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¿Qué significa para nosotros, que
fuimos bautizados de pequeños,
vivir desde la realidad del
bautismo?
La vida desde el bautismo significa vivir
de modo más consciente y auténtico,
vivir desde otra dimensión, desde la
dimensión de la gracia y no del
cumplimiento, ser libre frente a las
expectativas del mundo, obrar
recurriendo al manantial interior y no
sólo desde mis fuerzas.
El hecho de que esté bautizado me
plantea continuamente preguntas:
 ¿Qué significa ser una persona humana?
 ¿Quién soy verdaderamente?
 ¿De dónde vengo?
 ¿Hacia dónde voy?
 ¿Qué quiero hacer de mi vida?
 ¿Cuál es el misterio de mi vida?
 ¿Qué significa ser cristiano?
 ¿Cómo entiende Jesucristo mi vida?
 ¿Qué me quiere decir él hoy?
 ¿Qué posibilidades existen hoy para vivir en
comunión con Jesucristo? ¿Cómo me distingo de
los que no han sido bautizados?
Cada vez que dudamos de nosotros mismos
o experimentamos sentimientos de
inferioridad, cuando no nos aceptamos, el
recuerdo del bautismo
–como aceptación incondicional por parte de
Dios–
debería ayudarnos a aceptarnos y amarnos
a nosotros mismos.
El bautismo nos dice que no sólo somos
hijos de nuestros padres,
sino también hijos de Dios.
No solamente poseemos las características
que hemos heredado de nuestros padres,
sino que en nosotros fluye también la vida
divina.
LA FUENTE DE LA VIDA
Cuando ya nada fluye en nosotros. Todo es
mera rutina. Cuando nos sucede esto, el
recuerdo del bautismo podría poner de
nuevo en movimiento nuestra vida íntima.
Podríamos entrar en contacto nuevamente
con la fuente interior. El bautismo quiere
volvernos a sensibilizar, para que la vida
pueda empezar a fluir de nuevo.
Estar bautizado no sólo significa vivir de la fuente
divina, sino también vivir en comunión con Jesucristo
EN
COMUNIDAD
¿De qué manera marca este hecho nuestra vida, la
percepción de nosotros mismos?
Meditar sobre nuestro bautismo significa, que nunca
nos sentimos solos, con nosotros y dentro de
nosotros está Jesucristo. No debemos pensar a toda
costa siempre en él ni tenemos que leer sin parar la
Biblia para ponernos en contacto con él. Él está en
nuestro interior.
El agua bendita quiere mantenernos
despierta la experiencia de que en nosotros
corre la fuente del Espíritu Santo, que no
nos hemos secado ni quemado, sino que
en nosotros corre continuamente el agua
vivificante de Dios que nos refresca y
renueva. El agua bendita es también un
símbolo de que en el bautismo hemos sido
totalmente lavados y purificados.
EL AGUA BENDITA
Cuando nos signamos con el agua bendita
vislumbramos lo que significa estar
totalmente puro, permeable a Dios, crecer
libres de toda perturbación que falsea la
imagen originaria de Dios en nosotros,
purificados de nuestro pasado y de nuestra
culpa, las manchas que se han grabado a lo
largo de la historia de nuestra vida
desaparecen.
Nos signamos con la cruz en la frente, en el
pecho, del hombro izquierdo al derecho,
reconociendo con este gesto que la vida y
el amor de Dios discurren en nuestros
pensamientos, en nuestra vitalidad y en
nuestra sexualidad, en el nivel inconsciente
y en el consciente y que todo lo que hay en
nosotros ha sido aceptado y amado
incondicionalmente.
REVESTIRSE DE CRISTO
En el bautismo nos hemos revestido de Cristo. Esto
suena a menudo como una frase devota, pero que no
afecta a nuestra vida. Descubramos su significado
observando como lo viven los que tradicionalmente
lo han vivido. Por ejemplo, en la tradición religiosa
era costumbre que el sacerdote, al revestirse con
sus ornamentos sagrados, recitase respectivamente
la siguiente oración: «Me he revestido con las
vestiduras de la salvación». Al ponerse la estola
decía: «Me visto con el vestido de la inmortalidad».
A lo largo del año litúrgico hay dos
festividades que nos recuerdan sobre todo
nuestro bautismo: la fiesta del bautismo del
Señor, el primer domingo después de la
Epifanía, y la noche de Pascua. El sacerdote,
en la fiesta del bautismo de Jesús, al inicio de
la eucaristía, rocía a todos los fieles con agua
bendita al tiempo que toda la asamblea canta
el antiguo himno Asperges me «Rocíame con
el hisopo, Señor, y quedaré limpio. Lávame, y
quedaré más blanco que la nieve».
En la noche pascual el sacerdote bendice el agua
bautismal. Introduce tres veces el cirio pascual en el
agua, diciendo: «Te pedimos, Señor, por tu querido
Hijo, que descienda sobre esta agua la fuerza del
Espíritu Santo, para que todos los que han sido
sepultados con Cristo en su muerte, mediante el
bautismo resuciten con Él a la vida eterna».
Después de la Vigilia Pascual, pueden llevar consigo a
casa el agua bendecida. Les debe recordar durante
todo el tiempo de Pascua, que han resucitado con
Cristo, que en ellos la vida ha vencido también a la
muerte.
Tomar conciencia de que estamos ungidos
con Espíritu Santo, de que el Espíritu está
en nosotros, es descubrir su Fuerza en la
confirmación, es lo mismo que vivir según el
Espíritu. Pero,
¿qué quiere decir vivir según el Espíritu de
Dios?
La experiencia más importante de los que viven
según el Espíritu es, para Pablo, la libertad: «Ya
no pesa, por tanto, condenación alguna sobre
los que viven en Cristo Jesús. La ley del
Espíritu vivificador te ha liberado por medio de
Cristo Jesús de la ley del pecado y de la
muerte» (Rom 8,lss). El Espíritu Santo nos
libera de las cadenas de nuestra psique, en las
que volvemos a caer una y otra vez.
VIVIR SEGÚN LA LIBERTAD
DEL ESPÍRITU
El Papa Juan Pablo II decía que nos movemos en
una Cultura de muerte.
Esta dependencia nos conduce a malograr nuestra
vida. Pecado quiere decir fallar la meta, salirme del
reino, y caer en esclavitudes, no acertar con
nuestros esfuerzos al logro de nuestras
esperanzas, no acertar en el blanco. Estos
esquemas de vida significan la muerte. Nos apartan
de la auténtica vida.
Dejarse guiar por el Espíritu nos libera por dentro.
Esta sería la experiencia más intensa de Pablo en
su encuentro con Jesucristo: «Porque el Señor es
Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad» (2Cor 3,17).
Quien constantemente tiene que satisfacer las
expectativas de los demás para sentirse
plenamente persona, es un esclavo. Confiere a
los demás poder sobre él. Quien vive según el
Espíritu no da poder a los demás. El Espíritu
que está dentro de nosotros mismos, nos libera
del poder de aquellos que nos quieren infiltrar
escrúpulos de conciencia, que nos quieren
hacer dependientes de ellos, que nos quieren
oprimir bajo la imagen que ellos se han hecho
de nosotros.
VIVIR SEGÚN
LA FUERZA DEL ESPÍRITU
Reflexionemos un pequeño fragmento de los Hechos para
mostrar cómo se puede configurar nuestra vida en concreto
según la dynamis, la fuerza del Espíritu.
Los discípulos hacen esta oración: «"Y ahora, Señor, mira
sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu palabra
con toda libertad. Manifiesta tu poder para que se realicen
curaciones, señales y prodigios en el nombre de tu santo
siervo Jesús". Al terminar su oración, el lugar en que
estaban reunidos tembló; todos quedaron llenos del Espíritu
Santo y se pusieron a anunciar la palabra de Dios con toda
valentía» (He 4,29-31). La palabra griega valentía / osadía
es parresia.
Parresia es la libertad de hablar, el valor para decir con
libertad lo que siento en el corazón.
Muchas veces, en nuestro hablar, nos dejamos
condicionar por las expectativas de los demás.
No decimos lo que tenemos dentro, sino lo que
va a gustar a los otros, lo que nos hace
amables a los ojos de los demás, lo que nos
hace aparecer bajo una luz favorable. Por esto,
nuestras palabras han perdido su fuerza.
Nuestras palabras no obran nada, únicamente
se adaptan. Vivir según la fuerza del Espíritu
significaría decir aquello que siente nuestro
corazón, lo que Dios nos inspira, sin un falso
respeto ante la opinión de los demás.
Vivir según la fuerza del Espíritu quiere decir
que nos dejemos impregnar por el Espíritu
Santo. Cuando me preparo para un diálogo con
una persona que viene a pedir consejo, no tengo
que exigirme el acierto en mis consejos ni tengo
que pretender solucionar los problemas del otro
con mi inteligencia. Escucho al otro y confío en
que el Espíritu me indicará cómo tengo que
reaccionar y qué tengo que decir. Esto me libera
de la opresión de «acertar» y de «rendir». Esto
me lleva una y otra vez a la constatación de
auténticos milagros de sanación.
El recuerdo de nuestra confirmación, SU
FUERZA, nos tiene que animar a dar espacio a
la fuerza del Espíritu dentro de nosotros.
También hoy se realizan signos y prodigios,
más de los que a veces creemos: cuando un
encuentro resulta verdaderamente positivo,
cuando algo nos toca el corazón, cuando el
afligido percibe el consuelo del que le asiste,
cuando uno que se desprecia a sí mismo
descubre su propia dignidad y vuelve a
experimentar la alegría de vivir. Con todo, el
Espíritu Santo no sólo obra a través de nuestras
capacidades, sino del mismo modo obra a
través de nuestras debilidades.
Cuando el Espíritu nos hace vibrar, también se
mueven dentro de nosotros los viejos
esquemas mentales. La rigidez cede y nace
nueva vida. Somos sacudidos y nos despiertan
de nuestro sueño. Descubrimos que nos
habíamos instalado en la superficie de nuestra
vida. La vibración provocada por el Espíritu
Santo dentro de nosotros, nos pone en
contacto con nuestras profundidades
interiores. Y nos damos cuenta, de que esta
vibración, alcanza a los demás.
VIVIR SEGÚN LOS DONES
DEL ESPÍRITU SANTO
La tradición, apoyada en Pablo y en la
promesa del Espíritu en Isaías 11,2ss., ha
considerado siete dones del Espíritu: el
espíritu de sabiduría, de entendimiento, de
consejo, de ciencia, de fortaleza, de temor de
Dios y de piedad. Siete es siempre el número
de transformación, el que transforma lo
terrenal en divino. Estos siete dones describen
a la persona humana que vive según el
Espíritu Santo.
Cada persona tiene su propio don. Para saber
cuál es mi don personal basta con contemplar
mi historia existencial. Mis heridas se pueden
convertir en dones. Me hacen sensible ante los
demás. Mis cualidades pueden mostrarme mis
dones. Uno sabe escuchar, otro toma la
iniciativa, tiene ideas, es creativo, mueve algo.
Otro sabe aguantar interiormente, es fiel, se
puede contar siempre con él. Otro sabe dar
nombre a los conflictos y resolverlos. Otro, en
fin, es capaz de reconciliar las dos partes en
litigio y unir lo que estaba dividido.
Podemos estar seguros de que es el
Espíritu Santo quien nos confía un don
concreto. Él nos pondrá en contacto con
nuevas posibilidades y cualidades. Y
después de un tiempo podemos mirar
hacia atrás con agradecimiento por lo que
el Espíritu ha obrado en nosotros
DEJARSE CONDUCIR POR
EL ESPÍRITU
Para Pablo, vivir según el Espíritu quiere decir
orientarse según las exigencias del Espíritu: «Si
vivimos gracias al Espíritu, procedamos también
según el Espíritu. No seamos vanidosos,
provocándonos y envidiándonos unos a otros»
(Gál 5,25ss). Vivir según el Espíritu tiene
consecuencias para nuestro comportamiento.
Entrenarse en nuevas actitudes es un auténtico
desafío. Pablo habla de los frutos del Espíritu
Santo.
Los frutos son un criterio importante a la
hora de saber si vivo según el Espíritu de
Dios. Nos muestran dónde se ha infiltrado el
espíritu del maligno. Incluso nuestra vida
religiosa puede quedar afectada por el mal
espíritu, en forma de miedo, estrechez,
dureza y auto justificación. Hace falta un
largo camino de transformación hasta que
toda nuestra existencia irradie amor,
amabilidad, bondad y mansedumbre.
La confirmación es la iniciación a la vida
adulta. El recuerdo de la confirmación quiere
evitar que caiga en actitudes infantiles y
cargue sobre otros la responsabilidad de
mis problemas. El recuerdo de la
confirmación me invita a vivir mi vida yo
mismo, en lugar de sentirme víctima de mi
educación o de la situación social.
Para introducirnos en el Espíritu de Jesús que se
expresa en los dones del Espíritu necesitamos de la
meditación diaria. Para esto, «la oración de Jesús»
se puede volver un camino muy importante para
ejercitarnos en las actitudes de Jesús. Ante nuestros
enfados, nuestra inquietud, nuestra dureza, nuestros
prejuicios, intentar pronunciar la palabra: «Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí». Así,
muchas veces, experimentaremos cómo nuestro
espíritu malo se deshace y sentimos dentro de
nosotros algo de la misericordia y del amor de Jesús.
El recuerdo de la confirmación nos llena de
confianza en que el Espíritu de Dios es más
fuerte que el espíritu del mundo. No vivimos
a merced de nuestro pasado. No estamos
condenados a repetir todas las heridas de
nuestra infancia. El Espíritu nos puede
transformar. Únicamente tenemos que
abrirnos a Él constantemente y presentarle
todos nuestros aspectos no salvados
todavía, para que él los penetre y los
transforme.
CUANDO RECORDAMOS
NUESTRA CONFIRMACIÓN
Para todos nosotros, la fiesta de Pentecostés es
siempre una ocasión para recordar que estamos
confirmados y que queremos vivir según la fuerza
del Espíritu. Si celebramos Pentecostés como
recuerdo de nuestra confirmación, sería un buen
ritual el de escoger una tarjeta con un don del
Espíritu. Este don nos acompañaría hasta la
próxima fiesta de Pentecostés. Nos podríamos fijar
qué nos sugiere este don, cómo influye en nuestra
forma de ver la realidad y cómo nos sugiere
actitudes que hasta ahora habían quedado en el
olvido.
El gesto de exponernos al viento es un ritual
que nos recuerda al Espíritu Santo. Según la
fuerza del viento nos podemos abrir para que
el Espíritu de Dios saque todo el polvo
acumulado en nosotros, que se lleve todo
espíritu de vaciedad, de formulismo, que se ha
anidado en nuestro interior, y nos refresque, o
bien nos dejaremos acariciar por el Espíritu
suave que nos comunica su amor, tan
profundo y transformante como la voz de Dios
a Elías (cfr 1Re 19,12).
Vivir abiertos a la confirmación significa tomar
en serio la realidad del Espíritu Santo. Si
tomamos conciencia, en todo lo que hacemos,
de que el Espíritu está con nosotros, en
nuestra respiración, en nuestro pensamiento,
en nuestra palabra, en nuestra acción, nos
liberamos del peso de tener que «rendir», de
sentirnos solos en nuestros afanes. Y nos da
la convicción de vivir desde otra realidad más
alta.
La fe en el Espíritu Santo que nos ha sido
otorgado en la confirmación, con el que hemos
sido ungidos y sellados, nos regala la confianza
y la certeza de que lograremos nuestra vida. Tal
vez no responderá a las expectativas de
nuestro entorno ni a la escala de valores del
mundo. Pero será una vida lograda. Porque el
Espíritu es prenda de la herencia prometida (cf
Ef 1,14), es promesa de que Dios no me dejará
de su mano protectora, de que soy posesión
suya y cantaré para siempre «un himno de
alabanza a su gloria» (cf Ef 1,14).
Quien da espacio al Espíritu de Dios en su
vida, experimentará cómo el Espíritu le
fecunda, le vivifica y le otorga la verdadera
libertad. Esta libertad es la que hoy tanto
necesitamos todos, porque todos estamos
condicionados por mil dependencias.
Nuestra confirmación nos quiere recordar
una y otra vez la palabra de Pablo: «Porque
el Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu
del Señor allí hay libertad» (2Cor 3,17).
Tema 1:
Fundamentación
Importancia
La palabra latina "sacramentum" significa
etimológicamente algo que santifica (res
sacrans), y equivale en griego a la voz
"misterio" (musthrion: casa sacra, oculta o
secreta).
Del significado nominal se ve claro que el
sentido de la palabra es muy amplio:
significa cualquier cosa sagrada o religiosa.
La Iglesia es, en Cristo, como un
sacramento;
o sea, signo e instrumento de la
unión con Dios,
y de la unidad de todo el género
humano
Los sacramentos son
signos eficaces de la
gracia,
instituidos por Cristo y
confiados a la Iglesia
por los cuales nos es
dispensada la vida divina
(CC.1131).
ELEMENTOS:
1. Es sensible
2. Es signo de otra realidad
3. Instituido por Jesucristo en su vida terrena
4. Tienen eficacia sobrenatural
5. Han sido confiados a la Iglesia
El sacramento es un símbolo, un
signo, que representa
sensiblemente una realidad
misteriosa; pero es un símbolo de
otro orden. Instituido por Cristo,
tiene la fuerza de contener
realmente lo que significa.
“Estudiar un sacramento significa comprenderlo
desde una situación vital, en un contexto cultural
histórico y realzado, que tiene en cuenta los datos
de la realidad y el contexto social así como las
reacciones y mecanismos personales y colectivos
ante esta situación, detectando los fenómenos
religiosos que en relación con esta situación se han
dado y se dan hoy y profundizando en la riqueza de
la experiencia límite que se viven en la llamada a la
trascendencia o en la revelación de lo divino desde
la misteriosidad de lo humano ” [1]
[1] Borobio, Dionisio “Sacramentos y Etapas de la Vida” Ed. Sígueme -
Salamanca 2000, pag 22
La liturgia es una acción, un
conjunto de signos que nos
introducen en comunión con el
misterio, que nos hacen
experimentarlo más que
entenderlo.
A. ¿Qué es un signo?
 Es algo que indica
 Su contenido es elemental
 Es vacío de presencia
 Entre el significante y el significado no hay
relación de comunión
 Su significatividad no es verdadera Epifanía
 Apunta a una realidad exterior a sí mismo
 El signo no es lo que significa, nos orienta
de un modo más o menos informativo.
 Mensaje que designa o representa otra
realidad. El humo indica la existencia del fuego
El semáforo en su luz verde nos hace saber
que ya podemos avanzar.
B. ¿Qué es un símbolo?
 Desempeña una función reveladora de sentido
 Se transforma en receptáculo expresivo de la presencia
 Contiene la presencia de la realidad simbolizada
 Expresión de una experiencia humana.
 La experiencia comporta una dimensión no
racionalizable, no tematizable, como constitutivo
específico: un componente no conceptualizable.
 Tiene una potencia intrínseca constitutiva de la
existencia humana.
 La experiencia del amor no se puede comunicar en
profundidad, nada más que mediante expresiones
simbólicas.
 Significa en sentido figurado, orienta a lo que se
simboliza.
 Mediante el símbolo se llega a la experiencia
humana.
 Puede ser contemplado: remite a un más allá de sí
mismo.
 Supone un código socialmente admitido de
comunicación.
 Los símbolos configuran al hombre.
 Es develación, epifanía, manifestación de lo absoluto
no visible, no sensible
 Es icono, no tiene existencia propia, conduce a hacia el
prototipo que manifiesta.
 Es también velación, ambigüedad, claridad oscura,
nunca manifiesta la realidad plena.
 Establece una cierta identidad afectiva entre la persona
y una realidad que no se llega alcanzar.
