1. 26 de enero del 2022.
Soledad, Atlántico.
Querida:
Athina, estoy escribiendo desde el pasado esperando que esta carta te llegue programada. Llegarán
muchas más cartas retrasadas, pero llegarán, me encargaré de ello. Estas epístolas no tienen otra
finalidad que la de hablarte, conversarte e imaginarte todas las cosas que veo en mi tiempo como
profesor.
Te voy a contar y, si me lo permites, te aseguro que no te aburro. Ayer me dejaron a cargo a una
chica que está validando. Debe tener como trece o catorce años, tiene un color pálido de piel
aunque un poco maltratado por el sol, la mirada caída (aunque con mucho brillo), el pelo negro y
digno de su edad, esa edad en la que no se cuidan el cabello y lo mantienen tercio y bello -cómo
me gustaría ser niño, solamente de cabello-.
Ya te imaginaste a la niña, pero te tengo que contar más cosas. Verás, ella era muy callada, a pesar
de que me la enviaron para colocarle actividades (ya no sabían qué hacer con ella, le habían puesto
a hacer: redacciones, talleres, libros, y todo lo hacía con una dedicación impresionante, desde la
mañana hasta la salida. ¡No se movía de su asiento!). Su silencio me suscito algo más, yo sé que
la chica tiene un gran potencial. Y observándola, trabando palabras, me di cuenta de que tiene
muchas inseguridades. Probablemente no habla porque cree que no tiene nada valioso que decir,
se bloquea, cierra la boca y listo. Eso pensará, pero yo no lo pienso, yo veo en las bollas calladas
mucha actividad. Cuando se cierran las bocas empieza el cerebro a gritar. Tú sabes, los
pensamientos, sentimientos, observaciones…
Como sea, yo veo un cierto potencial en la chica, solamente necesita ser llevada por un camino
que la ponga entre sus manos para que agarre confianza. Precisamente, de las inseguridades que
te conté, resalta una que pude descubrir. Es una hipótesis, pero creo que tiene relación con su
familia (otra vez la familia causando problemas a las futuras generaciones, ¡las personas deberían
hacer un curso intensivo antes de formar una familia!). Reunamos las circunstancias que más le
hicieron vibrar: el hecho de que sea una chica que está validando (es decir, está en un curso que
no va con su edad, el típico fenómeno de la extraedad), la familia, la inseguridad. Todo parece
atacar contra sí misma. Si no soy lo que se supone que tengo que ser a cierta edad, mi familia lo
verá, también lo señalará -de formas muy crueles a veces- y lo replicaré.
Hay una creencia muy fuerte allí, la de ser menos de lo que es. Por eso, aproveché las
circunstancias, vi que estaba cansada de transcribir y llenar hojas de talleres, y le hablé un poco.
Le conté sobre la caverna de Platón y le hablé de La chica que escapó de la caverna por una
ventana. ¿Tú no te sabes esa historia? Forma parte de un libro muy interesante que se llama
Filosofía en la calle de Eduardo Infante. Pues bien, si no te la sabes, yo te la contaré aquí.
En una clase de escuela, el profesor enseñaba a sus estudiantes (digo estudiantes, lo prefiero, y no
alumnos, no me gusta la palabra alumnos, ya te contaré en otra carta el porqué) la metafísica de
2. Aristóteles. El docente se percató de que había una chica mirando, distraída, por la ventana. El
profesor detuvo su clase y se dirigió a donde estaba la estudiante y le dijo:
- ¿Qué es eso que está allá fuera que te parece más importante que el examen que vamos a
hacer mañana?
- La vida – contestó la chica.
Cuenta el profesor, que fueron estas dos palabras: LA VIDA, las que le hicieron darse cuenta de
que había convertido su aula de clases en una caverna. Volvió la mirada para su tablero donde
había escrito cosas ininteligibles para los chicos. ¡Les estaba enseñando todo este tiempo cosas
que no les sirve para la vida! -pensaba-.
