1. Entrevista a Ana María Matute
Barcelona, 29 de diciembre de 2009
Es una tarde lluviosa e invernal. Llego a Barcelona ya oscurecido y
me recibe en casa de la escritora su hijo Juan Pablo, a quien ella
dedicó muchos de sus cuentos. Me hace pasar a un salón que haría
las delicias de cualquier lector voraz: literalmente cubierto e
invadido por libros. Mientras espero unos minutos, la vista se me va
hacia las librerías.
Ana María Matute es una mujer de aspecto frágil, con el rostro
nimbado por una mata de cabello blanco. Pero en su voz tenue y en
la luz que desprenden sus ojos, negros y penetrantes, adivino la
enorme fuerza interior que la anima.
Nos sentamos en los sofás, donde se esparcen algunos cojines con
motivos orientales, y le presento el foro literario Prosófagos.
También le llevo las revistas impresas, que ella mira con delicadeza
y agradece.
―Ana María, ¿cómo comenzaste a escribir? ¿Qué te impulsó a
inventar historias?
—¡Hace tantos años! Soy una escritora nata. No sé si soy buena,
mala o regular, pero escritora sí. Empecé con cinco años. Desde muy
niña ya escribía.
―¿Qué autores o lecturas te inspiraron?
—Cuentos, por supuesto. Andersen fue importante para mí. Lewis
Carroll, los hermanos Grimm. Peter Pan lo leí con nueve o diez años,
¡ese cuento me marcó muchísimo! Luego fui leyendo otras cosas,
pero lo que me abrió el mundo, la ventana, fueron estos relatos. Yo
entré en la literatura por los cuentos fantásticos, los mal llamados
cuentos de hadas.
—¿Por qué “mal llamados”?
—Bueno, más que mal llamados, mal interpretados. Las hadas, por
lo menos en este país, son el hada del cucurucho y la varita mágica,
1
2. cuando en realidad esta tradición viene de la mitología escandinava
y es otra cosa diferente.
—Quizás tampoco es algo tan de niños…
—Los niños las adoptaron. Los Grimm, Andersen, Perrault,
recogieron la tradición oral y la pusieron al alcance de todos.
Primero lo hicieron para los estudiosos, pero a los niños les
encantaron estas historias… y a los no tan niños también.
―¿Hay alguna de tus novelas a la que tengas especial cariño o que
consideres tu obra maestra?
—Sí, hay varias, pero una en especial, que es Olvidado Rey Gudú. Es
ese libro que desde niño piensas que vas a escribir. Que va creciendo
contigo, se va transformando contigo, se va enriqueciendo, y
también pervirtiendo… como tú misma.
—¿Tardaste mucho en escribirlo?
—No, en realidad no… Desde que lo empecé hasta que terminé, no
llegó a tres años. Dos años y pico.
—¿Cómo se te ocurren las historias? ¿Las tienes en la mente, vas
improvisando o sigues un plan?
—No, improvisando, no. Una historia surge de la manera más
impensada, a veces incluso por una imagen. De repente, una
imagen, una frase, o una música, te sugieren algo… y te das cuenta
de que aquello puede llegar a convertirse en una novela.
Yo no me pongo a escribir nunca una novela si no la tengo adentro.
Todo tiene una intención y no se puede improvisar sobre algo que
quieres decir muy concretamente. O a veces muy concretamente no,
pero sí muy profundamente.
—Hay quienes consideran que las novelas no deberían contener
un mensaje explícito; otros opinan que sí. De tus libros se ha
dicho que son muy neutrales, pero hay quienes también piensan
que contienen un mensaje social o incluso político… ¿Qué piensas
al respecto?
2
3. —Mensaje… ¡la palabra mensaje está tan vapuleada, pobre palabra!
Pero muchos de mis libros tienen una intención, sí. O más bien una
reflexión de tipo social. Hay unos temas recurrentes en mí. Por
ejemplo, la injusticia. La injusticia es algo que me desespera. Otro
tema es el de Caín y Abel. El cainismo me viene de muy lejos.