 Reúne, concentra en sí mismo las realidades
conteniéndolas un poco a todas ellas.
 Une significantes con significado Ej. Significante:
Palabra de Dios = Significado, Dios habla.
“El valor sacramental comporta un momento
simbólico, supone, expresa y alimenta
nuestra fe en la comunidad eclesial. Así el
sacramento une, recuerda y hace presente el
anuncio profético.
Los significantes y los significados forman
parte de una misma ESTRUCTURA
SIMBOLICA DE SENTIDO que nos conduce al
corazón del misterio celebrado. Si la
característica del símbolo es unir elementos
separados, la sacramentalidad cristiana es
símbolo porque reúne
FE-VIDA-CELEBRACIÓN.
El símbolo es una realidad con dos caras. Une
dos significantes que designan una misma
realidad significada, pero cada uno a su nivel.
El símbolo es un signo en el cual el
significante ausente (lo representado) se
hace presente por el nexo que lo une al
significante presente (el representado). De
esta manera el símbolo nos acerca a la
realidad simbolizada y nos la acerca. Hace
presente a la realidad simbolizada de manera
eficaz.
4. SE LLENA DE
SIGNIFICACION EL
SIMBOLO PRIMERO
(Presencia real de Cristo)
1. SIMBOLIZANTE
PRIMERO
(Pan y vino)
El esquema muestra la
dinámica vital que encierra la
realidad simbólica.
2. EL SIMBOLO
(Significado que
tiene en la vida
humana)
3. INTENCION DEL
SIMBOLIZANTE
( Palabras de institución
y Acción del Espíritu )
Los sacramentos de la Nueva Ley, pues, no sólo significan la
gracia, sino sobre todo la producen de hecho en las almas.
Por tanto, la Liturgia de los sacramentos y de los
sacramentales hace que, en los fieles bien
dispuestos, casi todos los actos de la vida sean
santificados por la gracia divina que emana del
misterio pascual de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo (SC 61)
“La fe no crea el sacramento; crea en el hombre la
óptica mediante la cual pude percibir la presencia
de Dios en las cosas y en la historia. La fe le
permite vislumbrar a Dios en el mundo y entonces
el mundo con sus hechos y cosas las transfigura,
es mas que mundo: es sacramento de Dios” [1]
[1] Boff, Leonardo, “Sacramentos de la Vida”, Ed. Sal Terrae. Santander 1999,
pag. 106
JESÚS
EL CRISTO
IGLESIA
CONF.
OS
V
I
D
A
M
UE
R
EUCARISTIA
BAUTISMO
Los sacramentos
actualizan
la Pascua de Cristo
Nos resulta difícil describir cómo actúa la
eucaristía en nuestra vida diaria, cómo la
transforma. Pero lo que sí podemos afirmar
es que la eucaristía es como un oasis
cotidiano en el que podemos beber de la
fuente de la vida. Es el alimento diario que
nos da fuerzas para afrontar las exigencias
de la vida cotidiana.
LA FUENTE DE LA PALABRA EN LA
EUCARISTÍA
Cada uno vivirá de la eucaristía de manera
distinta. Para algunos, es importante meditar
las lecturas que se proclaman en la misa y
quedarse con una frase para que les
acompañe a lo largo de todo el día. Por
tanto, se trata principalmente de aquellas
palabras que rescatamos para las
actividades cotidianas y que ponen su sello
en la vida.
EL MANANTIAL DE VIDA DE LA
COMUNIÓN
Otros prefieren vivir de la experiencia de la
comunión. Para ellos es importante poder
pensar durante el día que no recorren su
camino en solitario, sino que Cristo está con
ellos como fuente de la vida y del amor.
Están acordándose constantemente de que
se han unido a Cristo, de que su vida se
alimenta de la relación personal con él.
LO OFRECEMOS Y NOS OFRECEMOS
EN EL ALTAR DE LA VIDA COTIDIANA
Para otros es importante pensar que el altar sobre el que
tiene lugar la ofrenda de uno mismo es la vida cotidiana.
Lo que han celebrado sobre el altar en la iglesia -la
pasión de Jesús que se entrega por ellos y la propia
entrega a Dios-, lo hacen realidad en la confianza desde
la que cumplen con sus obligaciones, desde la que se
esfuerzan en su trabajo y con la que sirven a los
hombres, la confianza que les ha llevado a asumir la
responsabilidad de la familia, de la empresa, del
municipio o de la parroquia, surge la fuerza y la
realización por la comunión por la comunión con Él, el va
santificando nuestras acciones y les va dando sentido de
trascendencia, de transformación, de presencia de Reino.
El Espíritu Santo, que ha convertido el pan y el
vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, también
transforma su vida cotidiana. De todo aquello que
tomarán en sus manos podrán decir: «Esto es mi
cuerpo. Esta es mi sangre». En todas las cosas
entran en contacto con Cristo como fundamento
de su ser. La transformación de nuestra vida
cotidiana por medio de la eucaristía exige también
un trato diferente con las cosas, con los seres
humanos, con la creación.
LAS COMIDAS COTIDIANAS A LA LUZ
DE LA CELEBRACIÓN DE LA
EUCARISTÍA
Quien se toma en serio la eucaristía celebrará sus
comidas de modo distinto. En toda comida
resplandece algo del misterio de la eucaristía. Lo
que comemos son dones que Dios nos da,
empapados de su Espíritu, impregnados por su
amor. Por eso hay que comer con respeto. Cada
comida es, en última instancia, una celebración
del amor de Dios. Dios cuida de nosotros y nos
ama.
El pan eucarístico les recuerda el amor con el que Jesús
los amó hasta el extremo en la cruz. Y, desde ese amor,
viven su vida cotidiana, con sus conflictos, con sus
agresiones, con sus insatisfacciones, con sus heridas y
sus decepciones. Y, en ocasiones, experimentan cómo su
vida ordinaria se transforma y sus turbios sentimientos se
aclaran.
En la exposición eucarística, el Santísimo se expone en la
custodia. Adorar significa contemplar la forma redonda del
pan consagrado y creer que es el mismo Cristo.
Esta experiencia fue decisiva para Teilhard de Chardin, el
famoso científico y jesuita francés. Por medio de la
adoración experimentó cómo Cristo penetra el mundo con
su amor desde el pan consagrado.
BEBER DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA
DESCUBRIENDO LA EUCARISTÍA
En la tradición espiritual existen muchas cosas
que nos recuerdan el misterio de la eucaristía y
que nos permiten vivir de ella. Este era el caso
de las campanas, con las que se convocaba a la
celebración. A muchas personas que no tienen
tiempo de ir a misa a diario, las campanas les
recuerdan la celebración. Y este recuerdo basta
para transformar su vida cotidiana.
Lo importante de todos estos momentos que
recordamos es que entendamos que la
eucaristía no se circunscribe a la celebración,
sino que actúa en toda nuestra vida, que
nos transforma y transforma todo lo que hay a
nuestro alrededor y que nosotros podemos
encontrar en todas partes el amor con el que
Cristo nos amó hasta el extremo.
UNA REPRESENTACIÓN SAGRADA
En la eucaristía celebramos el núcleo de nuestra fe.
Esto también significa que, en ella, todos nuestros
problemas de fe y nuestras dificultades de
convivencia adquieren una densidad especial. No
se trata simplemente de maquillar un poco las
celebraciones para que la eucaristía resulte más
atractiva. Se trata, más bien, de ver cómo podemos
hoy expresar nuestra fe de manera que, en ella,
nos encontremos con nosotros mismos y con
nuestras aspiraciones y podamos experimentar a
Jesucristo como nuestro redentor y salvador, como
nuestro liberador y como aquel que revela el
sentido de nuestras vidas.
La eucaristía es una representación sagrada, un
memorial, una actualización del misterio pascual,
un kairos. Pero, ¿cómo podremos realizarla de
manera que llegue a los hombres de hoy en día?
No tenemos que acomodar la eucaristía a los
gustos del momento.
Precisamente lo desconocido y grandioso puede
interpelar al ser humano de nuestros días sólo si
se presenta de manera adecuada y con todo
cuidado.
El evangelista Lucas, presenta la muerte de
Jesús en la cruz, que se celebra en cada n cada
eucaristía como un drama sagrado.
La crucifixión de Jesús toco el corazón de los
hombres, de manera que experimentaron una
fuerte conversión interior: «Y toda la gente que
había asistido al espectáculo, al ver lo sucedido,
regresaba ["se convertía"] dándose golpes de
pecho» (Lc 23,48).
“Celebración festiva” respetuosos del marco
del rito litúrgico, pero con la espontaneidad y
libertad de hijos en la casa de su Padre y
sensibles a los movimientos del Espíritu. No
podemos esperar que cada celebración de la
eucaristía nos afecte profundamente. Pero
deberíamos poder sentir que, en cada misa, se
celebra el misterio de Dios y de los hombres.
Entonces la celebración de la eucaristía -así
es como lo ve Lucas, el griego- contribuirá a
llevar la salvación de Jesucristo a este mundo
de desgracias
Pocos matrimonios tienen presente el día de su
boda, pero no veremos sobre el sacramento
teológicamente sino descubramos el misterio del
matrimonio, el casamiento, el desposorio y la
boda; estos elementos nos recordarán la pauta y
la base del compromiso del corazón que
vislumbra la vida distinta a la luz de un estado
de vida.
Matrimonio implica ley, derecho, no es algo
emocional, sino que tiene también una estructura
completamente determinada que debe ayudar a los
cónyuges a vivir correctamente, el contrato es
público y liga a los esposos entre sí y respalda la
necesidad de las personas de poder mostrar su amor
públicamente; el sentimiento de pertenencia
confiere a la persona seguridad y apoyo, conecta
también con genuino y la vinculación de
«matrimonio» y «genuino» apunta a que el
matrimonio corresponde a la esencia de la persona,
que fue creada por Dios como varón y mujer.
Casamiento, procede de la palabra casa
«hogar» y «utensilio», los medios necesarios
para la subsistencia, mediante el matrimonio
surge un hogar, una cuna, lo que se precisa, lo
necesario para la vida. El hogar que se forma
por el casamiento de dos personas tiene
también que convertirse en cuna de terceras
personas. Donde las personas se aman, surge
un espacio de amor en el que también otros se
saben amados y se sienten en casa.
La boda se refiere al tiempo sublime, la fiesta
excelsa, la magnificencia suprema. Desde siempre
los hombres han sabido que es un tiempo sublime
cuando dos personas se aman de tal manera que
se atreven a hacer un camino juntos, es una fiesta
que deslumbra a los hombres y que deja
derramarse en su vida cotidiana la promesa del
amor de Dios. Dios mismo irrumpe en su vida con
su amor, que es el mayor regalo a la humanidad.
Quien celebra una boda, expresa con ello que su
vida está llena del misterio del amor de Dios, e
invita a los demás para que celebran con él una
fiesta.
Desposorio, viene de desposarse, es decir
prometerse, tener confianza mutua, regalarse
confianza uno al otro. Quien se casa se confía al
otro, pone confianza en el otro y en la bendición
de Dios. Confía algo en si mismo y confía en que
su pareja es fiel. . Fiel significa originariamente
«fuerte, firme como un árbol». Quien celebra un
desposorio expresa con ello que su confianza en
los otros y en la bendición de Dios es lo bastante
fuerte como para vincularse al otro a lo largo de
una vida y así alcanzar firmeza y seguridad.
Estas realidades se entrelazan, se entretejen
como un lazo que hace firme la promesa que hará
realidad una existencia nueva de los cónyuges y
una apertura a vivir el amor; si el amor de los
esposos remite al amor de Dios, nunca se tornará
aburrido, ni se acabará, no perderá su fortaleza,
ni su encanto ni hechizo, porque nos remitirá
siempre al misterio del amor divino, a la vida que
nos comunica, porque nos participa de la infinitud
y eternidad de Dios.
CONSTRUIR LA CASA DEL MATRIMONIO
SOBRE BASES SÓLIDAS (Mt 7,24-27)
Jesús concluye el discurso de la montaña con
estas palabras:
«Todo el que escucha mis palabras y las pone en
práctica se parece a un hombre sabio que
construyó su casa sobre la roca» (Mt 7,24).
“No juzguéis y no seréis juzgados; porque con el
juicio con el que juzguéis seréis juzgados y con la
medida con la que midáis seréis medidos” (Mt 7,Is).
Para el amor recíproco la valoración continua es
un peligro constante. Si el otro está de mal humor,
yo juzgo enseguida este hecho como una falta de
amor. Le reprocho que el mal humor me turba.
Con dichas y valoraciones juzgo al otro.
Establezco una norma a la que se debe atener.
No le dejo que sea como es.
NUESTRAS DEBILIDADES
COMO CIMIENTO
La roca sobre la que podemos construir la casa
del matrimonio es la valoración objetiva de la
realidad.
Los cimientos no son sólo nuestras fuerzas, sino
también nuestras debilidades, las que, sin
embargo, debemos reconocer. Sólo entonces
dan a la roca la solidez necesaria para que
pueda sostener la casa común.
algunos entienden el matrimonio,
erróneamente, como «una organización para
la felicidad recíproca». Pero el matrimonio no
es esto, sino más bien un camino que hay
que mejorar toda la vida, que se construye
constantemente. Si se está dispuesto a
trabajar de manera siempre nueva en la vida
de pareja, entonces se puede experimentar la
felicidad a lo largo de este camino.
El camino juntos solo tiene éxito si es correcta a
relación cercanía―distancia. El problema es que la
necesidad de cercanía o de distancia es
frecuentemente muy diversa y desfasada en los dos
esposos. Cuando uno desea la cercanía, quizá el
otro tiene necesidad de distancia. Observar juntos
atentamente esta tensión y encontrar una vía de
salida es un arte que hay que aprender.
Los sentimientos cambian, no cabe duda. Hay
fases de la vida en las que el amor se puede
expresar únicamente en la fidelidad al otro o en la
fiabilidad.
EL AMOR NOS HACE VULNERABLES
En el camino común las personas que se
aman no pueden evitar totalmente herirse,
pero también depende de qué tipo de herida
se trate. Quien se acerca al otro con amor
auténtico siempre reconoce cuándo se siente
herido, sus lados oscuros y sus puntos
débiles. Esto le hace avanzar en el camino del
auto-conocimiento. Puede hacer también más
profundo el amor recíproco.
Los esposos construyen su casa sobre un
terreno seguro solamente si están dispuestos a
mirar siempre con nuevos ojos su realidad y la
ajena y a asumirla tal como es. De esta realidad
forma parte el hecho de que el camino ha de
pasar por tempestades y mareas. En este
camino conjunto encontraremos pasiones
tempestuosas: nuestros malos humores, las
emociones que nos convulsionan, discusiones y
conflictos violentos.
SIGNOS DE PAZ DESPUÉS
DEL DILUVIO (Gén 8,1-12)
El relato del diluvio universal y del arca de Noé
describe un buen recorrido sobre la manera en
que los esposos pueden afrontar sus
conflictos.
EL LUGAR INTERIOR PROTEGIDO
El relato del arca de Noé indica un modo para
salir del diluvio.
Ante todo se necesita un arca a la que uno se pueda retirar
para salvarse de las aguas. El arca puede ser ese lugar
interior protegido que todos necesitamos para no ser
destrozados por el inconsciente del otro. Todos
necesitamos un lugar de silencio en el cual podamos estar
a solas con nosotros mismos. Es el lugar en el que Dios
mismo habita en nosotros. Allí nadie puede ser herido por
otro. Allí el material inconsciente que el otro acarrea no le
puede alcanzar.
En Dios seremos capaces lentamente de mirar lo que
sucede en nuestro entorno y dar un juicio sin ser
arrastrados por él. Pero el arca puede ser también el lugar
protegido en que ambos esposos se refugian de los
conflictos del ambiente circundante, ambos necesitan a
veces tiempo para sí, con el fin de no hundirse en la marea
de lo cotidiano.
ESTRUCTURAS CLARAS
El arca, precisamente en medio del caos de los
elementos, muestra una estructura clara.
Cuando la relación entra en crisis, cuando ya no
tienen ningún asidero seguro, es importante que
haya una estructura extrema de apoyo.
Entonces la pareja debe esperar dentro del arca
hasta que bajen las aguas. Los dos continúan
viviendo en la misma estructura clara que han
elegido hasta que puedan abrir nuevamente el
arca y mirar las aguas.
En un primer tiempo el arca encalla sobre el
monte Ararat.
Adquiere así una base firme. Luego se hacen
visibles las primeras cimas de los montes.
Aparece ante la vista lo que ha sostenido al
matrimonio. No todo ha sido sumergido por la
inundación del inconsciente Pero Noé debe
esperar todavía cuarenta días a que el agua
continúe bajando. Sólo entonces suelta a un
cuervo, símbolo de la inteligencia.
Primeramente debe intervenir el intelecto y
anunciar dónde hay tierra firme.
LA PALOMA DE AMOR
Después del cuervo, Noé suelta una paloma.
La paloma es el símbolo del amor. Después
de haber comprendido lo que ha sucedido,
ambos cónyuges deben contactar de nuevo
con su amor. En el diluvio de las emociones
que se han puesto al descubierto ya no se
podía experimentar nada del amor. Pero
cuando las aguas han bajado se puede
comprobar el gran amor que hay a pesar de
todo y de qué es capaz.
La primera paloma regresa al arca porque no
encuentra donde posarse. Uno de los cónyuges
envía su amor; pero si este amor no puede
aterrizar todavía en el otro, debe cargarlo
nuevamente en el arca para que pueda
descansar y refrescarse. Noé espera todavía
siete días antes de dejar salir a la segunda
paloma. Siete es el número de la transformación.
La transformación tiene lugar cuando se unen lo
humano y lo divino. El conflicto nos indica que
Dios transforma lo que hay en nosotros de
insoluble e incompleto, que cambia el agua de lo
inconsciente en una fuente que causa fertilidad.
El ramo de olivo del perdón
Hacia el atardecer regresa la paloma. «tenía en el
pico un ramito fresco de olivo» (Gén 8,11). El
ramito de olivo es el símbolo de la fuerza espiritual
y de la luz, porque el aceite se quema en las
lámparas para dar luz a los hombres. El aceite
limpia y, por consiguiente, también es símbolo de
purificación. Puesto que el olivo es un árbol muy
resistente, el ramito de oliva es símbolo de la
fecundidad y de la fuerza vital. El aceite posee
también propiedades curativas. Por esta razón el
ramito de olivo es símbolo de paz y reconciliación.
Pero el amor no vuelve simplemente al estado
primitivo. El amor también me purifica en lo
profundo porque durante la crisis ha salido
afuera la inmundicia interior. En todo conflicto
sale a la luz algo que todavía es impuro. Pero si
conservo el amor en mí, seré purificado cada vez
más. Los numerosos conflictos que nacen
continuamente en el matrimonio no son
indicativos de carencia de amor. Por tanto, los
cónyuges no deben hacerse reproches
recíprocos. Conviene que los conflictos se
manifiesten, porque en todo conflicto sale a la luz
un material ulterior todavía no purificado que el
amor purificará.
LA RESISTENCIA DEL AMOR
El ramito de olivo es símbolo de la capacidad de
resistencia del amor que no se deja destruir ni siquiera por
los conflictos más violentos. El amor verdadero es fuerte
como la muerte, dice el Cantar de los cantares: «Fuerte es
el amor como la muerte... Las aguas impetuosas no
podrán apagar el amor ni arrastrarlo a los ríos» (Cant
8,6s) . Así como las tempestades obligan a que el árbol
afiance sus raíces, así al amor no lo debilitan los
conflictos, sino que lo fortalecen. Una pareja que ha
superado numerosos conflictos confía en que el amor sea
cada vez más capaz de aguantar. Ya no teme que pueda
desaparecer su amor. Sabe perfectamente que no tiene
garantías que les puedan ahorrar nuevas crisis. Pero la
capacidad de resistencia de su amor ha sido tan grande
que puede mirar al futuro llena de confianza.
