La historia cuenta el trágico destino de Amparo, una joven criada en la Venta de los Gatos en Sevilla. Gustavo Adolfo Bécquer conoció y retrató a Amparo en 1854. Ella estaba comprometida con el hijo del dueño de la venta. Sin embargo, dos señores revelaron que Amparo era en realidad hija de una dama principal de Sevilla. La madre de Amparo la llevó a vivir con ella y le prohibió ver a su novio. Amparo cayó enferma de tristeza y murió de tuberculosis.
3. En el camino que iba desde la Puerta de la Macarena,
hasta el monasterio de San Jerónimo, y que hoy es la
Avenida Sánchez Pizjuán, existió desde al menos el siglo
XVIII una famosa venta llamada «La Venta de los Gatos»,
rodeada de hermosísimos árboles, y próxima a la orilla
del río, lo que mantenía aquel lugar siempre verde y
placentero. Era lugar muy frecuentado por el vecindario
sevillano que acudía a aquel lugar las tardes de los días
de fiesta, a merendar y solazarse.
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14. Gustavo Adolfo Bécquer, el célebre poeta del romanticismo,
estuvo en esa «Venta de los Gatos», allá por el año 1854, y
cuenta que admirado de la belleza de una joven que estaba
cantando en un animado grupo de muchachas y muchachos,
sacó su block y su lápiz, y en pocos momentos hizo un
pequeño retrato o apunte del rostro de la mocita,
regalándoselo después al novio de ella.
Hablando con éste supo que la muchacha se llamaba Amparo,
y que habiendo sido abandonada en la Casa Cuna, fue
recogida por el dueño de la Venta, padre del muchacho, quien
la crió como a hija, y que con el transcurso del tiempo, al
hacerse mayor, habría brotado la llama del amor en los
corazones de los dos jóvenes, que pensaban casarse
próximamente.
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16. Marchó Gustavo Adolfo Bécquer a Madrid, donde
permaneció varios años, y regresó a Sevilla siendo su primer
deseo pasar una tarde en el recreo campestre de la «Venta de
los Gatos», beber una copa de vino, escuchar las canciones,
contemplar a las muchachas en los columpios, y participar en
el baile popular.
Pero durante su ausencia las cosas habían cambiado; el verde
y umbroso prado que se extendía algo más allá de la
Macarena en dirección a san Jerónimo, había dejado de ser
lugar de recreos, para convertirse en el fúnebre recinto de los
muertos, al construirse allí el Cementerio de san Fernando.
La «Venta de los Gatos» había perdido su bulliciosa
concurrencia, porque ¿quién iba a ir a bailar, y a divertirse, en
los alrededores de un cementerio?
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19. En medio de esa triste gente, Gustavo Adolfo Bécquer entró en la
«Venta de los Gatos», y preguntó al ventero por aquella muchacha,
Amparo, que él había retratado a lápiz, y por aquel muchacho,
novio de ella.
Y el ventero le contó entonces la triste y romántica historia del
desenlace de aquellos amores:
Amparo y su novio vivían felices en pleno idilio, pensando ya en
casarse, cuando cierto día acudieron a la «Venta de los Gatos» dos
señores, que entre copa y copa se interesaron curiosamente por la
muchacha, preguntaron la edad que tenía, y la fecha en que el
ventero la había sacado de la Casa Cuna para prohijarla. Entonces
aquellos señores se dieron a conocer: la niña había nacido de los
amores clandestinos de cierta dama principal de Sevilla, la cual
aunque dejó a su hija en la inclusa, había seguido vigilándola todos
estos años. Y ahora, al cambiar las circunstancias que le impedían
tener a su hija consigo, la reclamaba.
20. Pero lo peor era que la madre no quería que Amparo se
casase con un muchacho humilde, cuyo oficio era
despachar botellas de vino en una venta. Ella quería para
su hija otra boda mucho más brillante y de más rango
social. Así desde el día que Amparo marchó a la casa
señorial donde vivía su madre, no se le permitió ninguna
comunicación con su novio, ni con sus padres adoptivos.
La madre pensó que de este modo Amparo olvidaría toda
su vida anterior, y sería fácil el adaptarla a su nuevo
ambiente de su alta clase social.
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22. Pero Amparo, en vez de adaptarse, fue poco a poco
perdiendo junto con la alegría, la salud. La habían
quitado de aquel ambiente sencillo y alegre de toda su
vida, y le habían robado lo que para ella valía más, que
era el amor. Así, enfermó de melancolía, y pocos meses
después la tuberculosis, la enfermedad del siglo, y
mortal en aquella época.
23. Mientras tanto su novio, también abrumado por la
tristeza, había perdido el interés por todo lo que fuera
diversión. No había vuelto a poner sus dedos en la
guitarra y ahora sus paseos en los ratos libres, en vez de
dirigirse hacia Sevilla, eran hacia arriba, al cementerio,
donde, abismado en melancólicos pensamientos, se
sentaba en el poyete de ladrillos y mármol de una tumba,
o se detenía a contemplar la ceremonia de dar sepultura
en la fosa a algún ataúd de los que cada día llegaban en
los coches fúnebres al camposanto.
24. Y fue así como cierto día, cuando presenciaba un entierro,
al efectuarse la ceremonia que en aquel entonces se
acostumbraba, de abrir un momento el ataúd para que los
parientes del difunto pudieran contemplarle por última vez
y despedirse, el muchacho, que se había acercado mezclado
con el acompañamiento, vio con inmenso dolor, que el
cuerpo que había en aquel ataúd, era el de Amparo. La
muchacha había muerto, al fin, de pena y de amor.
El muchacho dio un grito y cayó al suelo de un desmayo y
cuando se despertó había perdido la razón. Su padre, el
ventero, no consintió en llevarlo al manicomio, pero
preparó una habitación en la Venta y allí fue recluido.
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26. En el carro de los muertos
la pasaron por aquí,
llevaba una mano fuera
por eso la conocí.
27. 1. ¿Quién fue Amparo?
2. ¿Por qué separaron a Amparo de su novio?
3. Inventa otro final para la historia.