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Economía Política: Una introducción crítica. Netto, José 
Paulo y Braz, Marcelo. San Pablo, Eitora Cortez , 2006 
Traducción: Juliana Andora, Silvina Cavallieri, Silvina Pantanali y María de las 
Mercedes Utrera 
Capítulo 8 
El imperialismo 
En la segunda década del siglo XX, teóricos de distintas posiciones políticas, pero 
vinculados a la tradición inaugurada por Marx, profundizaron en investigaciones 
dirigidas a comprender fenómenos y procesos ocurridos en la sociedad capitalista que 
no habían sido analizados por el autor de El Capital – entre otras razones porque tales 
fenómenos y procesos no existían en la época de la investigación marxiana. 
De modo que, entre 1910 y la inmediata primera posguerra, apoyándose en las 
tendencias que Marx descubriera en el movimiento del capital y procurando emplear su 
método de análisis, algunos marxistas desarrollaron estudios que indicaban que el 
sistema capitalista estaba experimentando, desde los últimos 30 años del siglo XIX, una 
serie de sustantivas transformaciones.1Ninguna de ellas eliminaba su estructura esencial, 
pero todas confluían en la configuración de una nueva fase en la historia del 
capitalismo, la que se denominó imperialismo. 
Investigaciones posteriores ratificaron los principales contenidos de aquellos 
estudios y se tornó más o menos consensuado, entre los críticos de la Economía 
Política, caracterizar como imperialismo al capitalismo que domina a lo largo del siglo 
XX – y, con nuevas determinaciones, ingresa en el siglo XXI. 
8.1. La evolución del capitalismo 
1 Son dignas de anotación, entre otras, las contribuciones de R.Hilferding, El Capital Financiero (San 
Pablo, Abril, 1985), de Rosa Luxemburgo, La acumulación del Capital. Contribución al estudio 
económico del imperialismo (San Pablo: Abril, 1985), De V I Lenin, El imperialismo, fase superior del 
capitalismo. Ensayo popular (en obras escogidas en tres tomos). Lisboa/Moscú: Avante!/Progreso, 1, 
1977) y de Nicolai Bukharin, La economía mundial y el imperialismo. Esbozo económico (San Pablo: 
Nueva Cultural, 1986).
1 
El lector habrá observado que nuestro interés en comprender la estructura y la dinámica 
capitalistas, de lo cual nos ocupamos a partir del capítulo 3, dirigió nuestra atención 
especialmente a los aspectos inmanentes y estructurales del MPC. No nos detuvimos en 
la historia del capitalismo –y cabe subrayar que esa dimensión es absolutamente central 
para su correcta comprensión. 
Capital, como vimos, es relación social y las relaciones sociales son, antes que nada, 
relaciones de esencia histórica: cambiantes, transformables. Resultantes de la acción de 
los hombres, ejercen sobre ellos presiones y coacciones, ocasionan efectos y 
consecuencias que no dependen de su voluntad; pero, igualmente, son alterables y 
alteradas por la voluntad colectiva y organizada de las clases sociales –en palabras de 
Marx, “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como ellos quieren; no la 
hacen bajo circunstancias que eligen, y sí bajo aquellas circunstancias con las que se 
enfrentan directamente, legadas y transmitidas por el pasado” (Marx,1968: 17). 
También señalamos el carácter procesual del capital, que es valor que necesita 
valorizarse, expandirse –capital es movimiento, dinamizado por sus contradicciones. 
Por esas razones (entre otras), el capitalismo no sólo es historia, sino que tiene su 
propia historia: producto de transformaciones operadas todavía dentro del orden feudal, 
a partir del momento en que se impuso instaurar mecanismos y dispositivos de 
desarrollo que le son particulares. 
A lo largo de su existencia, el capitalismo se movió (se mueve) y se transformó (se 
transforma); movilidad y transformación están siempre presentes en él: movilidad y 
transformación constituyen el capitalismo, gracias al rápido e intenso desarrollo de 
fuerzas productivas que es su sello. La expresión sociopolítica de sus contradicciones, 
que surge en las luchas de clases, permea y penetra todos los pasos de su dinámica. La 
historia del capitalismo –su evolución- entonces, es producto de la interacción, de la 
imbricación, de la complejización del desarrollo de fuerzas productivas, de alteraciones 
en las actividades estrictamente económicas, de innovaciones tecnológicas y 
organizacionales y de procesos sociopolíticos y culturales que envuelven a las clases 
sociales en presencia de un cuadro histórico dado. Y todos estos factores no sólo se 
transforman ellos mismos: sus interacciones también se alteran en el curso del 
desarrollo del MPC. 
Vimos en el capítulo 2 (ítem 2.5), cómo la crisis del feudalismo fue resultado de 
múltiples procesos, desde los inmediatamente ligados a la actividad económica a 
aquellos derivados de la lucha de clases. En esta línea, vimos cómo el ciclo de la
1 
Revolución Burguesa se asentó en procesos igualmente diferenciados, pero que 
convergieron en el surgimiento de un orden social sustantivamente diferente de aquel 
del Antiguo Régimen –el orden burgués, construido por el protagonismo revolucionario 
de la burguesía y del sector social que ella hegemonizó (el Tercer Estado). 
Si, en esta línea de análisis, procurásemos establecer una periodización histórica del 
desarrollo del capitalismo, registraríamos primero la existencia de una fase que 
comienza con la acumulación primitiva (cf. Capítulo 3, ítem 3.3) y va hasta los 
primeros pasos del capital para controlar la producción de mercancías y, en ella, 
comandar el trabajo, mediante el establecimiento de la manufactura (cf. Capítulo 4, 
ítem 4.5) cubriendo desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII. Se trata de la 
fase inicial del capitalismo, en la cual el papel del grupo social de los 
comerciantes/mercaderes fue decisivo –etapa por eso mismo denominada como 
capitalismo comercial (o mercantil). 
En el curso de esta fase, la burguesía –naciendo especialmente de los grupos 
mercantiles que acumularon grandes capitales comerciales –se afirma como clase que 
tiene en sus manos el control de las principales actividades económicas y se enfrenta a 
los privilegios de la nobleza terrateniente. Es entonces una clase revolucionaria, cuyos 
intereses se conjugan con los de la masa de la población; sobretodo, es la clase que tiene 
por tarea liberar las fuerzas productivas de los límites que les eran impuestos por las 
relaciones feudales de producción y su régimen específico de propiedad. Tenemos, en 
este momento una burguesía de carácter audaz, una burguesía emprendedora, incluso 
heroica, que se puede ver desde sus inicios a su marcha triunfal rumbo a la construcción 
de la nueva sociedad. 
Tal carácter fue ampliamente reconocido hasta por los críticos más ácidos.2 Con 
respecto a los inicios se recuerda la saga de la expansión marítima conducida por los 
grupos mercantiles del sur de Europa (especialmente de la Península Ibérica) que 
abrieron las rutas para el Oriente y para las Américas. En este primer movimiento, en el 
cual ya se revela la tendencia del capital a la mundialización,3 se encuentran 
2 Escribiendo en 1848, Marx y Engels apuntaron que “la burguesía, con su dominio de clase de apenas un 
siglo, creó fuerzas productivas más masivas y más colosales que todas las generaciones pasadas juntas. El 
sometimiento de las fuerzas naturales, la maquinaria, la química aplicada a la industria y a la agricultura, 
la navegación a vapor, las vías ferroviarias, el telégrafo eléctrico, el desmonte de tierras en continentes 
enteros, la canalización de ríos, poblaciones enteras brotando solo como por encanto –que el siglo anterior 
tuvo al menos un presentimiento de que estas fuerzas productivas estaban dormidas en el seno del trabajo 
social?” (Marx-Engels, 1998: 10). 
3 Es entonces que, rigurosamente, comienza el movimiento de unificación de la humanidad, que se 
concretiza cuando se consolida el mercado mundial (cf. Capítulo 1, último párrafo del ítem 1.2.) Debemos 
observar que desde ya, que por eso mismo es profundamente engañoso situar ese movimiento como algo
1 
entrelazados procesos extremadamente progresistas y procesos extremadamente 
bárbaros (piénsese por ejemplo, la confrontación entre los españoles y los imperios 
Azteca e Inca) como preludio a la inseparable telaraña de contradicciones de la nueva 
sociedad. Respecto a los momentos finales de la Revolución Burguesa, que se agotará 
en el final del siglo XVIII, de la que es emblemática la Revolución Francesa, el carácter 
heroico de los representantes políticos de la burguesía, ya distinta de grupos 
mercantiles, no deja lugar a dudas. 
En la segunda mitad del siglo XVIII, el capitalismo ingresa en una nueva fase 
evolutiva. Ese pasaje a otro nivel se vincula directamente a cambios políticos (está por 
realizarse la Revolución Burguesa, con la toma del poder del Estado) y técnicos (va a 
irrumpir la Revolución Industrial),4 en esta fase, el capital –organizando la producción a 
través de la naciente gran industria –dará curso al proceso que culminará en la 
subsunción real del trabajo (cf. Capítulo 4 ítem 4.5). Aproximadamente a partir de la 
octava década del siglo XVIII, se configura esa segunda fase del capitalismo, el 
capitalismo competitivo (también llamado “liberal” o “clásico”),5que perdurará hasta 
el último tercio del siglo XIX. En el transcurso de ese período, de casi cien años, el 
capitalismo se va a consolidar en los principales países de Europa Occidental, en los 
cuales erradicará o subordinará a su dinámica las relaciones económicas y sociales 
precapitalistas, y revelará sus principales características estructurales (explicitando sus 
tendencias más profundas, condensadas en las leyes que estudiamos anteriormente). 
Sobre la base de la gran industria (la industria moderna), que provocará un proceso 
de urbanización sin precedentes,6 el capitalismo competitivo creará el mercado 
mundial: los países más avanzados (y, en ese período el liderazgo estará en Inglaterra) 
buscarán materias primas en los rincones más apartados del globo e inundarán todas las 
latitudes con sus mercancías producidas a gran escala –estableciéndose vínculos 
reciente, tal como hacen los ideólogos de la “globalización”. 
4 Cf.; en el capítulo 2, nota 15. 
5 La calificación de “liberal” deviene de la adscripción de la burguesía revolucionaria a la teoría política 
liberal, que expresaba sus intereses y de la que, como vimos en la introducción (cf. el ítem relativo a la 
“Economía Política Clásica”), la Economía Política sufre una fuerte influencia. El adjetivo “clásico” 
remite al hecho de que es entonces que el régimen económico burgués explicita sus características 
estructurales. 
6 “Si, en 1770, un 40% de los ingleses residían en los campos, ahí sólo permanecen, en 1841, un 26% de 
ellos. Las ciudades crecen notablemente: en 1750, sólo 2 de ellas aglomeraban más de 50.000 habitantes; 
en 1801, ese número era de 8 y, en 1851, de 29 (y 9 tenían más de 100.000 habitantes). […] La población 
total del Reino Unido […] triplica entre 1750 y 1980, duplica entre 1800 y 1850. El crecimiento 
demográfico y la urbanización se conectan directamente a la industrialización –evidenciando la 
hipertrofia de las ciudades industriales que, en apenas 40 años (1801-1841), sufren el siguiente 
crecimiento en su número de habitantes: Manchester -35.000/353.000; Leeds -53.000/152.000; 
Birmingham -23.000/181.000; Sheffield -46.000/111.000” (Netto, en “Prólogo” a Engels, 1986: III-IV).
