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100 AÑOS DE
PAULO FREIRE
RELATOS VISUALES
DE LA VIDA EN PANDEMIA
TRÍPTICO DE LA INFANCIA
EN ROSARIO
ENTREVISTA
MARIANO OBERLIN
QUITO MARIANI
BUSCADOR INCANSABLE
ALBERTO SILEONI
MOACIR GADOTTI
CARLA WAINSZTOK
RAÚL GUEVARA
PATRICIO BOLTON
>> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE
MIRANDO
A PAULO
>> Por Raúl Guevara (*)
Convocado a escribir
sobre Freire recordé mi
primer contacto marginal
con él, la impotencia para
por comprender a quién
decir cuando enunciaba,
>> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE
ALEGRÍA Y REFLEXIÓN
Mucha risa y charlas animadas. Revisá-
la ayuda de vecinos inesperados, la incor-
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unos mates, lo que salió bien, lo que no
salió, lo que se hizo mal. No sabíamos en-
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necesitábamos”. Sabíamos quiénes éra-
mos. El compromiso de cada uno nos em-
pujaba y hacía cierta nuestra pertenencia.
Charlábamos de nuestras simples vidas,
de nuestros trabajos temporarios du-
rante la semana, de los buenos y malos
patrones, del trabajo en blanco y de las
changas. De algún juicio laboral y, por su-
puesto, de los abogados que se vendían al
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nos había tocado y la íbamos a mejorar.
Los temas de la villa eran variados y se
apilaban unos sobre otros, como la vida
misma. Con naturalidad decíamos que
Negrito había recuperado la libertad; que
no se supo más de Julio Vasconcelos
después de aquel tiroteo con la Fede-
ral; de la muerte tempranera de Olguita
Ocampo,tan enfermayperdida en lapros-
titución que apenas le permitía comer. De
la pelea de Isabel con sus mellizos que
no aceptaban al nuevo padrastro. Del
próximo baile en La Tierrita, nuestra pista,
la que estaba en Villa Matienzo, frente a
CONCIENCIA EN ACCIÓN
Todos los sábados desde 1972 y durante
aquellos años de Primavera Democrática
que le siguieron, unos cuantos jóvenes,
en lugar de ir a jugar al fútbol, reorientá-
bamos nuestra recreación con el entu-
siasmo y la certeza de que transformar
el mundo estaba en nuestras manos.
Nos organizábamos en torno a la Capi-
lla Jesús Liberador, de aquella Iglesia de
la Pastoral de Villas de Emergencia, del
Movimiento de Sacerdotes para el Ter-
cer Mundo.
El cura reunía a los catequistas y algunos
otros de los que concurrían a las diversas
actividades religiosas durante la semana.
Charlábamos, intercambiábamos y pre-
parábamos la catequesis, las actividades
del sábado y la liturgia del domingo.
Éramos todos obreros, incluso el cura
peronista, Jorge Goñi, que engrasaba
ascensores con el padre Rodolfo Ri-
chiardelli del Bajo Flores. No todos ha-
cíamos lo mismo. Oscar Saavedra era el
santiagueña que informaba de las acti-
vidades desde unas bocinas instaladas
en la capilla. Sonaban todas las tardes,
de 18 a 19, con música de Viglietti, Zita-
rrosa, Quilapayún, Cocomarola, Ernesto
Montiel, y todas las zambas, chacareras
y polcas que los vecinos acercaban.
Irma Villalba se encargaba de tramitar
documentos a los migrantes argentinos
y de países vecinos indocumentados.
Con Ramón Gómez armábamos un Bo-
-
ba en la misma capilla.
Los sábados, a la mañana temprano, to-
mábamos unos mates, buscábamos las
herramientas y llevábamos los materia-
les hasta el lugar elegido.
Villa Dorrego era un barrial después de
cada lluvia. La oscuridad en los pasillos,
una emboscada. La falta de agua pota-
ble era un carga penosa para mujeres y
niños, que cada día acarreaban pesados
baldes desde las dos o tres canillas pú-
blicas disponibles.
En menos de un año terminamos de
construir todos los pasillos de la villa y
canaletas para que corrieran las aguas
servidas. Ya no se formaron pantanales.
Con los pocos recursos que podíamos
juntar alcanzamos a iluminar cada pasi-
llo precariamente, con cables añadidos.
La Nueva Comisión tramitó más presión
en Obras Sanitarias y cuando la consegui-
mos pudimos llevar agua a cada rancho.
Las letrinas comenzaron a tener inodoro.
A cada trabajo le seguía una reunión
con choripanes o salchichas hervidas, lo
que el bolsillo permitiera sin que a nadie
faltara. Cada uno se fue comprando su
propia Biblia Latinoamericana.
Dos veces al año hacíamos retiros es-
pirituales. Leíamos los documentos de
Medellín y la Teología de la Liberación.
Nadie llegaba tarde, ni renunciaba an-
tes de tiempo.
Consolidábamos
nuestra certeza de que
nadie podría hacerlo
solo: todos nos
compromiso de cada
>> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE
Mercedes Gimenez, tenía 25 años y esta-
ba embarazada de su octavo hijo. Vivía
en una casita de madera con techo de
chapas de cartón, como las del resto.
