1. MAESTROS, ¡A MUCHO HONOR!
Por: YOLANDA REYES
¿NO ES UN TRABAJO PARA QUITARSE EL SOMBRERO?
Una colega me contó que, en un congreso pedagógico, varios académicos
españoles declararon que los maestros de su país eran excelentes, en tanto que
otro objetó que no se podía generalizar, pues también había maestros apenas
buenos, otros regulares y algunos malos.
A una colombiana dedicada a formar maestros como ella, le pareció insólita la
discusión porque aquí se parte de la generalización contraria: los maestros
somos considerados pésimos; una caterva de 'izquierdosos', que hace paros
para exigir reivindicaciones como salud, vacaciones y pensión, y que protesta
porque le aumentan el número de estudiantes y la carga académica. ¿Estudiar
pedagogía? Te vas a morir de hambre, es la reacción automática. ¿Acaso qué
colombiano se enorgullece de tener un hijo maestro, como se ufana de tener
hijos médicos o abogados?
Contrariamente a lo que sucede en países como Finlandia, donde ser maestro
tiene gran prestigio social, lo cual se refleja en los resultados de las pruebas
PISA, en la excelencia requerida para ingresar a la carrera docente y en buenos
salarios, el maestro colombiano es considerado un profesional de segunda. Si
estudió pedagogía fue quizás porque no le alcanzó el ICFES para hacer "una
carrera seria".
Si pide un sueldo decente y tiempo remunerado para leer, investigar, preparar
clases, evaluar o, simplemente, recuperarse de sus extenuantes jornadas, le
endilgan "falta de mística". Porque esa es otra representación social: maestro
se asocia con sacrificio, apostolado, paciencia y pobreza. ¿Quién no recuerda la
expresión "el profesor Mockus", dicha con tono despectivo en la campaña
presidencial? ¿O qué maestro colombiano ha llegado a ser ministro de
Educación, por ejemplo?
2. Dice el periódico que, en el marco de la Estrategia De Cero a Siempre, "serán
capacitados 46.000 agentes educativos" y, aunque entiendo que el término se
acuñó para involucrar madres comunitarias, bibliotecarios, profesionales de la
salud y familias en la educación inicial, se me ocurre que la denominación hace
parte del mismo síndrome. ¿"Agente educativo" significa algo así como
"proveedor de clases"? ¿Dirán los niños que su agente educativa les leyó un
cuento o les secó las lágrimas? ¿Por qué no llamarnos maestros, ese sencillo
título honorífico que se usa en otros países? Maestro Fuentes, Maestra
Mistral... ¡Maestro!
En este pacto gubernamental por la educación, echo de menos una posición de
fondo sobre el lugar del maestro, desde la educación inicial hasta la
universitaria. ¿Cómo hablar de primera infancia, de Plan Nacional de Lectura,
de reforma de la educación superior o de calidad educativa sin poner, no solo al
niño, sino al maestro en el centro? ¿Es posible ser buen maestro sin
condiciones dignas de salud, salario y descanso, sin horas para reflexionar, sin
oportunidades de formación permanente y sistemática, y sin voz en los
escenarios donde se toman decisiones? Si alguien ha sido maestro, sabrá lo que
significa volver a casa después de la jornada escolar. Hagan la prueba y me
cuentan si es injusto pedir recreo.
Por supuesto, no somos perfectos. Ni apóstoles ni héroes, pero tampoco
villanos. Somos gente, simplemente. Con un oficio que casi a todos nos gusta y
que intentamos hacer lo mejor posible, pese a las dificultades. Con hijos,
parejas, miedos, sueños, y achaques -pues también nos enfermamos- y con una
vida fuera del aula que afecta lo que enseñamos.
En otro congreso de educación inicial en Chile, Ken Pugh, un eminente neurólogo
de la Universidad de Yale dedicado a estudiar la relación entre lectura y
cerebro, comenzó su conferencia diciendo a las maestras de párvulos que era
un honor compartir sus investigaciones con ellas, que tenían a su cargo la
importante tarea de construir el cerebro humano. Nada más y nada menos: el
corazón y el cerebro. ¿No es un trabajo para quitarse el sombrero?