Este documento describe la batalla espiritual que enfrentan los creyentes y la meta de renovar la mente. Explica que los creyentes deben abandonar los patrones de pensamiento y conducta pecaminosos y adoptar pensamientos y prácticas bíblicas a través de la lectura de la Palabra de Dios. La meta de la batalla por la mente es destruir las fortalezas del pecado, derribar los argumentos contra el conocimiento de Dios, y someter todos los pensamientos a la obediencia de Cristo.
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“La renovación de nuestra mente consiste en el abandono
del pecado y el cambio de los patrones de pensamiento y
conducta pecaminosos con los que hemos venido del
mundo, despojándonos de ellos y cambiándolos por
pensamientos bíblicos y una práctica bíblica, la que
proviene de la continua lectura, meditación e interiorización
de la Palabra de Dios”
4. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la
carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,
derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra
el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento
a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:3-5)
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5. El creyente está
inmerso en una
batalla espiritual
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“Pues aunque andamos en la carne, no militamos
según la carne; porque las armas de nuestra
milicia no son carnales”
6. El creyente está
inmerso en una
batalla espiritual
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“Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado
de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los
negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que
lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:3-4)
7. “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en
el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios,
para que podáis estar firmes contra las asechanzas del
diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes
espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en
el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad,
pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y
vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el
apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo
de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del
maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:10-17)
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8. El creyente está
inmerso en una
batalla espiritual
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▪ La Palabra de Dios que renueva nuestra mente
▪ La oración que fortalece nuestro hombre interior
▪ El servicio que desarrolla nuestros dones y nos mantiene útiles y
ocupados
▪ El deseo por evangelizar que nos mantiene sensibles ante la
necesidad de los demás
▪ La fe que nos mantiene enfocados mirando al Señor y no nuestras
circunstancias
▪ La alabanza que alegra nuestro corazón
▪ La generosidad que nos ayuda a confiar en Dios
▪ El ayuno y la vigilia que nos ayuda a someter nuestra carne al
dominio del Espíritu
▪ La rendición de cuentas que nos mantiene humildes
10. La meta de la
batalla por la
mente
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“sino poderosas en Dios para la destrucción de
fortalezas, derribando argumentos y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia
a Cristo”
11. La meta de la
batalla por la
mente
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1. Para la destrucción de fortalezas
▪ “No soy atractivo(a)”
▪ “Nadie me va a querer”
▪ “Me quedaré solo(a)”
▪ “Siempre me equivoco y hago mal las cosas”
▪ “No sirvo para nada”
▪ “Nunca más confiaré en nadie”
▪ “Nunca más abriré mi corazón al amor”
▪ “Nunca Dios me va a usar”
▪ “No puedo abandonar este pecado”
12. La meta de la
batalla por la
mente
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2. Para derribar argumentos y toda altivez que
se levanta contra el conocimiento de Dios
13. La meta de la
batalla por la
mente
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3. Para llevar cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo
Queridos hermanos, en esta oportunidad vamos a continuar con la serie de enseñanzas que hemos empezado hace semanas atrás y donde exploramos este importante concepto y mandamiento bíblico de renovar nuestra mente. Solo a modo de recordatorio, hemos dicho que:
“La renovación de nuestra mente consiste en el abandono del pecado y el cambio de los patrones de pensamiento y conducta pecaminosos con los que hemos venido del mundo, despojándonos de ellos y cambiándolos por pensamientos bíblicos y una práctica bíblica, la que proviene de la continua lectura, meditación e interiorización de la Palabra de Dios”
Hoy vamos a continuar profundizando en este concepto de la renovación de nuestra mente, enfocándonos en el proceso activo que el creyente tiene en el conflicto por el dominio de su mente y corazón para la gloria de Dios. Si bien es cierto hemos recibido la mente de Cristo; es decir, la capacidad de relacionarnos, comprender, entender y asimilar las verdades de Dios; esto no significa que automáticamente tenemos la mente renovada. El creyente debe tomar parte en el proceso de renovar su mente por medio del abandono del pecado y la asimilación de las verdades de la Palabra de Dios.
Para ello, vamos a leer la 2da epístola a los corintios, capitulo 10, versos 3 al 5.