Desde allí nos veía. Ni bien nos escucha-
ba salía, imperativa, para encargarse de
que no metiéramos las herramientas su-
cias dentro de las piletas que las vecinas
utilizaban, cada día, para hacer vida so-
cial y lavar pañales.
Estábamos muy cansados, cuando vi-
mos llegar un grupo grande de jóvenes
entusiastas que, a todas luces, vivían
mucho mejor que nosotros. Entre ellos
destacaba un viejo de barba entrecana,
con un pantalón gastado, calzado con lo
que parecían borceguíes, con un gorro y
un saco gris desabrochando. Mientras
los visitantes miraban todo con asom-
bro, él lo hacía con cierta familiaridad.
El padre Jorge se sacudió el polvo del
cemento, se lavó apresuradamente los
brazos y la cara, mientras decía:
–¡Carajo!, me olvidé que venía don Paulo a
dar una charla ¿quieren venir?
Nos miramos, fatigados, le sonreímos lo
más amablemente que pudimos, pero el
cuerpo nos pedía algunos mates y tenía-
mos la molesta sensación de que estaría-
mos incómodos en nuestra propia casa.
Preferimos descansar y charlar sobre la
experiencia del día.
El viejo dio su charla mientras oscurecía.
Luego se fueron todos juntos, sin hablar
una palabra con nadie de Villa Dorrego.
Dos de los jóvenes que habían participa-
do se quedaron charlando con el cura: el
los despidió amablemente.
Nos contó, después, que tenían intencio-
nes de venir a “trabajar con nosotros”. Él,
gustoso, les dijo que serían muy bienveni-
dos. Que los esperaba el próximo sábado
a las ocho de la mañana con ropa de tra-
bajo para empezar.
Nunca volvieron. Cuando preguntamos
por ellos el cura nos explicó que ellos
solo querían “concientizarnos”. Nos daba
risa esa ocurrencia.
–Los invité para que ellos también ten-
gan la oportunidad de ascender hacia
el pueblo. Pero todavía están en una
etapa de conciencia alienada -dijo Jor-
ge, mordiéndose el labio y elevando
los ojos al cielo.
Como no supimos de qué hablaba segui-
mos connuestras risas: éltenía esas cosas.
NECESITAMOS
MAESTROS
En 1975 comencé el Magisterio, profeso-
rado de Nivel Primario de aquel tiempo.
Una profesora extravagante nos habló de
un pedagogo brasileño, Paulo Freire.
Al día siguiente le pregunté a Jorge:
–¿Quién era ese don Paulo que vino a dar
aquella charla?
– Paulo Freire ¿lo conocés?
– No. Apenas lo vi a la pasada aquella vez y
ahora nos hablaron de él, parece que anda de
país en país y que la CIA le pisa los talones.
¿Porquénohabló connosotros cuandovino?
– Una de dos: o ustedes no estaban prepa-
rados, o él no lo estaba –sentenció Jorge.
LA “PEDAGOGÍA
DEL OPRIMIDO”
Y LA IMPOSIBILIDAD
VILLERA
Ya en 1977, una nueva catequista, Inés, a
punto de egresar de su colegio de mon-
jas, me regaló su libro, que aún conservo,
Pedagogía del Oprimido.
En ese tiempo leía todo lo que llega-
ba a mis manos. No eran nuevos, para
mí, los conceptos de oprimido y de
opresor: toda mi vida habían estado
presentes. Incluso resultaba fácil esa
idea de educación bancaria, ya que era
la única que conocía.
Juro que lo intenté. Pero fue imposible
avanzar en la lectura de un texto lleno
de palabras que no estaban al alcance
de los modestos diccionarios a los que
podíamos acceder los villeros y que,
en las escuelas nocturnas a las que
asistíamos después de trabajar todo
el día, jamás escucharíamos: dialogi-
cidad, pragmático, significación con-
cientizadora, la antidialogicidad1
y la
dialogicidad como matrices de acción
cultural antagónicas…
¿Para quién escribiría Freire un texto in-
comprensible y carente de interés entre
los oprimidos? ¿Quería traernos concien-
cia a quienes sabíamos muy bien quie-
nes éramos y el lugar invisible en que la
sociedad nos había colocado?
Nosotros no teníamos dudas de que es-
tábamos al “fondo del abismo”. Para no-
sotros era (y es) imposible imaginar qué
habría “en la cima”.
la usina. De la excursión que haríamos a
el Once. De la colecta para el entierro de
Ricardo que había muerto apuñalado en
una pelea por polleras. De Titín, desapa-
se fue a la costa: su hermana nos había
contado que se pasó sábado y domingo
en el techo, sobre unas chapas de cinc,
para broncearse. Seguían los silencios o
las risas, que funcionaban como crítica.
Amasábamos valores compartidos: una
manera colectiva de mirar el mundo.
CONCIENCIA Y
REFLEXIÓN
-
viendas de autoconstrucción para lograr
propios terrenos del ferrocarril, un sueño
que nos resultaba posible. El Movimiento
Villero de Capital se reunía cada semana.