1 
económicos (y culturales) entre grupos humanos separados por millares y millares de 
kilómetros. Pueblos, naciones y Estados, situados fuera de Europa, que se mantenían 
aislados resistiendo con recursos de fuerza, son ahora integrados más por la vía de la 
invasión comercial que por la intervención militar (aunque esta no fue dejada de lado 
del todo, como veremos en el ítem 8.3). Es superfluo añadir que esa integración se 
operó entre partes que disponían de condiciones socioeconómicas muy desiguales y sus 
consecuencias contribuirían a ampliar y profundizar tal desigualdad. Pero, de hecho, 
durante la vigencia del capitalismo competitivo, se estableció lo que, en la fase 
subsiguiente del capitalismo, habrá de consolidarse y desarrollarse: un sistema 
económico internacional -más exactamente: una economía mundial. 
La caracterización de esa fase como competitiva se explica en función de las 
relativamente amplias posibilidades de negocios que se abrían a los pequeños y 
medianos capitalistas: en la escala en que las dimensiones de las empresas no 
demandaban grandes masas de capitales para su constitución, la “libre iniciativa” 
(“iniciativa privada”) tenía muchas chances de consolidarse en medio de una 
competencia desenfrenada y generalizada –aunque las quiebras y falencias durante las 
crisis afectasen especialmente a los pequeños y medianos capitales, estos disponían de 
oportunidades de inversión rentable, que en el futuro, serían cada vez menores, ya que, a 
medida que se desarrollaba el capitalismo, más se hacían sentir los efectos de la 
concentración y de la centralización (cf. Capítulo 5, ítem 5.3). 
Bajo el capitalismo competitivo surgen las luchas de clases en su modalidad 
moderna, o sea, las luchas fundadas en la contradicción entre capital y trabajo. Tales 
luchas, antagonizando a la burguesía y los trabajadores (básicamente la burguesía y el 
proletariado), es que, a partir de ahí, estarán siempre presentes en la evolución posterior 
del capitalismo. Adquieren inicialmente formas groseras, pero poco a poco, avanzan 
hacia una creciente politización que las torna más concientes –así fue, en la primera 
mitad del siglo XIX, el tránsito del ludismo al cartismo (que nos referimos en la 
Introducción, ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). La violencia de las 
primeras protestas obreras era la reacción inevitable a la brutalidad de la explotación 
capitalista, entonces básicamente centrada en el incremento de excedente mediante la 
extensión de la jornada de trabajo (plusvalía absoluta) –no existía ninguna garantía para 
los trabajadores, indefensos ante la rapacidad de la burguesía. 
Y la respuesta burguesa a la protesta obrera no se agotó en la represión pura y simple; 
tomó también la forma de incorporación de nuevas tecnologías a la producción, de
1 
modo de atemorizar a los trabajadores con la amenaza del desempleo por la reducción 
de la demanda de trabajo vivo. En verdad, las innovaciones funcionan como un arma en 
las luchas de clases; controladas por los capitalistas, sirven en la guerra contra los 
trabajadores –a propósito de las mejoras industriales ocurridas a partir de la primera 
crisis capitalista, fue observado que, “desde 1825, casi todas las nuevas invenciones 
resultaron del choque entre obrero y patrón, quien, a cualquier precio, procura depreciar 
la especialidad del obrero. Después de cada nueva huelga de alguna importancia, surgía 
una nueva máquina” (Marx, 1982 a: 131). Como se ve, las luchas de clases influyen 
fuertemente en el desarrollo de las fuerzas productivas. 
Mencionamos la ausencia de garantías a los trabajadores –realmente, ellos estaban a 
merced de la patronal, una vez que el Estado, en manos de los capitalistas (o de sus 
representantes políticos), atendía prácticamente sólo los intereses del capital. Lo 
esencial de las funciones del Estado burgués se restringía a tareas represivas: le cabía 
asegurar lo que podemos llamar las condiciones externas para la acumulación capitalista 
–el mantenimiento de la propiedad privada y del “orden público” (léase: el encuadre de 
los trabajadores). Se trataba del Estado reivindicado por la teoría liberal: un Estado con 
mínimas atribuciones económicas, pero eso no significa un Estado ajeno a la actividad 
económica –por el contrario: al asegurar las condiciones externas para la acumulación 
capitalista, el Estado intervenía en el exclusivo interés del capital (y era exactamente esa 
la exigencia liberal). 
Evidentemente, tal Estado se fundaba en una participación social extremadamente 
restringida: el derecho al voto, por ejemplo, era muy limitado. Fue precisamente la 
acción de los trabajadores la que forzó la lenta democratización de la sociedad burguesa 
(observemos que el cartismo tuvo como punto de partida la exigencia de una reforma 
electoral para ampliar el derecho al voto): la democracia política cuando triunfó, no fue 
producto de la teoría liberal o de sus representantes políticos, fue una conquista del 
movimiento obrero.7 
Este cuadro sufrirá sustantivas alteraciones en la segunda mitad del siglo XIX, 
resultantes de los eventos revolucionarios de 1848 (a cuyo significado aludimos en la 
7 Es absolutamente importante subrayar el hecho de que la democracia política constituye, 
históricamente, una conquista del movimiento obrero, ya que las ideologías burguesas siempre se 
empeñan en mistificar la construcción de la democracia, identificando mentirosamente 
liberalismo/capitalismo/democracia. El análisis histórico, cuando es llevado a cabo objetivamente, 
muestra que el capitalismo tiene carácter antidemocrático, solamente la presión de las masas 
trabajadoras, lo torna, en alguna medida, compatible con la democracia política.
1 
Introducción, en el ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). Entonces, las 
luchas de clases se elevan a un nuevo nivel. 
Por un lado, las vanguardias obreras ganan conciencia del antagonismo entre 
proletariado y burguesía; superado el impacto de la derrota de 1848, a partir de los años 
sesenta, ellas encontrarán formas de articulación internacional y nacional –en el ámbito 
internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864-1876) y la 
Internacional Socialista (creada en 1889 y cuya crisis se manifestó en 1914);8 en el 
ámbito nacional, el moderno movimiento sindical, que se tornará muy significativo 
desde el último decenio del siglo, y los partidos políticos obreros (socialistas y social 
demócratas). En efecto, la dolorosa experiencia de 1848 contribuyó decisivamente a 
convertir a los trabajadores de “clase en sí” en “clase para sí”, 9 situándolo como sujeto 
revolucionario potencialmente capaz para promover la transformación del orden 
burgués en una sociedad sin explotación. 
Por otro lado, atemorizada por la explosión de 1848, la burguesía se convirtió en 
clase conservadora: su objetivo pasó a ser el mantenimiento de las relaciones sociales 
asentadas en la propiedad privada de los medios fundamentales de producción, soportes 
de la acumulación capitalista. Se inicia el ciclo de su decadencia ideológica con el 
completo abandono de los ideales emancipatorios que animaran su lucha contra el 
Antiguo Régimen (cf. En Introducción, ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). 
El conservadurismo burgués, sin embargo, no impidió que segmentos capitalistas más 
lúcidos comprendiesen la ineficacia de respuestas puramente represivas al movimiento 
obrero. Con esa comprensión, tales segmentos dejarán de oponerse a medidas estatales 
que ofreciesen garantías mínimas a los trabajadores (como la limitación legal de la 
jornada de trabajo, la reglamentación del trabajo femenino e infantil, etc.) y hasta 
pasaron a defender reformas sociales que redujesen los efectos de la explotación sobre 
los trabajadores.10Evidentemente, ese reformismo burgués tenía un límite absoluto: la 
propiedad privada de los medios de producción –el derecho a ella permanecería 
intocable, como si fuese un derecho natural. Esencialmente, las reformas aceptadas por 
8 Después conocidas, respectivamente como la Primera y la Segunda Internacionales. 
9 “Las condiciones económicas, inicialmente, transformaron a la masa […] en trabajadores. La 
dominación del capital creó para esta masa una situación común, intereses comunes. Esta masa, pues, es 
ya, frente al capital, una clase, pero no es aún una clase para sí misma. En la lucha [contra los 
capitalistas] esta masa se reúne, se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se tornan 
intereses de clase.” (Marx, 1982 a :159). 
10 Recuérdense que son de la segunda mitad del siglo XIX emprendimientos importantes para el abordaje 
no represivo de la “cuestión social” –emprendimientos en sintonía con ese reformismo burgués fueron las 
iniciativas para racionalizar la filantropía (recuérdese la fundación, en Londres, en 1869, de la Charity 
Organization Society) y, también, de los enunciados católicos de León XIII en la Rerum Novarum (1891).
1 
esos sectores capitalistas eran acordes al espíritu de Tancredi, personaje de El leopardo, 
notable romance del italiano Giuseppe Lampedusa (1896-1957): “Es preciso cambiar 
algo para que todo permanezca como está”. 
8.2 La transición a una nueva fase 
Concomitantemente a esos cambios de naturaleza sociopolítica, operaban 
intensamente, en la segunda mitad del siglo XIX, otros tres procesos: uno de carácter 
técnico-científico, dos de naturaleza estrictamente económica, pero todos conectados. 
Importantes desarrollos se estaban realizando en el dominio de las ciencias naturales, 
estimuladas por las demandas de la industria y fuertemente marcadas por el positivismo: 
nuevas concepciones se abrían camino en la biología, la química avanzaba y la física 
registraba progresos. Los impactos de esos desarrollos en la producción (afectando 
insumos, medios de producción y mercancías) fueron de tal orden que algunos 
historiadores caracterizan el último tercio del siglo XIX como el de una “segunda 
revolución industrial” (o como de una “segunda etapa” de la Revolución Industrial). 
Gracias a Bessemer (1813-1898) y a los hermanos Siemens (Federico 1826-1904 y 
Guillermo 1823-1883) el acero pasa a ser producido en grande escala y es sustituido el 
hierro como material básico; la aplicación de la química permite obtener papel a partir 
de la pulpa de madera (1855) y aluminio a partir de bauxita (1886) y revoluciona la 
producción de alcaloides y de tintas y colorantes y da nacimiento a la industria de 
fármacos; la energía más utilizada recibe un nuevo impulso, con las turbinas de vapor 
(Parsons, 1884); los motores de combustión interna son producidos a partir de 1876 
(Otto) y con la apertura de los campos de Borneu (1898) el petróleo se generaliza como 
combustible; en fin, la electricidad hace su entrada en escena: en 1881, en Godalming, 
Inglaterra, se inaugura la primer central eléctrica pública de Europa. 
