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El Pensamiento y el Destino
De manera contundente, el Pensamiento puede ejercer una influencia
sobre nuestro Destino. Con frecuencia se acepta que el destino dispone
que muchos seres vivan oprimidos por sus semejantes o por los aconte-
cimientos. Esto sucede a la mayor parte de las personas; a todos aque-
llos que no han aprendido a separar su destino exterior de su destino
moral; a desarrollar una fuerza superior a las fuerzas instintivas. Pero
junto a quienes son oprimidos por los demás o por los acontecimientos,
existen seres que poseen una especie de fuerza interna a la cual se
someten los demás y los acontecimientos que los rodean. Tienen con-
ciencia de esta fuerza; y esta fuerza no es sino un sentimiento de sí mis-
mo que ha sabido extenderse más allá de los límites de la conciencia
habitual.
No se está en sí mismo, no se está a salvo de los caprichos del azar, no
se es feliz ni fuerte más que dentro del recinto de la propia conciencia.
Un ser engrandece en la medida en que aumenta su conciencia y su
conciencia aumenta a medida que él engrandece. Lo mismo que el amor
es insaciable de amor, toda conciencia es insaciable de extensión, de
elevación moral, y toda elevación moral es insaciable de conciencia.
Por lo general, este sentimiento de sí mismo se entiende, limitadamente,
al conocimiento de nuestros defectos y de nuestras cualidades. Pero
conocerse a sí mismo no es sólo conocerse en la inacción o conocerse
más o menos en lo presente y en lo pasado, sino conocerse también en
lo porvenir. Tener conciencia de sí mismo es tener conciencia, hasta
cierto punto, de su estrella o de su destino. Conocen una parte de su
porvenir porque son ya una parte de ese porvenir. Tienen confianza en
sí mismos porque desde hoy saben lo que los acontecimientos llegarán
a ser en su alma. El acontecimiento en sí es el agua pura que nos vierte
la fortuna y por sí mismo no tiene ni sabor, ni color, ni aroma. Es hermo-
so o triste, dulce o amargo, mortal o vivificador, según la calidad del al-
ma que la recoge.
Se puede decir que a los seres humanos no les acontece sino lo que
ellos quieren que les acontezca. Ciertamente, sólo tenemos una débil
influencia sobre ciertos acontecimientos exteriores; pero tenemos una
acción todopoderosa sobre lo que tales acontecimientos llegan a ser en
nosotros mismos; es decir, sobre la parte espiritual que es la parte lumi-
nosa e inmortal de todo acontecimiento. Hay miles de seres en quienes
esta parte espiritual, que quisiera nacer de todo amor, de toda desgracia
o de todo encuentro, no ha podido vivir un solo instante. Hay algunos
otros en los que esa parte inmortal lo absorbe todo porque han encontra-
do un punto fijo desde el cual mandan a los destinos íntimos; y el destino
verdadero es un destino íntimo.
Para la mayor parte de las personas, lo que ensombrece o ilumina su
vida, es lo que sucede; pero la vida interior de otros se basta sola para
iluminar todo lo que les ocurre. Si amas, no es este amor el que forma
parte de tu destino; la conciencia de ti mismo, que habrás encontrado en
el fondo de este amor, será la que modifique tu vida. Si te han traiciona-
do, no es la traición lo que importa sino el perdón que haya hecho nacer
en tu alma, y la naturaleza más o menos general, más o menos elevada,
más o menos meditada de este perdón, será la que dirija tu existencia
hacia el lado apacible y más claro del destino en que verás mejor que si
te hubieran seguido siendo fieles. Pero si la traición no ha acrecentado
la sencillez, la confianza más alta, la amplitud del amor, te habrán trai-
cionado muy inútilmente y podrás decirte que no ha pasado nada.
Nada nos sucede que no sean de la misma naturaleza que nosotros
mismos. Toda vivencia se presenta a nuestra alma bajo la forma de
nuestros pensamientos habituales. Vayamos a donde vayamos sólo nos
encontraremos a nosotros mismos en los caminos de la casualidad.
Miente y las mentiras acudirán; ama, y el racimo de vivencias se estre-
mecerá de amor. Todo guarda una señal interior, y si nuestra alma se
vuelve más sabia por la tarde, la desgracia que ella misma apostó por la
mañana se vuelve más sabia también.
Jamás ocurren grandes acontecimientos interiores a quienes nada han
hecho para llamarlos; y sin embargo, el menor accidente de la vida lleva
consigo la esencia de un gran acontecimiento. Llegamos a ser exacta-
mente lo que descubrimos en las dichas y en las desgracias que nos
advienen; y los caprichos más inesperados de la suerte se acostumbran
a tomar la forma misma de nuestros pensamientos. Los vestidos, las
armas y los adornos del destino se encuentran en nuestra vida interna.