Esa militancia se sostenía en el compro-
miso político y social de nuestra fe. Nos
daban algún sustento Mateo 25 y Santia-
go o Pablo por aquello de la fe con obras.
Durante el primer año empezábamos a las
hervidos con un poco de aceite y seguía-
mos trabajando hasta las cinco de la tarde.
Un templado sábado de junio, en 1973, jus-
to antes del invierno, habíamos terminado
nuestra rústica albañilería. Nos refrescába-
mos en las piletas públicas que estaban al
costado de la capilla Jesús Liberador.
Cuando vi a Freire
como un oprimido,
un traicionado, un
desvirtuado, sentí el
profundo llamado de la
>> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE
Un libro que requería un diccionario a
cada paso no me tendría como lector.
Desde ese tiempo, y por más de 20 años,
me resistí a leerlo.
¿POR QUÉ EMPEZAR
POR AQUÍ?
Al presentar mi contexto de origen y la
-
riencia, espero poder explicar mi descon-
-
sible, sino con los que habían pretendido
traernos su conciencia de libro, con la pa-
labra antes que con la acción.
Busco poner en tensión, dando un rodeo,
las buenas intenciones de los muchos
que se dicen freireanos y poner en diálo-
go aquella acción de Freire, turista invo-
luntario, en una “favela porteña”, en que
los villeros éramos el decorado.
Después de mi militancia en la Villa, y la
expulsión violenta que sufrimos en la dic-
tadura, todos quedamos dispersos y con
diferentes grados de compromiso con
nuestra clase de origen.
Me dediqué a la docencia, convencido de
que era posible transformar la sociedad
trabajando siempre allí, donde otros no qui-
sieranir,con losque,por diferentesrazones
tareaenlasescuelascreadasparareprodu-
cir un contenido que nunca nos tiene como
protagonistas. Entendí que necesitamos
maestroscapacesde resistirculturalmente
a la formación que recibimos, poniendo en
duda todos los contenidos y las prácticas
formativas de las instituciones acreditado-
ras del saber experto de la enseñanza.
PAULO DEPOSITADO
A PLAZO FIJO
No me alcanzó el Magisterio y fui a la
universidad, convencido de que había
que formar más maestros. Y ahí estaba,
una vez más, Paulo Freire. Él con la mis-
ma posición y nuevos textos. Yo con la
misma mirada y más vocabulario.
Durante esos años se había convertido
en un pedagogo destacado e ineludible
en el ámbito de la educación. Así fue
como, antes de volver a intentar leerlo,
consumí una indigesta ensalada de tex-
tos de autores varios, ilustrados, progre-
sistas, retrógrados y hasta revoluciona-
rios. Cuando vi que la mayoría de esos
escritos no provenían de gente compro-
metida con el hacer empecé a llamarlos,
para mí, “las viudas de Freire”.
¡Qué decepción! Las cátedras lo presen-
taban con una concepción bancaria. ¡Ha-
bía que memorizar algunos conceptos
para responder un test de opción múlti-
ple sobre la dialecticidad de la concien-
tización! El pensamiento crítico vaciado,
sometido a un ejercicio de verdadero o
falso, una respuesta casi mágica para es-
tudiantes carentes de interés.
Muchos de los pedagogos “freireanos”
que investigué pertenecían a un reino pa-
triarcal blanco euroccidental, clasemedie-
ro. Generalmente no escribían mujeres, ni
negros, ni árabes, ni orientales, ni origina-
rios de América. La mayoría se desenvol-
vían en los ámbitos universitarios exclusi-
vamente y así delataban su condición de
clase. Aunque pretendían tomar la pers-
pectiva del oprimido, ellos no lo eran.
Por otro lado, en las primeras dos dé-
asombro, que muchos educadores po-
pulares comprometidos, se referencian
con Freire. Muchos de ellos lo han leído
fragmentariamente. Estos pretenden una
conciencia crítica en la que el contenido
puede estar ausente o “se profundiza a
demanda”. En ciertos casos asumen que
lo popular no necesita ser de “calidad” ya
que se busca garantizar, aunque precaria-
mente, un derecho vulnerado: el de una
Y VOLVÍ A LAS FUENTES
Entonces sí. Cuando vi a Freire como
un oprimido, un traicionado, un desvir-
tuado, sentí el profundo llamado de la
solidaridad militante. Él había pagado
con el cuero, tempranamente, como
profeta de la liberación y su mirada crí-
tica sobre los opresores. Pero el exilio,
y el desarraigo constante que supone,
estaba más acá de lo que el sistema le
tenía preparado.
Cuando retome su Pedagogía del Opri-
mido me sorprendió que Freire hubiera
previsto que habría gente que no leería
su libro y que lo descartaría en las pri-
meras páginas.
(…) “Habrá muchos que no ultrapasarán, tal
vez, las primeras páginas. Unos, por consi-
derar nuestra posición frente al problema
de la liberación de los hombres como una
posición más, de carácter idealista, cuando
no un verbalismo reaccionario. (…) Otros
por no querer o no poder aceptar las críti-
cas y la denuncia de la situación opresora
Entre ellos no previó terceras opciones,
gente que tuviera mis razones.
