino y, por
consiguiente, el destino de toda la Revolución rusa al destino de la
revolución socialista en Europa. Aquella colosal fuerza política y estatal,
que la coyuntura temporal de la revolución burguesa de Rusia le otorgará
a la clase obrera, será aplicada a la balanza de la lucha de clases de todo
el mundo capitalista. Con el poder estatal en sus manos, con la
contrarrevolución a sus espaldas, con la reacción europea ante sí, la clase
obrera de Rusia lanzará a sus hermanos de lucha de todo el mundo una
vieja consigna, que será esta vez la consigna de un último ataque:
"¡Proletarios de todos los países, uníos!"
25
Notas del traductor
1
Este trabajo ha sido reproducido en sus puntos más importantes.
2
Miliukov (Pavel Nicoláievich), historiador y político ruso (Moscú 1859 -
Aix-les-Bains 1943). Uno de los organizadores del Partido de los Cadetes,
redactor de la revista "El Habla". Partidario de la política imperialista del
zarismo. Uno de los principales dirigentes del Partido demócrata
constitucional, fue ministro de Asuntos Exteriores del gobierno provisional
(marzo-mayo 1917). Emigró tras la revolución de Octubre.
3
Del francés: La Legión de Honor.
4
Mendeléiev (Dmitri Ivánovich), químico ruso y activista social (Tobolsk
1834-San Petersburgo 1907), autor de la clasificación periódica de los
elementos químicos (1869).
5
Alejandro III (San Petersburgo 1845-Livadia 1894), zar de Rusia [1881-
1894], practicó una política reaccionaria y firmó con Francia la alianza
francorrusa (1891-1894).
6
Pablo I Petróvich (San Petersburgo 1754-1801), emperador de Rusia
[1796-1801], hijo de Pedro III y de Catalina II. Tras enviar a Suvórov a
combatir en el norte de Italia junto a los austríacos (1799), se aproximó
políticamente a Francia. Murió asesinado.
7
Vitte (Serguéi Yúlievich, conde), político ruso (Tbilisi 1849-Petrogrado
1915). Ministro de finanzas (1892-1903), favoreció la industrialización
gracias a la afluencia de capital extranjero. Llamado por Nicolás II durante
la revolución de 1905, fue destituido cuando se restableció el orden
(1906).
8
Stolipin (Piotr Arkádievich), político ruso (Dresde 1862-Kiev 1911).
Presidente del Consejo (1906), reprimió con dureza la oposición, logró que
fuese disuelta la segunda duma (1907) y favoreció el desmantelamiento de
la comuna rural (mir) a fin de luchar contra la pobreza campesina. Fue
asesinado por un revolucionario.
9
De la mitología griega: refiérese esto a una de las doce pruebas de
Heracles. Augías, rey legendario de Élide, uno de los argonautas.
Heracles limpió sus inmensos establos desviando el río Alfeo.
10
Traducción literal del nombre del Partido marxista “Chiorny pierediel”.
Como resultado de la escisión del Partido revolucionario ilegal anarquista
“Zemliá y Vólia” (Tierra y Libertad), creado en otoño de 1876, surgieron
dos nuevos partidos: uno de ellos era “Naródnaya Vólia” (La libertad del
Pueblo), cuyo principal objetivo era sembrar el terror y asesinar al
emperador, y el otro era “Chiorny pierediel”.
26
Anexo
1. ¿Cuál sería el pensamiento de Trotski en la actualidad?
Lev Davídavich Trotski (Bronstein) fue un personaje adelantado a
su tiempo. Por desgracia el destino no le hizo justicia. Pero,
afortunadamente, nos quedan sus obras. Basándonos en el perfil de su
pensamiento político y filosófico, podríamos configurar hoy en día un
hipotético pensamiento trotskiano aplicado a las circunstancias actuales de
nuestro tiempo. Haciéndonos valer del vasto conocimiento político y
filosófico de este gran pensador y artífice, junto a Lenin, de la Revolución
rusa, podríamos trazar un bosquejo de lo que sería hoy en día su
pensamiento, ya que la idiosincrasia política y filosófica reflejada en sus
obras, estando abierta a cualquier modificación en su forma de pensar y
filosofar, no estaría lejos de lo que aquí a continuación plantearemos,
aunque pudiese contravenir el materialismo marxista del que tanto hacía
gala. (Trasladando aquí la continua lucha filosófica de aproximar de nuevo
el materialismo marxista al idealismo de Hegel). Pero lo que sí sabemos a
ciencia cierta es que el flujo de ideas y pensamientos de este gran erudito
estaba abierto a cualquier posibilidad en pos del bien común de la
humanidad.
2. Las fuerzas motrices de la revolución en el contexto actual
2.1. De Trotski al auténtico hinduismo
La muerte es sólo un estado de transición entre una encarnación y otra.
No debe temerse a este estado de transición.
Éste, al igual que la vida misma es un fenómeno natural.
No, no debe temerse a la muerte.
Antes debe plantearse la siguiente pregunta:
¿Debe temerse más a la muerte que a la vida?
La vida que se desarrolla en este mundo físico, la vida que insufla el
alma (encerrada en el cuerpo físico) es lo que debemos temer, la vida tal y
como ha sido planteada por el ser humano, desde el momento en que
éste, al ser consciente de su lugar en este planeta, comenzó a especular
con la existencia de dioses (politeísmo) y, más tarde, de un solo dios
(monoteísmo), que gobierna tanto el/los universo(s) inmaterial(es) como
el/los físico(s). Pero esta creencia, tanto politeísta como monoteísta, desde
el momento en que surgió ha sido tergiversada por los intereses espurios
de la existencia material. (A esto no escapa ninguna de las religiones
existentes).
El ser humano, al desarraigarse de un pasado espiritual y, a la vez,
malinterpretar este pasado en favor de un "futuro" material, comenzó a
progresar irremediablemente hacia lo material, apartando por completo su
lado espiritual.
Desde aquel decisivo momento de "evolución" de la "consciencia"
hacia un estado puramente material, el rumbo de la humanidad ha
deambulado sin norte.
27
A partir del momento en que se originó el politeísmo y, más tarde, el
monoteísmo, se instauró en la "consciencia" humana el temor a Dios(es) y
también a la muerte física. Partiendo de esta premisa, y una vez el
politeísmo "evolucionó" a monoteísmo, comenzó a establecerse el
concepto de teología a partir del cual, y hasta el día de hoy, se ha venido
justificando la injusticia en este mundo. Inicialmente se insertó esta
injusticia camuflada bajo la apariencia de tergiversados escritos bíblicos
(antiguo testamento), que fueron más tarde desfigurados hasta lo indecible
(nuevo testamento) y en el Rig Veda hindú, que tampoco escapa a esto,
en pos de mantener un orden generacional dominante sobre la población
desfavorecida.
Al crearse las castas sacerdotales, que propugnaban el poder
"divino" sobre todas las cosas, mientras ellos mismos formaban Estados,
que declaraban la guerra y absorbían a otros pueblos, evangelizando y
asesinando en nombre de "Dios", el ser humano terminó por corromperse
del todo.
Al carecer casi por completo de la posibilidad de retornar a la senda
correcta, una vez implantada ya la inmoralidad suprema, convertida a su
vez en "moralidad" por el poder sacerdotal establecido ya en plenitud, este
"modelo" teológico amoral y corrupto se ha mantenido hasta nuestros días,
contaminando -dicho sea de paso- a la clase política gobernante a lo largo
de su historia. Ha devorado hasta el último resquicio de auténtica
espiritualidad existente en este planeta y ha emponzoñado y acabado por
destruir pensamientos más acordes con la Realidad Existencial. Así, por
ejemplo, el hinduismo que hoy en día ha ganado "fama" en Occidente no
es aquel hinduismo milenario original que apareció en la India. No. Este
pseudo-hinduismo es usado con sus valores tergiversados y sacados de
contexto (fuera de la India) para justificar lo injustificable: todo ello a través
del concepto del karma.
Las clases dominantes en el mundo utilizan este "nuevo" concepto
de karma para justificar la existencia terrenal de clases dominantes y
clases desfavorecidas. Pues bien, este orden terreno, creado a partir de la
amoral y dominante "teología", que ha desarrollado una sociedad
"globalizada" y "justa", según el sistema económico actual, ha conseguido
a través de una escisión natural y lógica de su estructura, denominada
ciencia, evolucionar al hombre hacia el progreso técnico.
Pero, a su vez, este "progreso técnico" no se ha guiado tampoco
con ayuda de la "mano" espiritual y ha conseguido con esto aislarse
completamente en un mundo físico y material al que hoy en día, según el
rumbo seguido por la "consciencia" humana, le quedan muy pocos
caminos para solventar su corrección.
Sí. El mundo tal y como lo conocemos hoy en día está abocado a la
destrucción. El materialismo grosero que impera en la actualidad (hoy más
que nunca) nos acerca cada día más a nuestra autodestrucción.
Nuestra civilización, que cree estar más avanzada
tecnológicamente que nunca, cree haber logrado dicha tecnología al
transitar por el camino "correcto". Nada más lejos de la Realidad.
Nuestro "mundo" en la Tierra ha quedado huérfano de futuro. La
población mundial sigue creciendo y los recursos naturales se están
agotando. Las clases dominantes (como ha ocurrido desde tiempos
28
inmemoriales) han basado su supremacía sobre las clases
desfavorecidas.
Pero, no obstante, estas clases desfavorecidas siguen aumentando,
y las dominantes disminuyendo, con lo que al final estas últimas se verán
acorraladas. Esto es evidente. Se trata simplemente de un factor
demográfico, y es algo innegable, como lo es esto otro (que se ha repetido
a lo largo de la historia): la supremacía de unos pocos sobre la mayoría.
Es precisamente esta mayoría la que deberá tomar por fin las riendas de
este planeta para poder evitar así nuestra autodestrucción.
El planteamiento que defendería el autor sería el siguiente:
originada la revolución inicialmente con un carácter universal, que debe
comenzar en los países más desfavorecidos, pronto dará una completa
vuelta de tuerca a los espurios intereses de las clases dominantes (sin
tener ya ningún tipo de importancia los nombres y etiquetas que puedan
llevar sus representantes políticos, pues hoy en día la retórica empleada
durante siglos ha quedado desfasada y carente de sentido) y será
conducida hasta el final ya sin ningún tipo de condición, pues la revolución
será imparable, paradójicamente, al desplegar una táctica de revolución
permanente de carácter suicida (pues el poder arraigado de las clases
dominantes sólo podrá ser extraído de esta forma, ya que al hombre
amoral y corrompido le es inherente la avaricia y las ansias de poder, lo
que le impide abandonarlo por vía pacífica o parlamentaria), que se
extenderá como la pólvora a lo largo y ancho de este planeta liquidando
las fronteras (imaginarias) existentes y desalojando del poder a la
corrompida y avariciosa clase política gobernante y, posteriormente, a las
clases privilegiadas sobre las que se cimienta el poder político y teológico
arraigado durante siglos. Logrado esto, serán liquidados a su vez los
estamentos sociales sobre los que se han apoyado las sociedades
existentes hasta nuestros días, para dar paso a una nueva clase social
única y universal. Tras esto, será instaurado un "sistema" postpolítico
basado en el progreso técnico unido al auténtico espiritualismo hinduista,
eliminando el que en la actualidad impera en la India (en sus distintas
vertientes) y haciendo renacer sus valores tradicionales genuinos. Así, de
esta forma, la injusticia tal y como la hemos conocido hasta hoy día no
tendrá lugar.
