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Charla Nº1 – 23/5/2013
“Fragilidad y Responsabilidad”
Por Marie- France Begué
Bienaventurados los rajados, porque dejarán pasar la luz.
Introducción
Lo que voy a proponer aquí es una reflexión meditante, que nos ayude a pensar –y
esto exige un poco de concentración- pero que a la vez integremos lo que pensamos con las
emociones que se despiertan en nosotros y que son como la raíz de nuestros sentimientos. Les
propongo volvernos laboratorios vivientes, capaces de descubrir el eco que nuestra reflexión
produce en nuestros afectos.
Para esto les propongo que observemos el significado de las siguientes palabras:
debilidad, vulnerabilidad, falibilidad, fragilidad.
La debilidad nos habla del “puedo-no puedo”, de la falta de fuerza o poder para hacer
algo.
La vulnerabilidad significa que podemos ser heridos, porque a veces estamos como sin
“caparazón”, sin corteza que nos proteja.
La falibilidad nos dice que podemos equivocarnos, que somos falibles.
La fragilidad nos habla de algo que “se quiebra fácilmente”, que “se rompe” y si se
rompe es porque hay puntos débiles, rajaduras.
1- La condición humana
Todas estas palabras tienen en común que forman como el paisaje de nuestra
condición humana. En tanto que seres humanos somos desproporcionados, porque llevamos
dentro nuestro una continua tensión entre dos polos, un polo finito y un polo infinito. Ambos –
lo finito y lo infinito- están simultáneamente en nosotros mezclados. Así es la estructura que
nos hace humanos. Podemos decir que nuestros perfiles interiores no coinciden, que hay
como grietas, fallas, como la falla en la roca. Queremos conocer toda la verdad y solo
conocemos una cosa por vez; queremos alcanzar con nuestro obrar toda la felicidad y nuestras
acciones son siempre puntuales, entretejidas con las acciones de los otros; quisiéramos vivir el
amor perfecto y nuestra manera de amar es bien limitada. Siempre hay algo que deseamos ser
más y mejor y eso nos inquieta, nos desencaja. Es el famoso “corazón inquieto” de San
Agustín, “hasta que descanse en Ti”.
Vivenciamos estas grietas de manera ambigua porque ellas mismas son ambiguas;
tienen como dos caras: una que parece negativa porque nos muestra nuestros límites y otra
positiva porque nos anuncia que somos perfectibles, que estamos llamados a crecer física,
psíquica, espiritualmente; y que nuestro deseo de vivir en plenitud y ser felices no es absurdo
sino bien legítimo, aunque nunca termine de realizarse en esta vida. Todos tenemos
experiencias de estar tironeados por lo finito y lo infinito.
Pero según lo que dijimos al principio, la fragilidad no es solamente una percepción,
sino un hecho, una situación que forma parte de nuestro ser profundo y que se produce por la
continua oscilación entre nuestras aspiraciones y nuestros límites, entre nuestras capacidades
y nuestras incapacidades, entre nuestras fuerzas y nuestras debilidades, entre nuestro ser
activo y nuestro ser pasivo. Esta fragilidad impregna todas nuestras relaciones con los otros,
con el mundo, con nosotros mismos y con Dios; y también destiñe sobre todas las obras que
producimos, las comunidades, las instituciones que organizan nuestros vínculos y que tejen
nuestra vida en sociedad.
2- La fragilidad no es un bien en sí mismo
Las experiencias de fragilidad nos confrontan con un vacío, con aquello que nos falta.
Allí aparecen nuestras inseguridades, nuestras insuficiencias y nuestras incertidumbres. En
general, toda situación de carencia existencial y especial cuando es un hándicap que afecta la
vida cotidiana, se presenta como un reclamo de algo.
Podemos decir también que sentimos la fragilidad como una frontera, que nos marca
lo que no somos o no podremos ser, como si lo que está del otro lado fuera una tierra
extranjera y los que viven allí hablaran otro idioma porque hacen cosas que nosotros no
podemos hacer. Siempre es lo diferente de nosotros, lo que nos hace sentirnos frágiles. Eso
“otro”, diferente, que vivimos como extraño, puede venir de afuera pero también puede estar
en nosotros, ser parte de nosotros; puede ser una enfermedad, algo que sentimos como
salvaje y que tenemos que aprender a domesticar para integrarlo a nuestra persona.