Al escribir sus “otras pedagogías2
”, quizás
sin quererlo, instaló una tendencia en la
-
gías, vacías, reiterativas, rimbombantes,
de títulos integrantes, marketineros, que
cada vez critican menos y callan más.
LA EDUCACIÓN
BANCARIA TRIUNFANTE
Las profundas críticas a la institución es-
colar permitieron a los Estados, desde la
década de los 90, reformular las políticas
de mercantilización educativa y adoptar
una terminología engañosa, en aparien-
cia progresista, que solo contribuye a
consolidar y perpetuar el sometimiento
de las clases populares a la vez que tran-
quiliza las conciencias de los sectores
más acomodados de la sociedad. Las
nuevas funciones, complementarias, que
-
rá, buscan neutralizar las demandas de
los oprimidos. Disfraza la obligatoriedad
de escolaridad de quienes no son ciuda-
danos plenos: lo hacen asumiendo que
es obligación del Estado prestar el servi-
cio de instrucción gratuita.
Los Estados de Latinoamérica utilizan re-
cursos económicos y personas para em-
parchar la sociedad que ha perfeccionado
sus mecanismos de exclusión y opresión,
garantizando la transmisión y reproduc-
ción de inequitativas condiciones socia-
les. De ese modo, aplastan toda resisten-
cia mediante una pertinaz acción cultural,
que busca ganar consensos y, si eso falla,
recurren a la represión lisa y llana.
1. Mientras escribía descubrí que tampoco están,
aún, en el diccionario del procesador de texto.
2. De la Investigación, De la Esperanza, De la
Autonomía, De la Indignación, De la Pregunta.
>> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE
LOS SEGUIDORES
Tanto la confrontación como el debate
teórico que han dado muchos de sus se-
guidores, sus compañeros de ruta duran-
te casi medio siglo, han sido derrotados
y acallados.
Ya no proponen una lucha revolucionaria
de transformación desde las aulas, sino
alguna esperanza menor, de acciones in-
dividuales inconexas, “progresistas”, que,
eventualmente, quizás, podrían llevar a
luchas colectivas.
Convirtieron la conciencia en un conteni-
do a adquirir. Reemplazaron las vísceras
y el corazón de quien se indigna, por la
racionalidad de la cátedra universitaria.
Estos muchos, no representan ningún pe-
ligro para el statu quo. Sus trabajos pue-
den leerse como curiosidades a la par de
otras perspectivas de signo contrario.
Sus continuadores parecen contentarse,
después de capitular. Encontraron una
salida que les parece honrosa: la inclu-
caldero que continúa en ebullición.
La vieja escuela les ofrece, después de
maquillarse, una palmada en la espalda
con el placebo de la contención y la asis-
tencialidad del Estado.
El neoliberalismo en las escuelas fue
sólidamente desacreditado por quienes
nos seguimos reconociendo educado-
res críticos. Pero sus thinks tanks han
sabido aprender de esas críticas y se
reinventaron, para dejarnos atrapados
en una telaraña llena de contradiccio-
nes que van desde el home schooling,
-
lización de estudios (FINES), escuelas
de gestión social hasta los bachillera-
tos populares. Por suerte, en todo, hay
honrosas excepciones.
TODAS LAS VOCES,
TODOS LOS FLYERS
Escribir en 2021 sobre Paulo Freire y la
pedagogía crítica parece un ejercicio nos-
tálgico de opositores políticos y pedagó-
gicos derrotados por el neoliberalismo.
Él es, entre los pedagogos críticos, proba-
blemente, el más referenciado y menos
leído en el ámbito de la docencia progre-
sista. El grueso del Magisterio descono-
ce sus propuestas pedagógicas.
Sus textos están en un estante, con
otros textos. Se los consulta en cual-
quier orden, y sin relación de unos con
otros, vaciados de contexto. Memo-
rizándolo para un examen, como una
voz más en un concierto de voces de
pedagogos de igual importancia. Un
nuevo ícono que se convierte en re-
mera, en nombre de instituciones edu-
cativas que jamás sabrán quién fue o
nunca intentarán llevar a la práctica lo
que pregonaba.
No hay día que no aparezca en las redes
sociales alguna foto suya, con una frase
(sin fuente) que se le atribuye a él. Su
cara, en la ancianidad, es más conocida
que su obra. Se contribuye así, de mane-
ra ingenua, a vaciar de contenido al pen-
sador, al educador incansable.
SIN EMBARGO
Hay viejos educadores populares que
siguen levantando las banderas desga-
rradas y nuevas camadas de educadores
con banderas parecidas que se van su-
mando, aún con el sabor de las derrotas
precedentes. Todavía queremos ser al-
ternativa y poner lo mejor que tenemos:
compromiso, empeño y trabajo desinte-
resado por un mundo mejor que adivina-
mos en el horizonte.