Sólo así podrá retomar el ser humano el camino de la redención.
2.2. Conclusión final
Esta aproximación que muchos calificarán de radical (no mucho
peor que el carácter reaccionario aplicado por las clases dominantes a fin
de mantener su hegemonía durante la historia de la humanidad) y "cuasi-
apocalíptica" tiene a favor todo lo anteriormente expuesto, salvo que se
crease una contrarrevolución también de carácter suicida por parte de las
clases gobernantes y privilegiadas (no estando estas dispuestas, como
cabe esperar, a ceder el poder bajo ningún concepto), con lo cual el
destino de la humanidad tendría igualmente sus horas contadas (con o sin
revolución universal): la aniquilación total del planeta por medio del arma
más potente jamás creada. Sólo el tiempo lo dirá.
Колеблющаяся Птица Светлой Судьбы
29

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Resultados y perspectivas. Las fuerzas motrices de la revolución

  • 1. Obras de León Trotski Volumen 1 1
  • 2. Indice Prólogo.........................................................................................................3 1. Particularidades del desarrollo histórico..................................................6 2. La ciudad y el capital .............................................................................12 4. La revolución y el proletariado...............................................................13 5. El proletariado en el poder y los campesinos........................................14 6. El régimen proletario..............................................................................17 8. El gobierno obrero en Rusia y el socialismo..........................................22 9. Europa y la revolución............................................................................25 Notas del traductor.....................................................................................26 Anexo.........................................................................................................27 2
  • 3. Resultados y perspectivas. Las fuerzas motrices de la revolución1 Prólogo La cuestión acerca del carácter de la Revolución rusa ha sido el tema fundamental, en torno al cual se han agrupado diversas corrientes ideológicas y organizaciones políticas dentro del movimiento revolucionario ruso. En el movimiento socialdemócrata, este asunto originó grandes divergencias desde el momento en que, según el rumbo tomado por los acontecimientos, comenzó a otorgársele un planteamiento concreto. A partir del año 1904, estas divergencias se manifestaron en dos corrientes básicas: el menchevismo y el bolchevismo. La perspectiva menchevique parte de la tesis, según la cual nuestra revolución debe ser de carácter burgués, es decir, debe tener como consecuencia natural propia la transferencia del poder a la burguesía y la creación de un sistema parlamentario burgués. El punto de vista bolchevique, reconociendo lo inevitable del carácter burgués de la revolución que se avecinaba, ha planteado como fin la creación de una república democrática mediante la dictadura del proletariado y de los campesinos. El análisis social menchevique se ha caracterizado por su extraordinaria superficialidad y ha quedado reducido, en esencia, a vulgares analogías históricas que son similares al método típico utilizado por la "instruida" pequeña burguesía. Los indicios de que las condiciones del desarrollo del capitalismo ruso crearon grandes contrastes en sus dos extremos y acabaron por sentenciar a la democracia burguesa a una absoluta insignificancia, no detuvieron al movimiento menchevique, como tampoco lo detuvo su posterior experiencia en la tenaz búsqueda de una "auténtica", "verdadera" democracia, que debe alzarse a la cabeza de la "nación" y establecer las condiciones parlamentarias -a ser posible democráticas- del desarrollo capitalista. Los mencheviques han hallado por doquier signos de desarrollo de una democracia burguesa, y si no los han encontrado, han acabado inventándolos. Han exagerado el valor de cada declaración y discurso "democrático" infravalorando al mismo tiempo la fuerza del proletariado y las perspectivas de su lucha. Se han lanzado fanáticamente a la búsqueda de una democracia burguesa directiva para garantizar el carácter burgués "legítimo" de la Revolución rusa, que en la época de la misma revolución, cuando la democracia burguesa directiva no se halló presente, los mencheviques se impusieron para sí mismos con mayor o menor éxito el cumplimiento de sus deberes: es evidente que la democracia pequeñoburguesa al carecer de cualquier ideología socialista, sin una preparación de clase marxista, no hubiese podido en condiciones revolucionarias obrar más que de similar manera a como procedieron los mencheviques en calidad de partido "dirigente" de la revolución de Febrero. La ausencia de una base social seria en la democracia burguesa influyó en los mencheviques de forma que ellos mismos terminaron por consumirse rápidamente y durante el octavo mes de la revolución quedaron relegados por el rumbo seguido en la lucha de clases. El bolchevismo, por el contrario, no se ha visto contaminado de ningún modo por la creencia en la fuerza y poderío de la democracia 3
  • 4. revolucionaria burguesa de Rusia. Ha reconocido desde el principio el valor decisivo de la clase obrera en la revolución por aquel entonces inminente, pero inicialmente limitó el programa de esta revolución a los intereses de millones de campesinos, sin los cuales y contra los cuales no hubiese sido factible la revolución del proletariado. De aquí se infiere (hasta cierto punto) el carácter democrático-burgués de la revolución. Con respecto al valor otorgado a las fuerzas internas de la revolución y sus perspectivas, el autor no se vinculó en aquel período con ninguna de las principales tendencias en el movimiento obrero ruso. El punto de vista defendido por el autor puede ser formulado esquemáticamente así: iniciada como una revolución de carácter burgués según sus fines inmediatos, la revolución no tardará en desplegar las poderosas contradicciones de clase y lograr la victoria, transfiriendo el poder solamente a la única clase capaz de alzarse a la cabeza de las masas oprimidas, esto es, al proletariado. Una vez en el poder, el proletariado no sólo no deseará, sino que tampoco podrá limitarse a un programa de carácter democrático-burgués. Podrá conducir la revolución hasta el final sólo en el caso de que la Revolución rusa acabe convirtiéndose en la revolución del proletariado europeo. Entonces el programa democrático-burgués de la revolución será superado junto a sus límites nacionales y el dominio político temporal de la clase obrera rusa se transformará en una duradera dictadura socialista. Pero si Europa se queda impasible, la contrarrevolución burguesa no tolerará un gobierno de trabajadores en Rusia, desalojando del poder a la clase obrera y liquidando la república democrática de trabajadores y campesinos. Logrado el poder, el proletariado deberá por ello no aislarse dentro de los límites de la democracia burguesa, sino desplegar la táctica de la revolución permanente, es decir, liquidar la frontera entre el programa mínimo y el programa máximo de la socialdemocracia, pasar a realizar reformas sociales cada vez más profundas y buscar el apoyo directo e inmediato de la revolución en Europa occidental. La reedición actual del presente trabajo, escrito en 1904-1906, está consagrada al desarrollo de estos argumentos y posiciones. Al defender el punto de vista de la revolución permanente durante década y media el autor incurrió, sin embargo, en un error al valorar las fracciones opuestas de la socialdemocracia. Al considerar que ambas fracciones surgieron por aquel entonces de la perspectiva de una revolución burguesa, el autor supuso que las diferencias entre ambas no eran tan grandes como para justificar una escisión. Al mismo tiempo esperó hallar personalmente, por un lado, signos de debilidad dentro de la democracia burguesa rusa durante el posterior desarrollo de los acontecimientos, y por otro, la imposibilidad objetiva del proletariado de poder mantenerse dentro de los límites de un programa democrático, y, de esta forma, hacer desaparecer el terreno sobre el que se apoyaban dichas divergencias. Al mantenerse neutral respecto a ambas fracciones durante la emigración, el autor subestimó un hecho de capital importancia como lo era que, entre ambos bandos, bolcheviques y mencheviques, existían de facto grupúsculos de inflexibles revolucionarios por una parte, y por otra, elementos cada vez más corrompidos por el oportunismo y el 4
  • 5. conformismo. Al estallar la revolución en el año 1917, el partido bolchevique representaba ya una organización fuertemente centralizada, que había congregado a los mejores elementos progresistas de la clase obrera y de la intelectualidad revolucionaria, manteniéndose acorde con la situación internacional y las relaciones de clase en Rusia, lo que determinó -tras una breve lucha interna- su táctica a favor de la dictadura socialista de la clase obrera. La fracción menchevique, como se ha indicado antes, alcanzó su plenitud precisamente en aquel tiempo para poder cumplir con los objetivos políticos de la democracia burguesa. Al llevar a cabo la reedición actual del presente trabajo, el autor no sólo desea dar a comprender aquellos principales fundamentos teóricos que le han permitido a él mismo y a otros camaradas, que se han mantenido durante años al margen del partido bolchevique, unir su destino al del partido a partir del año 1917 (esta explicación personal no sería suficiente motivo para la reedición del libro), sino recordar también aquel análisis sociohistórico de las fuerzas motoras de la revolución, a partir del cual se ha hecho posible y necesario establecer como principal objetivo de la Revolución rusa la toma del poder por parte de la clase obrera, mucho antes de que la dictadura del proletariado pudiera convertirse en un hecho. La circunstancia de que tengamos la posibilidad actual de reeditar este trabajo, escrito en 1906, sin introducir modificaciones, pero formulado ya en líneas generales en 1904, demuestra sin ningún género de dudas que la teoría marxista no debe ser puesta en práctica por los representantes mencheviques de la democracia burguesa, sino sólo por el partido que a día de hoy dirige la dictadura de la clase obrera. La experiencia es el último recurso de la teoría. Uno de los indicios incuestionables de que estamos aplicando correctamente la teoría marxista es el hecho de que los acontecimientos de los que participamos hoy en día, y los mismos métodos de esta participación, fueron previstos en líneas generales hace década y media... *** He mantenido el texto... sin ningún tipo de modificación. Inicialmente me propuse añadir notas al texto que aproximasen lo escrito al momento actual. Pero al examinar detenidamente el texto me vi obligado a renunciar a este propósito. Si he de ser más preciso, decir sólo que tendría que duplicar el tamaño del libro al introducir notas, circunstancia para la que ahora mismo carezco de tiempo y teniendo en cuenta además que un volumen con un tamaño de "dos pisos" no sería cómodo para el lector. Pero lo principal es que mi pensamiento a día de hoy se aproxima más a las circunstancias actuales, y el lector, que debe familiarizarse con el contenido del libro, podrá completar su contenido con datos más precisos obtenidos de la experiencia de la revolución actual. L.Trotski 12 de marzo de 1919 El Kremlin 5
