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10-14 de Septiembre 2012


Teología de la
    salud
   Pbro. Silvio Marinelli
1. EL SILENCIO DE LA TEOLOGÍA
La Teología siempre ha mostrado una
   gran sensibilidad hacia la experiencia
  humana de la enfermedad, en la que ha
   vislumbrado un espacio de fidelidad al
    mandato evangélico y una fuente de
interrogantes a los que se siente llamada a
        responder (cf GS 10; SD 9).
La salud, en cambio, no se ha
  contemplado hasta tiempos recientes
 como un problema teológico, y mucho
menos como un lugar teológico esencial
en la misma medida que la enfermedad y
    el sufrimiento. Resulta elocuente el
 silencio de los teólogos respecto a la
                   salud.
Razones

Contemplada como ausencia de lesiones o
disfunciones y como “silencio del cuerpo”,
   la salud aparece siempre referida a la
enfermedad. No es ajeno a esta concepción
el modelo médico que reduce la salud a la
    dimensión biológica, descuidando la
    dimensión biográfica de la persona.
Y así, la «eliminación del sujeto» de
   la medicina (V. Weiszacker) y la
exclusión de la persona del ámbito de
  la salud anulaban por completo el
    interés del discurso teológico.
Una larga tradición espiritual había puesto
  el acento en la unión del alma con
    Dios, mientras que el resto de las
 dimensiones del ser humano resultaba
marginado o quedaba subordinado a esta
   visión: el cuerpo y todo lo que en el
sucede era ignorado. Por ello, también la
   salud se consideraba un elemento
 peligroso para la obtención de la meta
            última del hombre.
La pastoral subrayaba, sobre todo,
 la espiritualidad de la aceptación
incluso gozosa del sufrimiento, así
     como el acompañamiento
   sacramental del enfermo y del
             moribundo.
2. DE LA TEOLOGÍA TERAPÉUTICA A LA
       TEOLOGÍA DE LA SALUD
En los años sesenta del siglo XX, fue la
   reflexión bíblica la que espoleó a los
 teólogos y pastores a abrirse a un nuevo
   enfoque: recuperar la comprensión
terapéutica del misterio de la salvación
        y su traducción en la acción
      evangelizadora, tal como estaba
 fuertemente presente en la catequesis y
    en la liturgia de los primeros siglos.
La reflexión teológica, estimulada por
las nuevas concepciones de salud y
 frente a la progresiva incidencia en la
vida humana de nuevas enfermedades
 relacionadas con el estilo de vida, se
preguntaba si existía aún espacio para
las virtudes sanadoras del Evangelio.
El interrogante tenía también
presente la dificultad de unir
el anuncio de la salvación y
 el servicio a la salud como
  dimensiones de un único
mandato, como había hecho
          el Maestro.
La llamada “Teología terapéutica”
encuentra sus raíces en los grupos y
 movimientos vinculados de alguna
  manera con la Renovación del
     Espíritu y en las modernas
       “religiones de curación”.
La Renovación pone sus fundamentos
bíblicos en el mandato evangélico de curar
 a los enfermos, en la promesa de realizar
signos terapéuticos ligados a la adhesión a
Cristo, en la fuerza del Espíritu comunicada
    a través de los “dones de curación”.
 En las “liturgias de curaciones” la virtud
 sanadora de la fe/confianza no excluye la
  curación física, pero el punto de mira se
  pone, sobre todo, en la curación interior.
Ciertamente, no se puede afirmar
   que la salud del cuerpo y de la
mente dependa de la vida religiosa
      del sujeto, sin embargo, el
movimiento de reflexión, de oración y
de pastoral contribuye a reinterpretar
   el misterio de la salvación en una
clave nueva: recuperar la dimensión
       saludable del Evangelio
¿Cómo evitar el riesgo de
psicologizar la salvación, por un lado,
 y de sacralizar la salud, por otro, sin
 ignorar que ambas están íntimamente
             conectadas?

    En este proceso de reflexión e
   investigación, la aparición de la
Teología de la salud ha significado un
            paso adelante.
Esta disciplina se coloca en una
          perspectiva más amplia.
 Su atención se dirige precisamente a la
  salud, contemplada dentro del designio
 salvífico de Dios con respecto al hombre.
   Por tanto, no se circunscribe solo a la
  terapia/curación de todo aquello que es
 patológico en el hombre y en la sociedad,
sino que extiende sus horizontes también a
la promoción de un nuevo modo de vivir.
Esta visión conduce casi
espontáneamente a profundizar en el
    conocimiento del modelo y del
designio de salud que se oculta tras
 las acciones terapéuticas de Cristo,
 las cuales beneficiaron directamente a
los enfermos de su tiempo, pero tenían
 como objetivo también a los sanos y a
      la totalidad del tejido social de
                  entonces.
La Teología de la salud no toma en
consideración únicamente la actividad
terapéutica de Cristo, que se prolonga
en la comunidad eclesial con la fuerza
 del Espíritu; también tiene en cuenta
los distintos momentos del misterio de
  Cristo, a partir de la Encarnación,
        leídos en clave de salud.
Desde esta perspectiva, la salud se
 inserta plenamente en el misterio de la
    Iglesia, sacramento universal de
                salvación.