Y Freire me sigue interpelando. Sigo
encolumnándome con la luminosa uto-
pía de saber que podrán, los oprimidos,
enunciar una Pedagogía propia. En la
certeza de que no han terminado nues-
tras luchas. | |
(*) Raúl Guevara:
Profesor titular de la
cátedra de Historia de la
Educación en la Facultad
de Ciencias Sociales
(UNLZ), de la cátedra
de Didáctica de la
Enseñanza de la Historia,
en el nivel superior, y
en la Licenciatura en
Historia con Orientación a
Historia Latinoamericana
Contemporánea (UNDAV).
No hay día que no
aparezca en las redes
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cara es más conocida
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De Villa Dorrego al Flyer. MIRANDO A PAULO

  • 1. Se gu n da e t apa / A ñ o 8 / N °2 3 / A go st o 20 2 1 100 AÑOS DE PAULO FREIRE RELATOS VISUALES DE LA VIDA EN PANDEMIA TRÍPTICO DE LA INFANCIA EN ROSARIO ENTREVISTA MARIANO OBERLIN QUITO MARIANI BUSCADOR INCANSABLE ALBERTO SILEONI MOACIR GADOTTI CARLA WAINSZTOK RAÚL GUEVARA PATRICIO BOLTON
  • 2. >> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE MIRANDO A PAULO >> Por Raúl Guevara (*) Convocado a escribir sobre Freire recordé mi primer contacto marginal con él, la impotencia para por comprender a quién decir cuando enunciaba,
  • 3. >> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE ALEGRÍA Y REFLEXIÓN Mucha risa y charlas animadas. Revisá- la ayuda de vecinos inesperados, la incor- poración de otro joven, la doña que cebó unos mates, lo que salió bien, lo que no salió, lo que se hizo mal. No sabíamos en- tonces que eso era evaluarnos, mientras consolidábamos nuestras certezas de que “nadie podría hacerlo solo: todos nos necesitábamos”. Sabíamos quiénes éra- mos. El compromiso de cada uno nos em- pujaba y hacía cierta nuestra pertenencia. Charlábamos de nuestras simples vidas, de nuestros trabajos temporarios du- rante la semana, de los buenos y malos patrones, del trabajo en blanco y de las changas. De algún juicio laboral y, por su- puesto, de los abogados que se vendían al patrón. No había lamentos, era la vida que nos había tocado y la íbamos a mejorar. Los temas de la villa eran variados y se apilaban unos sobre otros, como la vida misma. Con naturalidad decíamos que Negrito había recuperado la libertad; que no se supo más de Julio Vasconcelos después de aquel tiroteo con la Fede- ral; de la muerte tempranera de Olguita Ocampo,tan enfermayperdida en lapros- titución que apenas le permitía comer. De la pelea de Isabel con sus mellizos que no aceptaban al nuevo padrastro. Del próximo baile en La Tierrita, nuestra pista, la que estaba en Villa Matienzo, frente a CONCIENCIA EN ACCIÓN Todos los sábados desde 1972 y durante aquellos años de Primavera Democrática que le siguieron, unos cuantos jóvenes, en lugar de ir a jugar al fútbol, reorientá- bamos nuestra recreación con el entu- siasmo y la certeza de que transformar el mundo estaba en nuestras manos. Nos organizábamos en torno a la Capi- lla Jesús Liberador, de aquella Iglesia de la Pastoral de Villas de Emergencia, del Movimiento de Sacerdotes para el Ter- cer Mundo. El cura reunía a los catequistas y algunos otros de los que concurrían a las diversas actividades religiosas durante la semana. Charlábamos, intercambiábamos y pre- parábamos la catequesis, las actividades del sábado y la liturgia del domingo. Éramos todos obreros, incluso el cura peronista, Jorge Goñi, que engrasaba ascensores con el padre Rodolfo Ri- chiardelli del Bajo Flores. No todos ha- cíamos lo mismo. Oscar Saavedra era el santiagueña que informaba de las acti- vidades desde unas bocinas instaladas en la capilla. Sonaban todas las tardes, de 18 a 19, con música de Viglietti, Zita- rrosa, Quilapayún, Cocomarola, Ernesto Montiel, y todas las zambas, chacareras y polcas que los vecinos acercaban. Irma Villalba se encargaba de tramitar documentos a los migrantes argentinos y de países vecinos indocumentados. Con Ramón Gómez armábamos un Bo- - ba en la misma capilla. Los sábados, a la mañana temprano, to- mábamos unos mates, buscábamos las herramientas y llevábamos los materia- les hasta el lugar elegido. Villa Dorrego era un barrial después de cada lluvia. La oscuridad en los pasillos, una emboscada. La falta de agua pota- ble era un carga penosa para mujeres y niños, que cada día acarreaban pesados baldes desde las dos o tres canillas pú- blicas disponibles. En menos de un año terminamos de construir todos los pasillos de la villa y canaletas para que corrieran las aguas servidas. Ya no se formaron pantanales. Con los pocos recursos que podíamos juntar alcanzamos a iluminar cada pasi- llo precariamente, con cables añadidos. La Nueva Comisión tramitó más presión en Obras Sanitarias y cuando la consegui- mos pudimos llevar agua a cada rancho. Las letrinas comenzaron a tener inodoro. A cada trabajo le seguía una reunión con choripanes o salchichas hervidas, lo que el bolsillo permitiera sin que a nadie faltara. Cada uno se fue comprando su propia Biblia Latinoamericana. Dos veces al año hacíamos retiros es- pirituales. Leíamos los documentos de Medellín y la Teología de la Liberación. Nadie llegaba tarde, ni renunciaba an- tes de tiempo. Consolidábamos nuestra certeza de que nadie podría hacerlo solo: todos nos compromiso de cada
