Clasificaciones, modalidades y tendencias de investigación educativa.
Peregrinar
1. Peregrinar
Y sí que me postulé para ser concejal. En este territorio mío que me conoció desde que me crié
Antes, cuando estudié en el bachillerato y pregrado sociología, no me llamaba, para nada, la
atención, en lo que coloquialmente, la política. Contaba mi madre que,” cuando era joven, conoció
muchas amarguras ante los muertos y muertas en ese cambalache de vida que nos tocó vivir.
Rojos y azules. Para nosotros esos era los colores. No había otros”. Desde Santander y Bolívar.” Por
mi cuenta me di a la tarea de seguirle la puntica del hilo, para aprender a discernir. En la
escuelita y en el colegio, la historia patria nos fue contada por sujetos que habían sido preparados
para esconder las verdades. No era culpa de ellos y ellas, es cierto. Pero a fe que lo hacía muy
bien. Lo que llaman al pie de la letra. Nos filtraban verdades que no eran verdades. Que el
Generalísimo Santander, llevaba las riendas para hacer las leyes. Que Simón Bolívar fue un héroe
absoluto y que merecía todos los oropeles que pudiese cargar. Según nuestros maestros y nuestras
maestras, Policarpa Salavarrieta no fue heroína. Casi que dicen que era un insumo más. Que lo
suyo era pura logística. En general, las mujeres, solo eran personas de segunda categoría. Y así lo
plasmaron en esa hediondez de texto de historia. O el Catecismo del Padre Astete. Toda una
aureola perversa para reafirmar al catolicismo como religión oficial.
Mi papá Egnosodin me enseñó, desde muy temprano, a cantar el tango se Agustín Magaldi “Dios
te Salve mi Hijo”, Y lo entonaba en la escuelita cuando estaba cursando tercero de primaria. Mi
papá había nacido en el municipio de El Bagre en Antioquia. Estuvo, desde muy niño, trabajando
para un señor de nombre Arturo Borrero. En eso que llaman oficios varios. Incluido el de vigilar su
casa, situada en el perímetro urbano. Se casaron, mi mamá y él, cuando ambos tenían dieciséis
años. Después de soportar el asedio del papá de mi mamá, por cuanto Egnosodin preñó a
Nicolasa. Había sucedido, entre los dos, una relación de pura pasión; muy bella por cierto, por lo
que supe. Yo nací, como consecuencia de esa preñez. Después de mucho tiempo, cuando yo tenía
diez años, empecé a vibrar con lo que me iban contando los otros niños. Uno de mis amigos, de
nombre Rolando Vaca, me contó, en uno de esos días que uno dice, puede pasar como anodinos,
que su mamá y su papá había sido muertos tres años atrás. Sucedió que un grupo de hombres
armados, habían sitiado la casita en la finca. Los hicieron salir. Y, en el plenosol de junio los
fusilaron contra la pared. Rolando quedó solo. Después de un mes de estar andando por ahí, sin
rumbo, fue acogido por la familia Amazará, compuesta por don Eliseo, doña Belarmina y el hijo de
estos, de nombre Aureliano.
Entre tanto, conforme iban pasando los días, meses y años, me fui enterando de otras tropelías
ejercidas contra casi todas las familias. Los agresores se hacían llamar “Ejército Anti Comunista del
Nordeste”. Mi familia y yo tuvimos que abandonar el territorio que tanto amábamos. La situación se
tornó muy agria. Dejamos todo. Mi papá solo tenía cuatro mil pesos producto de la venta de varias
herramientas para la agricultura que le habían sido cedidas por don Arturo Borrero, como pago por
sus servicios.
Llegamos el cuatro de agosto de 1965, al municipio de Yarumal. Allí estuvimos, durante dos meses,
en casa de la familia Monsalve. Don Héctor, el jefe de familia, como se decía antes, había conocido
a un primo de mamá Nicolasa, cuando estuvieron trabajando juntos en el municipio de Turbo. Nos
hicimos, pues, a un cuartico y podíamos transitar por toda la casa y la finquita en la cual don
Héctor y su familia tenía seis vaquitas lecheras.