El aceite tiene propiedades lenitivas. Todo conflicto abre
heridas. Las palabras ofensivas que me lanza el otro, me
hieren. A veces acuden a la mente también después de
la pelea y hacen que la herida sea más profunda. Sin
embargo, no tiene sentido continuar hurgando en las
viejas heridas. No existe relación sin heridas. Pero lo
decisivo es que deje correr mi amor y el amor del otro
sobre mis heridas. Así podrán curar.
El amor sana la herida y así puede curar. Quedará la
cicatriz, pero me y volverá hipersensible. La piel delicada
que cubre la herida hace que me trate con ternura y lo
haga también con el otro. Si dejo correr el amor por mi
herida, entonces se transformará en una perla.
ACEITE EN TUS HERIDAS
La herida me hace ver que dependo del amor salvífico
de Dios. Sin este amor divino, el amor humano
seguirá hiriéndome porque es frágil, ya que está
animado por pretensiones de posesión, de exigencias,
de celo y de expectativas. Sólo si nuestro amor esta
envuelto por el amor de Dios tiene la fuerza de curar
y de transformar.
La segunda paloma lleva el ramito de olivo como
signo de reconciliación y de paz. La tercera Paloma
que suelta Noé después de otros siete días ya no
regresa. Encuentra suficiente alimento en la tierra y un
punto donde apoyarse. El amor que ofrecernos al otro
en el momento de la crisis, ante todo cura sus heridas.
Luego vuela libremente en derredor. Vuelve otra vez a
encontrar alimento suficiente en la vida cotidiana.
DESCUBRIR LA FUENTE DEL AMOR Y
DE LA FELICIDAD ( Flp 4,4-9; Jn 15,9-17)
Los cónyuges deben optar siempre por el amor
y la alegría. No se trata de sentimientos que se
puedan hacer nacer sencillamente. Cuando uno
opta por estas dos actitudes emotivas que
están ya en lo profundo de nuestra alma, se
hacen más fuertes y determinan poco a poco el
nivel consciente.
LA CERCANÍA DE LOS ESPOSOS
Pablo ofrece a continuación, como motivo de la
alegría, el hecho de que el Señor está cerca. La
cercanía de Cristo puede ser motivo de alegría, pero
también lo es la cercanía del otro. Si sentimos que el
otro está profundamente cerca de nosotros, aun
cuando estemos distantes de él, entonces podemos
alegrarnos de la cercanía. No estamos solos. El
amor supera toda frontera y donde quiera que
estemos nos regala la presencia del otro. El amor
personal de Dios, hace presente al amado y
reconforta el corazón en la cercanía del otro.
Otro motivo de alegría es la despreocupación: «No
os angustiéis por nada
NUESTRA VERDAD
«Todo lo que es verdadero, noble justo, puro,
amable, laudable; todo que es virtud o mérito
tenedlo en cuenta” (FIp 4,8).
Pablo dirige evidentemente estas palabras a los
habitantes de Filipos, que opinaban que podían
resolver todos los problemas con la oración y la
devoción. Tampoco el matrimonio se puede
basar solamente en la devoción. Necesita de los
valores humanos que Pablo enumera aquí y
necesita de reglas claras de comunicación para
que estar juntos tenga éxito.
LA DIGNIDAD
En nuestro vivir juntos, en todas las discusiones y
conflictos se trata de que conozcamos nuestra
propia dignidad y respetemos la dignidad divina
del otro. Si uno no ve la propia dignidad ni el
propio valor, debe minusvalorar continuamente al
otro para poder sobrevalorarse a sí mismo. Pero
esta no es una buena base para la vida de pareja.
Sólo quien conoce la propia dignidad puede gozar
del valor del otro. Está libre de la necesidad de
compararse continuamente con él.
Hay que respetar lo que es justo, lo que es
correcto y lo que nos va bien. Si no me escucho a
mí mismo y mi armonía personal, tampoco la
relación será armónica
Además debemos prestar atención que a lo que es
amable y digno de alabanza. En cada uno de
nosotros hay rasgos suficientes de amabilidad. No
podemos amarnos unos a otros si no percibirnos lo
que es digno de ser amado en nosotros mismos. Yo
puedo amar al otro sólo si confío en que en el otro y
en mí mismo hay suficientes virtudes dignas de
amor. Por tanto, necesitamos unas gafas positivas
para descubrir en nosotros y en el otro lo que hay
de amable.
GOZO DE VIVIR
Pablo habla de la virtud, la palabra virtud,
deriva del verbo taugen, que significa valer, ser
apto. Hoy nos cuesta aceptar este concepto,
pero la virtud era para los griegos una ayuda
decisiva para vivir. Para ellos la virtud
designaba la experiencia de que podemos
conformar y estructurar nuestra propia vida. Los
romanos hablaban de virtus y con este término
entendían la fuerza que hay en nosotros.
AMOR COTIDIANO
En el Evangelio (Jn. 15,9-17) Jesús habla
repetidamente del amor. El presupuesto de que
podemos amar se basa en que Jesús nos ha amado
primero. Los cónyuges no empiezan amando. Aman
porque a su vez han sido ya amados por sus padres,
por sus hermanos y hermanas. Son capaces de dar
amor por que ya antes han recibido de sus padres, y
son capaces de amar porque son amados por Dios.
Permanecemos en el amor si observamos los
mandamientos. El amor, tal como lo entiende Jesús es
muy concreto. Da prueba de sí en la fiabilidad, la
puntualidad y la espontaneidad con las que los
cónyuges organizan su vida cotidiana.
ENTREGA
Jesús indica también otro aspecto del amor:
«Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos » (Jn.15,13).
El amor verdadero necesita de una entrega
incondicionada. No puedo reservarme,
protegerme. La cima de esta entrega es la fusión
con el otro en el acto sexual. Pero lo que sucede
en el ámbito de la sexualidad debe continuar
actuando en la vida cotidiana, como acogida
incondicional del otro, como disponibilidad para
recorrer con él cualquier camino.
APERTURA
Jesús menciona también la última premisa
para el amor con el que él nos ha amado
primero. Nos llama amigos porque nos ha
manifestado todo lo que ha oído al Padre.
Esta apertura pertenece al amor auténtico, y
consiste en manifestar al otro todo lo que hay
en mí: mi fuerza, pero también mis
debilidades y, en particular, esas facetas de
mí mismo que no veo con gusto y de las que
me avergüenzo porque no se corresponden
con Ia imagen ideal que tengo de mí.
La fuente inagotable del amor de Dios puede dar
nuevo frescor a nuestro amor nublado en la vida
cotidiana y a menudo insípido y dejar que circule
nuevamente en nosotros con nuevo ímpetu,
descubrir en su justa medida, el valor personal
de la relación y la trascendencia de nuestra
experiencia juntos, entonces, llenos de gratitud,
nos encontraremos ante el misterio de nuestro
amor tras superar todas las tempestades y crisis
de la vida.
Tal vez nos preguntemos, que nos toca
descubrir en un sacramento que viven
sólo algunos dentro del Pueblo de Dios,
que se vive como vocación, como llamado
personal de Dios, que es una tarea que se
manifiesta como un servicio al pueblo,
pero que se vive dentro del marco de la
jerarquía, con autoridad de gracia.
Este sacramento nos une profundamente a la
comprensión de la comunión con el cuerpo de
Cristo y su significado profundo. No basta ser
cuerpo, es necesario tener armonía y
funcionalidad en él. El sacramento del Orden
sacerdotal es un misterio, su llamado, su
ejercicio, su formación no porque no pueda
ser conocido, sino porque tradicionalmente lo
hemos visto muy lejano de nosotros, sin
embargo es el sacramento de donde brota la
característica de llamárseles “padre”, porque
son los que celebran los sacramentos que nos
hacen hijos de Dios y de la Iglesia, en el
servicio al pueblo de Dios.
EL SACERDOCIO DE TODOS LOS
FIELES
Todo cristiano en el bautismo es ungido como
sacerdote, profeta y rey. Por tanto, ser
sacerdote pertenece sustancialmente a
nuestra existencia cristiana. El concilio
Vaticano II ha dejado claro que el sacerdocio
común de los fieles es «para que, por medio
de toda obra del hombre cristiano, (los
bautizados) ofrezcan sacrificios espirituales y
anuncien el poder de aquel que los llamó de
las tinieblas a su admirable luz» (cfr 1Pe 2,4-10).
Los fieles ejercen [su sacerdocio] en la
recepción de los sacramentos, en la
oración y acción de gracias, mediante el
testimonio de una vida santa, en la
abnegación y caridad operante» (LG
10).
¿Qué significan estas frases abstractas
en la existencia personal del sacerdote?
En primer lugar que significa haber sido
ungido como sacerdote en el bautismo;
después es la ordenación sacerdotal,
que distingue al sacerdote ordenado del
sacerdocio común.
TRANSFORMAR LO TERRENO EN
DIVINO
La primera afirmación del Concilio se refiere al sacerdote como a
aquel que presenta la ofrenda. ¿Qué significa
esto? «Ofrecer» significa elevar algo terreno
hacia la esfera divina, y así reconocer que
pertenece a Dios; ofrecer también significa
transformar en divino algo terreno. Ser
sacerdote significa que en todos los trabajos
cotidianos se hace visible que se pertenece a
Dios, que se está a su servicio y no al
propio; esto supone que Dios se hace visible
y palpable para los hombres por medio del
modo como se vive y trabaja.
La transformación de lo terreno en divino
acontece también en la alabanza de Dios,
entendida por el Concilio como un
quehacer sacerdotal. Alabando a Dios, el
creador de todas las cosas, contemplamos
la creación con una luz diferente. Ya no se
está obsesionado con los problemas del
mundo. La alabanza de Dios ilumina la
belleza divina, que traspasa todo lo
creado.
Cuando se ora en acción de gracias
y se descubre la grandeza de Aquel
por el que nos viene todo,
especialmente la donación de
gracias sacramentales y
transformadoras de nuestras
realidades temporales se realiza un
servicio sacerdotal.
DAR TESTIMONIO
El Concilio considera una segunda tarea del
sacerdote el hecho de anunciar las grandes obras
de Dios y de dar testimonio de Cristo en toda la
tierra. El anuncio de la palabra de Dios no sólo se
pone en manos del sacerdote ordenado, sino de
cada cristiano, empezando por los teólogos, los
escritores y los poetas. Algunos interpretan de tal
manera el servicio de la Palabra como si tuvieran
que hablar de Cristo por todas las esquinas. Esto
puede resultar a veces adecuado, pero el Concilio
tiene a la vista otro estilo de anuncio: los
cristianos «deben dar testimonio a todos los que
lo piden de la esperanza, de la vida eterna que
hay en ellos».
CELEBRAR LOS RITOS
Junto a las afirmaciones del Concilio hay que
considerar también importantes para la
comprensión del sacerdocio las imágenes
arquetípicas que aparecen en la historia.
El sacerdote es un experto en ritos. Hoy se
ha despertado de nuevo la sensibilidad hacia
la eficacia curativa de los ritos. Al empezar y
concluir la jornada con un rito bueno y
bonito se experimenta como que es un buen
sacerdote. Los ritos abren el cielo sobre la
vida, traen la cercanía sanadora y amorosa
de Dios a la rutina cotidiana:
Los ritos se tocan con la mano: cojo una piedra,
enciendo una vela, acomodo las manos para un
gesto, respiro, inhalo y exhalo al tiempo que
repito una palabra. En estas cosas tan concretas
se experimenta al mismo Dios como aquel que
nos promete una vida lograda. Jacob convirtió la
piedra sobre la que soñó con una escalera que
llegaba hasta el cielo, en la estela de un santuario
donde recordar la cercanía salvífica de Dios (cfr
Gén 28,10-22). En los ritos se recuerda que Dios
está en mí y junto a mí, traigo al Dios lejano a mi
interior, interiorizo a Dios. Jacob ungió la piedra
con aceite: la trató con mimo. El rito logra
transformar los estorbos de la vida cotidiana en
un signo del amor tierno de Dios.
PROTEGER LO DIVINO EN EL MUNDO
El sacerdote es el defensor del lugar sagrado.
Cubre lo santo con su mano protectora. He
aquí otra bella imagen para los sacerdotes.
Cada uno de nosotros posee un espacio santo,
separado de este mundo; el mundo no tiene
influencia ni acceso a este lugar. Se trata del
santo lugar del silencio interior, donde Dios
habita. Los sacerdotes defienden esta santa
morada interior, para que de lo santo surja la
salvación para todos.
El sacerdote es sensible a lo sacro en sus
semejantes. Ven en cada uno lo que hay de
santo, lo que le separa de toda disposición
humana.
GUARDAR EL FUEGO DEL AMOR
El sacerdote custodia el fuego del amor. El fuego es
la imagen del amor, de la pasión. El fuego destruye
toda impureza; el fuego calienta. El fuego del hogar
es sagrado para muchos pueblos: garantiza que
continuará el amor de una familia. El fuego del
hogar asegura el mantenimiento del calor y del
alimento en la familia. Quien, como sacerdote,
custodia en sí mismo el fuego del amor, quien no
permite que se consuma el rescoldo interior,
contribuye a que el mundo permanezca más vivo y
ardiente, a que no se apague el amor en los
corazones de los hombres y que estos siempre
tengan algo que de verdad los alimente.
ABRIR LOS OJOS A LA VOLUNTAD
DE DIOS
El sacerdote tiene la función de descubrir las huellas
de Dios en los hombres concretos e interpretar la
voluntad de Dios para ellos. Por lo mismo, el
sacerdote precisa una mirada a los designios de
Dios para los hombres. Ha aprendido a descifrar y
entender las huellas de Dios en los acontecimientos
de la vida y en las calladas intuiciones del corazón.
Cuando al bautizar a un niño le unge como
sacerdote, le esta deseando que Dios tenga a bien
abrirle los ojos para que reconozca y sepa
interpretar las huellas del camino de Dios en su
corazón y en el corazón de los hombres.
INICIAR EN EL CAMINO DEL
«SER UNO MISMO»
Los sacerdotes introducen en los misterios
de Dios y del hombre. Ayudan en el camino
del verdadero encuentro consigo mismos. No
están consagrados sólo para sí mismos, sino
que también inician a otros hombres en el
misterio de la vida: en ese misterio de un
Dios que transforma la vida humana y quiere
llevar a cada hombre de una manera singular
a la iluminación en su gloria.
DECIR BIEN A LOS HOMBRES
El sacerdote como dispensador de bendiciones.
Bendecir tiene dos significados.
El primero es etimológico. Bendecir viene del
latín secare y signare, y significa
originariamente «rubricar con un signo»,
«marcar», «grabar», «hacer la señal de la
cruz». Muchos padres y madres bendicen a sus
hijos al despedirse de ellos, trazando una cruz
sobre su frente. Así expresan que están
protegidos por Dios, que son amados, que en
ellos todo es bueno. Les marcan en el cuerpo
con el amor con que Cristo nos ha amado en la
cruz hasta la consumación, para que así
experimenten este amor corporalmente.
El segundo significado de bendecir
es «bien decir», que traduce la
palabra latina benedicere. Ser
sacerdote significa decir lo bueno de
los hombres, decir el bien sobre
ellos y augurarles la cercanía
sanadora y amorosa de Dios.
VIVIR DESDE LA ORACIÓN
SACERDOTAL
Todo lo que se ha descrito, desde el punto
de vista del sacerdocio común, también se
aplica al sacerdote ordenado. Entonces,
¿cuál es lo específico del sacerdote
ordenado?
De una manera especial se es sacerdote
cuando se preside la eucaristía, cuando
predica, cuando imparte la absolución al
penitente tras una conversación
penitencial. La diferencia no se hace por
distinción, sino por afirmación.
Consideremos algunos momentos
de la ordenación sacerdotal para
expresar así lo que positivamente
hay en el sacerdote. Hay que
entender al sacerdote desde una
manera concreta de su existencia
cristiana.
LAS MANOS: INSTRUMENTO DEL
SACERDOTE
El rito fundamental de la ordenación sacerdotal
es la imposición de manos en silencio. Dios
mismo ha puesto su mano sobre él. Esto supone
que no puede vivir según sus gustos. Dios ha
colocado su mano sobre él para bendecirle, para
llenarle del Espíritu Santo, que no depende de
entrada de sus cualidades, sino de hacerle
transparente al Espíritu Santo. No se debe
anunciar a sí mismo, ni tampoco demostrar su
facilidad de palabra, sino a Dios.
La mano de Dios está sobre él, como
estuvo sobre Jesús y le envió a
proclamar a los hombres la buena
noticia. La mano de Dios le sostiene en
ese momento en que él quisiera
escaparse de la verdad de su propia
vida. En cada momento debe
preguntarse si verdaderamente se dejó
llevar por Dios, o si simplemente
funcionó e hizo lo que se espera de él.
Sólo si se dejó atrapar por Dios puede
transmitir su Palabra, como un
«seducido» por ella.
Muchas veces siente que sus manos están
vacías: no tiene nada que ofrecer. No se
entiende el misterio de Dios, no se entiende a sí
mismo. Y, sin embargo, sus manos deben dar.
Sólo pueden dar lo que reciben una y otra vez. Le
consuela saber que incluso con sus manos vacías
es capaz de dar; sólo las manos vacías pueden
recibir lo que Dios deposita en ellas sin descanso.
Ser sacerdote significa presentar incesantemente
a Dios la propia impotencia y alzar ante él las
manos vacías y con todo, las manos ungidas son
un signo de esperanza, ya que transmiten la
bendición de Dios aunque ellas no la
experimenten, porque El no es propiedad de sus
manos.
PAN Y VINO PARA LOS HOMBRES
Los dones del pan y el vino son un
maravilloso signo de la labor sacerdotal.
Levantar los dones de la comunidad hacia
la esfera divina. Así se entiende su
ministerio: el lleva ante Dios las
intenciones de los hombres. Naturalmente,
de cristianos consagrados por el bautismo
como sacerdotes. Los hombres le piden
continuamente que ore por ellos, que
tenga en cuenta en la eucaristía sus
necesidades y tristezas.
Ha sido ordenado sacerdote en este
mundo para que la parte de él, que le
rodea, sea salvada. No sólo celebra la
eucaristía en función y al servicio de
los hombres, sino que también
compromete toda su existencia a su
favor, especialmente a favor de los
necesitados y marginados, de
aquellos cuya oración es muda y cuya
esperanza está derrotada.
LA TÚNICA DE LA RESURRECCIÓN
Durante la ordenación sacerdotal fue revestido
con la casulla. Cristo tomó posesión de el a
través de esta vestidura. Ha sido revestido con
el traje de su gloria (cfr Gál 3,27). Al celebrar la
eucaristía, se le exige que se revista de Cristo y
actúe en consecuencia. Pablo dice al respecto
que debemos revestirnos de compasión,
bondad, humildad, paciencia y comprensión (Col
3,12). No se trata de que se ponga una casulla
bonita para distinguirse de los demás, sino de
que sea consecuente con la vestidura de Cristo
y refleje en toda su existencia el amor y el
señorío de Cristo.
SER CONSAGRADO
Cuando celebra el aniversario de su ordenación,
ese día, vuelve a ser consciente de que está
ordenado sacerdote; de que está consagrado a
un ministerio. Esto no sólo significa que ha
recibido el encargo de realizarlo, sino también la
capacidad de hacerlo, porque Dios le da siempre
la fuerza necesaria, como un regalo permanente.
Estar consagrado significa estar iniciado en el
misterio de Jesucristo, el sacerdote verdadero. En
cuanto iniciado debe dejarse guiar continuamente
hacia el sacerdocio del mismo Señor.
SACERDOTE EN LA IGLESIA Y
EN EL MUNDO DE HOY
Por muchas conversaciones sé sabe
cuánto sufren hoy muchos sacerdotes en
las circunstancias concretas de sus vidas.