  • 4. >> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE Mercedes Gimenez, tenía 25 años y esta- ba embarazada de su octavo hijo. Vivía en una casita de madera con techo de chapas de cartón, como las del resto. Desde allí nos veía. Ni bien nos escucha- ba salía, imperativa, para encargarse de que no metiéramos las herramientas su- cias dentro de las piletas que las vecinas utilizaban, cada día, para hacer vida so- cial y lavar pañales. Estábamos muy cansados, cuando vi- mos llegar un grupo grande de jóvenes entusiastas que, a todas luces, vivían mucho mejor que nosotros. Entre ellos destacaba un viejo de barba entrecana, con un pantalón gastado, calzado con lo que parecían borceguíes, con un gorro y un saco gris desabrochando. Mientras los visitantes miraban todo con asom- bro, él lo hacía con cierta familiaridad. El padre Jorge se sacudió el polvo del cemento, se lavó apresuradamente los brazos y la cara, mientras decía: –¡Carajo!, me olvidé que venía don Paulo a dar una charla ¿quieren venir? Nos miramos, fatigados, le sonreímos lo más amablemente que pudimos, pero el cuerpo nos pedía algunos mates y tenía- mos la molesta sensación de que estaría- mos incómodos en nuestra propia casa. Preferimos descansar y charlar sobre la experiencia del día. El viejo dio su charla mientras oscurecía. Luego se fueron todos juntos, sin hablar una palabra con nadie de Villa Dorrego. Dos de los jóvenes que habían participa- do se quedaron charlando con el cura: el los despidió amablemente. Nos contó, después, que tenían intencio- nes de venir a “trabajar con nosotros”. Él, gustoso, les dijo que serían muy bienveni- dos. Que los esperaba el próximo sábado a las ocho de la mañana con ropa de tra- bajo para empezar. Nunca volvieron. Cuando preguntamos por ellos el cura nos explicó que ellos solo querían “concientizarnos”. Nos daba risa esa ocurrencia. –Los invité para que ellos también ten- gan la oportunidad de ascender hacia el pueblo. Pero todavía están en una etapa de conciencia alienada -dijo Jor- ge, mordiéndose el labio y elevando los ojos al cielo. Como no supimos de qué hablaba segui- mos connuestras risas: éltenía esas cosas. NECESITAMOS MAESTROS En 1975 comencé el Magisterio, profeso- rado de Nivel Primario de aquel tiempo. Una profesora extravagante nos habló de un pedagogo brasileño, Paulo Freire. Al día siguiente le pregunté a Jorge: –¿Quién era ese don Paulo que vino a dar aquella charla? – Paulo Freire ¿lo conocés? – No. Apenas lo vi a la pasada aquella vez y ahora nos hablaron de él, parece que anda de país en país y que la CIA le pisa los talones. ¿Porquénohabló connosotros cuandovino? – Una de dos: o ustedes no estaban prepa- rados, o él no lo estaba –sentenció Jorge. LA “PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO” Y LA IMPOSIBILIDAD VILLERA Ya en 1977, una nueva catequista, Inés, a punto de egresar de su colegio de mon- jas, me regaló su libro, que aún conservo, Pedagogía del Oprimido. En ese tiempo leía todo lo que llega- ba a mis manos. No eran nuevos, para mí, los conceptos de oprimido y de opresor: toda mi vida habían estado presentes. Incluso resultaba fácil esa idea de educación bancaria, ya que era la única que conocía. Juro que lo intenté. Pero fue imposible avanzar en la lectura de un texto lleno de palabras que no estaban al alcance de los modestos diccionarios a los que podíamos acceder los villeros y que, en las escuelas nocturnas a las que asistíamos después de trabajar todo el día, jamás escucharíamos: dialogi- cidad, pragmático, significación con- cientizadora, la antidialogicidad1 y la dialogicidad como matrices de acción cultural antagónicas… ¿Para quién escribiría Freire un texto in- comprensible y carente de interés entre los oprimidos? ¿Quería traernos concien- cia a quienes sabíamos muy bien quie- nes éramos y el lugar invisible en que la sociedad nos había colocado? Nosotros no teníamos dudas de que es- tábamos al “fondo del abismo”. Para no- sotros era (y es) imposible imaginar qué habría “en la cima”. la usina. De la excursión que haríamos a el Once. De la colecta para el entierro de Ricardo que había muerto apuñalado en una pelea por polleras. De Titín, desapa- se fue a la costa: su hermana nos había contado que se pasó sábado y domingo en el techo, sobre unas chapas de cinc, para broncearse. Seguían los silencios o las risas, que funcionaban como crítica. Amasábamos valores compartidos: una manera colectiva de mirar el mundo. CONCIENCIA Y REFLEXIÓN - viendas de autoconstrucción para lograr propios terrenos del ferrocarril, un sueño que nos resultaba posible. El Movimiento Villero de Capital se reunía cada semana. Esa militancia se sostenía en el compro- miso político y social de nuestra fe. Nos daban algún sustento Mateo 25 y Santia- go o Pablo por aquello de la fe con obras. Durante el primer año empezábamos a las hervidos con un poco de aceite y seguía- mos trabajando hasta las cinco de la tarde. Un templado sábado de junio, en 1973, jus- to antes del invierno, habíamos terminado nuestra rústica albañilería. Nos refrescába- mos en las piletas públicas que estaban al costado de la capilla Jesús Liberador. Cuando vi a Freire como un oprimido, un traicionado, un desvirtuado, sentí el profundo llamado de la