A partir de la fe pensada y vivida, es tarea
  de la Teología de la salud reflexionar
     sobre la salud entendida como
 experiencia antropológica fundamental y
              anhelo de todos.
En un dialogo interdisciplinar, la Teología
de la salud profundiza la actualidad del
 “signo-salud”, aleja el riesgo de una
 visión utilitarista de la religión (riesgo
   que ciertas teologías terapéuticas no
logran superar), y descubre el lugar de
  la Iglesia dentro de una gran alianza
 terapéutica a favor de la salud integral
      del hombre y de la humanidad.
3. RAÍCES ANTROPOLÓGICAS
        DE LA SALUD
Aquello que hace humana la salud e
  «interesante» desde un punto de vista
teológico, no es su componente biológico,
dado o impuesto por la naturaleza, sino su
 dimensión biográfica. Es decir, la salud
   se hace humana en cuanto asumida
 (también en su aspecto biológico) por la
   conciencia, se convierte en objeto de
  decisiones (los valores). Se trata de la
           salud de la persona.
Salud remite a un sentido de
integridad, totalidad, plenitud y
    realización del hombre.
La salud de la persona es antes todo una
 experiencia compleja, el resultado de
percepciones (“sentirse” bien en el propio
 cuerpo) y también de interpretaciones y
valoraciones, en estrecha relación con un
     mosaico de factores culturales,
      socioeconómicos, religiosos.
La salud es un ideal social. Las personas
comparten el deseo de vivir en plenitud,
  el anhelo de superar todo lo que es
       fragmentario y precario.

En cuanto ideal la salud está en relación
directa con la libertad. De hecho es una
  experiencia configurada por el propio
proyecto de vida, por las decisiones y por
    la capacidad de encontrar sentido.
Esta óptica antropológica, que se abre
  camino también en la ciencia médica,
      ensancha los horizontes de la
        comprensión de la salud.

Esta abraza todas las dimensiones de la
    persona y no se confía a una sola
disciplina o a especialidades incompletas,
   sino a una verdadera alianza que no
             excluye a ninguno.
La salud es una meta que alcanzar (y
        no solo que mantener),

 una vocación que compartir con los
               otros,

un proceso, frágil a menudo, en diálogo
con otras experiencias (la enfermedad,
      el sufrimiento, la felicidad...).
La Teología de la salud se pregunta: qué
 es el hombre en la salud y qué está
            llamado a ser.

  La Teología de la salud comienza allí
 donde advierte que la experiencia-salud
hace parte del designio de salvación de
  Dios para el hombre y la humanidad.
4. LA SALUD
EN EL DESIGNIO DE DIOS
Esquematizando, podríamos
decir que hay dos caminos de
  comunión de Dios con el
hombre y del acceso de éste a
             Dios:
    la vía de la indigencia
       la de la plenitud.
La teología bíblica y la reflexión
 teológica eclesial han privilegiado el
    camino de la «indigencia», la
«pobreza existencial», la «necesidad».
Se ha puesto el acento en la enfermedad
    (y en el conjunto de experiencias y
   situaciones afines: lo «negativo») y,
     lógicamente, en la curación de la
   enfermedad y en la ayuda en otras
     situaciones difíciles, de apuro, de
          «insuficiencia» humana.
Se trata de una visión parcial.
  Dios estaría presente – y se le invoca –
cuando hay «necesidad» y no cuando todo
 sigue tranquilo: la salud, el bienestar, las
relaciones positivas y placenteras parecen
estar ausentes de la vivencia cristiana y la
                predicación.
Es oportuno «devolver» significado
     teológico a las experiencias
 «positivas»: la salud, el bienestar, el
                 éxito.

El riesgo es una re-proposición acrítica
de la teoría antiguo-testamentaria de la
   retribución: «Haz el bien y Dios te
                 premia».
No se trata de caer en una perspectiva de
 un «éxito mundano» para quien sigue a
 Jesús (como afirma una cierta teología
             «terapéutica»).

  Es oportuno desarrollar una correcta
     doctrina de la creación y de la
 «providencia» de Dios, es decir de su
manera de intervenir en el mundo: muy a
     menudo se presenta como un
«providencialismo» caprichoso e injusto.
La historia de salvación se realiza también
        en los «momentos buenos».
 Por esta razón detrás de las curaciones y
 exorcismos realizados por Jesús (sin entrar
    en el mérito de su historicidad y de qué tipo de
 enfermedad se trataba) podemos
                            vislumbrar la
 propuesta de un «modelo de vida y de
salud». Lo que hace Jesús promueve una
nueva calidad de existencia, hace posible
una transformación verdadera del hombre.
La salud y un estilo de vida renovado
   (según nuestra perspectiva podríamos
llamarlo un «estilo cristiano de vida») es la
    meta (igual que podemos decir de la
     gracia en relación con el pecado).
La Teología de la salud, por
consiguiente, contempla al Dios de
la historia que se reveló y se hizo
accesible por la vía de la indigencia,
   pero también por la vía de la
             plenitud.
La imagen bíblica del barro
representa la pobreza del recipiente;
   recuerda la realidad del hombre
   necesitado de vida, envuelto en
fragilidad, incapaz de salvarse por sí
  solo, herido en su deseo de vivir y
        destinado a la muerte.
Pero el hombre es igualmente soplo
divino, llamada a la plenitud, tensión hacia
el infinito, nostalgia de aquello que aún no
es; por eso, tiene el valor de enfrentarse al
sufrimiento, a las relaciones de violencia y
de egoísmo, a la enfermedad y la muerte.

