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LA CIENCIA POLITICA
Título de la obra original:
La Science politique
Presses Universitaires de France, Paris, 1961
Traducida por
Thomas Moro Simpson
La revisión técnica estuvo a cargo del traductor
y del doctor Luis A. Arocena,
profesor de la Universidad de Buenos Aires
Sexta edición: Diciembre de 1972
EU D EBA S.E.M.
Fundada por la Universidad de Buenos Aires
"P LA N E D IT O R IA L 1972/1973"
(Ó ) 1964
EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES - Rivadavia 1571/73
Sociedad de Economía Mixta
Hecho el depósito de ley
IMPRESO EN LA ARGENTINA . PRINTEO IN ARGENTINA
INTRODUCCIÓN
I. La política
La definición de política que adoptaremos se apo­
ya tanto en la historia de las palabras como en la
historia de las ideas, se inspira ampliamente en las
concepciones y el vocabulario actuales.
En las ciencias humanas es necesario remitirse a
la opinión general. Los sociólogos han observado una
correspondencia directa entre la formación del len­
guaje y la creación del derecho. Lo mismo se aplica
a los conceptos políticos. Con fretuencia basta aclarar
la posición tradicional y medir exactamente su valor
para que se desvanezcan numerosos equívocos. En lu­
gar de soluciones diversas y controvertidas, prevalece
la que goza de la más amplia aceptación.
La palabra “política” se origina en las palabras
griegas polis, politeia, política, politiké.
— é polis: la Ciudad, Estado,el recinto urbano, la co­
marca, y también la reunión de ciudadanos que
forman la ciudad;
— é politeia: el Estado, la Constitución, el régimen po­
lítico, la República, la ciudadanía (en el sentido
de derecho de los ciudadanos);
— ta política: plural neutro de políticos, las cosas po­
líticas, las cosas cívicas, todo lo concerniente al
Estado, la Constitución, el régimen político, la Re­
pública, la soberanía;
— é politiké (techné): el arte de la política.
Para los antiguos, la política pragmateia es el es­
tudio o el conocimiento de “la vida en común de los
hombres según la estructura esencial de esta vida,
que es la constitución de la ciudad”1
1 Eric Weil, Philosophie politique. París, Vrin 1956.
pág. 11.
5
1
El hombre antiguo, tal como lo definió Aristóte*
aparece así como un ser o “animal cívico”. Se dis­
minuye enormemente el alcance de la definición al
traducir zoon politikon por “animal social”. El animal
es también social, pero solo el hombre es político. El
hombre no vive en manadas o en hordas; su carácter
específico es vivir insertado en el organismo social
que constituye la Polis, la Ciudad, y ésta es para él
tanto una necesidad natural como ideal.
La Polis no es solo la ciudad como planta urbana.
Atenas como Ciudad-estado es mucho más vasta que
la Atenas como recinto urbano. No solo incluye la
metrópoli, sino también un territorio agrícola, la
campaña circundante, sembrada de granjas y peque­
ños pueblos, y un puerto: el Píreo. Es todo esto lo que
constituye el Ática. Su estructura política integra un
conjunto complejo, como el de un cantón suizo. El
recinto urbano es, sin duda, esencial; es el “músculo
cardíaco”, al decir de Maurice Defourny,2 pero no es
toda la Ciudad-estado.
Hay pues correspondencia, en cuanto al concepto
mismo, entre la Ciudad antigua y el Estado moderno.
Aún hoy empleamos a veces el término “Ciudad” en
el sentido antiguo. R. Poincaré ha escrito hace peco
una obra de vulgarización titulada: Ce que demande
la Cité,3 donde se considera las exigencias del Estado
francés y no las necesidades de París.
La correspondencia verbal entre la Ciudad y el
Estado se halla asegurada, en latín, mediante la pala­
bra respublica. A ta politika —las cosas cívicas, lo que
concierne a la ciudad— corresponde res publica: la
2 Essai sur la Politique d’Aristóte. París, Beauchesne,
1932, p. 7. [Como bien se ha observado, los griegos utili­
zaban una palabra especial —asty— para referirse a la ciu­
dad como mero lugar de residencia y aun como centro
capital de una comunidad políticamente organizada. La ex­
presión polis varió con el tiempo de significación. Comenzó
por indicar a la ciudadela —la acrópolis en Atenas, p.e., y
terminó por nominar a la totalidad de elementos que se inte­
gran en la constitución de un organismo político soberano.
Vid. Ernst Barker, The Politics o/ Aristotle, Oxford Uni-
versity Press, 1952, “Introduction”, págs, lxiv -lvx .
3 París, Hachette, sin fecha (hacia 1910).
6
cosa pública. Según Quicherat, de República erit si-
lentium se traduce por “no hablaremos de política”;
y accedere ad Rempublicam por “intervenir en polí­
tica” (Cicerón). Como adjetivo, “repúblico” es equi­
valente a ' cívico”. El eco de esta equivalencia llega
hasta el siglo xvm, en las expresiones revoluciona­
rias “juramento cívico” y “espíritu cívico”.
El latín clásico no utiliza la palabra politicus
(a, um) más que como adjetivo. Si bien Cicerón to­
ma directamente del griego la palabra politeia para
designar la República, usa una perífrasis para desig­
nar el conocimiento político: civilis scientia, y tam­
bién rerum civilium scientia. Quintiliano dice civili-
tas, y Tito Livio ars reipublicae gerendae.
Más tarde la palabra “Estado” se une a la ex­
presión res publica. La conjunción “estado de la cosa
pública” aparece en la definición del derecho pro­
puesta por Ulpiano: Hujus studii duae sunt positio-
nes: publicum et privatum. Publicum jus est quod
ad statum rei romanae spectat; privatum, quod ad
singulorum utilitatem (“En el estudio del derecho
hay dos aspectos: el público y el privado. El derecho
público concierne al estado de la República; el pri­
vado, a la utilidad de los particulares”)4.
En sí mismo, el término status solo significa una
posición, una actitud, el estar de pie. Da la idea de
una cierta estabilidad. Pero adquiere un sentido po­
lítico con el determinativo “la cosa romana” o “la co­
sa pública”. Con el correr del tiempo la palabra
status y la expresión res publica fueron adquiriendo
poco a poco, y separadamente, el mismo sentido.
La latinidad media y baja desconoce la palabra
politica, que no figura en el glosario de du Cange
(1678). En francés, en cambio, la palabra “politique”
se emplea desde el siglo xm en el sentido griego del
término. En el Livre de toutes choses (Libro de todas
las cosas), Brunetto Latini observa que política es
el gobierno de las ciudades, que es la ciencia más
alta y más noble y comprende los más nobles oficios
4 Instituías de Justiniano, libro 1,1.1: De Justitia et
Jure, IV.
7
del mundo, de modo que la política comprende gene­
ralmente todas las artes que ocupan a la comunidad
humana”. De igual modo, en la lengua erudita de los
siglos xv y xvii se usa politie por gobierno, y policien
para referirse al ciudadano y al hombre de Estado;
durante un tiempo aún más largo y más corrien­
temente, pólice designó la forma establecida de go­
bierno.
Durante el siglo xvi, la palabra Política pertenece
al latín de los humanistas. Tal es el título de la gran
obra de Johanes Althusius (1557-1638): Política met-
hodice digesta exemplis sacris et profanis illustrata
(Política metódicamente compuesta e ilustrada con
ejemplos sagrados y profanos).
Como se verá más adelante, las otras “Políticas” i
del siglo xvi se denominan II Principe (El príncipe,
de Maquiavelo) y los Six livres de la République
(Seis libros sobre la República, de Bodin). Maquia­
velo incorpora al uso corriente la expresión “Estado”.,
En el siglo xvn Bossuet vuelve a la costumbre
antigua, y titula su obra La Politique Tirée des pro-
pres paroles'de V Ecriture Sainte (La política según
las propias palabras de la Santa Escritura), y no,;
como sus predecesores, V institution du prince chré-.
tien (La institución del príncipe cristiano). Durante
la misma época, Mme de Sévigné escribe más fami­
liarmente: “Vengo de la casa de Mme de la Fayette.
Hemos politiqueado * mucho”.
En el siglo xvm, el presidente de Lavie publica,
bajo el título Des corps politiques et de leurs gouver-
nements (De los cuerpos políticos y de sus gobiernos,
Lyon, 1764), la obra que había titulado anteriormente
Abrégé de la République de Bodin (Compendio de
la República de Bodin, Londres, 1755). Por su parte,
Beaumarchais calca del inglés politician el término
peyorativo politicien (politicastro).
Hoy día el lenguaje corriente ha enriquecido con
* Politiqué, en el original. La versión politiqueado
de politiquear, esto es, “frecuentar más de lo necesario los
cuidados de la política”, no debe cargar aquí la acepción
peyorativa adquirida en el actual uso corriente: “servirse
de la política para usos bastardos”. (N. del T.)
8
otras acepciones la definición de política, pero deja
al sentido principal su acepción tradicional.
En el diccionario de la Academia Francesa se
lee, por ejemplo: “politique (nombre femenino): co­
nocimiento de todo lo que se relaciona con el arte de
gobernar un Estado y de dirigir sus relaciones exte­
riores. Se dice también de los asuntos públicos; acon­
tecimientos políticos; hablar de política; política in­
terior. Politique (adjetivo de dos géneros): concer­
niente a los asuntos públicos, al gobierno de un Esta­
do, a las relaciones mutuas de diversos estados. Droit
politique, las leyes que regulan las formas de gobier­
no, que determinan las relaciones entre la autoridad
y los ciudadanos o los súbditos”.**
Hatzfeld y Darmesteter dicen: “politique: rela­
tivo al gobierno de un Estado; Droit politique: dere­
cho por el cual un ciudadano participa en el gobierno
de un Estado; homme politique: el .que se ocupa del
gobierno de las cosas públicas; politique, como sus­
tantivo: arte de gobernar, manera de gobernar, todo
lo concerniente a los asuntos públicos”.
Littré definió igualmente la política como “la
ciencia del gobierno de los Estados”, o, también, “el
arte de gobernar un Estado y de dirigir sus relaciones
con los otros Estados”. Y agrega: “politique: se dice
de los asuntos públicos; nada nuevo en política. Polí­
tica interior. Política exterior”. Droit politique: las
leyes que regulan las formas de gobierno; Droits po-
litiques: derechos en virtud de los cuales un ciudada­
no participa del gobierno.
Y La grande Encyclopédie confirma que “la po­
lítica es estrictamente el arte de gobernar un Estado.
La ciencia política puede, pues, definirse como la
ciencia del gobierno de los Estados, o el estudio de
los principios que constituyen el gobierno y deben
dirigirlo en sus relaciones con los ciudadanos y los
otros Estados”.
** En el diccionario de la Academia Española (XVIa.
edición) se dice: “POLÍTICA (Del lat. politice, y éste del
gr. politiké, t. f. de —kós, político). F. Arte de gobernar y
dar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y
o
II. La poiitologia *~ ’
Si bien la etimología y el lenguaje señalan cla­
ramente el objeto de la política, el término presenta
cierta ambigüedad, en la medida en que designa, al
mismo tiempo que las instituciones o las actividades
políticas consideradas en sí mismas, la disciplina que
las estudia.
“La política” alude tanto a los hombres y a los
hechos como al conocimiento que se tiene de ellos.
“La política de Richelieu” es una expresión que se
refiere tanto al comportamiento del cardenal en su
lucha contra los protestantes, los duelistas y en gene­
ral contra todos los adversarios del Estado, como a la
éxposición de sus opiniones sobre la conducta hu­
mana en sus famosas Máximes d’État.
En general, la política es esencialmente la vida
política, la lucha por el poder; es el fenómeno en sí
mismo. En el lenguaje culto, la política es el conoci­
miento del fenómeno. Quien desee ser exacto, debe
indicar constantemente en cuál de los sentidos em­
plea el término. Actualmente se hace la distinción
mediante el uso del término “ciencia política”. Yo
mismo he procedido así en este opúsculo, al titularlo
La ciencia política, pues de otro modo mi doble con­
dición de profesor de ciencia política y de senador se
hubiese prestado a equívocos.
Sin embargo la perífrasis “ciencia política” es pe­
sada, y ningún término puede derivarse de esta ex-j
presión para designar a los que estudian la ciencia
política; la expresión inglesa political scientist re­
sulta intraducibie.
Hay aquí una laguna del vocabulario, que se hace
molesta en la medida en que la ciencia política rena­
ciente ocupa un lugar importante en la investigación
y en la enseñanza.
Las palabras eufónica y etimológicamente ade­
cuadas serían estadística y estadístico. Estas desig-
seguridad públicas, y conservar el orden y buenas costum
bres". (N. del T.)
*** Politologie, en el original. Neologismo aceptado poi
el autor en remplazo de Ciencia política cuya precisión sig
nificativa recusa. Vid. infra, n. 13. (N. del T.)
10
k,nan, de manera tan agradable para el oído como fá­
cil para la lengua, lo que se relaciona con el Estado.
Pero el uso ha dado a la palabra “estadística” un sen­
tido diferente del que aún en el siglo xix se expresa
a través de Carnot, para quien la estadística es “la
1 recopilación de los hechos originados en la aglomera­
ción de los hombres en sociedades políticas” .5* Pero
en “estadística”, status en el sentido de situación,
prevalece sobre status en el sentido de Estado. Hoy
día designa una ciencia o un método que puede apli­
carse no solo a los asuntos de Estado, en lo referente
al gobierno y la conducción de los asuntos públicos,
sino también a las otras ramas de la sociología: la
economía y la psicología. Todas las relaciones socia­
les pueden ser consideradas en su aspecto numérico,
y registrarse así en las estadísticas. Si el término ha
desbordado la política, se ha hecho también dema­
siado restringido en relación con ella, porque la esta­
dística solo atiende a lo que puede formularse en
cifras. En consecuencia, no es más que un aspecto,
sin duda importante, fundamental para algunos, pero
sin embargo parcial, del conocimiento político.®
En lugar de “estadística”, un profesor de la Es­
cuela francesa de Derecho de El Cairo propuso la
palabra statologie (estadología), en un artículo titu­
lado: Une Science sociale nouvelle, la statologie, son
caractére, son objet.7 (Una nueva ciencia social, la
5 A. Cottrnot, Théorie des chances et des probabilités,
París, 1851, cap. IX, págs. 181-182.
8 La misma limitación de su significado y una desvia
ción análoga se han producido con respecto al término
cibernética. Etimológicamente, éste designa la ciencia o el
arte de la conducción: kibemetiké. Tanto en la acepción
platónica como en la clasificación de Ampére (Essai sur la
philosophie des Sciences, 1834), la cibernética sería el es­
tudio de los medios de gobierno, o sea una parte esencial
de la política. Actualmente se ha convertido en la ciencia
—en pleno desarrollo— de la construcción y el empleo de
las máquinas automáticas, de los mecanismos capaces de
iutogobernarse (cf. G. T. Guelbaud, La cybernétique,
P.U.F., colección “Que sais-je?”, 1954).
7 Aparecido en 1935 en L’égypte Contemporaine, Re­
me de la Société Royale du Caire d’Économie politique,
le Droit, de Statistique et de Législation.
estadología, su carácter, su objeto.). M. de la Bigne de
Villeneuve dice haber forjado el término. Pero sin
duda estaba ya en la atmósfera, porque en la misma
época, en mis estudios sobre el Empire fasciste,8 yo
empleaba un término semejante, statocratie (estado-
erada), para caracterizar la dictadura musoliniana,
fundada ella misma sobre una estadología, o sea sobre
una doctrina del Estado de carácter filosófico, socio­
lógico y místico.
Este neologismo habría tenido la ventaja de disi­
par de golpe todas las incertidumbres acerca del ob­
jeto mismo de la política y de ubicar a ésta clara­
mente, como rama de la sociología. Sin embargo, el
término estadología no tuvo aceptación. El mismo M.
de Bigne, retrocediendo ante una innovación tan ra­
dical, dio a su obra principal el título de Traite, ge­
neral de V État (Tratado general del Estado). Y des­
pués, con el sello de la Librairie Sirey, el opúsculo
titulado Principes de sociologie politique et de stato-
logie générale (Principios de sociología política y es-
tatología general). La definición de “estadología” que
propone aquí es sensiblemente menos clara que le
anterior. Ganado por la tendencia que durante el
siglo xix inspiró a los autores alemanes, el autor dis­
tingue, de acuerdo con el título mismo de su obra, la
sociología política de la estadología. La primera sería
el estudio del comportamiento de las sociedades hu
manas y de sus relaciones recíprocas. La segunda s<
limitaría al aspecto de esta disciplina que se refiera
a la ciencia y al arte de gobernar las comunidades
En estas condiciones, estadología deja de correspon
der a la necesidad terminológica a la que nos hemof
referido.
En cambio, la palabra politología parece perfec
tamente aceptable. Su primera vefttaja, con respecté
a estadología (y también, por otra parte, con respectl
a sociología), es que sus dos componentes han sidí
tomados del mismo idioma. Constituido por dos pa
labras griegas: polis = ciudad, Estado; logos = ra
zón, exposición razonada de un tema, el término estl
r
bien elegido para designar el conocimiento sistemá­
tico de la cosa pública o del Estado.
La iniciativa de este neologismo viene de Ale­
mania, donde su introducción responde ante todo a
ciertas dificultades autóctonas.9 En efecto: la tra­
ducción directa de “ciencia política” por la expresión
alemana politische Wissenschaft puede implicar un
cierto matiz peyorativo que no tiene su equivalente
castellano, y significar “la ciencia politizada”, o sea
la ciencia utilizada con fines políticos. Ahora bien; es
éste un punto sobre el cual, al salir del régimen hitle­
riano, la sensibilidad de los universitarios alemanes
estaba particularmente alerta. También se prefiere
decir “ciencia de la política”, Wissenschaft der Poli-
tik. Pero esta expresión demasiado larga y bastante
pesada se hace ella misma anfibológica, pues el plu­
ral “las ciencias de la política” designa para algunos
las disciplinas científicas al servicio de la política. 10
Además, Wissenschaft der Pólitik no permite sa­
tisfacer la costumbre alemana de nombrar a los pro­
fesores, y más aún, a los estudiantes, por su especia­
lidad. El que se dedica a esta nueva disciplina que
es la Política no puede ser llamado Politiker, que
corresponde a “político”. En cambio, politólogo suena
bastante bien. Recuerda a sociólogo, filólogo, etnó­
logo, etc. 11
La objeción más seria que podría hacerse a “poli­
tólogo” es que no se forma directamente a partir de
polis (la Ciudad o el Estado), sino de su derivado po-
lites (el ciudadano). En consecuencia, la politología
8 Propuesto por M. Eugen Fischer Baling, el término
“politología” encontró la adhesión del Pr. Gert von Eynem
en un artículo breve,pero muy denso,titulado “Folitologie”,
que se publicó en el número inaugural de la Zeitschrift
für Politik (1954, pág. 83 y siguientes).
10 Cf. H. Lasswell. D. Lerner y otros, Les Sciences de
la politique aux Etats-Unis, Domaines et techniques, cua­
derno 19 de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas,
París, Armand Colín, 1959.
11 Desde 1952, la Universidad de Berlín Oeste otorga
el grado de Doctor en Letras y de Doctor en Ciencias po­
líticas con la mención “Politología”. Desde 1955 se confie­
re un título de “Politólogo diplomado”.
13
.
sería más bien la ciencia del ciudadano que la de la
ciudad. Pero en esto el ejemplo fue dado por los
mismos griegos, quienes formaron politeia a partir de
polites y no a partir de polis.
Una tendencia disidente propone politicólogo, que
se acerca más a la palabra griega políticos. El tér­
mino ha sido empleado desde 1934 por Gerhardt Me-
yer, editor de Hermann Hellers, y en Francia se be­
neficia actualmente con la gran autoridad de M. Geor-
ges Burdeau. Pero politicología no presenta, desde
el punto de vista de su formación, ninguna superio­
ridad sobre politología, puesto que políticos es tam­
bién un derivado de polites. Además, politicólogo es
menos eufónico y menos fácil de hacer entrar en el
lenguaje corriente, el que adoptó sociología y no
societología.
Por ello, atendiendo al uso y deseando contri­
buir a crearlo, hablaremos aquí de politología cada
vez que el término permita designar brevemente lo
que requeriría una expresión más larga, o sea, cada
vez que consideremos el conocimiento sistemático y
ordenado de los fenómenos relativos al Estado.
PRIMERA PARTE
LAS VICISITUDES DE LA
CIENCIA POLÍTICA
CAPITULO I
LA POLITOLOG1A CLÁSICA
I. El nacimiento de la politología
La politología —o sea el conocimiento sistemáti­
co y ordenado del Estado— ha constituido una cien­
cia desde sus orígenes. Los griegos son a la vez los
creadores de la política y de la ciencia política. 1 “La
Grecia antigua— dice Edmond Goblot— madre y rec­
tora de la civilización europea, le imprimió su carác­
ter dominante: la ciencia” .12
Y, entre los griegos, Aristóteles fue no solo el
principal promotor del conocimiento científico, sino
también el autor de un gran descubrimiento: el de
que cada ciencia tiene su individualidad. Le debemos
a él la política, la ciencia política y la situación de
ésta en el seno de las ciencias.
La clasificación aristotélica se apoya en la distin­
ción de tres operaciones del espíritu: saber (théórein)
hacer (prattein) y crear (poíein). En consecuencia,
de acuerdo con el Estagirita existen tres grandes
categorías de ciencias: las ciencias teóricas, las cien­
cias prácticas y las ciencias poéticas. Las ciencias teó-
1 Una parte de los estudiosos contemporáneos solo lla­
ma Ciencia política a lo que es ciencia positiva. Pero histó­
ricamente la ciencia corresponde al “conocimiento” sin
especificación. Tal es el sentido de la palabra griega epis-
teme y de la alemana Wissenschaft. Para una distinción —
aquí inútil o más bien prematura —entre la política como
arte, sabiduría o ciencia, remitimos a nuestros estudios:
Ampleur et limite de la création dans VArt et la Science
politique, en “Mélanges Jamati”, París, C.N.R.S., 1956, pág.
269 y siguientes; Morale et Politique en “Universitat und
Christ”, Zurich, EVZ, 1960 pág. 64 y sig., y al opúsculo pró­
ximo a aparecer en la colección “Mesopé”: Connaissance de
la politique.
2 Le systéme des Sciences, París, A. Colin, 1922.
17
ricas son las matemáticas, la física y la metafísica;
las ciencias poéticas incluyen la lógica, la retórica y
la poética; situadas entre ambas, las ciencias prácti­
cas son la ética, la económica y la política.
La ética es la ciencia del comportamiento perso­
nal, el conocimiento de la conducta del individuo, la
moral.
La económica es la ciencia de la familia, de su
composición y del mantenimiento del hogar, el o'ikos.
La política es la ciencia de la constitución y de
la conducta de la Ciudad-estado.
La política ocupa prácticamente la cúspide de la
jerarquía, porque su objeto, la Ciudad-estado, engloba
toda la organización social. En su base, la Ciudad-es­
tado se compone de familias: esposos, niños, esclavos;
se constituye luego por la asociación de familias a
través de relaciones, ya muy esparcidas en la aldea,
que se podría denominar con exactitud “colonia de
familias”; y, finalmente, por la asociación de varios
pueblos. La Ciudad-estado completa, originada en
las necesidades de la vida, existe porque las satisface
todas, habiendo llegado al punto de bastarse absolu­
tamente a sí misma.8
La política domina teóricamente a las otras cien­
cias, porque regula todas las actividades humanas.
Se ve claramente —dice Aristóteles— que entre to­
das las artes el fin de aquellas que se podría llamar
ordenadoras o rectoras es más deseable o más impor­
tante que el de las artes que les están subordinadas.34
El significado de las expresiones “ordenadora” y “rec­
tora” se capta aún mejor si empleamos la palabra de
origen griego, “arquitectónica”, que indica a la vez
la primacía intelectual y material de la política. Siem­
pre en la Ética a Nicómaco, Aristóteles subraya que
3 Cf. Politique d’ Aristote, ed. M. Prélot, París, P.U.F.
1950, pág. 1y sigs.