  • 6. La Revolución rusa ha sido un acontecimiento inesperado para todos, a excepción de la socialdemocracia. El marxismo predijo hace tiempo la inevitabilidad de la Revolución rusa, que debía desatarse como consecuencia del choque de las fuerzas del desarrollo capitalista con las del absolutismo inerte. El marxismo valoró anticipadamente el contenido social de la futura revolución. Al calificarla de burguesa, indicaba que los fines objetivos inmediatos de la revolución consisten en la creación de las condiciones "normales" para el desarrollo de la sociedad burguesa en su conjunto. Se ha visto que el marxismo tenía razón, y este hecho ya no debe dar lugar a disputas ni demostraciones. Ante los marxistas se origina ahora una misión completamente distinta: descubrir las posibilidades de la revolución por medio del análisis de su mecánica interna. Sería un error garrafal identificar nuestra revolución con las revoluciones de los años de 1789-1793 o 1848. Las analogías históricas de las que vive y se alimenta el liberalismo no pueden sustituir el análisis social. La Revolución rusa posee un carácter completamente singular, que es el resultado de las particularidades de todo nuestro desarrollo histórico- social y que, a su vez, abre perspectivas históricas completamente nuevas. 1. Particularidades del desarrollo histórico Si comparamos el desarrollo social de Rusia con el desarrollo de los países europeos, poniendo entre paréntesis los rasgos más comunes de estos últimos y lo que los diferencia de la historia de Rusia, podemos decir, pues, que el rasgo principal del desarrollo de la sociedad rusa es su relativa lentitud y primitivismo. No vamos a ponernos a analizar aquí la causas naturales de este primitivismo, pero el siguiente hecho lo consideramos indudable: la sociedad rusa se ha construido sobre la base económica más pobre y primitiva. El marxismo enseña que las fuerzas productivas son la base del movimiento sociohistórico. La aparición de corporaciones económicas, de clases y estamentos sociales solamente es posible en una determinada etapa de este desarrollo. Para que exista una diferenciación de clases, que se determina con la división del trabajo y la creación de funciones sociales más centralizadas, es imprescindible que la parte de la población dedicada a la producción material inmediata cree el plusproducto, un excedente por encima del consumo personal: sólo a través de la enajenación de este excedente pueden surgir y formarse las clases improductivas. Además, dentro de las mismas clases productivas únicamente es posible la división del trabajo a partir de un cierto nivel de desarrollo en la agricultura, capaz de proveer productos agrícolas a la población urbana. Estas tesis principales del desarrollo social ya fueron exactamente formuladas por Adam Smith. De aquí se infiere que, aunque el periodo de nuestra historia de la capital de Nóvgorod coincida con el principio de la historia medieval de Europa, el ritmo aletargado del desarrollo económico de nuestra nación, originado por las duras condiciones naturales e históricas (un ambiente 6
  • 7. geográfico menos favorable, unido a la poca densidad de población), hubo de retrasar el proceso de formación de clases y concederle un carácter más primitivo. Es difícil juzgar cómo se hubiera formado la historia de la sociedad rusa si ésta se hubiese desarrollado de forma aislada por influencia de sus propias tendencias internas. Es suficiente con que esto no se produjera. La sociedad rusa se formó invariablemente sobre una conocida base económica interna, influida e incluso presionada por el ambiente histórico- social externo. Durante el proceso de confrontación entre esta organización socio- estatal ya formada y otras limítrofes, desempeñó un papel decisivo, por una parte, el primitivismo de las relaciones económicas, y por la otra, su nivel de desarrollo relativamente alto. El Estado ruso, construido sobre una base económica primitiva, comenzó a relacionarse y entrar en conflicto con las organizaciones estatales cimentadas sobre una base económica más sólida y estable. Tuvo aquí dos posibilidades: o se derrumbaba el Estado ruso en la pugna con el estado moscovita, o se adelantaba durante su desarrollo al de las relaciones económicas, absorbiendo muchísimo más fluido vital que el que hubiese podido obtener con un desarrollo aislado. Para la primera variante la economía rusa resultó no ser lo suficientemente primitiva. El Estado no se desmoronó, sino que comenzó a crecer bajo la enorme presión de las fuerzas de la economía nacional. Así, pues, lo esencial de esto no reside en que Rusia estuviese rodeada de enemigos por doquier, esto por sí solo no sería suficiente. En esencia, esto se refiere a cada uno de los países europeos, exceptuando quizás a Inglaterra. Pero en su recíproca lucha por la existencia, estos Estados se apoyaron aproximadamente sobre una base económica homogénea, y por ello el desarrollo de su sistema estatal no experimentó tan poderosa presión externa. La lucha contra los tártaros nogayos y de Crimea supuso un gran esfuerzo. Pero, por supuesto, no mucho mayor que la guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra. No fueron los tártaros los que obligaron a la vieja Rusia a introducir las armas de fuego y crear regimientos regulares de arcabuceros; no fueron los tártaros los que obligaron a crear posteriormente la caballería de reitres y el ejército de infantería. Aquí entró en juego la presión de Lituania, Polonia y Suecia. Como resultado de esta presión de Europa occidental, el Estado ruso absorbió de forma desproporcionada una gran parte del producto excedente, es decir, se sustentó gracias a las clases privilegiadas que se habían formado, atrasándolas y favoreciendo el lento desarrollo de la sociedad. Pero esto no fue todo. El Estado se lanzó en pos del "producto necesario" del campesino, le arrebató sus fuentes de subsistencia, le expulsó de su sitio, sin concederle siquiera tiempo de arraigarse, y con esto el Estado retrasó el crecimiento de la población y frenó el desarrollo de las fuerzas productivas. Así, pues, mientras el Estado absorbía de forma desproporcionada gran parte del plusproducto, retardaba a la vez la ya de por sí lenta diferenciación de los estratos sociales; debido a esto, sustrajo una parte considerable del producto necesario, destruyó incluso aquellas primitivas bases productivas sobre las que se apoyaba. 7
  • 8. Pero para poder existir, funcionar y, por consiguiente, enajenar ante todo la parte necesaria del producto social, precisaba el Estado de una organización jerárquica estamental. Por ello, al socavar los cimientos económicos de su crecimiento, el Estado trató al mismo tiempo de acelerar su desarrollo con medidas de un régimen estatal, y, como cualquier otro Estado, hacer todo lo posible por derivar este proceso de formación estamental hacia su propio ámbito. El historiador de la cultura rusa, P. Miliukov2 , ve en esto un contraste directo con la historia de Occidente. No existe aquí ningún tipo de contraste. La monarquía medieval, desarrollada en el absolutismo democrático, representaba una forma estatal que reforzaba determinadas relaciones e intereses sociales. Pero dentro de esta forma de Estado (por sí misma, una vez originada y hubo estado presente) existían sus propios intereses -dinásticos, cortesanos, burocráticos-, que entraban en conflicto con los intereses de los estratos sociales tanto inferiores como superiores. Los estratos sociales dominantes, que formaban el "tabique" social necesario entre la masa popular y la organización estatal, presionaban a esta última y hacían de sus intereses un contenido de su práctica gubernamental. Pero al mismo tiempo el poder estatal, como una fuerza independiente, examinaba incluso los intereses de los estratos sociales superiores desde su punto de vista y, al resistirse a sus pretensiones, trató de supeditarlos a su voluntad. La historia real de las relaciones entre el Estado y los estratos sociales se desarrolló a través de una determinada correlación de fuerzas resultante. Sucedió un proceso similar durante la formación de la vieja Rusia. El Estado trató de utilizar a los grupos económicos en desarrollo, supeditarlos a sus especializados intereses financieros y bélicos. Los grupos económicos dominantes que se originaron procuraron servirse del Estado para reforzar su superioridad en forma de privilegios de clase. En este juego de fuerzas sociales, la fuerza resultante se vio atraída mucho más tiempo por el poder estatal del que tuvo lugar en la historia de Europa occidental. Aquel intercambio de favores a expensas del pueblo trabajador -entre el Estado y los grupos sociales superiores- que se expresa en la distribución de derechos y obligaciones, tributos y privilegios, se consolidó en nuestra nación con un provecho menor de la nobleza y el clero que el que tuvieron los estamentos medievales de los Estados de Europa occidental. Esto es indudable. Sin embargo dirá Miliukov, al exagerar terriblemente y vulnerar cualquier tipo de perspectiva, que al mismo tiempo de que en Occidente los estamentos sociales creasen el Estado, en nuestro país fue el poder estatal quien, dentro de sus propios intereses, acabase por crearlos. Los estamentos sociales no pueden ser creados por vía jurídico administrativa. Antes de que uno u otro grupo social pueda apoyarse con ayuda del poder estatal en una clase privilegiada, debe primero constituirse económicamente en toda su preponderancia social. Los estamentos sociales no pueden ser fabricados por anticipado en una tabla de jerarquías o por el reglamento de la Légion d'honneur3 . El poder estatal sólo puede acudir con todos sus instrumentos en ayuda de aquel proceso económico elemental que impulsa a las formaciones económicas superiores. El Estado ruso, como ya hemos indicado, absorbió muchas fuerzas sociales de forma relativa y con ello ralentizó el 8
  • 9. proceso de cristalización social que era indispensable para su existencia. Naturalmente, el Estado ruso trató de acelerar a su vez la diferenciación social apoyada sobre una base económica primitiva, influido directamente por la presión de un ambiente occidental más diferenciado, presión, digámoslo así, transmitida mediante una organización estatal y militar. Y hay más. Ya que la misma exigencia de aceleración exacerbó la debilidad de las formaciones socio-económicas, entonces el Estado, de forma natural, en sus esfuerzos de recuperación intentó aplicar la superioridad de sus fuerzas para que el propio desarrollo de las clases superiores pudiese dirigirse según su criterio. Pero durante el trayecto recorrido por el Estado en pos de lograr sus objetivos, tropezó en primera instancia con su propia debilidad, con el carácter primitivo de su propia organización, el cual, como ya sabemos, se determinó por el primitivismo de la estructura social. Así, pues, el Estado ruso, creado sobre la base de la economía rusa, se impulsó gracias a la presión amistosa y también particularmente hostil de las organizaciones estatales limítrofes formadas sobre una base económica más elevada. El Estado, a partir de cierto momento -especialmente a finales del siglo XVII-, intentó con todas sus fuerzas acelerar el desarrollo económico natural. Los nuevos oficios, las máquinas, las fábricas, la gran producción, el capital, todo ello surgió -desde cierto punto de vista- de un hipotético injerto artificial aplicado al tronco natural de la economía. El capitalismo parece ser una creación del Estado. Sin embargo se puede decir, desde este punto de vista, que toda la ciencia rusa es un producto artificial derivado de los esfuerzos estatales, un injerto artificial aplicado al tronco natural de la ignorancia nacional. El pensamiento ruso, al igual que su economía, se desarrolló bajo la presión directa del pensamiento más nutrido y la economía más desarrollada de Occidente. Debido a que el carácter natural y doméstico de la economía (es decir, acompañado por un débil desarrollo del comercio exterior) provocó que las relaciones con otros países adquirieran un carácter preferentemente estatal, la influencia de estos países, antes de tomar la forma inmediata de una rivalidad económica, terminó expresándose en la forma de una tensa lucha por la existencia del Estado. La economía occidental influyó en la economía rusa por medio del Estado. Para poder existir en un ambiente de Estados armados y hostiles, Rusia se vio obligada a introducir fábricas, escuelas de navegación, manuales de fortificación y demás. Pero si el curso general de la economía de este inmenso país no hubiera partido en aquella misma dirección, si el desarrollo de esta economía no hubiese engendrado la necesidad de aplicados y generalizados conocimientos, todos los esfuerzos del Estado hubiesen perecido inútilmente: la economía nacional, desarrollada de forma natural a partir de una economía de subsistencia hasta una economía monetaria y comercial, hubiese tomado aquellas medidas de gobierno que respondieran a ese desarrollo y sólo en la medida en la que se ajustasen a su criterio. Es precisamente todo esto -la historia de las fábricas rusas, la historia del sistema monetario ruso, la historia de la financiación del Estado-, lo que evidencia de la mejor forma el punto de vista aquí referido. "La mayoría de los tipos de industria (metalúrgica, azucarera, 9