A medida que vamos volviéndonos sabios nos libramos de algunos de
nuestros destinos instintivos. En todo ser hay ciertos deseos de sabidur-
ía que podría transformar en conciencia la mayor parte de los azares de
la vida. Y lo que ha sido transformado en conciencia no pertenece ya a
las potencias enemigas. Un sufrimiento que nuestra alma haya transfor-
mado en dulzura, en indulgencia o en pacientes sonrisas, es un sufri-
miento que no volverá ya sin adornos espirituales; y una falta o un defec-
to que hayamos mirado frente a frente no pueden ya perjudicarnos ni
perjudicar a los demás.
Existen relaciones incesantes entre el instinto y el destino; se sostienen
mutuamente y rondan juntos en torno del ser descuidado; pero cualquier
persona que sabe disminuir en sí misma la fuerza ciega del instinto, dis-
minuye en torno suyo la fuerza del destino. Hay desgracias que la fatali-
dad no se atreve a emprender en presencia de una alma que la ha ven-
cido.
Se trata de ejercer el pensamiento. Y hay convicciones que todo pensa-
dor puede adquirir. Entonces surge la luz pura que difunde un alma
grande al hacerse más bella en el infortunio porque la bondad y el
perdón dominan al porvenir. El pensamiento toma a la desgracia entre
sus brazos para comunicarle su fuerza. Los que saben, no saben nada
si no poseen la fuerza del amor, porque el verdadero sabio no es quien
ve sino el que viendo más lejos ama con más intensidad. Ver sin amar
es mirar en las tinieblas.
©
Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
Ser desconocido hasta para los que amamos, he ahí el verdadero dra-
ma de la vida. Esto es lo que pone en los labios de los seres superiores
una sonrisa dolorosa y triste, que nos admira. Esta prueba es la más
cruel que se reserva a las personas abnegadas; ella fue la que debió de
martirizar más a menudo al corazón del Hijo del hombre; es la copa de
amargura y resignación, y si Dios supiera sufrir, sería la más honda heri-
da que día tras día recibiera de nosotros. Él también, Él, sobre todo, es
el gran desconocido, el soberanamente incomprendido. ¡Ay! No cansar-
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La narrativa del conocimiento vol. i no. 4

  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. I No. 4 Abril de 2011 El Pensamiento y el Destino De manera contundente, el Pensamiento puede ejercer una influencia sobre nuestro Destino. Con frecuencia se acepta que el destino dispone que muchos seres vivan oprimidos por sus semejantes o por los aconte- cimientos. Esto sucede a la mayor parte de las personas; a todos aque- llos que no han aprendido a separar su destino exterior de su destino moral; a desarrollar una fuerza superior a las fuerzas instintivas. Pero junto a quienes son oprimidos por los demás o por los acontecimientos, existen seres que poseen una especie de fuerza interna a la cual se someten los demás y los acontecimientos que los rodean. Tienen con- ciencia de esta fuerza; y esta fuerza no es sino un sentimiento de sí mis- mo que ha sabido extenderse más allá de los límites de la conciencia habitual. No se está en sí mismo, no se está a salvo de los caprichos del azar, no se es feliz ni fuerte más que dentro del recinto de la propia conciencia. Un ser engrandece en la medida en que aumenta su conciencia y su conciencia aumenta a medida que él engrandece. Lo mismo que el amor es insaciable de amor, toda conciencia es insaciable de extensión, de elevación moral, y toda elevación moral es insaciable de conciencia. Por lo general, este sentimiento de sí mismo se entiende, limitadamente, al conocimiento de nuestros defectos y de nuestras cualidades. Pero conocerse a sí mismo no es sólo conocerse en la inacción o conocerse más o menos en lo presente y en lo pasado, sino conocerse también en lo porvenir. Tener conciencia de sí mismo es tener conciencia, hasta cierto punto, de su estrella o de su destino. Conocen una parte de su porvenir porque son ya una parte de ese porvenir. Tienen confianza en sí mismos porque desde hoy saben lo que los acontecimientos llegarán a ser en su alma. El acontecimiento en sí es el agua pura que nos vierte la fortuna y por sí mismo no tiene ni sabor, ni color, ni aroma. Es hermo- so o triste, dulce o amargo, mortal o vivificador, según la calidad del al- ma que la recoge. Se puede decir que a los seres humanos no les acontece sino lo que ellos quieren que les acontezca. Ciertamente, sólo tenemos una débil influencia sobre ciertos acontecimientos exteriores; pero tenemos una acción todopoderosa sobre lo que tales acontecimientos llegan a ser en nosotros mismos; es decir, sobre la parte espiritual que es la parte lumi- nosa e inmortal de todo acontecimiento. Hay miles de seres en quienes esta parte espiritual, que quisiera nacer de todo amor, de toda desgracia o de todo encuentro, no ha podido vivir un solo instante. Hay