Cada vez, la fragilidad nos obliga a des-instalarnos de nuestra manera de ver las cosas;
a des-centrarnos, tal vez para aprender a ver mejor a los demás, para dejarnos enseñar por lo
que no cuadra dentro nuestro y nos provoca desequilibrio.
Pero la frontera separa tanto como une. Depende como la vivimos, si como una
amenaza o como promesa de novedad. Ella cierra tanto como abre; puede anunciarnos la
presencia de algo ausente pero que sin embargo presentimos; puede invitarnos a ir más allá, a
ver más lejos, a descubrir otras cosas, y sobre todo, es una propuesta para encontrar pasadizos
que superen las exclusiones.
3- El misterio de la frágil
El misterio de lo frágil es que, si bien se presenta como aquello que no debería ser,
detrás de este “no debería” aguarda la promesa de un tesoro, que cuando lo descubrimos,
revierte el “no debería” en una bendición.
Pero ¿de qué bendición se trata? ¿de qué tesoro se trata que solo se muestra a través
de lo frágil, como la luz a través de la rajadura?
El tesoro, es el Amor, la Vida en plenitud que brota de los vínculos que creamos gracias
a la luz que pasa por las rajaduras. Una vez que percibimos la luz de la cual todos
participamos, podemos descubrir nuestra profunda solidaridad entre humanos porque todos
anhelamos amar y ser amados, este es nuestro más profundo anhelo de felicidad.
Pero la rajadura no es la luz. Tenemos que estar alertas para no confundirlas. La
fragilidad en si no es el tesoro sino la puerta del tesoro, el puente para llegar hasta él; como la
muerte de Cristo fue el paso, la puerta para su Resurrección.
Aquí está el gran misterio: la fragilidad sigue siendo negativa, la padecemos, como el
sufrimiento. Ellos, la fragilidad y el sufrimiento, no son necesarios, pero sí inevitables para
alcanzar la verdadera plenitud a la que aspiramos; porque es todo nuestro ser, con sus luces y
con sus sombras, el que tiene que plenificar y que por lo tanto tiene que ser atravesado. Esto
es muy importante y no hay que confundir, el único verdadero tesoro es el Amor con su Vida
sobreabundante.
Si comprendemos bien esto, la fragilidad, a pesar de sus apariencias, detrás de su
pequeñez, se vuelve un camino a recorrer, una situación a transitar, según la historia de cada
uno. ¿Para qué? Para que emerja lo más genuino, lo más sublime de nuestra humanidad que
es ser-en-el-amor y que solo aparece si estamos en relación los unos con los otros,
aceptándonos, comprendiéndonos tal cual somos. Los frágiles clamamos por la relación;
porque el reconocimiento amoroso da identidad. Todos los seres humanos nos encontramos
en el cruce de nuestras fragilidades.
Creo que este es el núcleo principal de la intuición de Jean Vanier que se fue
concretando por el mundo, en las diferentes Arcas. Pero no hay que olvidar que esta
solidaridad de pertenencia humana es mucho más radical que cualquier organización o
comunidad que la canalice, y que ninguna institución puede agotar se excedencia. Siempre
habrá nuevas maneras originales de encarnarla, según las épocas.
4- Estrategias peligrosas
Ahora bien, ¡aquí también está el peligro más grande! Cuando el frágil descubre su
valor y lo transforma, aún sin darse cuenta, en fuerza estratégica que manipula a los demás,
para no crecer, no actuar o no asumir sus responsabilidades. Puede volverse una actitud
mezquina, timorata, casi diría cómoda, para no arriesgar aquello que es, que tiene o en lo cual
ya está instalado.
Porque somos llamados a asumir y a hacernos cargo no solo de nuestras capacidades
sino también de nuestras incapacidades, de nuestros límites, de nuestros “hándicaps”. ¿Cómo?
Saliendo de la actitud de víctima para descubrir que cada uno tenemos un misterio interior, un
servicio que brindar según el color particular que le damos a nuestros vínculos y mediante el
cual nos encaminamos hacia nuestra plenitud.