  • 10. petrolera, del licor, incluso la dedicada a la fabricación de fibras) -escribe el profesor Mendeléiev4 -, se originaron bajo la influencia directa de medidas estatales, y a veces de subvenciones gubernamentales, pero sobre todo debido a que el gobierno, de un modo completamente consciente, al parecer durante todas las épocas, sostenía una política proteccionista, y durante el reinado del emperador Alejandro III5 fue presentada bajo la bandera de una absoluta honestidad... El gobierno supremo, que comenzó a aplicar el proteccionismo en Rusia de una forma completamente consciente, se adelantó a nuestras cultas clases sociales tomadas en conjunto". El científico, panegirista del proteccionismo industrial, olvida añadir que la política gubernamental no se pronunciaba a favor del desarrollo de las fuerzas productivas sino por motivos puramente fiscales y en parte por razones de carácter técnico-militar. Por eso, la política del proteccionismo contradecía con frecuencia no sólo los intereses fundamentales del desarrollo industrial sino también los intereses privados de aislados grupos de empresarios. Así, por ejemplo, los fabricantes de algodón aseguran directamente que "el elevado arancel del algodón no se mantiene para incentivar su cultivo, según la tarifa actual, sino por intereses exclusivamente fiscales". Al igual que durante la "creación" de los estamentos sociales, mientras el gobierno se imponía como principal objetivo el establecimiento del tributo estatal, durante la "implantación" de la industria su principal tarea consistía en engordar el erario público. Pero resulta indudable que durante el proceso de instauración en Rusia de la producción industrial el absolutismo desempeñó un importante papel. En la misma época en la que la sociedad burguesa en desarrollo sintió la necesidad de protegerse con apoyo de las instituciones políticas de Occidente, el absolutismo ya se había provisto para entonces de todo el poder material armamentístico de los países europeos. Apoyábase éste en un aparato burocrático central, que era completamente ineficaz a la hora de regular las nuevas relaciones, pero que era capaz de liberar una gran cantidad de energía a la hora de imponer represiones sistemáticas. Las inmensas distancias del Estado fueron vencidas gracias al uso del telégrafo, que confirió seguridad a las acciones administrativas y una relativa velocidad y uniformidad (en lo referente a las represiones), así como también el ferrocarril permitió movilizar la fuerza militar de un extremo a otro del país en un plazo breve de tiempo. Los gobiernos prerrevolucionarios de Europa casi no conocieron ni el telégrafo ni el ferrocarril. El ejército que estaba a disposición del absolutismo era colosal, y si resultó ser ineficaz durante la dura prueba de la guerra entre Japón y Rusia, era lo suficientemente bueno para el dominio interno del país. Ni el gobierno de la vieja Francia como tampoco el gobierno del año de 1848, pudieron imaginar siquiera semejante poderío militar como el que actualmente posee Rusia. El gobierno, al explotar el país hasta el extremo con ayuda de su aparato militar y fiscal, logró acrecentar su presupuesto anual hasta alcanzar la colosal cifra de 2 mil millones de rublos. Apoyándose en su ejército y presupuesto, el gobierno absolutista transformó la bolsa europea en su tesoro público, convirtiendo a la vez al contribuyente ruso en rehén de la bolsa europea. 10
  • 11. De esta forma, en los años 80 y 90 del siglo XIX, el Estado ruso se presentó ante el mundo como una colosal organización burocrático-militar y, a la vez, bursátil y fiscal, de fuerza indestructible. El poderío militar y financiero del absolutismo cegó e influyó no sólo a la burguesía europea sino también al liberalismo ruso privándole de la posibilidad de rivalizar con el absolutismo en lo referente a una confrontación directa de fuerzas. El poderío financiero y militar del absolutismo eliminaba, al parecer, cualquier tipo de posibilidad de revolución en Rusia. Pero resultó ser precisamente lo contrario. Cuanto más centralizado se torne el Estado y cuanto más independiente sea éste respecto a la sociedad, se convierte más rápidamente en una organización autosuficiente, capaz de mantenerse por sí misma sin depender de esta misma sociedad. Cuanto más intensa sea la fuerza militar y financiera de tal organización más larga y exitosa puede ser su lucha por la existencia. Un Estado centralizado con un crédito de dos mil millones y con un ejército de varios millones de soldados bajo las armas, podría mantenerse incluso por mucho más tiempo tras dejar de satisfacer las exigencias más elementales del desarrollo social -no sólo la exigencia de gestión interna, sino también la exigencia de seguridad militar-, para lo cual fue constituido inicialmente. Cuanto más tiempo durase esta situación más honda se haría la contradicción entre las exigencias del desarrollo económico y cultural y la política gubernamental, habiendo esta última multiplicado su poderosa inercia "en mil millones de veces". Tras haber dejado atrás la época de grandes apaños políticos, sin haber eliminado no sólo esta contradicción, sino, por el contrario, al sacarla por primera vez a la luz, el giro independiente del gobierno encaminado hacia la senda del parlamentarismo se volvió objetivamente más difícil y psicológicamente más inaccesible. La única salida a esta contradicción, que se perfilaba ante la sociedad, consistía en ir acumulando en la olla de acero del absolutismo los suficientes vapores revolucionarios que pudiesen ayudar a desintegrarla. Así, pues, el poderío administrativo, militar y financiero del absolutismo, que le otorgaba la posibilidad de existir en contraposición al desarrollo social, no sólo no excluía la posibilidad de la revolución, como creía el liberalismo, sino, por el contrario, hizo de la revolución la única salida, además de conferirle un carácter más radical a esta revolución, mientras el Estado siguiese profundizando más el precipicio entre sí mismo y la nación. El marxismo ruso puede enorgullecerse realmente de que fuese él mismo quien aclarase el rumbo de este desarrollo y predijese su forma en general, a la vez que el liberalismo se alimentaba con el "pragmatismo" más utópico, mientras el populismo revolucionario vivía de ilusiones y de la creencia en los milagros. Todo este desarrollo social precedente hizo de la revolución una realidad inevitable. Pero ¿cuáles fueron las fuerzas de esta revolución? 11
  • 12. 2. La ciudad y el capital [...] Al convertir en proletario y empobrecer al campesino con cargas impositivas, el absolutismo acabó por transformar los millones de la bolsa europea en soldados, acorazados, cárceles solitarias, vías férreas. Desde el punto de vista económico gran parte de estos gastos resultó ser completamente improductiva. Una parte enorme del producto nacional se marchaba en forma de porcentaje al extranjero, enriqueciendo y reforzando a la aristocracia financiera de Europa. La burguesía financiera europea, cuya influencia política ha crecido de forma ininterrumpida en las últimas décadas en los países parlamentarios y que ha frenado la influencia industrial y comercial de los capitalistas, ha terminado por transformar en un verdadero vasallo al gobierno zarista; pero esta burguesía no ha podido ser, no ha querido ser ni ha sido parte integrante de la oposición burguesa dentro de Rusia. Se ha guiado en sus simpatías y antipatías por aquel principio que ya formularon los banqueros holandeses Hoppe y Cía en las condiciones del préstamo de Pablo6 de 1798: el pago de intereses debe ser productivo, a pesar de cualesquiera circunstancias políticas. La bolsa europea estaba directa e inmediatamente interesada en la conservación del absolutismo: ningún otro gobierno nacional podía suministrarle tal interés usurario. Pero los préstamos estatales no fueron la única vía de inmigración de capital europeo hacia Rusia. Aquel mismo dinero, que absorbía una buena parte del presupuesto del Estado, regresaba a territorio ruso en forma de capital industrial y comercial, atraído por sus riquezas naturales vírgenes y especialmente por la desorganizada y obediente fuerza de trabajo. Aquel periodo de intenso flujo de capital europeo coincidió con el último periodo de nuestro apogeo industrial de 1893-1899. De esta forma, el capital, quedándose como antaño europeo en una considerable parte, al cumplir con su cometido político en el Parlamento francés o belga, acabó por movilizar en Rusia a la clase obrera. Al someter a un país económicamente más atrasado, el capital europeo hizo pasar a los sectores principales de su industria y comunicación a través de toda una serie de escalones económicos y técnicos intermedios, los cuales tuvo inicialmente éste que sortear en su propio territorio. Pero cuantos menos obstáculos encontraba el capital europeo en el camino de su dominio económico, más insignificante resultó ser su papel político. La burguesía europea se desarrolló a partir del tercer estado medieval. Levantó la bandera de protesta contra el pillaje y la violencia de los dos primeros estados en nombre de los intereses del pueblo, al cual ella misma quería explotar. La monarquía medieval durante su proceso de transformación en un absolutismo burocrático se apoyó en la población de las ciudades en su lucha contra las pretensiones de la nobleza y el clero. La burguesía se sirvió de esto para su alzamiento nacional. Así, pues, el absolutismo burocrático y la clase capitalista se desarrollaron simultáneamente, y cuando chocaron por fin entre sí en el año 1789, resultó ser que toda la nación estaba a favor de la burguesía. El absolutismo ruso se desarrolló bajo la presión inmediata de los países occidentales. Asimiló sus métodos de dominio y gobierno mucho 12
  • 13. antes de que en el ámbito de su economía nacional tuviese tiempo de originarse la burguesía capitalista. El absolutismo ya disponía para entonces de un enorme ejército regular, de un aparato burocrático-fiscal centralizado, además de haber contraído una eterna deuda con los banqueros europeos en la misma época en la que las ciudades rusas carecían aún por completo de un papel económico significativo. El capital irrumpió de Occidente con la ayuda directa del absolutismo y transformó en un periodo breve de tiempo toda una serie de viejas y arcaicas ciudades en el centro de la industria y el comercio, creando también en un breve periodo de tiempo enormes ciudades industriales y comerciales en un territorio completamente virgen. Este capital apareció a menudo bajo la forma de gigantescas sociedades anónimas.Tras una década de auge industrial -de 1893 a 1902- el capital fijo de las sociedades anónimas creció en 2 mil millones de rublos, mientras que durante el periodo de los años de 1854-1892 lo hizo sólo en 900 millones. El proletariado quedó directamente concentrado en enormes masas, y entre éste y el absolutismo hallábase la escasa burguesía capitalista desgajada del "pueblo", medio extranjera, sin tradiciones históricas, alentada por una misma sed de lucro [...] 4. La revolución y el proletariado La revolución es una medición directa de las fuerzas sociales en la lucha por el poder. El Estado no es propiamente el objetivo. Es simplemente una máquina en manos de una fuerza social dominante. Como cualquier máquina, el Estado posee sus mecanismos de propulsión, de transmisión y ejecución. Su fuerza propulsora es el interés de clase; sus mecanismos son la agitación, la prensa, la propaganda eclesiástica y escolar, el partido, las manifestaciones, las reivindicaciones, la rebelión. El mecanismo de transmisión es la organización legislativa del interés de casta, dinástico, estamental o de clase, bajo la apariencia de una voluntad divina (absolutismo) o nacional (parlamentarismo). Por último, los mecanismos de ejecución son la Administración con su Policía, el Juzgado con sus cárceles, el Ejército. El Estado no es propiamente el objetivo. Pero es un medio muy importante de organización, desorganización y reorganización de las relaciones sociales. Según en las manos en que se encuentre, puede ser la palanca de importantes cambios o el instrumento de un inmovilismo organizado. Cada partido político, que se haga merecedor de tal nombre, aspira a lograr el poder gubernamental y, de esta forma, poner el Estado al servicio de aquella clase social cuyos intereses expresa. La socialdemocracia, como partido del proletariado, aspira a lograr, naturalmente, el dominio político de la clase obrera. El proletariado crece y se consolida a la par que el capitalismo. En este sentido el desarrollo del capitalismo es el del proletariado hacia la dictadura. Pero el día y la hora en que el poder pase a manos de la clase obrera no depende directamente del nivel de las fuerzas productivas sino de las relaciones de la lucha de clases, de la situación internacional y, por último, de una sucesión de circunstancias subjetivas: las tradiciones, las 13