A veces se trata de sacerdotes que son
responsables de tres o cuatro
comunidades, y se sienten
sobrecargados, divididos ante los
intereses enfrentados de las
comunidades entre sí. Otros se sienten
solos: viven solos en las parroquias.
RITOS SANOS PARA EL DÍA A
DÍA SACERDOTAL
Salir al paso de todos los problemas
actuales del sacerdote superaría con
mucho esta reflexión. En cualquier
caso, hay que dar algunas indicaciones
que pueden contribuir a que el
sacerdote no pierda la ilusión en su
ministerio.
En primer lugar, se trata de llevar un
estilo sano de vida. Hay que redactar un
plan semanal concreto, donde conste
claramente la hora de levantarse, las
actividades de la mañana, los
compromisos que atender, el modo de
terminar la jornada. Una cuestión
importante es la siguiente: queda tiempo
para la oración, el silencio, el paseo, la
lectura, para ir a un concierto o al teatro,
para conversar con los amigos? ¿0 acaso
es mejor que nada esté previsto?
Para los sacerdotes célibes, los ritos de la
tarde tienen precisamente el cometido de
hacer que se sientan como en casa. Cuando
disponen conscientemente el ritmo de la
tarde y realizan sus «ritos» personales, se
sienten en casa; tienen la impresión de que
son ellos mismos quien, en efecto, viven;
gozan de su vida como de una fiesta y no la
arrastran como una carga opresora.
CUIDAR LAS RELACIONES
Un segundo campo especialmente importante
para una existencia sacerdotal lograda es el
ámbito de las relaciones. El sacerdote, por ser
soltero, necesita buenas relaciones y amistades,
lugares donde pueda ser él mismo sin trabas,
donde sea considerado como un hombre más, al
margen del oficio que desempeña. Muchos
sacerdotes tienen como amigo a otro sacerdote.
Logran así un verdadero intercambio, en alguna
ocasión pueden mostrar incluso su debilidad.
Otros se sienten unidos a alguna familia, donde
encuentran una patria emocional.
Tiene que ser él mismo, estar en
contacto con su interioridad, sentirla, y
así poder aceptar agradecido la ayuda
que le dispensan los hombres y que en
todo caso no sacia del todo sus
carencias. Sólo Dios puede colmar sus
ansias más profundas de seguridad. Sólo
si ante Dios se siente como en casa,
puede encontrar su propio hogar y no
deberá buscarlo en otros hombres.
LA IMAGEN PERSONAL DEL SER
SACERDOTE
El tercer paso para una vida sacerdotal
lograda pasa por la meditación de algunos
modelos bíblicos. Cuando se meditan las
historias de salvación y de encuentro de la
Biblia, se descubren posibilidades que se
esconden en su ser y en su actuar sacerdotal.
No se siente presionado a actuar tan
extraordinariamente como Jesús; pero
viéndolo, se forma en la imagen de su actuar
y entra en contacto con sus propias
posibilidades.
Es una experiencia buena para los sacerdotes
que escriban una carta a su mejor amigo o
amiga. Que se imaginen que están a punto
de morir y que intenten expresar lo que
hubieran querido transmitir con su vida, cuál
sería el mensaje más profundo que quisieran
anunciar en todo aquello que hacen, qué
quisieran compartir con los demás como un
legado, por qué se han levantado cada día,
qué fuerza les ha movido a ponerse al
servicio de los demás, cuál ha sido la
motivación más profunda, el acicate para su
ministerio sacerdotal, qué han querido
irradiar a este mundo, qué huella quisieran
dejar marcada.
Descubrir que las tareas sacerdotales son
maravillosas: celebrar la eucaristía, la
fiesta de la vida del bautismo, consolar a
los tristes, animar y liberar del pecado a
los que se sienten culpables, acompañar el
camino espiritual de los hombres, anunciar
la palabra de Dios y llevarla a la vida
concreta, no son la única razón de ser
sacerdote, ser sacerdote es una manera de
ser hombre, ha sido tocado por Dios,
señalado, hablado directamente y enviado
a los hombres.
Ser sacerdote supone trasfigurarse con
Cristo cada vez más, que se entregó
por nosotros, que sanó, animó,
consoló, motivó y se hizo visible a los
hombres. Lo más fascinante y
plenificante de la labor sacerdotal
consiste en participar de la tarea de
abrir a los hombres los ojos hacia Dios,
hacer que Él toque su corazón y que
experimenten su cercanía amorosa y
salvífica.
RECONCILIARSE CON UNO MISMO
Hay cristianos que se confiesan una y otra vez y, no
obstante, no consiguen perdonarse a sí mismos. Sin
embargo, nuestra principal tarea como cristianos es
darnos un «sí» a nosotros mismos. Esto empieza
por la reconciliación con la propia historia.
Muchos se enfadan consigo mismos cuando tienen
que enfrentarse con sus propios defectos. Querrían
ser totalmente perfectos y correctos, pero se dan
cuenta de sus puntos débiles. A veces sobreviene un
profundo sentimiento de odio hacia otro.
La «humildad» consiste en tener la valentía de
bajar a las propias tinieblas, de descender a las
regiones más oscuras que condicionan nuestro
«yo» activo. Reconciliarse con uno mismo no
quiere decir poder disfrutar tranquilamente de la
vida. Tenemos que ser conscientes de que no
queda garantizado que siempre vayamos a
encontrar apoyo o descanso a lo largo de
nuestro itinerario espiritual.
Esta humildad no pretende rebajarnos, sino
proporcionarnos serenidad interior;
RECONCILIARSE CON LA COMUNIDAD
Cuando, hay encuentros o convivencias a veces
nos preguntamos, los participantes, con quién
estamos enfrentados y a quién no somos
capaces, todavía, de perdonar y se nos viene a
la mente una larga lista de nombres, y, con
mucha frecuencia, nos sentimos mal por dentro
a causa de lo difícil de algunas de estas
relaciones.
La reconciliación no se alcanza simplemente
reprimiendo todas las ofensas y sufrimientos
que nos hayan causado, ahogando y
tragándonos la rabia contra aquellos que nos
han herido. En primer lugar, tenemos que
admitir la existencia de nuestra ira, y así nos
podremos distanciar de ella. Sólo cuando
hemos tomado una saludable distancia con
respecto del otro, podremos liberarnos del
poder destructivo que emana de él.
Entonces dejaremos que sea tal como es,
pero sin permitir que tenga ningún poder
sobre nosotros.
El primer paso hacia la reconciliación con el otro
consiste en dejar que sea como es, en dejar de
juzgarlo o de condenarlo. Que sea tal cual es,
sin preocuparnos de nada más.
El segundo paso consistiría en tratar de
restablecer la relación con el otro. Pero esto no
siempre es posible, pues también depende de
que el otro esté dispuesto a entablar un diálogo
clarificador. Aunque él se niegue a dar este
paso podemos, a pesar de todo, reconciliarnos
con él dejando de insultarlo y maldecirlo y no
pensando constantemente en él.
Los miembros de una comunidad sólo pueden
llevarse bien entre sí cuando están dispuestos a
reconciliarse y cuando se dan constantemente
pasos concretos para ello. Precisamente en la
convivencia en la familia o en una comunidad
religiosa o en una empresa o en la comunidad
cristiana, es donde experimentamos la necesidad
del perdón recíproco.
Pedro pregunta cuántas veces tiene que
perdonar a quien le ofende; y esta es la
respuesta de Jesús: «No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22).
«Setenta veces siete» significa, en definitiva,
siempre, sin limitación. Pero, para Mateo,
perdonar no quiere decir barrer los conflictos
debajo de la alfombra. Cuando un hermano
peca y, con ello, daña la convivencia, alguien
ha de acudir a él para hablar de lo sucedido.
Hay que hablar con él, no sobre él. El
objetivo del diálogo es ganar al hermano.
La reconciliación despoja de su fuerza de
división a los conflictos sin resolver. La
confesión no puede ser una escapatoria para
arreglar los conflictos exclusivamente en
conversación personal con el sacerdote. La
confesión exige, más bien, que busquemos el
modo en que se puedan resolver los
problemas comunitariamente. Y nos envía a
casa con la misión de reconciliarnos con
aquellas personas que nos hayan hecho daño
o nos hayan ofendido.
LA CONVERSIÓN
Las primeras palabras de Jesús en el
evangelio de Marcos dicen así: «Se ha
cumplido el tiempo, y el reino de Dios está
cerca. Convertíos y creed en el evangelio»
(Mc 1,15). Así pues, la conversión no sólo
está relacionada con la confesión, sino que
ha de marcar toda nuestra existencia, pues
pertenece a la esencia de nuestra vida.
El principal peligro de nuestra vida consiste en que
estemos siempre dando vueltas en torno a nosotros
mismos, en preguntarnos siempre qué es lo que me
aporta la vida. Entonces nos ocupamos siempre y
exclusivamente de nosotros mismos y de nuestro
propio bienestar. Para Jesús, esto es un camino
equivocado, un camino que conduce a un callejón
sin salida. Con su invitación a la conversión, Jesús
me está cuestionando: ¿Conduce tu existencia a la
Vida o a la muerte? ¿Te da vitalidad o te entumece?
¿Te lleva a la vaciedad o a la fecundidad? A lo largo
de este camino, ¿te encuentras contigo mismo, con
tu verdadero «yo» o, por el contrario, sales huyendo
de él?
«Convertirse» significa volverse hacia Dios. Y
en la medida en que me vuelvo hacia Dios y
avanzo hacia él, encuentro mi ser más
verdadero, mi «yo» más auténtico. Para
Jesús, convertirse consiste en creer en el
evangelio, creer en la buena nueva de la
cercanía del Dios de amor y salvación que él
viene a anunciarnos.
La conversión es invitación a la vida.
El significado exacto de metanoia -término
griego con que se designa la conversión- es
«reconocer con posterioridad», «cambiar de
mentalidad», «pensar de manera diferente». El
prefijo meta también puede significar «detrás
de». Entonces «conversión» significaría «mirar
detrás de las cosas», «descubrir a Dios mismo
en todos los hombres y en la creación»,
«reconocer, en nuestras experiencias
cotidianas, al Dios que nos habla». Así pues,
«convertirse» significa reconocer lo auténtico,
lo verdadero que está escondido en todas las
cosas
JESÚS: LA NUEVA IMAGEN DE DIOS
Jesús no anuncia un Dios distinto del que
presenta el Antiguo Testamento, si bien lo
interpreta de un modo nuevo. Se limita a acentuar
algunos aspectos que ya se anunciaban en el
primer Testamento: el amor misericordioso de
Dios, su paciencia, la dedicación y preocupación
de Dios por los pecadores.
El Dios del que habla Jesús es un Dios que
siempre permite volver a comenzar. No nos
destruye por haber pecado, sino que vuelve a
ponernos en pie. Aunque nosotros nos
condenemos, Dios no nos condena.
En su primera Carta, Juan expresa esto mismo
con palabras maravillosas: «Si alguna vez nuestra
conciencia nos acusa, Dios está por encima de
nuestra conciencia y lo sabe todo» (1]n 3,20). El
juez no es Dios, sino que, a menudo, en nuestro
interior hay un juez despiadado e inmisericorde: se
trata de nuestro «super yo» que intenta
humillarnos constantemente: «No puedes nada.
No eres nada. Todo lo haces al revés. Eres malo,
perverso. Está, corrompido». El Dios que Jesús
pone delante de nuestros ojos, hace posible que
nos perdonemos siempre, que nos alejemos de
nuestro juez interior y que renunciemos a su
poder.
El Dios y Padre de Jesucristo renunció a imponer
normas y leyes arbitrarias a los hombres. Más bien
les regaló unos mandamientos para que pudieran
vivir. Jesús interpretó de un modo nuevo la
voluntad de Dios y el significado de esos
mandamientos: «El sábado ha sido hecho para el
hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27).
Los preceptos han de ayudar a los hombres a vivir
conforme a su dignidad y a mantener unas buenas
relaciones entre sí, sin embargo, Dios no nos deja
nunca tranquilos. Nunca podemos decir: «Todo lo
hemos hecho correctamente. Por tanto, sólo nos
queda esperar la recompensa divina».
La confesión es un medio concreto para
reconciliarnos con nosotros mismos y con los
demás, para vivir en constante conversión y
experimentar a Dios como aquel que nos ama
incondicionalmente. No podemos entender la
confesión como algo aislado, ni separarla del
conjunto de la predicación de Jesús.
En la confesión entramos en contacto con
Jesucristo, aquel que perdonó sus culpas a los
pecadores.
La confesión es el lugar en el que
podemos experimentar que Dios con su
amor y su perdón nunca nos abandona;
que el perdón de Dios cubre todas
nuestras culpas; que Dios nos acoge de
manera incondicional, en este lugar de
reconciliación.
El sacramento de la unción de los enfermos
nos manifiesta que la enfermedad puede ser
un lugar de encuentro con Dios. Al curar
enfermos, Jesús anunciaba la venida del reino
de Dios. Dios es un Dios que salva, que cura.
La victoria sobre la enfermedad era una señal
del señorío de Dios. Dios quiere la salvación
de la persona. Esto no sólo se refiere a la
salvación eterna, sino a la sanación y
liberación de la enfermedad y de la debilidad.
Cuando los discípulos, de Juan el bautista,
preguntaron a Jesús si era el Mesías que
traería el reino de Dios, Jesús respondió:
«Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y
oyendo: los ciegos ven y los cojos andan,
los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y a los pobres
se les anuncia la buena noticia» (Mt ll,4ss).
Lo que hizo Jesús también tienen que
hacerlo sus discípulos. Por esto los envía a
curar a los enfermos.
EL ENCARGO DE SANAR, PROPIO
DE TODOS LOS CRISTIANOS
En las últimas décadas, la pastoral sanitaria ha
cobrado una importancia nueva en el conjunto de la
actividad pastoral cristiana. Los agentes de pastoral
sanitaria reciben una formación específica para su
tarea. Saben que no basta con visitar a los
enfermos y hablar con ellos.
Hace falta una sensibilidad específica para poder
entablar una conversación con un enfermo.
La enfermedad siempre produce una crisis
en la fe. Muchos enfermos se preguntan:
¿Cómo puede Dios ser tan cruel? ¿A qué
Dios he servido hasta hoy? ¿Me ha
engañado?
La enfermedad es también un reto para el
agente pastoral, porque le enfrenta con su
fe y con su imagen de Dios.
El sacramento de la unción es una
provocación para tratar a los enfermos tal
como lo prevé el ritual del sacramento:
imponerles las manos, orar por ellos,
ofrecerles un espacio personal de acogida
en el que puedan hablar abiertamente de su
situación, tocarlos con ternura como se hace
en la unción, infundirles la esperanza de que
Dios los ve en su postración y de que Jesús,
con su poder sanador, puede transformar su
enfermedad.
¿Cómo se adquiere una irradiación sanadora para
los demás?
Lo primero que debemos hacer es reconciliarnos y
vivir en consonancia con nosotros mismos. Quien
está en paz consigo mismo irradia paz. Lo segundo
sería saber escuchar con sensibilidad lo que nos
llega de parte del enfermo. ¿Cuál es su más
profundo anhelo?, ¿qué necesita?, ¿qué es lo que le
aliviaría?
Pero esto no es todo. No basta con la sensibilidad
ante los enfermos. También, en nuestras
conversaciones entre sanos, deberíamos irradiar
una fuerza sanadora sobre los demás.
El sacramento de la unción quiere invitarnos
a que nos demos cuenta de los dones
recibidos y a que creamos en su poder
curativo. Hay que poner a disposición de
todos, aquello que Dios nos ha regalado.
Cada uno de nosotros es capaz de crear a su
alrededor un ambiente de salud. Pero antes
se tiene que dejar curar él mismo. Tiene que
aceptar sus heridas y presentarlas a Dios, a
su amor salvador, para no propagarlas en su
entorno. De este modo, sus propias heridas
pueden convertirse en fuente de sanación
para otros.
LA ENFERMEDAD COMO
TAREA ESPIRITUAL
Cuando enfermamos, no sólo debemos ir al
médico y aplicar todos los remedios a
nuestro alcance. Tenemos que enfrentarnos
con la enfermedad.
La tenemos que considerar como una tarea
que nos hace crecer interiormente. La
debemos considerar como una tarea
espiritual. Pero, ¿en qué consiste esta tarea
espiritual?. La enfermedad cuestiona toda mi
existencia, me interroga sobre muchas
cosas.
La primera pregunta se refiere al estilo
correcto de vida: ¿Me indica mi enfermedad
que he pasado por alto un aspecto importante,
que he vivido al margen de mi verdad? ¿Me he
atribuido un exceso de tareas o
responsabilidades? ¿He trabajado demasiado?
¿He «aguantado» demasiado? ¿He hecho caso
omiso a los avisos de mi cuerpo y de mi alma?
¿Qué me quiere decir la enfermedad? ¿Qué
tendría que cambiar? ¿Qué debería cambiar en
mi estilo de vida? ...
La segunda pregunta se centra en la
dimensión espiritual de la enfermedad:
¿Qué significa la vida cuando queda
limitada, herida? ¿En qué consiste el
sentido de mi vida? ¿Qué me quiere decir
Dios con mi enfermedad? ¿En qué pongo mi
confianza? La enfermedad me obliga a
despedirme de muchas ilusiones.
Experimento mi finitud, mi caducidad. Todo
lo que he realizado hasta el momento
queda relativizado.
¿Cuál es mi núcleo último? ¿Quién soy en
verdad? Todo lo exterior se desvanece. El
cuerpo ya no «funciona». El aspecto
exterior se deteriora. Me obliga a caminar
hacia mi interior y descubrir allí mi
verdadero «yo-mismo». Aun en medio de
toda la vulnerabilidad y debilidad, hay
dentro de mí un espacio donde está a
salvo mi integridad.
En la enfermedad se hace patente hasta
dónde ha calado nuestra espiritualidad. No
sabemos cómo reaccionaremos ante una
enfermedad y cómo nos volveremos. No
conocemos ni nuestras reacciones ante
dolores insoportables. La enfermedad
revelará la verdad de nuestra alma, y nos
invitará a desprendernos, a entregar todo
aquello que nos parecía importante hasta
entonces.
La última pregunta que nos presenta la
enfermedad es la pregunta por nuestra imagen
de Dios. ¿Quién es Dios para mí? ¿Qué
imágenes de Dios poseía mientras tenía salud?
¿Qué imágenes se presentan ahora, durante la
enfermedad? ¿Tenía yo una imagen de Dios
llena de proyecciones púas? ¿Quién es este
Dios en realidad' ¿Cómo entender a Dios
cuando me «exige» pasar por esta
enfermedad? ¿Puedo seguir creyendo en el
amor de Dios en medio de mi enfermedad? ...
TRANSFORMAR LA ENFERMEDAD EN
ORACIÓN
El sacramento de la unción nos invita a la
superación de la enfermedad desde el Espíritu.
Debemos ratificar en nuestro interior aquello
que se realiza por medio del sacramento en
nosotros, esto significa que colocamos nuestra
enfermedad en la oración, que dejamos que la
enfermedad se convierta en oración. La oración
puede transcurrir por muchos niveles distintos.
Lo primero es pedir a Dios con insistencia
que nos libere de la enfermedad.
Segundo, nuestra oración también incluirá
la voluntad, de que se haga en todo la de
Dios y de que estamos dispuestos a ello.
El tercer nivel de la oración consiste en
convertir la enfermedad en plegaria.
AMOR HASTA LA MUERTE
La imposición de manos que se prevé en el
rito de la unción es una imagen de la
protección de Dios, que su mano nos ampara
en nuestro desvalimiento. No podemos
comprender nuestra enfermedad. Sufrimos a
causa de ella. Y, sin embargo, nos sentimos
bajo el amparo de Dios, así podemos
descubrir en nuestra postración el lugar del
encuentro con Dios.