algunos otros en los que esa parte inmortal lo absorbe todo porque han encontra- do un punto fijo desde el cual mandan a los destinos íntimos; y el destino verdadero es un destino íntimo. Para la mayor parte de las personas, lo que ensombrece o ilumina su vida, es lo que sucede; pero la vida interior de otros se basta sola para iluminar todo lo que les ocurre. Si amas, no es este amor el que forma parte de tu destino; la conciencia de ti mismo, que habrás encontrado en el fondo de este amor, será la que modifique tu vida. Si te han traiciona- do, no es la traición lo que importa sino el perdón que haya hecho nacer en tu alma, y la naturaleza más o menos general, más o menos elevada, más o menos meditada de este perdón, será la que dirija tu existencia hacia el lado apacible y más claro del destino en que verás mejor que si te hubieran seguido siendo fieles. Pero si la traición no ha acrecentado la sencillez, la confianza más alta, la amplitud del amor, te habrán trai- cionado muy inútilmente y podrás decirte que no ha pasado nada. Nada nos sucede que no sean de la misma naturaleza que nosotros mismos. Toda vivencia se presenta a nuestra alma bajo la forma de nuestros pensamientos habituales. Vayamos a donde vayamos sólo nos encontraremos a nosotros mismos en los caminos de la casualidad. Miente y las mentiras acudirán; ama, y el racimo de vivencias se estre- mecerá de amor. Todo guarda una señal interior, y si nuestra alma se vuelve más sabia por la tarde, la desgracia que ella misma apostó por la mañana se vuelve más sabia también. Jamás ocurren grandes acontecimientos interiores a quienes nada han hecho para llamarlos; y sin embargo, el menor accidente de la vida lleva consigo la esencia de un gran acontecimiento. Llegamos a ser exacta- mente lo que descubrimos en las dichas y en las desgracias que nos advienen; y los caprichos más inesperados de la suerte se acostumbran a tomar la forma misma de nuestros pensamientos. Los vestidos, las armas y los adornos del destino se encuentran en nuestra vida interna. A medida que vamos volviéndonos sabios nos libramos de algunos de nuestros destinos instintivos. En todo ser hay ciertos deseos de sabidur- ía que podría transformar en conciencia la mayor parte de los azares de la vida. Y lo que ha sido transformado en conciencia no pertenece ya a las potencias enemigas. Un sufrimiento que nuestra alma haya transfor- mado en dulzura, en indulgencia o en pacientes sonrisas, es un sufri- miento que no volverá ya sin adornos espirituales; y una falta o un defec- to que hayamos mirado frente a frente no pueden ya perjudicarnos ni perjudicar a los demás. Existen relaciones incesantes entre el instinto y el destino; se sostienen mutuamente y rondan juntos en torno del ser descuidado; pero cualquier persona que sabe disminuir en sí misma la fuerza ciega del instinto, dis- minuye en torno suyo la fuerza del destino. Hay desgracias que la fatali- dad no se atreve a emprender en presencia de una alma que la ha ven- cido. Se trata de ejercer el pensamiento. Y hay convicciones que todo pensa- dor puede adquirir. Entonces surge la luz pura que difunde un alma grande al hacerse más bella en el infortunio porque la bondad y el perdón dominan al porvenir. El pensamiento toma a la desgracia entre sus brazos para comunicarle su fuerza. Los que saben, no saben nada si no poseen la fuerza del amor, porque el verdadero sabio no es quien ve sino el que viendo más lejos ama con más intensidad. Ver sin amar es mirar en las tinieblas. © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Ser desconocido hasta para los que amamos, he ahí el verdadero dra- ma de la vida. Esto es lo que pone en los labios de los seres superiores una sonrisa dolorosa y triste, que nos admira. Esta prueba es la más cruel que se reserva a las personas abnegadas; ella fue la que debió de martirizar más a menudo al corazón del Hijo del hombre; es la copa de amargura y resignación, y si Dios supiera sufrir, sería la más honda heri- da que día tras día recibiera de nosotros. Él también, Él, sobre todo, es el gran desconocido, el soberanamente incomprendido. ¡Ay! No cansar- se, no enfriarse; estar contento con lo que se posee y no preocupado por lo que nos falta; ser indulgente, paciente, simpático, benévolo; estar pendiente de la flor que nace y del corazón que se abre; siempre espe- rando, como Dios, y siempre amando: he ahí lo que es el deber. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2011 El PoemaEl Poema Tu rostro en el Sol Entre el grato, fresco, aroma, manantial del agua clara, “La manera en que una persona toma las riendas de su destino, es más determinante que el destino mismo.” Karl Wilhelm Von Humboldt La CitaLa Cita De mi Libreta de Apuntes De mi Libreta de Apuntes Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © Mesa de trabajo, Méx. — 1984 (fragmento)