  • 5. >> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE Un libro que requería un diccionario a cada paso no me tendría como lector. Desde ese tiempo, y por más de 20 años, me resistí a leerlo. ¿POR QUÉ EMPEZAR POR AQUÍ? Al presentar mi contexto de origen y la - riencia, espero poder explicar mi descon- - sible, sino con los que habían pretendido traernos su conciencia de libro, con la pa- labra antes que con la acción. Busco poner en tensión, dando un rodeo, las buenas intenciones de los muchos que se dicen freireanos y poner en diálo- go aquella acción de Freire, turista invo- luntario, en una “favela porteña”, en que los villeros éramos el decorado. Después de mi militancia en la Villa, y la expulsión violenta que sufrimos en la dic- tadura, todos quedamos dispersos y con diferentes grados de compromiso con nuestra clase de origen. Me dediqué a la docencia, convencido de que era posible transformar la sociedad trabajando siempre allí, donde otros no qui- sieranir,con losque,por diferentesrazones tareaenlasescuelascreadasparareprodu- cir un contenido que nunca nos tiene como protagonistas. Entendí que necesitamos maestroscapacesde resistirculturalmente a la formación que recibimos, poniendo en duda todos los contenidos y las prácticas formativas de las instituciones acreditado- ras del saber experto de la enseñanza. PAULO DEPOSITADO A PLAZO FIJO No me alcanzó el Magisterio y fui a la universidad, convencido de que había que formar más maestros. Y ahí estaba, una vez más, Paulo Freire. Él con la mis- ma posición y nuevos textos. Yo con la misma mirada y más vocabulario. Durante esos años se había convertido en un pedagogo destacado e ineludible en el ámbito de la educación. Así fue como, antes de volver a intentar leerlo, consumí una indigesta ensalada de tex- tos de autores varios, ilustrados, progre- sistas, retrógrados y hasta revoluciona- rios. Cuando vi que la mayoría de esos escritos no provenían de gente compro- metida con el hacer empecé a llamarlos, para mí, “las viudas de Freire”. ¡Qué decepción! Las cátedras lo presen- taban con una concepción bancaria. ¡Ha- bía que memorizar algunos conceptos para responder un test de opción múlti- ple sobre la dialecticidad de la concien- tización! El pensamiento crítico vaciado, sometido a un ejercicio de verdadero o falso, una respuesta casi mágica para es- tudiantes carentes de interés. Muchos de los pedagogos “freireanos” que investigué pertenecían a un reino pa- triarcal blanco euroccidental, clasemedie- ro. Generalmente no escribían mujeres, ni negros, ni árabes, ni orientales, ni origina- rios de América. La mayoría se desenvol- vían en los ámbitos universitarios exclusi- vamente y así delataban su condición de clase. Aunque pretendían tomar la pers- pectiva del oprimido, ellos no lo eran. Por otro lado, en las primeras dos dé- asombro, que muchos educadores po- pulares comprometidos, se referencian con Freire. Muchos de ellos lo han leído fragmentariamente. Estos pretenden una conciencia crítica en la que el contenido puede estar ausente o “se profundiza a demanda”. En ciertos casos asumen que lo popular no necesita ser de “calidad” ya que se busca garantizar, aunque precaria- mente, un derecho vulnerado: el de una Y VOLVÍ A LAS FUENTES Entonces sí. Cuando vi a Freire como un oprimido, un traicionado, un desvir- tuado, sentí el profundo llamado de la solidaridad militante. Él había pagado con el cuero, tempranamente, como profeta de la liberación y su mirada crí- tica sobre los opresores. Pero el exilio, y el desarraigo constante que supone, estaba más acá de lo que el sistema le tenía preparado. Cuando retome su Pedagogía del Opri- mido me sorprendió que Freire hubiera previsto que habría gente que no leería su libro y que lo descartaría en las pri- meras páginas. (…) “Habrá muchos que no ultrapasarán, tal vez, las primeras páginas. Unos, por consi- derar nuestra posición frente al problema de la liberación de los hombres como una posición más, de carácter idealista, cuando no un verbalismo reaccionario. (…) Otros por no querer o no poder aceptar las críti- cas y la denuncia de la situación opresora Entre ellos no previó terceras opciones, gente que tuviera mis razones. Al escribir sus “otras pedagogías2 ”, quizás sin quererlo, instaló una tendencia en la - gías, vacías, reiterativas, rimbombantes, de títulos integrantes, marketineros, que cada vez critican menos y callan más. LA EDUCACIÓN BANCARIA TRIUNFANTE Las profundas críticas a la institución es- colar permitieron a los Estados, desde la década de los 90, reformular las políticas de mercantilización educativa y adoptar una terminología engañosa, en aparien- cia progresista, que solo contribuye a consolidar y perpetuar el sometimiento de las clases populares a la vez que tran- quiliza las conciencias de los sectores más acomodados de la sociedad. Las nuevas funciones, complementarias, que - rá, buscan neutralizar las demandas de los oprimidos. Disfraza la obligatoriedad de escolaridad de quienes no son ciuda- danos plenos: lo hacen asumiendo que es obligación del Estado prestar el servi- cio de instrucción gratuita. Los Estados de Latinoamérica utilizan re- cursos económicos y personas para em- parchar la sociedad que ha perfeccionado sus mecanismos de exclusión y opresión, garantizando la transmisión y reproduc- ción de inequitativas condiciones socia- les. De ese modo, aplastan toda resisten- cia mediante una pertinaz acción cultural, que busca ganar consensos y, si eso falla, recurren a la represión lisa y llana. 1. Mientras escribía descubrí que tampoco están, aún, en el diccionario del procesador de texto. 2. De la Investigación, De la Esperanza, De la Autonomía, De la Indignación, De la Pregunta.