En la enfermedad descubrimos que Dios nos
lleva de la mano, nos abre interiormente y
nos estrecha en sus brazos.
El aceite para la unción de los enfermos
es consagrado por el obispo durante la
Semana Santa. El sacramento de la
unción nos hace participar en el misterio
pascual de Jesús. Nos enseña nuestro
seguimiento de Jesús hasta la cruz. Jesús
transformó su muerte en cruz en el signo
de su máximo amor.
Comprendamos este «ofrecimiento de la
enfermedad» de otra forma: Podríamos
reconciliarnos con nuestra enfermedad y
vivirla en solidaridad con las personas que
nos rodean. No vivamos la enfermedad en
una actitud meramente pasiva, sino
transformarla en entrega. Si lo logramos,
será la transformación mayor que podamos
experimentar en nuestra vida porque,
entonces, el Espíritu de Jesús habrá
transformado nuestro corazón.
Sabremos que ni la muerte nos puede
arrancar de la mano de Jesús, sino que,
acompañados por él, traspasaremos el
umbral de la muerte y nos acogerán los
brazos maternales de Dios para abrazarnos.
Entonces estaremos para siempre con El,
en la meta de todos nuestros deseos.
Entonces se nos abrirán los ojos y veremos
a Dios tal cual es.
La calidad de la comunidad se revela en
la manera con que trata a sus miembros
enfermos y ancianos. La Iglesia, en el
sacramento de la unción, asume su
misión como comunidad de creyentes,
enviados por Cristo a anunciar la buena
noticia del reino de Dios y a curar a los
enfermos.
El sacramento es para el enfermo una
invitación a superar su enfermedad en
comunión con Cristo y considerarla como
una oportunidad de penetrar en el misterio
de la persona humana, en presencia de
Dios. En la unción se hace patente que toda
enfermedad es una tarea espiritual, que no
sólo necesita atención médica y psicológica,
sino también acompañamiento espiritual

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Sacramentos

  • 1.
  • 2. ¿Qué significa para nosotros, que fuimos bautizados de pequeños, vivir desde la realidad del bautismo?
  • 3. La vida desde el bautismo significa vivir de modo más consciente y auténtico, vivir desde otra dimensión, desde la dimensión de la gracia y no del cumplimiento, ser libre frente a las expectativas del mundo, obrar recurriendo al manantial interior y no sólo desde mis fuerzas.
  • 4. El hecho de que esté bautizado me plantea continuamente preguntas:  ¿Qué significa ser una persona humana?  ¿Quién soy verdaderamente?  ¿De dónde vengo?  ¿Hacia dónde voy?  ¿Qué quiero hacer de mi vida?  ¿Cuál es el misterio de mi vida?  ¿Qué significa ser cristiano?  ¿Cómo entiende Jesucristo mi vida?  ¿Qué me quiere decir él hoy?  ¿Qué posibilidades existen hoy para vivir en comunión con Jesucristo? ¿Cómo me distingo de los que no han sido bautizados?
  • 5.
  • 6. Cada vez que dudamos de nosotros mismos o experimentamos sentimientos de inferioridad, cuando no nos aceptamos, el recuerdo del bautismo –como aceptación incondicional por parte de Dios– debería ayudarnos a aceptarnos y amarnos a nosotros mismos.
  • 7. El bautismo nos dice que no sólo somos hijos de nuestros padres, sino también hijos de Dios. No solamente poseemos las características que hemos heredado de nuestros padres, sino que en nosotros fluye también la vida divina. LA FUENTE DE LA VIDA
  • 8. Cuando ya nada fluye en nosotros. Todo es mera rutina. Cuando nos sucede esto, el recuerdo del bautismo podría poner de nuevo en movimiento nuestra vida íntima. Podríamos entrar en contacto nuevamente con la fuente interior. El bautismo quiere volvernos a sensibilizar, para que la vida pueda empezar a fluir de nuevo.
  • 9. Estar bautizado no sólo significa vivir de la fuente divina, sino también vivir en comunión con Jesucristo EN COMUNIDAD ¿De qué manera marca este hecho nuestra vida, la percepción de nosotros mismos? Meditar sobre nuestro bautismo significa, que nunca nos sentimos solos, con nosotros y dentro de nosotros está Jesucristo. No debemos pensar a toda costa siempre en él ni tenemos que leer sin parar la Biblia para ponernos en contacto con él. Él está en nuestro interior.
  • 10. El agua bendita quiere mantenernos despierta la experiencia de que en nosotros corre la fuente del Espíritu Santo, que no nos hemos secado ni quemado, sino que en nosotros corre continuamente el agua vivificante de Dios que nos refresca y renueva. El agua bendita es también un símbolo de que en el bautismo hemos sido totalmente lavados y purificados. EL AGUA BENDITA
  • 11. Cuando nos signamos con el agua bendita vislumbramos lo que significa estar totalmente puro, permeable a Dios, crecer libres de toda perturbación que falsea la imagen originaria de Dios en nosotros, purificados de nuestro pasado y de nuestra culpa, las manchas que se han grabado a lo largo de la historia de nuestra vida desaparecen.
  • 12. Nos signamos con la cruz en la frente, en el pecho, del hombro izquierdo al derecho, reconociendo con este gesto que la vida y el amor de Dios discurren en nuestros pensamientos, en nuestra vitalidad y en nuestra sexualidad, en el nivel inconsciente y en el consciente y que todo lo que hay en nosotros ha sido aceptado y amado incondicionalmente.
  • 13. REVESTIRSE DE CRISTO En el bautismo nos hemos revestido de Cristo. Esto suena a menudo como una frase devota, pero que no afecta a nuestra vida. Descubramos su significado observando como lo viven los que tradicionalmente lo han vivido. Por ejemplo, en la tradición religiosa era costumbre que el sacerdote, al revestirse con sus ornamentos sagrados, recitase respectivamente la siguiente oración: «Me he revestido con las vestiduras de la salvación». Al ponerse la estola decía: «Me visto con el vestido de la inmortalidad».
  • 14. A lo largo del año litúrgico hay dos festividades que nos recuerdan sobre todo nuestro bautismo: la fiesta del bautismo del Señor, el primer domingo después de la Epifanía, y la noche de Pascua. El sacerdote, en la fiesta del bautismo de Jesús, al inicio de la eucaristía, rocía a todos los fieles con agua bendita al tiempo que toda la asamblea canta el antiguo himno Asperges me «Rocíame con el hisopo, Señor, y quedaré limpio. Lávame, y quedaré más blanco que la nieve».
  • 15. En la noche pascual el sacerdote bendice el agua bautismal. Introduce tres veces el cirio pascual en el agua, diciendo: «Te pedimos, Señor, por tu querido Hijo, que descienda sobre esta agua la fuerza del Espíritu Santo, para que todos los que han sido sepultados con Cristo en su muerte, mediante el bautismo resuciten con Él a la vida eterna». Después de la Vigilia Pascual, pueden llevar consigo a casa el agua bendecida. Les debe recordar durante todo el tiempo de Pascua, que han resucitado con Cristo, que en ellos la vida ha vencido también a la muerte.
  • 16.
  • 17. Tomar conciencia de que estamos ungidos con Espíritu Santo, de que el Espíritu está en nosotros, es descubrir su Fuerza en la confirmación, es lo mismo que vivir según el Espíritu. Pero, ¿qué quiere decir vivir según el Espíritu de Dios?
  • 18. La experiencia más importante de los que viven según el Espíritu es, para Pablo, la libertad: «Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús. La ley del Espíritu vivificador te ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte» (Rom 8,lss). El Espíritu Santo nos libera de las cadenas de nuestra psique, en las que volvemos a caer una y otra vez. VIVIR SEGÚN LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU
  • 19. El Papa Juan Pablo II decía que nos movemos en una Cultura de muerte. Esta dependencia nos conduce a malograr nuestra vida. Pecado quiere decir fallar la meta, salirme del reino, y caer en esclavitudes, no acertar con nuestros esfuerzos al logro de nuestras esperanzas, no acertar en el blanco. Estos esquemas de vida significan la muerte. Nos apartan de la auténtica vida. Dejarse guiar por el Espíritu nos libera por dentro. Esta sería la experiencia más intensa de Pablo en su encuentro con Jesucristo: «Porque el Señor es Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2Cor 3,17).
  • 20. Quien constantemente tiene que satisfacer las expectativas de los demás para sentirse plenamente persona, es un esclavo. Confiere a los demás poder sobre él. Quien vive según el Espíritu no da poder a los demás. El Espíritu que está dentro de nosotros mismos, nos libera del poder de aquellos que nos quieren infiltrar escrúpulos de conciencia, que nos quieren hacer dependientes de ellos, que nos quieren oprimir bajo la imagen que ellos se han hecho de nosotros.
  • 21. VIVIR SEGÚN LA FUERZA DEL ESPÍRITU Reflexionemos un pequeño fragmento de los Hechos para mostrar cómo se puede configurar nuestra vida en concreto según la dynamis, la fuerza del Espíritu. Los discípulos hacen esta oración: «"Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu palabra con toda libertad. Manifiesta tu poder para que se realicen curaciones, señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús". Al terminar su oración, el lugar en que estaban reunidos tembló; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a anunciar la palabra de Dios con toda valentía» (He 4,29-31). La palabra griega valentía / osadía es parresia. Parresia es la libertad de hablar, el valor para decir con libertad lo que siento en el corazón.
  • 22. Muchas veces, en nuestro hablar, nos dejamos condicionar por las expectativas de los demás. No decimos lo que tenemos dentro, sino lo que va a gustar a los otros, lo que nos hace amables a los ojos de los demás, lo que nos hace aparecer bajo una luz favorable. Por esto, nuestras palabras han perdido su fuerza. Nuestras palabras no obran nada, únicamente se adaptan. Vivir según la fuerza del Espíritu significaría decir aquello que siente nuestro corazón, lo que Dios nos inspira, sin un falso respeto ante la opinión de los demás.
  • 23. Vivir según la fuerza del Espíritu quiere decir que nos dejemos impregnar por el Espíritu Santo. Cuando me preparo para un diálogo con una persona que viene a pedir consejo, no tengo que exigirme el acierto en mis consejos ni tengo que pretender solucionar los problemas del otro con mi inteligencia. Escucho al otro y confío en que el Espíritu me indicará cómo tengo que reaccionar y qué tengo que decir. Esto me libera de la opresión de «acertar» y de «rendir». Esto me lleva una y otra vez a la constatación de auténticos milagros de sanación.
  • 24. El recuerdo de nuestra confirmación, SU FUERZA, nos tiene que animar a dar espacio a la fuerza del Espíritu dentro de nosotros. También hoy se realizan signos y prodigios, más de los que a veces creemos: cuando un encuentro resulta verdaderamente positivo, cuando algo nos toca el corazón, cuando el afligido percibe el consuelo del que le asiste, cuando uno que se desprecia a sí mismo descubre su propia dignidad y vuelve a experimentar la alegría de vivir. Con todo, el Espíritu Santo no sólo obra a través de nuestras capacidades, sino del mismo modo obra a través de nuestras debilidades.
  • 25. Cuando el Espíritu nos hace vibrar, también se mueven dentro de nosotros los viejos esquemas mentales. La rigidez cede y nace nueva vida. Somos sacudidos y nos despiertan de nuestro sueño. Descubrimos que nos habíamos instalado en la superficie de nuestra vida. La vibración provocada por el Espíritu Santo dentro de nosotros, nos pone en contacto con nuestras profundidades interiores. Y nos damos cuenta, de que esta vibración, alcanza a los demás.
  • 26. VIVIR SEGÚN LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO La tradición, apoyada en Pablo y en la promesa del Espíritu en Isaías 11,2ss., ha considerado siete dones del Espíritu: el espíritu de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de ciencia, de fortaleza, de temor de Dios y de piedad. Siete es siempre el número de transformación, el que transforma lo terrenal en divino. Estos siete dones describen a la persona humana que vive según el Espíritu Santo.
  • 27. Cada persona tiene su propio don. Para saber cuál es mi don personal basta con contemplar mi historia existencial. Mis heridas se pueden convertir en dones. Me hacen sensible ante los demás. Mis cualidades pueden mostrarme mis dones. Uno sabe escuchar, otro toma la iniciativa, tiene ideas, es creativo, mueve algo. Otro sabe aguantar interiormente, es fiel, se puede contar siempre con él. Otro sabe dar nombre a los conflictos y resolverlos. Otro, en fin, es capaz de reconciliar las dos partes en litigio y unir lo que estaba dividido.
  • 28. Podemos estar seguros de que es el Espíritu Santo quien nos confía un don concreto. Él nos pondrá en contacto con nuevas posibilidades y cualidades. Y después de un tiempo podemos mirar hacia atrás con agradecimiento por lo que el Espíritu ha obrado en nosotros
  • 29. DEJARSE CONDUCIR POR EL ESPÍRITU Para Pablo, vivir según el Espíritu quiere decir orientarse según las exigencias del Espíritu: «Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos y envidiándonos unos a otros» (Gál 5,25ss). Vivir según el Espíritu tiene consecuencias para nuestro comportamiento. Entrenarse en nuevas actitudes es un auténtico desafío. Pablo habla de los frutos del Espíritu Santo.
  • 30. Los frutos son un criterio importante a la hora de saber si vivo según el Espíritu de Dios. Nos muestran dónde se ha infiltrado el espíritu del maligno. Incluso nuestra vida religiosa puede quedar afectada por el mal espíritu, en forma de miedo, estrechez, dureza y auto justificación. Hace falta un largo camino de transformación hasta que toda nuestra existencia irradie amor, amabilidad, bondad y mansedumbre.
  • 31. La confirmación es la iniciación a la vida adulta. El recuerdo de la confirmación quiere evitar que caiga en actitudes infantiles y cargue sobre otros la responsabilidad de mis problemas. El recuerdo de la confirmación me invita a vivir mi vida yo mismo, en lugar de sentirme víctima de mi educación o de la situación social.
  • 32. Para introducirnos en el Espíritu de Jesús que se expresa en los dones del Espíritu necesitamos de la meditación diaria. Para esto, «la oración de Jesús» se puede volver un camino muy importante para ejercitarnos en las actitudes de Jesús. Ante nuestros enfados, nuestra inquietud, nuestra dureza, nuestros prejuicios, intentar pronunciar la palabra: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí». Así, muchas veces, experimentaremos cómo nuestro espíritu malo se deshace y sentimos dentro de nosotros algo de la misericordia y del amor de Jesús.
  • 33. El recuerdo de la confirmación nos llena de confianza en que el Espíritu de Dios es más fuerte que el espíritu del mundo. No vivimos a merced de nuestro pasado. No estamos condenados a repetir todas las heridas de nuestra infancia. El Espíritu nos puede transformar. Únicamente tenemos que abrirnos a Él constantemente y presentarle todos nuestros aspectos no salvados todavía, para que él los penetre y los transforme.
  • 34. CUANDO RECORDAMOS NUESTRA CONFIRMACIÓN Para todos nosotros, la fiesta de Pentecostés es siempre una ocasión para recordar que estamos confirmados y que queremos vivir según la fuerza del Espíritu. Si celebramos Pentecostés como recuerdo de nuestra confirmación, sería un buen ritual el de escoger una tarjeta con un don del Espíritu. Este don nos acompañaría hasta la próxima fiesta de Pentecostés. Nos podríamos fijar qué nos sugiere este don, cómo influye en nuestra forma de ver la realidad y cómo nos sugiere actitudes que hasta ahora habían quedado en el olvido.
  • 35. El gesto de exponernos al viento es un ritual que nos recuerda al Espíritu Santo. Según la fuerza del viento nos podemos abrir para que el Espíritu de Dios saque todo el polvo acumulado en nosotros, que se lleve todo espíritu de vaciedad, de formulismo, que se ha anidado en nuestro interior, y nos refresque, o bien nos dejaremos acariciar por el Espíritu suave que nos comunica su amor, tan profundo y transformante como la voz de Dios a Elías (cfr 1Re 19,12).
  • 36. Vivir abiertos a la confirmación significa tomar en serio la realidad del Espíritu Santo. Si tomamos conciencia, en todo lo que hacemos, de que el Espíritu está con nosotros, en nuestra respiración, en nuestro pensamiento, en nuestra palabra, en nuestra acción, nos liberamos del peso de tener que «rendir», de sentirnos solos en nuestros afanes. Y nos da la convicción de vivir desde otra realidad más alta.
  • 37. La fe en el Espíritu Santo que nos ha sido otorgado en la confirmación, con el que hemos sido ungidos y sellados, nos regala la confianza y la certeza de que lograremos nuestra vida. Tal vez no responderá a las expectativas de nuestro entorno ni a la escala de valores del mundo. Pero será una vida lograda. Porque el Espíritu es prenda de la herencia prometida (cf Ef 1,14), es promesa de que Dios no me dejará de su mano protectora, de que soy posesión suya y cantaré para siempre «un himno de alabanza a su gloria» (cf Ef 1,14).
  • 38. Quien da espacio al Espíritu de Dios en su vida, experimentará cómo el Espíritu le fecunda, le vivifica y le otorga la verdadera libertad. Esta libertad es la que hoy tanto necesitamos todos, porque todos estamos condicionados por mil dependencias. Nuestra confirmación nos quiere recordar una y otra vez la palabra de Pablo: «Porque el Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad» (2Cor 3,17).
  • 39.
  • 41. La palabra latina "sacramentum" significa etimológicamente algo que santifica (res sacrans), y equivale en griego a la voz "misterio" (musthrion: casa sacra, oculta o secreta). Del significado nominal se ve claro que el sentido de la palabra es muy amplio: significa cualquier cosa sagrada o religiosa.
  • 42. La Iglesia es, en Cristo, como un sacramento; o sea, signo e instrumento de la unión con Dios, y de la unidad de todo el género humano
  • 43. Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina (CC.1131).
  • 44. ELEMENTOS: 1. Es sensible 2. Es signo de otra realidad 3. Instituido por Jesucristo en su vida terrena 4. Tienen eficacia sobrenatural 5. Han sido confiados a la Iglesia
  • 45. El sacramento es un símbolo, un signo, que representa sensiblemente una realidad misteriosa; pero es un símbolo de otro orden. Instituido por Cristo, tiene la fuerza de contener realmente lo que significa.
  • 46. “Estudiar un sacramento significa comprenderlo desde una situación vital, en un contexto cultural histórico y realzado, que tiene en cuenta los datos de la realidad y el contexto social así como las reacciones y mecanismos personales y colectivos ante esta situación, detectando los fenómenos religiosos que en relación con esta situación se han dado y se dan hoy y profundizando en la riqueza de la experiencia límite que se viven en la llamada a la trascendencia o en la revelación de lo divino desde la misteriosidad de lo humano ” [1] [1] Borobio, Dionisio “Sacramentos y Etapas de la Vida” Ed. Sígueme - Salamanca 2000, pag 22
  • 47. La liturgia es una acción, un conjunto de signos que nos introducen en comunión con el misterio, que nos hacen experimentarlo más que entenderlo.
  • 48. A. ¿Qué es un signo?  Es algo que indica  Su contenido es elemental  Es vacío de presencia  Entre el significante y el significado no hay relación de comunión  Su significatividad no es verdadera Epifanía  Apunta a una realidad exterior a sí mismo  El signo no es lo que significa, nos orienta de un modo más o menos informativo.  Mensaje que designa o representa otra realidad. El humo indica la existencia del fuego El semáforo en su luz verde nos hace saber que ya podemos avanzar.
  • 49. B. ¿Qué es un símbolo?  Desempeña una función reveladora de sentido  Se transforma en receptáculo expresivo de la presencia  Contiene la presencia de la realidad simbolizada  Expresión de una experiencia humana.  La experiencia comporta una dimensión no racionalizable, no tematizable, como constitutivo específico: un componente no conceptualizable.  Tiene una potencia intrínseca constitutiva de la existencia humana.