Resumiendo ese proceso, afirma un estudioso: 
El desarrollo de las fuerzas productivas hace grandes progresos en el último tercio del 
siglo XIX. En la siderurgia los nuevos métodos de producción de acero (…) exigirán 
la sustitución de pequeñas fundiciones semi-artesanales existentes hasta entonces, por 
las grandes usinas siderúrgicas. Al mismo tiempo, varios y numerosos inventos (…) 
fomentaran avances en la industria y en los transportes (…): los colectivos, los
1 
automóviles, la locomotora diesel y los aviones.11 Los éxitos de la ciencia y de la 
técnica posibilitaron la producción y empleo de la energía eléctrica. Antes el papel 
predominante pertenecía a la industria leve, pero, a partir del último tercio del siglo 
XIX (…), la industria pesada pasó a primer plano. Sus ramas comenzaron a crecer 
rápidamente entre 1870 y 1900, la fundición mundial de acero aumentó 56 veces, la 
producción de petróleo 25 veces y la extracción de carbón se triplicó (Nikitin, 
s.d.:149). 
En el plano de la economía, también especialmente en los últimos 30 años del siglo 
XIX, dos procesos se hacían notables: el surgimiento de los monopolios y la 
modificación del papel de los bancos. 
A lo largo del capitalismo competitivo, la clase capitalista se fue diferenciando en 
razón del volumen de capital en las manos de cada capitalista- existían grandes, 
medianos y pequeños capitalistas. La competencia entre ellos, como observamos, era 
desenfrenada y naturalmente, los grandes capitalistas tenían mayores chances de llevar 
adelante una lucha mejor que todos los involucrados. En la segunda mitad del siglo 
XIX, especialmente en la secuencia inmediata a la gran crisis de 1873, ese cuadro será 
estructuralmente modificado: las tendencias del capital que ya conocemos, la 
concentración y la centralización, confluirán en la creación de los monopolios 
modernos. Desde el punto de vista teórico, el surgimiento de los monopolios no 
constituía una novedad, finalmente, 
Cuanto más se perfecciona el maquinismo, más aumenta (…) la composición orgánica 
del capital necesario para que (una) empresa pueda obtener el lucro medio. El capital 
medio necesario para poder abrir una nueva empresa capaz de alcanzar ese lucro 
medio crece en la misma proporción. Se deduce que la dimensión media de las 
empresas también aumenta en cada rama industrial. (…) La evolución del modo de 
producción capitalista, por consiguiente, implica necesariamente una concentración y 
una centralización del capital. La dimensión media de las empresas crece 
incesantemente. Un elevado número de pequeñas empresas son derrotadas en la 
competencia por un número restringido de grandes empresas, que controlan una 
fracción creciente del capital, de los trabajadores y de la producción. (…) Algunos 
11 No hay aquí una imprecisión cronológica (el avión es de 1906) – en las partes de la cita que 
suprimimos, queda claro que el autor, mencionando este invento, está considerando los desarrollos de las 
invenciones del último tercio del siglo XIX.
1 
grandes monopolios centralizan lo esencial de los medios de producción y de los 
trabajadores (Salama y Valier, 1975:62-63). 
Sin embargo, el surgimiento de los monopolios tuvo un enorme impacto en la 
eficacia de la vida económica. La aparición, en menos de treinta años, de grupos 
capitalistas nacionales controlando ramas industriales enteras, empleando enormes 
contingentes de trabajadores e influyendo decisivamente en las economías nacionales 
alteró de modo extraordinario la dinámica económica.12 En pocas décadas, esos 
gigantescos monopolios (centrados en la industria pesada) traspasarían las fronteras 
nacionales, extendiendo su dominación sobre enormes regiones del planeta. Pero, desde 
entonces, entre fines del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, el gran capital –a 
partir de ahí conocido generalmente como capital monopolista-, firmemente 
establecido en la producción industrial, se constituía como la columna vertebral de la 
economía capitalista, articulando formas específicas de control de las actividades 
económicas (el pool, el cartel, el sindicato, el trust, etc.) Una vez estructurados y 
consolidados esos monopolios, cambió la fisonomía del capitalismo; consumada la 
monopolización, 
la unidad económica típica en la sociedad capitalista no es una pequeña empresa que 
fabrica una fracción despreciable de una producción homogénea, para un mercado 
anónimo, sino la empresa en gran escala, a la cual le cabe una parcela significativa de 
la producción de una industria o de varias industrias, capaz de controlar sus precios, el 
volumen de su producción y los tipos y volúmenes de sus inversiones (Baran y 
Sweezy, 1974: 15-16). 
El surgimiento de los monopolios industriales ocurre más o menos simultáneamente 
al cambio del rol de los bancos. Producto de la evolución de las “casas bancarias” que 
operaban en el tiempo del capitalismo comercial, los bancos, inicialmente, funcionaban 
como intermediarios de pagos; con el desarrollo del capitalismo, se tornarán piezas 
básicas del sistema de crédito. Reuniendo capitales inactivos de capitalistas y la suma 
de economías de un gran contingente de personas, los bancos pasaron a controlar masas 
12 Apenas dos ejemplos de esa alteración: 1)en Alemania, el grupo Krupp empelaba 16.000 personas en 
1873, 24.000 en 1890, 45.000 en 1900 y casi 70.000 en 1912; 50% de la producción de carbón estaba, en 
1893, en las manos de un único grupo productor; 2) en los Estados Unidos, a un único grupo, en 1901 le 
correspondía el 66% de la producción de acero; en 1904, el 0,9% del total de las empresas industriales 
respondía por el 38% de producción industrial del país.
1 
monetarias gigantescas, disponibles para créditos – y la competencia entre los 
capitalistas industriales los llevo a recurrir al crédito bancario para sus nuevas 
inversiones. En ese contexto, los bancos contribuirán activamente para implementar el 
proceso de centralización del capital. 13 
Ahora, conociendo las estructuras internas de las empresas capitalistas y sus 
posibilidades y límites, en la medida en que mantenían las cuentas corrientes de los 
capitalistas, los bancos disfrutaban de una posición de fuerza para condicionar los 
créditos que ofrecían y sobretodo, participar de los mejores negocios empresariales 
(inclusive adquiriendo el control de esos negocios, mediante la compra de acciones). 
Por otra parte, ese cambio en el rol de los bancos –de intermediarios de pago a socios de 
capitalistas industriales- ocurrió al mismo tiempo en que el proceso de 
concentración/centralización se extendía de las ramas industriales al propio sector 
bancario. El surgimiento de los monopolios industriales es acompañado por la 
monopolización también en el ámbito del capital bancario.14 
Ese cruce entre monopolios industriales y monopolios bancarios, que comienza a 
efectivizarse a partir del último tercio del siglo XIX, dio origen a una nueva forma de 
capital, diferente de las conocidas hasta entonces (capital comercial, capital industrial y 
capital bancario). En efecto, en ese proceso, 
los bancos compran acciones de los monopolios (…) y se convierten en sus 
copropietarios. Por su parte, los monopolios industriales también poseen acciones de 
los bancos con los que se relacionan. En consecuencia, se produce una unión, una 
fusión del capital monopolista bancario con el capital monopolista industrial (Nikitin, 
s.d.: 160). 
Esa fusión de los capitales monopolistas industriales con los bancarios constituyó el 
capital financiero, que ganará centralidad en la tercera fase evolutiva del capitalismo – 
13Es en el proceso de centralización de la segunda mitad del siglo XIX que van a surgir las modernas 
sociedades anónimas (o sociedades por acciones). En ellas, “la gran mayoría de los propietarios 
(accionistas) pierde el control a favor de una pequeña minoría de propietarios (accionistas). La gran 
sociedad anónima no significa (…) ni la democratización ni la abolición de las funciones de control de la 
propiedad”, pero sí su concentración en una camada “relativamente pequeña de grandes capitalistas, cuyo 
control se extiende mucho más allá de los límites de su propiedad” (Sweezy, 1962:306). De hecho, “la 
experiencia demuestra que basta poseer 40% de las acciones para dirigir los negocios de una sociedad 
anónima, pues una cierta parte de los pequeños accionistas, que se encuentran dispersos, no tienen en la 
práctica posibilidad alguna de asistir a las asambleas generales etc. (Lenin, 1977, 1:611) 
14 Dos ejemplos de monopolización en el sector bancario: 1) en 1909, 9 grandes bancos de Berlin – y las 
casas bancarias a ellos asociadas- controlaban el 83 % de todo capital bancario alemán; 2) en Francia, los 
tres bancos más importantes, entre 1870 y 1909, decuplicaron los capitales puestos bajo su guarda.
1 
la fase imperialista, que se gestó en las últimas tres décadas del siglo XIX y, 
experimentando transformaciones significativas, recorrió todo el siglo XX y se prolonga 
en la entrada del siglo XXI. 
8.3 La fase imperialista 
El capitalismo, en los últimos años del siglo XIX, ingresa en la fase imperialista, en 
que el capital financiero desempeña un papel decisivo. En esa fase, llamada 
simplemente imperialismo, la forma empresarial típica será la monopolista (es por eso, 
que algunos autores lo denominan capitalismo monopolista), sin que ella elimine las 
pequeñas y medianas empresas; de hecho, estas subsistieron e incluso se pudieron 
multiplicar, pero ahora enteramente subordinadas a las presiones monopolistas. 
La interpretación clásica del imperialismo fue ofrecida por Lenin, en su estudio de 
1916, titulado El imperialismo, fase superior del capitalismo, en el cual, además de sus 
propias investigaciones, incorporó el análisis de teóricos que lo precedieron. Para el 
máximo dirigente bolchevique “el imperialismo es la fase monopolista del 
capitalismo”, con los siguientes rasgos principales: 
1)La concentración de la producción y del capital, llevada a un grado tan elevado de 
desarrollo que creó los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la 
vida económica; 2)la fusión del capital bancario con el capital industrial y la creación, 
basada en este capital financiero de la oligarquía financiera; 3)la exportación de 
capitales, diferente a la exportación de mercancías, adquiere una importancia 
particularmente grande; 4)la formación de asociacioness internacionales monopolistas 
de capitalistas, que se dividen el mundo entre sí; 5) la división territorial del mundo 
entre las potencias capitalistas más importantes (Lenin, 1977, I: 641-642). 
Y Lenin resume: 
El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ganó cuerpo la 
dominación de los monopolios y del capital financiero, adquirió marcada importancia 
la exportación de capitales, comenzó la división del mundo por los fondos 
internacionales y terminó la división de toda la Tierra entre los países capitalistas más 
importantes (id., ibid.).