Muchos me han preguntado, incluso se han hecho estudios sobre
esto. Es un tema que quizás viene de la guerra civil. Yo era muy
niña y una guerra entre hermanos es una cosa horrorosa. Algo debe
tener que ver.
Este es un tema muy recurrente. Otro es la pérdida de la inocencia,
el viaje iniciático. Son temas que, sin proponérmelo yo, están ahí.
Por ejemplo en La torre vigía, me propuse que no aparecería ningún
Caín. ¡Y salieron tres! —Ríe—. Los tenía ahí, no me daba cuenta,
pero había tres hermanos que eran caínes.
—Son temas que quizás llevamos dentro, no podemos
desprendernos de ellos…
—Por supuesto. Todos los escritores tenemos nuestros demonios
familiares, bueno, los escritores y los que no lo son. Eso es una cosa
muy humana… Llevamos nuestros demonios dentro, queramos o
no, ¡hasta que nos morimos!
—¿Y cómo se convive con ellos?
—Unos lo hacen mejor y otros peor. Escribiendo, creo, mucho mejor.
Porque tienes esa posibilidad de liberarte.
―¿Hay mucho de ti misma en tus personajes?
—De mí sí. Ahora, de mi vida no. De mí… ¡el mundo está visto con
mis ojos! Lo que aborrezco, lo hago con mis sentimientos, y lo que
amo también. Pero no tengo ninguna novela autobiográfica.
Únicamente en esta última hay dos o tres episodios… Pero la novela
en sí no tiene nada que ver.
—¿Qué nos puedes decir de tu estilo? Ese estilo tan lírico, con
imágenes tan palpables…
—No lo sé. Son cosas de las que no me doy cuenta. Cuando estoy
metida en lo que estoy escribiendo, si es poético o no, es algo tan
mío, sale tan de dentro, que no puedo controlarlo.
3
4. Yo tengo el prurito de escribir sencillo, ¡y eso cuesta mucho! Es lo
más difícil de todo. Lo que aparentemente surge tal cual ha costado
muchísimo.
—Los novatos a veces pecamos de adjetivar demasiado, de adornar
en exceso nuestros escritos.
—Oh, huid de la brillantez, de lo recargado. Porque muchas veces lo
que uno cree que es brillante lo que hace es estropear el texto. No
hay que confundir: la sencillez no es pobreza.
—¿Piensas en tus lectores?
—No. Sé que escribo para alguien, pero no sé quién es exactamente.
Escribo convencida de que escribo para alguien que recoge eso, y
nos entendemos.
—¿Por qué cultivaste la literatura infantil?
—Ah, esto fue cuando mi niño era pequeño. Me di cuenta de lo
mucho que le gustaban mis cuentos. Se quedaba quietecito,
escuchando, con unos ojazos abiertos, entusiasmado… y pensé,
aprovecha esto. Cuando tuvo doce años ya no volví a escribir más
cuentos. Excepto uno, cuando pasé la depresión. La primera cosa
que escribí después de ese tiempo fue un cuento para niños, Solo un
pie descalzo, que fue mi último libro infantil. Luego escribí El
verdadero filón de la Bella Durmiente, pero más que un cuento eso fue
una especie de glosa. Fue mi editora de infantil, Esther Tusquets,
quien me animó. Y me dieron el Premio Nacional de Literatura
Infantil. Luego me dieron el otro, pero éste fue a raíz de esa obra.
—Has recibido el Premio Nadal, el Planeta, el Premio Nacional de
Literatura… Hasta ser nominada para el Premio Nobel. ¿Qué han
significado los premios y reconocimientos que has recibido a lo
largo de tu trayectoria?
—Puedes imaginar… Para un escritor es algo muy bonito. No es que
crea que un escritor sea mejor por tener premios, no. Un premio no
hace a un escritor, pero le ayuda mucho en su trabajo y además crea
lectores, eso es muy importante.