  • 50.  La experiencia del amor no se puede comunicar en profundidad, nada más que mediante expresiones simbólicas.  Significa en sentido figurado, orienta a lo que se simboliza.  Mediante el símbolo se llega a la experiencia humana.  Puede ser contemplado: remite a un más allá de sí mismo.  Supone un código socialmente admitido de comunicación.  Los símbolos configuran al hombre.
  • 51.  Es develación, epifanía, manifestación de lo absoluto no visible, no sensible  Es icono, no tiene existencia propia, conduce a hacia el prototipo que manifiesta.  Es también velación, ambigüedad, claridad oscura, nunca manifiesta la realidad plena.  Establece una cierta identidad afectiva entre la persona y una realidad que no se llega alcanzar.  Reúne, concentra en sí mismo las realidades conteniéndolas un poco a todas ellas.  Une significantes con significado Ej. Significante: Palabra de Dios = Significado, Dios habla.
  • 52. “El valor sacramental comporta un momento simbólico, supone, expresa y alimenta nuestra fe en la comunidad eclesial. Así el sacramento une, recuerda y hace presente el anuncio profético. Los significantes y los significados forman parte de una misma ESTRUCTURA SIMBOLICA DE SENTIDO que nos conduce al corazón del misterio celebrado. Si la característica del símbolo es unir elementos separados, la sacramentalidad cristiana es símbolo porque reúne FE-VIDA-CELEBRACIÓN.
  • 53. El símbolo es una realidad con dos caras. Une dos significantes que designan una misma realidad significada, pero cada uno a su nivel. El símbolo es un signo en el cual el significante ausente (lo representado) se hace presente por el nexo que lo une al significante presente (el representado). De esta manera el símbolo nos acerca a la realidad simbolizada y nos la acerca. Hace presente a la realidad simbolizada de manera eficaz.
  • 54. 4. SE LLENA DE SIGNIFICACION EL SIMBOLO PRIMERO (Presencia real de Cristo) 1. SIMBOLIZANTE PRIMERO (Pan y vino) El esquema muestra la dinámica vital que encierra la realidad simbólica. 2. EL SIMBOLO (Significado que tiene en la vida humana) 3. INTENCION DEL SIMBOLIZANTE ( Palabras de institución y Acción del Espíritu ) Los sacramentos de la Nueva Ley, pues, no sólo significan la gracia, sino sobre todo la producen de hecho en las almas.
  • 55. Por tanto, la Liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (SC 61) “La fe no crea el sacramento; crea en el hombre la óptica mediante la cual pude percibir la presencia de Dios en las cosas y en la historia. La fe le permite vislumbrar a Dios en el mundo y entonces el mundo con sus hechos y cosas las transfigura, es mas que mundo: es sacramento de Dios” [1] [1] Boff, Leonardo, “Sacramentos de la Vida”, Ed. Sal Terrae. Santander 1999, pag. 106
  • 58.
  • 59. Nos resulta difícil describir cómo actúa la eucaristía en nuestra vida diaria, cómo la transforma. Pero lo que sí podemos afirmar es que la eucaristía es como un oasis cotidiano en el que podemos beber de la fuente de la vida. Es el alimento diario que nos da fuerzas para afrontar las exigencias de la vida cotidiana.
  • 60. LA FUENTE DE LA PALABRA EN LA EUCARISTÍA Cada uno vivirá de la eucaristía de manera distinta. Para algunos, es importante meditar las lecturas que se proclaman en la misa y quedarse con una frase para que les acompañe a lo largo de todo el día. Por tanto, se trata principalmente de aquellas palabras que rescatamos para las actividades cotidianas y que ponen su sello en la vida.
  • 61. EL MANANTIAL DE VIDA DE LA COMUNIÓN Otros prefieren vivir de la experiencia de la comunión. Para ellos es importante poder pensar durante el día que no recorren su camino en solitario, sino que Cristo está con ellos como fuente de la vida y del amor. Están acordándose constantemente de que se han unido a Cristo, de que su vida se alimenta de la relación personal con él.
  • 62. LO OFRECEMOS Y NOS OFRECEMOS EN EL ALTAR DE LA VIDA COTIDIANA Para otros es importante pensar que el altar sobre el que tiene lugar la ofrenda de uno mismo es la vida cotidiana. Lo que han celebrado sobre el altar en la iglesia -la pasión de Jesús que se entrega por ellos y la propia entrega a Dios-, lo hacen realidad en la confianza desde la que cumplen con sus obligaciones, desde la que se esfuerzan en su trabajo y con la que sirven a los hombres, la confianza que les ha llevado a asumir la responsabilidad de la familia, de la empresa, del municipio o de la parroquia, surge la fuerza y la realización por la comunión por la comunión con Él, el va santificando nuestras acciones y les va dando sentido de trascendencia, de transformación, de presencia de Reino.
  • 63. El Espíritu Santo, que ha convertido el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, también transforma su vida cotidiana. De todo aquello que tomarán en sus manos podrán decir: «Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre». En todas las cosas entran en contacto con Cristo como fundamento de su ser. La transformación de nuestra vida cotidiana por medio de la eucaristía exige también un trato diferente con las cosas, con los seres humanos, con la creación.
  • 64. LAS COMIDAS COTIDIANAS A LA LUZ DE LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA Quien se toma en serio la eucaristía celebrará sus comidas de modo distinto. En toda comida resplandece algo del misterio de la eucaristía. Lo que comemos son dones que Dios nos da, empapados de su Espíritu, impregnados por su amor. Por eso hay que comer con respeto. Cada comida es, en última instancia, una celebración del amor de Dios. Dios cuida de nosotros y nos ama.
  • 65. El pan eucarístico les recuerda el amor con el que Jesús los amó hasta el extremo en la cruz. Y, desde ese amor, viven su vida cotidiana, con sus conflictos, con sus agresiones, con sus insatisfacciones, con sus heridas y sus decepciones. Y, en ocasiones, experimentan cómo su vida ordinaria se transforma y sus turbios sentimientos se aclaran. En la exposición eucarística, el Santísimo se expone en la custodia. Adorar significa contemplar la forma redonda del pan consagrado y creer que es el mismo Cristo. Esta experiencia fue decisiva para Teilhard de Chardin, el famoso científico y jesuita francés. Por medio de la adoración experimentó cómo Cristo penetra el mundo con su amor desde el pan consagrado. BEBER DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA
  • 66. DESCUBRIENDO LA EUCARISTÍA En la tradición espiritual existen muchas cosas que nos recuerdan el misterio de la eucaristía y que nos permiten vivir de ella. Este era el caso de las campanas, con las que se convocaba a la celebración. A muchas personas que no tienen tiempo de ir a misa a diario, las campanas les recuerdan la celebración. Y este recuerdo basta para transformar su vida cotidiana.
  • 67. Lo importante de todos estos momentos que recordamos es que entendamos que la eucaristía no se circunscribe a la celebración, sino que actúa en toda nuestra vida, que nos transforma y transforma todo lo que hay a nuestro alrededor y que nosotros podemos encontrar en todas partes el amor con el que Cristo nos amó hasta el extremo.
  • 68. UNA REPRESENTACIÓN SAGRADA En la eucaristía celebramos el núcleo de nuestra fe. Esto también significa que, en ella, todos nuestros problemas de fe y nuestras dificultades de convivencia adquieren una densidad especial. No se trata simplemente de maquillar un poco las celebraciones para que la eucaristía resulte más atractiva. Se trata, más bien, de ver cómo podemos hoy expresar nuestra fe de manera que, en ella, nos encontremos con nosotros mismos y con nuestras aspiraciones y podamos experimentar a Jesucristo como nuestro redentor y salvador, como nuestro liberador y como aquel que revela el sentido de nuestras vidas.
  • 69. La eucaristía es una representación sagrada, un memorial, una actualización del misterio pascual, un kairos. Pero, ¿cómo podremos realizarla de manera que llegue a los hombres de hoy en día? No tenemos que acomodar la eucaristía a los gustos del momento. Precisamente lo desconocido y grandioso puede interpelar al ser humano de nuestros días sólo si se presenta de manera adecuada y con todo cuidado.
  • 70. El evangelista Lucas, presenta la muerte de Jesús en la cruz, que se celebra en cada n cada eucaristía como un drama sagrado. La crucifixión de Jesús toco el corazón de los hombres, de manera que experimentaron una fuerte conversión interior: «Y toda la gente que había asistido al espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba ["se convertía"] dándose golpes de pecho» (Lc 23,48).
  • 71. “Celebración festiva” respetuosos del marco del rito litúrgico, pero con la espontaneidad y libertad de hijos en la casa de su Padre y sensibles a los movimientos del Espíritu. No podemos esperar que cada celebración de la eucaristía nos afecte profundamente. Pero deberíamos poder sentir que, en cada misa, se celebra el misterio de Dios y de los hombres. Entonces la celebración de la eucaristía -así es como lo ve Lucas, el griego- contribuirá a llevar la salvación de Jesucristo a este mundo de desgracias
  • 72.
  • 73. Pocos matrimonios tienen presente el día de su boda, pero no veremos sobre el sacramento teológicamente sino descubramos el misterio del matrimonio, el casamiento, el desposorio y la boda; estos elementos nos recordarán la pauta y la base del compromiso del corazón que vislumbra la vida distinta a la luz de un estado de vida.
  • 74. Matrimonio implica ley, derecho, no es algo emocional, sino que tiene también una estructura completamente determinada que debe ayudar a los cónyuges a vivir correctamente, el contrato es público y liga a los esposos entre sí y respalda la necesidad de las personas de poder mostrar su amor públicamente; el sentimiento de pertenencia confiere a la persona seguridad y apoyo, conecta también con genuino y la vinculación de «matrimonio» y «genuino» apunta a que el matrimonio corresponde a la esencia de la persona, que fue creada por Dios como varón y mujer.
  • 75. Casamiento, procede de la palabra casa «hogar» y «utensilio», los medios necesarios para la subsistencia, mediante el matrimonio surge un hogar, una cuna, lo que se precisa, lo necesario para la vida. El hogar que se forma por el casamiento de dos personas tiene también que convertirse en cuna de terceras personas. Donde las personas se aman, surge un espacio de amor en el que también otros se saben amados y se sienten en casa.
  • 76. La boda se refiere al tiempo sublime, la fiesta excelsa, la magnificencia suprema. Desde siempre los hombres han sabido que es un tiempo sublime cuando dos personas se aman de tal manera que se atreven a hacer un camino juntos, es una fiesta que deslumbra a los hombres y que deja derramarse en su vida cotidiana la promesa del amor de Dios. Dios mismo irrumpe en su vida con su amor, que es el mayor regalo a la humanidad. Quien celebra una boda, expresa con ello que su vida está llena del misterio del amor de Dios, e invita a los demás para que celebran con él una fiesta.
  • 77. Desposorio, viene de desposarse, es decir prometerse, tener confianza mutua, regalarse confianza uno al otro. Quien se casa se confía al otro, pone confianza en el otro y en la bendición de Dios. Confía algo en si mismo y confía en que su pareja es fiel. . Fiel significa originariamente «fuerte, firme como un árbol». Quien celebra un desposorio expresa con ello que su confianza en los otros y en la bendición de Dios es lo bastante fuerte como para vincularse al otro a lo largo de una vida y así alcanzar firmeza y seguridad.
  • 78. Estas realidades se entrelazan, se entretejen como un lazo que hace firme la promesa que hará realidad una existencia nueva de los cónyuges y una apertura a vivir el amor; si el amor de los esposos remite al amor de Dios, nunca se tornará aburrido, ni se acabará, no perderá su fortaleza, ni su encanto ni hechizo, porque nos remitirá siempre al misterio del amor divino, a la vida que nos comunica, porque nos participa de la infinitud y eternidad de Dios.
  • 79. CONSTRUIR LA CASA DEL MATRIMONIO SOBRE BASES SÓLIDAS (Mt 7,24-27) Jesús concluye el discurso de la montaña con estas palabras: «Todo el que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sabio que construyó su casa sobre la roca» (Mt 7,24). “No juzguéis y no seréis juzgados; porque con el juicio con el que juzguéis seréis juzgados y con la medida con la que midáis seréis medidos” (Mt 7,Is).
  • 80. Para el amor recíproco la valoración continua es un peligro constante. Si el otro está de mal humor, yo juzgo enseguida este hecho como una falta de amor. Le reprocho que el mal humor me turba. Con dichas y valoraciones juzgo al otro. Establezco una norma a la que se debe atener. No le dejo que sea como es.
  • 81. NUESTRAS DEBILIDADES COMO CIMIENTO La roca sobre la que podemos construir la casa del matrimonio es la valoración objetiva de la realidad. Los cimientos no son sólo nuestras fuerzas, sino también nuestras debilidades, las que, sin embargo, debemos reconocer. Sólo entonces dan a la roca la solidez necesaria para que pueda sostener la casa común.
  • 82. algunos entienden el matrimonio, erróneamente, como «una organización para la felicidad recíproca». Pero el matrimonio no es esto, sino más bien un camino que hay que mejorar toda la vida, que se construye constantemente. Si se está dispuesto a trabajar de manera siempre nueva en la vida de pareja, entonces se puede experimentar la felicidad a lo largo de este camino.
  • 83. El camino juntos solo tiene éxito si es correcta a relación cercanía―distancia. El problema es que la necesidad de cercanía o de distancia es frecuentemente muy diversa y desfasada en los dos esposos. Cuando uno desea la cercanía, quizá el otro tiene necesidad de distancia. Observar juntos atentamente esta tensión y encontrar una vía de salida es un arte que hay que aprender. Los sentimientos cambian, no cabe duda. Hay fases de la vida en las que el amor se puede expresar únicamente en la fidelidad al otro o en la fiabilidad.
  • 84. EL AMOR NOS HACE VULNERABLES En el camino común las personas que se aman no pueden evitar totalmente herirse, pero también depende de qué tipo de herida se trate. Quien se acerca al otro con amor auténtico siempre reconoce cuándo se siente herido, sus lados oscuros y sus puntos débiles. Esto le hace avanzar en el camino del auto-conocimiento. Puede hacer también más profundo el amor recíproco.
  • 85. Los esposos construyen su casa sobre un terreno seguro solamente si están dispuestos a mirar siempre con nuevos ojos su realidad y la ajena y a asumirla tal como es. De esta realidad forma parte el hecho de que el camino ha de pasar por tempestades y mareas. En este camino conjunto encontraremos pasiones tempestuosas: nuestros malos humores, las emociones que nos convulsionan, discusiones y conflictos violentos.
  • 86. SIGNOS DE PAZ DESPUÉS DEL DILUVIO (Gén 8,1-12) El relato del diluvio universal y del arca de Noé describe un buen recorrido sobre la manera en que los esposos pueden afrontar sus conflictos. EL LUGAR INTERIOR PROTEGIDO El relato del arca de Noé indica un modo para salir del diluvio.
  • 87. Ante todo se necesita un arca a la que uno se pueda retirar para salvarse de las aguas. El arca puede ser ese lugar interior protegido que todos necesitamos para no ser destrozados por el inconsciente del otro. Todos necesitamos un lugar de silencio en el cual podamos estar a solas con nosotros mismos. Es el lugar en el que Dios mismo habita en nosotros. Allí nadie puede ser herido por otro. Allí el material inconsciente que el otro acarrea no le puede alcanzar. En Dios seremos capaces lentamente de mirar lo que sucede en nuestro entorno y dar un juicio sin ser arrastrados por él. Pero el arca puede ser también el lugar protegido en que ambos esposos se refugian de los conflictos del ambiente circundante, ambos necesitan a veces tiempo para sí, con el fin de no hundirse en la marea de lo cotidiano.
  • 88. ESTRUCTURAS CLARAS El arca, precisamente en medio del caos de los elementos, muestra una estructura clara. Cuando la relación entra en crisis, cuando ya no tienen ningún asidero seguro, es importante que haya una estructura extrema de apoyo. Entonces la pareja debe esperar dentro del arca hasta que bajen las aguas. Los dos continúan viviendo en la misma estructura clara que han elegido hasta que puedan abrir nuevamente el arca y mirar las aguas. En un primer tiempo el arca encalla sobre el monte Ararat.
  • 89. Adquiere así una base firme. Luego se hacen visibles las primeras cimas de los montes. Aparece ante la vista lo que ha sostenido al matrimonio. No todo ha sido sumergido por la inundación del inconsciente Pero Noé debe esperar todavía cuarenta días a que el agua continúe bajando. Sólo entonces suelta a un cuervo, símbolo de la inteligencia. Primeramente debe intervenir el intelecto y anunciar dónde hay tierra firme.
  • 90. LA PALOMA DE AMOR Después del cuervo, Noé suelta una paloma. La paloma es el símbolo del amor. Después de haber comprendido lo que ha sucedido, ambos cónyuges deben contactar de nuevo con su amor. En el diluvio de las emociones que se han puesto al descubierto ya no se podía experimentar nada del amor. Pero cuando las aguas han bajado se puede comprobar el gran amor que hay a pesar de todo y de qué es capaz.
  • 91. La primera paloma regresa al arca porque no encuentra donde posarse. Uno de los cónyuges envía su amor; pero si este amor no puede aterrizar todavía en el otro, debe cargarlo nuevamente en el arca para que pueda descansar y refrescarse. Noé espera todavía siete días antes de dejar salir a la segunda paloma. Siete es el número de la transformación. La transformación tiene lugar cuando se unen lo humano y lo divino. El conflicto nos indica que Dios transforma lo que hay en nosotros de insoluble e incompleto, que cambia el agua de lo inconsciente en una fuente que causa fertilidad.
  • 92. El ramo de olivo del perdón Hacia el atardecer regresa la paloma. «tenía en el pico un ramito fresco de olivo» (Gén 8,11). El ramito de olivo es el símbolo de la fuerza espiritual y de la luz, porque el aceite se quema en las lámparas para dar luz a los hombres. El aceite limpia y, por consiguiente, también es símbolo de purificación. Puesto que el olivo es un árbol muy resistente, el ramito de oliva es símbolo de la fecundidad y de la fuerza vital. El aceite posee también propiedades curativas. Por esta razón el ramito de olivo es símbolo de paz y reconciliación.
  • 93. Pero el amor no vuelve simplemente al estado primitivo. El amor también me purifica en lo profundo porque durante la crisis ha salido afuera la inmundicia interior. En todo conflicto sale a la luz algo que todavía es impuro. Pero si conservo el amor en mí, seré purificado cada vez más. Los numerosos conflictos que nacen continuamente en el matrimonio no son indicativos de carencia de amor. Por tanto, los cónyuges no deben hacerse reproches recíprocos. Conviene que los conflictos se manifiesten, porque en todo conflicto sale a la luz un material ulterior todavía no purificado que el amor purificará.
  • 94. LA RESISTENCIA DEL AMOR El ramito de olivo es símbolo de la capacidad de resistencia del amor que no se deja destruir ni siquiera por los conflictos más violentos. El amor verdadero es fuerte como la muerte, dice el Cantar de los cantares: «Fuerte es el amor como la muerte... Las aguas impetuosas no podrán apagar el amor ni arrastrarlo a los ríos» (Cant 8,6s) . Así como las tempestades obligan a que el árbol afiance sus raíces, así al amor no lo debilitan los conflictos, sino que lo fortalecen. Una pareja que ha superado numerosos conflictos confía en que el amor sea cada vez más capaz de aguantar. Ya no teme que pueda desaparecer su amor. Sabe perfectamente que no tiene garantías que les puedan ahorrar nuevas crisis. Pero la capacidad de resistencia de su amor ha sido tan grande que puede mirar al futuro llena de confianza.