  Ambos símbolos (barro y soplo divino)
    representan dos dimensiones
   antropológicas fundamentales.
La enfermedad no es sólo un dato de la
   naturaleza, como en el reino animal.
      Es, sobre todo, una experiencia
   biográfica profundamente ligada a la
        persona, a su identidad, a su
 comportamiento religioso, a la fidelidad a
   la Alianza y a la comunión con Dios.
La salud es simultáneamente fragilidad
y don, límite y posibilidad, don de Dios
      y responsabilidad del hombre.
El interés de Dios hacia el hombre no
     tiene como finalidad primordial
intervenir en la naturaleza, suspendiendo
  para ello sus leyes (concepto ajeno a la
mentalidad bíblica) y usurpando el espacio
 de los recursos naturales de la salud. Su
intención es mucho más profunda: se trata
    de suscitar nuevas experiencias
 saludables, que incidan en la biografía,
   en los comportamientos y generen
      nuevos mecanismos de vida.
Todo es conducido con una pedagogía
    admirable: Dios, en Cristo de forma
    especial, muestra una sensibilidad
 particular hacia todo cuanto sucede en el
     hombre, sobre todo aquello que
obstaculiza su camino hacia la plenitud
     (los límites, las “pasividades”, las
injusticias). Por eso, su salvación se hace
historia, se encarna en el cuerpo humano
 y social, y se ofrece en forma también de
                 salud física.
Al mismo tiempo la salud no puede ser
sacralizada ni tiene un carácter absoluto.

 Las experiencias saludables, de hecho,
son compatibles con las enfermedades y
con los límites del ser humano. El hombre
curado es aquel que se reconcilia con su
propia muerte; el ideal del hombre sano
   consiste en «dar su propia vida».
5. MODELO CRISTOLÓGICO
       DE SALUD
Podemos ahora comprender mejor el
núcleo del «plan divino» respecto a
             la salud.
En la Encarnación se hace carne la
 implicación de Dios en la historia y en la
 biografía humana, abarcando al hombre
     entero y elevándolo a la más alta
 dignidad: en Cristo, ese mismo hombre
se convierte en el símbolo de una nueva
humanidad: la encarnación constituye el
 inicio de una pedagogía y de una acción
                «saludable».
Descendiendo de su posición de
 «comodidad», Cristo viene ante todo a
enseñarnos a ser hombres y a serlo en
   profundidad: se trata de un nuevo
 realismo que reconcilia con los límites,
  porque el hombre es sólo hombre. Un
    realismo que es preciso aprender,
 dejándose diagnosticar, educar y curar
 de la falsa pretensión de ser dioses (cf
                Gen 3,5).
Descendiendo hasta nosotros, Cristo
 enseña también que el camino hacia la
plenitud comienza desde abajo: se trata
de una vía accesible a todo hombre, y en
 especial, a aquellos que habitan en ese
    nivel (los pobres, los enfermos, los
  pecadores), así como a todos aquellos
que tienen el valor de reconocerse como
                   tales.
Sin ignorar la ambigüedad connatural al
ser humano, Cristo devuelve al hombre
la dignidad perdida y “el entusiasmo de
ser hombres” y, al mismo tiempo, siendo
    el gran símbolo de Dios, reúne lo
disperso, elimina las distancias, unifica lo
  fragmentado, libera aquello que esta
                 alienado.
Cristo, venido para que todos
 tengan vida en abundancia (cf Jn
  10,10), es salud de Dios para
    todos, y no solo para los
  enfermos. Con su palabra, sus
 gestos y su persona irradia salud:
«de él salía una fuerza que sanaba
       a todos» (cf Lc 6,19).
Jesús potencia lo mejor de cada uno,
devuelve la dignidad perdida, ayuda a a
    convivir con el propio cuerpo y a ser
    señores del mismo, lucha contra los
  comportamientos patológicos, sana las
 relaciones interpersonales estableciendo
una convivencia más solidaria, ofrece una
visión positiva de la vida e señala que son
  la solidaridad y el amor el camino de la
              plenitud humana...
Cristo dio prioridad a los enfermos
 “oficiales” de su tiempo. Declara haber
   venido para ellos y se presenta como
  liberador y terapeuta, se identifica con
ellos y afirma que sus discípulos tendrán
idénticos sentimientos y conductas hacia
  ellos y cumplirán gestos iguales en su
  favor. Tal opción preferencial tiene un
          gran valor pedagógico.
Con extrema solidaridad y con pedagogía
delicada actúa de forma preferencial al
     servicio de los desahuciados,
  representantes emblemáticos de la
humanidad necesitada de salud integral y
              de salvación.
Jesus no es un curandero. Es el
Salvador que realiza gestos terapéuticos
  como signos del Reino. El valor de los
 mismos no está en el prodigio como tal, ni
   queda ligado a la materialidad de los
hechos. Se trata de un mensaje puesto en
                 práctica.
Los signos terapéuticos de Jesus son una
prueba de la valoración positiva de todo
lo que es humano; una valoración que se
  afirma en contextos marcados por una
  gran conflictividad. Cristo no desprecia
nada de cuanto acontece en el hombre. Él
   ofrece una nueva salud y un nuevo
proceso de vida que se genera gracias a
                 la curación.
Es una «propuesta» de salud, nunca una
imposición. Va más allá de la curación física:
interpela también la voluntad y la fe. Cuando
  la propuesta se acepta, se trasforma en
  cometido y responsabilidad. La persona
 beneficiada está «sanada» porque, además
     de recuperar la vista o de caminar, es
  igualmente capaz de cambiar y comenzar
       una nueva vida, se reinserta en la
   comunidad, habita su cuerpo de un modo
                    nuevo...
La salud ofrecida a los enfermos es la
     misma salud ofrecida a todos.
 Así, la ceguera (cf Jn 9,1-40) no se cura
  en profundidad hasta que no se rasgan
          las tinieblas del corazón;
la parálisis no desaparece mientras que el
   hombre se halla ligado a algún tipo de
                   esclavitud;
la transformación física es sólo el inicio de
     un cambio más profundo: es preciso
               «nacer de nuevo»;
       la liberación de las cadenas, del
sufrimiento y del mal reclama la liberación
 del pecado y la reconciliación con Dios;
      la incorporación del enfermo a la
    comunidad señala que es posible una
  liberación colectiva de aquellos factores
   patógenos y de las estructuras injustas
        que amordazan la misericordia.
La salud se sitúa en la perspectiva de la
   salvación, y adquiere su sentido más
  profundo en el misterio de la Pascua.
La nueva salud ofrecida a los sanos y a los
   enfermos no es magia, ni un producto
 suministrado desde fuera. Ante todo, se
  identifica con aquel que es, al mismo
tiempo, médico y medicina, terapeuta y
salvador, hombre nuevo y símbolo de la
           humanidad recreada.
El proceso de curación integral llega a su
         coronación en la Pascua.