Lo que el apóstol Pablo nos quiere dejar en claro es que aunque el creyente vive en la carne no batalla según la carne. Aquí la palabra “carne” no se refiere al pecado sino más bien a la vida física. Recuerda que el creyente está en el mundo aunque no pertenece a este mundo. Pero lo revelador no es eso, sino que Pablo declara que todos militamos y que las armas de nuestra milicia no son carnales. Este concepto no es extraño porque Pablo ya ha enseñado que los creyentes militamos en esta vida y debemos identificarnos como soldados del Señor:
Además, se nos exhorta también a ser soldados preparados para la batalla espiritual que enfrentamos contra nuestra carne, contra este mundo y contra Satanás y sus huestes espirituales de maldad:
No podemos ignorar esto hermanos: tenemos una lucha, no contra personas sino contra nosotros mismos, contra nuestra naturaleza pecadora, contra nuestra mente corrompida por el pecado, contra nuestros prejuicios, nuestros malos hábitos, nuestra pereza, nuestra desidia para buscar a Dios. El apóstol Pedro nos anima: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). La verdad es que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos pues es nuestro corazón y mente las que deben ser conquistadas para Dios. No sólo esto, sino que tenemos una lucha contra este mundo pecador y contra Satanás, quien dirige este mundo y dispone las cosas para que el hombre se aparte de Dios y deje de mirar a Cristo, llenando su corazón de falsas ideas y su mente de pensamientos mentirosos que nos vuelvan ociosos, inútiles, insensibles y alejados del Señor.
La buena noticia es que tenemos armas con que podamos luchar esta batalla. Estas armas no son carnales, es decir, de este mundo, sino que sin elementos que el Señor ha provisto para que sus hijos podamos batallar:
Ahora, si bien es cierto estas armas son de naturaleza espiritual, son poderosas en Dios. La batalla que libramos no tiene por qué terminar en derrota. No es la voluntad del Señor que sus hijos vivan vidas derrotadas, deprimidas, en pecado, angustiadas, con mentes llenas de culpa, vergüenza, pensamientos pecaminosos. El creyente debe vivir de victoria en victoria y de gloria en gloria, renovando su mente y viviendo en santidad, amor, pureza, propósito, paz, gozo y fe.
Pero como todo comienza en nuestra mente, Pablo nos dice que estas armas poderosas en Dios nos sirven para:
Una fortaleza es, en el sentido más general; una edificación fortificada, lista y dispuesta para resistir los embates de su enemigo. El creyente puede edificar fortalezas en su mente, ideas a las que se niega a renunciar y que determinan su conducta, tales como las siguientes:
“No soy atractivo(a)”
“Nadie me va a querer”
“Me quedaré solo(a)”
“Siempre me equivoco y hago mal las cosas”
“No sirvo para nada”
“Nunca más confiaré en nadie”
“Nunca más abriré mi corazón al amor”
“Nunca Dios me va a usar”
“No puedo abandonar este pecado”
Definitivamente, la aplicación de la Palabra de Dios, la oración, la meditación, la memorización y demás disciplinas espirituales deben “lavar” estos pensamientos anclados en nuestra mente y llevarnos al convencimiento de que nada de eso es cierto, sino que en Cristo Jesús somos más que vencedores, no estamos solos, somos aceptos y amados por Dios, tenemos una nueva vida, somos capacitados por el Señor, usados por El y libres del pecado para vivir una vida santa y justa por el poder del Espíritu de Dios.
No solo las fortalezas mentales son las que deben abandonar, sino que también se deben derribar argumentos orgullosos de nuestra mente. Esto sucede cuando estamos persuadidos de que nuestro pensamiento es correcto, de que no necesitamos ayuda y por ende no pedimos consejo, y si lo recibimos no lo aplicamos porque no lo consideramos de valor. Una mente orgullosa y altiva es una mente ignorante del conocimiento de Dios porque pone sus propios pensamientos por encima del consejo de Dios. Por eso cuando vemos a un hermano o hermana que camina solitariamente, sin pedir consejo, tomando sus propias decisiones apartado de la Palabra de Dios y confiando solo en su propia “intuición”, “experiencia de vida” o “razonamiento” vemos a alguien que tiene una mente orgullosa, necia, altiva que debe ser derribada. Nuestra mente está corrompida por el pecado y debe ser limpiada por la Palabra de Dios.
La renovación de nuestra mente no solo se refiere a la limpieza mental de todo pensamiento pecaminoso, sino la obediencia a Cristo. No tiene sentido dejar “la mente en blanco” porque pronto se volverá a ensuciar con la inmundicia de este mundo. Tampoco tiene sentido dejar nuestra mente libremente a que se llene de todo tipo de pensamientos, sino que el creyente debe dirigir sus pensamientos, gobernar su mente y encaminarla hacia pensamientos piadosos en la Palabra de Dios.
Usando la figura militar que está usando Pablo, debemos destruir las fortalezas de nuestra mente, derribar los argumentos orgullosos y llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia al nuevo Amo y Señor de nuestra vida: Jesucristo.
Recuerda que:
Si cambiamos nuestros pensamientos, cambiamos nuestras actitudes.
Si cambiamos nuestras actitudes, cambiamos nuestros comportamientos.
Si cambiamos nuestro comportamiento, experimentamos sentimientos positivos (gozo, paz, etc.)
Mientras no decidamos renovar nuestra mente, no entraremos en el proceso de crecer verdaderamente a la semejanza del Señor Jesucristo. Podremos pasar años en la iglesia y conocer la Palabra de Dios pero seguiremos en nuestros pecados, pensamientos, hábitos, patrones pecaminosos, etc.
Oremos al Señor.