  • 14. iniciativas, el espíritu combativo... El proletariado puede lograr el poder mucho antes en un país económicamente más atrasado que en un país capitalista avanzado. En el año 1871, el proletariado tomó conscientemente en sus manos la dirección de la res publica en el París pequeñoburgués -lo cierto es que sólo durante dos meses- pero ni siquiera por una hora lo pudo obtener en los grandes centros capitalistas de Inglaterra o de Estados Unidos. La idea de que la dictadura del proletariado dependa automáticamente de los medios y las fuerzas técnicas del país, es un prejuicio simplificado hasta el límite de un materialismo "económico". Este punto de vista no tiene nada de común con el marxismo. A nuestro juicio, la Revolución rusa va a crear tales condiciones, bajo las cuales el poder pueda --y en caso de victoria de la revolución deba-- ser transferido a manos del proletariado, antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la posibilidad de desarrollar su genio de gobernantes en toda su amplitud [...] 5. El proletariado en el poder y los campesinos En caso de una victoria decisiva de la revolución, el poder pasará a manos de aquella clase que haya ejercido un papel dirigente -en otras palabras, a manos del proletariado-. Podemos afirmar también que esto no excluye la posibilidad de la entrada en el gobierno de representantes revolucionarios de grupos sociales no proletarios. Estos grupos sociales pueden y deben estar presentes, ya que una política razonable obliga al proletariado a acercar al poder a los líderes influyentes de la pequeña burguesía, de la intelectualidad o del campesinado. Toda la cuestión consiste en lo siguiente: ¿quién otorgará contenido a la política gubernamental, quién agrupará en torno a ella una mayoría homogénea? Una cosa es que en un gobierno de obreros (según su mayoría) participen representantes democráticos del pueblo, y otra que en un determinado gobierno democrático-burgués participen -en calidad de rehenes honoríficos- los representantes del proletariado. La política de la burguesía liberal capitalista es muy categórica en todas sus fluctuaciones, digresiones y deslealtades. La política del proletariado es aún más categórica y tajante. Pero la política de la intelectualidad -debido a su parcialidad y flexibilidad política-, la política del campesinado -en virtud de su heterogeneidad, parcialidad, primitivismo-, la política de la pequeña burguesía -una vez más debido a su impersonalidad, parcialidad y una completa ausencia de tradiciones políticas-, la política de estos tres grupos sociales es totalmente indeterminada, inconcreta, cargada de posibilidades y, por ende, también de imprevistos. Es suficiente con intentar imaginarse un gobierno democrático revolucionario sin los representantes del proletariado, para que la idea de tal despropósito ciegue nuestros ojos. La negativa de los socialdemócratas a participar en un gobierno revolucionario significaría la total imposibilidad de existencia de dicho gobierno y conllevaría, de esta forma, la traición a la causa de la revolución. Pero la participación del proletariado en el 14
  • 15. gobierno sería objetivamente mucho más probable, y principalmente aceptable sólo como una participación dominante y dirigente. Por supuesto, es posible denominarlo gobierno de la dictadura del proletariado y de los campesinos, la dictadura del proletariado, de los campesinos y de la intelectualidad o, por fin, gobierno de coalición de la clase obrera y de la pequeña burguesía. Pero cabe preguntarse: ¿a quién pertenecerá la hegemonía de este mismo gobierno y a través de él de la nación? Al hablar de un gobierno de obreros estamos respondiendo que la hegemonía pertenecerá a la clase obrera. La Convención, como órgano de la dictadura jacobina, no estaba formada sólo por los jacobinos; es más, los jacobinos hallábanse incluso en minoría. Pero la influencia de los sans-culottes alrededor de la Convención y la necesidad de una política decisiva para salvaguardar el país transfirieron el poder a manos de los jacobinos. De esta forma, la Convención, siendo una representación formalista nacional, compuesta por los jacobinos, los girondinos y una enorme ciénaga, fue en esencia una dictadura jacobina. Cuando hablamos de un gobierno de obreros nos referimos a la posición dominante y dirigente en dicho gobierno de los representantes de los trabajadores. El proletariado no puede consolidar su poder sin haber extendido antes las bases de la revolución. Muchos sectores de las masas que trabajan, especialmente en el campo, se verán atraídos por primera vez por la revolución y obtendrán una organización política sólo después de que la vanguardia de la revolución, el proletariado urbano, se ponga al frente de la nación. La agitación y organización revolucionarias se verán acompañadas con ayuda de los medios nacionales. Por último, el propio poder legislativo se convertirá en un poderoso instrumento para revolucionar a las masas populares. Con esto, el carácter de nuestras relaciones histórico-sociales, que descargará todo el peso de la revolución burguesa a espaldas del proletariado, creará no sólo enormes dificultades para el gobierno de trabajadores, sino que también, al menos durante el primer periodo de su existencia, le otorgará una ventaja inapreciable. Esto se manifestará en las relaciones entre el proletariado y los campesinos. En las revoluciones de los años de 1789-1793 y 1848 el poder fue traspasado por primera vez desde el absolutismo a los elementos moderados de la burguesía; esta última liberó al campesinado (cómo lo hizo ya es otra cuestión) antes de que la democracia revolucionaria recibiera o estuviera dispuesta a recibir el poder en sus manos. El campesinado libre perdió cualquier interés por las fantasías políticas de los "ciudadanos", es decir por el posterior curso de la revolución, y, al quedarse inmóvil como un poste en base a este "orden", terminó por entregar en bandeja la causa de la revolución a la reacción del cesarismo o del inveterado absolutismo. La Revolución rusa no debe permitir ni permitirá que se establezca cualquier tipo de orden burgués constitucional que pudiese solucionar las tareas más primitivas de la democracia. Con relación a los burócratas reformadores del estilo de Vitte7 o Stolipin8 , decir sólo que todos sus "sabios" esfuerzos se desvanecerán en su propia lucha por la existencia. 15
  • 16. Como consecuencia de esto, el destino de los intereses revolucionarios más elementales de los campesinos, incluso de todo el campesinado como clase social, se relaciona con el destino de toda la revolución, es decir con el destino del proletariado. El proletariado en el poder se presentará ante los campesinos como una clase emancipadora. El dominio del proletariado significará no sólo una igualdad democrática, un libre autogobierno, el traslado de todo el peso de la carga impositiva a las clases pudientes, la disolución del Ejército regular en la población armada, la supresión de los tributos obligatorios a la Iglesia, sino también el reconocimiento de todas las transformaciones revolucionarias (confiscaciones) efectuadas por los campesinos en el régimen agrario. El proletariado convertirá estas transformaciones en el punto de partida de posteriores medidas gubernamentales que se efectuarán en el terreno de la agricultura. En tales condiciones el campesinado ruso estará, en cualquier caso, no menos interesado durante el primer y más difícil periodo de apoyo al régimen proletario --la "democracia obrera"--, de lo que estuvo el campesinado francés en el apoyo al régimen militar de Napoleón Bonaparte, que garantizó a los nuevos propietarios con la fuerza de las bayonetas la inviolabilidad de sus parcelas de tierra. Y esto significa que la representación popular convocada bajo la dirección del proletariado, que asegura el apoyo de los campesinos, se presenta, ni más ni menos, que como una formalización democrática del dominio del proletariado. ¿Pero es posible que los campesinos terminen por arrinconar al proletariado y ocupen su lugar? Esto no es posible. Toda la experiencia histórica se opone a esta suposición. Esta experiencia histórica demuestra que los campesinos son completamente incapaces de desempeñar un papel político independiente. La historia del capitalismo es la historia de la subordinación del campo a la ciudad. El desarrollo industrial de los países europeos hizo imposible en su época la posterior existencia de las relaciones feudales en el marco de la producción agrícola. Pero el propio campo no hizo avanzar a aquella clase que hubiese podido cumplir con los objetivos revolucionarios en la supresión del feudalismo. Fue la propia ciudad, que sometió la agricultura al capital, la que impulsó a las fuerzas revolucionarias, que tomaron en sus manos la hegemonía política de las aldeas y propagaron en ellas la revolución en el marco de las relaciones gubernamentales y de la propiedad. Durante el posterior desarrollo, el campo también se vio sometido definitivamente a la esclavitud económica del capital, y los campesinos a la esclavitud política de los partidos capitalistas. Estos últimos resucitaron el feudalismo en la política parlamentaria, convirtiendo a los campesinos en su propiedad política, en su coto de caza electoral. Es el Estado burgués moderno el que empuja al campesino por medio del fisco y del militarismo al precipicio del capital usurario, y por medio de los popes del poder ejecutivo, de las escuelas estatales y de la corrupción en los cuarteles hace de él una víctima de la política de la usura. La burguesía rusa entregará al proletariado todas sus posiciones revolucionarias. Ésta se verá obligada también a ceder su hegemonía 16
  • 17. revolucionaria sobre los campesinos. En estas circunstancias, que se crearán con el traspaso del poder al proletariado, al campesinado sólo le quedará unirse al régimen de la democracia obrera. ¡Y ojalá que lo haga incluso con la misma conciencia con la que generalmente se adhiere a un régimen burgués! Pero mientras que cada partido burgués, al apoderarse del voto de los campesinos, se apresura a utilizar el poder para desvalijarlos y defraudarles en todas sus esperanzas y promesas, y más tarde, en el peor de los casos, ceder su lugar a otro partido capitalista, el proletariado, apoyándose en los campesinos, pondrá en marcha todas sus fuerzas para aumentar el nivel cultural en el campo y promover el desarrollo de una conciencia política en estos últimos. Con lo anteriormente expuesto dejamos clara la forma en la que examinamos la idea de la "dictadura del proletariado y de los campesinos". La esencia de esto no radica en que consideremos en principio admisible o no tal dictadura, "deseemos o no" tal forma de cooperación política. Pero sí que la consideramos irrealizable, al menos, en un sentido directo e inmediato. En efecto. Este tipo de coalición presupone que sea uno de los partidos burgueses existentes el que se apodere del campesinado, o que sea el propio campesinado el que cree un poderoso partido político. Ninguna de estas dos variantes es posible, como ya hemos intentado demostrar. 6. El régimen proletario El proletariado sólo puede lograr el poder apoyándose en el alzamiento nacional, en el entusiasmo popular. El proletariado accederá al gobierno como representante revolucionario de la nación, como líder popular reconocido en la lucha contra el absolutismo y la barbarie de la servidumbre. Pero, una vez logrado el poder, el proletariado iniciará una nueva época -una época de legislación revolucionaria, de política positiva-, y he aquí que la conservación de su papel de portavoz de la nación no esté aún completamente asegurado. Las primeras medidas que deberá tomar el proletariado consistirán en llevar a cabo la limpieza de los establos de Augías9 del antiguo régimen y el destierro de sus moradores, medidas que tendrán el apoyo completo e incondicional de toda la nación, para acallar los rumores que pudieran propagar los liberales castrados sobre la fortaleza de los prejuicios monárquicos de las masas populares. Esta limpieza política será completada con la reorganización democrática de todas las relaciones socioestatales. El gobierno de obreros tendrá que inmiscuirse -con la influencia directa de impulsos y reivindicaciones populares- de forma decisiva en todas las relaciones y acontecimientos... En primer lugar, el gobierno de obreros tendrá que expulsar a todos los elementos del Ejército y de la Administración que tengan las manos manchadas con la sangre del pueblo, licenciar o disolver los regimientos que hayan cometido los crímenes más abyectos contra el pueblo. Este trabajo es necesario que sea llevado a cabo en los primeros días, es decir, mucho antes de que sea posible organizar un sistema electoral y una burocracia responsable y ponerse a trabajar en la organización de la 17