4 Ethique á Nicomaque, trad. Thurot, París, Didot
1823, pág. 4; esta traducción antigua,pero excelente.ha sido
reeditada en los clásicos Garnier. [Vid: Moral a Nicómaco,
trad. castellana de Patricio de Azcárate, en Obras Selectas¡
Ed. El Ateneo, 2? ed., Buenos Aires, 1959, lib. I, cap. I
pág. 239].
18
‘‘hay algo de más noble y más elevado en ocuparse
del bien y del contenido del Estado en su totalidad
que en el de un solo hombre, aunque podamos limi­
tarnos a lo concerniente a un solo hombre” .56
Sin embargo, la frontera entre la ética y la polí­
tica no es siempre trazada claramente. “El objeto de
la ética es una especie de política”: esta otra afirma­
ción del Estagirita .muestra que hay en él alguna
incertidumbre en lo relativo a la delimitación de las
diferentes artes. Además, incluye en la política una
serie de elementos que, desde nuestro punto de vista,
más bien formarían parte de la ética y de la económi­
ca: la procreación, la educación, y hasta la música.
En cambio, distingue con claridad entre la polí­
tica, que es el conocimiento de las cosas cívicas, y la
económica, que es la ciencia de las cosas domésticas.
Ésta engloba los conocimientos relativos a la casa, al
ajuar, al oikos, a todo aquello a lo que correspondería
bastante bien la palabra alemana Wirtschaft. Aristó­
teles considera tres tipos de relaciones sociales: entre
esposos, entre padres e hijos, y entre amo y esclavo.
Agrega el conocimiento de la administración del
ajuar de la casa. Sobre este último punto pasa rápi­
damente, pero otros Económicos son más completos,
en especial El Económico de Jenofonte (427-355), an­
terior al de Aristóteles, donde el autor expone las
reglas teóricas de una buena administración de un
dominio rural, siempre haciendo depender la econó­
mica de la política. El Estagirita estima que estas dos
disciplinas no deben confundirse, puesto que las re­
laciones de subordinación de la familia y las relacio­
nes de sujeción entre amo y esclavo son por completo
diferentes de las relaciones de ciudadanía. Aristóteles
rechaza desde el principio la idea de que el Estado
sería una familia ampliada, tesis que se vuelve a en­
contrar en algunos doctrinarios de la política. Por lo
tanto, no hay entre la familia y la ciudad una dife­
rencia de grado, sino de naturaleza.
5 Op. cit., pág. 7. fVid: ed. esp. citada. Lib. I, cap. I,
págs. 240-241.]
I
19
El vínculo entre la Antigüedad griega y latina
fue anudado por Cicerón, de quien puede decirse que
era un romano helenizado. Los títulos mismos de la
República (Tratado de la República) y De legi-
bus (Tratado de las leyes) indican su filiación pla­
tónica.
Siguiendo también una inspiración aristotélica,
Cicerón acepta como básica la noción de Ciudad, pero
amplía el marco y la define de un modo mucho más
jurídico. Pone a ésta en boca de Africanus, Escipión
el Africano, quien en el diálogo de la República figu­
ra como el héroe cívico al que se dirige la admiración
del gran orador: Est igitur, inquit Africanus, res pu­
blica, res populi; populus autem non omnis hominum
coetus quomodo congregatus, sed coetus multitudinis
juris consensu et utilitatis communione sociatus (“La
República es la cosa del pueblo, y el pueblo mismo
no es,no importa qué conjunto de hombres, sino una
colectividad unida por un acuerdo de derecho y por
una comunidad de interés”).
Si con Cicerón permanecemos exactamente en la
línea política griega, la Ciudad convertida en Repú­
blica ha crecido, sin embargo, hasta alcanzar las di­
mensiones imperiales de Roma, lo que hace que se
la conciba como una aglomeración cuantitativamente
importante. Entrevemos ya la concepción moderna
de masa. Por otra parte, Cicerón, abogado romano,
pone en primer plano el aspecto jurídico de la Ciu­
dad: el derecho común a todos, aceptado por todos,
efectivamente obedecido por todos. Se encuentra así
claramente especificada la naturaleza particular de
la sociedad política.
La revolución cristiana, si el fenómeno se con­
sidera sociológicamente (la revelación cristiana, si
se lo considera filosóficamente), trae profundos cam­
bios morales y psicológicos, pero técnicamente trans­
curre dentro de los moldes antiguos. San Agustín,
“educado —como él lo afirma— en los escritos de la
Escuela”, toma sus ideas políticas de De República y
de De Legibus de Cicerón. Y hasta se ha podido re-
II. La tradición Antigua y Medieval
20
constituir, recurriendo a sus citas, el texto considera­
blemente mutilado de Cicerón.
Sin embargo, Agustín modifica la definición cice­
roniana de Estado. Populus est coetus multitudinis
rationalis rerum quas diligit concordi communione
societus.6 Como el pueblo de Cicerón, el pueblo de la
“Ciudad de Dios” es también un agregado humano,
una multitud razonable, pero unida por la pacífica y
común posesión de lo que ama y no por el derecho y
la utilidad.
Pasamos de una concepción jurídica a una con­
cepción afectiva, de una noción que el lenguaje actual
calificaría de “societaria” a una noción “comunitaria”.
San Agustín prepara así ese sometimiento del Esta­
do respecto de la Iglesia, que tendrá tan gran reper­
cusión en el pensamiento medieval. El problema es
demasiado vasto para ser tratado aquí.7 Basta recor­
dar, desde el punto de vista que nos ocupa, que el
prototipo social sigue siendo la Ciudad. Hay en el
obispo de Hipona una transposición y ampliación del
ideal terrestre, una sublimación de la idea de Ciu­
dad; pero sin que ésta sea abandonada. San Agustín
modifica la definición de Estado,propuesta por Cice­
rón, para negar la perfección al Estado romano. De
tal modo la noción puede aplicarse a otra comunidad
que trasciende la ciudad carnal a la ciudad espiritual:
Civitas Dei. La concepción agustiniana se halla en­
cuadrada en una vasta concepción dél mundo, en una
filosofía y aun en una teología de la historia.
El “agustinismo político”, para hablar como mon­
señor Arquilliére, domina el pensamiento medieval.
Sin embargo, el representante más eminente de este
pensamiento, Santo Tomás de Aquino, vuelve a la
concepción de los autores paganos. No acepta las
modificaciones de San Agustín. Más exactamente, to-
6 San Acustín, De Civitate Dei, XIX, 24; La Cité de
Dieu, traducción de L. Moreau, París, Garnier, t. III, 1899,
4a ed., pág. 256# [Véase: La Ciudad de Dios, trad. cast. de
J. C. Díaz de Beyral, Buenos Aires, Ed. Poblet, 1941, t. II,
págs. 475-476].
7 Cf. M. Prélot, Histoire des idees politiques, París,
Dalloz, 2* ed., 1961, cap. x: UL’Augustinisme politique”.
21
ma de San Agustín una definición de Ciudad que es
en realidad la de Cicerón, y mediante una pequeña
habilidad dialéctica, de la cual ni los santos mismos
están siempre exentos, omite decir que San Agustín
había citado a Cicerón para refutarlo. Por otra parte,
la posición de Santo Tomás se explica muy bien. Es- ¡
tima que la definición ciceroniana es perfectamente
válida para la naturaleza, mientras que San Agustín
se ha ocupado de lo sobrenatural. Además, Santo To­
más estudia a Aristóteles, de quien Guillaume de :
Moerbecke, un dominico flamenco, tradujo al latín
un texto considerablemente mutilado de La política.
Santo Tomás había hecho un comentario literal de
esta obra en In libros poliiicorum Aristotelis expo-
sitio (Exposición sobre los libros políticos de Aristó­
teles). En consecuencia, la concepción tomista es sim­
plemente una formulación detallada de las doctrinas
aristotélicas. La Ciudad forma una unidad indivisa,
constituida bajo una autoridad suprema, donde cada
uno conserva su propia autonomía mientras contri­
buye al ordenamiento general.
Sin embargo, Santo Tomás se aleja del Estagiri-
ta en un punto: con él la política pierde la primacía
que le había asegurado Aristóteles. Aunque conserva
el primer lugar entre las artes prácticas, ya todas las
ciencias y las artes no convergen más hacia la polí­
tica, sino hacia la teología. La política, como las de­
más ciencias, es su sirvienta, ancilla Theologiae.
Por otra parte, además de ocuparse de la Ciudad
antigua, de la cual tiene una concepción doctrinal,
pero no histórica, Santo Tomás participa en las preo­
cupaciones de su tiempo por medio de una obra que
en francés se titula Du góuvernement royal (Del go­
bierno real), y en latín De regimine principum (Del
régimen de los príncipes), o, sin duda más exacta­
mente, De Regno (Del reinar). Este opúsculo incon­
cluso, cuya pertenencia a Santo Tomás niegan algu­
nos autores, fue escrito entre 1265 y 1267. Es un arte,
o más bien una ética del gobierno, destinada al rey
de Chipre, Hugues II Lusignan. Como el joven prín­
cipe murió a los dieciséis años, Tomás, cargado de
trabajo, renunció a terminar su obra. Pero lo que
22
escribió refleja un fenómeno nuevo, muy pronto
dominante. La noción de Estado pasa de la colectivi­
dad popular al gobierno, del gobierno a la persona de
quien gobierna, del Estado al reino y del reino al
príncipe.
III. Las concepciones modernas
El Príncipe: tal es, en efecto, el título del libro
que inicia la politología moderna. En sus dos prime­
ros siglos, ciertamente, toda la atención la reclama
el detentador del poder absoluto. Es a él a quien es
necesario conquistar y a quien conviene instruir. La
política se inclina hacia la psicología y la pedagogía.
Sin embargo, bajo estos aspectos nuevos conti­
núa fluyendo la corriente antigua. Impulsado por un
realismo cruel y por necesidades imperiosas, Maquia-
velo da a su libro el título de El Príncipe, pero solo lo
considera como un elemento de una “Política” que
constituiría el conjunto de su obra. Ya en el comienzo
de El Príncipe, en efecto, Maquiavelo distingue entre
repúblicas y principados. Da a la palabra “república”
un sentido preciso: el de gobierno temporario. En
este lugar no habla de los Estados que se gobiernan
de ese modo, y no porque sean poco interesantes, sino
porque trató de ellos en sus Discursos sobre la prime-
ra Década de Tito Livio.
La filiación aristotélica del secretario florentino
es segura. Ha leído y meditado una traducción italia­
na de la Política publicada en 1435 por el erudito
Leonardo Bruni, traducción cuyas ediciones se multi­
plicaron desde 1470.®Pero la inspiración del florentino
no es la de Aristóteles. El Estagirita dirige sus inves­
tigaciones hacia el buen gobierno que asegura una
vida buena a sus buenos ciudadanos. Maquiavelo tie­
ne en vista un objetivo más directo y brutal: un go­
bierno eficaz para “una Italia unida y desclericaliza-
da”. En consecuencia, la política es el arte del Estado,
dirigido menos a la felicidad de los miembros de la
Ciudad que a la obtención de su obediencia. Pero ya8
8 Agustín Renaudet, Machiavel, París, 1956, nueva ed.
23
se trate del bien de los hombres o de su obediencia,
el objeto del conocimiento político sigue siendo el
Estado, concebido así como un cuerpo político.
Esta noción todavía aparece nítidamente en Bo-
din, quien con Althusius, un autor menos conocido,
hace dar a la ciencia política un paso decisivo.
El tratado de Bodin abarca toda la ciencia poli-
tica, con los diversos órdenes de hechos que com­
prende y las leyes fundamentales que la integran.9
J. C. Bluntschli destaca su importancia al poner al
primer capítulo de su Geschichte des allgemeinen Sta-
atsrechts und der Politik seit der 16. Jahrhun dert
biszu Gegenwart. (Historia del Derecho general del
Estado y de la política desde el siglo xvi hasta la
actualidad) el título de “Die Staatslehre Bodins” (La
teoría del Estado, de Bodin) . 10 San Agustín, en este
aspecto mejor ubicado que Santo Tomás, no solo
posee una vasta erudición y una gran experiencia
personal: sabe aprovechar directamente los elemen­
tos que ofrecen los hechos y las instituciones de su
tiempo. La concepción tomista, bastante libresca, em­
pleaba simplemente las categorías políticas de Aris­
tóteles. Jean Bodin, que lo conocía bien, modifica y
enriquece (aunque cae también en desviaciones la­
mentables) el esquema aristotélico, con el aporte de
puntos de vista que son tanto el resultado de su re­
flexión personal como del paso de la Ciudad-estado
al Estado monárquico, transición que tiene lugar a
principios del siglo xvi. 1515 es la fecha de la difu­
sión de El Príncipe, y también de la batalla de Ma-
rignan y del advenimiento de los Valois-Angu-
lema con Francisco I. La monarquía francesa, toda­
vía feudal con sus predecesores, se convierte en mo­
narquía moderna con su sucesor Enrique II, soberano
ya casi clásico.
Bodin ve claramente en el Estado el producto de
una evolución secular que engendra un equilibrio
de derechos- y obligaciones en el seno de un grupo
u Cf. H .Baudrii.i.ard, Jean Bodin et son temps, París,
1853.
10 Esta obra se publicó en Munich en 18C4.
24
más complejo que el estudiado por el Estagirita. No
solo hace del Estado el “recto gobierno de varias
familias”, sino que interpreta las desigualdades com­
probadas por él como causa de una división del tra­
bajo que, para decirlo en términos actuales, se re­
suelve ella misma en una solidaridad orgánica.
A tal concepción del Estado, que en ciertos as­
pectos puede calificarse ya de “sociológica”, agrega
Johanes Althusius una concepción no menos impor­
tante. Ya hemos dicho que su gran obra se denomina
Política sistemática (Política methodice digesta).
Apareció en Herborn en 1603.Eue reeditada en Gro-
ninga en 1610, y nuevamente en Herborn en 1614.
En cada edición aumentó el número de páginas, hasta
duplicar su volumen. Althusius define allí la política
como el arte de constituir, cultivar y conservar la
vida social. Le da, en consecuencia, el nombre de
simbiótica, que toma del griego.
La palabra simbiótica muestra bien la concep­
ción fuertemente articulada que Althusius posee del
Estado. El Estado es, en la cúspide, una comunidad
política superpuesta a las comunidades más simples,
a las familias, a las corporaciones, después a las so­
ciedades más complejas, las comunas y las ciudades.
Siguiendo el método que más tarde se llamará gené­
tico, Althusius llega a una concepción contractual, y
sin embargo orgánica, de la soberanía. Se pasa por
gradaciones de las sociedades más simples a la socie­
dad estatal. Por ello se puede considerar a Althusius
como el precursor de las doctrinas políticas que más
tarde serán calificadas de federalistas o aun de cor­
porativas. Otto Gierke, quien en el siglo xix hizo
conocer a Althusius, el cual fue casi ignorado duran­
te largo tiempo, hizo de él el fundador del derecho
social, del Genossenschajt$recht.
Con él se comienzan a advertir también las bi­
furcaciones posibles del Estado. Mientras que Al­
thusius considera al Estado como una federación de
grupos ligados por un contrato del que surge la sobe­
ranía, Bodin afirma el carácter unitario e indivisible
de esta soberanía. Mientras que Althusius es un “or-
ganicista popular”, para quien la autoridad reside en
25
el pacto concluido por los elementos orgánicos qu*
constituyen el Estado. Bodin es un “monarquista uni<
tario”, partidario de la soberanía, que reposa en 1;
persona del príncipe.
Bodin acelera, sin duda involuntariamente,, lj
tendencia generada por los acontecimientos. El Prín-
cipe prevalece definitivamente sobre el Estado y do-
mina la politología de los siglos xvi y xvn. En unj
galería suntuosa se suceden el príncipe conquistado]
imaginado por Maquiavelo, y el príncipe cristiane
concebido por Erasmo. Bossuet y Fenelón, escritore¡
políticos, son figuras eminentes de preceptores de
príncipes. Aquél realiza la sustitución mediante lj
identificación del príncipe con el Estado, cuandc
afirma: “Todo el Estado se halla en él” .11
De manera opuesta, la Escuela del Derecho na
tural y de gentes redescubre la concepción social
Puffendorf y Barbeyrac vuelven al término Civitai
Utilizan también la expresión “sociedad civil” coij
preferencia a status, que conserva para los latinistas
su imprecisión primera, y con preferencia a res pu­
blica, que tiende a perder cada vez más su sentid*
general (según Bodin) para tomar su sentido res
tringido (según Maquiavelo).
Ésta es también la acepción que propone Mon
tesquieu. Pero éste no cita sus fuentes y con fre
cuencia presenta como propio lo que toma de lo
demás. Sin embargo, entre sus recopilaciones de no
tas de lecturas, un tomo no vuelto a encontrar s<
denominaba Política, y su biblioteca de La Brédi
contenía dos ejemplares de la Política de Aristóteles
La tentativa más completa de elucidar el voca
bulario político de su tiempo es sin duda la de J. J
Rousseau. Al final del capítulo VI del libro I de
Contrato social, capítulo de importancia considera
ble, pues trata en él del “pacto social” o sea de
contrato social mismo, ofrece las siguientes explica
ciones acerca de su vocabulario: “La persona públic
que se constituye así mediante la unión de todos lo
11 Bossuet, Politique tirée des propres parole
VÉcriture sainte, libro V, art. 4, 1* proposición.
26
otros tomaba en la Antigüedad el nombre de Ciudad,
y se la denomina actualmente república o cuerpo po­
lítico, al cual sus miembros llaman Estado cuando
es pasivo, soberano cuando es activo, y potencia al
compararla con sus semejantes Y Rousseau protes­
ta contra las desviaciones que ha sufrido el término
Ciudad. “La verdadera significación de esta palabra
—advierte— hase casi perdido entre los modernos:
la mayoría de ellos confunde el recinto urbano con
una Ciudad y a su habitante con el ciudadano. Igno­
ran que las casas constituyen el mero poblado y que
los ciudadanos conforman la Ciudad.” El ginebrino
es de este modo fiel a la tradición helénica. Sin em­
bargo, hace de “social” el equivalente de politikos y
no de koinónikos. En el “contrato social”, la palabra
“social” se refiere a la sociedad civil, o sea a la Ciu­
dad, la República, el Estado. Rousseau.mismo entien­
de que realiza una obra de político. Nos ofrece el
Contrato social como un extracto de una obra más
amplia dedicada a las “instituciones políticas”, y en
Les confessions (Las confesiones) afirma que hu­
biera querido trabajar en ella toda su vida. El Con­
trato social se llamó durante algún tiempo De la
société civile. (De la sociedad civil) (se conserva un
manuscrito en el cual este título fue preferido mo­
mentáneamente). En cuanto al subtítulo conservado,
es todavía más revelador: Principes de droit politi-
que (Principios de derecho político). Anteriormente
Rousseau había dudado entre Essai sur la constitu-
tion de l’État (Ensayo sobre la constitución del Es­
tado) ..., sur la formation du corps politique (sobre
la formación del cuerpo político)... sur la forma-
non de VÉtat (sobre la formación del Estado)..., sur
Jaforme de la République (sobre la forma de la Re­
pública).
Pero estos tanteos terminológicos traducen sim-
>lemente matices y no una incertidumbre sobre el
óndo de las cosas. De Aristóteles al siglo xviii, la
radición es una y segura. Hay, como lo expresa muy
)ien Paul Janet, quien escribió la historia de este
>eriodo, “una ciencia del Estado, no de tal o cual
ístado en particular, sino del Estado en general con-
27
siderado en su naturaleza, en sus leyes y en sus fot
mas principales” . 12 Es la ciencia política, y nadi
derivó entonces de ella otra rama del conocimient
de la vida social.
12 Paul Janet, Histoire de la Science politique
ses rapports avec la morale. Editada en París en 1872, coi
tituía ya la segunda edición de una Histoire de la philos
phie morale et politique. Reeditada varias veces por Alca
se halla hoy completamente agotada. [Trad. esp.: Histot
de la Ciencia política en sus relaciones con la Moral, 2
mos, v. de C. Cerrillo y Ricardo Fuente, Madrid, ed. Jorr
28
CAPITULO II
LA SUSTITUCIÓN DE LA POLITOLOGÍA
I. La politología sustituida
por la ciencia económica
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo
xviii existe ya una fisura en este hermoso bloque. El
uso cada vez más generalizado de un término que
se origina a principios del siglo xvii, el de economía
política, provoca una incertidumbre creciente.
De la herencia aristotélica hemos visto florecer
la rama fértil constituida por la política. La otra
rama, la económica, bastante débil ya en el Estagi-
rita, se marchitó rápidamente. Bajo la influencia del
cristianismo las relaciones de familia tomaron cada
vez más el aspecto de relaciones personales atinentes
no a la económica, sino a la ética. Y la desaparición
de la esclavitud redujo sensiblemente la importan­
cia de relaciones entre amo y servidor. Aun aquí, el
cristianismo tiende a colocar estas relaciones bajo el
imperio de la moral. En consecuencia, solo quedó a
la económica la administracic i del patrimonio y el
cuidado de la casa.
En el siglo xvii se produce otro de estos cambios,
ya vistos en la historia de la politología, que mo­
difica completamente el sentido del término “eco-
Sómica”. Montchrestien publica en 1615 un Traite
’économie politique (Tratado de economía política),
dedicado al joven rey Luis XIII y a su madre, la
regente, María de Médicis. Explicitada en una súpli­
ca, la idea de Montchrestien es que el Estado debe
lomportarse, con respecto a sí mismo, como si se
;ratara de una casa cuyos limitados recursos deben
tdministrarse juiciosamente. Montchrestien opone a
a conducta dispendiosa del Estado, encamada par-
icularmente en los pródigos de Valois, la idea de
29
una gestión económica, o sea “familiar”. El Príncip
debe aplicar al Estado las leyes de administración di
un hogar. De este modo Montchrestien hace que si
reúnan y confundan dos órdenes de conocimient)
que el Estagirita había distinguido cuidadosamente
Llama economía política a las reglas de una buen)
administración de los bienes del reino.
Esta concepción recibe pronto el aval de un horri
bre que no solo es un escritor, sino también, si puedi
decirse, el primer ministro francés de Economía na¡
cional: Sully, quien en su vejez publica sus Sage
et royales économies d’État domestiques, politique,
et militaires (Prudentes y reales economías de Esta;
do domesticas, políticas y militares, 1634). Transpor.;
tada del hogar al Estado, la economía se convierte ei
el arte de la administración de las cosas materiales
Unido a “economía”, que es el sustantivo, el adjei
tivo “política” es equivalente a estatal. En su origina
obra dedicada a los Trois ages de Véconomie (Trej
edades de la economía), M. André Piettre dice mu]
acertadamente: “el carácter nacional de la economií
sobrepasa en mucho su carácter crematístico” . 1 Máj
adelante da a esta economía el calificativo de “mo|
narquizada”, invocando a Hauser para quien el rej
es “el legislador y el regulador de la vida política’j
Y aun en quien es considerado el primero de lo|
grandes economistas modernos, en Adam Smith, 1)
economía política conserva su dependencia tradicioj
nal respecto de la política. Ésta es entendida comí
“una rama de los conocimientos del legislador y de
hombre de Estado, que se propone enriquecer a lí
vez al pueblo y al soberano, particularmente con el
objeto de proporcionar al Estado renta sufk míe pa­
ra el servicio público”.
Pero la posición de Adam Smith aparece prontc
como una supervivencia. Desde la segunda mitad de]
siglo xviii la economía se aleja de la política. Se con
vierte en un sistema lógico de asuntos económicoi
que deben ser “considerados en sí mismos, por ello!
mismos y para ellos mismos”, según una fórmula dei
i Editions ouvriéres, París, 1955. pág. 200.