  • 95. El aceite tiene propiedades lenitivas. Todo conflicto abre heridas. Las palabras ofensivas que me lanza el otro, me hieren. A veces acuden a la mente también después de la pelea y hacen que la herida sea más profunda. Sin embargo, no tiene sentido continuar hurgando en las viejas heridas. No existe relación sin heridas. Pero lo decisivo es que deje correr mi amor y el amor del otro sobre mis heridas. Así podrán curar. El amor sana la herida y así puede curar. Quedará la cicatriz, pero me y volverá hipersensible. La piel delicada que cubre la herida hace que me trate con ternura y lo haga también con el otro. Si dejo correr el amor por mi herida, entonces se transformará en una perla. ACEITE EN TUS HERIDAS
  • 96. La herida me hace ver que dependo del amor salvífico de Dios. Sin este amor divino, el amor humano seguirá hiriéndome porque es frágil, ya que está animado por pretensiones de posesión, de exigencias, de celo y de expectativas. Sólo si nuestro amor esta envuelto por el amor de Dios tiene la fuerza de curar y de transformar. La segunda paloma lleva el ramito de olivo como signo de reconciliación y de paz. La tercera Paloma que suelta Noé después de otros siete días ya no regresa. Encuentra suficiente alimento en la tierra y un punto donde apoyarse. El amor que ofrecernos al otro en el momento de la crisis, ante todo cura sus heridas. Luego vuela libremente en derredor. Vuelve otra vez a encontrar alimento suficiente en la vida cotidiana.
  • 97. DESCUBRIR LA FUENTE DEL AMOR Y DE LA FELICIDAD ( Flp 4,4-9; Jn 15,9-17) Los cónyuges deben optar siempre por el amor y la alegría. No se trata de sentimientos que se puedan hacer nacer sencillamente. Cuando uno opta por estas dos actitudes emotivas que están ya en lo profundo de nuestra alma, se hacen más fuertes y determinan poco a poco el nivel consciente.
  • 98. LA CERCANÍA DE LOS ESPOSOS Pablo ofrece a continuación, como motivo de la alegría, el hecho de que el Señor está cerca. La cercanía de Cristo puede ser motivo de alegría, pero también lo es la cercanía del otro. Si sentimos que el otro está profundamente cerca de nosotros, aun cuando estemos distantes de él, entonces podemos alegrarnos de la cercanía. No estamos solos. El amor supera toda frontera y donde quiera que estemos nos regala la presencia del otro. El amor personal de Dios, hace presente al amado y reconforta el corazón en la cercanía del otro. Otro motivo de alegría es la despreocupación: «No os angustiéis por nada
  • 99. NUESTRA VERDAD «Todo lo que es verdadero, noble justo, puro, amable, laudable; todo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta” (FIp 4,8). Pablo dirige evidentemente estas palabras a los habitantes de Filipos, que opinaban que podían resolver todos los problemas con la oración y la devoción. Tampoco el matrimonio se puede basar solamente en la devoción. Necesita de los valores humanos que Pablo enumera aquí y necesita de reglas claras de comunicación para que estar juntos tenga éxito.
  • 100. LA DIGNIDAD En nuestro vivir juntos, en todas las discusiones y conflictos se trata de que conozcamos nuestra propia dignidad y respetemos la dignidad divina del otro. Si uno no ve la propia dignidad ni el propio valor, debe minusvalorar continuamente al otro para poder sobrevalorarse a sí mismo. Pero esta no es una buena base para la vida de pareja. Sólo quien conoce la propia dignidad puede gozar del valor del otro. Está libre de la necesidad de compararse continuamente con él. Hay que respetar lo que es justo, lo que es correcto y lo que nos va bien. Si no me escucho a mí mismo y mi armonía personal, tampoco la relación será armónica
  • 101. Además debemos prestar atención que a lo que es amable y digno de alabanza. En cada uno de nosotros hay rasgos suficientes de amabilidad. No podemos amarnos unos a otros si no percibirnos lo que es digno de ser amado en nosotros mismos. Yo puedo amar al otro sólo si confío en que en el otro y en mí mismo hay suficientes virtudes dignas de amor. Por tanto, necesitamos unas gafas positivas para descubrir en nosotros y en el otro lo que hay de amable.
  • 102. GOZO DE VIVIR Pablo habla de la virtud, la palabra virtud, deriva del verbo taugen, que significa valer, ser apto. Hoy nos cuesta aceptar este concepto, pero la virtud era para los griegos una ayuda decisiva para vivir. Para ellos la virtud designaba la experiencia de que podemos conformar y estructurar nuestra propia vida. Los romanos hablaban de virtus y con este término entendían la fuerza que hay en nosotros.
  • 103. AMOR COTIDIANO En el Evangelio (Jn. 15,9-17) Jesús habla repetidamente del amor. El presupuesto de que podemos amar se basa en que Jesús nos ha amado primero. Los cónyuges no empiezan amando. Aman porque a su vez han sido ya amados por sus padres, por sus hermanos y hermanas. Son capaces de dar amor por que ya antes han recibido de sus padres, y son capaces de amar porque son amados por Dios. Permanecemos en el amor si observamos los mandamientos. El amor, tal como lo entiende Jesús es muy concreto. Da prueba de sí en la fiabilidad, la puntualidad y la espontaneidad con las que los cónyuges organizan su vida cotidiana.
  • 104. ENTREGA Jesús indica también otro aspecto del amor: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos » (Jn.15,13). El amor verdadero necesita de una entrega incondicionada. No puedo reservarme, protegerme. La cima de esta entrega es la fusión con el otro en el acto sexual. Pero lo que sucede en el ámbito de la sexualidad debe continuar actuando en la vida cotidiana, como acogida incondicional del otro, como disponibilidad para recorrer con él cualquier camino.
  • 105. APERTURA Jesús menciona también la última premisa para el amor con el que él nos ha amado primero. Nos llama amigos porque nos ha manifestado todo lo que ha oído al Padre. Esta apertura pertenece al amor auténtico, y consiste en manifestar al otro todo lo que hay en mí: mi fuerza, pero también mis debilidades y, en particular, esas facetas de mí mismo que no veo con gusto y de las que me avergüenzo porque no se corresponden con Ia imagen ideal que tengo de mí.
  • 106. La fuente inagotable del amor de Dios puede dar nuevo frescor a nuestro amor nublado en la vida cotidiana y a menudo insípido y dejar que circule nuevamente en nosotros con nuevo ímpetu, descubrir en su justa medida, el valor personal de la relación y la trascendencia de nuestra experiencia juntos, entonces, llenos de gratitud, nos encontraremos ante el misterio de nuestro amor tras superar todas las tempestades y crisis de la vida.
  • 107.
  • 108. Tal vez nos preguntemos, que nos toca descubrir en un sacramento que viven sólo algunos dentro del Pueblo de Dios, que se vive como vocación, como llamado personal de Dios, que es una tarea que se manifiesta como un servicio al pueblo, pero que se vive dentro del marco de la jerarquía, con autoridad de gracia.
  • 109. Este sacramento nos une profundamente a la comprensión de la comunión con el cuerpo de Cristo y su significado profundo. No basta ser cuerpo, es necesario tener armonía y funcionalidad en él. El sacramento del Orden sacerdotal es un misterio, su llamado, su ejercicio, su formación no porque no pueda ser conocido, sino porque tradicionalmente lo hemos visto muy lejano de nosotros, sin embargo es el sacramento de donde brota la característica de llamárseles “padre”, porque son los que celebran los sacramentos que nos hacen hijos de Dios y de la Iglesia, en el servicio al pueblo de Dios.
  • 110. EL SACERDOCIO DE TODOS LOS FIELES Todo cristiano en el bautismo es ungido como sacerdote, profeta y rey. Por tanto, ser sacerdote pertenece sustancialmente a nuestra existencia cristiana. El concilio Vaticano II ha dejado claro que el sacerdocio común de los fieles es «para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, (los bautizados) ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz» (cfr 1Pe 2,4-10).
  • 111. Los fieles ejercen [su sacerdocio] en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante» (LG 10). ¿Qué significan estas frases abstractas en la existencia personal del sacerdote? En primer lugar que significa haber sido ungido como sacerdote en el bautismo; después es la ordenación sacerdotal, que distingue al sacerdote ordenado del sacerdocio común.
  • 112. TRANSFORMAR LO TERRENO EN DIVINO La primera afirmación del Concilio se refiere al sacerdote como a aquel que presenta la ofrenda. ¿Qué significa esto? «Ofrecer» significa elevar algo terreno hacia la esfera divina, y así reconocer que pertenece a Dios; ofrecer también significa transformar en divino algo terreno. Ser sacerdote significa que en todos los trabajos cotidianos se hace visible que se pertenece a Dios, que se está a su servicio y no al propio; esto supone que Dios se hace visible y palpable para los hombres por medio del modo como se vive y trabaja.
  • 113. La transformación de lo terreno en divino acontece también en la alabanza de Dios, entendida por el Concilio como un quehacer sacerdotal. Alabando a Dios, el creador de todas las cosas, contemplamos la creación con una luz diferente. Ya no se está obsesionado con los problemas del mundo. La alabanza de Dios ilumina la belleza divina, que traspasa todo lo creado.
  • 114. Cuando se ora en acción de gracias y se descubre la grandeza de Aquel por el que nos viene todo, especialmente la donación de gracias sacramentales y transformadoras de nuestras realidades temporales se realiza un servicio sacerdotal.
  • 115. DAR TESTIMONIO El Concilio considera una segunda tarea del sacerdote el hecho de anunciar las grandes obras de Dios y de dar testimonio de Cristo en toda la tierra. El anuncio de la palabra de Dios no sólo se pone en manos del sacerdote ordenado, sino de cada cristiano, empezando por los teólogos, los escritores y los poetas. Algunos interpretan de tal manera el servicio de la Palabra como si tuvieran que hablar de Cristo por todas las esquinas. Esto puede resultar a veces adecuado, pero el Concilio tiene a la vista otro estilo de anuncio: los cristianos «deben dar testimonio a todos los que lo piden de la esperanza, de la vida eterna que hay en ellos».
  • 116. CELEBRAR LOS RITOS Junto a las afirmaciones del Concilio hay que considerar también importantes para la comprensión del sacerdocio las imágenes arquetípicas que aparecen en la historia. El sacerdote es un experto en ritos. Hoy se ha despertado de nuevo la sensibilidad hacia la eficacia curativa de los ritos. Al empezar y concluir la jornada con un rito bueno y bonito se experimenta como que es un buen sacerdote. Los ritos abren el cielo sobre la vida, traen la cercanía sanadora y amorosa de Dios a la rutina cotidiana:
  • 117. Los ritos se tocan con la mano: cojo una piedra, enciendo una vela, acomodo las manos para un gesto, respiro, inhalo y exhalo al tiempo que repito una palabra. En estas cosas tan concretas se experimenta al mismo Dios como aquel que nos promete una vida lograda. Jacob convirtió la piedra sobre la que soñó con una escalera que llegaba hasta el cielo, en la estela de un santuario donde recordar la cercanía salvífica de Dios (cfr Gén 28,10-22). En los ritos se recuerda que Dios está en mí y junto a mí, traigo al Dios lejano a mi interior, interiorizo a Dios. Jacob ungió la piedra con aceite: la trató con mimo. El rito logra transformar los estorbos de la vida cotidiana en un signo del amor tierno de Dios.
  • 118. PROTEGER LO DIVINO EN EL MUNDO El sacerdote es el defensor del lugar sagrado. Cubre lo santo con su mano protectora. He aquí otra bella imagen para los sacerdotes. Cada uno de nosotros posee un espacio santo, separado de este mundo; el mundo no tiene influencia ni acceso a este lugar. Se trata del santo lugar del silencio interior, donde Dios habita. Los sacerdotes defienden esta santa morada interior, para que de lo santo surja la salvación para todos. El sacerdote es sensible a lo sacro en sus semejantes. Ven en cada uno lo que hay de santo, lo que le separa de toda disposición humana.
  • 119. GUARDAR EL FUEGO DEL AMOR El sacerdote custodia el fuego del amor. El fuego es la imagen del amor, de la pasión. El fuego destruye toda impureza; el fuego calienta. El fuego del hogar es sagrado para muchos pueblos: garantiza que continuará el amor de una familia. El fuego del hogar asegura el mantenimiento del calor y del alimento en la familia. Quien, como sacerdote, custodia en sí mismo el fuego del amor, quien no permite que se consuma el rescoldo interior, contribuye a que el mundo permanezca más vivo y ardiente, a que no se apague el amor en los corazones de los hombres y que estos siempre tengan algo que de verdad los alimente.
  • 120. ABRIR LOS OJOS A LA VOLUNTAD DE DIOS El sacerdote tiene la función de descubrir las huellas de Dios en los hombres concretos e interpretar la voluntad de Dios para ellos. Por lo mismo, el sacerdote precisa una mirada a los designios de Dios para los hombres. Ha aprendido a descifrar y entender las huellas de Dios en los acontecimientos de la vida y en las calladas intuiciones del corazón. Cuando al bautizar a un niño le unge como sacerdote, le esta deseando que Dios tenga a bien abrirle los ojos para que reconozca y sepa interpretar las huellas del camino de Dios en su corazón y en el corazón de los hombres.
  • 121. INICIAR EN EL CAMINO DEL «SER UNO MISMO» Los sacerdotes introducen en los misterios de Dios y del hombre. Ayudan en el camino del verdadero encuentro consigo mismos. No están consagrados sólo para sí mismos, sino que también inician a otros hombres en el misterio de la vida: en ese misterio de un Dios que transforma la vida humana y quiere llevar a cada hombre de una manera singular a la iluminación en su gloria.
  • 122. DECIR BIEN A LOS HOMBRES El sacerdote como dispensador de bendiciones. Bendecir tiene dos significados. El primero es etimológico. Bendecir viene del latín secare y signare, y significa originariamente «rubricar con un signo», «marcar», «grabar», «hacer la señal de la cruz». Muchos padres y madres bendicen a sus hijos al despedirse de ellos, trazando una cruz sobre su frente. Así expresan que están protegidos por Dios, que son amados, que en ellos todo es bueno. Les marcan en el cuerpo con el amor con que Cristo nos ha amado en la cruz hasta la consumación, para que así experimenten este amor corporalmente.
  • 123. El segundo significado de bendecir es «bien decir», que traduce la palabra latina benedicere. Ser sacerdote significa decir lo bueno de los hombres, decir el bien sobre ellos y augurarles la cercanía sanadora y amorosa de Dios.
  • 124. VIVIR DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Todo lo que se ha descrito, desde el punto de vista del sacerdocio común, también se aplica al sacerdote ordenado. Entonces, ¿cuál es lo específico del sacerdote ordenado? De una manera especial se es sacerdote cuando se preside la eucaristía, cuando predica, cuando imparte la absolución al penitente tras una conversación penitencial. La diferencia no se hace por distinción, sino por afirmación.
  • 125. Consideremos algunos momentos de la ordenación sacerdotal para expresar así lo que positivamente hay en el sacerdote. Hay que entender al sacerdote desde una manera concreta de su existencia cristiana.
  • 126. LAS MANOS: INSTRUMENTO DEL SACERDOTE El rito fundamental de la ordenación sacerdotal es la imposición de manos en silencio. Dios mismo ha puesto su mano sobre él. Esto supone que no puede vivir según sus gustos. Dios ha colocado su mano sobre él para bendecirle, para llenarle del Espíritu Santo, que no depende de entrada de sus cualidades, sino de hacerle transparente al Espíritu Santo. No se debe anunciar a sí mismo, ni tampoco demostrar su facilidad de palabra, sino a Dios.
  • 127. La mano de Dios está sobre él, como estuvo sobre Jesús y le envió a proclamar a los hombres la buena noticia. La mano de Dios le sostiene en ese momento en que él quisiera escaparse de la verdad de su propia vida. En cada momento debe preguntarse si verdaderamente se dejó llevar por Dios, o si simplemente funcionó e hizo lo que se espera de él. Sólo si se dejó atrapar por Dios puede transmitir su Palabra, como un «seducido» por ella.
  • 128. Muchas veces siente que sus manos están vacías: no tiene nada que ofrecer. No se entiende el misterio de Dios, no se entiende a sí mismo. Y, sin embargo, sus manos deben dar. Sólo pueden dar lo que reciben una y otra vez. Le consuela saber que incluso con sus manos vacías es capaz de dar; sólo las manos vacías pueden recibir lo que Dios deposita en ellas sin descanso. Ser sacerdote significa presentar incesantemente a Dios la propia impotencia y alzar ante él las manos vacías y con todo, las manos ungidas son un signo de esperanza, ya que transmiten la bendición de Dios aunque ellas no la experimenten, porque El no es propiedad de sus manos.
  • 129. PAN Y VINO PARA LOS HOMBRES Los dones del pan y el vino son un maravilloso signo de la labor sacerdotal. Levantar los dones de la comunidad hacia la esfera divina. Así se entiende su ministerio: el lleva ante Dios las intenciones de los hombres. Naturalmente, de cristianos consagrados por el bautismo como sacerdotes. Los hombres le piden continuamente que ore por ellos, que tenga en cuenta en la eucaristía sus necesidades y tristezas.
  • 130. Ha sido ordenado sacerdote en este mundo para que la parte de él, que le rodea, sea salvada. No sólo celebra la eucaristía en función y al servicio de los hombres, sino que también compromete toda su existencia a su favor, especialmente a favor de los necesitados y marginados, de aquellos cuya oración es muda y cuya esperanza está derrotada.
  • 131. LA TÚNICA DE LA RESURRECCIÓN Durante la ordenación sacerdotal fue revestido con la casulla. Cristo tomó posesión de el a través de esta vestidura. Ha sido revestido con el traje de su gloria (cfr Gál 3,27). Al celebrar la eucaristía, se le exige que se revista de Cristo y actúe en consecuencia. Pablo dice al respecto que debemos revestirnos de compasión, bondad, humildad, paciencia y comprensión (Col 3,12). No se trata de que se ponga una casulla bonita para distinguirse de los demás, sino de que sea consecuente con la vestidura de Cristo y refleje en toda su existencia el amor y el señorío de Cristo.
  • 132. SER CONSAGRADO Cuando celebra el aniversario de su ordenación, ese día, vuelve a ser consciente de que está ordenado sacerdote; de que está consagrado a un ministerio. Esto no sólo significa que ha recibido el encargo de realizarlo, sino también la capacidad de hacerlo, porque Dios le da siempre la fuerza necesaria, como un regalo permanente. Estar consagrado significa estar iniciado en el misterio de Jesucristo, el sacerdote verdadero. En cuanto iniciado debe dejarse guiar continuamente hacia el sacerdocio del mismo Señor.
  • 133. SACERDOTE EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO DE HOY Por muchas conversaciones sé sabe cuánto sufren hoy muchos sacerdotes en las circunstancias concretas de sus vidas. A veces se trata de sacerdotes que son responsables de tres o cuatro comunidades, y se sienten sobrecargados, divididos ante los intereses enfrentados de las comunidades entre sí. Otros se sienten solos: viven solos en las parroquias.
  • 134. RITOS SANOS PARA EL DÍA A DÍA SACERDOTAL Salir al paso de todos los problemas actuales del sacerdote superaría con mucho esta reflexión. En cualquier caso, hay que dar algunas indicaciones que pueden contribuir a que el sacerdote no pierda la ilusión en su ministerio.
  • 135. En primer lugar, se trata de llevar un estilo sano de vida. Hay que redactar un plan semanal concreto, donde conste claramente la hora de levantarse, las actividades de la mañana, los compromisos que atender, el modo de terminar la jornada. Una cuestión importante es la siguiente: queda tiempo para la oración, el silencio, el paseo, la lectura, para ir a un concierto o al teatro, para conversar con los amigos? ¿0 acaso es mejor que nada esté previsto?
