1. Estimados Hermanos y Lasalianos:
E
spero que hayáis tenido la ocasión de disfrutar y alegraros con la
compañía de vuestros seres queridos. Y, en aquellos casos donde
os ha tocado acompañar a enfermos o el dolor ha llamado a vuestra
puerta que, a todos, el Señor nos dé su fuerza y vigor, para seguir
alabándole con nuestra vida.
Una bendición que suena muy bien
Al comienzo de este nuevo año, quisiera que mis deseos para cada uno de
vosotros/as, fueran los que recoge la primera lectura de la liturgia del día 1
de enero:
“El Señor te bendiga y te proteja.
Ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti
y te conceda la paz” (Núm. 6, 24-26).
Hemos estrenado un año y, seguramente, en medio de las crisis que vivimos,
otras que se anuncian y algunas, las menos, que ya han pasado, afrontamos
este nuevo año con otras ganas, con otra perspectiva porque “… el Señor se
ha dignado visitarnos y nos ha hecho hijos por adopción, herederos de un
reino eterno” (Gal. 4, 4).
Nos vestimos, pues, al comienzo de este año, con la ropa nueva de la ilusión
y del coraje, con los zapatos bien limpios de quien empieza algo con el deseo
de hacerlo bien y, acaso, con la bufanda que proteja de los malos humores
de cada día, para emprender una historia nueva, llena de futuro: la que se-
ñala la nueva vida que nos trae la Palabra hecha carne, don del Padre como
regalo para todos y ocasión única, como dice Juan, el evangelista, en su pró-
logo, para hacer realidad aquello de “… a cuantos le recibieron, les dio poder
para ser hijos de Dios…” (Jn 1, 10).
2. Se nos ha trasladado el poder de Dios y se nos ha dado gratuitamente para
ser hijos y, por lo tanto, hermanos. ¡Bonito comienzo! el de este 2011 que,
de nuevo, nos vuelve a dotar de energía para construir lo mejor que podemos
ofrecer y hacer: ser Hermanos, vivir en fraternidad.
Y en este caminar, siguen
existiendo desafíos por
cumplir, que no aparecen
piedra preciosa
como una losa imposible de
materializarse, sino como un
es la unión en
medio bonito y extraordina-
una comunidad…
rio de darle sentido a la vida;
una vida que, no lo olvide-
mos, no es para guardar y
conservar a toda costa por
Si se pierde, todo
miedo a perderla, sino para
entregarla a otros, gastarla
por otros, perderla por los
se pierde
otros haciendo fraternidad. Juan Bautista de La Salle, en su meditación para
el 30 de diciembre, nos lo ha recordado cuando afirma que “… piedra pre-
ciosa es la unión en una comunidad… Si se pierde, todo se pierde. Por eso,
conservadla con cuidado si queréis que vuestra comunidad perviva” (Med
91, 2).
Es categórico nuestro Fundador, cuando insiste en que, si nos despreocupa-
mos de construir comunidad, TODO se pierde. Por eso, puede ser otra buena
“piedra de toque” para nosotros, para todos los que apostamos por la comu-
nidad como medio de expresión de nuestra fraternidad, empeñarnos con
nuevo brío, al comienzo de este año, en construirla como algo valioso y con
futuro, convencidos de que en ello estamos empleando la mejor de nuestras
energías.
Este ha sido el empeño ofrecido por todos los ponentes en el pasado Simpo-
sio de Vida Religiosa sobre “Los religiosos Hermanos hoy”, celebrado en
Madrid los pasados 10 a 12 de diciembre. El mismo empeño se dejaba sentir
en la Asamblea General de CONFER, celebrada en Madrid el pasado noviem-
bre, cuando se iban desgranando de manera insistente en todas las interven-
ciones las diversas caras del lema que nos convocaba: “Nacer de nuevo para
una esperanza viva” (IPe 1, 3).