30
bida a André Piettre. El conocimiento de estas cosas
Eorma un mundo aparte. La económica de nuevo es­
tilo no solo se ha separado de la política, sino que
pretende una autonomía total. El orden natural, para
hablar en el lenguaje de los fisiócratas, obedece a
jus leyes propias. Tiene sus mecanismos espontáneos
Ysus automatismos reguladores. Así la economía es
illa misma una fisiocracia, o sea un gobierno de la
naturaleza, mientras que la política, sea cual fuere
il régimen considerado, es un gobierno del hombre,
ma antropocracia.
La economía reivindica su autonomía tanto en el
jrden práctico como en el orden intelectual. En el
>rden práctico, en tanto que actividad humana, re­
pudia las exigencias morales de las teorías medie­
vales, pero quizás rechaza aún más la dominación
política de los regímenes en vigor. En el orden in-
¡electual, la economía desea ser una ciencia inde­
pendiente con respecto a las otras ciencias, y sobre
;odocon respecto a la ciencia del gobierno del Estado.
Si bien el hecho de haber arrebatado a la política
jna vasta parte de su dominio era ya grave, el desa­
rrollo de la economía le es aún más perjudicial, pues
ísta manifiesta casi inmediatamente la pretensión de
remplazaría. La economía no solo quiere separarse
le la política, sino desvalorizarla colocándola en un
segundo plano, poniendo en tela de juicio su impor-
¡ancia y su existencia. En esto concuerdan las dos
íscuelas rivales del liberalismo y del socialismo.
En muchos aspectos, la idea fundamental del in-
lividualismo liberal está quizás constituida, más que
por las nociones de libertad y de individuo, por el
íoncepto de espontaneidad. Los fenómenos econó-
picos son una manifestación de la naturaleza: sur­
gen inevitablemente y se organizan por sí mismos.
De acuerdo con la famosa frase de un clérigo ita-
íano, il mondo va da se. La economía se halla some­
tida a leyes “naturales”. En consecuencia, la política
iada tiene que hacer en este terreno. Si interviene,
erá para ponerle obstáculos a esta rueda maravi-
osa, que de otro modo giraría por sí misma. El libe-
alismo concluye en una concepción minimalista del
31
Estado, en la que se le deja el menor sitio posible
En la vida del hombre común la política no es máj
que una excepción o un episodio. Como se ha com
probado más tarde: “El hombre de la era liberal e
el hombre menos politizado que ha existido”.2
En lo que se refiere al antipoliticismo, en el fon
do el socialismo se halla de acuerdo con su advei
sario. Los reformadores franceses casi no se parecei
en nada, pero tienen un punto en común: todos de
sean la desaparición del poder político, pero no sol
tal como existe, con sus accidentes actuales, sino e;
sí mismo, en su esencia. Hay sin duda un socialism
partidario de la conquista del poder. Pertenece, co
Blanqui, a la filiación de Babeuf. Tal es también 1
posición que tomará Luis Blanc. Pero no se trata d
pensadores de envergadura, y sus teorías tendrá
menos importancia que su acción. La primacía de 1
económico, la desvalorización y la exclusión de 1
político se expresan en la famosa parábola de Sainl
Simón. Pero es sobre todo Proudhon quien le dio u
extraordinario relieve. El séptimo estudio de V idé
genérale de la révolution au xix siécle (La idea g<
neral de la revolución en el siglo xix) se titula: “D
solución del gobierno en el organismo económico1
Para el autor, la única y verdadera revolución es 1,
revolución “social”, que opone a las seudorrevolu
ciones “políticas” de 1830 y 1848. Ella remplazará e
Gobierno por el Taller: “Ponemos la organizació)
industrial en lugar del Gobierno, y las fuerzas eco
nómicas en lugar de los poderes políticos” .3
La idea de la disolución del gobierno en la socie
dad no es menos fundamental en Marx, al menos el
cierto Marx, porque sus concepciones variaron mij
cho. Es sin embargo innegable que su pensamiento
tal como se lo comprendió hasta el día en que fu¡
revisado y corregido por Lenin, es antipolítico. íJ
forma actual de los regímenes y el Estado mismo so
superestructuras que deben ser completamente el)
minadas por la evolución económica, que conduce
2 Georges Lavau, “Science politique et Sciences d
l’homme”, Esprit, abril 1956, pág. 506.
3 París, Garnier, 1851, pág. 283.
32
la revolución social. La única realidad es la econo­
mía, y en este punto Marx se halla muy cerca de las
concepciones de los reformadores franceses, en las
que se apoyó considerablemente. Su visión del por­
venir es la de un “languidecimiento del Estado”.
Cuando el proletariado sea dueño del poder, no habrá
más poder ni habrá más Estado, porque la autoridad
política es la consecuencia de la lucha de clases.
En sus rasgos fundamentales, la economía polí­
tica de los siglos xix y xx ya nada tiene que ver con
la política, ni tampoco con la economía en el sentido
etimológico del término. Las nuevas definiciones la
califican, de acuerdo con la concepción francesa clá­
sica de J. B. Say y de Pellegrino Rossi, de “ciencia de
la riqueza”; según autores más recientes es la “cien­
cia del cambio”, y M. F. Peroux agrega a la palabra
“cambio” el adjetivo “oneroso”. Al mismo tiempo
se le busca un nuevo nombre. Algunos proponen el
de “crematística”, que se encuentra ya en Aristóteles;
Dtros, “plutología”, y algunos, particularmente los
ingleses, cataláctica. En Francia, bajo la influencia
de A. Landry, se ha vuelto a “económica” simple­
mente como sustantivo, pero se dice con más espon­
taneidad “ciencia económica”, entendiéndose que el
hnérito principal del término es sancionar —palabra
y cosa— la desaparición de la política.II.
II. La politología sustituida por la sociología
• Se produce otro cisma, que no deja de mostrar
semejanzas, en sus orígenes y en sus resultados, con
?1de la economía. Es el que ahora separa lo político
le lo social.
Esta dicotomía no es nueva. Cierta distinción en­
re lo “político” y lo “social” aparece ya desde el
“enacimiento del Estado. Ya en Bodin y Althusius
lemos encontrado la idea de que existiría lo social
úera de lo político, o sea un elemento social distin­
guible, si no diferente, de lo político. Diríamos ac-
ualmente que estos dos autores consideran el Estado
orno un fenómeno de superposición. Pero la “sim-
liótica” de Althusius, la concepción del “recto go-
33
r
bierno de varias familias” de Jean Bodin, implica un
conocimiento del Estado que envuelve el de las so­
ciedades menores sobre las que se construye. Esta1
actitud concuerda así con la concepción arquitecto-!
nica de la Ciudad, que vimos era la de Aristóteles.
Diversos autores de los siglos xvi y xvn insisten
en la existencia de vínculos de carácter social que
están fuera de los vínculos estatales. Tal es el caso
de Grotius, cuya obra fundamental data de 1625; e]
del filósofo Leibnitz y el de un jurista que ya era
sociólogo, Nettelbladt, quien no alcanzó la misma
notoriedad. Dentro de esta línea algunos distinguen
ya, como Schlótzer, entre die Staat, el Estado, y die
bürgerliche Gesellschaft, la sociedad civil. Aparecen
así dos órdenes jurídicos independientes: un orden
de vecindad o de localización territorial, y un orden
de actividades profesionales o de oficios.4
A comienzos del siglo xix, y esta vez bajo la
influencia de la economía, particularmente de la Es
cuela inglesa, algunos autores alemanes (por ejem>
pío Robert von Mohl) separan la ciencia social d(
la ciencia política. El término “social” designa laí
instituciones, las costumbres, o los comportamiento
no organizados directamente por el poder: la fami
lia, la propiedad y —el concepto comienza a circu
lar— las clases sociales. Se opone el Estado social
Sozialzustand, al Estado político, Staat. Más tarde
en Francia, el historiador Henri Hauser distinguid
la historia llamada política, que se preocupa sobrf
todo de las formas de gobierno de las sociedades, 3
la historia calificada de social, que se interesa prin
cipalmente en la vida material, económica y mora
en las mismas sociedades. Lo social comprende as
toda la vida privada, no solo en su aspecto individua
e interindividual, sino colectivo.
Esta división podría no haber tenido grandes in
convenientes para la ciencia política si hubiera coi
servado el carácter de una comprobación objetivi
pero muchos de sus defensores le agregan una apr<
4 Cf. Georges Gurvitch. Éléments de sociologie juril
que, París, Aubier, 1940, cap. I, “Les précurseurs”.
34
ciación cualitativa. El orden de la sociedad es consi­
derado infinitamente más rico que el orden jurídico
del Estado, tanto desde el punto de vista de su con­
tenido espiritual como de su capacidad de vida es­
pontánea. Ya sea conjuntamente, ya en forma para­
lela a la corriente económica, el flujo social desva­
loriza también a la politología.
Las exaltaciones de lo social son múltiples: unas
veces se convierten en sistema, como en las escuelas
sociales de inspiración cristiana; 5 otras, constituyen
una reacción difusa de los medios burgueses, que
sienten que la conducción de los asuntos públicos
pasa a nuevas capas sociales; o, inversamente, pro­
ceden de la afirmación nueva de que la “cuestión
social” predomina sobre los problemas políticos.6
Charles Péguy hace de todo esto una especie de ra­
mo lírico cuando escribe: “La vida privada transcurre
bajo la vida pública, conserva, lleva, sostiene y nutre
la vida pública. Las virtudes privadas se desarrollan
bajo las virtudes públicas. Lo privado es el tejido mis­
mo. Pública: las actividades públicas no son más que
islotes; es lo privado lo que constituye el mar profun­
do”.Pero es mucho más grave para la integridad de la
política lapretensión delo social deconvertirse en cien­
cia autónoma y global, bajo el nombre de sociología.
Como todo el mundo lo dice, Augusto Comte es
el inventor del término. “Creo que debo aventurar
desde ahora este término exactamente equivalente
a mi expresión ya introducida de física social. “Aho­
ra bien, aunque la expresión “física social” no tuvo
aceptación alguna, la palabra “sociología” fue adop­
tada en la mayor parte de las lenguas con el sentido
BTal es la posición de Le Play y también de una parte
importante del catolicismo social (cf. M. Príxot, “La fin
d’une extraordinaire carence’/ en Revue Internationale
d’histoire politique et constitutionnelle. enero-junio 1957,
iPág. 9).
 6 “El estudio de la cuestión social es el estudio de los
males que sufre la sociedad en el orden del trabajo, y la
búsqueda de los medios de curarlos o suavizarlos” (R. P.
¡Charles Antoine, S. J., Élements de Sciences sociales, lec­
ciones dictadas en Jersey, 1892-1893, Poitiers. Oudin, 1893).
de un conocimiento general y objetivo de la constitu­
ción y del desarrollo de las sociedades.
La iniciativa de Augusto Comte priva a la polí­
tica de su primacía tradicional, porque la sociolo­
gía la reemplaza como ciencia arquitectónica. “La se­
rie natural de las especulaciones fundamentales se
constituye por sí misma. Todos los estudios prelimi­
nares (matemática, astronomía, física, química, bio­
logía) preparan de este modo la ciencia final, la cual
en adelante influirá sin cesar sobre su cultivo siste­
mático, para que en él prevalezca al fin el verda­
dero espíritu de conjunto, siempre ligado al auténtico
sentimiento social.”7
Al mismo tiempo que la sociología sustituye a
la politología, el centro de interés pasa de las Ciu­
dades o los Estados a la Humanidad. “A. Comte de­
finió la humanidad: el cbnjunto de seres humanos
pasados, futuros y presentes. Pero los más numero­
sos —y siempre en aumento— son los muertos, que
subsisten por la inmortalidad subjetiva, sea porque
se guarda su recuerdo, o porque el resultado de sus
actos permanece gracias al progreso.”8
Sin embargo, Comte sustituye muy pronto el es­
tudio científico de la Humanidad por la religión de
la Humanidad. “La política positiva” es así absor­
bida por “la religión positiva”. De tal modo la sociolo­
gía comtiana entraña finalmente, sin verdadera com­
pensación, la desaparición de la politología clásica
Ésta no ha sido más renovada por la “Escuela
sociológica”. En la medida en que Durkheim y sus
discípulos estiman, a diferencia de Comte, que le
social más auténticamente positivo es el hecho cons­
tituido por las sociedades particulares, hubieran po-J
dido concebir la sociología como un Corpus de cien­
cias sociales donde la politología hubiese ocupado st
lugar. Pero no es ésta su perspectiva. Insisten en la
especificidad del hecho social, atribuyéndole carao;
teres propios. La sociedad misma es algo más y, tamf
7 Augusto Comte, Discours sur l’ensemble du posit
visme, París, 1848.
8 Jean Lacroix, La sociologie d’A. Comte, París, P.U.f
1956, pág. 65.
bién, algo diferente que la suma de los individuos
que la componen. No es una adición, sino un “todo”
—algunos sociólogos llegan a decir: un “ser”— que
tiene su vida, su historia, su conciencia, sus intere­
ses. Por lo tanto, solo será sociológico, en sentido pre­
ciso, el conocimiento de los fenómenos humanos en
tanto que sociales, o sea no como productos de la vo­
luntad de los individuos, sino como resultados de la
influencia ejercida por el grupo social. Éste origina
actitudes que los miembros que lo componen no ha­
brían tenido nunca si no estuviesen agrupados. In­
cluso cuando parecen actuar libremente, sus actos
traducen una compulsión social. En consecuencia, la
sociología no estudia todo lo que ocurre en las socie­
dades existentes; solo se pregunta de qué modo y
en qué medida los hechos sociales se originan en la
vida social, y cómo, a su vez, actúan, sobre ella.
En estas condiciones, al estudiar la política, la
sociología se conduce de manera diferente que la
ciencia política. Considera la incidencia del factor
político sobre la vida social, y, recíprocamente, del
factor social sobre la vida política. Los actos políti­
cos interesan realmente al sociólogo, pero no se ocu­
pa de ellos del mismo modo que el politólogo. El
sociólogo no estudia la política más que como una
manifestación específica de vida colectiva. El poli­
tólogo considera todos los aspectos de las institucio­
nes y de la vida del Estado, comprendidos los com­
portamientos individuales (recordemos el lugar ocu­
pado por el Príncipe conqúistador, cristiano o econo­
mista), y los estudia desde el punto de vista estricta
y esencialmente político, mientras que el sociólogo
solo toma en cuenta los fenómenos políticos en tanto
que son sociales, y exclusivamente en ese aspecto.
En la realización concreta, esta diferencia de in­
terés selectivo produce obras de muy distinta inspi­
ración. Al ocuparse de fenómenos políticos, los soció­
logos eliminan en su investigación lo que más inte­
resaría al politólogo. Mientras que el politólogo se
dedica con predilección al estudio de los fenómenos
políticos superiores que están más próximos a él en
el tiempo y en el espacio, los sociólogos dedican casi
37
todas sus investigaciones a los pueblos primitivos. Su
atención se concentra en los fenómenos exóticos, en
las costumbres que se relacionan más bien con la
etnología y solo tienen una conexión remota con la
sociedad política sutil y profundamente instituciona­
lizada que es el Estado actual. Sin duda que a este
respecto los sociólogos han formulado promesas;
pero el lugar que en su clasificación se le confiere a
la sociología política está bastante mal asegurado.
De hecho se ocuparon poco de los problemas políti­
cos, y en modo alguno cumplieron lo que habría po­
dido ser su tarea.9
No cabe duda de que en el futuro renacimiento
de la politología, la sociología cumplirá su parte fe­
cunda, particularmente gracias a su influencia me­
todológica. Pero en la evolución intelectual del siglo
xix y comienzos del xx constituye un rival, tanto
más peligroso cuanto que invoca para sí misma el
rigor científico y la categoría universitaria. Supe­
rando el escepticismo de su medio, Durkheim logró
que la sociología fuera reconocida como ciencia y se
le concedieran cátedras. En cuanto a la política, solo
se le concede el papel de un arte de aplicación. La
sociología la rechazó fuera de la ciencia y fuera de
las Facultades, porque “en el medio universitario, de­
cir que una rama del saber o de una actividad es un
arte implica arrojar el descrédito sobre ella”.10III.
III. La politología remplazada
por la ciencia jurídica
La economía se desarrolló bajo la influencia in­
glesa, y la sociología nació en Francia; de allí que la
0 Los sociólogos que se dedicaron a la sociología políti­
ca han recopilado, en su mayor parte, elementos dispersos
en otras obras. Así, el pequeño libro de Sociologie politique
del deán Davy es fundamentalmente un estudio penetrante
de la obra de los juristas sociólogos L. Duguit y M. Hauriou
(París, Vrin, 1950, 2* ed.). También A. Cuvillier, en su Ma
nuel de sociologie (París, P.U.F., 2* ed., 1959, 2 vol.) utilizc
ampliamente el trabajo de los constitucionalistas y de los
especialistas en derecho público.
10 Jacques Leclercq, Du droit naturel á la sociologie
París. Spes, 1960, t. II, pág. 47.
Alemania de mediados del siglo xix parezca el país
menos afectado por las tendencias disolventes. Reac­
cionando sobre éstas, logró inclusive reintegrar, bajo
la influencia de sus “economistas nacionales”, la eco­
nomía en la política; y, al insistir sobre el aspecto
“nacional” de los fenómenos, volvió a colocar lo so­
cial en lo político.
Este énfasis en la idea del Estado como un “con­
junto que domina a los individuos y aun a las gene­
raciones” se debe a la obra de Adam Muller.11 Pero
la influencia de este autor se origina en el hecho de
que sintetiza una triple corriente jurídica, lingüísti­
ca y filosófica, que a las tres tendencias de la econo­
mía clásica: el individualismo, el cosmopolitismo y
el perpetualismo, opone, en orden, el espíritu comu­
nitario, el ideal nacional y la relatividad histórica.
Después de Adam Muller, las obras de Dahl-
mann, Waitz y Treitschke confirman la unidad clá­
sica de la ciencia política como conjunto de conoci­
mientos relativos al Estado-nación. Superan así la
dicotomía de Mohl, que distinguía lo social y lo polí­
tico, y que dentro de lo político distinguía a su vez
idivex’sas partes, una de las cuales, la Staatskunst,
era la política propiamente dicha. Waitz y Treitschke
identifican “obviamente” la política y la doctrina del
Estado.1112 Dalhmann, quien en 1835 publica en Go-
tinga el tomo primero y único de Die Politik (La
Política sobre la base y medida de los objetos reales),
usa la palabra “política” en el sentido de los anti­
guos, o sea que la política es para él la doctrina del
Estado. En su Grondziige der Politik (Fundamentos de
la Política, Kiel, 1862), Georg Waitz ve en la política
una Staatslehre, sin distinguir el ordenamiento estáti-
11 Adam Muller, nacido en Berlín en 1779, y muerto en
Viena en 1829, reunió en su libro Die elemente der Staats
kunst (Los elementos del arte político) las conferencias da
das por él en Dresde, donde actuaba como diplomático
[Trad. esp.: Elementos de Política. Lecciones dadas en Dres
den en el invierno de 180X2X09, traducción de E. Tmaz, Ma
drid, Rev. de Occidente, 1935.]
12 Esta expresión irónica y algo despectiva se debe al
jurista y sociólogo alemán Stier-Somlo, autor de un peque
ño libro titulado Politik, Von Quelle y Meyer, Leipzig, 1919.
3H
eo del Estado y la vida pública en movimiento, sin dis^
tinguir Staatsrecht y Politik. Treitschke publica er
1859 una Ciencia de la sociedad, donde el Estado e¡
“la sociedad organizada unitariamente”.
Sin dejar de ubicar en la base de su construc
ción más a la Nación (Volk) que al Estado (Staat)
la escuela alemana sostiene o redescubre la concep
ción global de la política formulada por Aristóteles
En el sentido helénico, “politología” significaba “co
nocimiento de la polis”; en el sentido germánico, si
convierte en la teoría general del Estado, la Allge
meine Staatslehre.
Pero la escuela alemana, que superó el divorci<
entre lo económico y lo sociológico, va a engendra]
ella misma la separación de lo jurídico.
La ruptura se anuncia en el último tercio de
siglo xix con Allgemeine Staatslehre (Teoría gene
ral del Estado), de J. C. Bluntschli, cuya primer;
parte Lehre von modernen Staat (Teoría del Estadi
moderno) apareció entre 1875 y 1876. Según la con
cepción clásica, Die Politik hubiera debido ser el equi
valente del título general: Lehre von moderne]
Staat. Pero en la pluma de J. C. Bluntschli la pala
bra “política” no solo no designa el conocimiento de
Estado en su conjunto, sino que solo en último téi
mino entra en la “doctrina” o “teoría” del Estad
moderno. Lo esencial de la doctrina del Estado mo
derno se halla constituido por la teoría general di
Estado y del derecho del Estado. La política es rele
gada a un segundo plano con respecto a estas do
disciplinas, que toman la delantera.13 No tiene qu
investigar ya los fundamentos del Estado, pues s
ocupa de ello la teoría general; tampoco le compet
el examen de la constitución y los órganos del Es
tado, pues ésta es tarea del derecho público. Solo 1
queda el estudio de las actividades estatales. Formul
13 Armand de Riedmatten, quien tradujo la obra i
francés, la presenta también en tres volúmenes: La théor
générale de l’État, Le droit public, La politique, París, Gu
laumin, 1877. [Trad. esp.: Derecho público universal, v. c
A. García Moreno y J. Ortega García, Madrid, Ed. F. Gó
gora, 1880.]
40
1
y explica las reglas que deben seguirse en el gobier­
no de los pueblos, y analiza el espíritu de las institu­
ciones y la actividad de la nación en el Estado.
Este relegamiento de la política es aún en Johann
Bluntschli lo suficientemente discreto como para
no romper la unidad de una politología global. Hay
distinción, pero no separación. El derecho público y
la ciencia política surgen de un tronco común. Pero
la teoría general del Estado domina a la vez el de­
recho y la política. El Estado real vive y la vida
vincula el derecho con la política. El derecho, sobre
cuyo carácter estático los sucesores de Bluntschli
insistirán más que él, no permanece, sin embargo,
invariable. Por su parte, la política busca un punto
de equilibrio y de reposo. El derecho posee una his­
toria, y hay una política de la legislación. El derecho
procede de la política, y la política presupone el
derecho como condición fundamental de la libertad.
Ésta se desarrolla en límites que traza el derecho.
De todos modos, la autoridad de J. C. Bluntschli
logró que desde ese momento la doctrina alemana
aceptase la idea de que la política no es más que una
parte del dominio de los conocimientos sobre el Es­
tado. Así, von Holtzendorff, en sus Prinzipien der
Politik (Prmcinios de la Política, 2^ ed., 1879), ve
;n la ciencia del derecho el ejercicio de la voluntad
:olectiva del Estado, en tanto que es voluntad ge-
íeral, o sea voluntad independiente, suprema, sobe­
rana. La política, en cambio, es la misma voluntad
ictuante, pero dentro de los límites prescriptos por
as circunstancias y los antecedentes, y determinada
ín sus resoluciones por la ocasión y la historia.
Mucho más radicales y sonoras son las tesis de
Seorg Jellinek. Ya al principio de su libro Allge-
neine Staatslehre14 (Teoría General del Estado),
>bserva que la palabra “política” significa en griego
'doctrina de la Polis”, y que se debe traducir por
b4 Traducido al francés con el título poco satisfactorio
le VÉtat moderne et son droit, París, Fiard & Bjiére, 1911,
1vol. [Trad. esp.: Teoría General del Estado, trad. dt Fer
íando de los Ríos, Madrid, 1914. La misma versión reedita-
laen Buenos Aires, Ed. Albatros, 1954.]