  • 136. Para los sacerdotes célibes, los ritos de la tarde tienen precisamente el cometido de hacer que se sientan como en casa. Cuando disponen conscientemente el ritmo de la tarde y realizan sus «ritos» personales, se sienten en casa; tienen la impresión de que son ellos mismos quien, en efecto, viven; gozan de su vida como de una fiesta y no la arrastran como una carga opresora.
  • 137. CUIDAR LAS RELACIONES Un segundo campo especialmente importante para una existencia sacerdotal lograda es el ámbito de las relaciones. El sacerdote, por ser soltero, necesita buenas relaciones y amistades, lugares donde pueda ser él mismo sin trabas, donde sea considerado como un hombre más, al margen del oficio que desempeña. Muchos sacerdotes tienen como amigo a otro sacerdote. Logran así un verdadero intercambio, en alguna ocasión pueden mostrar incluso su debilidad. Otros se sienten unidos a alguna familia, donde encuentran una patria emocional.
  • 138. Tiene que ser él mismo, estar en contacto con su interioridad, sentirla, y así poder aceptar agradecido la ayuda que le dispensan los hombres y que en todo caso no sacia del todo sus carencias. Sólo Dios puede colmar sus ansias más profundas de seguridad. Sólo si ante Dios se siente como en casa, puede encontrar su propio hogar y no deberá buscarlo en otros hombres.
  • 139. LA IMAGEN PERSONAL DEL SER SACERDOTE El tercer paso para una vida sacerdotal lograda pasa por la meditación de algunos modelos bíblicos. Cuando se meditan las historias de salvación y de encuentro de la Biblia, se descubren posibilidades que se esconden en su ser y en su actuar sacerdotal. No se siente presionado a actuar tan extraordinariamente como Jesús; pero viéndolo, se forma en la imagen de su actuar y entra en contacto con sus propias posibilidades.
  • 140. Es una experiencia buena para los sacerdotes que escriban una carta a su mejor amigo o amiga. Que se imaginen que están a punto de morir y que intenten expresar lo que hubieran querido transmitir con su vida, cuál sería el mensaje más profundo que quisieran anunciar en todo aquello que hacen, qué quisieran compartir con los demás como un legado, por qué se han levantado cada día, qué fuerza les ha movido a ponerse al servicio de los demás, cuál ha sido la motivación más profunda, el acicate para su ministerio sacerdotal, qué han querido irradiar a este mundo, qué huella quisieran dejar marcada.
  • 141. Descubrir que las tareas sacerdotales son maravillosas: celebrar la eucaristía, la fiesta de la vida del bautismo, consolar a los tristes, animar y liberar del pecado a los que se sienten culpables, acompañar el camino espiritual de los hombres, anunciar la palabra de Dios y llevarla a la vida concreta, no son la única razón de ser sacerdote, ser sacerdote es una manera de ser hombre, ha sido tocado por Dios, señalado, hablado directamente y enviado a los hombres.
  • 142. Ser sacerdote supone trasfigurarse con Cristo cada vez más, que se entregó por nosotros, que sanó, animó, consoló, motivó y se hizo visible a los hombres. Lo más fascinante y plenificante de la labor sacerdotal consiste en participar de la tarea de abrir a los hombres los ojos hacia Dios, hacer que Él toque su corazón y que experimenten su cercanía amorosa y salvífica.
  • 143.
  • 144. RECONCILIARSE CON UNO MISMO Hay cristianos que se confiesan una y otra vez y, no obstante, no consiguen perdonarse a sí mismos. Sin embargo, nuestra principal tarea como cristianos es darnos un «sí» a nosotros mismos. Esto empieza por la reconciliación con la propia historia. Muchos se enfadan consigo mismos cuando tienen que enfrentarse con sus propios defectos. Querrían ser totalmente perfectos y correctos, pero se dan cuenta de sus puntos débiles. A veces sobreviene un profundo sentimiento de odio hacia otro.
  • 145. La «humildad» consiste en tener la valentía de bajar a las propias tinieblas, de descender a las regiones más oscuras que condicionan nuestro «yo» activo. Reconciliarse con uno mismo no quiere decir poder disfrutar tranquilamente de la vida. Tenemos que ser conscientes de que no queda garantizado que siempre vayamos a encontrar apoyo o descanso a lo largo de nuestro itinerario espiritual. Esta humildad no pretende rebajarnos, sino proporcionarnos serenidad interior;
  • 146. RECONCILIARSE CON LA COMUNIDAD Cuando, hay encuentros o convivencias a veces nos preguntamos, los participantes, con quién estamos enfrentados y a quién no somos capaces, todavía, de perdonar y se nos viene a la mente una larga lista de nombres, y, con mucha frecuencia, nos sentimos mal por dentro a causa de lo difícil de algunas de estas relaciones.
  • 147. La reconciliación no se alcanza simplemente reprimiendo todas las ofensas y sufrimientos que nos hayan causado, ahogando y tragándonos la rabia contra aquellos que nos han herido. En primer lugar, tenemos que admitir la existencia de nuestra ira, y así nos podremos distanciar de ella. Sólo cuando hemos tomado una saludable distancia con respecto del otro, podremos liberarnos del poder destructivo que emana de él. Entonces dejaremos que sea tal como es, pero sin permitir que tenga ningún poder sobre nosotros.
  • 148. El primer paso hacia la reconciliación con el otro consiste en dejar que sea como es, en dejar de juzgarlo o de condenarlo. Que sea tal cual es, sin preocuparnos de nada más. El segundo paso consistiría en tratar de restablecer la relación con el otro. Pero esto no siempre es posible, pues también depende de que el otro esté dispuesto a entablar un diálogo clarificador. Aunque él se niegue a dar este paso podemos, a pesar de todo, reconciliarnos con él dejando de insultarlo y maldecirlo y no pensando constantemente en él.
  • 149. Los miembros de una comunidad sólo pueden llevarse bien entre sí cuando están dispuestos a reconciliarse y cuando se dan constantemente pasos concretos para ello. Precisamente en la convivencia en la familia o en una comunidad religiosa o en una empresa o en la comunidad cristiana, es donde experimentamos la necesidad del perdón recíproco. Pedro pregunta cuántas veces tiene que perdonar a quien le ofende; y esta es la respuesta de Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22).
  • 150. «Setenta veces siete» significa, en definitiva, siempre, sin limitación. Pero, para Mateo, perdonar no quiere decir barrer los conflictos debajo de la alfombra. Cuando un hermano peca y, con ello, daña la convivencia, alguien ha de acudir a él para hablar de lo sucedido. Hay que hablar con él, no sobre él. El objetivo del diálogo es ganar al hermano.
  • 151. La reconciliación despoja de su fuerza de división a los conflictos sin resolver. La confesión no puede ser una escapatoria para arreglar los conflictos exclusivamente en conversación personal con el sacerdote. La confesión exige, más bien, que busquemos el modo en que se puedan resolver los problemas comunitariamente. Y nos envía a casa con la misión de reconciliarnos con aquellas personas que nos hayan hecho daño o nos hayan ofendido.
  • 152. LA CONVERSIÓN Las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Marcos dicen así: «Se ha cumplido el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15). Así pues, la conversión no sólo está relacionada con la confesión, sino que ha de marcar toda nuestra existencia, pues pertenece a la esencia de nuestra vida.
  • 153. El principal peligro de nuestra vida consiste en que estemos siempre dando vueltas en torno a nosotros mismos, en preguntarnos siempre qué es lo que me aporta la vida. Entonces nos ocupamos siempre y exclusivamente de nosotros mismos y de nuestro propio bienestar. Para Jesús, esto es un camino equivocado, un camino que conduce a un callejón sin salida. Con su invitación a la conversión, Jesús me está cuestionando: ¿Conduce tu existencia a la Vida o a la muerte? ¿Te da vitalidad o te entumece? ¿Te lleva a la vaciedad o a la fecundidad? A lo largo de este camino, ¿te encuentras contigo mismo, con tu verdadero «yo» o, por el contrario, sales huyendo de él?
  • 154. «Convertirse» significa volverse hacia Dios. Y en la medida en que me vuelvo hacia Dios y avanzo hacia él, encuentro mi ser más verdadero, mi «yo» más auténtico. Para Jesús, convertirse consiste en creer en el evangelio, creer en la buena nueva de la cercanía del Dios de amor y salvación que él viene a anunciarnos. La conversión es invitación a la vida.
  • 155. El significado exacto de metanoia -término griego con que se designa la conversión- es «reconocer con posterioridad», «cambiar de mentalidad», «pensar de manera diferente». El prefijo meta también puede significar «detrás de». Entonces «conversión» significaría «mirar detrás de las cosas», «descubrir a Dios mismo en todos los hombres y en la creación», «reconocer, en nuestras experiencias cotidianas, al Dios que nos habla». Así pues, «convertirse» significa reconocer lo auténtico, lo verdadero que está escondido en todas las cosas
  • 156. JESÚS: LA NUEVA IMAGEN DE DIOS Jesús no anuncia un Dios distinto del que presenta el Antiguo Testamento, si bien lo interpreta de un modo nuevo. Se limita a acentuar algunos aspectos que ya se anunciaban en el primer Testamento: el amor misericordioso de Dios, su paciencia, la dedicación y preocupación de Dios por los pecadores. El Dios del que habla Jesús es un Dios que siempre permite volver a comenzar. No nos destruye por haber pecado, sino que vuelve a ponernos en pie. Aunque nosotros nos condenemos, Dios no nos condena.
  • 157. En su primera Carta, Juan expresa esto mismo con palabras maravillosas: «Si alguna vez nuestra conciencia nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia y lo sabe todo» (1]n 3,20). El juez no es Dios, sino que, a menudo, en nuestro interior hay un juez despiadado e inmisericorde: se trata de nuestro «super yo» que intenta humillarnos constantemente: «No puedes nada. No eres nada. Todo lo haces al revés. Eres malo, perverso. Está, corrompido». El Dios que Jesús pone delante de nuestros ojos, hace posible que nos perdonemos siempre, que nos alejemos de nuestro juez interior y que renunciemos a su poder.
  • 158. El Dios y Padre de Jesucristo renunció a imponer normas y leyes arbitrarias a los hombres. Más bien les regaló unos mandamientos para que pudieran vivir. Jesús interpretó de un modo nuevo la voluntad de Dios y el significado de esos mandamientos: «El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27). Los preceptos han de ayudar a los hombres a vivir conforme a su dignidad y a mantener unas buenas relaciones entre sí, sin embargo, Dios no nos deja nunca tranquilos. Nunca podemos decir: «Todo lo hemos hecho correctamente. Por tanto, sólo nos queda esperar la recompensa divina».
  • 159. La confesión es un medio concreto para reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás, para vivir en constante conversión y experimentar a Dios como aquel que nos ama incondicionalmente. No podemos entender la confesión como algo aislado, ni separarla del conjunto de la predicación de Jesús. En la confesión entramos en contacto con Jesucristo, aquel que perdonó sus culpas a los pecadores.
  • 160. La confesión es el lugar en el que podemos experimentar que Dios con su amor y su perdón nunca nos abandona; que el perdón de Dios cubre todas nuestras culpas; que Dios nos acoge de manera incondicional, en este lugar de reconciliación.
  • 161.
  • 162. El sacramento de la unción de los enfermos nos manifiesta que la enfermedad puede ser un lugar de encuentro con Dios. Al curar enfermos, Jesús anunciaba la venida del reino de Dios. Dios es un Dios que salva, que cura. La victoria sobre la enfermedad era una señal del señorío de Dios. Dios quiere la salvación de la persona. Esto no sólo se refiere a la salvación eterna, sino a la sanación y liberación de la enfermedad y de la debilidad.
  • 163. Cuando los discípulos, de Juan el bautista, preguntaron a Jesús si era el Mesías que traería el reino de Dios, Jesús respondió: «Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia» (Mt ll,4ss). Lo que hizo Jesús también tienen que hacerlo sus discípulos. Por esto los envía a curar a los enfermos.
  • 164. EL ENCARGO DE SANAR, PROPIO DE TODOS LOS CRISTIANOS En las últimas décadas, la pastoral sanitaria ha cobrado una importancia nueva en el conjunto de la actividad pastoral cristiana. Los agentes de pastoral sanitaria reciben una formación específica para su tarea. Saben que no basta con visitar a los enfermos y hablar con ellos. Hace falta una sensibilidad específica para poder entablar una conversación con un enfermo.
  • 165. La enfermedad siempre produce una crisis en la fe. Muchos enfermos se preguntan: ¿Cómo puede Dios ser tan cruel? ¿A qué Dios he servido hasta hoy? ¿Me ha engañado? La enfermedad es también un reto para el agente pastoral, porque le enfrenta con su fe y con su imagen de Dios.
  • 166. El sacramento de la unción es una provocación para tratar a los enfermos tal como lo prevé el ritual del sacramento: imponerles las manos, orar por ellos, ofrecerles un espacio personal de acogida en el que puedan hablar abiertamente de su situación, tocarlos con ternura como se hace en la unción, infundirles la esperanza de que Dios los ve en su postración y de que Jesús, con su poder sanador, puede transformar su enfermedad.
  • 167. ¿Cómo se adquiere una irradiación sanadora para los demás? Lo primero que debemos hacer es reconciliarnos y vivir en consonancia con nosotros mismos. Quien está en paz consigo mismo irradia paz. Lo segundo sería saber escuchar con sensibilidad lo que nos llega de parte del enfermo. ¿Cuál es su más profundo anhelo?, ¿qué necesita?, ¿qué es lo que le aliviaría? Pero esto no es todo. No basta con la sensibilidad ante los enfermos. También, en nuestras conversaciones entre sanos, deberíamos irradiar una fuerza sanadora sobre los demás.
  • 168. El sacramento de la unción quiere invitarnos a que nos demos cuenta de los dones recibidos y a que creamos en su poder curativo. Hay que poner a disposición de todos, aquello que Dios nos ha regalado. Cada uno de nosotros es capaz de crear a su alrededor un ambiente de salud. Pero antes se tiene que dejar curar él mismo. Tiene que aceptar sus heridas y presentarlas a Dios, a su amor salvador, para no propagarlas en su entorno. De este modo, sus propias heridas pueden convertirse en fuente de sanación para otros.
  • 169. LA ENFERMEDAD COMO TAREA ESPIRITUAL Cuando enfermamos, no sólo debemos ir al médico y aplicar todos los remedios a nuestro alcance. Tenemos que enfrentarnos con la enfermedad. La tenemos que considerar como una tarea que nos hace crecer interiormente. La debemos considerar como una tarea espiritual. Pero, ¿en qué consiste esta tarea espiritual?. La enfermedad cuestiona toda mi existencia, me interroga sobre muchas cosas.
  • 170. La primera pregunta se refiere al estilo correcto de vida: ¿Me indica mi enfermedad que he pasado por alto un aspecto importante, que he vivido al margen de mi verdad? ¿Me he atribuido un exceso de tareas o responsabilidades? ¿He trabajado demasiado? ¿He «aguantado» demasiado? ¿He hecho caso omiso a los avisos de mi cuerpo y de mi alma? ¿Qué me quiere decir la enfermedad? ¿Qué tendría que cambiar? ¿Qué debería cambiar en mi estilo de vida? ...
  • 171. La segunda pregunta se centra en la dimensión espiritual de la enfermedad: ¿Qué significa la vida cuando queda limitada, herida? ¿En qué consiste el sentido de mi vida? ¿Qué me quiere decir Dios con mi enfermedad? ¿En qué pongo mi confianza? La enfermedad me obliga a despedirme de muchas ilusiones. Experimento mi finitud, mi caducidad. Todo lo que he realizado hasta el momento queda relativizado.
  • 172. ¿Cuál es mi núcleo último? ¿Quién soy en verdad? Todo lo exterior se desvanece. El cuerpo ya no «funciona». El aspecto exterior se deteriora. Me obliga a caminar hacia mi interior y descubrir allí mi verdadero «yo-mismo». Aun en medio de toda la vulnerabilidad y debilidad, hay dentro de mí un espacio donde está a salvo mi integridad.
  • 173. En la enfermedad se hace patente hasta dónde ha calado nuestra espiritualidad. No sabemos cómo reaccionaremos ante una enfermedad y cómo nos volveremos. No conocemos ni nuestras reacciones ante dolores insoportables. La enfermedad revelará la verdad de nuestra alma, y nos invitará a desprendernos, a entregar todo aquello que nos parecía importante hasta entonces.
  • 174. La última pregunta que nos presenta la enfermedad es la pregunta por nuestra imagen de Dios. ¿Quién es Dios para mí? ¿Qué imágenes de Dios poseía mientras tenía salud? ¿Qué imágenes se presentan ahora, durante la enfermedad? ¿Tenía yo una imagen de Dios llena de proyecciones púas? ¿Quién es este Dios en realidad' ¿Cómo entender a Dios cuando me «exige» pasar por esta enfermedad? ¿Puedo seguir creyendo en el amor de Dios en medio de mi enfermedad? ...
  • 175. TRANSFORMAR LA ENFERMEDAD EN ORACIÓN El sacramento de la unción nos invita a la superación de la enfermedad desde el Espíritu. Debemos ratificar en nuestro interior aquello que se realiza por medio del sacramento en nosotros, esto significa que colocamos nuestra enfermedad en la oración, que dejamos que la enfermedad se convierta en oración. La oración puede transcurrir por muchos niveles distintos.
  • 176. Lo primero es pedir a Dios con insistencia que nos libere de la enfermedad. Segundo, nuestra oración también incluirá la voluntad, de que se haga en todo la de Dios y de que estamos dispuestos a ello. El tercer nivel de la oración consiste en convertir la enfermedad en plegaria.
  • 177. AMOR HASTA LA MUERTE La imposición de manos que se prevé en el rito de la unción es una imagen de la protección de Dios, que su mano nos ampara en nuestro desvalimiento. No podemos comprender nuestra enfermedad. Sufrimos a causa de ella. Y, sin embargo, nos sentimos bajo el amparo de Dios, así podemos descubrir en nuestra postración el lugar del encuentro con Dios. En la enfermedad descubrimos que Dios nos lleva de la mano, nos abre interiormente y nos estrecha en sus brazos.
  • 178. El aceite para la unción de los enfermos es consagrado por el obispo durante la Semana Santa. El sacramento de la unción nos hace participar en el misterio pascual de Jesús. Nos enseña nuestro seguimiento de Jesús hasta la cruz. Jesús transformó su muerte en cruz en el signo de su máximo amor.
  • 179. Comprendamos este «ofrecimiento de la enfermedad» de otra forma: Podríamos reconciliarnos con nuestra enfermedad y vivirla en solidaridad con las personas que nos rodean. No vivamos la enfermedad en una actitud meramente pasiva, sino transformarla en entrega. Si lo logramos, será la transformación mayor que podamos experimentar en nuestra vida porque, entonces, el Espíritu de Jesús habrá transformado nuestro corazón.
  • 180. Sabremos que ni la muerte nos puede arrancar de la mano de Jesús, sino que, acompañados por él, traspasaremos el umbral de la muerte y nos acogerán los brazos maternales de Dios para abrazarnos. Entonces estaremos para siempre con El, en la meta de todos nuestros deseos. Entonces se nos abrirán los ojos y veremos a Dios tal cual es.
  • 181. La calidad de la comunidad se revela en la manera con que trata a sus miembros enfermos y ancianos. La Iglesia, en el sacramento de la unción, asume su misión como comunidad de creyentes, enviados por Cristo a anunciar la buena noticia del reino de Dios y a curar a los enfermos.
  • 182. El sacramento es para el enfermo una invitación a superar su enfermedad en comunión con Cristo y considerarla como una oportunidad de penetrar en el misterio de la persona humana, en presencia de Dios. En la unción se hace patente que toda enfermedad es una tarea espiritual, que no sólo necesita atención médica y psicológica, sino también acompañamiento espiritual