Y no menos interés pusimos a lo largo de este curso cuando allá por los ini-
cios de septiembre, dábamos carta blanca al comienzo del nuevo Distrito
ARLEP. Para todos, una aventura que, acaso, haya ido perdiendo la novedad
inicial, pero que ha ido ganando en hondura y que ha posibilitado, al menos
desde un sentir más universal de Hermanos y Lasalianos, que estamos ha-
ciendo algo nuevo, construyendo algo diferente, asentando algo valioso para
el futuro. Ahora, toca mirar hacia adelante.
3. Y con el nuevo año que estrenamos, quisiera fijarme en tres actitudes, espe-
ranzas, deseos o ámbitos de nuestro trabajo como Hermanos y Lasalianos
(soñar no cuesta nada y puede despertar muchas iniciativas y caminos). Los
enuncio como sigue:
1.- “Robarle a la noche su dominio”.
Acaso sea contradictorio lo que quiero señalar, pues en estos días anteriores,
la noche ha sido tiempo sorprendente, fabuloso, mágico, pues en ese mo-
mento, como dice un Himno de la Liturgia de las Horas: “… la noche no in-
terrumpe tu historia con el hombre… de noche en un pesebre nacía tu
Palabra… de noche esperaremos tu vuelta y encontrarás a punto la luz de
nuestra lámpara…” (Martes, vísperas de la II semana).
Decimos que suena a contradictoria la propuesta porque vivimos en tiempo
de crisis y la noche, también tiene su parte oscura. Baste mirar alrededor
para darse cuenta de cómo se frustran anhelos, cómo se deshacen proyectos,
cómo se vienen abajo planes de futuro, deseos de un mundo mejor donde
caen derrotadas todas las esperanzas. Así, la noche resulta oscura, tiene su
poder y su fuerza destructora.
Y aquí estamos nosotros, Hermanos y Lasalianos, intentando “robarle a la
noche su señorío”. No vamos a dejar que en este nuevo año, la indiferencia
o la desgana, la prepotencia o el orgullo, la pasividad o la desidia pongan sus
reales en medio de nosotros, adueñándose de nuestros espacios y comiendo
el terreno a nuestras conquistas fraternas, como si fuera la única tienda que
cabe situar en medio de nuestras inquietudes.
4. El Dios bueno plantó otra
tienda en la tierra de nues-
tros desvelos: la de la cer-
no dejarle más
canía y la de la pobreza, la
del desafío de un Hijo
hecho carne y la de la en-
tiempo a que la
trega de la vida, la de la
fraternidad por encima de
cualquier pretensión de
noche campe
dominio personal y la
tienda de curar todos los
males… Entonces, cons- por sus fueros
truyendo las tiendas del
Reino de Dios, viviendo y actuando así, en medio de nuestros quehaceres co-
tidianos y nuestras preocupaciones, con nuestros Hermanos de Comunidad
o con los compañeros de trabajo, con los alumnos o los padres, entonces sí,
estaremos “ensanchando el espacio de nuestra tienda” (Is. 54, 2) y “adelan-
tando la aurora” para no dejarle más tiempo a que la noche campe por sus
fueros.
Si este fuera nuestro empeño en el nuevo año que emprendemos, ¡bien val-
dría la pena iniciarlo así!
2.- “Ponerse la toalla…”
Hemos contemplado estos días muchos belenes: Artísticos, tradicionales,
sorprendentes, novedosos o curiosos… Al margen de polémicas recogidas en
los periódicos sobre el uso de los símbolos religiosos en espacios públicos
(belenes incluidos), nos sorprende un niño, casi desnudo, desde su cuna. ¡Sin
más, pero nada menos!
¿Qué va a ser de este niño? Y Simeón, a la entrada del templo, tomándolo
en brazos, desgrana su himno, que a María le duele porque “… será como
una espada que traspasa el alma… está puesto para que todos caigan y se
levanten: será una bandera discutida… (Lc 2, 34-35). Ante Jesús no cabe
más que tomar partido. Él lo tomó en la Cena con los suyos, la última antes
de morir y nos dijo cómo había que vivir. Acaso el contraste de nuevo es
grande: dulce, en la cuna. Fuerte y decidido, en la Cena, poniéndose la toalla.