41
“doctrina del Estado”. Pero abandona inmediatamen
te esta posición lógica para dejar la política fuen
de la “doctrina del Estado”. Ciencia descriptiva i
explicativa del Estado, la Allgemeine Staatslehre es
tudia la noción del Estado bajo todas las formas ei
que manifiesta su actividad. Se divide, por una pai
te, en una doctrina “social” del Estado, y por otrj
en una doctrina “jurídica” del Estado o derecho pú
blico en general. Por lo tanto, y a diferencia de J. (
Bluntschli, G. Jellinek no concibe ninguna doctrin
general del Estado que abarque a la vez el derech
público y la política. Ésta solo examina la maner
en que el Estado puede realizar sus fines y apreci
sus actitudes. Se convierte en un estudio accesori
de carácter práctico y crítico.
Como consecuencia directa de este retroceso
de esta subordinación, queda asegurada la hegemc
nía del derecho público en la teoría general. Frent
a Ja política, y aislada y circunscripta, brilla co
todo el prestigio que su rigor le confiere.
Menos de diez años antes de que J. C. Bluntschl
desmantelara la politología, el “venerable” Gerbei
a quien los alemanes consideran el padre del dere
cho público, había publicado sus Grundzüge eim
Systems des deutschen Staatsrechts (Fundamento
de un sistema del Derecho Político alemán, 1865
Deplora allí que sus predecesores hayan considerad
que la tarea de determinar los principios constitucic
nales modernos es más de naturaleza filosófica (léí
se “política”) que jurídica. Se esfuerza por clarific<
los principios del derecho sobre los cuales debe ed
ficarse el derecho público, y se propone eliminar lí
tendencias políticas, históricas o doctrinarias qu
eran precisamente las de los autores alemanes qu
hemos mencionado. Inspirándose en concepciones d<
derecho privado entonces dominantes, Gerber se ap<
ya en las teorías de la personalidad y de las relaci<
nes jurídicas y las aplica al dominio del derech
público. Para él, el derecho público es exclusivi
mente el derecho del Estado concebido como sujei
de derechos. Los derechos estatales mismos se op<
nen a los derechos privados. Son los derechos de d<
42
ilinación del Estado sobre los hombres exteriores
iél, eine Herrschaft über fremde Personen. Lo dog-
nático termina sustituyendo a lo sociológico, para
legar a la creación de un derecho público que nada
lebe a ninguna disciplina, salvo al derecho mismo.
El sucesor de Gerber será Paul Laband, uno de
os maestros más reputados de la Universidad de
Estrasburgo durante el período de la anexión. P. La-
>and exige que el análisis del sistema constitucional
e un país determinado sea puramente jurídico. Hay
Iue establecer, ante todo, las relaciones de derecho
ue constituyen el derecho público; fijar luego con
recisión su naturaleza jurídica; descubrir después
js principios jurídicos generales a los que se hallan
lubordinados, y desarrollar, finalmente, las conse-
iuencias que se desprenden de ellos. Partiendo de
as reglas inscriptas en los textos, nos remontamos
iasta los principios, desde los cuales descendemos fi­
elmente, mediante el razonamiento lógico, para des­
abrir las aplicaciones no formuladas. •
Este método es exclusivamente, y, como lo ha
licho el profesor Lexis, “intensivamente” jurídico,
-os autores que se inspiran en él “hacen derecho
mblico” y no ciencia política, disciplina inferior, in-
ligna de las cátedras universitarias. P. Laband y sus
liscípulos no solo descartan las consideraciones polí-
icas como extrañas a su disciplina, sino que mani-
íestan repecto a ellas una hostilidad característica,
in tanto que sirven con demasiada frecuencia para
lisfrazar la ausencia de análisis y de trabajo cons-
ructivo. Es, dicen, “literatura de periódico”.
Algunos juristas alemanes son menos despecti-
ros y se esfuerzan (como lo hace, por otra parte, el
nismo Laband) por dar a la política un contenido;
>ero la determinación de este contenido queda como
Igo abstracto y sin real importancia práctica. Como
asociología, y aún más, puesto que es más antigua
más rentable, la ciencia jurídica detenta las cáte­
las y mediante la preparación de exámenes ocupa
as espíritus.
43
CAP171 I O
LA POLITOLOG1A DESMEMBRAI;
Y ABANDON I]
I. Una ciencia sin contení
Ya sea beneficiándose con el entusiasmo por
novedad, o haciendo uso de una antigua posesión i
estado, la economía, la sociología y el derecho p
blico despojan de lo mejor de su sustancia a lo q
fue tradicionalmente el dominio de la política,
contenido de ésta disminuye hasta desaparecer p
completo, debido a la creciente especialización de ]
ciencias políticas.
Existen ahora la sociología política, que estu<|
los fenómenos políticos en su aspecto social; la e<
nomía política, que examina el Estado como ager
o como marco económico; el derecho político, ir
corrientemente calificado de público, que considí
el aspecto jurídico de las instituciones y relacioi
públicas; existe también la historia política, que
tablece los hechos relativos a la vida pública; la
losofía política, que permite apreciarlos; la geogra
política, que considera las relaciones del suelo y i
Estado, y, finalmente, todas las disciplinas a las-c
puede aplicarse el calificativo de política.
Cada vez que aparece, la política es absorb
por alguna otra ciencia. Cada hecho, desde que se
aborda, cada problema, desde que se lo profundi
deja de pertenecer al conjunto general que es
ciencia política para entrar en el compartirme
particular de una disciplina positiva bien carac
rizada. Lo que constituía la ciencia política clás
pertenece ahora, por razones de prioridad, a ot
ciencias más evolucionadas, y por lo tanto en m<
res condiciones de promover el estudio y hacer í
gresar el conocimiento. A fines del siglo xix la p
tica desapareció como sustantivo que designa i
44
[iáciplina autónoma y solo quedó como calificación
le otras disciplinas. No existe más la ciencia polí-
ica; solo subsisten las ciencias políticas.
Como toda investigación política se transforma
n un estudio particular, y cada problema considéra­
lo en sí mismo escapa a “la” política para entrar en
una” ciencia política determinada, mejor organiza-
la para hallar una respuesta, ya nada queda para
a politología cortio tal. La comprobación de su va­
nidad y de su inutilidad se hace inevitable.
Algunos, sin embargo, consideran que esta reab-
prción total es excesiva. En su opinión, queda toda-
ía algo después de que todas las ciencias han recibi-
0 plenamente su parte. Su desarrollo deja, entre
Has o fuera de ellas, algunas partes inexploradas,
a ciencia política se interesará así en investigacio-
es inéditas, aún no organizadas, en el descubrimien-
) de elementos nuevos, todavía no regimentados, si
5 que puede utilizarse esta expresión. Situada aquí
tila vanguardia, la politología conservará además, en
t retaguardia, lo que las disciplinas particulares no
ayan podido asimilar.
Es evidente que esta teoría “residual”, como se
1llama hoy, no puede servir de base para una su-
ervivencia honorable de la ciencia política. Tal con-
epción le ofrece un campo demasiado pobre para que
¡ueda conservar algún prestigio. Pero, además, el
[bjeto que se le destina, con toda su mediocridad, no
ehalla ni siquiera asegurado, porque el progreso de
Bs ciencias políticas tiende a eliminarlo mediante la
reación de nuevas ciencias diferenciadas, y porque
Ida nueva mutilación de la ciencia política general
rá considerada como un progreso científico.
Se le ofrece a la ciencia política un destino ape-
is mejor viendo en ella una encrucijada donde se45
da carece de existencia propia. Esta hecha dt dos
más caminos que se cruzan, y de este modo se coi
funden en un breve trecho de su itinerario; per
cada camino retoma en seguida su dirección propij
Sin embargo, esta comparación describe bastar
te bien la situación en la que se colocó a la cienci
política a fines del siglo xix y comienzos del xi
“Academia de Ciencias morales y políticas”, “Escuel
de Ciencias políticas”, “Doctorado en Ciencias polít
cas”: son éstos simples puntos de reunión de disc
plinas diversas. Entre los especialistas no se intenta
aproximaciones más estrechas, porque, como lo h<
mos observado, toda la filosofía de la época ve en 1
especialización un signo de progreso y el criteri
mismo de lo “científico”.
La idea de que la ciencia política sería una sír
tesis de las ciencias políticas aparece entonces com
contradictoria en los términos. Los más benévolc
admiten la existencia de una filosofía política qu
tendría una ambición, pero la sitúan en un futui
indeterminado. Para la comodidad del presente bast
haberlas reunido bajo un mismo techo, como en 1
Escuela libre de Ciencias políticas, o en la Escuel
de Derecho, o, mejor aún, bajo una cúpula, como e
la Academia de Ciencias morales y políticas. Pero <
quai Conti (Academia de ciencias morales y polít:
cas), objeto de ironías ligeras, es como el centr
mismo del “mundo donde uno se hastía”, y la cali
Saint-Guillaume (Escuela libre de ciencias polít:
cas), enseña cada vez menos política y cada vez má
administración.1
Paradójicamente, la multiplicidad y el progres
de las ciencias políticas engendran la desaparición d
la politología.
II. Una ciencia sin adepto
Como es natural, la corriente que acabamos d
describir ocasionó durante el siglo xix y comienzo
del xx el debilitamiento de la literatura politológica
1 Cr. André Siegfried, Hommage á Emile Boutmy e
á Albert Sorel, Fundación Nacional de Ciencias políticai
París, 1956.
46
¡Sinduda que este período no carece de grandes obras
políticas,2 pero ninguna corresponde ya al ideal clá­
sico, de acuerdo con el cual el autor considera el
¡conjunto del fenómeno político y reconsidera por.su
cuenta todo el problema de la ciudad y de su go­
bierno.
Cuando Marcel Waline sostiene que André
Siegfried, con su famoso Tableau de forces politiques
de la France de Vouest (Cuadro de las fuerzas polí­
ticas del oeste de Francia), es en Francia el ver­
dadero creador de la ciencia política moderna, que
Tocqueville es el precursor y que Boutmy ocupó el
lugar entre Tocqueville y Siegfried,3 ofrece en este
breve resumen una imagen exacta de la época y con­
firma con ella lo que acabamos de decir sobre el
carácter especializado que adquieren en adelante las
publicaciones.
Hay pocas “Políticas” escritas durante tal perío­
do, y las que existen corresponden raramente a las
promesas contenidas en sus títulos. Casi todas han
sido olvidadas actualmente, y exigen difíciles inves­
tigaciones. No puede decirse que éstas sean compen­
sadoras. Después de sacudir el polvo que cubre los
ejemplares descubiertos con gran esfuerzo y de ho­
jear sus páginas amarillentas, se comprueba que no
contienen casi nada de lo que se esperaba de ellas, o
sea que, partiendo de una definición segura, hiciesen
una exposición sistemática de la ciencia política. Es
cierto que no todo carece de interés o está despro­
visto de talento, pero el hombre de mediados del
siglo xx, con su gusto por la precisión, exige algo
más que reflexiones bastante deshilvanadas acerca
de una actualidad perimida.
Así ocurre con la Science politique (la ciencia
política), de Ivan Golovine, cuya obra se publicó en
2 Cf. Marcel Prélot, Histoire des idees politiques, op.
cit., libros IV y V.
3 Influencia de Duguit sobre el derecho constitucional
y la ciencia política, en Revue juridique et éconómique du
SudOuest, números 3 y 4, 1959. Congreso conmemorativo
del centenario del nacimiento del deán León Duguit, Bur­
íleos, mayo 29-30 de 1959.
47
Didot en 1844. “La política —escribe— es la cienci,
del gobierno tanto en sus relaciones interiores comí
exteriores, la ciencia del Estado por excelencia.” Pe
ro de esta afirmación liminar no deduce el autoj
ninguno de los desarrollos que debieran seguirse ló
gicamente de ella.
En cambio, el Traite de politique et de scieno
sociale (Tratado de política y de ciencia social), d
P. J. B. Buchez 4 es una obra importante. Considera
do a veces como un precursor de Saint-Simon, otra
como un precursor de los cooperativistas y de los de
mócratas cristianos, Buchez se vincula con la tradi-
ción aristotélica. “La terminología y las definición^
de Platón y de Aristóteles constituyen todavía hoi
la base de la ciencia política”.5 Estima, sin embargo
que la concepción antigua debe completarse por 1
introducción de una idea nueva en la ciencia política^
la del progreso. Por otra parte, Buchez distingu
la ciencia social de la política práctica, insertando en
tre las dos la teoría constitucional. La ciencia social
tiene por objeto los principios que rigen la forma­
ción de la sociedad, al igual que la coordinación di
las instituciones y de las funciones en virtud de laj
cuales las sociedades se conservan y progresan; 1í
teoría o doctrina constitucional, llamada aún teorú
de la sociedad y arte del gobierno, establece la tran
sición de la ciencia a la práctica; la política práctict
varía según los tiempos, las sociedades, los.países
las civilizaciones; ella se aprende mediante el estu
dio de las leyes, de los reglamentos, de las costum
bres, de las circunstancias presentes, y sobre todo
mediante el uso.6 Pero para completar semejante
cuadro hubiese hecho falta algo más que la plumí
caída de la mano de un moribundo; habría sido tam­
bién necesario que la imaginación y el sentimientí
fuesen orientados con más frecuencia en beneficie
de una experiencia que Buchez sin embargo poseía
Es precisamente la experiencia —y solo la expe
4 Publicado por los ejecutores testamentarios del autor
L. Cerise y A. Ott, París, Amyot, 1866.
5 Libro I. cap. II, pág. 23.
8 Eod. loe., pág. 46 y sigs.
48
riencia— la que invoca León Donnat, con quien pa­
samos del lirismo del 48 al positivismo de fines del
Segundo Imperio y de comienzos de la Tercera Re­
pública. La politique experiméntale 7 (La política ex­
perimental), sostiene como divisa este aforismo:
“Solo la experiencia nos debe dirigir; ella es nuestro
único criterio.” L. Donnat juzga, en efecto, que la
simple observación es insuficiente; la experimenta­
ción, tal como Aristóteles la ha reclamado para la
medicina, es también indispensable para la política.
León Donnat ha hecho la demostración mediante la
ciencia, la historia, la situación política de Francia,
la observación comparada de los pueblos libres. El
uso de esta última fórmula muestra claramente que
L. Donnat ha sufrido otra influencia: la de Le Play,
a quien conoció bien y de quien habla con simpatía,
aunque él mismo sea furiosamente anticlerical. Sin
embargo, Donnat desarrolla menos las reglas de una
política que las de una legislación experimental, y
su obra, finalmente, se dirige más hacia la práctica
que hacia la ciencia.
Sin duda, La politique: principes, critiques, re­
forme (La política: principios, críticas, reforma),
simple recopilación de artículos publicada por Th.
Funck-Brentano (París, 1892), posee una textura dé­
bil y un interés precario. Los principios se reducen
a algunas afirmaciones triviales, y las reformas con­
sideradas parecen hoy día tan anacrónicas como an­
tes pudieron parecer novedosas. Es por otra parte
probable que Th. Funck-Brentano no se hiciera ilu­
siones respecto de su obra, y que el sentimiento de
su insuficiencia no haya estado ausente en la funda­
ción, tres años más tarde, del Collége libre des Scien­
ces sociales (Colegio libre de Ciencias sociales), cu-
lyos servicios a la ciencia política, en el momento
mismo en que reinaba todavía la desconfianza hacia
.la enseñanza pública, habrían de ser considerables.
‘ Aunque netamente superior a la obra de Th.
Funck-Brentano, tampoco se puede clasificar entre7
7 Publicada en 1885 y reeditada en 1891, París, Reinwald
(Bibliothéque des Sciences contemporaines).
49
las grandes obras La politique (La política), que
Charles Benoist 8 publicó hacia fines del siglo xix.
Profesor de la Escuela de ciencias políticas, parla­
mentario, miembro del Instituto, embajador, el autor
no es aún más que la promesa de una gran carrera.
Su obra posee la característica propia de la juventud:
une a una exposición débil el enunciado de vastas
ambiciones. Influido a la vez por la tradición antigua
y por la sociología reciente, Charles Benoist procla­
ma: “La política es estrictamente la ciencia de la
vida de los hombres en sociedad o de las sociedades
humanas. Cualquiera otra definición la rebaja o la
disminuye... Todas las formas de la vida social en­
tran por algún lado en el campo de la vida política, o
tocan por algún lado su dominio”. Pero desde la pá­
gina veinticinco Charles Benoist estudia el Estado,
y hasta el final del Libro I no se ocupará de otra cosa
que de la soberanía y del gobierno. El Libro II está
dedicado al poder político, y el III a los órganos y
funciones del Estado. La exposición parecería una
sucesión de apuntes escolares si en algunos momen­
tos no mostrara un rasgo original.
8 Colección “La vie nationale”, Bibliothéque des Scien
ces sociales et politiques, León Chailley, París. 1894.
50
SEGUNDA PARTE
LAS CIENCIAS POLÍTICAS
EN NUESTROS DÍAS
CAPITULO IV
LA POLITOLOGÍA RENACIENTE
I. El nuevo clima
Contrariamente a lo que podría creerse ahora, la
Primera Guerra Mundialno' contribuye en absoluto a
sacar del marasmo a la ciencia política. Ésta conti­
núa, al igual que antes, fuera de los recintos uni­
versitarios. Un viento de árido tecnicismo minucioso
sopla entonces sobre las Facultades de Derecho. En
cuanto a las obras, constituyen más bien un retro­
ceso, tanto en número como en importancia.1
En cambio, la Segunda Guerra Mundial da el im­
pulso decisivo al renacimiento politológico, qiife co­
menzará desde la ocupación y el armisticio. En un
mundo extremadamente politizado, la convicción de
que la ciencia política no puede ser ignorada oficial­
mente surge pronto y se extiende de un modo irre­
sistible.
Hemos explicado en otra parte cómo la “década
decisiva” (1945-1955) marca el “fin de una extra­
ordinaria carencia”,12 por lo cual nos limitaremos a
poner de relieve dos factores secundarios, pero muy
directos, de la transformación del clima. Uno es ex­
terno y de imitación; el otro, interno y de tradición.
En el renacimiento de la politología tiene gran
importancia, ante todo, el ejemplo norteamericano.
Las universidades de los Estados Unidos poseían cáte­
dras sobre gobierno desde fines del siglo xix; crearon
1 Confrontando Economía y Ciencias políticas, Gaétan
Pirou solo cita a André Siegfried y Célestin Bouglé, con
referencia a obras anteriores a 1914. Introduction á l’Écono-
mie politique, París, Sirey, 2* ed., 1945.
2.Cf. nuestro análisis .ya citado, “La fin d’une extraor-
dinaire carence”, Revue Inter, d’hist. pol. ét constit., P.U.F.,
enero-junio de 1957, pág. 1.
53
y sin duda extendieron su departamento de ciencias
políticas, paradójicamente favorecidas por los acon­
tecimientos europeos, que provocaron la partida ha­
cia el otro lado del Atlántico de hombres como Cari
Friedrich, Mario Einaudi, Waldemar Gurian y mu­
chos otros. En compensación, y particularmente a
través de la Unesco, el prestigio norteamericano actúa
sobre muchos jóvenes espíritus que van directamente
a la ciencia anglosajona sin sentirse obligados a los
rodeos y precauciones de sus antecesores.8
Sin embargo, la brusca ascención de la ciencia
política solo pudo producirse porque durante todo el
siglo xix y comienzos del xx las Facultades de De­
recho han sido, a pesar de las reticencias y las hosti­
lidades, la verdadera Escuela de la Ciencia política.
Si, entre los constitucionalistas, Raymond Carré
de Malberg quiso ser un jurista puro,34 si León Du-
guit no hizo ciencia política más que de un modo
inconsciente y “esporádico”,8 Maurice Hauriou debe
ser considerado, en cambio, entre los grandes politó-
logos. Se advertirá ello más adelante, cuando nos
ocupemos de las instituciones. Desgraciadamente, M.
Hauriou presenta un pensamiento profundo y origi­
nal bajo la forma de libros de texto indigeribles, cu­
ya riqueza escapa al público, inclusive al considerado
intelectual. Por otra parte, el deán de Toulouse,
quien se esforzó por animar el derecho constitucio­
nal mediante la sociología, no pidió jamás inspira­
ción a la ciencia política.
Tal es, en cambio, la actitud de la línea de pen­
samiento, que cuenta ya cuatro generaciones, cuya
obra se extiende desde los Éléments de droit consti-
tutionnel et comparé (Elementos de Derecho consti­
tucional y comparado), de Adhémar Esmein, en 1895,
hasta la tesis de Auguste Soulier, en 1939.
A fines del siglo xtx, los Éléments son la prime-
3 Cf. Mattwtce PTTVERrER, Méthodes de la Science politi-
que. París, P.U.F., 1959, pág. 48.
4 Fue después de él y a su pesar que su obra adquirió
contenido político.
8 Marcel Waline, “Influence de Duguit”, op. cit., pág.
159.
54
ra obra francesa que hace época en materia consti­
tucional. Contiene un estudio de los regímenes de
libertad en que se le concede espacio considerable a
la historia de las ideas, a la comparación de las ins­
tituciones y al examen del juego de fuerzas.
Durante el primer tercio del siglo xx el contacto
con la vida pública anima las obras de Joseph Bar-
thélémy, que en su gran Traite de Droit Constitu-
tionnel (Tratado de Derecho Constitucional, 1933),
y en numerosas monografías registra su experiencia
electoral y parlamentaria.
Entre las dos guerras, J. J. Chevallier publica
dos volúmenes sobre L’évolution de l’Empire bri-
tannique (La evolución del Imperio británico, 1931)
y un Barnave ou les deux faces de la Révolution
(Barnave o las dos caras de la Revolución, 1936),
cuya influencia se comprueba en Gouverneur Morris
{Gobernador Morris), de Adhémar Esmein.® El autor
de estas líneas publicó en 1936 VEmpire fasciste (El
Imperio fascista), y, en 1939, un cuadro de L’évolu­
tion politique du socialisme frangais (La evolución
política del socialismo francés).
El mismo año se distingue en particular, entre
las tesis de la generación siguiente, L’instabilité mi-
nistérielle en France sous la lile. République (La
inestabilidad ministerial en Francia bajo la Tercera
República), de Auguste Soulier.7
Debe observarse, sin embargo, que en estas obras
la ciencia política presente en todas partes, no se
afirma a cara descubierta, sino que toma la aparien­
cia del “punto de vista”. En la Conferencia de agre­
gación, Luis Rolland usó este recurso con virtuosis­
mo, rehaciendo las lecciones, más o menos logradas,
de los candidatos, según dos planos alternativos: uno
0 En espera de la tesis (de Letras) de Paul Bastid so­
bre Sieyés et sa pensée, París, Hachette, 1939.
7 Hay que considerar también, durante la misma época,
la acción perseverante y fecunda de Boris Mirkine-Guetzé-
vitch. Cf. M. Prélot, “Adieu á Boris Mirkine- Guetzévitch”,
en Revue Internationale d’histoire politique et constitution-
nelle, París, P.U.F., 1955, pág. 1; y Prefacio a Carl Fríe-
drich, La démocratie constitutionnelle, París, P.U.F., 1958.
55
propiamente jurídico, y el otro formulado “desde el
punto de vista de la ciencia política”. En esta pers­
pectiva se muestra claramente que el estudio del
Estado, de los fenómenos constitucionales y rela­
ciónales, contiene algo más que lo que capta y ex­
plica el Derecho. Para ser completa, la visión del
constitucionalista debe tomar en cuenta las diferen­
cias existentes entre la situación concreta que obser­
va directamente y los esquemas dogmáticos que
construye en su condición de técnico.
Sin embargo, la resistencia de los especialistas
en Derecho Público formados en la escuela del Dere­
cho Privado, o de los que sufren la influencia ger­
mánica de Laband, es lo suficientemente fuerte para
que Iq teoría del punto de vista permanezca implíci­
ta, sin ser nombrada.