1 
De los cinco rasgos pertenecientes al imperialismo enunciados por Lenin, el primero 
y el segundo ya fueron abordados por nosotros.15 Sólo hay que aclarar, en relación al 
segundo, la noción de oligarquía financiera: una vez establecido el imperialismo, un 
número reducido de grandes capitalistas (industriales y banqueros) concentra en sus 
manos la vida económica del país –y claro, no solo de sus países, sino también de 
aquellos en donde sus grupos económicos actúan. En la medida en que detentan el poder 
económico, esos pocos monopolistas disponen de una enorme influencia política –en 
escala nacional e internacional. A lo largo de todo el siglo XX, son innumerables los 
ejemplos de la acción concentradora (en la economía) y antidemocrática (en la política) 
conducida por la oligarquía financiera.16 
Vimos que en el capitalismo competitivo se creó el mercado mundial: la circulación 
de mercancías conectó prácticamente a todo el mundo con los centros capitalistas – 
entonces, la exportación de mercancías (el comercio exterior) constituyó la principal 
vinculación entre los países. Bajo el imperialismo, el comercio exterior no perdió 
importancia; sino que ganó una enorme relevancia la exportación de capitales que 
anteriormente no era tan expresiva. La exportación de capitales se realizó bajo dos 
formas: 1°) capital crediticio: los capitalistas conceden créditos, a cambio de intereses 
determinados, a gobiernos o capitalistas de otros países, 2°) capital productivo: 
capitalistas implantan industrias en otros países.17 En los dos casos, lo que estimula a la 
15 De cualquier forma, valen ejemplos de mediados del siglo XX (extraídos de Nikitin, s.d.: 155e ss): en 
1954, en los Estados Unidos, 17 empresas controlaban el 94% de la producción de acero, apenas un 
monopolio (Standar Oil) controlaba la industria del petróleo y en 1958, tres grupos (General Motors, Ford 
y Chrysler) tenían el 93% de la producción de vehículos; en Inglaterra, en la misma época, un grupo 
(Imperial Chemical Industries) controlaba el 95% de toda la producción química básica; en Francia, 
también en la década de los´50, 4 grupos monopolistas controlaban el 96% de la producción de vehículos, 
1 grupo toda la producción de aluminio y otro 80% de la producción de colorantes químicos. 
16 Algunos pocos ejemplos, referidos a mediados del siglo XX y extraídos del estudio de NIkitin (s.d.: 160 
y ss.): en los Estados Unidos, 8 grupos controlaban la economía del país (Morgan, Rockefeller, Mellon, 
Du Pont, el “grupo de Chicago” y el “grupo de Cleveland”, Bank of América, First National City Bank); 
la economía de Inglaterra también estaba en manos de 8 grupos. En general, la acción de la oligarquía 
financiera se efectiviza con la intervención de las mismas personas en los consejos de dirección de un 
sinnúmero de empresas, bancos y también en la gestión gubernamental (frecuentemente ocupando cargos 
muy influyentes en los gobiernos); dos ejemplos de la década del cincuenta del siglo pasado: en los 
Estados Unidos un grupo de cerca de 400 industriales y banqueros ocupaba unos 1200 lugares de 
dirección en las 250 corporaciones más importantes del país; en Francia, los directores del Banque de 
Paris et des Pays Bas ocupaban 190 puestos de dirección en consejos de diferentes compañías. 
La influencia internacional antidemocrática de esa oligarquía financiera también es bastante conocida. 
Ejemplos latinoamericanos: las empresas controladas por esa oligarquía tuvieron un papel activo en el 
derribamiento de los gobiernos de Jacobo Arbens (Guatemala, 1954), Joao Gulart (Brasil, 1964) y 
Salvador Allende (Chile, 1973), en los tres casos, con el apoyo de esa oligarquía se establecieron, luego 
de los golpes que patrocinaron, regímenes ferozmente antidemocráticos. 
17 Los efectos de esa exportación del capital productivo, cuando es dirigida a países menos desarrollados, 
son contradictorios. Por un lado, permiten la creación o la ampliación de actividades industriales y la 
modernización de la economía de los países acreedores; por otro lado, subordinan a su economía a 
decisiones tomas sin su control y con la repatriación de los lucros de los capitalistas extranjeros, que
1 
exportación de capital es la búsqueda de lucros máximos, ya sea a través de los intereses 
a ser percibidos o de los lucros a ser repatriados – y en los dos casos, se establece una 
relación de dominio y explotación entre acreedor y deudor, que se expresa claramente en 
los vínculos entre los monopolios (y los gobiernos de sus países) y los países deudores 
(y sus gobiernos)18; volveremos a esos créditos en el próximo capitulo (ítem 9.5). 
Una vez controlados los mercados de sus propios países (el control de los mercados, 
como observaremos más adelante, es el objetivo de los monopolios), las gigantescas 
empresas monopolistas tratan de ganar mercados externos –y en ese proceso, ellas se 
asocian con empresas similares de otros países capitalistas con el fin de seleccionar 
áreas de actuación. De hecho, dividen entre sí las regiones del mundo que pretenden 
subordinar a sus intereses. Así, ya antes de la Primera Guerra Mundial, el mercado de 
petróleo fue objeto de acuerdos entre Standard Oil (norteamérica) y la Royal Dutch 
Shell (anglo-holandesa); en la industria electrotécnica, en 1907, un acuerdo en la 
General Electric/GE (norteamericana) y la Allgemenine Elektrizitagesellschaft/AEG 
(alemana) garantizó a la primera los mercados americanos y a la segunda los europeos y 
parte de los asiáticos. Tales acuerdos, no eliminaban la competencia entre los 
monopolios pero establecían límites temporarios a la misma, continuaron realizándose a 
lo largo del siglo XX, incluyendo a las ramas productivas más diversas. 
A través de esos acuerdos, los grandes monopolios (que son también mal llamados 
“empresas multinacionales”) realizan una especia de división económica del mundo. 
Simultáneamente, los Estados capitalistas donde el capitalismo monopolista se 
desarrolla y cuyos intereses representan (que se tornan pues, Estados imperialistas) 
promueven una división territorial del mundo. En el período de constitución del 
imperialismo –como vimos, aproximadamente en los tres últimos decenios del siglo 
XIX y los primeros años del siglo XX- esa división tomó la forma de una verdadera 
recolonización: 
retiran los países deudores enormes cantidades de excedente producidos por sus trabajadores. 
18 Dos ejemplos (extraídos de Salama y Valier, 1975: 154-155) ilustran la explotación señalada: “de 1950 
a 1963, las inversiones directas liquidas en el exterior de las empresas norteamericanas eran igual a 17 
billones de dólares, mientras que los lucros obtenidos por esas inversiones en el extranjero y repatriados 
para los Estados Unidos era del orden de los 30 billones de dólares; de 1950 a 1965, los Estados Unidos 
invertirán 3,8 billones de dólares en América Latina, mientas que repatriaran de ese continente, bajo la 
forma de lucros declarados, 11,3 billones de dólares”. Los mismos autores ya habían caracterizado antes 
(p 150) las relaciones entre los países imperialistas y los países subdesarrollados mediante la deterioro de 
los términos de intercambio: ente 1876 y 1948, “la distancia entre los precios de las mercancías vendidas 
por los países capitalistas desarrollados y los precios de las mercaderías vendidas por los países 
subdesarrollados aumentó del 35 al 50%, en detrimento de estos últimos”. Cf., adelante, nota 29.
1 
De 1874 a 1914, las grandes potencias se apoderarán de cerca de 25 millones de km 2 
de territorios coloniales, o sea, más que el 50% de la superficie de las metrópolis. La 
potencia que más tierras ocupó fue Inglaterra: en 1876, sus poseciones coloniales 
abarcaban 22.500.000 km2, con 251.900.000 habitantes; en 1914 dichas posesiones se 
acrecentaron con un área de 11.000.000 de km2 y una población de 141.600.000 
habitantes. En 1876, Alemania, Estados Unidos y Japón no tenían colonias y Francia 
tenía pocas. En 1914, estas cuatro potencias se habían apoderado de colonias con una 
superficie total de 14.100.000 km2 y una población de cerca de 100.000.000 de 
habitantes (Nikitin, s.d: 168).19 
Esa división territorial del mundo fue puesta en cuestión en 1914: como ya no 
existían más territorios “libres”, cualquier nueva expansión se debería hacer mediante la 
confrontación de los Estados imperialistas – es así que explota la Primera Guerra 
Mundial, expresión de los conflictos interimperialistas, conflictos que también explican 
la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la guerra, en la fase del capitalismo de los 
monopolios, se constituyó en la forma extrema de división del mundo por las potencias 
imperialistas. 
8.4 La industria bélica 
El desarrollo de la monopolización, el surgimiento del capital financiero (y de la 
oligarquía financiera), la exportación de capital y la división económica (y territorial) 
del mundo no son los únicos elementos introducidos en la dinámica capitalista por la 
fase imperialista. Por lo menos otro debe ser citado, para que se pueda comprender 
adecuadamente esa fase del desarrollo capitalista. Se trata del papel de la industria 
bélica. 
Se sabe que las guerras preceden largamente la historia del capitalismo, así como 
también se sabe que la historia del capitalismo siempre fue marcada por guerras. Sin 
embargo, es bajo el imperialismo que las actividades directamente vinculadas a la 
guerra adquieren un nuevo significado –bajo el imperialismo, la industria bélica (y las 
19 Tal como la expansión ultramarina de los tiempos de la acumulación primitiva, las Iglesias occidentales 
contribuirán activamente en ese proceso, bajo el pretexto de la “cristianización de los salvajes”. Relatando 
como los “misioneros” colaboraban en esa redivisión territorial del mundo, recuerda un estudioso: “Un 
ejército de misioneros, que con gran energía diseminaban el cristianismo entre los nativos, les hacían 
sentir la necesidad de someterse a la explotación sin protestar. Es así que un campesino de Africa 
describía las “actividades” de los misioneros en aquel continente: “Cuando aquí llegaron, los misioneros 
tenían los diez mandamientos y nosotros teníamos la tierra, ahora, ellos tienen la tierra y nosotros los 
diez mandamientos” (Varga, 1963:19).
1 
actividades a ella conexas) se torna un componente central de la economía. Apenas 
un ejemplo: dos competentes analistas, escribiendo en la primera mitad de los años 
sesenta del siglo XX, llegaron a la conclusión que los gastos militares fueron 
el factor clave de la historia económica de los Estados Unidos en la posguerra. Cerca 
de seis a siete millones de trabajadores, o más del 9 % de la fuerza de trabajo, 
dependen hoy, en sus empleos, del presupuesto militar. Si los gastos militares fuesen 
nuevamente reducidos a las proporciones anteriores a la Segunda Guerra Mundial, la 
economía norteamericana volvería a un estado de depresión profunda, caracterizada 
por tasas de desempleo de 15% y más, como ocurrió durante la década de 1930 (Baran 
y Sweezy, 1974: 157). 
La producción de artefactos bélicos, en el siglo XX cada vez más dependiente de la 
aplicación de la ciencia a fines destructivos y mortales, se concentra en las manos de los 
grandes monopolios y ofrece, comparativamente a otros sectores productivos, fabulosos 
superlucros (en los años setenta del siglo pasado, en los Estados Unidos, mientras la tasa 
general de lucro en la industria de transformación era de cerca de 20%, monopolios de 
la industria bélica ofrecían lucros que variaban de 50 a 2000 %). Además, la innovación 
científico-técnica –que es decisiva en la producción bélica20- permite probar procesos 
productivos y componentes que después serán trasladados a la industria civil (son los 
llamados “subproductos” de la industria bélica, que posteriormente constituyen 
elementos comunes a otras ramas de la producción). 