  • 6. >> 100 AÑOS DE PAULO FREIRE LOS SEGUIDORES Tanto la confrontación como el debate teórico que han dado muchos de sus se- guidores, sus compañeros de ruta duran- te casi medio siglo, han sido derrotados y acallados. Ya no proponen una lucha revolucionaria de transformación desde las aulas, sino alguna esperanza menor, de acciones in- dividuales inconexas, “progresistas”, que, eventualmente, quizás, podrían llevar a luchas colectivas. Convirtieron la conciencia en un conteni- do a adquirir. Reemplazaron las vísceras y el corazón de quien se indigna, por la racionalidad de la cátedra universitaria. Estos muchos, no representan ningún pe- ligro para el statu quo. Sus trabajos pue- den leerse como curiosidades a la par de otras perspectivas de signo contrario. Sus continuadores parecen contentarse, después de capitular. Encontraron una salida que les parece honrosa: la inclu- caldero que continúa en ebullición. La vieja escuela les ofrece, después de maquillarse, una palmada en la espalda con el placebo de la contención y la asis- tencialidad del Estado. El neoliberalismo en las escuelas fue sólidamente desacreditado por quienes nos seguimos reconociendo educado- res críticos. Pero sus thinks tanks han sabido aprender de esas críticas y se reinventaron, para dejarnos atrapados en una telaraña llena de contradiccio- nes que van desde el home schooling, - lización de estudios (FINES), escuelas de gestión social hasta los bachillera- tos populares. Por suerte, en todo, hay honrosas excepciones. TODAS LAS VOCES, TODOS LOS FLYERS Escribir en 2021 sobre Paulo Freire y la pedagogía crítica parece un ejercicio nos- tálgico de opositores políticos y pedagó- gicos derrotados por el neoliberalismo. Él es, entre los pedagogos críticos, proba- blemente, el más referenciado y menos leído en el ámbito de la docencia progre- sista. El grueso del Magisterio descono- ce sus propuestas pedagógicas. Sus textos están en un estante, con otros textos. Se los consulta en cual- quier orden, y sin relación de unos con otros, vaciados de contexto. Memo- rizándolo para un examen, como una voz más en un concierto de voces de pedagogos de igual importancia. Un nuevo ícono que se convierte en re- mera, en nombre de instituciones edu- cativas que jamás sabrán quién fue o nunca intentarán llevar a la práctica lo que pregonaba. No hay día que no aparezca en las redes sociales alguna foto suya, con una frase (sin fuente) que se le atribuye a él. Su cara, en la ancianidad, es más conocida que su obra. Se contribuye así, de mane- ra ingenua, a vaciar de contenido al pen- sador, al educador incansable. SIN EMBARGO Hay viejos educadores populares que siguen levantando las banderas desga- rradas y nuevas camadas de educadores con banderas parecidas que se van su- mando, aún con el sabor de las derrotas precedentes. Todavía queremos ser al- ternativa y poner lo mejor que tenemos: compromiso, empeño y trabajo desinte- resado por un mundo mejor que adivina- mos en el horizonte. Y Freire me sigue interpelando. Sigo encolumnándome con la luminosa uto- pía de saber que podrán, los oprimidos, enunciar una Pedagogía propia. En la certeza de que no han terminado nues- tras luchas. | | (*) Raúl Guevara: Profesor titular de la cátedra de Historia de la Educación en la Facultad de Ciencias Sociales (UNLZ), de la cátedra de Didáctica de la Enseñanza de la Historia, en el nivel superior, y en la Licenciatura en Historia con Orientación a Historia Latinoamericana Contemporánea (UNDAV). No hay día que no aparezca en las redes sociales alguna foto cara es más conocida contribuye, de manera ingenua, a vaciar de