La salud humana camina por el sendero que
 Cristo recorrió: la indigencia y la plenitud, la
          kenosis y la glorificación.
 La salud que ofrece Cristo como don en un
 mundo enfermo le “cuesta” la enfermedad:
su pasión por la vida lo conduce a la muerte.
Y es este también el itinerario de la salud
humana: para crecer, algo debe morir; para
curar a los demás es necesario compartir la
propia vida; para vivir sanamente es preciso
 integrar en la existencia el sufrimiento y la
   muerte; para ser libres hay que dejarse
   liberar; para producir frutos es preciso
              dejarse sepultar...
El ideal del modelo cristológico de salud no
  radica en eliminar los sufrimientos y en
  hacer desaparecer toda enfermedad, sino
  en la posibilidad que le es concedida a
       cada hombre de transformar la
experiencia para hacer nacer en cada uno
     una criatura nueva, viviendo, así, un
proceso dinámico de resurrección. De aquí
brota la nueva calidad de vida que anima a
 la comunidad del Resucitado bajo la fuerza
                 del Espíritu.
6. LA SALUD CONFIADA
A LA COMUNIDAD ECLESIAL
¿Sigue siendo hoy día la salud un
         signo del Reino?

  La reflexión teológica se interroga
  sobre la relación entre Evangelio y
salud, entre comunidad del Resucitado
     y cultura y praxis de la salud.
La reflexión teológica acerca de la salud
   no pretende elaborar Teología de los
    milagros de curación, ni una nueva
         Teología de la salvación.
  Su objeto es la salud, la cual, aun no
siendo el “resultado” de un milagro, puede
seguir siendo signo y también mediación
   de salvación y experiencia salvífica.
Podemos presentar dos
  directrices, sin desarrollarlas:

 1.La salud confiada como don.