Es evidente que la industria bélica envuelve intereses económicos y políticos de 
enorme magnitud, especialmente porque su clientela básica son los Estados, de cuyos 
presupuestos los monopolios vinculados a la producción de armas pasan a depender. Por 
eso mismo, es constante la presión que los monopolios realizan sobre los Estados, en el 
sentido de estimular un clima de belicismo y militarismo –interesa a tales monopolios la 
existencia de “enemigos externos”, capaces de justificar una permanente carrera 
armamentista21. 
20Se comprende que la innovación sea decisiva en esa industria- después de todo, sus productos no 
precisan tener su valor de uso agotados para ser repuestos: un arma, incluso sin ser utilizada, se torna 
anticuada y debe ser sustituida luego que una innovación ofrezca otra más eficaz que ella. 
21 Se sabe cómo, a lo largo del siglo XX, los presupuestos de los Estados imperialistas beneficiaron los 
monopolios armamentistas con el pretexto de “combatir el comunismo”, representado entonces por la 
Unión Soviética y sus aliados, llegando también a la delirante propuesta –formulada en los años ochenta 
por el gobierno norteamericano (Reagan)- de la “guerra en las estrellas”. Una síntesis del papel político de 
los Estados Unidos en la “cruzada anticomunista” es ofrecida por Octavio Ianni, en el ensayo “Sociología 
del terrorismo”, publicado en Dowbor, Ianni y Antas Jr., orgs. (2003).
1 
Lo más importante, sin embargo, es que el desarrollo de la industria bélica introduce 
dos variables muy significativas en la dinámica capitalista –la primera se refiere al 
hecho de que esta industria sirve para bloquear o revertir uno de los factores de la crisis. 
Si como vimos en el capítulo 7 (ítem 7.2), el subconsumo de las masas constituye una 
de las varias causas de las crisis, las grandes órdenes del Estado a la industria bélica 
operan como un contrapeso a tal tendencia. En ese sentido, la industria bélica y sus 
negocios funcionan como un elemento de contención de las crisis. 
En segundo lugar, la industria bélica ofrece una especia de solución alternativa 
(aunque siempre provisoria) al problema que abordamos en el capítulo 5, el problema de 
la superacumulación: allí (ítem 5.1) tuvimos oportunidad de mencionar que la 
superacumulación se resuelve por la desvalorización de los capitales durante una crisis – 
más esa resolución, por los propios efectos de las crisis, es extremadamente onerosa. 
Con el incremento de la industria bélica, grandes masas de capitales, que en otras 
aplicaciones, no podrían ser valorizadas, encuentran ocasión de propiciar voluminosos 
lucros a sus propietarios. También en ese sentido, la industria bélica funciona como un 
factor anticrisis, en especial porque, en la fase imperialista, hay una tendencia creciente 
a la superacumulación (volveremos a esto más adelante, en el ítem 8.6). 
En suma, la industria bélica y su consecuencia, la guerra, son un excelente negocio 
para los monopolios en ella involucrados: la enorme destrucción de fuerzas productivas 
que la guerra realiza abre un inmenso campo para la reanudación de ciclos amenazados 
por la crisis.22 
Esas dos variables no resuelven, es claro, la problemática de las crisis, que son 
inherentes al capitalismo. Sin embargo, operan como un reductor a corto plazo de su 
incidencia y, por eso mismo, confieren a la industria bélica un papel de primer plano en 
la fase imperialista. 
8.5 La constitución de un sistema económico mundial 
En la fase mercantil del capitalismo, el comercio vinculó pueblos y regiones que 
hasta entonces no mantenían relaciones económicas; extendiendo y estrechando esas 
relaciones, el capitalismo competitivo creó, como vimos, el mercado mundial –se ve, 
22 No es casualidad, así, que el siglo del imperialismo, el siglo XX, haya sido el siglo de las guerras: se 
estima que ellas mataron cerca de 190 millones de personas, sin contar los tantos millones de mutilados. 
Informaciones se encuentran en G. Perrault (org), El libro negro del Capitalismo (Rio de Janeiro: Record, 
1999)
1 
así, el carácter abarcativo e inclusivo de las actividades capitalistas, explicable por la 
lógica del capital, valor que se tiene que valorizar, potencia que se tiene que expandir 
más allá de cualquier frontera. En una palabra, es trazo constitutivo del capitalismo su 
mundialización. 
El desarrollo capitalista implicó siempre una creciente división social del trabajo, 
propia de la producción mercantil (cf. Capítulo 3, ítem 3.1 y Capítulo 4, ítem 4.5). Tal 
división, sin embargo, no se restringe a las unidades productivas o a una región: en el 
curso de su mundialización, el capitalismo indujo a una división internacional del 
trabajo, con espacios nacionales especializándose (bajo el comando del capital) en 
determinados tipos de producción. Por eso mismo, el desarrollo del capitalismo, desde 
el punto de vista internacional, resultó siempre en una determinada jerarquización entre 
los países, con los más desarrollados estableciendo las relaciones de dominio y 
explotación, que nos referimos hace poco, sobre los menos desarrollados.23 
De hecho, en su expansión mundial, el desarrollo capitalista se presentó siempre con 
una doble característica –desigual y combinado. Se trata de un desarrollo desigual: en 
función de razones históricas, políticas y sociales, la dinámica capitalista opera en 
ritmos diferenciados en los diversos espacios nacionales, afectando tanto los países 
capitalistas como las relaciones entre ellos. Así, no se distinguen sólo países 
desarrollados y países atrasados, sino también el liderazgo entre países desarrollados se 
reveló mutable (piénsese en la sucesión histórica de esos países líderes: Portugal, 
España, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos) y, aún, países atrasados pudieron tornarse 
países desarrollados y viceversa (compárese la situación de Alemania y Japón a 
mediados del Siglo XIX y en el Siglo XX o la de Portugal en los Siglos XVI y XX)24. 
Además de eso, el desarrollo capitalista demostró, en lo que se refiere a los países 
atrasados, un desarrollo combinado, en la feliz expresión de León Trótski (1871-1940): 
presionados por el capital de los países desarrollados, los atrasados progresan a saltos, 
combinando la asimilación de las técnicas más modernas con relaciones sociales y 
23 Tales países, a lo largo del último siglo, tuvieron designaciones variadas: países coloniales, países 
semicoloniales, países subdesarrollados, países dependientes, países periféricos, países del Tercer Mundo, 
países emergentes, etc. En los años más recientes, para designar la distinción entre países desarrollados y 
países subdesarrollados, algunos autores pasaron a usar la oposición “Norte/Sur”, remitiéndose al hecho 
de que la mayoría de los subdesarrollados se encuentran en el hemisferio sur. 
24 Es preciso señalar, sin embargo, que la fase imperialista prácticamente bloqueó la posible evolución de 
la mayoría de los países atrasados a la condición de países desarrollados. Obsérvese que, en el comienzo 
del siglo XX, la relación entre la renta media del país más rico del mundo y la del más pobre era de 9 a 1 
y, en el final del mismo siglo, era de 60 a 1 (Fiori, en Fiori, org. 1999: 24).
1 
económicas arcaicas –y ese progreso no les retira la condición de economías 
dependientes y explotadas. 
Todos esos trazos y esas características se explicitaron y profundizaron con nitidez 
en la fase imperialista. La razón de esa profundización está en el hecho de que el 
capitalismo, en la fase de dominación de los monopolios, efectivamente se ha 
constituido como un sistema económico mundial: el imperialismo llevó a cabo y 
consolidó la vinculación de naciones y Estados de todo el planeta, estableciendo un 
flujo de conexiones que acabó por configurar una economía en que todos son 
interdependientes (sin prejuicio de las jerarquías y de las relaciones de dominación y 
explotación).25 Esa economía, 
siendo una economía productora de mercancías, no es regulada según un plano que 
determine el crecimiento sincronizado de sus varias partes componentes. Esas partes 
de desarrollan […] a los saltos y en proporciones desiguales. Cualquier desequilibrio 
que pueda haber resulta accidentalmente de su interacción mutua [… y] posee un 
carácter puramente temporario (Sweezy, 1962: 334-335). 
8.6 La economía del imperialismo 
El imperialismo es una fase del desarrollo del capitalismo; por eso mismo, las leyes 
(tendencias) que comandan la dinámica de ese modo de producción continúan operando 
en esa fase. Sin embargo, lo hacen sobre condiciones nuevas y de esas nuevas 
condiciones, que modifican la operación de aquellas leyes, derivan procesos y 
fenómenos antes inexistentes (o que antes no tenían la relevancia que, con el 
imperialismo, pasan a tener). 
Los monopolios representan un recurso del capital para aumentar lucros. Como 
Mandel resaltó, 
confrontado con el aumento de la composición orgánica del capital y con los riesgos 
crecientes de la amortización del capital fijo, en una época en que las crisis periódicas 
son consideradas inevitables, el capitalismo de los monopolios tiene por objeto en 
primer lugar, preservar y aumentar la tasa de lucro de los trusts. (Mandel, 1969: 94)26 
25 Evidentemente, la competencia establecida, de 1917 a 1989, entre el imperialismo y las experiencias 
socialistas del siglo XX afectó la dinámica del sistema capitalista, sin embargo, esa competencia, no 
impidió la constitución del sistema mundial aquí referido. 
26 El capital fijo fue caracterizado en la nota 6 del Capítulo 4.
1 
O sea: el objetivo de la organización monopolista es doble – obtener lucros por 
encima de la media (lucros extraordinarios monopolistas) y escapar de los efectos de la 
tendencia a la caída de la tasa de lucro. Para eso, entre otros procedimientos, es 
necesario un incremento de la explotación de los trabajadores; el monopolio realiza de 
hecho ese incremento27, más encuentra límites políticos para hacerlo a su gusto (cf. Los 
ítems 8.7 y 8.8). Por eso, los lucros extraordinarios de los que se beneficia el monopolio 
provienen básicamente de: 
a) fijación de un precio superior (precio de monopolio) al precio de mercado (cf. 
Capítulo 6, ítem 6.2) – a través de acuerdos entre sí, los sectores monopolistas 
productores de una misma mercancía que, por ser pocos, controlan su oferta en 
el mercado, aumentan sus precios28; aquí se evidencia claramente la diferencia 
entre el capitalismo competitivo y el capitalismo monopolista: en el primero, “la 
empresa individual acepta los precios (de mercado), mientras que en el 
capitalismo monopolista la gran empresa es quien hace el precio (Baran y 
Sweezy, 1974: 61)” 
b) apropiación de parte de la plusvalía de sectores no monopolizados por los 
monopolios, a través de la imposición (por los grupos monopolistas) de precios 
inferiores al valor de las mercancías que compran de los sectores no 
monopolizados; esa presión de los monopolistas sobre los no monopolistas es 
subrayada por Sweezy (1962: 318), al recordar que un lucro extra “de los 
monopolistas viene principalmente de los bolsos de sus colegas capitalistas”; 
c) ventajas que las empresas capitalistas, dadas sus dimensiones, disfrutan en 
relación a las empresas medias y pequeñas y a los sectores no monopolizados. 