4
5. —Fuiste la tercera mujer miembro de la Real Academia de la
Lengua, ocupando el asiento K. ¿Qué ha supuesto ese lugar para
ti?
—Un honor muy grande. Yo estoy trabajando en lexicografía, la
explicación de las palabras… Estoy muy contenta y orgullosa de ser
académica.
—Algunas personas piensan que el academicismo, las reglas,
coartan la creatividad. Incluso hay quienes dicen que ellos
escriben, y que a la hora de publicar ya corregirán los editores.
¿Qué piensas de esto?
—Eso no, por Dios. Yo me corrijo yo. Ponerse a escribir a lo tonto no
es el tipo de escritura que a mí me interesa. No hay que llegar
necesariamente a una literatura académica, porque también existe la
libertad poética, de poder hacer algunas “faltas”…, las licencias
poéticas, que son admitidas. Pero un escritor debe corregirse a sí
mismo. Esa es mi manera de ver.
—¿Crees que la calidad y las exigencias de la literatura han
descendido, en los últimos años?
—No soy quién para juzgar eso. Soy escritora, no soy crítica.
—¿Qué opinas de los críticos?
—Que cumplen con su trabajo, como todo el mundo, unos mejor y
otros peor. Hay buenos escritores y malos escritores, y también hay
críticos buenos y malos. Y normales. ¡Como en todo!
—A los que estamos escribiendo o empezando a escribir, ¿qué nos
aconsejarías?
—Que no abandonéis. No tiréis la toalla nunca. Porque es difícil,
como tú sabes bien, es duro. Yo llevo muchos años en el yunque.
Cuando se publicó mi primer libro tenía diecinueve años, y tengo
ochenta y cuatro. ¡Es toda una vida! Mi primera obra publicable fue
Pequeño Teatro, que escribí con diecisiete años. Destino iba a
publicarla, cuando me presenté al Nadal con Los Abel. Quedó
finalista y entonces los editores cambiaron; consideraron ésta más
madura y la otra la guardé. La tuve en un cajón durante once años
hasta que la presenté al Planeta, y lo gané.
5
6. —Hay que tener mucha paciencia…
—No sé si es paciencia, porque yo no soy muy paciente. Hay que
tener, más que eso, una convicción. Tienes que creer en ti. Hay una
frase muy hermosa de Cernuda, que tengo por lema. Me gusta
mucho, dice: «Creo en mí, porque algún día seré todas las cosas que
amo». ¡Qué bonito!
—Quizás a algunos, cuando empezamos, nos falta esa fe, o la
tenemos, pero vacilante. Dudamos de que lo que escribimos sea lo
bastante bueno.
—¡Cuando se empieza es cuando hay que tener más fe! En el
momento en que te lanzas y escribes, debes pensar que eso es lo
mejor de ti. Además, te gusta, lo quieres hacer… ¿Qué más quieres?
Escribir da una fuerza tremenda. Es un apoyo muy grande, es una
razón de ser, un motivo de vivir, casi te diría.
—A veces bromeamos entre compañeros escritores y suelo decir
que escribir un libro es como parir una criatura. Sé que no es así,
pero…
—Es muy importante, pero no es lo mismo —sonríe—. Un hijo es
algo inmenso… Para un hijo no hay palabras. Para esto hay palabras
—señala los libros—, ¡está hecho de palabras! Pero para lo que
supone tener un hijo, no.
—En una entrevista que te hicieron comentabas que el dolor
puede enseñar mucho, siempre que no sea demasiado… ¿Qué te
enseñó la guerra, con sus experiencias tan duras?
—El dolor enseña… ¡siempre que no te mate! La guerra me enseñó
la fragilidad del ser humano. La inmensidad del odio. Y también la
del amor. Y me enseñó una cosa terrible: que el odio es más fuerte
que el amor. Prevalece más, incide en las personas más que el amor.