Toda esta dinámica trae necesariamente crisis y la crisis también tiene dos
posibilidades: negarla, sin nunca llegar a nuestro corazón profundo y endurecernos buscando
restablecer el equilibrio perdido. O reconocerla e integrarla a nosotros mismos, transformando
nuestras fragilidades en fortaleza, paciencia y profundidas interior. Podemos imaginar la crisis
como un “pasaporte” para ir a nuestro pasado y recuperar proyectos que quedaron
incumplidos y que tal vez ahora tenemos la oportunidad de realizar. Entonces sí podemos
avanzar en el crecimiento de nuestra vida.
Porque la fragilidad mal vivida genra miedo, miedo hacia los otros, que sentimos como
una amenaza. Y estamos invitados a soltar nuestros miedos que nos paralizan, a fin de cambiar
nuestra independencia por una interdependencia que nos ayude a construir nuevos vínculos
de reciprocidad y de mutualidad.
5- Responsabilidad
¿Qué responsabilidad tenemos hoy en el mundo en que vivimos, respecto de lo frágil?
El sentimiento de responsabilidad nos hace descubrir como una voz interior que nos
dice que estamos aquí por… algo y para… algo.
¿Qué significa que la fragilidad despierta en nosotros como una interpelación que nos
vuelve inmediatamente responsables?
La clave de los claves pienso, está en este llamado que vine del frágil. Podemos
sentirnos llamados de muchas maneras, pero creo que todas remiten en última instancia a dos
figuras: cuidar y hacer crecer.
Es una interpelación que nos abre al futuro. Porque cuando respondemos a una
persona frágil y nos ligamos con ella, siempre respondemos a su futuro, a cómo ayudarlo a
vivir o a sobrevivir de la mejor manera posible, como reunir las circunstancias que le van a
permitir realizar sus capacidades y a paliar las incapacidades que amenazan con bloquear su
desarrollo.
Veamos un bebe recién nacido, el solo hecho de estar ahí nos obliga, nos liga a él
desde la fragilidad humana. Y ¿qué significa que es su humanidad la que nos hace
responsables? Significa que él guarda una riqueza única que lo hace insustituible, y que por lo
tanto, tiene una misión también única para el resto de la humanidad.
6- Proyecto y promesa
Decimos “misión” porque todo ser humano es proyecto y promesa.
“Proyecto”, porque su organización vital, su estructura psíquica y su foco espiritual lo
orientan hacia el futuro. A pesar de sus limitaciones, el solo hecho de estar en la vida atestigua
su “deseo de ser” y su “esfuerzo por existir”, como si dijera “quiero ser, quiero vivir,
desarrollarme y alcanzar la plenitud que colme mi anhelo de felicidad”. Este reclamo tan
personal es el que despierta en nosotros la responsabilidad.
Y es “promesa” porque nuestra respuesta es como una palabra que damos en el
tiempo que transcurre. Nos comprometemos con ese tiempo que vendrá, porque sabemos
que todo crecimiento personal siempre se hace integrando las capacidades con las
incapacidades y que esa integración toma tiempo.
Es “promesa” también porque lo que no nos hace inmediatamente responsables, es
que ese niño, esa persona frágil, se nos aparece como confiado a nuestro cuidado. Esta
expresión “confiado a nuestro cuidado” es importante. Porque la persona frágil cuenta con
nosotros, espera nuestra ayuda y tiene confianza en que lo haremos. Por otra parte nosotros,
al recibir esa confianza entregada nos sentimos aún más ligados, como invitados a mantener lo
mejor posible nuestro compromiso. A ser fieles a él.
Aquí está el nudo de la promesa. Entre el que asume el cuidado y el que entrega su
confianza, se crea un vínculo que podemos llamar “sagrado” porque brota de lo más sagrado
de cada uno, que son la entrega confiada del que asume la responsabilidad y la confianza
entregada del que recibe la promesa de ser cuidado, ser ayudado. Como si se creara un pacto,
que puede ser más o menos explícito, y que a veces también puede ser difícil de conseguir,
porque la historia de la persona frágil le ha producido heridas que lo repliegan sobre sí mismo.