  • 18. milicia popular. Pero no hay que detenerse aquí. Ante la democracia obrera surgirán las siguientes cuestiones: la cuestión de la jornada laboral, la cuestión agraria y el problema del paro. Una cosa es indudable. Cada día que pase la democracia obrera deberá ahondar en la política del proletariado en el poder y determinar cada vez más su carácter de clase. Y junto con esto se romperá el vínculo revolucionario entre el proletariado y la nación, la desmembración de clase del campesinado se materializará de forma política, el antagonismo entre sus partes integrantes crecerá de tal manera que la política del gobierno de obreros terminará por autodeterminarse y a partir de todas las fuerzas democráticas se establecerá como una política de interés de clase. Si realmente no hay inveteradas tradiciones individualistas y burguesas y de prejuicios antiproletarios en el campesinado y la intelectualidad, y que tal cosa ayude al proletariado a subir al poder, entonces, por otro lado, hay que tener en cuenta que esta ausencia de prejuicios no se basa en la conciencia política sino en la barbarie política, en la ilegitimidad social, en el primitivismo y la indolencia. Todas estas propiedades y rasgos no pueden crear de ningún modo una base firme para una coherente política activa del proletariado. La eliminación de la servidumbre encontrará el apoyo de todo el campesinado como clase tributaria. El impuesto progresivo sobre la renta tendrá el apoyo de una gran mayoría de los campesinos; pero las medidas legislativas en defensa del proletariado agrícola no sólo no van a despertar el interés de la mayoría, sino que tropezarán con la resistencia activa de una minoría. El proletariado se verá obligado a introducir la lucha de clases en el campo y, de esta forma, infringir aquellos intereses comunes, que, indudablemente, están presentes en todo el campesinado, pero en márgenes comparativamente reducidos. El proletariado deberá buscar apoyos en los momentos más próximos a su dominio en la oposición del campo pobre a los hacendados ricos, en la oposición del proletariado agrícola a la burguesía rural. Pero si la homogeneidad del campesinado representa una dificultad y acaba por reducir [los márgenes] de la política proletaria, entonces la diferenciación insuficiente de clase del campesinado creará obstáculos para llevar a buen término una desarrollada lucha de clases en el campesinado, sobre la que pudiera apoyarse el proletariado urbano. El primitivismo del campesinado mostrará al proletariado su lado más adverso. Pero la frialdad del campesinado, su pasividad política, y sobre todo la resistencia de sus sectores superiores no podrán quedarse sin la influencia de una parte de la intelectualidad y de la pequeña burguesía urbana. Por consiguiente, cuanto más determinante y decisiva se vuelva la política del proletariado en el poder con más facilidad podrá construirse una sólida base, pero más inestable se volverá el terreno sobre el que se apoya. Todo esto es probable en extremo e incluso inevitable. Las dos partes principales de la política del proletariado van a hallar resistencia por parte de sus aliados: que son el colectivismo y el internacionalismo... El carácter pequeñoburgués y el primitivismo político del campesinado, su limitado horizonte rural, su aislamiento respecto al 18
  • 19. mundo de las relaciones políticas van a significar una tremenda dificultad para la consolidación de la política revolucionaria del proletariado en el poder. Imaginarse el asunto de una forma en la que la socialdemocracia entrase en el gobierno provisional, lo dirigiese durante el periodo de reformas revolucionario-democráticas, defendiendo con éxito su carácter más radical y apoyándose con esto en un proletariado organizado, y más tarde, cuando el programa democrático haya sido cumplido, la socialdemocracia abandonase este edificio construido por ella misma, cediendo su puesto a los partidos burgueses, siendo ella la que pasase a la oposición y, de esta forma, iniciase una época de política parlamentaria, imaginarse el asunto de esta forma significaría comprometer la misma idea de un gobierno de trabajadores. Y no porque sea "en principio" inadmisible -un planteamiento tan abstracto de la cuestión la priva de contenido- sino por ser esto algo completamente irreal, por ser un utopismo de la peor clase, por ser un utopismo revolucionario característico de la inculta pequeña burguesía. Pero veamos el porqué de esto último. La división de nuestro programa en uno mínimo y otro máximo tiene en principio un enorme y profundo significado por la circunstancia de que el poder se encuentre en manos de la burguesía. Es precisamente este hecho -la pertenencia del poder a la burguesía- el que acaba por expulsar de nuestro programa mínimo todas aquellas exigencias que son incompatibles con la propiedad privada de los medios de producción. Estas últimas exigencias son las que otorgan contenido a la revolución socialista, y sus premisas son la dictadura del proletariado. Pero una vez el poder se encuentre en manos de un gobierno revolucionario con una mayoría socialista, la diferencia entre el programa mínimo y máximo perderá al instante su significado tanto inmediato como práctico. El gobierno proletario no podrá mantenerse de ningún modo dentro de los límites establecidos. Tomemos la reivindicación de la jornada laboral de 8 horas. Como sabemos, esta reivindicación no contradice las relaciones capitalistas y por eso entra dentro del programa mínimo de la socialdemocracia. Pero imaginémonos las circunstancias de su aplicación real durante el periodo revolucionario en medio de toda la exaltación desencadenada. Indudablemente, la nueva ley tropezaría con la tenaz y organizada resistencia de los capitalistas -por ejemplo, en la forma de lock out y cierre de factorías y fábricas-. Cientos de miles de trabajadores se quedarían en la [calle]. ¿Qué haría el gobierno? El gobierno burgués, en un intento de ocultar su carácter radical, no permitiría jamás que el asunto fuese tan lejos, ya que ante el hecho del cierre de factorías y fábricas resultaría impotente. Se vería obligado a realizar concesiones, pero no permitiría que se aprobase la jornada laboral de 8 horas, las revueltas del proletariado serían finalmente reprimidas... Con el dominio político del proletariado la consecución de la jornada laboral de 8 horas deberá conllevar consecuencias totalmente distintas. El cierre de factorías y fábricas por los capitalistas no puede ser, desde luego, la razón para la ampliación de la jornada laboral por parte de aquel gobierno, que desea apoyarse en el proletariado, y no en el capital, como pregona el liberalismo, y dejar de interpretar el papel de intermediario 19
  • 20. "imparcial" de la democracia burguesa. Para el gobierno de trabajadores sólo existiría una salida: la expropiación de las factorías y fábricas que hayan sido cerradas y el inicio de los preparativos para su posterior nacionalización. Indudablemente, se podría razonar también de la siguiente manera: pongamos, por ejemplo, que el gobierno de trabajadores, siendo fiel a su programa, decreta la jornada laboral de 8 horas; si el capital acaba por crear resistencia, no siendo vencida esta última por los medios del programa democrático, lo que conllevaría el mantenimiento de la propiedad privada, la socialdemocracia se vería forzada a dimitir, apelando al proletariado. Esta decisión sería tomada sólo desde el punto de vista de aquel grupo, que formara parte del personal del gobierno, pero no sería una decisión tomada desde el punto de vista del proletariado o desde el punto de vista del desarrollo de la misma revolución. Porque tras la dimisión de la socialdemocracia la situación política retornaría a los mismos cauces que antes, razón por la cual la socialdemocracia se habría visto obligada a tomar el poder. La deserción en la forma de una resistencia organizada del capital sería una traición aún mayor a la revolución que la negativa de la socialdemocracia a tomar el poder: porque realmente es mejor no lograr el poder que abandonarlo después al descubrir su propia debilidad. Otro ejemplo: el proletariado en el poder deberá tomar las medidas más enérgicas para la solución de la cuestión del desempleo, ya que sin ningún género de dudas, los representantes de los trabajadores, que hayan entrado a formar parte del gobierno, no podrán responder a las exigencias de los desempleados con vínculos al carácter burgués de la revolución. Pero si el Estado se hace cargo de las garantías de subsistencia de los desempleados -para nosotros es indiferente de qué forma lo haga- conseguirá inmediatamente con esto una colosal movilización de las fuerzas económicas a favor del proletariado. Los capitalistas, cuya presión sobre el proletariado se ha apoyado siempre en el hecho de la existencia del ejército de reserva, acabarán sintiéndose económicamente impotentes, y el gobierno de trabajadores les sentenciará al mismo tiempo a una fragilidad política. Al hacerse cargo el Estado de la población desempleada, también se hace a la vez con esto mismo responsable del apoyo económico a los huelguistas. Pero si se negara a hacer esto último, entonces, irremediablemente, terminaría por socavar los cimientos de su existencia. A los empresarios no les quedará otra salida más que recurrir al lock out, es decir al cierre de fábricas. Pero está claro que los empresarios soportarán mejor el cese de la producción que los trabajadores, y ante el cierre masivo de fábricas el gobierno de obreros podrá responder sólo de una manera: la expropiación de las fábricas y la introducción en ellas -al menos en las más grandes- de la producción estatal o comunal. En el marco de la agricultura se crearán problemas análogos por el mismo hecho de la expropiación de las tierras. No debe suponerse de ninguna forma que el gobierno de trabajadores, al expropiar las propiedades privadas de la gran producción, las dividirá en partes y las venderá para su posterior explotación por parte de los pequeños 20
  • 21. productores; la única salida que tendrá el gobierno de trabajadores será la organización de la producción en cooperativas bajo control comunal o directamente a expensas del Estado. Este es el verdadero camino al socialismo. Todo esto demuestra por completo de una forma evidente que la socialdemocracia no puede adherirse a un gobierno revolucionario, habiendo establecido previamente con el proletariado el compromiso de no claudicar en ninguno de los puntos de su programa mínimo y prometiendo a la burguesía no traspasar los límites de dicho programa. Un compromiso de carácter tan bilateral sería totalmente irrealizable. Incorporándose al gobierno no como frágiles rehenes sino como una fuerza dirigente, los representantes del proletariado liquidarán la frontera entre el programa mínimo y máximo, es decir, ubicarán el colectivismo a la orden del día. En qué punto será detenido el proletariado en este sentido, depende de la correlación de fuerzas, pero de ningún modo de las intenciones originales del partido del proletariado. Es precisamente por esto que no tiene cabida aquí ninguna forma especial de dictadura del proletariado en la revolución burguesa, sino precisamente una dictadura democrática del proletariado (o del proletariado y de los campesinos). La clase obrera no puede garantizar el carácter democrático de su dictadura, sin haber traspasado los límites de su programa democrático. Cualquier tipo de ilusión a este respecto sería completamente nefasta. Estas ilusiones comprometerían a la socialdemocracia desde el principio. Una vez que el partido del proletariado tome el poder, deberá defenderlo hasta el final. Si los únicos medios de esta lucha por la conservación y consolidación del poder son la agitación y la organización, especialmente en el campo, entonces el siguiente medio en entrar en juego será la política colectivista. El colectivismo no será sólo una consecuencia de la postura política del partido en el poder, sino también un medio para poder conservar esta postura, apoyándose en el proletariado. Cuando fue formulada en la prensa socialista la idea de la revolución permanente, que vincula la liquidación del absolutismo y la servidumbre social con la revolución socialista, junto a los crecientes conflictos sociales, la rebelión de los nuevos sectores de las masas populares, los incesantes ataques del proletariado a los privilegios políticos y económicos de las clases dominantes, la prensa "progresista" terminó por levantar un clamor unánime de indignación, por estar hastiada ya de que se permitiese esto. La revolución, clamaba ella, no es un derrotero que se pueda legitimar. La aplicación de medidas extraordinarias sólo sería admisible en circunstancias extraordinarias. El objetivo del movimiento de liberación no es inmortalizar la revolución, sino más bien legalizarla, etc., etc. Los representantes más radicales de esta misma democracia no se arriesgan a atacar la revolución desde el punto de vista de las "conquistas" constitucionales: incluso para ellos este cretinismo parlamentario, que antecede al mismo parlamentarismo, no es un arma poderosa en la lucha contra la revolución del proletariado. Prefieren continuar por otra vía, prefieren aventurarse en el terreno de los hechos antes que en el ámbito 21