Icono fuertemente expresivo que el nuevo documento que presentará la
CIVCSVA1 sobe la “Identidad del religioso Hermano en la Iglesia”, propone
como camino para llevar adelante la identidad del Hermano, el recuerdo per-
manente del amor, a ejemplo de Cristo, que ha dado la vida hasta el extremo.
Año nuevo, tiempo nuevo. Pero ya el apóstol Juan nos insiste en que la no-
vedad no la da lo que anuncia, sino la intensidad y el convencimiento con el
que acogemos a Jesús que viene y nace pobre en un portal: “No os comunico
un mandamiento nuevo, sino uno antiguo, el que habéis tenido desde el
1
Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
5. principio… Y sin embargo, es nuevo… porque (en Él) se van disipando las
tinieblas y la luz verdadera brilla ya” (IJn 1, 7-8).
“Ponerse la toalla” significa “robarle a la noche su prepotencia”. No quere-
mos dejarle a la intolerancia, a la superficialidad o a la intransigencia, a mi-
rarnos con demasiado cariño a nosotros mismos o a estar más cómodos y
que no nos molesten demasiado, no deseamos, pues, que todas esas maneras
de actuar tengan la última palabra. Se nos invita a despojarnos del hombre
viejo para revestirnos del nuevo, pero no con un traje a la última, de marca
exquisita, sino con el traje de Jesús: una toalla ceñida a la cintura, para lavar
los pies a los suyos.
¡Y ante un nuevo año, bien merece la pena vivirlo así!
3.- “Estar presentes en las grietas de la sociedad”
Entramos en un nuevo año con muchas precauciones. Sentimos que las cosas
no están bien y eso nos hace andar preocupados. Quizá en estos días pasados
de Navidad hemos dado esquinazo (parece) a la crisis, olvidándonos por un
momento de sus males. Al menos, las tiendas están llenas, mucha gente en
la calle y compras por doquier llenan la preocupación de muchos ciudadanos.
Pero, ¿y de otros?
Y, sin embargo, ¡ay!, el tiempo ha pasado y llega la temida cuesta de enero.
Y podemos olvidar que nuestra preocupación no somos nosotros, sino aque-
llos que más sufren el desgarro de la vida, la incoherencia de su situación
vital, la pobreza de medios o de cultura, el hambre (esa que rasga las entra-
ñas, y la otra) o el hastío de la vida. Curioso, ¡ahí debe estar nuestro sitio!,
haciendo aquello que ya el buen Dios Yavhé ha dado como destino al profeta:
“… reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimien-
tos de antaño, te llamarán tapiador de brechas, restau-
rador de casa en ruinas…” (Is 58, 12).
No podemos vivir como si nada estuviera pasando. Tene-
mos de todo y parece que la crisis no ha hecho mella en
nuestro vivir y nos afecta muy poquito. ¡Ojo!, pues el texto
anterior de Isaías, tiene su precedente en la pregunta de
Yavhé: “¿Cuál es el ayuno que yo quiero?” (Is 58, 5). Y sa-
bemos cuál es la respuesta: “abrir… hacer saltar cerro-
jos… dejar libres, romper todos los cepos… partir tu pan
con el hambriento…” (Is 58, 6-7). Son palabras duras que
expresan la preocupación de Dios por los pobres y los ne-
cesitados: sus hijos predilectos.
Por eso, nuestra vida religiosa no puede ceñirse a media-
nías. No podemos contentarnos con rebajas (cuidado con
que no se nos pegue en el compromiso personal, el espí-
6. ritu comercial de estos días) y
vivir como si nada hubiera suce- Nacimos para
dido. Estaríamos haciendo un
flaco servicio a la causa del
Reino y demostraríamos así
los pobres y
que, lo nuestro, va por otros ca-
minos y no son, quizá, los que nuestro destino
trae el pequeño nacido en Belén.
¿Qué hacer? Pues muy sen-
preferente son
cillo: cambiar de vida. Nos lo ha
dicho Juan, el Bautista, a lo ellos
largo del Adviento: Hemos te-
nido tiempo para ir aprendiendo cómo actuar.
