texto argumentativo, ejemplos y ejercicios prácticos
Estrictamente con amor
1. ESTRICTAMENTE CON AMOR
“¿Si no puedo poner cara de enojada o gritar en clase,
significa que no puedo ser buena profesora? (Kurz,
2011)... Medito las palabras de Laura Kurz, docente de la
universidad de Palermo e, inevitablemente, reflexiono con
aquellas preguntas que también me formulé al inicio de la
cátedra. Empiezo por la segunda y reconozco que rara
vez elevo el tono de mi voz. No es que no quisiera (en
ocasiones un grito no sería suficiente), sino más bien soy
consciente de que si lo hago habitualmente, me quedaría
sin voz. ¡Nada más garrafal para un profesor!
Responder a la primera interrogante me toma más tiempo.
Mi análisis empieza aseverando lo evidente: por lo
general, soy una persona seria; y, es que al signo leo se le
atribuye fortaleza de carácter y, en mi caso, no es la excepción. Sin embargo, confieso,
también, que cuando me familiarizo con las personas, muestro un lado más jovial.
Recuerden ¡aún al león más feroz le gusta que le soben la panza! Que jamás se
malinterpreten mis palabras, asumiendo que hago referencia a aquel término que los
estudiantes definen como lambonería ¡No! Más bien, recurro a Pablo Neruda para explicar
que “aún el calor más intenso tiene la mitad de frío”.
Lo que no saben ustedes, queridos estudiantes es que, tal vez, esa seriedad intensa de
las primeras clases se debe a que cada ciclo académico se convierte en un gran desafío,
incluso para los docentes con experiencia profesional, de aula y con cierto dominio
escénico. Y es que enfrentar a un nuevo grupo de jóvenes (independientemente del
número) es un gran reto que asumo con mucha responsabilidad. Más allá de elaborar un
syllabus decente que plantee unos cuantos temas relacionados con los estrambóticos
nombres de las asignaturas, se trata de un compromiso que significa preparar contenidos
para las distintas maneras de aprender, según la personalidad y el talento de los jóvenes.
Y esto toma tiempo. ¿Por qué? Porque soy un ser humano y, como tal, pruebo sus
conocimientos, fuerza y temple (no hay buen comunicador sin esta última cualidad);
además, recurro a los sentidos para dejarme cautivar por sus múltiples encantos:
inteligencia, astucia (aún para poner miles de excusas y evadir los deberes), tenacidad para
enfrentar el cansancio laboral, dejar todo para última hora y esa sutil particularidad, digna
de su edad, para exacerbar todo lo que les sucede. Todo esto, me apega a su realidad y
busco contenidos, acorde a sus necesidades; pues entiendo bien que “las personas se
diferencian en la forma de percibir, pensar, procesar la información, sentir y comportarse”.
(Hervás & Hernández, s.f)
En pocas palabras, ser docente, en mi caso es prepararlos para el mercado laboral que no
precisamente es el mismo ambiente del aula de clases. ¿Entonces?... Una sabia y
temperamental docente universitaria (que en paz descanse) solía llamarnos “zoquetes”
cada vez que entendíamos mal las cosas. Su pedagogía, un tanto brusca, asustaba a unos
cuantos que al salir al pizarrón marcaban en él sus huellas dactilares producto del
nerviosismo; pero, también es cierto que templó mis nervios y me preparó para un camino
que estaría próximo a vivir: salas de redacción de medios donde el editor pide cambios
incesantes porque considera que el escrito no refleja lo que él quiere y, por ende, “no sirves
2. para escribir”. Palabras que luego se desvanecen así como su endiablado humor; pero, que
podrían lacerar a quien no está bien parado en la vida.
En la otra arista de la comunicación social, el panorama no es más consolador; pues como
relacionista público o analista de comunicación (como se denomina ahora) algunas veces
esquivé aquellas ruedas de prensa donde uno juega a ser mago para organizar todo de
último momento y, por si fuera poco, evitar temas embarazosos para la institución o armar
un discurso que ayude al jefe a mostrar su lado más asertivo.
El artículo de Kurz se titula Patch Adams en la enseñanza universitaria y es magnífico
porque hace un recorrido de los estereotipos de maestros que han acompañado el proceso
de enseñanza: la gritona de la primaria, el referente (bueno o malo) del colegio y el
majestuoso docente universitario que cree que para imponer el orden áulico y respeto es
necesario gritar y estar enojados perennemente. Jamás he estado enojada en aulas de
clases, aun cuando el desinterés de los más jovencitos me hace retorcer de dolor; pero,
eso se asume con más compromiso, el de ayudar a que su formación se oriente por el
camino correcto y, por eso, es inevitable enviar aquello que ustedes tanto temen: deberes,
cuyo único fin es hacerlos practicar lo que luego harán toda su vida: investigar.
Mi agradecimiento por su receptividad, interés y por cumplir con aplomo los trabajos
enviados. Compartir el aula de clases y escuchar sus análisis sobre los diferentes temas
me hace refutar la trillada frase de Bolívar “he arado en el mar”. Así también me devuelve
la esperanza en la juventud y me convence de que cuando al fin alcancen su sueño de
convertirse en profesionales experimentarán, a cabalidad, que la ética, la moral, la
credibilidad no son conceptos utópicos que abordamos en clases; sino, más bien, fueron
términos cuyas bases soldaron en clases pero que aprendieron a desarrollarlos para toda
la vida con la práctica. Que jamás los abrumen mis deberes, que nunca los detengan los
obstáculos y que sus sueños lleguen hasta donde ustedes lo permitan, convirtiéndolos en
realidad.
MISS JORDAN
(Léase con acento inglés).