Al día siguiente, el profesor sacó a todos del aula, los reunió en el parque y les preguntó cuales
eran sus preocupaciones. Así, otorgó herramientas, pensamientos y filósofos a los chicos, cosas
que podían aplicar para pensar, pero que al fin al cabo, les hiciera pensar por sí mismos.
La chica escapó de la caverna que hizo su profesor por la ventana. Allá, donde está la vida, es allá
a donde quiero llevar a mis estudiantes. Si dedicara mi vida a la docencia, me gustaría dedicarla
únicamente a la filosofía (nada de dar otras materias, eso no va conmigo).
Volviendo, al tema. ¿Ves que emocionante esto? Enseñar desde los relatos, sacudir desde el
corazón, eso es lo que yo quiero. Y con esa intención le conté a la chica sobre la caverna de Platón
luego de hablarle sobre la chica que salió de la caverna por la ventana. Creo que desperté algo en
ella.
Antes solamente podía escuchar dos cosas de ella: el silencio y la palabra “no sé”. Una dicotomía
que la limitaba muchísimo. Ahora, luego de hablarle todo esto ya pronunciaba más palabras, e
incluso más gestos, todavía no muchos, pero era mejor que dos acciones. Viendo ese brillo, fui a
la biblioteca y le saqué El mundo de Sofía de Jostein Gaarder. Ya sé, ese libro está trillado, pero
¿y qué? Si al final la sacude cumplió su deber.
Pues bien, la chica leyó diligentemente la novela y alcanzó a leerse cuarenta páginas. Eso está muy
bien, seguramente le interesó muchísimo la filosofía, me alegro por ella. Cuarenta páginas para
una chica es bastante y si logro darle más libros para que lea, seguramente le servirá mucho en su
vida. También aproveché para hablarle del feminismo, de los derechos humanos y de los peligros,
retos y desafíos que afrontan las mujeres en la sociedad moderna.
En primera medida, puedo decir que espero que siga leyendo, espero seguirla tratando para darle
más lecturas. Esa es la pequeña historia que me sucedió. Qué curioso, y qué felicidad sentí
cuando pensé en que algo de mis verdades podría ayudarle.
Por otro lado, en unos días empezaré mis primeras clases. Noveno, décimo y once grados. Me
estreno dando mi materia, filosofía. A Noveno les hablaré de Para qué sirve la filosofía en su
vida y seguramente les hablaré del mito de la caverna. A décimo, les plantearé la siguiente
pregunta: ¿De dónde viene el mundo? Y les dejaré el siguiente fragmento de poema de Borges
(¿lo recuerdas?):
3. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Empezaremos a construir la filosofía griega desde esa pregunta. Los presocráticos. A los chicos
de once grados, les voy a colocar la siguiente frase latina: “Romanorum paucas fenestras”, la
cual se traduce, literalmente: “Los romanos tienen pocas ventanas”. ¿No te he hablado de esa
frase antes? Yo sé que sí, pero hace mucho tiempo, así que te volveré a hablar de ello. Resulta
que era un dicho latino que se refería principalmente a la arquitectura romana, pero que también
tomó una connotación interesante. Los romanos tienen pocas ventanas porque no se dedicaban a
la contemplación, eran hombres de acción, y sus finalidades eran prácticas. Fíjate, es muy difícil
la contemplación, requiere mucha energía, el cerebro no quiere hacer ese esfuerzo, además, es
incierto, cuando contemplamos (y me refiero también a cuando razonamos) nos detenemos.
Hoy en día detenerse es crucificable. A quién calla para reflexionar sobre una pregunta le llaman
tonto, se burlan de él y le dicen, como decimos en la Costa, “que está corchado”. ¿Qué tiene de
malo pensar? Esta y otras preguntas irán dirigiendo la clase de once grado. En otro momento te
hablaré más de ese dicho romano. Hay mucho de qué hablar, sobre todo en estos momentos en
que nos privamos de ello voluntariamente.
Mientras tanto, vete leyendo…
Límites
Borges
De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
4. ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano*.
Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.
No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.
5. ¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino*.
Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan
Sinceramente, R.