  • 22. de lo legal, en el terreno de las "posibilidades" históricas, en el terreno del "realismo" político, y por último... por último, incluso en el terreno del "marxismo". ¿Y por qué no? Mas fue Antonio, un devoto burgués de Venecia, el que dijo exactamente: Téngase en cuenta que hasta el mismo diablo puede citar las Sagradas Escrituras... Ellos no sólo consideran fantástica la idea de un gobierno de obreros en Rusia, sino que rechazan la posibilidad de la revolución socialista en Europa en una época histórica próxima. Todavía no se hallan presentes las "condiciones" necesarias para que esto suceda. ¿No es cierto? La cuestión, claro está, no reside en que se deba fijar un plazo a la revolución socialista, sino en que se establezcan sus perspectivas históricas reales [...] 8. El gobierno obrero en Rusia y el socialismo Con lo anteriormente expuesto hemos indicado que las condiciones objetivas de la revolución socialista han sido ya creadas por el desarrollo económico de los países capitalistas avanzados. ¿Pero qué se puede decir a este respecto con relación a Rusia? ¿Se puede esperar que el traspaso del poder a manos del proletariado ruso sea el principio de la transformación de nuestra economía nacional sobre las bases del socialismo? El dominio político del proletariado no es compatible con su esclavitud económica. Independientemente del vaticinio político que se haga del proletariado, éste deberá verse forzado a plantarse en el camino de la política socialista. Podría calificarse como de una grandísima utopía el pensamiento de que el proletariado, elevado a la cumbre del dominio nacional de la mecánica interna de la revolución burguesa, podrá e incluso deseará limitar su misión con la creación de una coyuntura republicana y democrática para lograr el dominio social de la burguesía. El dominio político del proletariado, aunque fuese temporal, debilitará en extremo la resistencia del capital, este último dependiente siempre del poder estatal, circunstancia que conferirá una magnitud grandiosa a la lucha económica del proletariado. Los trabajadores no podrán cejar en su empeño de reclamar al poder revolucionario el apoyo a los huelguistas, y el gobierno, apoyándose en el proletariado, no podrá negarle al pueblo tal apoyo. Pero esto significa paralizar la influencia del ejército de reserva, convertir a los trabajadores en los señores del entorno no sólo político sino también económico, transformar la propiedad privada y los medios de producción en una ficción. Estas inevitables consecuencias socio-económicas de la dictadura del proletariado se manifestarán inmediatamente mucho antes de que se concluya la democratización del sistema político. La frontera entre el programa mínimo y máximo será liquidada en cuanto el proletariado suba al poder. El régimen proletario deberá volcarse desde el principio en la resolución del problema agrario, que está relacionado con el futuro de las ingentes masas de la población de Rusia. Durante la resolución de esta cuestión, como también de otras, el proletariado se apoyará en la 22
  • 23. tendencia básica de su política económica: ganar el margen más amplio posible para la organización de la economía socialista, con la particularidad de que las formas y el ritmo de esta política, aplicada a la cuestión agraria, deban determinarse con la ayuda de aquellos recursos materiales que pueda obtener el proletariado, así como también desplegar la estrategia necesaria para impedir que puedan ser atraídos a las filas de los contrarrevolucionarios los posibles aliados. Por supuesto que la cuestión agraria por sí misma, es decir, la cuestión del futuro de la economía agraria y sus relaciones sociales, no se oculta de ninguna manera en la cuestión de las tierras, o sea, en la cuestión sobre las formas de la propiedad agraria. Pero es indudable que si la solución al problema agrario no va a determinar su evolución, terminará entonces por determinar la política agraria del proletariado; en otros términos, la decisión que tome el régimen proletario respecto a la cuestión agraria, debe estar sujeta a su relación común con el transcurso y las exigencias del desarrollo agrícola. Por eso la cuestión agraria debe ser el principal tema a tratar. La socialización de todas las tierras es una de las decisiones a la que se le ha otorgado por parte de los socialistas revolucionarios una popularidad casi irreprochable; habiendo sido liberada del maquillaje europeo, la socialización de las tierras significa, ni más ni menos, que el "usufructo de la tierra", o "El reparto Negro"10 . El programa del reparto equitativo presupone, de esta forma, la expropiación de todas las tierras, no sólo de las privadas en general, sino también las de los campesinos y de las comunales. Si tenemos en cuenta que esta expropiación debe ser llevada a cabo durante los primeros pasos del nuevo régimen, ante el dominio aún completo de las relaciones comerciales capitalistas, resultará entonces que las primeras "víctimas" de la expropiación serán o, más exactamente, estimarán serlo, los propios campesinos. Debemos tener en cuenta que fueron los campesinos los que pagaron durante décadas un rescate que debía convertir la tierra parcelaria en su propiedad; debemos tener también en cuenta que algunos de los más acaudalados campesinos, posición lograda, indudablemente, con la ayuda de grandes víctimas, ocasionadas en su tiempo por aquella generación presente, adquirieron en propiedad una enorme superficie de tierra, con lo que será más fácil imaginarse cuál será el grado de resistencia que provocará la enajenación de las pequeñas parcelas privadas de tierra y también de las comunales para convertirlas en propiedad estatal. Al ir por este camino, el nuevo régimen pondría en contra suya a las ingentes masas del campesinado. ¿Por qué razón deben ser convertidas en propiedad estatal las tierras comunales y de los pequeños propietarios? Para que de una forma u otra pueda ser cedida para una explotación económica "equitativa" a todos los terratenientes, incluidos los actuales campesinos sin tierra y los jornaleros. De esta forma, desde el punto de vista económico, el nuevo régimen no ganará nada con la expropiación de las tierras comunales y de las pequeñas parcelas privadas, ya que tras la repartición de las tierras comunales o estatales procederá a introducir reformas en la esfera de la economía privada. Desde el punto de vista político, el nuevo régimen cometerá un gravísimo error, ya que confrontará hostilmente a las masas 23
  • 24. campesinas con el proletariado urbano, al ser este último el dirigente de la política revolucionaria. Prosigamos. La distribución equitativa de las tierras supone una prohibición legislativa para la aplicación del trabajo asalariado. La liquidación del trabajo asalariado puede y debe ser consecuencia de las reformas económicas, pero no puede estar predeterminada por prohibiciones jurídicas. No es suficiente con prohibir al agricultor capitalista contratar obreros, es necesario crear previamente para los jornaleros sin tierra unas posibilidades dignas de subsistencia, además de una existencia racional desde el punto de vista económico. Mientras tanto, con el programa del sistema de explotación equitativa del suelo, prohibir la aplicación del trabajo asalariado, esto es, obligar a los jornaleros sin tierra a asentarse en un pedazo de tierra y, por otra parte, que el Estado se comprometa a proveer a este jornalero del material necesario para su producción social no racional. Naturalmente que la intervención del proletariado en la organización de la agricultura no comienza con el asentamiento de aislados grupos de trabajadores en aislados pedazos de tierra, sino con la explotación de las grandes haciendas por cuenta estatal o comunal. Sólo en este caso, si esta producción colectivizada acaba reafirmándose, el proceso de la posterior socialización podrá ser impulsado hacia adelante con la prohibición de la aplicación del trabajo asalariado. De esta forma se hará imposible la pequeña agricultura capitalista, pero quedará todavía sitio para la industria alimentaria y afín, cuya expropiación forzosa no debe en ningún caso entrar en los planes del proletariado socialista. En cualquier caso, el proletariado no deberá de ninguna forma tomar las riendas del programa de la "distribución equitativa" de las tierras, que supone, por una parte, la expropiación inútil y puramente formalista de los pequeños propietarios, y que exige, por otra, un total fraccionamiento real de las grandes propiedades en partes pequeñas. Esta política, que parece ser de forma inmediata económicamente pródiga, tendría por base una intención oculta de carácter utópico y reaccionario, y -por encima de todo- debilitaría políticamente al partido revolucionario. ¿Pero hasta dónde puede llegar la política socialista de la clase obrera en las condiciones económicas de Rusia? Una cosa se puede decir con seguridad a este respecto: la política socialista tropezará con obstáculos políticos mucho antes de que pueda toparse con el atraso técnico del país. Sin un apoyo estatal directo del proletariado europeo, la clase obrera rusa no podrá mantenerse en el poder y convertir su dominio temporal en una duradera dictadura socialista. Esto es evidente. Pero, por otra parte, tampoco se puede dudar de que la revolución socialista en Occidente nos va a permitir directa e inmediatamente transformar el dominio temporal de la clase obrera en una dictadura socialista [...] 24
  • 25. 9. Europa y la revolución La influencia de la Revolución rusa en el proletariado europeo es enorme. Aparte de que la revolución liquidará el absolutismo de Petersburgo, principal fuerza reaccionaria en Europa, creará, además, las condiciones revolucionarias necesarias que se instaurarán en la conciencia y en el ánimo de la clase obrera europea. La tarea del partido socialista ha consistido y consiste en desarrollar una conciencia revolucionaria en la clase obrera, de la misma forma que el capitalismo terminó por revolucionar las relaciones sociales. Pero la labor de organización y propaganda en las filas del proletariado está determinada por su propia rutina interna. Los partidos socialistas europeos -en primer lugar el alemán, que es el más poderoso de todos ellos- conformaron su conservadurismo, y cuanto más fuerte sea éste, mayores masas atraerá el socialismo y más agudo se volverá el carácter organizativo y disciplinario de dichas masas. Pero esta socialdemocracia, como organización que personifica la experiencia política del proletariado, puede convertirse en un determinado momento en un obstáculo inmediato para el choque abierto de los trabajadores con la reacción de la burguesía. En otras palabras, el conservadurismo socialista y propagandista del partido del proletariado puede atrasar en un determinado momento la lucha directa del proletariado por el poder. La enorme influencia de la Revolución rusa se manifiesta de forma que elimina la rutina partidista, destruye el conservadurismo y coloca a la orden del día la cuestión de la medición directa de las fuerzas del proletariado y la reacción capitalista. La lucha por los derechos al sufragio universal en Austria, Sajonia y Prusia se vio agudizada por la influencia directa de la huelga de octubre de Rusia. La revolución en Oriente contagia al proletariado de Occidente del idealismo revolucionario y origina en éste el deseo de contestar "en ruso" a sus enemigos. El proletariado ruso, una vez en el poder (aunque esta circunstancia fuese sólo consecuencia de la coyuntura temporal de nuestra revolución burguesa), se encontrará con la hostilidad organizada por parte de la reacción mundial y con la disposición a un apoyo organizado por parte del proletariado internacional. Abandonada a sus propias fuerzas, la clase obrera de Rusia será inevitablemente aplastada por la contrarrevolución en el momento en que el campesinado le vuelva la espalda. No le quedará otra salida a la clase obrera rusa más que unir su destino y, por consiguiente, el destino de toda la Revolución rusa al destino de la revolución socialista en Europa. Aquella colosal fuerza política y estatal, que la coyuntura temporal de la revolución burguesa de Rusia le otorgará a la clase obrera, será aplicada a la balanza de la lucha de clases de todo el mundo capitalista. Con el poder estatal en sus manos, con la contrarrevolución a sus espaldas, con la reacción europea ante sí, la clase obrera de Rusia lanzará a sus hermanos de lucha de todo el mundo una vieja consigna, que será esta vez la consigna de un último ataque: "¡Proletarios de todos los países, uníos!" 25