Tales ventajas se revelan especialmente en términos de eficiencia: de acuerdo 
con Mandel (1969,3: 104), tomando por base datos ingleses y norteamericanos, 
se verifica que el “producto líquido por asalariado” crece a medida que crece el 
número de asalariados. 
27 Cf. la nota 8 del capítulo 5 y, aún: “En 1910, era de 50 el número de horas de trabajo por semana en las 
categorías sindicalizadas, pero en los ramos no sindicalizados era, en promedio, de 60 a 65. En la 
industria norteamericana del hierro y del acero un día de trabajo de 12 horas era aún considerado una cosa 
normal hasta 1914. En Gran Bretaña y en Alemania, la semana de trabajo antes de la Primera Guerra 
Mundial era de 48 a 60 horas” (Varga, 1963: 36) 
28 El poder de los monopolios, por otra parte, está directamente ligado al control de los mercados; Sweezy 
(1962: 308) observó que las organizaciones monopolistas tienen por objetivo, “deliberadamente, […] 
aumentar los lucros por medio del control monopolista del mercado”.
1 
No se puede, sin embargo, encontrar una única causa que explique los lucros 
monopolistas; de hecho, tales lucros también se deben a otras variables. Por ejemplo, los 
favores y el tratamiento diferenciado que los monopolios reciben del Estado, que 
controla y que defiende sus intereses, o el más fácil acceso de los monopolios a las 
innovaciones tecnológicas; o aún: las ganancias extraordinarias que la exportación del 
capital productivo a los países subdesarrollados propicia a los monopolios29. 
Lo que importa resaltar es que los lucros monopolistas no violan la ley del valor ni 
suprimen la competencia y la anarquía del mercado. Por una parte, la ley del valor se 
mantiene porque los superlucros de firmas “operando con una productividad del trabajo 
encima de la media solo podrán ser explicados por una transferencia de valor a costa de 
las firmas que operan con una productividad del trabajo abajo de la media” (Mandel, 
1982: 69) – así, la existencia de superlucros implica la existencia de lucros debajo de la 
media, confirmando, pues, las implicaciones de la ley del valor: “la masa total de 
plusvalía […] es dada por el proceso de producción […] y la suma total de los precios 
de producción debe corresponder a la suma total de esa plusvalía” (id. Ibid.: 68). Por 
otra, el control de los mercados por los monopolios en nada se asemeja a un 
planeamiento racional para abastecer la necesidad social de bienes;30 de hecho, el 
“capitalismo organizado” de los monopolios, reduciendo el peso de la competencia 
generalizada que caracterizó la fase anterior del capitalismo, pone en el centro de la 
actividad económica la competencia entre los monopolios; los acuerdos que hacen entre 
sí son siempre alianzas temporarias, coyunturales: 
Los cárteles fijan cuotas de producción y de exportación, dividen el mercado mundial 
conforme la capacidad y la productividad de las empresas que de ellos participan en el 
momento de constitución del cartel. Pero esas relaciones mutuas son inestables. 
Bastan avances técnicos, invenciones o una expansión de la capacidad que provoquen 
un cambio en la correlación de fuerzas entre esas empresas para que aquella que se 
siente en la competencia para rompa el acuerdo con el fin de obtener una mayor 
participación en el reparto del mercado (Mandel, 1969,3: 118). 
29 Cuando aplicados productivamente en los países subdesarrollados, los capitales monopolistas son 
invertidos en sectores donde la tasa de lucro se presenta superior a la tasa media de lucro de los países 
centrales. Todos los estudios muestran que, así aplicados, los capitales monopolistas tienen tasas de lucros 
mucho mayores en el exterior que en sus propios países. 
30 “De conjunto, el capitalismo monopolista es tan sin planificación como su predecesor, el capitalismo 
competitivo” (Baran y Sweezy, 1974: 61)
1 
También los superlucros tienen límites: así como se acaba por establecer una tasa 
media de lucro, también se acaba por fijar una tasa media de superlucros – y aunque la 
existencia de una doble tasa sea un fenómeno propio del imperialismo, salvo coyunturas 
excepcionales, la tendencia a la caída de la tasa de lucro continúa haciéndose sentir en el 
capitalismo de los monopolios. 
Un hecho característico del período imperialista es el crecimiento extraordinario del 
excedente económico –vale decir, de la masa de plusvalía-, explicable por el grado de 
concentración y centralización del capital. Se procesa una acumulación tamaña que el 
fenómeno de la superacumulación (cf. Capítulo 5, ítem 5.1) adquiere un peso nuevo: la 
propia acumulación es perturbada, una vez que no hay cómo encontrar ramas o sectores 
capaces de ofrecer a las posibles inversiones los lucros buscados por los capitalistas. 
Se constata que la fase imperialista, manteniendo y acentuando las contradicciones 
elementales del modo de producción capitalista, introduce nuevas tensiones en la 
dinámica económica. Dos de ellas merecen mención. 
Una de ellas se refiere a la expansión de la producción: todos los estudios muestran 
que, bajo el dominio de los monopolios, que reúnen condiciones para promover un 
enorme incremento de la producción, el crecimiento económico es corto en sus 
posibilidades concretas. Es política deliberada de los monopolios sólo ampliar la 
producción cuando hay garantía de realización (venta) de sus mercancías; además, la 
“disminución radical de la producción es el arma más eficaz de los trusts para revertir la 
tendencia a la caída de los precios y provocar un alta” (Mandel, 1969,3: 107). Por eso 
mismo, se registran repetidamente, bajo el imperialismo, coyunturas en las cuales la 
capacidad productiva existente es subutilizada, como revela la economía 
norteamericana: 
Entre 1920 y 1940, la siderurgia norteamericana utilizó en promedio, anualmente, 
59,2% de su potencial total. En el conjunto de la industria manufacturera de los 
Estados Unidos, durante los años del boom de 1925 a 1929, la capacidad productiva 
utilizada fue de 80%. En 1947, ella alcanzó el mismo porcentual, cayendo, en 1954, a 
75% (Mandel, 1969,3: 234). 
La otra se relaciona a la cuestión de la innovación tecnológica. Al mismo tiempo en 
que los avances científicos y técnicos propician innovaciones extraordinarias, su
1 
incorporación por los monopolios se hace en un ritmo mucho menor de lo que aquel 
sería posible. Poco importa si las innovaciones surgen más frecuentemente en empresas 
pequeñas o grandes31; lo que importa es que, al contrario de lo que generalmente se 
piensa, la incorporación de las innovaciones a la producción es más lenta en la fase 
imperialista, comparativamente al capitalismo competitivo: 
Es claro que la empresa gigante será guiada no por la lucratividad del nuevo método 
considerado aisladamente, más por su efecto líquido sobre la lucratividad global de la 
firma. Y esto significa que en general habrá una tasa más lenta de introducción de 
innovaciones que en el sistema competitivo (Baran y Sweezy, 1974: 99: itálicas 
nuestras). 
La economía del imperialismo tiene su anatomía más clarificada en la medida en 
que el lector relacione las características que acabamos de mencionar con todo lo que 
estamos viendo en este capítulo, desde el ítem 8.3. Más otros trazos de esa economía 
aún precisan ser mencionados –lo que será hecho en la secuencia de este capítulo. 
8.7. El período “clásico” del imperialismo 
En su trayectoria de poco más de un siglo, el imperialismo sufrió significativas 
transformaciones. En la historia de esa fase del MPC, se pueden distinguir por lo menos 
tres períodos: el período “clásico” que, según Mandel, va de 1890 a 1940, los “años 
dorados”, del fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la entrada de los años setenta32 y 
el capitalismo contemporáneo, de mediados de los años setenta a los días actuales. Si, 
como en toda periodización histórica, esa cronología es puramente indicativa, lo que nos 
impronta subrayar es que, a pesar de todas las transformaciones que vamos a señalar, 
toda esa fase del capitalismo se desenvuelve bajo la égida de los monopolios –lo que 
significa decir que el imperialismo se mantiene en plena vigencia en la entrada del 
siglo XXI. 
31 Actualmente, existe una tendencia a considerar las pequeñas empresas, más ágiles, como las más 
innovadoras –todavía, lo que cuenta es la utilización de las innovaciones, y en ese terreno el poder del 
monopolio es incuestionable. Además, “ser comprada o absorbida [por las empresas gigantes] es, con 
frecuencia, la ambición final de la pequeña empresa” (Baran y Sweezy, 1974: 81). 
32 El capitalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial es designado por algunos autores como 
capitalismo monopolista de Estado (P. Boccara, G. Koslov) y, por otros, como capitalismo tardío (E. 
Mandel) –y esas designaciones diversas señalan diferentes interpretaciones.
1 
Las características del período “clásico” del imperialismo, que fue interrumpido por 
la eclosión de la Segunda Guerra Mundial, ya fueron suficientemente mencionadas en 
los ítems precedentes. Muy especialmente, cabe resaltar que, en ese período, las crisis se 
manifestaron con violencia (1891, 1900, 1907, 1913, 1921, 1929 y 1937-1938); más 
ninguna de ellas se compara, por sus impactos, con la crisis de 1929, que tuvo una 
magnitud catastrófica. Incluso es posible afirmar que la crisis de 1929 obligó a los 
dirigentes capitalistas a ensayar alternativas político-económicas que, en el período 
siguiente, el de los “años dorados” (1945-finales de los años sesenta/inicios de los años 
setenta), serían implementadas por las principales potencias imperialistas. 
La crisis de 1929 evidenció para los dirigentes más lúcidos de la burguesía de los 
países imperialistas la necesidad de formas de intervención del Estado en la economía 
capitalista. Registramos que el Estado burgués siempre intervino en la dinámica 
económica, garantizando las condiciones externas para la producción y acumulación 
capitalistas (cf. arriba, el ítem 8.1); pero la crisis de 1929 reveló que nuevas 
modalidades interventivas se tornaban necesarias: se hacía imperativa una intervención 
que envolviese las condiciones generales de la producción y de la acumulación. Esa era 
una exigencia estrictamente económica; más el contexto socio-político en que ella se 
produjo condicionó largamente la modalidad en que fue implementada. 
Ese contexto estaba marcado por dos fenómenos, que además se interrelacionaron. El 
primero se relacionaba al nivel de organización y combatividad de amplios sectores 
obreros: en la Europa Occidental y Nórdica industrializada, partidos políticos 
representativos de los trabajadores ganaban expresión y, venciendo obstáculos legales, 
desarrollaban políticas de masas y llegaban a los parlamentos; por otra parte, el 
movimiento sindical obrero, desde la última década del siglo XIX, adquiría consistencia 
y densidad, levantando banderas que movilizaban grandes contingentes de trabajadores. 