Le tocó a Georges Burdeau efectuar la revolución,
ya latente pero todavía insegura de sí misma, de ha­
cer pasar el Derecho Constitucional de la situación
de ciencia principal a la de ciencia complementaria.
Separándolo deliberadamente de las ciencias ju­
rídicas, Georges Burdeau hizo del Derecho Constitu­
cional el punto de partida y el elemento de apoyo de
la ciencia política. La reedición, en 1949, en forma de
primer tomo de un Traite de Science politique, (Tra­
tado de Ciencia Política), de su libro Le pouvoir et
VÉtat (El poder y el Estado), aparecido en 1943, mar­
ca el paso decisivo. Burdeau se acusa en el prefacio
de “presuntuosidad” e “ingenuidad”. Pero mientras
su obra se terminaba y se imprimía dejó de ser una
temeridad para convertirse en un testimonio.8
II. Redescubrimiento de la política
Transacción y transición, la teoría del punto de
vista había permitido introducir prácticamente sin
escándalo los temas de la ciencia política, temas que
8 Otro signo de un cambio total de clima lo constitu
la publicación por Mauhice Duverger, después de 1945,
de su primer curso de derecho constitucional; en 1948 lo
titulará, sin cambiarlo mucho, Manuel du droit constitución-
nel et de Science politique.
56
La Ciencia-Politica-de-Marcel-Prelot
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La Ciencia-Politica-de-Marcel-Prelot

  • 1.
  • 3. Título de la obra original: La Science politique Presses Universitaires de France, Paris, 1961 Traducida por Thomas Moro Simpson La revisión técnica estuvo a cargo del traductor y del doctor Luis A. Arocena, profesor de la Universidad de Buenos Aires Sexta edición: Diciembre de 1972 EU D EBA S.E.M. Fundada por la Universidad de Buenos Aires "P LA N E D IT O R IA L 1972/1973" (Ó ) 1964 EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES - Rivadavia 1571/73 Sociedad de Economía Mixta Hecho el depósito de ley IMPRESO EN LA ARGENTINA . PRINTEO IN ARGENTINA
  • 4. INTRODUCCIÓN I. La política La definición de política que adoptaremos se apo­ ya tanto en la historia de las palabras como en la historia de las ideas, se inspira ampliamente en las concepciones y el vocabulario actuales. En las ciencias humanas es necesario remitirse a la opinión general. Los sociólogos han observado una correspondencia directa entre la formación del len­ guaje y la creación del derecho. Lo mismo se aplica a los conceptos políticos. Con fretuencia basta aclarar la posición tradicional y medir exactamente su valor para que se desvanezcan numerosos equívocos. En lu­ gar de soluciones diversas y controvertidas, prevalece la que goza de la más amplia aceptación. La palabra “política” se origina en las palabras griegas polis, politeia, política, politiké. — é polis: la Ciudad, Estado,el recinto urbano, la co­ marca, y también la reunión de ciudadanos que forman la ciudad; — é politeia: el Estado, la Constitución, el régimen po­ lítico, la República, la ciudadanía (en el sentido de derecho de los ciudadanos); — ta política: plural neutro de políticos, las cosas po­ líticas, las cosas cívicas, todo lo concerniente al Estado, la Constitución, el régimen político, la Re­ pública, la soberanía; — é politiké (techné): el arte de la política. Para los antiguos, la política pragmateia es el es­ tudio o el conocimiento de “la vida en común de los hombres según la estructura esencial de esta vida, que es la constitución de la ciudad”1 1 Eric Weil, Philosophie politique. París, Vrin 1956. pág. 11. 5
  • 5. 1 El hombre antiguo, tal como lo definió Aristóte* aparece así como un ser o “animal cívico”. Se dis­ minuye enormemente el alcance de la definición al traducir zoon politikon por “animal social”. El animal es también social, pero solo el hombre es político. El hombre no vive en manadas o en hordas; su carácter específico es vivir insertado en el organismo social que constituye la Polis, la Ciudad, y ésta es para él tanto una necesidad natural como ideal. La Polis no es solo la ciudad como planta urbana. Atenas como Ciudad-estado es mucho más vasta que la Atenas como recinto urbano. No solo incluye la metrópoli, sino también un territorio agrícola, la campaña circundante, sembrada de granjas y peque­ ños pueblos, y un puerto: el Píreo. Es todo esto lo que constituye el Ática. Su estructura política integra un conjunto complejo, como el de un cantón suizo. El recinto urbano es, sin duda, esencial; es el “músculo cardíaco”, al decir de Maurice Defourny,2 pero no es toda la Ciudad-estado. Hay pues correspondencia, en cuanto al concepto mismo, entre la Ciudad antigua y el Estado moderno. Aún hoy empleamos a veces el término “Ciudad” en el sentido antiguo. R. Poincaré ha escrito hace peco una obra de vulgarización titulada: Ce que demande la Cité,3 donde se considera las exigencias del Estado francés y no las necesidades de París. La correspondencia verbal entre la Ciudad y el Estado se halla asegurada, en latín, mediante la pala­ bra respublica. A ta politika —las cosas cívicas, lo que concierne a la ciudad— corresponde res publica: la 2 Essai sur la Politique d’Aristóte. París, Beauchesne, 1932, p. 7. [Como bien se ha observado, los griegos utili­ zaban una palabra especial —asty— para referirse a la ciu­ dad como mero lugar de residencia y aun como centro capital de una comunidad políticamente organizada. La ex­ presión polis varió con el tiempo de significación. Comenzó por indicar a la ciudadela —la acrópolis en Atenas, p.e., y terminó por nominar a la totalidad de elementos que se inte­ gran en la constitución de un organismo político soberano. Vid. Ernst Barker, The Politics o/ Aristotle, Oxford Uni- versity Press, 1952, “Introduction”, págs, lxiv -lvx . 3 París, Hachette, sin fecha (hacia 1910). 6
  • 6. cosa pública. Según Quicherat, de República erit si- lentium se traduce por “no hablaremos de política”; y accedere ad Rempublicam por “intervenir en polí­ tica” (Cicerón). Como adjetivo, “repúblico” es equi­ valente a ' cívico”. El eco de esta equivalencia llega hasta el siglo xvm, en las expresiones revoluciona­ rias “juramento cívico” y “espíritu cívico”. El latín clásico no utiliza la palabra politicus (a, um) más que como adjetivo. Si bien Cicerón to­ ma directamente del griego la palabra politeia para designar la República, usa una perífrasis para desig­ nar el conocimiento político: civilis scientia, y tam­ bién rerum civilium scientia. Quintiliano dice civili- tas, y Tito Livio ars reipublicae gerendae. Más tarde la palabra “Estado” se une a la ex­ presión res publica. La conjunción “estado de la cosa pública” aparece en la definición del derecho pro­ puesta por Ulpiano: Hujus studii duae sunt positio- nes: publicum et privatum. Publicum jus est quod ad statum rei romanae spectat; privatum, quod ad singulorum utilitatem (“En el estudio del derecho hay dos aspectos: el público y el privado. El derecho público concierne al estado de la República; el pri­ vado, a la utilidad de los particulares”)4. En sí mismo, el término status solo significa una posición, una actitud, el estar de pie. Da la idea de una cierta estabilidad. Pero adquiere un sentido po­ lítico con el determinativo “la cosa romana” o “la co­ sa pública”. Con el correr del tiempo la palabra status y la expresión res publica fueron adquiriendo poco a poco, y separadamente, el mismo sentido. La latinidad media y baja desconoce la palabra politica, que no figura en el glosario de du Cange (1678). En francés, en cambio, la palabra “politique” se emplea desde el siglo xm en el sentido griego del término. En el Livre de toutes choses (Libro de todas las cosas), Brunetto Latini observa que política es el gobierno de las ciudades, que es la ciencia más alta y más noble y comprende los más nobles oficios 4 Instituías de Justiniano, libro 1,1.1: De Justitia et Jure, IV. 7
  • 7. del mundo, de modo que la política comprende gene­ ralmente todas las artes que ocupan a la comunidad humana”. De igual modo, en la lengua erudita de los siglos xv y xvii se usa politie por gobierno, y policien para referirse al ciudadano y al hombre de Estado; durante un tiempo aún más largo y más corrien­ temente, pólice designó la forma establecida de go­ bierno. Durante el siglo xvi, la palabra Política pertenece al latín de los humanistas. Tal es el título de la gran obra de Johanes Althusius (1557-1638): Política met- hodice digesta exemplis sacris et profanis illustrata (Política metódicamente compuesta e ilustrada con ejemplos sagrados y profanos). Como se verá más adelante, las otras “Políticas” i del siglo xvi se denominan II Principe (El príncipe, de Maquiavelo) y los Six livres de la République (Seis libros sobre la República, de Bodin). Maquia­ velo incorpora al uso corriente la expresión “Estado”., En el siglo xvn Bossuet vuelve a la costumbre antigua, y titula su obra La Politique Tirée des pro- pres paroles'de V Ecriture Sainte (La política según las propias palabras de la Santa Escritura), y no,; como sus predecesores, V institution du prince chré-. tien (La institución del príncipe cristiano). Durante la misma época, Mme de Sévigné escribe más fami­ liarmente: “Vengo de la casa de Mme de la Fayette. Hemos politiqueado * mucho”. En el siglo xvm, el presidente de Lavie publica, bajo el título Des corps politiques et de leurs gouver- nements (De los cuerpos políticos y de sus gobiernos, Lyon, 1764), la obra que había titulado anteriormente Abrégé de la République de Bodin (Compendio de la República de Bodin, Londres, 1755). Por su parte, Beaumarchais calca del inglés politician el término peyorativo politicien (politicastro). Hoy día el lenguaje corriente ha enriquecido con * Politiqué, en el original. La versión politiqueado de politiquear, esto es, “frecuentar más de lo necesario los cuidados de la política”, no debe cargar aquí la acepción peyorativa adquirida en el actual uso corriente: “servirse de la política para usos bastardos”. (N. del T.) 8
  • 8. otras acepciones la definición de política, pero deja al sentido principal su acepción tradicional. En el diccionario de la Academia Francesa se lee, por ejemplo: “politique (nombre femenino): co­ nocimiento de todo lo que se relaciona con el arte de gobernar un Estado y de dirigir sus relaciones exte­ riores. Se dice también de los asuntos públicos; acon­ tecimientos políticos; hablar de política; política in­ terior. Politique (adjetivo de dos géneros): concer­ niente a los asuntos públicos, al gobierno de un Esta­ do, a las relaciones mutuas de diversos estados. Droit politique, las leyes que regulan las formas de gobier­ no, que determinan las relaciones entre la autoridad y los ciudadanos o los súbditos”.** Hatzfeld y Darmesteter dicen: “politique: rela­ tivo al gobierno de un Estado; Droit politique: dere­ cho por el cual un ciudadano participa en el gobierno de un Estado; homme politique: el .que se ocupa del gobierno de las cosas públicas; politique, como sus­ tantivo: arte de gobernar, manera de gobernar, todo lo concerniente a los asuntos públicos”. Littré definió igualmente la política como “la ciencia del gobierno de los Estados”, o, también, “el arte de gobernar un Estado y de dirigir sus relaciones con los otros Estados”. Y agrega: “politique: se dice de los asuntos públicos; nada nuevo en política. Polí­ tica interior. Política exterior”. Droit politique: las leyes que regulan las formas de gobierno; Droits po- litiques: derechos en virtud de los cuales un ciudada­ no participa del gobierno. Y La grande Encyclopédie confirma que “la po­ lítica es estrictamente el arte de gobernar un Estado. La ciencia política puede, pues, definirse como la ciencia del gobierno de los Estados, o el estudio de los principios que constituyen el gobierno y deben dirigirlo en sus relaciones con los ciudadanos y los otros Estados”. ** En el diccionario de la Academia Española (XVIa. edición) se dice: “POLÍTICA (Del lat. politice, y éste del gr. politiké, t. f. de —kós, político). F. Arte de gobernar y dar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y o
  • 9. II. La poiitologia *~ ’ Si bien la etimología y el lenguaje señalan cla­ ramente el objeto de la política, el término presenta cierta ambigüedad, en la medida en que designa, al mismo tiempo que las instituciones o las actividades políticas consideradas en sí mismas, la disciplina que las estudia. “La política” alude tanto a los hombres y a los hechos como al conocimiento que se tiene de ellos. “La política de Richelieu” es una expresión que se refiere tanto al comportamiento del cardenal en su lucha contra los protestantes, los duelistas y en gene­ ral contra todos los adversarios del Estado, como a la éxposición de sus opiniones sobre la conducta hu­ mana en sus famosas Máximes d’État. En general, la política es esencialmente la vida política, la lucha por el poder; es el fenómeno en sí mismo. En el lenguaje culto, la política es el conoci­ miento del fenómeno. Quien desee ser exacto, debe indicar constantemente en cuál de los sentidos em­ plea el término. Actualmente se hace la distinción mediante el uso del término “ciencia política”. Yo mismo he procedido así en este opúsculo, al titularlo La ciencia política, pues de otro modo mi doble con­ dición de profesor de ciencia política y de senador se hubiese prestado a equívocos. Sin embargo la perífrasis “ciencia política” es pe­ sada, y ningún término puede derivarse de esta ex-j presión para designar a los que estudian la ciencia política; la expresión inglesa political scientist re­ sulta intraducibie. Hay aquí una laguna del vocabulario, que se hace molesta en la medida en que la ciencia política rena­ ciente ocupa un lugar importante en la investigación y en la enseñanza. Las palabras eufónica y etimológicamente ade­ cuadas serían estadística y estadístico. Estas desig- seguridad públicas, y conservar el orden y buenas costum bres". (N. del T.) *** Politologie, en el original. Neologismo aceptado poi el autor en remplazo de Ciencia política cuya precisión sig nificativa recusa. Vid. infra, n. 13. (N. del T.) 10
  • 10. k,nan, de manera tan agradable para el oído como fá­ cil para la lengua, lo que se relaciona con el Estado. Pero el uso ha dado a la palabra “estadística” un sen­ tido diferente del que aún en el siglo xix se expresa a través de Carnot, para quien la estadística es “la 1 recopilación de los hechos originados en la aglomera­ ción de los hombres en sociedades políticas” .5* Pero en “estadística”, status en el sentido de situación, prevalece sobre status en el sentido de Estado. Hoy día designa una ciencia o un método que puede apli­ carse no solo a los asuntos de Estado, en lo referente al gobierno y la conducción de los asuntos públicos, sino también a las otras ramas de la sociología: la economía y la psicología. Todas las relaciones socia­ les pueden ser consideradas en su aspecto numérico, y registrarse así en las estadísticas. Si el término ha desbordado la política, se ha hecho también dema­ siado restringido en relación con ella, porque la esta­ dística solo atiende a lo que puede formularse en cifras. En consecuencia, no es más que un aspecto, sin duda importante, fundamental para algunos, pero sin embargo parcial, del conocimiento político.® En lugar de “estadística”, un profesor de la Es­ cuela francesa de Derecho de El Cairo propuso la palabra statologie (estadología), en un artículo titu­ lado: Une Science sociale nouvelle, la statologie, son caractére, son objet.7 (Una nueva ciencia social, la 5 A. Cottrnot, Théorie des chances et des probabilités, París, 1851, cap. IX, págs. 181-182. 8 La misma limitación de su significado y una desvia ción análoga se han producido con respecto al término cibernética. Etimológicamente, éste designa la ciencia o el arte de la conducción: kibemetiké. Tanto en la acepción platónica como en la clasificación de Ampére (Essai sur la philosophie des Sciences, 1834), la cibernética sería el es­ tudio de los medios de gobierno, o sea una parte esencial de la política. Actualmente se ha convertido en la ciencia —en pleno desarrollo— de la construcción y el empleo de las máquinas automáticas, de los mecanismos capaces de iutogobernarse (cf. G. T. Guelbaud, La cybernétique, P.U.F., colección “Que sais-je?”, 1954). 7 Aparecido en 1935 en L’égypte Contemporaine, Re­ me de la Société Royale du Caire d’Économie politique, le Droit, de Statistique et de Législation.
  • 11. estadología, su carácter, su objeto.). M. de la Bigne de Villeneuve dice haber forjado el término. Pero sin duda estaba ya en la atmósfera, porque en la misma época, en mis estudios sobre el Empire fasciste,8 yo empleaba un término semejante, statocratie (estado- erada), para caracterizar la dictadura musoliniana, fundada ella misma sobre una estadología, o sea sobre una doctrina del Estado de carácter filosófico, socio­ lógico y místico. Este neologismo habría tenido la ventaja de disi­ par de golpe todas las incertidumbres acerca del ob­ jeto mismo de la política y de ubicar a ésta clara­ mente, como rama de la sociología. Sin embargo, el término estadología no tuvo aceptación. El mismo M. de Bigne, retrocediendo ante una innovación tan ra­ dical, dio a su obra principal el título de Traite, ge­ neral de V État (Tratado general del Estado). Y des­ pués, con el sello de la Librairie Sirey, el opúsculo titulado Principes de sociologie politique et de stato- logie générale (Principios de sociología política y es- tatología general). La definición de “estadología” que propone aquí es sensiblemente menos clara que le anterior. Ganado por la tendencia que durante el siglo xix inspiró a los autores alemanes, el autor dis­ tingue, de acuerdo con el título mismo de su obra, la sociología política de la estadología. La primera sería el estudio del comportamiento de las sociedades hu manas y de sus relaciones recíprocas. La segunda s< limitaría al aspecto de esta disciplina que se refiera a la ciencia y al arte de gobernar las comunidades En estas condiciones, estadología deja de correspon der a la necesidad terminológica a la que nos hemof referido. En cambio, la palabra politología parece perfec tamente aceptable. Su primera vefttaja, con respecté a estadología (y también, por otra parte, con respectl a sociología), es que sus dos componentes han sidí tomados del mismo idioma. Constituido por dos pa labras griegas: polis = ciudad, Estado; logos = ra zón, exposición razonada de un tema, el término estl
  • 12. r bien elegido para designar el conocimiento sistemá­ tico de la cosa pública o del Estado. La iniciativa de este neologismo viene de Ale­ mania, donde su introducción responde ante todo a ciertas dificultades autóctonas.9 En efecto: la tra­ ducción directa de “ciencia política” por la expresión alemana politische Wissenschaft puede implicar un cierto matiz peyorativo que no tiene su equivalente castellano, y significar “la ciencia politizada”, o sea la ciencia utilizada con fines políticos. Ahora bien; es éste un punto sobre el cual, al salir del régimen hitle­ riano, la sensibilidad de los universitarios alemanes estaba particularmente alerta. También se prefiere decir “ciencia de la política”, Wissenschaft der Poli- tik. Pero esta expresión demasiado larga y bastante pesada se hace ella misma anfibológica, pues el plu­ ral “las ciencias de la política” designa para algunos las disciplinas científicas al servicio de la política. 10 Además, Wissenschaft der Pólitik no permite sa­ tisfacer la costumbre alemana de nombrar a los pro­ fesores, y más aún, a los estudiantes, por su especia­ lidad. El que se dedica a esta nueva disciplina que es la Política no puede ser llamado Politiker, que corresponde a “político”. En cambio, politólogo suena bastante bien. Recuerda a sociólogo, filólogo, etnó­ logo, etc. 11 La objeción más seria que podría hacerse a “poli­ tólogo” es que no se forma directamente a partir de polis (la Ciudad o el Estado), sino de su derivado po- lites (el ciudadano). En consecuencia, la politología 8 Propuesto por M. Eugen Fischer Baling, el término “politología” encontró la adhesión del Pr. Gert von Eynem en un artículo breve,pero muy denso,titulado “Folitologie”, que se publicó en el número inaugural de la Zeitschrift für Politik (1954, pág. 83 y siguientes). 10 Cf. H. Lasswell. D. Lerner y otros, Les Sciences de la politique aux Etats-Unis, Domaines et techniques, cua­ derno 19 de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas, París, Armand Colín, 1959. 11 Desde 1952, la Universidad de Berlín Oeste otorga el grado de Doctor en Letras y de Doctor en Ciencias po­ líticas con la mención “Politología”. Desde 1955 se confie­ re un título de “Politólogo diplomado”. 13 .
  • 13. sería más bien la ciencia del ciudadano que la de la ciudad. Pero en esto el ejemplo fue dado por los mismos griegos, quienes formaron politeia a partir de polites y no a partir de polis. Una tendencia disidente propone politicólogo, que se acerca más a la palabra griega políticos. El tér­ mino ha sido empleado desde 1934 por Gerhardt Me- yer, editor de Hermann Hellers, y en Francia se be­ neficia actualmente con la gran autoridad de M. Geor- ges Burdeau. Pero politicología no presenta, desde el punto de vista de su formación, ninguna superio­ ridad sobre politología, puesto que políticos es tam­ bién un derivado de polites. Además, politicólogo es menos eufónico y menos fácil de hacer entrar en el lenguaje corriente, el que adoptó sociología y no societología. Por ello, atendiendo al uso y deseando contri­ buir a crearlo, hablaremos aquí de politología cada vez que el término permita designar brevemente lo que requeriría una expresión más larga, o sea, cada vez que consideremos el conocimiento sistemático y ordenado de los fenómenos relativos al Estado.