2. La salud confiada como misión.
7. CUESTIONES PENDIENTES
¿Con qué lenguaje teológico la Iglesia
explica la experiencia de la salud? Más
    concretamente: la salud como
experiencia de fragilidad y plenitud,
  de limitaciones y posibilidades; la
salud como experiencia de relación y
 apropiación de la corporeidad y, al
mismo tiempo, de relación/alianza con
 los demás y con el mundo; la salud
como experiencia de liberación y de
             plenitud, etc.
La necesidad de profundizar el estudio
    de cada uno de los recursos
saludables confiados a la comunidad
   eclesial, como, por ejemplo, los
             sacramentos.
   Se perfila la relación entre salud y
   salvación, entre salud y santidad.
La reflexión teológica acerca de la salud
contribuye a fundamentar de un modo
  nuevo la acción de la Iglesia en el
  mundo de la salud, recortando cada
vez más el desfase entre ciencia médica
 y evangelización, y redescubriendo su
 aportación específica a la alianza en
            pro de la salud.
Por último queda la inquietud planteada
     ya por Pablo VI en la Evangelii
               nuntiandi:
 ¿Que eficacia tiene en nuestros días la
 energía escondida de la Buena Nueva,
   capaz de sacudir profundamente la
conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y
   cómo esta fuerza evangélica puede
transformar verdaderamente al hombre
             de hoy? (EN 4).

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3. teología de la salud silvio marinelli - def.