El segundo se refiere a la Revolución de Octubre, dirigida por los bolcheviques en 
Rusia, en 1917: la creación del primer Estado proletario, simbolizando un conjunto de 
promesas hace mucho inscripto en el imaginario de los trabajadores, atrajo la simpatía y 
la adhesión de las vanguardias obreras, más allá de significar un duro golpe contra el 
imperialismo. Más que el efecto económico de la Revolución Rusa (que estrechó el 
mercado externo para los imperialistas), lo que produjo un temor real en la burguesía de 
Occidente fue la posibilidad de “contagio”: para ella, se trataba de aislar la experiencia 
socialista e impedir que “sus” trabajadores siguiesen el ejemplo que venía del Este –y, 
finalizada la Primera Guerra Mundial, eran muchas las señales que apuntaban en esa
1 
dirección33, inclusive el surgimiento de los Partidos Comunistas, estimulados por la 
creación de la Internacional Comunista (fundada en Moscú, en 1919, y después 
conocida como Tercera Internacional). 
En la secuencia de la crisis de 1929, en aquellas sociedades donde las ideas 
democráticas tenían raíces más hondas y/o el movimiento obrero y sindical no registró 
derrotas, la nueva forma de intervención del Estado en la economía no violentó la 
democracia política, tal como existía –es lo que se constata en la experiencia de Europa 
Nórdica, de Inglaterra, de Francia y de los Estados Unidos. En los países donde tales 
tradiciones eran débiles (Italia) y/o donde el movimiento obrero fue más golpeado 
(Alemania), la intervención del Estado se dio conforme la naturaleza antidemocrática 
del capital, llevada al extremo por los monopolios: con la supresión de todos los 
derechos y garantías al trabajo y a los trabajadores, instaurándose el régimen político 
más adecuado al libre desarrollo de los monopolios- el fascismo. 
En efecto, el fascismo – aparte, sus rasgos adjetivos, como el racismo, en el caso del 
nazismo alemán, o el clericalismo, como en el caso de Portugal de Salazar (Antonio de 
Oliveira Salazar, 1889-1970) y en el caso de España de Franco (Francisco Franco, 
1892-1975) –es un régimen político ideal para los monopolios o para el establecimiento 
de la dominación de los monopolios. No es casualidad que el período “clásico” del 
imperialismo haya sido el de la ascensión, del prestigio y de la dominación del 
fascismo. Sin embargo, son equivocados los análisis según los cuales el fascismo se 
había agotado con la derrota que sufrió en 1945; de hecho, desde que existe el control 
monopolista de la economía, la posibilidad del fascismo es siempre real. 
La modalidad fascista de intervenir en la economía para garantizar las condiciones 
generales de la producción y de la acumulación capitalistas es conocida: el terrorismo 
de Estado inmoviliza y/o destruye las organizaciones de los trabajadores, regula la masa 
salarial conforme el interés de los monopolios, favorece descaradamente al gran capital, 
militariza la vida social e invierte fuerte en la industria bélica; en el límite, de que es 
caso ejemplar la Alemania hitlerista (Adolf Hitler 1889-1945), avanza hacia la 
ocupación de territorios, asalta sus riquezas y fuerzas productivas y brinda al gran 
capital fuerza de trabajo esclavo (no se olvide que, en los campos de trabajo forzado de 
33 En la secuencia del fin de la Primera Guerra Mundial, “en Alemania, 7.000.000 de trabajadores 
participaron de huelgas políticas y económicas en 1920. De 1918 a 1921, la media anual de trabajadores 
que entraban en huelga en Gran Bretaña fue de casi 2 millones; la huelga de los mineros en 1921, acarreó 
la pérdida de 72.000.000 de días de trabajo. Hubo también grandes huelgas en Francia, Italia y Estados 
Unidos” (Varga, 1963: 52).
1 
la Alemania nazi, los prisioneros servían a los grandes monopolios alemanes, que no 
fueran penalizados después de la capitulación). 
En los países donde el fascismo no se presentó como la solución posible para el 
monopolio, en los años treinta se ensayaron referencias que fueron desarrolladas 
después del 45 –se comprende que tales ensayos no fuesen profundizados en aquella 
década, ya que la agresión fascista los había interrumpido (piénsese en las experiencias 
avanzadas de Francia del “frente popular” de 1936/1939 o, con menos vigor, las del 
New Deal de Roosevelt [F. D. Roosevelt, 1882-1945]).34 Tales ensayos consistían en 
una activa intervención del Estado sea en el nivel de las inversiones, estimulándolas 
directamente (inclusive con el Estado operando como empresario capitalista en sectores 
clave de la economía), sea en lo que respecta a la reproducción de la fuerza de trabajo, 
eximiendo al capital de parte de sus gastos (a través de programas sociales 
correspondientes a agencias estatales). En lo inmediato de la posguerra, tales ensayos 
serían implementados, pero ahora con el apoyo de innovaciones teóricas y con el 
objetivo de regular los ciclos económicos. 
Un soporte teórico era también necesario, una vez que ese tipo de intervención 
estatal contrariaba los dogmas del pensamiento liberal- conservador, para el cual el 
papel del Estado, formalmente, debería ser mínimo (“Estado sereno”). El principal 
responsable por esa innovación fue Keynes (cf. la nota 8 de la Introducción): intelectual 
sofisticado que expresaba la vanguardia de la burguesía inglesa, cuyos intereses 
económicos defendió competentemente, en 1936 publicó la obra –Teoría general del 
empleo, del interés y del dinero- que, por décadas, habría de legitimar el 
intervencionismo estatal. De acuerdo con Keynes, el capitalismo no dispone espontánea 
y automáticamente de la facultad de utilizar enteramente los recursos económicos, sería 
preciso, para tal utilización plena (que evitase las crisis y sus consecuencias, como el 
desempleo masivo), que el Estado operase como un regulador de las inversiones 
privadas a través del direccionamiento de sus propios gastos –en una palabra, Keynes 
atribuía un papel central al presupuesto público en cuanto inductor de inversiones. En 
las tres décadas que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial, las ideas de Keynes 
(“las políticas keynesianas”) experimentarían gran éxito. 
8.8. Los “años dorados” de la economía imperialista 
34 Algunos países de la Europa Nórdica –Suecia, Finlandia- pudieron avanzar en esas expresiones desde 
1930;estudio que parcialmente da cuenta de eso es el de Adam Przeworsky, Capitalismo y social-democracia 
(San pablo, Compañía de las Letras, 1991)
1 
Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el pasaje de los años sesenta a los 
setenta, el capitalismo monopolista vivió un período único en su historia, período que 
algunos economistas designan como los “años dorados” o, incluso, las “tres décadas 
gloriosas”. Fueron quizás treinta años en que el sistema presentó resultados económicos 
nunca vistos, y que no se presentarían más: las crisis cíclicas no fueron suprimidas35, 
más sus impactos fueron disminuidos por la regulación puesta por la intervención del 
Estado (en general, bajo la inspiración de las ideas de Keynes) y, sobre todo, las tasas de 
crecimiento se mostraron muy significativas. 
Vale señalar este último fenómeno. Entre 1950 y 1970, la producción industrial de los 
países capitalistas desarrollados aumentó, en su conjunto, 2,8 veces” (Koslov, dir., 
1977: 365); la producción industrial norteamericana creció 5,0% entre 1940 y 1966; 
entre 1947 y 1966, la de Japón creció 9,6% y la de sesis países entonces reunidos en la 
Comunidad Económica Europea creció 8,9% (Mandel, 1982: 99); ya el producto interno 
bruto (PBI/conjunto de todos los bienes y servicios producidos) de los países 
capitalistas avanzados aumentó anualmente, entre 1950 y 1973, en 4,9% y, entre 1960 
y1968, el crecimiento medio anual de la economía de Estados Unidos fue de 4,4%, de 
Japón de 10,4%, de Alemania Occidental de 4,1%, de Francia de 5,4% y de Inglaterra 
de 3,8% (Harvey, 1993: 126-128). En los años sesenta, los seis países capitalistas 
centrales (Estados Unidos, Japón, Alemania Occidental, Francia, Gran Bretaña e Italia) 
“registran en media un fuerte crecimiento (entre 5 y 6 por ciento al año) y un nivel de 
tasa de lucro igualmente elevado” (Husson, 199: 29). 
Lo paradojal es que ese desempeño fue alcanzado en un período histórico en que el 
capitalismo y el orden burgués se vieron ampliamente criticados y cuestionados. Tres 
procesos, todos mutuamente relacionados, conferirán bases reales y prácticas a ese 
cuestionamiento. De una parte, habiendo sido la fuerza decisiva en la victoria contra el 
fascismo, la Unión Soviética pasó a disfrutar de gran prestigio y poder, ahora no más 
aislada, sino cercada por un conjunto de países que, liberados de la ocupación nazi, 
romperán con el capitalismo y se dispondrán a la experiencia socialista. De otra, 
especialmente en la Europa Nórdica y Occidental (a excepción de España y Portugal, 
donde las dictaduras fascistas se prolongarán hasta mediados de los años setenta), el 
movimiento obrero y sindical y los partidos ligados a los trabajadores conquistarán 
enorme legitimidad, imponiendo límites y restricciones efectivos a los monopolios. En 
35 En las “tres décadas de oro” se registraron crisis en 1949, 1953, 1958, 1961 y 1970.
1 
ese mismo período, ganó dimensión mundial la movilización anticolonialista que, al fin, 
acabó por destruir los imperios coloniales – con la exitosa lucha por la liberación 
nacional a veces derivando en expresivas opciones por el socialismo (fue el caso de 
China, de Vietnam, de varias naciones africanas y, en América, de Cuba). 
La dirección militar, política y económica del sistema imperialista, a partir de la 
derrota del Eje (Alemania/Italia/Japón), se transfirió de Europa para Estados Unidos. 
También victoriosos en 1945, más saliendo de la guerra en condiciones de fuerza 
(recuérdese que su territorio no fue palco de operaciones bélicas), los Estados Unidos se 
impusieron a las otras potencias imperialistas (victoriosas como Francia e Inglaterra, y 
derrotadas, como Alemania, Italia y Japón) como país líder del mundo capitalista – y 
ese liderazgo a pesar de las contradicciones interimperialista, jamás fue seriamente 
impugnado. Desde entonces, y hasta la crisis que llevó al colapso las experiencias 
socialistas (1989), los Estados Unidos capitanearán lo que llamaban la “lucha contra el 
peligro rojo”: el combate al comunismo y a todas las ideas sociales avanzadas tuvo en 
Estados Unidos su centro irradiador, sea a través de la conducción de la Guerra Fría y 
la carrera armamentista36, sea de intervenciones abiertas (Corea, 1950-1953, Vietnam, 
1963-1975) o veladas (Irán, 1952, Congo, 1961, Indonesia, 1965, la lista es infinita…), 
sea reprimiendo la divergencia en sus propias fronteras (de que el macartismo fue el 
ejemplo más emblemático, pero no el único). 
Precisamente en ese marco, la economía del imperialismo registró cambios importantes. 