  • 14. PRIMERA PARTE LAS VICISITUDES DE LA CIENCIA POLÍTICA
  • 15. CAPITULO I LA POLITOLOG1A CLÁSICA I. El nacimiento de la politología La politología —o sea el conocimiento sistemáti­ co y ordenado del Estado— ha constituido una cien­ cia desde sus orígenes. Los griegos son a la vez los creadores de la política y de la ciencia política. 1 “La Grecia antigua— dice Edmond Goblot— madre y rec­ tora de la civilización europea, le imprimió su carác­ ter dominante: la ciencia” .12 Y, entre los griegos, Aristóteles fue no solo el principal promotor del conocimiento científico, sino también el autor de un gran descubrimiento: el de que cada ciencia tiene su individualidad. Le debemos a él la política, la ciencia política y la situación de ésta en el seno de las ciencias. La clasificación aristotélica se apoya en la distin­ ción de tres operaciones del espíritu: saber (théórein) hacer (prattein) y crear (poíein). En consecuencia, de acuerdo con el Estagirita existen tres grandes categorías de ciencias: las ciencias teóricas, las cien­ cias prácticas y las ciencias poéticas. Las ciencias teó- 1 Una parte de los estudiosos contemporáneos solo lla­ ma Ciencia política a lo que es ciencia positiva. Pero histó­ ricamente la ciencia corresponde al “conocimiento” sin especificación. Tal es el sentido de la palabra griega epis- teme y de la alemana Wissenschaft. Para una distinción — aquí inútil o más bien prematura —entre la política como arte, sabiduría o ciencia, remitimos a nuestros estudios: Ampleur et limite de la création dans VArt et la Science politique, en “Mélanges Jamati”, París, C.N.R.S., 1956, pág. 269 y siguientes; Morale et Politique en “Universitat und Christ”, Zurich, EVZ, 1960 pág. 64 y sig., y al opúsculo pró­ ximo a aparecer en la colección “Mesopé”: Connaissance de la politique. 2 Le systéme des Sciences, París, A. Colin, 1922. 17
  • 16. ricas son las matemáticas, la física y la metafísica; las ciencias poéticas incluyen la lógica, la retórica y la poética; situadas entre ambas, las ciencias prácti­ cas son la ética, la económica y la política. La ética es la ciencia del comportamiento perso­ nal, el conocimiento de la conducta del individuo, la moral. La económica es la ciencia de la familia, de su composición y del mantenimiento del hogar, el o'ikos. La política es la ciencia de la constitución y de la conducta de la Ciudad-estado. La política ocupa prácticamente la cúspide de la jerarquía, porque su objeto, la Ciudad-estado, engloba toda la organización social. En su base, la Ciudad-es­ tado se compone de familias: esposos, niños, esclavos; se constituye luego por la asociación de familias a través de relaciones, ya muy esparcidas en la aldea, que se podría denominar con exactitud “colonia de familias”; y, finalmente, por la asociación de varios pueblos. La Ciudad-estado completa, originada en las necesidades de la vida, existe porque las satisface todas, habiendo llegado al punto de bastarse absolu­ tamente a sí misma.8 La política domina teóricamente a las otras cien­ cias, porque regula todas las actividades humanas. Se ve claramente —dice Aristóteles— que entre to­ das las artes el fin de aquellas que se podría llamar ordenadoras o rectoras es más deseable o más impor­ tante que el de las artes que les están subordinadas.34 El significado de las expresiones “ordenadora” y “rec­ tora” se capta aún mejor si empleamos la palabra de origen griego, “arquitectónica”, que indica a la vez la primacía intelectual y material de la política. Siem­ pre en la Ética a Nicómaco, Aristóteles subraya que 3 Cf. Politique d’ Aristote, ed. M. Prélot, París, P.U.F. 1950, pág. 1y sigs. 4 Ethique á Nicomaque, trad. Thurot, París, Didot 1823, pág. 4; esta traducción antigua,pero excelente.ha sido reeditada en los clásicos Garnier. [Vid: Moral a Nicómaco, trad. castellana de Patricio de Azcárate, en Obras Selectas¡ Ed. El Ateneo, 2? ed., Buenos Aires, 1959, lib. I, cap. I pág. 239]. 18
  • 17. ‘‘hay algo de más noble y más elevado en ocuparse del bien y del contenido del Estado en su totalidad que en el de un solo hombre, aunque podamos limi­ tarnos a lo concerniente a un solo hombre” .56 Sin embargo, la frontera entre la ética y la polí­ tica no es siempre trazada claramente. “El objeto de la ética es una especie de política”: esta otra afirma­ ción del Estagirita .muestra que hay en él alguna incertidumbre en lo relativo a la delimitación de las diferentes artes. Además, incluye en la política una serie de elementos que, desde nuestro punto de vista, más bien formarían parte de la ética y de la económi­ ca: la procreación, la educación, y hasta la música. En cambio, distingue con claridad entre la polí­ tica, que es el conocimiento de las cosas cívicas, y la económica, que es la ciencia de las cosas domésticas. Ésta engloba los conocimientos relativos a la casa, al ajuar, al oikos, a todo aquello a lo que correspondería bastante bien la palabra alemana Wirtschaft. Aristó­ teles considera tres tipos de relaciones sociales: entre esposos, entre padres e hijos, y entre amo y esclavo. Agrega el conocimiento de la administración del ajuar de la casa. Sobre este último punto pasa rápi­ damente, pero otros Económicos son más completos, en especial El Económico de Jenofonte (427-355), an­ terior al de Aristóteles, donde el autor expone las reglas teóricas de una buena administración de un dominio rural, siempre haciendo depender la econó­ mica de la política. El Estagirita estima que estas dos disciplinas no deben confundirse, puesto que las re­ laciones de subordinación de la familia y las relacio­ nes de sujeción entre amo y esclavo son por completo diferentes de las relaciones de ciudadanía. Aristóteles rechaza desde el principio la idea de que el Estado sería una familia ampliada, tesis que se vuelve a en­ contrar en algunos doctrinarios de la política. Por lo tanto, no hay entre la familia y la ciudad una dife­ rencia de grado, sino de naturaleza. 5 Op. cit., pág. 7. fVid: ed. esp. citada. Lib. I, cap. I, págs. 240-241.] I 19
  • 18. El vínculo entre la Antigüedad griega y latina fue anudado por Cicerón, de quien puede decirse que era un romano helenizado. Los títulos mismos de la República (Tratado de la República) y De legi- bus (Tratado de las leyes) indican su filiación pla­ tónica. Siguiendo también una inspiración aristotélica, Cicerón acepta como básica la noción de Ciudad, pero amplía el marco y la define de un modo mucho más jurídico. Pone a ésta en boca de Africanus, Escipión el Africano, quien en el diálogo de la República figu­ ra como el héroe cívico al que se dirige la admiración del gran orador: Est igitur, inquit Africanus, res pu­ blica, res populi; populus autem non omnis hominum coetus quomodo congregatus, sed coetus multitudinis juris consensu et utilitatis communione sociatus (“La República es la cosa del pueblo, y el pueblo mismo no es,no importa qué conjunto de hombres, sino una colectividad unida por un acuerdo de derecho y por una comunidad de interés”). Si con Cicerón permanecemos exactamente en la línea política griega, la Ciudad convertida en Repú­ blica ha crecido, sin embargo, hasta alcanzar las di­ mensiones imperiales de Roma, lo que hace que se la conciba como una aglomeración cuantitativamente importante. Entrevemos ya la concepción moderna de masa. Por otra parte, Cicerón, abogado romano, pone en primer plano el aspecto jurídico de la Ciu­ dad: el derecho común a todos, aceptado por todos, efectivamente obedecido por todos. Se encuentra así claramente especificada la naturaleza particular de la sociedad política. La revolución cristiana, si el fenómeno se con­ sidera sociológicamente (la revelación cristiana, si se lo considera filosóficamente), trae profundos cam­ bios morales y psicológicos, pero técnicamente trans­ curre dentro de los moldes antiguos. San Agustín, “educado —como él lo afirma— en los escritos de la Escuela”, toma sus ideas políticas de De República y de De Legibus de Cicerón. Y hasta se ha podido re- II. La tradición Antigua y Medieval 20
  • 19. constituir, recurriendo a sus citas, el texto considera­ blemente mutilado de Cicerón. Sin embargo, Agustín modifica la definición cice­ roniana de Estado. Populus est coetus multitudinis rationalis rerum quas diligit concordi communione societus.6 Como el pueblo de Cicerón, el pueblo de la “Ciudad de Dios” es también un agregado humano, una multitud razonable, pero unida por la pacífica y común posesión de lo que ama y no por el derecho y la utilidad. Pasamos de una concepción jurídica a una con­ cepción afectiva, de una noción que el lenguaje actual calificaría de “societaria” a una noción “comunitaria”. San Agustín prepara así ese sometimiento del Esta­ do respecto de la Iglesia, que tendrá tan gran reper­ cusión en el pensamiento medieval. El problema es demasiado vasto para ser tratado aquí.7 Basta recor­ dar, desde el punto de vista que nos ocupa, que el prototipo social sigue siendo la Ciudad. Hay en el obispo de Hipona una transposición y ampliación del ideal terrestre, una sublimación de la idea de Ciu­ dad; pero sin que ésta sea abandonada. San Agustín modifica la definición de Estado,propuesta por Cice­ rón, para negar la perfección al Estado romano. De tal modo la noción puede aplicarse a otra comunidad que trasciende la ciudad carnal a la ciudad espiritual: Civitas Dei. La concepción agustiniana se halla en­ cuadrada en una vasta concepción dél mundo, en una filosofía y aun en una teología de la historia. El “agustinismo político”, para hablar como mon­ señor Arquilliére, domina el pensamiento medieval. Sin embargo, el representante más eminente de este pensamiento, Santo Tomás de Aquino, vuelve a la concepción de los autores paganos. No acepta las modificaciones de San Agustín. Más exactamente, to- 6 San Acustín, De Civitate Dei, XIX, 24; La Cité de Dieu, traducción de L. Moreau, París, Garnier, t. III, 1899, 4a ed., pág. 256# [Véase: La Ciudad de Dios, trad. cast. de J. C. Díaz de Beyral, Buenos Aires, Ed. Poblet, 1941, t. II, págs. 475-476]. 7 Cf. M. Prélot, Histoire des idees politiques, París, Dalloz, 2* ed., 1961, cap. x: UL’Augustinisme politique”. 21
  • 20. ma de San Agustín una definición de Ciudad que es en realidad la de Cicerón, y mediante una pequeña habilidad dialéctica, de la cual ni los santos mismos están siempre exentos, omite decir que San Agustín había citado a Cicerón para refutarlo. Por otra parte, la posición de Santo Tomás se explica muy bien. Es- ¡ tima que la definición ciceroniana es perfectamente válida para la naturaleza, mientras que San Agustín se ha ocupado de lo sobrenatural. Además, Santo To­ más estudia a Aristóteles, de quien Guillaume de : Moerbecke, un dominico flamenco, tradujo al latín un texto considerablemente mutilado de La política. Santo Tomás había hecho un comentario literal de esta obra en In libros poliiicorum Aristotelis expo- sitio (Exposición sobre los libros políticos de Aristó­ teles). En consecuencia, la concepción tomista es sim­ plemente una formulación detallada de las doctrinas aristotélicas. La Ciudad forma una unidad indivisa, constituida bajo una autoridad suprema, donde cada uno conserva su propia autonomía mientras contri­ buye al ordenamiento general. Sin embargo, Santo Tomás se aleja del Estagiri- ta en un punto: con él la política pierde la primacía que le había asegurado Aristóteles. Aunque conserva el primer lugar entre las artes prácticas, ya todas las ciencias y las artes no convergen más hacia la polí­ tica, sino hacia la teología. La política, como las de­ más ciencias, es su sirvienta, ancilla Theologiae. Por otra parte, además de ocuparse de la Ciudad antigua, de la cual tiene una concepción doctrinal, pero no histórica, Santo Tomás participa en las preo­ cupaciones de su tiempo por medio de una obra que en francés se titula Du góuvernement royal (Del go­ bierno real), y en latín De regimine principum (Del régimen de los príncipes), o, sin duda más exacta­ mente, De Regno (Del reinar). Este opúsculo incon­ cluso, cuya pertenencia a Santo Tomás niegan algu­ nos autores, fue escrito entre 1265 y 1267. Es un arte, o más bien una ética del gobierno, destinada al rey de Chipre, Hugues II Lusignan. Como el joven prín­ cipe murió a los dieciséis años, Tomás, cargado de trabajo, renunció a terminar su obra. Pero lo que 22
  • 21. escribió refleja un fenómeno nuevo, muy pronto dominante. La noción de Estado pasa de la colectivi­ dad popular al gobierno, del gobierno a la persona de quien gobierna, del Estado al reino y del reino al príncipe. III. Las concepciones modernas El Príncipe: tal es, en efecto, el título del libro que inicia la politología moderna. En sus dos prime­ ros siglos, ciertamente, toda la atención la reclama el detentador del poder absoluto. Es a él a quien es necesario conquistar y a quien conviene instruir. La política se inclina hacia la psicología y la pedagogía. Sin embargo, bajo estos aspectos nuevos conti­ núa fluyendo la corriente antigua. Impulsado por un realismo cruel y por necesidades imperiosas, Maquia- velo da a su libro el título de El Príncipe, pero solo lo considera como un elemento de una “Política” que constituiría el conjunto de su obra. Ya en el comienzo de El Príncipe, en efecto, Maquiavelo distingue entre repúblicas y principados. Da a la palabra “república” un sentido preciso: el de gobierno temporario. En este lugar no habla de los Estados que se gobiernan de ese modo, y no porque sean poco interesantes, sino porque trató de ellos en sus Discursos sobre la prime- ra Década de Tito Livio. La filiación aristotélica del secretario florentino es segura. Ha leído y meditado una traducción italia­ na de la Política publicada en 1435 por el erudito Leonardo Bruni, traducción cuyas ediciones se multi­ plicaron desde 1470.®Pero la inspiración del florentino no es la de Aristóteles. El Estagirita dirige sus inves­ tigaciones hacia el buen gobierno que asegura una vida buena a sus buenos ciudadanos. Maquiavelo tie­ ne en vista un objetivo más directo y brutal: un go­ bierno eficaz para “una Italia unida y desclericaliza- da”. En consecuencia, la política es el arte del Estado, dirigido menos a la felicidad de los miembros de la Ciudad que a la obtención de su obediencia. Pero ya8 8 Agustín Renaudet, Machiavel, París, 1956, nueva ed. 23
  • 22. se trate del bien de los hombres o de su obediencia, el objeto del conocimiento político sigue siendo el Estado, concebido así como un cuerpo político. Esta noción todavía aparece nítidamente en Bo- din, quien con Althusius, un autor menos conocido, hace dar a la ciencia política un paso decisivo. El tratado de Bodin abarca toda la ciencia poli- tica, con los diversos órdenes de hechos que com­ prende y las leyes fundamentales que la integran.9 J. C. Bluntschli destaca su importancia al poner al primer capítulo de su Geschichte des allgemeinen Sta- atsrechts und der Politik seit der 16. Jahrhun dert biszu Gegenwart. (Historia del Derecho general del Estado y de la política desde el siglo xvi hasta la actualidad) el título de “Die Staatslehre Bodins” (La teoría del Estado, de Bodin) . 10 San Agustín, en este aspecto mejor ubicado que Santo Tomás, no solo posee una vasta erudición y una gran experiencia personal: sabe aprovechar directamente los elemen­ tos que ofrecen los hechos y las instituciones de su tiempo. La concepción tomista, bastante libresca, em­ pleaba simplemente las categorías políticas de Aris­ tóteles. Jean Bodin, que lo conocía bien, modifica y enriquece (aunque cae también en desviaciones la­ mentables) el esquema aristotélico, con el aporte de puntos de vista que son tanto el resultado de su re­ flexión personal como del paso de la Ciudad-estado al Estado monárquico, transición que tiene lugar a principios del siglo xvi. 1515 es la fecha de la difu­ sión de El Príncipe, y también de la batalla de Ma- rignan y del advenimiento de los Valois-Angu- lema con Francisco I. La monarquía francesa, toda­ vía feudal con sus predecesores, se convierte en mo­ narquía moderna con su sucesor Enrique II, soberano ya casi clásico. Bodin ve claramente en el Estado el producto de una evolución secular que engendra un equilibrio de derechos- y obligaciones en el seno de un grupo u Cf. H .Baudrii.i.ard, Jean Bodin et son temps, París, 1853. 10 Esta obra se publicó en Munich en 18C4. 24
  • 23. más complejo que el estudiado por el Estagirita. No solo hace del Estado el “recto gobierno de varias familias”, sino que interpreta las desigualdades com­ probadas por él como causa de una división del tra­ bajo que, para decirlo en términos actuales, se re­ suelve ella misma en una solidaridad orgánica. A tal concepción del Estado, que en ciertos as­ pectos puede calificarse ya de “sociológica”, agrega Johanes Althusius una concepción no menos impor­ tante. Ya hemos dicho que su gran obra se denomina Política sistemática (Política methodice digesta). Apareció en Herborn en 1603.Eue reeditada en Gro- ninga en 1610, y nuevamente en Herborn en 1614. En cada edición aumentó el número de páginas, hasta duplicar su volumen. Althusius define allí la política como el arte de constituir, cultivar y conservar la vida social. Le da, en consecuencia, el nombre de simbiótica, que toma del griego. La palabra simbiótica muestra bien la concep­ ción fuertemente articulada que Althusius posee del Estado. El Estado es, en la cúspide, una comunidad política superpuesta a las comunidades más simples, a las familias, a las corporaciones, después a las so­ ciedades más complejas, las comunas y las ciudades. Siguiendo el método que más tarde se llamará gené­ tico, Althusius llega a una concepción contractual, y sin embargo orgánica, de la soberanía. Se pasa por gradaciones de las sociedades más simples a la socie­ dad estatal. Por ello se puede considerar a Althusius como el precursor de las doctrinas políticas que más tarde serán calificadas de federalistas o aun de cor­ porativas. Otto Gierke, quien en el siglo xix hizo conocer a Althusius, el cual fue casi ignorado duran­ te largo tiempo, hizo de él el fundador del derecho social, del Genossenschajt$recht. Con él se comienzan a advertir también las bi­ furcaciones posibles del Estado. Mientras que Al­ thusius considera al Estado como una federación de grupos ligados por un contrato del que surge la sobe­ ranía, Bodin afirma el carácter unitario e indivisible de esta soberanía. Mientras que Althusius es un “or- ganicista popular”, para quien la autoridad reside en 25
  • 24. el pacto concluido por los elementos orgánicos qu* constituyen el Estado. Bodin es un “monarquista uni< tario”, partidario de la soberanía, que reposa en 1; persona del príncipe. Bodin acelera, sin duda involuntariamente,, lj tendencia generada por los acontecimientos. El Prín- cipe prevalece definitivamente sobre el Estado y do- mina la politología de los siglos xvi y xvn. En unj galería suntuosa se suceden el príncipe conquistado] imaginado por Maquiavelo, y el príncipe cristiane concebido por Erasmo. Bossuet y Fenelón, escritore¡ políticos, son figuras eminentes de preceptores de príncipes. Aquél realiza la sustitución mediante lj identificación del príncipe con el Estado, cuandc afirma: “Todo el Estado se halla en él” .11 De manera opuesta, la Escuela del Derecho na tural y de gentes redescubre la concepción social Puffendorf y Barbeyrac vuelven al término Civitai Utilizan también la expresión “sociedad civil” coij preferencia a status, que conserva para los latinistas su imprecisión primera, y con preferencia a res pu­ blica, que tiende a perder cada vez más su sentid* general (según Bodin) para tomar su sentido res tringido (según Maquiavelo). Ésta es también la acepción que propone Mon tesquieu. Pero éste no cita sus fuentes y con fre cuencia presenta como propio lo que toma de lo demás. Sin embargo, entre sus recopilaciones de no tas de lecturas, un tomo no vuelto a encontrar s< denominaba Política, y su biblioteca de La Brédi contenía dos ejemplares de la Política de Aristóteles La tentativa más completa de elucidar el voca bulario político de su tiempo es sin duda la de J. J Rousseau. Al final del capítulo VI del libro I de Contrato social, capítulo de importancia considera ble, pues trata en él del “pacto social” o sea de contrato social mismo, ofrece las siguientes explica ciones acerca de su vocabulario: “La persona públic que se constituye así mediante la unión de todos lo 11 Bossuet, Politique tirée des propres parole VÉcriture sainte, libro V, art. 4, 1* proposición. 26
  • 25. otros tomaba en la Antigüedad el nombre de Ciudad, y se la denomina actualmente república o cuerpo po­ lítico, al cual sus miembros llaman Estado cuando es pasivo, soberano cuando es activo, y potencia al compararla con sus semejantes Y Rousseau protes­ ta contra las desviaciones que ha sufrido el término Ciudad. “La verdadera significación de esta palabra —advierte— hase casi perdido entre los modernos: la mayoría de ellos confunde el recinto urbano con una Ciudad y a su habitante con el ciudadano. Igno­ ran que las casas constituyen el mero poblado y que los ciudadanos conforman la Ciudad.” El ginebrino es de este modo fiel a la tradición helénica. Sin em­ bargo, hace de “social” el equivalente de politikos y no de koinónikos. En el “contrato social”, la palabra “social” se refiere a la sociedad civil, o sea a la Ciu­ dad, la República, el Estado. Rousseau.mismo entien­ de que realiza una obra de político. Nos ofrece el Contrato social como un extracto de una obra más amplia dedicada a las “instituciones políticas”, y en Les confessions (Las confesiones) afirma que hu­ biera querido trabajar en ella toda su vida. El Con­ trato social se llamó durante algún tiempo De la société civile. (De la sociedad civil) (se conserva un manuscrito en el cual este título fue preferido mo­ mentáneamente). En cuanto al subtítulo conservado, es todavía más revelador: Principes de droit politi- que (Principios de derecho político). Anteriormente Rousseau había dudado entre Essai sur la constitu- tion de l’État (Ensayo sobre la constitución del Es­ tado) ..., sur la formation du corps politique (sobre la formación del cuerpo político)... sur la forma- non de VÉtat (sobre la formación del Estado)..., sur Jaforme de la République (sobre la forma de la Re­ pública). Pero estos tanteos terminológicos traducen sim- >lemente matices y no una incertidumbre sobre el óndo de las cosas. De Aristóteles al siglo xviii, la radición es una y segura. Hay, como lo expresa muy )ien Paul Janet, quien escribió la historia de este >eriodo, “una ciencia del Estado, no de tal o cual ístado en particular, sino del Estado en general con- 27