Este “pacto·, esta “promesa” es fundamental porque es en nuestra entrega confiada que
compartimos nuestra sacralidad de ser únicos e irrepetibles.
Hay que ser muy conscientes que cuando alguien asume a una persona que sufre, la
responsabilidad que asume no se debe abandonar a mitad de camino porque puede provocar
un daño mayor. Porque todo quiebre personal puede volverse un abandono grave.
Al comprometernos, tenemos que tener lo más claro posible cuales son nuestras
posibilidades y nuestros límites de tiempo y de energía. Porque cuando entramos en esta
actitud de donación, siempre arriesgamos perdernos un poco nosotros mismos en lo que
entregamos, y esto es muy delicado.
Aquí está la fecundidad del trabajo en equipo de las fraternidades o comunidades
donde se concretan estos vínculos. La concertación grupal es importante. Porque el compartir
y discernir con los otros, no solo nos enriquece sino que también nos protege de los excesos
que puedan aparecer, a veces por la simple “buena voluntad”. Nadie podrá contar con
nosotros, ni siquiera nosotros mismos, si nuestras promesas y nuestras responsabilidades no
estuvieran insertas en un grupo o una comunidad, que de algún modo garantice cierta
permanencia de intercambio, para que el “cuidado” siga siendo dado, cuando aparece nuestra
propia fragilidad.
7- La esperanza
Lo frágil nos convoca aquí y ahora, pero sin garantía de éxito ni de eficacia inmediata.
¿Dónde está la clave entonces?
En la esperanza. Pero en una esperanza que se construye como la célula melódica en
una sinfonía. Una esperanza que colorea desde el principio todos nuestros actos y que solo
aparece como tal cuando nuestras expectativas humanas se sienten defraudadas o estancadas.
Esta esperanza se arraiga en el entretejido de la sobreabundancia del amor con la
prudencia de “lo justo”, que nos obliga a medir, una y otra vez en cada caso, la “justa
presencia”, la “justa distancia”, la “justa medida” de nuestros actos, en función de la capacidad
de ser recibidos por los otros. Ella nos obliga a inventar continuamente respuestas apropiadas
a cada situación. Ella es como el “aguijón del amor”, cuando éste tiene que concretarse en la
historia, en nuestras historias particulares y también en la historia de nuestras comunidades.
Marie- France Begué

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  • 1. Charla Nº1 – 23/5/2013 “Fragilidad y Responsabilidad” Por Marie- France Begué Bienaventurados los rajados, porque dejarán pasar la luz. Introducción Lo que voy a proponer aquí es una reflexión meditante, que nos ayude a pensar –y esto exige un poco de concentración- pero que a la vez integremos lo que pensamos con las emociones que se despiertan en nosotros y que son como la raíz de nuestros sentimientos. Les propongo volvernos laboratorios vivientes, capaces de descubrir el eco que nuestra reflexión produce en nuestros afectos. Para esto les propongo que observemos el significado de las siguientes palabras: debilidad, vulnerabilidad, falibilidad, fragilidad. La debilidad nos habla del “puedo-no puedo”, de la falta de fuerza o poder para hacer algo. La vulnerabilidad significa que podemos ser heridos, porque a veces estamos como sin “caparazón”, sin corteza que nos proteja. La falibilidad nos dice que podemos equivocarnos, que somos falibles. La fragilidad nos habla de algo que “se quiebra fácilmente”, que “se rompe” y si se rompe es porque hay puntos débiles, rajaduras.