¿Qué hacer? Volver al primer amor, como nos dice María cuando se
siente llena del Espíritu y dedica su vida a vivir la disponibilidad de la lla-
mada del Dios que se acerca.
¿Qué hacer? Conocer más de cerca los horrores en los que vive inmersa
tanta gente de nuestro entorno o barrio, “tocar barro” como diría el título de
una vieja canción, para mancharse con lo que se ha colado por las grietas de
la sociedad.
¿Qué hacer? Seguro que cada uno tenemos multitud de respuestas vi-
tales, llenas de sabor a navidad (de esa navidad que no se pierde en pande-
reta, sino que se encuentra en la pobreza de una cuna). Respuestas
personales y comunitarias, donde se nos invita a ponerlas en práctica, si no
lo hemos hecho todavía.
Nacimos para los pobres y nuestro destino preferente son ellos, los carentes
de ilusión o de sentido, aquellos que han perdido o les han robado las ganas
de vivir. Nuestro esfuerzo debe ir encaminado a orientar la vida de aquellos
que han fracasado a la hora de buscar un horizonte para su existir, que les
llene y les haga levantarse de su barro. Así, nos “ponemos la toalla” y le “ro-
bamos a la noche su negrura”.
¡Bien merece la pena este 2011, si lo vivimos así!
Una de Reyes, con algo de magia
Estamos a punto, cuando esto se publica, de celebrar la fiesta de la Epifanía.
Sigue siendo curioso ver las caras de los niños (y los no tan niños) disfru-
tando por unas hora de ese regalo inesperado o de esa manifestación de apre-
cio, hecha pequeño obsequio a la persona querida o estimada.
7. Pues bien, algo de magia tiene celebrar esta fiesta. Los Magos andaban bus-
cando una estrella. Suponemos que es una buena actitud: la de sentirse con
la mente y el corazón todavía no satisfecho y salir al encuentro de la novedad.
No bastaba estar expectantes. Había que estar activos tratando de encontrar
que, lo que llega, puede ser excepcional. ¡Y vaya si lo fue! aunque hubiera al-
guna sorpresa que no se esperaba.
Los Magos se ponen en camino, “...hemos visto salir su estrella...” (Mt 2,2).
¿Dónde miraban para ver?, porque el firmamento es muy grande. ¿Qué vie-
ron, qué les sorprendió? ¿Miraban solo por curiosidad o esperaban romper
su tranquila situación, para ponerse en camino? (Mt 2, 3).
Nosotros, ¿hacia dónde dirigimos la mirada para encontrar al Jesús que
ha llegado y está entre nosotros? ¿Dónde miramos? Porque los sabios de
Herodes miraron también pero no acertaron a interpretar y se quedaron en
palacio. ¿Por qué? Acaso, el corazón no les ardía y temían perder lo conse-
guido porque estar a favor de Herodes suponía vida cómoda, honores, des-
preocupación... ¡pero esclavos! de las decisiones de su rey.
¿Hacia dónde tenemos orientada la mirada? Sería bonito decir que hacia
el Dios del cielo que ha venido de lo alto. Pero, ¿no sería mejor y más hon-
rado adentrarse hasta el portal de Belén, acercarse a la cuna y oler el frío
de la noche, tomar al Niño en brazos y decir: ¡Aquí está mi tesoro!?
Además, no podemos quedarnos pasmados mirando. Ha habido un camino
que recorrer, y los Magos lo saben muy bien, unas decisiones que tomar, una
vida que emprender para encontrarse de rodillas ante el Niño. ¡Sí! Pues al
Niño de Belén no se le ve en las nubes o en el firmamento estrellado. Se le ve
en la sencillez de una familia, en la pobreza de su manifestación, en el calor
que María y José proporcionan con su cariño al hijo que acaba de nacer.