  • 26. siderado en su naturaleza, en sus leyes y en sus fot mas principales” . 12 Es la ciencia política, y nadi derivó entonces de ella otra rama del conocimient de la vida social. 12 Paul Janet, Histoire de la Science politique ses rapports avec la morale. Editada en París en 1872, coi tituía ya la segunda edición de una Histoire de la philos phie morale et politique. Reeditada varias veces por Alca se halla hoy completamente agotada. [Trad. esp.: Histot de la Ciencia política en sus relaciones con la Moral, 2 mos, v. de C. Cerrillo y Ricardo Fuente, Madrid, ed. Jorr 28
  • 27. CAPITULO II LA SUSTITUCIÓN DE LA POLITOLOGÍA I. La politología sustituida por la ciencia económica Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo xviii existe ya una fisura en este hermoso bloque. El uso cada vez más generalizado de un término que se origina a principios del siglo xvii, el de economía política, provoca una incertidumbre creciente. De la herencia aristotélica hemos visto florecer la rama fértil constituida por la política. La otra rama, la económica, bastante débil ya en el Estagi- rita, se marchitó rápidamente. Bajo la influencia del cristianismo las relaciones de familia tomaron cada vez más el aspecto de relaciones personales atinentes no a la económica, sino a la ética. Y la desaparición de la esclavitud redujo sensiblemente la importan­ cia de relaciones entre amo y servidor. Aun aquí, el cristianismo tiende a colocar estas relaciones bajo el imperio de la moral. En consecuencia, solo quedó a la económica la administracic i del patrimonio y el cuidado de la casa. En el siglo xvii se produce otro de estos cambios, ya vistos en la historia de la politología, que mo­ difica completamente el sentido del término “eco- Sómica”. Montchrestien publica en 1615 un Traite ’économie politique (Tratado de economía política), dedicado al joven rey Luis XIII y a su madre, la regente, María de Médicis. Explicitada en una súpli­ ca, la idea de Montchrestien es que el Estado debe lomportarse, con respecto a sí mismo, como si se ;ratara de una casa cuyos limitados recursos deben tdministrarse juiciosamente. Montchrestien opone a a conducta dispendiosa del Estado, encamada par- icularmente en los pródigos de Valois, la idea de 29
  • 28. una gestión económica, o sea “familiar”. El Príncip debe aplicar al Estado las leyes de administración di un hogar. De este modo Montchrestien hace que si reúnan y confundan dos órdenes de conocimient) que el Estagirita había distinguido cuidadosamente Llama economía política a las reglas de una buen) administración de los bienes del reino. Esta concepción recibe pronto el aval de un horri bre que no solo es un escritor, sino también, si puedi decirse, el primer ministro francés de Economía na¡ cional: Sully, quien en su vejez publica sus Sage et royales économies d’État domestiques, politique, et militaires (Prudentes y reales economías de Esta; do domesticas, políticas y militares, 1634). Transpor.; tada del hogar al Estado, la economía se convierte ei el arte de la administración de las cosas materiales Unido a “economía”, que es el sustantivo, el adjei tivo “política” es equivalente a estatal. En su origina obra dedicada a los Trois ages de Véconomie (Trej edades de la economía), M. André Piettre dice mu] acertadamente: “el carácter nacional de la economií sobrepasa en mucho su carácter crematístico” . 1 Máj adelante da a esta economía el calificativo de “mo| narquizada”, invocando a Hauser para quien el rej es “el legislador y el regulador de la vida política’j Y aun en quien es considerado el primero de lo| grandes economistas modernos, en Adam Smith, 1) economía política conserva su dependencia tradicioj nal respecto de la política. Ésta es entendida comí “una rama de los conocimientos del legislador y de hombre de Estado, que se propone enriquecer a lí vez al pueblo y al soberano, particularmente con el objeto de proporcionar al Estado renta sufk míe pa­ ra el servicio público”. Pero la posición de Adam Smith aparece prontc como una supervivencia. Desde la segunda mitad de] siglo xviii la economía se aleja de la política. Se con vierte en un sistema lógico de asuntos económicoi que deben ser “considerados en sí mismos, por ello! mismos y para ellos mismos”, según una fórmula dei i Editions ouvriéres, París, 1955. pág. 200. 30
  • 29. bida a André Piettre. El conocimiento de estas cosas Eorma un mundo aparte. La económica de nuevo es­ tilo no solo se ha separado de la política, sino que pretende una autonomía total. El orden natural, para hablar en el lenguaje de los fisiócratas, obedece a jus leyes propias. Tiene sus mecanismos espontáneos Ysus automatismos reguladores. Así la economía es illa misma una fisiocracia, o sea un gobierno de la naturaleza, mientras que la política, sea cual fuere il régimen considerado, es un gobierno del hombre, ma antropocracia. La economía reivindica su autonomía tanto en el jrden práctico como en el orden intelectual. En el >rden práctico, en tanto que actividad humana, re­ pudia las exigencias morales de las teorías medie­ vales, pero quizás rechaza aún más la dominación política de los regímenes en vigor. En el orden in- ¡electual, la economía desea ser una ciencia inde­ pendiente con respecto a las otras ciencias, y sobre ;odocon respecto a la ciencia del gobierno del Estado. Si bien el hecho de haber arrebatado a la política jna vasta parte de su dominio era ya grave, el desa­ rrollo de la economía le es aún más perjudicial, pues ísta manifiesta casi inmediatamente la pretensión de remplazaría. La economía no solo quiere separarse le la política, sino desvalorizarla colocándola en un segundo plano, poniendo en tela de juicio su impor- ¡ancia y su existencia. En esto concuerdan las dos íscuelas rivales del liberalismo y del socialismo. En muchos aspectos, la idea fundamental del in- lividualismo liberal está quizás constituida, más que por las nociones de libertad y de individuo, por el íoncepto de espontaneidad. Los fenómenos econó- picos son una manifestación de la naturaleza: sur­ gen inevitablemente y se organizan por sí mismos. De acuerdo con la famosa frase de un clérigo ita- íano, il mondo va da se. La economía se halla some­ tida a leyes “naturales”. En consecuencia, la política iada tiene que hacer en este terreno. Si interviene, erá para ponerle obstáculos a esta rueda maravi- osa, que de otro modo giraría por sí misma. El libe- alismo concluye en una concepción minimalista del 31
  • 30. Estado, en la que se le deja el menor sitio posible En la vida del hombre común la política no es máj que una excepción o un episodio. Como se ha com probado más tarde: “El hombre de la era liberal e el hombre menos politizado que ha existido”.2 En lo que se refiere al antipoliticismo, en el fon do el socialismo se halla de acuerdo con su advei sario. Los reformadores franceses casi no se parecei en nada, pero tienen un punto en común: todos de sean la desaparición del poder político, pero no sol tal como existe, con sus accidentes actuales, sino e; sí mismo, en su esencia. Hay sin duda un socialism partidario de la conquista del poder. Pertenece, co Blanqui, a la filiación de Babeuf. Tal es también 1 posición que tomará Luis Blanc. Pero no se trata d pensadores de envergadura, y sus teorías tendrá menos importancia que su acción. La primacía de 1 económico, la desvalorización y la exclusión de 1 político se expresan en la famosa parábola de Sainl Simón. Pero es sobre todo Proudhon quien le dio u extraordinario relieve. El séptimo estudio de V idé genérale de la révolution au xix siécle (La idea g< neral de la revolución en el siglo xix) se titula: “D solución del gobierno en el organismo económico1 Para el autor, la única y verdadera revolución es 1, revolución “social”, que opone a las seudorrevolu ciones “políticas” de 1830 y 1848. Ella remplazará e Gobierno por el Taller: “Ponemos la organizació) industrial en lugar del Gobierno, y las fuerzas eco nómicas en lugar de los poderes políticos” .3 La idea de la disolución del gobierno en la socie dad no es menos fundamental en Marx, al menos el cierto Marx, porque sus concepciones variaron mij cho. Es sin embargo innegable que su pensamiento tal como se lo comprendió hasta el día en que fu¡ revisado y corregido por Lenin, es antipolítico. íJ forma actual de los regímenes y el Estado mismo so superestructuras que deben ser completamente el) minadas por la evolución económica, que conduce 2 Georges Lavau, “Science politique et Sciences d l’homme”, Esprit, abril 1956, pág. 506. 3 París, Garnier, 1851, pág. 283. 32
  • 31. la revolución social. La única realidad es la econo­ mía, y en este punto Marx se halla muy cerca de las concepciones de los reformadores franceses, en las que se apoyó considerablemente. Su visión del por­ venir es la de un “languidecimiento del Estado”. Cuando el proletariado sea dueño del poder, no habrá más poder ni habrá más Estado, porque la autoridad política es la consecuencia de la lucha de clases. En sus rasgos fundamentales, la economía polí­ tica de los siglos xix y xx ya nada tiene que ver con la política, ni tampoco con la economía en el sentido etimológico del término. Las nuevas definiciones la califican, de acuerdo con la concepción francesa clá­ sica de J. B. Say y de Pellegrino Rossi, de “ciencia de la riqueza”; según autores más recientes es la “cien­ cia del cambio”, y M. F. Peroux agrega a la palabra “cambio” el adjetivo “oneroso”. Al mismo tiempo se le busca un nuevo nombre. Algunos proponen el de “crematística”, que se encuentra ya en Aristóteles; Dtros, “plutología”, y algunos, particularmente los ingleses, cataláctica. En Francia, bajo la influencia de A. Landry, se ha vuelto a “económica” simple­ mente como sustantivo, pero se dice con más espon­ taneidad “ciencia económica”, entendiéndose que el hnérito principal del término es sancionar —palabra y cosa— la desaparición de la política.II. II. La politología sustituida por la sociología • Se produce otro cisma, que no deja de mostrar semejanzas, en sus orígenes y en sus resultados, con ?1de la economía. Es el que ahora separa lo político le lo social. Esta dicotomía no es nueva. Cierta distinción en­ re lo “político” y lo “social” aparece ya desde el “enacimiento del Estado. Ya en Bodin y Althusius lemos encontrado la idea de que existiría lo social úera de lo político, o sea un elemento social distin­ guible, si no diferente, de lo político. Diríamos ac- ualmente que estos dos autores consideran el Estado orno un fenómeno de superposición. Pero la “sim- liótica” de Althusius, la concepción del “recto go- 33
  • 32. r bierno de varias familias” de Jean Bodin, implica un conocimiento del Estado que envuelve el de las so­ ciedades menores sobre las que se construye. Esta1 actitud concuerda así con la concepción arquitecto-! nica de la Ciudad, que vimos era la de Aristóteles. Diversos autores de los siglos xvi y xvn insisten en la existencia de vínculos de carácter social que están fuera de los vínculos estatales. Tal es el caso de Grotius, cuya obra fundamental data de 1625; e] del filósofo Leibnitz y el de un jurista que ya era sociólogo, Nettelbladt, quien no alcanzó la misma notoriedad. Dentro de esta línea algunos distinguen ya, como Schlótzer, entre die Staat, el Estado, y die bürgerliche Gesellschaft, la sociedad civil. Aparecen así dos órdenes jurídicos independientes: un orden de vecindad o de localización territorial, y un orden de actividades profesionales o de oficios.4 A comienzos del siglo xix, y esta vez bajo la influencia de la economía, particularmente de la Es cuela inglesa, algunos autores alemanes (por ejem> pío Robert von Mohl) separan la ciencia social d( la ciencia política. El término “social” designa laí instituciones, las costumbres, o los comportamiento no organizados directamente por el poder: la fami lia, la propiedad y —el concepto comienza a circu lar— las clases sociales. Se opone el Estado social Sozialzustand, al Estado político, Staat. Más tarde en Francia, el historiador Henri Hauser distinguid la historia llamada política, que se preocupa sobrf todo de las formas de gobierno de las sociedades, 3 la historia calificada de social, que se interesa prin cipalmente en la vida material, económica y mora en las mismas sociedades. Lo social comprende as toda la vida privada, no solo en su aspecto individua e interindividual, sino colectivo. Esta división podría no haber tenido grandes in convenientes para la ciencia política si hubiera coi servado el carácter de una comprobación objetivi pero muchos de sus defensores le agregan una apr< 4 Cf. Georges Gurvitch. Éléments de sociologie juril que, París, Aubier, 1940, cap. I, “Les précurseurs”. 34
  • 33. ciación cualitativa. El orden de la sociedad es consi­ derado infinitamente más rico que el orden jurídico del Estado, tanto desde el punto de vista de su con­ tenido espiritual como de su capacidad de vida es­ pontánea. Ya sea conjuntamente, ya en forma para­ lela a la corriente económica, el flujo social desva­ loriza también a la politología. Las exaltaciones de lo social son múltiples: unas veces se convierten en sistema, como en las escuelas sociales de inspiración cristiana; 5 otras, constituyen una reacción difusa de los medios burgueses, que sienten que la conducción de los asuntos públicos pasa a nuevas capas sociales; o, inversamente, pro­ ceden de la afirmación nueva de que la “cuestión social” predomina sobre los problemas políticos.6 Charles Péguy hace de todo esto una especie de ra­ mo lírico cuando escribe: “La vida privada transcurre bajo la vida pública, conserva, lleva, sostiene y nutre la vida pública. Las virtudes privadas se desarrollan bajo las virtudes públicas. Lo privado es el tejido mis­ mo. Pública: las actividades públicas no son más que islotes; es lo privado lo que constituye el mar profun­ do”.Pero es mucho más grave para la integridad de la política lapretensión delo social deconvertirse en cien­ cia autónoma y global, bajo el nombre de sociología. Como todo el mundo lo dice, Augusto Comte es el inventor del término. “Creo que debo aventurar desde ahora este término exactamente equivalente a mi expresión ya introducida de física social. “Aho­ ra bien, aunque la expresión “física social” no tuvo aceptación alguna, la palabra “sociología” fue adop­ tada en la mayor parte de las lenguas con el sentido BTal es la posición de Le Play y también de una parte importante del catolicismo social (cf. M. Príxot, “La fin d’une extraordinaire carence’/ en Revue Internationale d’histoire politique et constitutionnelle. enero-junio 1957, iPág. 9). 6 “El estudio de la cuestión social es el estudio de los males que sufre la sociedad en el orden del trabajo, y la búsqueda de los medios de curarlos o suavizarlos” (R. P. ¡Charles Antoine, S. J., Élements de Sciences sociales, lec­ ciones dictadas en Jersey, 1892-1893, Poitiers. Oudin, 1893).
  • 34. de un conocimiento general y objetivo de la constitu­ ción y del desarrollo de las sociedades. La iniciativa de Augusto Comte priva a la polí­ tica de su primacía tradicional, porque la sociolo­ gía la reemplaza como ciencia arquitectónica. “La se­ rie natural de las especulaciones fundamentales se constituye por sí misma. Todos los estudios prelimi­ nares (matemática, astronomía, física, química, bio­ logía) preparan de este modo la ciencia final, la cual en adelante influirá sin cesar sobre su cultivo siste­ mático, para que en él prevalezca al fin el verda­ dero espíritu de conjunto, siempre ligado al auténtico sentimiento social.”7 Al mismo tiempo que la sociología sustituye a la politología, el centro de interés pasa de las Ciu­ dades o los Estados a la Humanidad. “A. Comte de­ finió la humanidad: el cbnjunto de seres humanos pasados, futuros y presentes. Pero los más numero­ sos —y siempre en aumento— son los muertos, que subsisten por la inmortalidad subjetiva, sea porque se guarda su recuerdo, o porque el resultado de sus actos permanece gracias al progreso.”8 Sin embargo, Comte sustituye muy pronto el es­ tudio científico de la Humanidad por la religión de la Humanidad. “La política positiva” es así absor­ bida por “la religión positiva”. De tal modo la sociolo­ gía comtiana entraña finalmente, sin verdadera com­ pensación, la desaparición de la politología clásica Ésta no ha sido más renovada por la “Escuela sociológica”. En la medida en que Durkheim y sus discípulos estiman, a diferencia de Comte, que le social más auténticamente positivo es el hecho cons­ tituido por las sociedades particulares, hubieran po-J dido concebir la sociología como un Corpus de cien­ cias sociales donde la politología hubiese ocupado st lugar. Pero no es ésta su perspectiva. Insisten en la especificidad del hecho social, atribuyéndole carao; teres propios. La sociedad misma es algo más y, tamf 7 Augusto Comte, Discours sur l’ensemble du posit visme, París, 1848. 8 Jean Lacroix, La sociologie d’A. Comte, París, P.U.f 1956, pág. 65.
  • 35. bién, algo diferente que la suma de los individuos que la componen. No es una adición, sino un “todo” —algunos sociólogos llegan a decir: un “ser”— que tiene su vida, su historia, su conciencia, sus intere­ ses. Por lo tanto, solo será sociológico, en sentido pre­ ciso, el conocimiento de los fenómenos humanos en tanto que sociales, o sea no como productos de la vo­ luntad de los individuos, sino como resultados de la influencia ejercida por el grupo social. Éste origina actitudes que los miembros que lo componen no ha­ brían tenido nunca si no estuviesen agrupados. In­ cluso cuando parecen actuar libremente, sus actos traducen una compulsión social. En consecuencia, la sociología no estudia todo lo que ocurre en las socie­ dades existentes; solo se pregunta de qué modo y en qué medida los hechos sociales se originan en la vida social, y cómo, a su vez, actúan, sobre ella. En estas condiciones, al estudiar la política, la sociología se conduce de manera diferente que la ciencia política. Considera la incidencia del factor político sobre la vida social, y, recíprocamente, del factor social sobre la vida política. Los actos políti­ cos interesan realmente al sociólogo, pero no se ocu­ pa de ellos del mismo modo que el politólogo. El sociólogo no estudia la política más que como una manifestación específica de vida colectiva. El poli­ tólogo considera todos los aspectos de las institucio­ nes y de la vida del Estado, comprendidos los com­ portamientos individuales (recordemos el lugar ocu­ pado por el Príncipe conqúistador, cristiano o econo­ mista), y los estudia desde el punto de vista estricta y esencialmente político, mientras que el sociólogo solo toma en cuenta los fenómenos políticos en tanto que son sociales, y exclusivamente en ese aspecto. En la realización concreta, esta diferencia de in­ terés selectivo produce obras de muy distinta inspi­ ración. Al ocuparse de fenómenos políticos, los soció­ logos eliminan en su investigación lo que más inte­ resaría al politólogo. Mientras que el politólogo se dedica con predilección al estudio de los fenómenos políticos superiores que están más próximos a él en el tiempo y en el espacio, los sociólogos dedican casi 37
  • 36. todas sus investigaciones a los pueblos primitivos. Su atención se concentra en los fenómenos exóticos, en las costumbres que se relacionan más bien con la etnología y solo tienen una conexión remota con la sociedad política sutil y profundamente instituciona­ lizada que es el Estado actual. Sin duda que a este respecto los sociólogos han formulado promesas; pero el lugar que en su clasificación se le confiere a la sociología política está bastante mal asegurado. De hecho se ocuparon poco de los problemas políti­ cos, y en modo alguno cumplieron lo que habría po­ dido ser su tarea.9 No cabe duda de que en el futuro renacimiento de la politología, la sociología cumplirá su parte fe­ cunda, particularmente gracias a su influencia me­ todológica. Pero en la evolución intelectual del siglo xix y comienzos del xx constituye un rival, tanto más peligroso cuanto que invoca para sí misma el rigor científico y la categoría universitaria. Supe­ rando el escepticismo de su medio, Durkheim logró que la sociología fuera reconocida como ciencia y se le concedieran cátedras. En cuanto a la política, solo se le concede el papel de un arte de aplicación. La sociología la rechazó fuera de la ciencia y fuera de las Facultades, porque “en el medio universitario, de­ cir que una rama del saber o de una actividad es un arte implica arrojar el descrédito sobre ella”.10III. III. La politología remplazada por la ciencia jurídica La economía se desarrolló bajo la influencia in­ glesa, y la sociología nació en Francia; de allí que la 0 Los sociólogos que se dedicaron a la sociología políti­ ca han recopilado, en su mayor parte, elementos dispersos en otras obras. Así, el pequeño libro de Sociologie politique del deán Davy es fundamentalmente un estudio penetrante de la obra de los juristas sociólogos L. Duguit y M. Hauriou (París, Vrin, 1950, 2* ed.). También A. Cuvillier, en su Ma nuel de sociologie (París, P.U.F., 2* ed., 1959, 2 vol.) utilizc ampliamente el trabajo de los constitucionalistas y de los especialistas en derecho público. 10 Jacques Leclercq, Du droit naturel á la sociologie París. Spes, 1960, t. II, pág. 47.