  • 26. Notas del traductor 1 Este trabajo ha sido reproducido en sus puntos más importantes. 2 Miliukov (Pavel Nicoláievich), historiador y político ruso (Moscú 1859 - Aix-les-Bains 1943). Uno de los organizadores del Partido de los Cadetes, redactor de la revista "El Habla". Partidario de la política imperialista del zarismo. Uno de los principales dirigentes del Partido demócrata constitucional, fue ministro de Asuntos Exteriores del gobierno provisional (marzo-mayo 1917). Emigró tras la revolución de Octubre. 3 Del francés: La Legión de Honor. 4 Mendeléiev (Dmitri Ivánovich), químico ruso y activista social (Tobolsk 1834-San Petersburgo 1907), autor de la clasificación periódica de los elementos químicos (1869). 5 Alejandro III (San Petersburgo 1845-Livadia 1894), zar de Rusia [1881- 1894], practicó una política reaccionaria y firmó con Francia la alianza francorrusa (1891-1894). 6 Pablo I Petróvich (San Petersburgo 1754-1801), emperador de Rusia [1796-1801], hijo de Pedro III y de Catalina II. Tras enviar a Suvórov a combatir en el norte de Italia junto a los austríacos (1799), se aproximó políticamente a Francia. Murió asesinado. 7 Vitte (Serguéi Yúlievich, conde), político ruso (Tbilisi 1849-Petrogrado 1915). Ministro de finanzas (1892-1903), favoreció la industrialización gracias a la afluencia de capital extranjero. Llamado por Nicolás II durante la revolución de 1905, fue destituido cuando se restableció el orden (1906). 8 Stolipin (Piotr Arkádievich), político ruso (Dresde 1862-Kiev 1911). Presidente del Consejo (1906), reprimió con dureza la oposición, logró que fuese disuelta la segunda duma (1907) y favoreció el desmantelamiento de la comuna rural (mir) a fin de luchar contra la pobreza campesina. Fue asesinado por un revolucionario. 9 De la mitología griega: refiérese esto a una de las doce pruebas de Heracles. Augías, rey legendario de Élide, uno de los argonautas. Heracles limpió sus inmensos establos desviando el río Alfeo. 10 Traducción literal del nombre del Partido marxista “Chiorny pierediel”. Como resultado de la escisión del Partido revolucionario ilegal anarquista “Zemliá y Vólia” (Tierra y Libertad), creado en otoño de 1876, surgieron dos nuevos partidos: uno de ellos era “Naródnaya Vólia” (La libertad del Pueblo), cuyo principal objetivo era sembrar el terror y asesinar al emperador, y el otro era “Chiorny pierediel”. 26
  • 27. Anexo 1. ¿Cuál sería el pensamiento de Trotski en la actualidad? Lev Davídavich Trotski (Bronstein) fue un personaje adelantado a su tiempo. Por desgracia el destino no le hizo justicia. Pero, afortunadamente, nos quedan sus obras. Basándonos en el perfil de su pensamiento político y filosófico, podríamos configurar hoy en día un hipotético pensamiento trotskiano aplicado a las circunstancias actuales de nuestro tiempo. Haciéndonos valer del vasto conocimiento político y filosófico de este gran pensador y artífice, junto a Lenin, de la Revolución rusa, podríamos trazar un bosquejo de lo que sería hoy en día su pensamiento, ya que la idiosincrasia política y filosófica reflejada en sus obras, estando abierta a cualquier modificación en su forma de pensar y filosofar, no estaría lejos de lo que aquí a continuación plantearemos, aunque pudiese contravenir el materialismo marxista del que tanto hacía gala. (Trasladando aquí la continua lucha filosófica de aproximar de nuevo el materialismo marxista al idealismo de Hegel). Pero lo que sí sabemos a ciencia cierta es que el flujo de ideas y pensamientos de este gran erudito estaba abierto a cualquier posibilidad en pos del bien común de la humanidad. 2. Las fuerzas motrices de la revolución en el contexto actual 2.1. De Trotski al auténtico hinduismo La muerte es sólo un estado de transición entre una encarnación y otra. No debe temerse a este estado de transición. Éste, al igual que la vida misma es un fenómeno natural. No, no debe temerse a la muerte. Antes debe plantearse la siguiente pregunta: ¿Debe temerse más a la muerte que a la vida? La vida que se desarrolla en este mundo físico, la vida que insufla el alma (encerrada en el cuerpo físico) es lo que debemos temer, la vida tal y como ha sido planteada por el ser humano, desde el momento en que éste, al ser consciente de su lugar en este planeta, comenzó a especular con la existencia de dioses (politeísmo) y, más tarde, de un solo dios (monoteísmo), que gobierna tanto el/los universo(s) inmaterial(es) como el/los físico(s). Pero esta creencia, tanto politeísta como monoteísta, desde el momento en que surgió ha sido tergiversada por los intereses espurios de la existencia material. (A esto no escapa ninguna de las religiones existentes). El ser humano, al desarraigarse de un pasado espiritual y, a la vez, malinterpretar este pasado en favor de un "futuro" material, comenzó a progresar irremediablemente hacia lo material, apartando por completo su lado espiritual. Desde aquel decisivo momento de "evolución" de la "consciencia" hacia un estado puramente material, el rumbo de la humanidad ha deambulado sin norte. 27
  • 28. A partir del momento en que se originó el politeísmo y, más tarde, el monoteísmo, se instauró en la "consciencia" humana el temor a Dios(es) y también a la muerte física. Partiendo de esta premisa, y una vez el politeísmo "evolucionó" a monoteísmo, comenzó a establecerse el concepto de teología a partir del cual, y hasta el día de hoy, se ha venido justificando la injusticia en este mundo. Inicialmente se insertó esta injusticia camuflada bajo la apariencia de tergiversados escritos bíblicos (antiguo testamento), que fueron más tarde desfigurados hasta lo indecible (nuevo testamento) y en el Rig Veda hindú, que tampoco escapa a esto, en pos de mantener un orden generacional dominante sobre la población desfavorecida. Al crearse las castas sacerdotales, que propugnaban el poder "divino" sobre todas las cosas, mientras ellos mismos formaban Estados, que declaraban la guerra y absorbían a otros pueblos, evangelizando y asesinando en nombre de "Dios", el ser humano terminó por corromperse del todo. Al carecer casi por completo de la posibilidad de retornar a la senda correcta, una vez implantada ya la inmoralidad suprema, convertida a su vez en "moralidad" por el poder sacerdotal establecido ya en plenitud, este "modelo" teológico amoral y corrupto se ha mantenido hasta nuestros días, contaminando -dicho sea de paso- a la clase política gobernante a lo largo de su historia. Ha devorado hasta el último resquicio de auténtica espiritualidad existente en este planeta y ha emponzoñado y acabado por destruir pensamientos más acordes con la Realidad Existencial. Así, por ejemplo, el hinduismo que hoy en día ha ganado "fama" en Occidente no es aquel hinduismo milenario original que apareció en la India. No. Este pseudo-hinduismo es usado con sus valores tergiversados y sacados de contexto (fuera de la India) para justificar lo injustificable: todo ello a través del concepto del karma. Las clases dominantes en el mundo utilizan este "nuevo" concepto de karma para justificar la existencia terrenal de clases dominantes y clases desfavorecidas. Pues bien, este orden terreno, creado a partir de la amoral y dominante "teología", que ha desarrollado una sociedad "globalizada" y "justa", según el sistema económico actual, ha conseguido a través de una escisión natural y lógica de su estructura, denominada ciencia, evolucionar al hombre hacia el progreso técnico. Pero, a su vez, este "progreso técnico" no se ha guiado tampoco con ayuda de la "mano" espiritual y ha conseguido con esto aislarse completamente en un mundo físico y material al que hoy en día, según el rumbo seguido por la "consciencia" humana, le quedan muy pocos caminos para solventar su corrección. Sí. El mundo tal y como lo conocemos hoy en día está abocado a la destrucción. El materialismo grosero que impera en la actualidad (hoy más que nunca) nos acerca cada día más a nuestra autodestrucción. Nuestra civilización, que cree estar más avanzada tecnológicamente que nunca, cree haber logrado dicha tecnología al transitar por el camino "correcto". Nada más lejos de la Realidad. Nuestro "mundo" en la Tierra ha quedado huérfano de futuro. La población mundial sigue creciendo y los recursos naturales se están agotando. Las clases dominantes (como ha ocurrido desde tiempos 28
  • 29. inmemoriales) han basado su supremacía sobre las clases desfavorecidas. Pero, no obstante, estas clases desfavorecidas siguen aumentando, y las dominantes disminuyendo, con lo que al final estas últimas se verán acorraladas. Esto es evidente. Se trata simplemente de un factor demográfico, y es algo innegable, como lo es esto otro (que se ha repetido a lo largo de la historia): la supremacía de unos pocos sobre la mayoría. Es precisamente esta mayoría la que deberá tomar por fin las riendas de este planeta para poder evitar así nuestra autodestrucción. El planteamiento que defendería el autor sería el siguiente: originada la revolución inicialmente con un carácter universal, que debe comenzar en los países más desfavorecidos, pronto dará una completa vuelta de tuerca a los espurios intereses de las clases dominantes (sin tener ya ningún tipo de importancia los nombres y etiquetas que puedan llevar sus representantes políticos, pues hoy en día la retórica empleada durante siglos ha quedado desfasada y carente de sentido) y será conducida hasta el final ya sin ningún tipo de condición, pues la revolución será imparable, paradójicamente, al desplegar una táctica de revolución permanente de carácter suicida (pues el poder arraigado de las clases dominantes sólo podrá ser extraído de esta forma, ya que al hombre amoral y corrompido le es inherente la avaricia y las ansias de poder, lo que le impide abandonarlo por vía pacífica o parlamentaria), que se extenderá como la pólvora a lo largo y ancho de este planeta liquidando las fronteras (imaginarias) existentes y desalojando del poder a la corrompida y avariciosa clase política gobernante y, posteriormente, a las clases privilegiadas sobre las que se cimienta el poder político y teológico arraigado durante siglos. Logrado esto, serán liquidados a su vez los estamentos sociales sobre los que se han apoyado las sociedades existentes hasta nuestros días, para dar paso a una nueva clase social única y universal. Tras esto, será instaurado un "sistema" postpolítico basado en el progreso técnico unido al auténtico espiritualismo hinduista, eliminando el que en la actualidad impera en la India (en sus distintas vertientes) y haciendo renacer sus valores tradicionales genuinos. Así, de esta forma, la injusticia tal y como la hemos conocido hasta hoy día no tendrá lugar. Sólo así podrá retomar el ser humano el camino de la redención. 2.2. Conclusión final Esta aproximación que muchos calificarán de radical (no mucho peor que el carácter reaccionario aplicado por las clases dominantes a fin de mantener su hegemonía durante la historia de la humanidad) y "cuasi- apocalíptica" tiene a favor todo lo anteriormente expuesto, salvo que se crease una contrarrevolución también de carácter suicida por parte de las clases gobernantes y privilegiadas (no estando estas dispuestas, como cabe esperar, a ceder el poder bajo ningún concepto), con lo cual el destino de la humanidad tendría igualmente sus horas contadas (con o sin revolución universal): la aniquilación total del planeta por medio del arma más potente jamás creada. Sólo el tiempo lo dirá. Колеблющаяся Птица Светлой Судьбы 29