  • 1. Catemaco, Ver. 10-14 de Septiembre 2012 Teología de la salud Pbro. Silvio Marinelli
  • 2. 1. EL SILENCIO DE LA TEOLOGÍA
  • 3. La Teología siempre ha mostrado una gran sensibilidad hacia la experiencia humana de la enfermedad, en la que ha vislumbrado un espacio de fidelidad al mandato evangélico y una fuente de interrogantes a los que se siente llamada a responder (cf GS 10; SD 9).
  • 4. La salud, en cambio, no se ha contemplado hasta tiempos recientes como un problema teológico, y mucho menos como un lugar teológico esencial en la misma medida que la enfermedad y el sufrimiento. Resulta elocuente el silencio de los teólogos respecto a la salud.
  • 5. Razones Contemplada como ausencia de lesiones o disfunciones y como “silencio del cuerpo”, la salud aparece siempre referida a la enfermedad. No es ajeno a esta concepción el modelo médico que reduce la salud a la dimensión biológica, descuidando la dimensión biográfica de la persona.
  • 6. Y así, la «eliminación del sujeto» de la medicina (V. Weiszacker) y la exclusión de la persona del ámbito de la salud anulaban por completo el interés del discurso teológico.
  • 7. Una larga tradición espiritual había puesto el acento en la unión del alma con Dios, mientras que el resto de las dimensiones del ser humano resultaba marginado o quedaba subordinado a esta visión: el cuerpo y todo lo que en el sucede era ignorado. Por ello, también la salud se consideraba un elemento peligroso para la obtención de la meta última del hombre.
  • 8. La pastoral subrayaba, sobre todo, la espiritualidad de la aceptación incluso gozosa del sufrimiento, así como el acompañamiento sacramental del enfermo y del moribundo.
  • 9. 2. DE LA TEOLOGÍA TERAPÉUTICA A LA TEOLOGÍA DE LA SALUD
  • 10. En los años sesenta del siglo XX, fue la reflexión bíblica la que espoleó a los teólogos y pastores a abrirse a un nuevo enfoque: recuperar la comprensión terapéutica del misterio de la salvación y su traducción en la acción evangelizadora, tal como estaba fuertemente presente en la catequesis y en la liturgia de los primeros siglos.
  • 11. La reflexión teológica, estimulada por las nuevas concepciones de salud y frente a la progresiva incidencia en la vida humana de nuevas enfermedades relacionadas con el estilo de vida, se preguntaba si existía aún espacio para las virtudes sanadoras del Evangelio.
  • 12. El interrogante tenía también presente la dificultad de unir el anuncio de la salvación y el servicio a la salud como dimensiones de un único mandato, como había hecho el Maestro.
  • 13. La llamada “Teología terapéutica” encuentra sus raíces en los grupos y movimientos vinculados de alguna manera con la Renovación del Espíritu y en las modernas “religiones de curación”.
  • 14. La Renovación pone sus fundamentos bíblicos en el mandato evangélico de curar a los enfermos, en la promesa de realizar signos terapéuticos ligados a la adhesión a Cristo, en la fuerza del Espíritu comunicada a través de los “dones de curación”. En las “liturgias de curaciones” la virtud sanadora de la fe/confianza no excluye la curación física, pero el punto de mira se pone, sobre todo, en la curación interior.
  • 15. Ciertamente, no se puede afirmar que la salud del cuerpo y de la mente dependa de la vida religiosa del sujeto, sin embargo, el movimiento de reflexión, de oración y de pastoral contribuye a reinterpretar el misterio de la salvación en una clave nueva: recuperar la dimensión saludable del Evangelio
  • 16. ¿Cómo evitar el riesgo de psicologizar la salvación, por un lado, y de sacralizar la salud, por otro, sin ignorar que ambas están íntimamente conectadas? En este proceso de reflexión e investigación, la aparición de la Teología de la salud ha significado un paso adelante.
  • 17. Esta disciplina se coloca en una perspectiva más amplia. Su atención se dirige precisamente a la salud, contemplada dentro del designio salvífico de Dios con respecto al hombre. Por tanto, no se circunscribe solo a la terapia/curación de todo aquello que es patológico en el hombre y en la sociedad, sino que extiende sus horizontes también a la promoción de un nuevo modo de vivir.
  • 18. Esta visión conduce casi espontáneamente a profundizar en el conocimiento del modelo y del designio de salud que se oculta tras las acciones terapéuticas de Cristo, las cuales beneficiaron directamente a los enfermos de su tiempo, pero tenían como objetivo también a los sanos y a la totalidad del tejido social de entonces.
  • 19. La Teología de la salud no toma en consideración únicamente la actividad terapéutica de Cristo, que se prolonga en la comunidad eclesial con la fuerza del Espíritu; también tiene en cuenta los distintos momentos del misterio de Cristo, a partir de la Encarnación, leídos en clave de salud.
  • 20. Desde esta perspectiva, la salud se inserta plenamente en el misterio de la Iglesia, sacramento universal de salvación. A partir de la fe pensada y vivida, es tarea de la Teología de la salud reflexionar sobre la salud entendida como experiencia antropológica fundamental y anhelo de todos.
  • 21. En un dialogo interdisciplinar, la Teología de la salud profundiza la actualidad del “signo-salud”, aleja el riesgo de una visión utilitarista de la religión (riesgo que ciertas teologías terapéuticas no logran superar), y descubre el lugar de la Iglesia dentro de una gran alianza terapéutica a favor de la salud integral del hombre y de la humanidad.
  • 23. Aquello que hace humana la salud e «interesante» desde un punto de vista teológico, no es su componente biológico, dado o impuesto por la naturaleza, sino su dimensión biográfica. Es decir, la salud se hace humana en cuanto asumida (también en su aspecto biológico) por la conciencia, se convierte en objeto de decisiones (los valores). Se trata de la salud de la persona.
  • 24. Salud remite a un sentido de integridad, totalidad, plenitud y realización del hombre.
  • 25. La salud de la persona es antes todo una experiencia compleja, el resultado de percepciones (“sentirse” bien en el propio cuerpo) y también de interpretaciones y valoraciones, en estrecha relación con un mosaico de factores culturales, socioeconómicos, religiosos.
  • 26. La salud es un ideal social. Las personas comparten el deseo de vivir en plenitud, el anhelo de superar todo lo que es fragmentario y precario. En cuanto ideal la salud está en relación directa con la libertad. De hecho es una experiencia configurada por el propio proyecto de vida, por las decisiones y por la capacidad de encontrar sentido.