Quizá sea necesario mirar a la cara del Niño y volverla luego hacia la cara del
hermano o la hermana de comunidad, abrir nuestros ojos, sentir su calor y
su mirada posada en la nuestra y descubrir que en el hermano está mi tesoro,
porque al nacer Jesús se ha hecho de nuestra misma carne, se ha sentido
8. “tan de nosotros” que nos
transforma. Será, acaso, ese ¡Qué largo se
hermano, sencillo en su per-
sona pero entregado a tope a
sus alumnos; o, ese otro, que no
hizo el viaje!,
tiene muchas luces pero quiere
a sus hermanos y les apoya al pero qué
máximo; o aquel otro que no
teme remangarse para hacer la
vida más feliz a los que con él
inmensa fue la
conviven; o, quizá, ese otro her-
mano que, parece, que es muy alegría
difícil vivir con él, y... ¿O pen-
samos que a los Magos no les
costó reconocer en ese crío envuelto en harapos que era el Rey de los judíos?
“... Y le ofrecieron sus regalos...” (Mt 2, 11). Se desprendieron de algo valioso
porque encontraron algo, mejor, alguien que lo era más. Se sintieron “llenos
de inmensa alegría” (Mt 2, 10), porque descubrieron al Niño, porque tuvie-
ron ojos para verlo y creer en él. ¡Qué largo se hizo el viaje!, pero qué inmensa
fue la alegría; alegría que se había ido fraguando en la incertidumbre de su
tránsito.
Pero no lo olvidemos: ninguno de los Magos se pone en camino en solitario,
por su cuenta, sino que los tres hacen el camino juntos. El desierto siempre
se cruza en caravana, de lo contrario hay pocas posibilidades de sobrevivir.
De nuevo la idea del grupo, de la comunidad; la idea de asociarse con otros
para mejor lograr un objetivo, para mejor cumplir una misión. El camino
hacia Belén y hacia el encuentro con el Dios de Jesús siempre se hace con
otros al lado para, una vez que se le encuentra, regresar con ellos para con-
tarlo a los demás.
Hermanos y Lasalianos: Sabemos que, algunos, son demasiado mayores
como para creer en los Magos de Oriente. Pero ¡ay de nosotros! si no somos
capaces de vivir desde las actitudes que refleja el acontecimiento que relata
Mateo. Habrá que estar dispuestos a que Él, nos conduzca por otro camino
de vuelta a casa, no previsto por nosotros.
Vamos terminando.
Es bonito encontrar en esos libros que uno compra a veces en las estaciones
de tren o en los aeropuertos, libros que abren un poco la perspectiva en la
línea que hemos ido señalando en párrafos anteriores. A modo de regalo tam-
bién, en estos días mágicos, de autores que poco tienen que ver con la teolo-
gía de la Vida Religiosa, se nos ofrece este ramillete:
“A partir de aquí, ya ha llegado el momento de aceptar, todos y
cada uno de nosotros que el gran oasis de nuestra vida, desértica
9. o no, viaja con nosotros siempre. La cuestión es que, demasiadas
veces, nos alejamos de él debido a nuestra prodigiosa capacidad
de angustiarnos con los problemas que aún no tenemos. Perde-
mos la conexión con el aquí y ahora, con la realidad objetiva y
nos perdemos el goce del oasis interior… Lo sabemos: lo que te-
nemos que tener ya lo tenemos. Sólo debemos abrir nuestra caja
fuerte espiritual”2 .
Y la conclusión la pone un poema de Marie von Ebner:
No pido estar libre del temor,
sino tener el valor de enfrentarlo.
No pido el fin de mi sufrimiento,
sino corazón suficiente para dominarlo.
Que mis ojos no busquen aliados
en el campo de batalla de la vida,
sino que pueda yo buscar mis propias fuerzas.
Que no tenga que implorar, temblando, mi redención,
sino que pueda, con paciencia, conseguir mi libertad.
Bendición para todos.
Nada se pierde tan a menudo,
como la oportunidad diaria”.
¡Que en estos días que siguen, la Palabra de Dios “...tajante, viva, eficaz, pe-
netrando hasta la médula...” (Hb 4, 12-13) siga haciendo estragos, buenos
estragos en nosotros!
¡Feliz Año Nuevo! ¡Feliz 2011 para todos!
Hno. Jesús Miguel Zamora
Visitador del Distrito ARLEP
2
Rovira, A. La buena crisis, Aguilar, Madrid, 2009, pág. 181