La gente olvida el amor antes que el odio. ¡Es terrible! Y ahí no hay
clases sociales, todos somos iguales.
—El arte, la literatura, ¿puede ayudar a combatir el odio?
—Escribir también es una forma de combatir el odio y de exaltar el
amor. Y a veces, todo lo contrario. También puede ser una
6
7. exposición fría. En la literatura cabe de todo. Es un mundo
maravilloso, el de la novela —abre los brazos, mientras sonríe y le
centellea la mirada—. En ella puedes poner poesía, música… ¡hasta
matemáticas! Todo cabe dentro de la novela.
―Hay quienes aseguran que, en pocos años, toda la literatura
circulará por Internet y en formatos digitales. ¿Crees que los libros
tradicionales desaparecerán?
—No sé. Yo creo que los libros no morirán. No sé si es una creencia
o un deseo, pero estoy convencida de que el libro en papel no
desaparecerá. Pasar las páginas, oler el papel… ¡es maravilloso!
―Para terminar, ¿qué nos podrías decir a los miembros del foro?
—El escritor no lo sabe todo ni va desperdigando sentencias ni
proverbios —ríe—. ¿Qué les diría? Que les deseo lo mejor. Que no
arrojen la toalla nunca y que sigan escribiendo; que no se
desanimen, aunque reconozco que el camino del escritor es duro y
difícil. No es un camino de rosas. Pero para mí es… ¡lo mejor de lo
mejor de lo mejor!
Cuando cierro la grabadora, queda impresa dentro de mí la fuerza
con que Ana María ha pronunciado estas últimas palabras. La
fuerza, y la sonrisa que ilumina esos ojos donde asoma una vida
entera.
Cuatro pinceladas
Ana María Matute nació en Barcelona el 26 de julio de 1926.
Poseedora de una imaginación asombrosa, desde muy niña
comenzó a escribir e ilustrar sus propios cuentos. La Guerra Civil,
que marcó su infancia, le enseñó verdades dolorosas y posiblemente
es el origen de algunos de los grandes temas que aparecen en su
obra: la lucha fratricida, la injusticia y la muerte.
En sus novelas, a menudo adopta la mirada del niño que intenta
comprender —y sobrevivir— el absurdo de esas situaciones
dolorosas. Sus narraciones conjugan toques de lo maravilloso con
pinceladas del más crudo realismo; lirismo y una velada denuncia
social.
7
8. Publicó su primera novela, Los Abel, con tan solo veintidós años.
Pequeño Teatro, escrita a los diecisiete, fue Premio Planeta en 1954. Su
trilogía Los mercaderes, sobre la Guerra Civil, es considerada por
muchos su obra maestra, aunque otros se decantan por Olvidado Rey
Gudú, la obra cumbre que, según ella misma declara, maduró y
creció con ella. También ha escrito cuentos y relatos para niños. Su
última obra publicada es Paraíso inhabitado, en 2008. La infancia, la
soledad, la fantasía y la pérdida, temas muy suyos, afloran en una
novela de prosa bellísima que apela a los deseos más hondos de la
persona sin dar concesiones a sentimentalismos superficiales.
Durante su trayectoria ha cosechado no menos de diez premios de
reconocido prestigio, entre ellos el Premio Nacional de Literatura,
tanto adulta como infantil y juvenil, el Premio de las Letras
Españolas, el Planeta, el Fastenrath, el Nadal, y hasta fue nominada
al Premio Nobel de Literatura. Es miembro de la Real Academia
Española, donde ocupa el sillón de la letra K, y profesora invitada
de varias universidades norteamericanas.
Para muchos, es la mejor novelista de la postguerra española.
Ana María Matute en la Red
Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Ana_Mar%C3%ADa_Matute
Página oficial:
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/matute
/home.html
Ficha de autora y relación de obras en escritoras.com:
http://www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=8
8