  • 27. Esta óptica antropológica, que se abre camino también en la ciencia médica, ensancha los horizontes de la comprensión de la salud. Esta abraza todas las dimensiones de la persona y no se confía a una sola disciplina o a especialidades incompletas, sino a una verdadera alianza que no excluye a ninguno.
  • 28. La salud es una meta que alcanzar (y no solo que mantener), una vocación que compartir con los otros, un proceso, frágil a menudo, en diálogo con otras experiencias (la enfermedad, el sufrimiento, la felicidad...).
  • 29. La Teología de la salud se pregunta: qué es el hombre en la salud y qué está llamado a ser. La Teología de la salud comienza allí donde advierte que la experiencia-salud hace parte del designio de salvación de Dios para el hombre y la humanidad.
  • 30. 4. LA SALUD EN EL DESIGNIO DE DIOS
  • 31. Esquematizando, podríamos decir que hay dos caminos de comunión de Dios con el hombre y del acceso de éste a Dios: la vía de la indigencia la de la plenitud.
  • 32. La teología bíblica y la reflexión teológica eclesial han privilegiado el camino de la «indigencia», la «pobreza existencial», la «necesidad».
  • 33. Se ha puesto el acento en la enfermedad (y en el conjunto de experiencias y situaciones afines: lo «negativo») y, lógicamente, en la curación de la enfermedad y en la ayuda en otras situaciones difíciles, de apuro, de «insuficiencia» humana.
  • 34. Se trata de una visión parcial. Dios estaría presente – y se le invoca – cuando hay «necesidad» y no cuando todo sigue tranquilo: la salud, el bienestar, las relaciones positivas y placenteras parecen estar ausentes de la vivencia cristiana y la predicación.
  • 35. Es oportuno «devolver» significado teológico a las experiencias «positivas»: la salud, el bienestar, el éxito. El riesgo es una re-proposición acrítica de la teoría antiguo-testamentaria de la retribución: «Haz el bien y Dios te premia».
  • 36. No se trata de caer en una perspectiva de un «éxito mundano» para quien sigue a Jesús (como afirma una cierta teología «terapéutica»). Es oportuno desarrollar una correcta doctrina de la creación y de la «providencia» de Dios, es decir de su manera de intervenir en el mundo: muy a menudo se presenta como un «providencialismo» caprichoso e injusto.
  • 37. La historia de salvación se realiza también en los «momentos buenos». Por esta razón detrás de las curaciones y exorcismos realizados por Jesús (sin entrar en el mérito de su historicidad y de qué tipo de enfermedad se trataba) podemos vislumbrar la propuesta de un «modelo de vida y de salud». Lo que hace Jesús promueve una nueva calidad de existencia, hace posible una transformación verdadera del hombre.
  • 38. La salud y un estilo de vida renovado (según nuestra perspectiva podríamos llamarlo un «estilo cristiano de vida») es la meta (igual que podemos decir de la gracia en relación con el pecado).
  • 39. La Teología de la salud, por consiguiente, contempla al Dios de la historia que se reveló y se hizo accesible por la vía de la indigencia, pero también por la vía de la plenitud.
  • 40. La imagen bíblica del barro representa la pobreza del recipiente; recuerda la realidad del hombre necesitado de vida, envuelto en fragilidad, incapaz de salvarse por sí solo, herido en su deseo de vivir y destinado a la muerte.
  • 41. Pero el hombre es igualmente soplo divino, llamada a la plenitud, tensión hacia el infinito, nostalgia de aquello que aún no es; por eso, tiene el valor de enfrentarse al sufrimiento, a las relaciones de violencia y de egoísmo, a la enfermedad y la muerte. Ambos símbolos (barro y soplo divino) representan dos dimensiones antropológicas fundamentales.
  • 42. La enfermedad no es sólo un dato de la naturaleza, como en el reino animal. Es, sobre todo, una experiencia biográfica profundamente ligada a la persona, a su identidad, a su comportamiento religioso, a la fidelidad a la Alianza y a la comunión con Dios. La salud es simultáneamente fragilidad y don, límite y posibilidad, don de Dios y responsabilidad del hombre.
  • 43. El interés de Dios hacia el hombre no tiene como finalidad primordial intervenir en la naturaleza, suspendiendo para ello sus leyes (concepto ajeno a la mentalidad bíblica) y usurpando el espacio de los recursos naturales de la salud. Su intención es mucho más profunda: se trata de suscitar nuevas experiencias saludables, que incidan en la biografía, en los comportamientos y generen nuevos mecanismos de vida.
  • 44. Todo es conducido con una pedagogía admirable: Dios, en Cristo de forma especial, muestra una sensibilidad particular hacia todo cuanto sucede en el hombre, sobre todo aquello que obstaculiza su camino hacia la plenitud (los límites, las “pasividades”, las injusticias). Por eso, su salvación se hace historia, se encarna en el cuerpo humano y social, y se ofrece en forma también de salud física.
  • 45. Al mismo tiempo la salud no puede ser sacralizada ni tiene un carácter absoluto. Las experiencias saludables, de hecho, son compatibles con las enfermedades y con los límites del ser humano. El hombre curado es aquel que se reconcilia con su propia muerte; el ideal del hombre sano consiste en «dar su propia vida».
  • 47. Podemos ahora comprender mejor el núcleo del «plan divino» respecto a la salud.
  • 48. En la Encarnación se hace carne la implicación de Dios en la historia y en la biografía humana, abarcando al hombre entero y elevándolo a la más alta dignidad: en Cristo, ese mismo hombre se convierte en el símbolo de una nueva humanidad: la encarnación constituye el inicio de una pedagogía y de una acción «saludable».
  • 49. Descendiendo de su posición de «comodidad», Cristo viene ante todo a enseñarnos a ser hombres y a serlo en profundidad: se trata de un nuevo realismo que reconcilia con los límites, porque el hombre es sólo hombre. Un realismo que es preciso aprender, dejándose diagnosticar, educar y curar de la falsa pretensión de ser dioses (cf Gen 3,5).
  • 50. Descendiendo hasta nosotros, Cristo enseña también que el camino hacia la plenitud comienza desde abajo: se trata de una vía accesible a todo hombre, y en especial, a aquellos que habitan en ese nivel (los pobres, los enfermos, los pecadores), así como a todos aquellos que tienen el valor de reconocerse como tales.