  • 2. 1- La condición humana Todas estas palabras tienen en común que forman como el paisaje de nuestra condición humana. En tanto que seres humanos somos desproporcionados, porque llevamos dentro nuestro una continua tensión entre dos polos, un polo finito y un polo infinito. Ambos – lo finito y lo infinito- están simultáneamente en nosotros mezclados. Así es la estructura que nos hace humanos. Podemos decir que nuestros perfiles interiores no coinciden, que hay como grietas, fallas, como la falla en la roca. Queremos conocer toda la verdad y solo conocemos una cosa por vez; queremos alcanzar con nuestro obrar toda la felicidad y nuestras acciones son siempre puntuales, entretejidas con las acciones de los otros; quisiéramos vivir el amor perfecto y nuestra manera de amar es bien limitada. Siempre hay algo que deseamos ser más y mejor y eso nos inquieta, nos desencaja. Es el famoso “corazón inquieto” de San Agustín, “hasta que descanse en Ti”. Vivenciamos estas grietas de manera ambigua porque ellas mismas son ambiguas; tienen como dos caras: una que parece negativa porque nos muestra nuestros límites y otra positiva porque nos anuncia que somos perfectibles, que estamos llamados a crecer física, psíquica, espiritualmente; y que nuestro deseo de vivir en plenitud y ser felices no es absurdo sino bien legítimo, aunque nunca termine de realizarse en esta vida. Todos tenemos experiencias de estar tironeados por lo finito y lo infinito. Pero según lo que dijimos al principio, la fragilidad no es solamente una percepción, sino un hecho, una situación que forma parte de nuestro ser profundo y que se produce por la continua oscilación entre nuestras aspiraciones y nuestros límites, entre nuestras capacidades y nuestras incapacidades, entre nuestras fuerzas y nuestras debilidades, entre nuestro ser activo y nuestro ser pasivo. Esta fragilidad impregna todas nuestras relaciones con los otros, con el mundo, con nosotros mismos y con Dios; y también destiñe sobre todas las obras que producimos, las comunidades, las instituciones que organizan nuestros vínculos y que tejen nuestra vida en sociedad. 2- La fragilidad no es un bien en sí mismo Las experiencias de fragilidad nos confrontan con un vacío, con aquello que nos falta. Allí aparecen nuestras inseguridades, nuestras insuficiencias y nuestras incertidumbres. En general, toda situación de carencia existencial y especial cuando es un hándicap que afecta la vida cotidiana, se presenta como un reclamo de algo. Podemos decir también que sentimos la fragilidad como una frontera, que nos marca lo que no somos o no podremos ser, como si lo que está del otro lado fuera una tierra extranjera y los que viven allí hablaran otro idioma porque hacen cosas que nosotros no podemos hacer. Siempre es lo diferente de nosotros, lo que nos hace sentirnos frágiles. Eso “otro”, diferente, que vivimos como extraño, puede venir de afuera pero también puede estar en nosotros, ser parte de nosotros; puede ser una enfermedad, algo que sentimos como salvaje y que tenemos que aprender a domesticar para integrarlo a nuestra persona.
  • 3. Cada vez, la fragilidad nos obliga a des-instalarnos de nuestra manera de ver las cosas; a des-centrarnos, tal vez para aprender a ver mejor a los demás, para dejarnos enseñar por lo que no cuadra dentro nuestro y nos provoca desequilibrio. Pero la frontera separa tanto como une. Depende como la vivimos, si como una amenaza o como promesa de novedad. Ella cierra tanto como abre; puede anunciarnos la presencia de algo ausente pero que sin embargo presentimos; puede invitarnos a ir más allá, a ver más lejos, a descubrir otras cosas, y sobre todo, es una propuesta para encontrar pasadizos que superen las exclusiones. 3- El misterio de la frágil El misterio de lo frágil es que, si bien se presenta como aquello que no debería ser, detrás de este “no debería” aguarda la promesa de un tesoro, que cuando lo descubrimos, revierte el “no debería” en una bendición. Pero ¿de qué bendición se trata? ¿de qué tesoro se trata que solo se muestra a través de lo frágil, como la luz a través de la rajadura? El tesoro, es el Amor, la Vida en plenitud que brota de los vínculos que creamos gracias a la luz que pasa por las rajaduras. Una vez que percibimos la luz de la cual todos participamos, podemos descubrir nuestra profunda solidaridad entre humanos porque todos anhelamos amar y ser amados, este