Un día cualquiera, martes por más señas, llegó a la casa un señor de nombre Ruperto Balasanián.
Era tío de doña Georgina, la esposa de don Héctor. Hablaron por mucho tiempo los tres mayores.
Nunca he podido saber el tema. Lo cierto es que mi papá viajó con don Balasanián con rumbo
desconocido. Mi mamá y yo quedamos con la señora Georgina. Se consolidó, con el paso de los
años, una amistad muy bonita. La señora Georgina tampoco supo lo que pasó. Y, don Héctor,
siguió sus labores; a pesar de sentirse muy preocupado. Esto lo leí en sus ojos.
2. Hoy, en este tiempo que sigue siendo muy amargo para todos y todas, recuerdo como me hice
sociólogo. Para mí es importante este hecho, ya que me posicioné muy bien en Medellín y Yarumal.
Me separé de mi familia putativa y de mi mamá, para desplazarme a Medellín. Allí vivía un cuñado
de doña Georgina. Ella me relacionó con don Euclides y con su esposa, doña Lorencita. Empecé mi
bachillerato en el Liceo Marco Fidel Suárez. Los fines de semana le ayudaba a don Euclides en la
cobrando de créditos. Tenía, él, un negocito de mercancías ofrecidas en el comercio casa a casa.
Vendía con el 5% de cuota inicial. Lo de más en pagos semanales.
Terminé el bachillerato e inicié la carrera en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. A
pesar de ser una universidad privada, me gané una beca concedida en cesión. Don Romualdo
Espinosa, hermano de la mamá de doña Lorencita. Algo así como entender que este señor
Romualdo era sacristán en la Iglesia Divina Providencia, en el municipio de Abejorral, en Antioquia.
El párroco de dicha iglesia conoció de mi vocación por la solidaridad con lo0s y las demás. Tramitó
la beca con el señor rector.
Durante toda la campaña proselitista, tuve muchos inconvenientes Dos fundamentalmente. Las
querellas insinuadas por los otros candidatos. Y, la falta de dinero y padrinos políticos. Yo veía
como se compraban votos. Y como le hablaban de mi a los sufragantes. Diciéndoles que yo un
subversivo. Todo como consecuencia de mi liderazgo en diferentes obras sociales en Medellín y en
Yarumal.
Conocí, en el entretanto, a varios sacerdotes animadores de la opción política de Camilo Torres
Restrepo. También, más de cerca, a Vicente Mejía, quien trabajaba con las personas que se
ganaban la vida con el reciclaje en el basurero de Moravia. Tenía su asiento, en el barrio Caribe. El
día de las elecciones fue, para mí, un día de mucha congoja. El sábado anterior, mi mamá y yo,
recibimos la noticia de la muerte violenta de mi papá, en el municipio de Liborina. Tal parece que
se trató de una riña callejera. A Egnosodin le habían robado el plante del negocio de venta de
frutas. El ejercía como intermediario. Quienes lo mataron, lo esperaron en la noche, cuando iba a la
casita que había alquilado. Todo por cuenta del hecho que mi papá los había denunciado.
Fui elegido como concejal. De una lista promovida por Don Rosendo Natagaima, liberal que se
había hecho militante del MRL, liderado por Alfonso López Michelsen. Empecé mi nuevo trabajo,
con la pasión que siempre me ha distinguido para enfrentar retos y superarlos.
Este día, estando en la puerta de la alcaldía de Yarumal, departiendo con ex compañeros del Liceo,
se nos acercó un hombre, con la ruana terciada, de tal manera que le tapaba la mitad de su cara;
sacó su revólver y nos atacó a todos. Así, terminó mi vida. Mi última memoria fue para mí más y
para doña Georgina.