  • 51. Sin ignorar la ambigüedad connatural al ser humano, Cristo devuelve al hombre la dignidad perdida y “el entusiasmo de ser hombres” y, al mismo tiempo, siendo el gran símbolo de Dios, reúne lo disperso, elimina las distancias, unifica lo fragmentado, libera aquello que esta alienado.
  • 52. Cristo, venido para que todos tengan vida en abundancia (cf Jn 10,10), es salud de Dios para todos, y no solo para los enfermos. Con su palabra, sus gestos y su persona irradia salud: «de él salía una fuerza que sanaba a todos» (cf Lc 6,19).
  • 53. Jesús potencia lo mejor de cada uno, devuelve la dignidad perdida, ayuda a a convivir con el propio cuerpo y a ser señores del mismo, lucha contra los comportamientos patológicos, sana las relaciones interpersonales estableciendo una convivencia más solidaria, ofrece una visión positiva de la vida e señala que son la solidaridad y el amor el camino de la plenitud humana...
  • 54. Cristo dio prioridad a los enfermos “oficiales” de su tiempo. Declara haber venido para ellos y se presenta como liberador y terapeuta, se identifica con ellos y afirma que sus discípulos tendrán idénticos sentimientos y conductas hacia ellos y cumplirán gestos iguales en su favor. Tal opción preferencial tiene un gran valor pedagógico.
  • 55. Con extrema solidaridad y con pedagogía delicada actúa de forma preferencial al servicio de los desahuciados, representantes emblemáticos de la humanidad necesitada de salud integral y de salvación.
  • 56. Jesus no es un curandero. Es el Salvador que realiza gestos terapéuticos como signos del Reino. El valor de los mismos no está en el prodigio como tal, ni queda ligado a la materialidad de los hechos. Se trata de un mensaje puesto en práctica.
  • 57. Los signos terapéuticos de Jesus son una prueba de la valoración positiva de todo lo que es humano; una valoración que se afirma en contextos marcados por una gran conflictividad. Cristo no desprecia nada de cuanto acontece en el hombre. Él ofrece una nueva salud y un nuevo proceso de vida que se genera gracias a la curación.
  • 58. Es una «propuesta» de salud, nunca una imposición. Va más allá de la curación física: interpela también la voluntad y la fe. Cuando la propuesta se acepta, se trasforma en cometido y responsabilidad. La persona beneficiada está «sanada» porque, además de recuperar la vista o de caminar, es igualmente capaz de cambiar y comenzar una nueva vida, se reinserta en la comunidad, habita su cuerpo de un modo nuevo...
  • 59. La salud ofrecida a los enfermos es la misma salud ofrecida a todos. Así, la ceguera (cf Jn 9,1-40) no se cura en profundidad hasta que no se rasgan las tinieblas del corazón; la parálisis no desaparece mientras que el hombre se halla ligado a algún tipo de esclavitud;
  • 60. la transformación física es sólo el inicio de un cambio más profundo: es preciso «nacer de nuevo»; la liberación de las cadenas, del sufrimiento y del mal reclama la liberación del pecado y la reconciliación con Dios; la incorporación del enfermo a la comunidad señala que es posible una liberación colectiva de aquellos factores patógenos y de las estructuras injustas que amordazan la misericordia.
  • 61. La salud se sitúa en la perspectiva de la salvación, y adquiere su sentido más profundo en el misterio de la Pascua. La nueva salud ofrecida a los sanos y a los enfermos no es magia, ni un producto suministrado desde fuera. Ante todo, se identifica con aquel que es, al mismo tiempo, médico y medicina, terapeuta y salvador, hombre nuevo y símbolo de la humanidad recreada.
  • 62. El proceso de curación integral llega a su coronación en la Pascua. La salud humana camina por el sendero que Cristo recorrió: la indigencia y la plenitud, la kenosis y la glorificación. La salud que ofrece Cristo como don en un mundo enfermo le “cuesta” la enfermedad: su pasión por la vida lo conduce a la muerte.
  • 63. Y es este también el itinerario de la salud humana: para crecer, algo debe morir; para curar a los demás es necesario compartir la propia vida; para vivir sanamente es preciso integrar en la existencia el sufrimiento y la muerte; para ser libres hay que dejarse liberar; para producir frutos es preciso dejarse sepultar...
  • 64. El ideal del modelo cristológico de salud no radica en eliminar los sufrimientos y en hacer desaparecer toda enfermedad, sino en la posibilidad que le es concedida a cada hombre de transformar la experiencia para hacer nacer en cada uno una criatura nueva, viviendo, así, un proceso dinámico de resurrección. De aquí brota la nueva calidad de vida que anima a la comunidad del Resucitado bajo la fuerza del Espíritu.
  • 65. 6. LA SALUD CONFIADA A LA COMUNIDAD ECLESIAL
  • 66. ¿Sigue siendo hoy día la salud un signo del Reino? La reflexión teológica se interroga sobre la relación entre Evangelio y salud, entre comunidad del Resucitado y cultura y praxis de la salud.
  • 67. La reflexión teológica acerca de la salud no pretende elaborar Teología de los milagros de curación, ni una nueva Teología de la salvación. Su objeto es la salud, la cual, aun no siendo el “resultado” de un milagro, puede seguir siendo signo y también mediación de salvación y experiencia salvífica.
  • 68. Podemos presentar dos directrices, sin desarrollarlas: 1.La salud confiada como don. 2. La salud confiada como misión.
  • 70. ¿Con qué lenguaje teológico la Iglesia explica la experiencia de la salud? Más concretamente: la salud como experiencia de fragilidad y plenitud, de limitaciones y posibilidades; la salud como experiencia de relación y apropiación de la corporeidad y, al mismo tiempo, de relación/alianza con los demás y con el mundo; la salud como experiencia de liberación y de plenitud, etc.
  • 71. La necesidad de profundizar el estudio de cada uno de los recursos saludables confiados a la comunidad eclesial, como, por ejemplo, los sacramentos. Se perfila la relación entre salud y salvación, entre salud y santidad.
  • 72. La reflexión teológica acerca de la salud contribuye a fundamentar de un modo nuevo la acción de la Iglesia en el mundo de la salud, recortando cada vez más el desfase entre ciencia médica y evangelización, y redescubriendo su aportación específica a la alianza en pro de la salud.
  • 73. Por último queda la inquietud planteada ya por Pablo VI en la Evangelii nuntiandi: ¿Que eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? (EN 4).