es nuestro más profundo anhelo de felicidad. Pero la rajadura no es la luz. Tenemos que estar alertas para no confundirlas. La fragilidad en si no es el tesoro sino la puerta del tesoro, el puente para llegar hasta él; como la muerte de Cristo fue el paso, la puerta para su Resurrección. Aquí está el gran misterio: la fragilidad sigue siendo negativa, la padecemos, como el sufrimiento. Ellos, la fragilidad y el sufrimiento, no son necesarios, pero sí inevitables para alcanzar la verdadera plenitud a la que aspiramos; porque es todo nuestro ser, con sus luces y con sus sombras, el que tiene que plenificar y que por lo tanto tiene que ser atravesado. Esto es muy importante y no hay que confundir, el único verdadero tesoro es el Amor con su Vida sobreabundante. Si comprendemos bien esto, la fragilidad, a pesar de sus apariencias, detrás de su pequeñez, se vuelve un camino a recorrer, una situación a transitar, según la historia de cada uno. ¿Para qué? Para que emerja lo más genuino, lo más sublime de nuestra humanidad que es ser-en-el-amor y que solo aparece si estamos en relación los unos con los otros, aceptándonos, comprendiéndonos tal cual somos. Los frágiles clamamos por la relación; porque el reconocimiento amoroso da identidad. Todos los seres humanos nos encontramos en el cruce de nuestras fragilidades. Creo que este es el núcleo principal de la intuición de Jean Vanier que se fue concretando por el mundo, en las diferentes Arcas. Pero no hay que olvidar que esta solidaridad de pertenencia humana es mucho más radical que cualquier organización o
  • 4. comunidad que la canalice, y que ninguna institución puede agotar se excedencia. Siempre habrá nuevas maneras originales de encarnarla, según las épocas. 4- Estrategias peligrosas Ahora bien, ¡aquí también está el peligro más grande! Cuando el frágil descubre su valor y lo transforma, aún sin darse cuenta, en fuerza estratégica que manipula a los demás, para no crecer, no actuar o no asumir sus responsabilidades. Puede volverse una actitud mezquina, timorata, casi diría cómoda, para no arriesgar aquello que es, que tiene o en lo cual ya está instalado. Porque somos llamados a asumir y a hacernos cargo no solo de nuestras capacidades sino también de nuestras incapacidades, de nuestros límites, de nuestros “hándicaps”. ¿Cómo? Saliendo de la actitud de víctima para descubrir que cada uno tenemos un misterio interior, un servicio que brindar según el color particular que le damos a nuestros vínculos y mediante el cual nos encaminamos hacia nuestra plenitud. Toda esta dinámica trae necesariamente crisis y la crisis también tiene dos posibilidades: negarla, sin nunca llegar a nuestro corazón profundo y endurecernos buscando restablecer el equilibrio perdido. O reconocerla e integrarla a nosotros mismos, transformando nuestras fragilidades en fortaleza, paciencia y profundidas interior. Podemos imaginar la crisis como un “pasaporte” para ir a nuestro pasado y recuperar proyectos que quedaron incumplidos y que tal vez ahora tenemos la oportunidad de realizar. Entonces sí podemos avanzar en el crecimiento de nuestra vida. Porque la fragilidad mal vivida genra miedo, miedo hacia los otros, que sentimos como una amenaza. Y estamos invitados a soltar nuestros miedos que nos paralizan, a fin de cambiar nuestra independencia por una interdependencia que nos ayude a construir nuevos vínculos de reciprocidad y de mutualidad. 5- Responsabilidad ¿Qué responsabilidad tenemos hoy en el mundo en que vivimos, respecto de lo frágil? El sentimiento de responsabilidad nos hace descubrir como una voz interior que nos dice que estamos aquí por… algo y para… algo. ¿Qué significa que la fragilidad despierta en nosotros como una interpelación que nos vuelve inmediatamente responsables? La clave de los claves pienso, está en este llamado que vine del frágil. Podemos sentirnos llamados de muchas maneras, pero creo que todas remiten en última instancia a dos figuras: cuidar y hacer crecer. Es una interpelación que nos abre al futuro. Porque cuando respondemos a una persona frágil y nos ligamos con ella, siempre respondemos a su futuro, a cómo ayudarlo a