  • 37. Alemania de mediados del siglo xix parezca el país menos afectado por las tendencias disolventes. Reac­ cionando sobre éstas, logró inclusive reintegrar, bajo la influencia de sus “economistas nacionales”, la eco­ nomía en la política; y, al insistir sobre el aspecto “nacional” de los fenómenos, volvió a colocar lo so­ cial en lo político. Este énfasis en la idea del Estado como un “con­ junto que domina a los individuos y aun a las gene­ raciones” se debe a la obra de Adam Muller.11 Pero la influencia de este autor se origina en el hecho de que sintetiza una triple corriente jurídica, lingüísti­ ca y filosófica, que a las tres tendencias de la econo­ mía clásica: el individualismo, el cosmopolitismo y el perpetualismo, opone, en orden, el espíritu comu­ nitario, el ideal nacional y la relatividad histórica. Después de Adam Muller, las obras de Dahl- mann, Waitz y Treitschke confirman la unidad clá­ sica de la ciencia política como conjunto de conoci­ mientos relativos al Estado-nación. Superan así la dicotomía de Mohl, que distinguía lo social y lo polí­ tico, y que dentro de lo político distinguía a su vez idivex’sas partes, una de las cuales, la Staatskunst, era la política propiamente dicha. Waitz y Treitschke identifican “obviamente” la política y la doctrina del Estado.1112 Dalhmann, quien en 1835 publica en Go- tinga el tomo primero y único de Die Politik (La Política sobre la base y medida de los objetos reales), usa la palabra “política” en el sentido de los anti­ guos, o sea que la política es para él la doctrina del Estado. En su Grondziige der Politik (Fundamentos de la Política, Kiel, 1862), Georg Waitz ve en la política una Staatslehre, sin distinguir el ordenamiento estáti- 11 Adam Muller, nacido en Berlín en 1779, y muerto en Viena en 1829, reunió en su libro Die elemente der Staats kunst (Los elementos del arte político) las conferencias da das por él en Dresde, donde actuaba como diplomático [Trad. esp.: Elementos de Política. Lecciones dadas en Dres den en el invierno de 180X2X09, traducción de E. Tmaz, Ma drid, Rev. de Occidente, 1935.] 12 Esta expresión irónica y algo despectiva se debe al jurista y sociólogo alemán Stier-Somlo, autor de un peque ño libro titulado Politik, Von Quelle y Meyer, Leipzig, 1919. 3H
  • 38. eo del Estado y la vida pública en movimiento, sin dis^ tinguir Staatsrecht y Politik. Treitschke publica er 1859 una Ciencia de la sociedad, donde el Estado e¡ “la sociedad organizada unitariamente”. Sin dejar de ubicar en la base de su construc ción más a la Nación (Volk) que al Estado (Staat) la escuela alemana sostiene o redescubre la concep ción global de la política formulada por Aristóteles En el sentido helénico, “politología” significaba “co nocimiento de la polis”; en el sentido germánico, si convierte en la teoría general del Estado, la Allge meine Staatslehre. Pero la escuela alemana, que superó el divorci< entre lo económico y lo sociológico, va a engendra] ella misma la separación de lo jurídico. La ruptura se anuncia en el último tercio de siglo xix con Allgemeine Staatslehre (Teoría gene ral del Estado), de J. C. Bluntschli, cuya primer; parte Lehre von modernen Staat (Teoría del Estadi moderno) apareció entre 1875 y 1876. Según la con cepción clásica, Die Politik hubiera debido ser el equi valente del título general: Lehre von moderne] Staat. Pero en la pluma de J. C. Bluntschli la pala bra “política” no solo no designa el conocimiento de Estado en su conjunto, sino que solo en último téi mino entra en la “doctrina” o “teoría” del Estad moderno. Lo esencial de la doctrina del Estado mo derno se halla constituido por la teoría general di Estado y del derecho del Estado. La política es rele gada a un segundo plano con respecto a estas do disciplinas, que toman la delantera.13 No tiene qu investigar ya los fundamentos del Estado, pues s ocupa de ello la teoría general; tampoco le compet el examen de la constitución y los órganos del Es tado, pues ésta es tarea del derecho público. Solo 1 queda el estudio de las actividades estatales. Formul 13 Armand de Riedmatten, quien tradujo la obra i francés, la presenta también en tres volúmenes: La théor générale de l’État, Le droit public, La politique, París, Gu laumin, 1877. [Trad. esp.: Derecho público universal, v. c A. García Moreno y J. Ortega García, Madrid, Ed. F. Gó gora, 1880.] 40
  • 39. 1 y explica las reglas que deben seguirse en el gobier­ no de los pueblos, y analiza el espíritu de las institu­ ciones y la actividad de la nación en el Estado. Este relegamiento de la política es aún en Johann Bluntschli lo suficientemente discreto como para no romper la unidad de una politología global. Hay distinción, pero no separación. El derecho público y la ciencia política surgen de un tronco común. Pero la teoría general del Estado domina a la vez el de­ recho y la política. El Estado real vive y la vida vincula el derecho con la política. El derecho, sobre cuyo carácter estático los sucesores de Bluntschli insistirán más que él, no permanece, sin embargo, invariable. Por su parte, la política busca un punto de equilibrio y de reposo. El derecho posee una his­ toria, y hay una política de la legislación. El derecho procede de la política, y la política presupone el derecho como condición fundamental de la libertad. Ésta se desarrolla en límites que traza el derecho. De todos modos, la autoridad de J. C. Bluntschli logró que desde ese momento la doctrina alemana aceptase la idea de que la política no es más que una parte del dominio de los conocimientos sobre el Es­ tado. Así, von Holtzendorff, en sus Prinzipien der Politik (Prmcinios de la Política, 2^ ed., 1879), ve ;n la ciencia del derecho el ejercicio de la voluntad :olectiva del Estado, en tanto que es voluntad ge- íeral, o sea voluntad independiente, suprema, sobe­ rana. La política, en cambio, es la misma voluntad ictuante, pero dentro de los límites prescriptos por as circunstancias y los antecedentes, y determinada ín sus resoluciones por la ocasión y la historia. Mucho más radicales y sonoras son las tesis de Seorg Jellinek. Ya al principio de su libro Allge- neine Staatslehre14 (Teoría General del Estado), >bserva que la palabra “política” significa en griego 'doctrina de la Polis”, y que se debe traducir por b4 Traducido al francés con el título poco satisfactorio le VÉtat moderne et son droit, París, Fiard & Bjiére, 1911, 1vol. [Trad. esp.: Teoría General del Estado, trad. dt Fer íando de los Ríos, Madrid, 1914. La misma versión reedita- laen Buenos Aires, Ed. Albatros, 1954.] 41
  • 40. “doctrina del Estado”. Pero abandona inmediatamen te esta posición lógica para dejar la política fuen de la “doctrina del Estado”. Ciencia descriptiva i explicativa del Estado, la Allgemeine Staatslehre es tudia la noción del Estado bajo todas las formas ei que manifiesta su actividad. Se divide, por una pai te, en una doctrina “social” del Estado, y por otrj en una doctrina “jurídica” del Estado o derecho pú blico en general. Por lo tanto, y a diferencia de J. ( Bluntschli, G. Jellinek no concibe ninguna doctrin general del Estado que abarque a la vez el derech público y la política. Ésta solo examina la maner en que el Estado puede realizar sus fines y apreci sus actitudes. Se convierte en un estudio accesori de carácter práctico y crítico. Como consecuencia directa de este retroceso de esta subordinación, queda asegurada la hegemc nía del derecho público en la teoría general. Frent a Ja política, y aislada y circunscripta, brilla co todo el prestigio que su rigor le confiere. Menos de diez años antes de que J. C. Bluntschl desmantelara la politología, el “venerable” Gerbei a quien los alemanes consideran el padre del dere cho público, había publicado sus Grundzüge eim Systems des deutschen Staatsrechts (Fundamento de un sistema del Derecho Político alemán, 1865 Deplora allí que sus predecesores hayan considerad que la tarea de determinar los principios constitucic nales modernos es más de naturaleza filosófica (léí se “política”) que jurídica. Se esfuerza por clarific< los principios del derecho sobre los cuales debe ed ficarse el derecho público, y se propone eliminar lí tendencias políticas, históricas o doctrinarias qu eran precisamente las de los autores alemanes qu hemos mencionado. Inspirándose en concepciones d< derecho privado entonces dominantes, Gerber se ap< ya en las teorías de la personalidad y de las relaci< nes jurídicas y las aplica al dominio del derech público. Para él, el derecho público es exclusivi mente el derecho del Estado concebido como sujei de derechos. Los derechos estatales mismos se op< nen a los derechos privados. Son los derechos de d< 42
  • 41. ilinación del Estado sobre los hombres exteriores iél, eine Herrschaft über fremde Personen. Lo dog- nático termina sustituyendo a lo sociológico, para legar a la creación de un derecho público que nada lebe a ninguna disciplina, salvo al derecho mismo. El sucesor de Gerber será Paul Laband, uno de os maestros más reputados de la Universidad de Estrasburgo durante el período de la anexión. P. La- >and exige que el análisis del sistema constitucional e un país determinado sea puramente jurídico. Hay Iue establecer, ante todo, las relaciones de derecho ue constituyen el derecho público; fijar luego con recisión su naturaleza jurídica; descubrir después js principios jurídicos generales a los que se hallan lubordinados, y desarrollar, finalmente, las conse- iuencias que se desprenden de ellos. Partiendo de as reglas inscriptas en los textos, nos remontamos iasta los principios, desde los cuales descendemos fi­ elmente, mediante el razonamiento lógico, para des­ abrir las aplicaciones no formuladas. • Este método es exclusivamente, y, como lo ha licho el profesor Lexis, “intensivamente” jurídico, -os autores que se inspiran en él “hacen derecho mblico” y no ciencia política, disciplina inferior, in- ligna de las cátedras universitarias. P. Laband y sus liscípulos no solo descartan las consideraciones polí- icas como extrañas a su disciplina, sino que mani- íestan repecto a ellas una hostilidad característica, in tanto que sirven con demasiada frecuencia para lisfrazar la ausencia de análisis y de trabajo cons- ructivo. Es, dicen, “literatura de periódico”. Algunos juristas alemanes son menos despecti- ros y se esfuerzan (como lo hace, por otra parte, el nismo Laband) por dar a la política un contenido; >ero la determinación de este contenido queda como Igo abstracto y sin real importancia práctica. Como asociología, y aún más, puesto que es más antigua más rentable, la ciencia jurídica detenta las cáte­ las y mediante la preparación de exámenes ocupa as espíritus. 43
  • 42. CAP171 I O LA POLITOLOG1A DESMEMBRAI; Y ABANDON I] I. Una ciencia sin contení Ya sea beneficiándose con el entusiasmo por novedad, o haciendo uso de una antigua posesión i estado, la economía, la sociología y el derecho p blico despojan de lo mejor de su sustancia a lo q fue tradicionalmente el dominio de la política, contenido de ésta disminuye hasta desaparecer p completo, debido a la creciente especialización de ] ciencias políticas. Existen ahora la sociología política, que estu<| los fenómenos políticos en su aspecto social; la e< nomía política, que examina el Estado como ager o como marco económico; el derecho político, ir corrientemente calificado de público, que considí el aspecto jurídico de las instituciones y relacioi públicas; existe también la historia política, que tablece los hechos relativos a la vida pública; la losofía política, que permite apreciarlos; la geogra política, que considera las relaciones del suelo y i Estado, y, finalmente, todas las disciplinas a las-c puede aplicarse el calificativo de política. Cada vez que aparece, la política es absorb por alguna otra ciencia. Cada hecho, desde que se aborda, cada problema, desde que se lo profundi deja de pertenecer al conjunto general que es ciencia política para entrar en el compartirme particular de una disciplina positiva bien carac rizada. Lo que constituía la ciencia política clás pertenece ahora, por razones de prioridad, a ot ciencias más evolucionadas, y por lo tanto en m< res condiciones de promover el estudio y hacer í gresar el conocimiento. A fines del siglo xix la p tica desapareció como sustantivo que designa i 44
  • 43. [iáciplina autónoma y solo quedó como calificación le otras disciplinas. No existe más la ciencia polí- ica; solo subsisten las ciencias políticas. Como toda investigación política se transforma n un estudio particular, y cada problema considéra­ lo en sí mismo escapa a “la” política para entrar en una” ciencia política determinada, mejor organiza- la para hallar una respuesta, ya nada queda para a politología cortio tal. La comprobación de su va­ nidad y de su inutilidad se hace inevitable. Algunos, sin embargo, consideran que esta reab- prción total es excesiva. En su opinión, queda toda- ía algo después de que todas las ciencias han recibi- 0 plenamente su parte. Su desarrollo deja, entre Has o fuera de ellas, algunas partes inexploradas, a ciencia política se interesará así en investigacio- es inéditas, aún no organizadas, en el descubrimien- ) de elementos nuevos, todavía no regimentados, si 5 que puede utilizarse esta expresión. Situada aquí tila vanguardia, la politología conservará además, en t retaguardia, lo que las disciplinas particulares no ayan podido asimilar. Es evidente que esta teoría “residual”, como se 1llama hoy, no puede servir de base para una su- ervivencia honorable de la ciencia política. Tal con- epción le ofrece un campo demasiado pobre para que ¡ueda conservar algún prestigio. Pero, además, el [bjeto que se le destina, con toda su mediocridad, no ehalla ni siquiera asegurado, porque el progreso de Bs ciencias políticas tiende a eliminarlo mediante la reación de nuevas ciencias diferenciadas, y porque Ida nueva mutilación de la ciencia política general rá considerada como un progreso científico. Se le ofrece a la ciencia política un destino ape- is mejor viendo en ella una encrucijada donde se45
  • 44. da carece de existencia propia. Esta hecha dt dos más caminos que se cruzan, y de este modo se coi funden en un breve trecho de su itinerario; per cada camino retoma en seguida su dirección propij Sin embargo, esta comparación describe bastar te bien la situación en la que se colocó a la cienci política a fines del siglo xix y comienzos del xi “Academia de Ciencias morales y políticas”, “Escuel de Ciencias políticas”, “Doctorado en Ciencias polít cas”: son éstos simples puntos de reunión de disc plinas diversas. Entre los especialistas no se intenta aproximaciones más estrechas, porque, como lo h< mos observado, toda la filosofía de la época ve en 1 especialización un signo de progreso y el criteri mismo de lo “científico”. La idea de que la ciencia política sería una sír tesis de las ciencias políticas aparece entonces com contradictoria en los términos. Los más benévolc admiten la existencia de una filosofía política qu tendría una ambición, pero la sitúan en un futui indeterminado. Para la comodidad del presente bast haberlas reunido bajo un mismo techo, como en 1 Escuela libre de Ciencias políticas, o en la Escuel de Derecho, o, mejor aún, bajo una cúpula, como e la Academia de Ciencias morales y políticas. Pero < quai Conti (Academia de ciencias morales y polít: cas), objeto de ironías ligeras, es como el centr mismo del “mundo donde uno se hastía”, y la cali Saint-Guillaume (Escuela libre de ciencias polít: cas), enseña cada vez menos política y cada vez má administración.1 Paradójicamente, la multiplicidad y el progres de las ciencias políticas engendran la desaparición d la politología. II. Una ciencia sin adepto Como es natural, la corriente que acabamos d describir ocasionó durante el siglo xix y comienzo del xx el debilitamiento de la literatura politológica 1 Cr. André Siegfried, Hommage á Emile Boutmy e á Albert Sorel, Fundación Nacional de Ciencias políticai París, 1956. 46
  • 45. ¡Sinduda que este período no carece de grandes obras políticas,2 pero ninguna corresponde ya al ideal clá­ sico, de acuerdo con el cual el autor considera el ¡conjunto del fenómeno político y reconsidera por.su cuenta todo el problema de la ciudad y de su go­ bierno. Cuando Marcel Waline sostiene que André Siegfried, con su famoso Tableau de forces politiques de la France de Vouest (Cuadro de las fuerzas polí­ ticas del oeste de Francia), es en Francia el ver­ dadero creador de la ciencia política moderna, que Tocqueville es el precursor y que Boutmy ocupó el lugar entre Tocqueville y Siegfried,3 ofrece en este breve resumen una imagen exacta de la época y con­ firma con ella lo que acabamos de decir sobre el carácter especializado que adquieren en adelante las publicaciones. Hay pocas “Políticas” escritas durante tal perío­ do, y las que existen corresponden raramente a las promesas contenidas en sus títulos. Casi todas han sido olvidadas actualmente, y exigen difíciles inves­ tigaciones. No puede decirse que éstas sean compen­ sadoras. Después de sacudir el polvo que cubre los ejemplares descubiertos con gran esfuerzo y de ho­ jear sus páginas amarillentas, se comprueba que no contienen casi nada de lo que se esperaba de ellas, o sea que, partiendo de una definición segura, hiciesen una exposición sistemática de la ciencia política. Es cierto que no todo carece de interés o está despro­ visto de talento, pero el hombre de mediados del siglo xx, con su gusto por la precisión, exige algo más que reflexiones bastante deshilvanadas acerca de una actualidad perimida. Así ocurre con la Science politique (la ciencia política), de Ivan Golovine, cuya obra se publicó en 2 Cf. Marcel Prélot, Histoire des idees politiques, op. cit., libros IV y V. 3 Influencia de Duguit sobre el derecho constitucional y la ciencia política, en Revue juridique et éconómique du SudOuest, números 3 y 4, 1959. Congreso conmemorativo del centenario del nacimiento del deán León Duguit, Bur­ íleos, mayo 29-30 de 1959. 47
  • 46. Didot en 1844. “La política —escribe— es la cienci, del gobierno tanto en sus relaciones interiores comí exteriores, la ciencia del Estado por excelencia.” Pe ro de esta afirmación liminar no deduce el autoj ninguno de los desarrollos que debieran seguirse ló gicamente de ella. En cambio, el Traite de politique et de scieno sociale (Tratado de política y de ciencia social), d P. J. B. Buchez 4 es una obra importante. Considera do a veces como un precursor de Saint-Simon, otra como un precursor de los cooperativistas y de los de mócratas cristianos, Buchez se vincula con la tradi- ción aristotélica. “La terminología y las definición^ de Platón y de Aristóteles constituyen todavía hoi la base de la ciencia política”.5 Estima, sin embargo que la concepción antigua debe completarse por 1 introducción de una idea nueva en la ciencia política^ la del progreso. Por otra parte, Buchez distingu la ciencia social de la política práctica, insertando en tre las dos la teoría constitucional. La ciencia social tiene por objeto los principios que rigen la forma­ ción de la sociedad, al igual que la coordinación di las instituciones y de las funciones en virtud de laj cuales las sociedades se conservan y progresan; 1í teoría o doctrina constitucional, llamada aún teorú de la sociedad y arte del gobierno, establece la tran sición de la ciencia a la práctica; la política práctict varía según los tiempos, las sociedades, los.países las civilizaciones; ella se aprende mediante el estu dio de las leyes, de los reglamentos, de las costum bres, de las circunstancias presentes, y sobre todo mediante el uso.6 Pero para completar semejante cuadro hubiese hecho falta algo más que la plumí caída de la mano de un moribundo; habría sido tam­ bién necesario que la imaginación y el sentimientí fuesen orientados con más frecuencia en beneficie de una experiencia que Buchez sin embargo poseía Es precisamente la experiencia —y solo la expe 4 Publicado por los ejecutores testamentarios del autor L. Cerise y A. Ott, París, Amyot, 1866. 5 Libro I. cap. II, pág. 23. 8 Eod. loe., pág. 46 y sigs. 48
  • 47. riencia— la que invoca León Donnat, con quien pa­ samos del lirismo del 48 al positivismo de fines del Segundo Imperio y de comienzos de la Tercera Re­ pública. La politique experiméntale 7 (La política ex­ perimental), sostiene como divisa este aforismo: “Solo la experiencia nos debe dirigir; ella es nuestro único criterio.” L. Donnat juzga, en efecto, que la simple observación es insuficiente; la experimenta­ ción, tal como Aristóteles la ha reclamado para la medicina, es también indispensable para la política. León Donnat ha hecho la demostración mediante la ciencia, la historia, la situación política de Francia, la observación comparada de los pueblos libres. El uso de esta última fórmula muestra claramente que L. Donnat ha sufrido otra influencia: la de Le Play, a quien conoció bien y de quien habla con simpatía, aunque él mismo sea furiosamente anticlerical. Sin embargo, Donnat desarrolla menos las reglas de una política que las de una legislación experimental, y su obra, finalmente, se dirige más hacia la práctica que hacia la ciencia. Sin duda, La politique: principes, critiques, re­ forme (La política: principios, críticas, reforma), simple recopilación de artículos publicada por Th. Funck-Brentano (París, 1892), posee una textura dé­ bil y un interés precario. Los principios se reducen a algunas afirmaciones triviales, y las reformas con­ sideradas parecen hoy día tan anacrónicas como an­ tes pudieron parecer novedosas. Es por otra parte probable que Th. Funck-Brentano no se hiciera ilu­ siones respecto de su obra, y que el sentimiento de su insuficiencia no haya estado ausente en la funda­ ción, tres años más tarde, del Collége libre des Scien­ ces sociales (Colegio libre de Ciencias sociales), cu- lyos servicios a la ciencia política, en el momento mismo en que reinaba todavía la desconfianza hacia .la enseñanza pública, habrían de ser considerables. ‘ Aunque netamente superior a la obra de Th. Funck-Brentano, tampoco se puede clasificar entre7 7 Publicada en 1885 y reeditada en 1891, París, Reinwald (Bibliothéque des Sciences contemporaines). 49
  • 48. las grandes obras La politique (La política), que Charles Benoist 8 publicó hacia fines del siglo xix. Profesor de la Escuela de ciencias políticas, parla­ mentario, miembro del Instituto, embajador, el autor no es aún más que la promesa de una gran carrera. Su obra posee la característica propia de la juventud: une a una exposición débil el enunciado de vastas ambiciones. Influido a la vez por la tradición antigua y por la sociología reciente, Charles Benoist procla­ ma: “La política es estrictamente la ciencia de la vida de los hombres en sociedad o de las sociedades humanas. Cualquiera otra definición la rebaja o la disminuye... Todas las formas de la vida social en­ tran por algún lado en el campo de la vida política, o tocan por algún lado su dominio”. Pero desde la pá­ gina veinticinco Charles Benoist estudia el Estado, y hasta el final del Libro I no se ocupará de otra cosa que de la soberanía y del gobierno. El Libro II está dedicado al poder político, y el III a los órganos y funciones del Estado. La exposición parecería una sucesión de apuntes escolares si en algunos momen­ tos no mostrara un rasgo original. 8 Colección “La vie nationale”, Bibliothéque des Scien ces sociales et politiques, León Chailley, París. 1894. 50
  • 49. SEGUNDA PARTE LAS CIENCIAS POLÍTICAS EN NUESTROS DÍAS
  • 50. CAPITULO IV LA POLITOLOGÍA RENACIENTE I. El nuevo clima Contrariamente a lo que podría creerse ahora, la Primera Guerra Mundialno' contribuye en absoluto a sacar del marasmo a la ciencia política. Ésta conti­ núa, al igual que antes, fuera de los recintos uni­ versitarios. Un viento de árido tecnicismo minucioso sopla entonces sobre las Facultades de Derecho. En cuanto a las obras, constituyen más bien un retro­ ceso, tanto en número como en importancia.1 En cambio, la Segunda Guerra Mundial da el im­ pulso decisivo al renacimiento politológico, qiife co­ menzará desde la ocupación y el armisticio. En un mundo extremadamente politizado, la convicción de que la ciencia política no puede ser ignorada oficial­ mente surge pronto y se extiende de un modo irre­ sistible. Hemos explicado en otra parte cómo la “década decisiva” (1945-1955) marca el “fin de una extra­ ordinaria carencia”,12 por lo cual nos limitaremos a poner de relieve dos factores secundarios, pero muy directos, de la transformación del clima. Uno es ex­ terno y de imitación; el otro, interno y de tradición. En el renacimiento de la politología tiene gran importancia, ante todo, el ejemplo norteamericano. Las universidades de los Estados Unidos poseían cáte­ dras sobre gobierno desde fines del siglo xix; crearon 1 Confrontando Economía y Ciencias políticas, Gaétan Pirou solo cita a André Siegfried y Célestin Bouglé, con referencia a obras anteriores a 1914. Introduction á l’Écono- mie politique, París, Sirey, 2* ed., 1945. 2.Cf. nuestro análisis .ya citado, “La fin d’une extraor- dinaire carence”, Revue Inter, d’hist. pol. ét constit., P.U.F., enero-junio de 1957, pág. 1. 53
  • 51. y sin duda extendieron su departamento de ciencias políticas, paradójicamente favorecidas por los acon­ tecimientos europeos, que provocaron la partida ha­ cia el otro lado del Atlántico de hombres como Cari Friedrich, Mario Einaudi, Waldemar Gurian y mu­ chos otros. En compensación, y particularmente a través de la Unesco, el prestigio norteamericano actúa sobre muchos jóvenes espíritus que van directamente a la ciencia anglosajona sin sentirse obligados a los rodeos y precauciones de sus antecesores.8 Sin embargo, la brusca ascención de la ciencia política solo pudo producirse porque durante todo el siglo xix y comienzos del xx las Facultades de De­ recho han sido, a pesar de las reticencias y las hosti­ lidades, la verdadera Escuela de la Ciencia política. Si, entre los constitucionalistas, Raymond Carré de Malberg quiso ser un jurista puro,34 si León Du- guit no hizo ciencia política más que de un modo inconsciente y “esporádico”,8 Maurice Hauriou debe ser considerado, en cambio, entre los grandes politó- logos. Se advertirá ello más adelante, cuando nos ocupemos de las instituciones. Desgraciadamente, M. Hauriou presenta un pensamiento profundo y origi­ nal bajo la forma de libros de texto indigeribles, cu­ ya riqueza escapa al público, inclusive al considerado intelectual. Por otra parte, el deán de Toulouse, quien se esforzó por animar el derecho constitucio­ nal mediante la sociología, no pidió jamás inspira­ ción a la ciencia política. Tal es, en cambio, la actitud de la línea de pen­ samiento, que cuenta ya cuatro generaciones, cuya obra se extiende desde los Éléments de droit consti- tutionnel et comparé (Elementos de Derecho consti­ tucional y comparado), de Adhémar Esmein, en 1895, hasta la tesis de Auguste Soulier, en 1939. A fines del siglo xtx, los Éléments son la prime- 3 Cf. Mattwtce PTTVERrER, Méthodes de la Science politi- que. París, P.U.F., 1959, pág. 48. 4 Fue después de él y a su pesar que su obra adquirió contenido político. 8 Marcel Waline, “Influence de Duguit”, op. cit., pág. 159. 54
  • 52. ra obra francesa que hace época en materia consti­ tucional. Contiene un estudio de los regímenes de libertad en que se le concede espacio considerable a la historia de las ideas, a la comparación de las ins­ tituciones y al examen del juego de fuerzas. Durante el primer tercio del siglo xx el contacto con la vida pública anima las obras de Joseph Bar- thélémy, que en su gran Traite de Droit Constitu- tionnel (Tratado de Derecho Constitucional, 1933), y en numerosas monografías registra su experiencia electoral y parlamentaria. Entre las dos guerras, J. J. Chevallier publica dos volúmenes sobre L’évolution de l’Empire bri- tannique (La evolución del Imperio británico, 1931) y un Barnave ou les deux faces de la Révolution (Barnave o las dos caras de la Revolución, 1936), cuya influencia se comprueba en Gouverneur Morris {Gobernador Morris), de Adhémar Esmein.® El autor de estas líneas publicó en 1936 VEmpire fasciste (El Imperio fascista), y, en 1939, un cuadro de L’évolu­ tion politique du socialisme frangais (La evolución política del socialismo francés). El mismo año se distingue en particular, entre las tesis de la generación siguiente, L’instabilité mi- nistérielle en France sous la lile. République (La inestabilidad ministerial en Francia bajo la Tercera República), de Auguste Soulier.7 Debe observarse, sin embargo, que en estas obras la ciencia política presente en todas partes, no se afirma a cara descubierta, sino que toma la aparien­ cia del “punto de vista”. En la Conferencia de agre­ gación, Luis Rolland usó este recurso con virtuosis­ mo, rehaciendo las lecciones, más o menos logradas, de los candidatos, según dos planos alternativos: uno 0 En espera de la tesis (de Letras) de Paul Bastid so­ bre Sieyés et sa pensée, París, Hachette, 1939. 7 Hay que considerar también, durante la misma época, la acción perseverante y fecunda de Boris Mirkine-Guetzé- vitch. Cf. M. Prélot, “Adieu á Boris Mirkine- Guetzévitch”, en Revue Internationale d’histoire politique et constitution- nelle, París, P.U.F., 1955, pág. 1; y Prefacio a Carl Fríe- drich, La démocratie constitutionnelle, París, P.U.F., 1958. 55
  • 53. propiamente jurídico, y el otro formulado “desde el punto de vista de la ciencia política”. En esta pers­ pectiva se muestra claramente que el estudio del Estado, de los fenómenos constitucionales y rela­ ciónales, contiene algo más que lo que capta y ex­ plica el Derecho. Para ser completa, la visión del constitucionalista debe tomar en cuenta las diferen­ cias existentes entre la situación concreta que obser­ va directamente y los esquemas dogmáticos que construye en su condición de técnico. Sin embargo, la resistencia de los especialistas en Derecho Público formados en la escuela del Dere­ cho Privado, o de los que sufren la influencia ger­ mánica de Laband, es lo suficientemente fuerte para que Iq teoría del punto de vista permanezca implíci­ ta, sin ser nombrada. Le tocó a Georges Burdeau efectuar la revolución, ya latente pero todavía insegura de sí misma, de ha­ cer pasar el Derecho Constitucional de la situación de ciencia principal a la de ciencia complementaria. Separándolo deliberadamente de las ciencias ju­ rídicas, Georges Burdeau hizo del Derecho Constitu­ cional el punto de partida y el elemento de apoyo de la ciencia política. La reedición, en 1949, en forma de primer tomo de un Traite de Science politique, (Tra­ tado de Ciencia Política), de su libro Le pouvoir et VÉtat (El poder y el Estado), aparecido en 1943, mar­ ca el paso decisivo. Burdeau se acusa en el prefacio de “presuntuosidad” e “ingenuidad”. Pero mientras su obra se terminaba y se imprimía dejó de ser una temeridad para convertirse en un testimonio.8 II. Redescubrimiento de la política Transacción y transición, la teoría del punto de vista había permitido introducir prácticamente sin escándalo los temas de la ciencia política, temas que 8 Otro signo de un cambio total de clima lo constitu la publicación por Mauhice Duverger, después de 1945, de su primer curso de derecho constitucional; en 1948 lo titulará, sin cambiarlo mucho, Manuel du droit constitución- nel et de Science politique. 56