  • 5. vivir o a sobrevivir de la mejor manera posible, como reunir las circunstancias que le van a permitir realizar sus capacidades y a paliar las incapacidades que amenazan con bloquear su desarrollo. Veamos un bebe recién nacido, el solo hecho de estar ahí nos obliga, nos liga a él desde la fragilidad humana. Y ¿qué significa que es su humanidad la que nos hace responsables? Significa que él guarda una riqueza única que lo hace insustituible, y que por lo tanto, tiene una misión también única para el resto de la humanidad. 6- Proyecto y promesa Decimos “misión” porque todo ser humano es proyecto y promesa. “Proyecto”, porque su organización vital, su estructura psíquica y su foco espiritual lo orientan hacia el futuro. A pesar de sus limitaciones, el solo hecho de estar en la vida atestigua su “deseo de ser” y su “esfuerzo por existir”, como si dijera “quiero ser, quiero vivir, desarrollarme y alcanzar la plenitud que colme mi anhelo de felicidad”. Este reclamo tan personal es el que despierta en nosotros la responsabilidad. Y es “promesa” porque nuestra respuesta es como una palabra que damos en el tiempo que transcurre. Nos comprometemos con ese tiempo que vendrá, porque sabemos que todo crecimiento personal siempre se hace integrando las capacidades con las incapacidades y que esa integración toma tiempo. Es “promesa” también porque lo que no nos hace inmediatamente responsables, es que ese niño, esa persona frágil, se nos aparece como confiado a nuestro cuidado. Esta expresión “confiado a nuestro cuidado” es importante. Porque la persona frágil cuenta con nosotros, espera nuestra ayuda y tiene confianza en que lo haremos. Por otra parte nosotros, al recibir esa confianza entregada nos sentimos aún más ligados, como invitados a mantener lo mejor posible nuestro compromiso. A ser fieles a él. Aquí está el nudo de la promesa. Entre el que asume el cuidado y el que entrega su confianza, se crea un vínculo que podemos llamar “sagrado” porque brota de lo más sagrado de cada uno, que son la entrega confiada del que asume la responsabilidad y la confianza entregada del que recibe la promesa de ser cuidado, ser ayudado. Como si se creara un pacto, que puede ser más o menos explícito, y que a veces también puede ser difícil de conseguir, porque la historia de la persona frágil le ha producido heridas que lo repliegan sobre sí mismo. Este “pacto·, esta “promesa” es fundamental porque es en nuestra entrega confiada que compartimos nuestra sacralidad de ser únicos e irrepetibles. Hay que ser muy conscientes que cuando alguien asume a una persona que sufre, la responsabilidad que asume no se debe abandonar a mitad de camino porque puede provocar un daño mayor. Porque todo quiebre personal puede volverse un abandono grave. Al comprometernos, tenemos que tener lo más claro posible cuales son nuestras posibilidades y nuestros límites de tiempo y de energía. Porque cuando entramos en esta actitud de donación, siempre arriesgamos perdernos un poco nosotros mismos en lo que entregamos, y esto es muy delicado.
  • 6. Aquí está la fecundidad del trabajo en equipo de las fraternidades o comunidades donde se concretan estos vínculos. La concertación grupal es importante. Porque el compartir y discernir con los otros, no solo nos enriquece sino que también nos protege de los excesos que puedan aparecer, a veces por la simple “buena voluntad”. Nadie podrá contar con nosotros, ni siquiera nosotros mismos, si nuestras promesas y nuestras responsabilidades no estuvieran insertas en un grupo o una comunidad, que de algún modo garantice cierta permanencia de intercambio, para que el “cuidado” siga siendo dado, cuando aparece nuestra propia fragilidad. 7- La esperanza Lo frágil nos convoca aquí y ahora, pero sin garantía de éxito ni de eficacia inmediata. ¿Dónde está la clave entonces? En la esperanza. Pero en una esperanza que se construye como la célula melódica en una sinfonía. Una esperanza que colorea desde el principio todos nuestros actos y que solo aparece como tal cuando nuestras expectativas humanas se sienten defraudadas o estancadas. Esta esperanza se arraiga en el entretejido de la sobreabundancia del amor con la prudencia de “lo justo”, que nos obliga a medir, una y otra vez en cada caso, la “justa presencia”, la “justa distancia”, la “justa medida” de nuestros actos, en función de la capacidad de ser recibidos por los otros. Ella nos obliga a inventar continuamente respuestas apropiadas a cada situación. Ella es como el “aguijón del amor”, cuando éste tiene que concretarse en la historia, en nuestras historias particulares y también en la historia de nuestras comunidades. Marie- France Begué