El primero de ellos se refiere a la exportación de capitales, que ya tratamos 
anteriormente (cf., arriba, el ítem 8.3); la importancia de esa exportación no decrece, 
pero sus flujos se alteran significativamente: si, en el período anterior (del imperialismo 
“clásico”), ella se dirigía de los países centrales a los periféricos, ahora se dirige 
especialmente para otros países centrales – esto es, el flujo mayor de capitales 
imperialistas gira entre los propios países imperialistas: escribiendo a comienzos de los 
años sesenta, un ilustre economista señalaba entonces que “gran parte del capital 
exportado va de un país altamente desarrollado para otro, principalmente para construir 
subsidiarias para las firmas monopolizadoras” (Varga, 1963: 151). Las transferencias a 
36 Los gastos norteamericanos en armas, durante la Guerra Fría, alcanzarán cifras estratosféricas: en 1962, 
fueron de 65 billones de dólares (Varga, 1963: 150). “En 1959, los Estados Unidos tenían […] un total de 
275 grandes bases en 31 países y más de 1.400 bases en el exterior […]. Esas bases costaban 
aproximadamente 4 billones de dólares y eran ocupadas por aproximadamente un millón de soldados 
americanos” (Baran y Sweezy, 1974: 192). “En los Estados Unidos, en 1974, los gastos militares 
comprenderán el 31% de los gastos del presupuesto federal; en Francia, 17,4%, en la República Federal 
de Alemania, 21,6% y, en Gran Bretaña, 20,1%” (Koslov, dir., 1981: 264).
1 
países periféricos pasarán a ser sobretodo empréstitos de Estado (imperialista) a Estado 
(periférico). 
Pero el cambio que ha merecido la mayor atención de los estudiosos es respecto a la 
propia organización del trabajo industrial. Todavía en el período “clásico” del 
imperialismo, la “gerencia científica” de Taylor (cf. Capítulo 4, ítem 4.4) fue objeto de 
un desarrollo significativo, gracias a las adaptaciones que sufrió en manos de Henry 
Ford (1863-1947), que se tornaría el jefe de uno de los mayores monopolios de la 
industria automovilística. Inicialmente implementada en la producción de vehículos 
automotores, esa forma de organización – el llamado taylorismo-fordismo – acabó por 
tornarse el patrón para toda la producción industrial y se universalizó en los años 
dorados del imperialismo. Una cita, aunque larga, es necesaria para esclarecer el patrón 
dominante de la industria capitalista en el segundo período de la fase imperialista: se 
trata del patrón basado 
en la producción en masa de mercancías, apartir de una producción más 
homogeneizada y enormemente verticalizada. En la industria automovilística 
taylorista y fordista, gran parte de la producción necesaria para la fabricación 
de vehículos era realizada internamente, recurriéndose apenas de manera 
secundaria al suministro externo, al sector de autopartes. Era necesario también 
racionalizar al máximo las operaciones realizadas por los trabajadores, 
combatiendo el “desperdicio” en la producción, reduciendo el tiempo y 
aumentando el ritmo de trabajo, buscando la intensificación de las formas de 
explotación. 
Ese patrón productivo se estructuró en base al trabajo parcelado y 
fragmentado, en la descomposición de las tareas que reducpia la acción obrera 
a un conjunto repetitivo de actividades cuya sumatoria resultaba en el trabajo 
colectivo productor de vehículos. Paralelamente a la pérdida de destreza de la 
labor obrera anterior, ese proceso de desantropomorfización del trabajo y su 
conversión en apéndice de la máquina-herramienta dotaban al capital de mayor 
intensidad en la extracción de sobretrabajo. La plusvalía extraída 
extensivamente, por el prolongamiento de la jornada de trabajo y del 
crecimiento de su dimensión absoluta, se intensificaba de modo prevaleciente a 
su extracción intensiva, dada por la dimensión relativa de la plusvalía. […] 
Una línea rígida de producción articulaba los diferentes trabajos, tejiendo 
vínculos entre las acciones individuales de las cuales la línea de montaje hacía
1 
las interligazones, dando el ritmo y el tiempo necesarios para la realización de 
las tareas. Ese proceso productivo se caracterizó, por lo tanto, por la mezcla de 
la producción en serie fordista con el cronómetro taylorista, más allá de una 
separación nítida entre elaboración y ejecución. Para el capital, se trataba de 
apropiarse del savoir-faire del trabajo, “suprimiendo” la dimensión intelectual 
del trabajo obrero, que era transferida para las esferas de la gerencia científica. 
La actividad del trabajo se reducía a una acción mecánica y repetitiva 
(Antunes, 1999: 36-37). 
La extensión universal (envolviendo todos los países capitalistas centrales y, de algún 
modo, parte de los países que se estaban industrializando) del patrón fordista-taylorista 
se vinculó a la hegemonía norteamericana; y también a esta se ligó la expansión del 
american way of life, es decir, del “estilo de vida” norteamericano, promovido 
especialmente a partir de la década del cincuenta. En esa expansión, que impuso – no 
sin resistencias – valores específicamente norteamericanos a pueblos de distintas 
tradiciones culturales, inclusive tornando el inglés la “lengua mundial”, fue relevante el 
papel de la industria cultural 8prensa, radio, cine, discos, televisión). Por cierto, una 
característica de los “años dorados” del imperialismo fue consolidar (una vez que los 
principios de ese fenómeno venían del período anterior) la dominación de los medios de 
expresión y de circulación de ideas por el gran capital –en el período posterior a la 
Segunda Guerra Mundial, es ilustrativo el papel desempeñado por los monopolios de la 
producción cinematográfica. 
Otros tres trazos propios del imperialismo de los “años dorados” se van a consolidar 
y extender en ese período. El primero se refiere al crecimiento de una práctica que, 
hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, no tenía gran importancia en la vida 
económica: el crédito al consumidor. A partir de finales de los años cuarenta esa 
práctica se extiende y se convierte en un mecanismo institucional sin el cual la ya 
conocida tendencia al subconsumo de masas se tornaría fuertísima; en efecto, el sistema 
de ventas a crédito al consumidor, generalizándose entonces, redujo la fuerza de aquella 
tendencia y amplió significativamente la posibilidad de realización de un amplio 
abanico de mercancías (desade las más leves como vestimenta, hasta aquellas más 
durables, como equipamientos domésticos y automóviles). 
El segundo se relaciona a la inflación. Para que la circulación mercantil pueda 
realizarse sin problemas, hay que disponer de una determinada cantidad (masa) 
indispensable de dinero. Esa cantidad depende de dos variables: a) de la suma de los
1 
precios de las mercancías en circulación y b) de la velocidad de circulación del dinero – 
cuanto mayor ese velocidad, menor será la cantidad necesaria y viceversa. Supóngase 
que en un año se venden mercancías en un total equivalente a $ 1.000.000 y que cada 
peso recorra, en promedio, 50 veces el ciclo completo de la circulación (que consiste en 
pasar del comprador al vendedor y viceversa); la masa de dinero necesaria será la suma 
de precios de todas las mercancías dividida por la velocidad de circulación del dinero: 
1.000.000 = $ 20.000 
De esa masa de dinero se deben excluir los equivalentes de las mercancías vendidas 
a crédito y de los pagos que se compensan mutuamente, así como en ella deben incluirse 
los equivalentes de los créditos a vencer. 
Cuando los billetes y monedas sin valor intrínseco que sustituyen a la forma histórica 
original del dinero (el oro) tienen su valor total equivalente a la cantidad de oro 
necesaria a la circulación mercantil, su poder adquisitivo coincide con el dinero bajo la 
forma de oro – se dice, entonces, que tienen respaldo: pueden ser convertidos en oro. 
Pero, frecuentemente, el Estado (que, como autoridad monetaria, dispone del monopolio 
de la emisión de billetes y monedas y de la guarda, en su Tesoro o Banco Central, de la 
cantidad de oro que sirve de respaldo a su moneda), para hacer frente a los gastos que 
no puede cubrir con lo que recauda, emite más billetes y monedas de lo que corresponde 
a su reserva de oro. Por ejemplo: el estado emite los $ 20.000 mencionados en la 
ilustración más arriba, disponiendo del equivalente en oro, pero, frente a una situación 
extraordinaria o de necesidad de saldar gastos, emite otros $ 20.000 sin que haya sido 
alterada la cantidad de respaldo en oro y de mercancías en circulación; entonces, para 
adquirir mercancías que, sin la emisión suplementaria, costarían $ 1, ahora serán 
necesarios $ 2 – es que la moneda fue depreciada, su poder adquisitivo fue reducido. Es 
en eso que básicamente consiste la inflación – que no deriva sólo de la emisión 
extraordinaria del Estado, también de la emisión de títulos de créditos por los 
establecimientos bancarios. 
Ese fenómeno, que puntualmente ocurrió en el siglo XIX, gana incidencia frecuente 
en la fase imperialista y, en los “años dorados” adquierepeso tal que algunos 
economistas, como Mandel, llegan al punto de referirse a una inflación permanente. En 
el contexto de ese período del imperialismo, sin embargo, la inflación no sólo penaliza a 
los asalariados en general y los trabajadores en particular; ella pasa a ser funcional al 
capitalismo de los monopolios, como aclara una analista inspirada en Mandel:
1 
La expansión del crédito y de las medidas anticíclicas por intermedio del poder 
público (producción de armamentos, políticas sociales, etc.) van a imponer la 
emisión de papel-moneda más allá del respaldo en oro. De esa forma, se 
asegura el volumen de capital ficticio37para evitar las crisis de superproducción. 
La inflación permanente en el capitalismo tardío cumple algunos objetivos, 
como: ocultar la reducción de valor de las mercancías; facilitar la acumulación 
de capital; disimular la alta tasa de plusvalía; y resolver temporariamente las 
dificultades de realización por medio de la expansión del crédito (Behring, 
1998: 134). 
En el imperialismo de los “años dorados”, la inflación se tornó un instrumento 
mediante el cual, entre otros expedientes, los monopolios succionaron recursos del 
conjunto de la sociedad y garantizaron la elevación de precios de las mercancías que 
producían. 
Por último, otro trazo de ese período del imperialismo fue el enorme crecimiento del 
llamado sector terciario – o sector de servicios38, donde heterogéneamente se incluyen 
actividades financieras y de seguros, comerciales, publicitarias, médicas, educacionales, 
hoteleras, turísticas, de entretenimiento, de vigilancia privada, etc. Ese sector, donde 
prevalece nítidamente el trabajo improductivo (cf. Capítulo 4, ítem 4.6.), pasó a ocupar, 
progresivamente, una gran masa de asalariados, muy diferenciados entre sí (desde 
trabajadores sin ninguna cualificación a especialistas, técnicos y profesionales de nivel 
universitario). Para tener una idea de la hipertrofia del sector terciario, basta observar 
cómo creció la fuerza de trabajo en él ocupada: de 36,8% (1910) a 62,1% (1970), en los 
Estados Unidos; de 22,2% (1907) a 41,9% (1970) en la entonces Alemania Federal; de 
39,7% (1911) a 50,3% (1966) en Gran Bretaña; de 26% (1911) a 47,8% en Francia y de 
16,5% (1920) a 38% (1970) en Brasil (datos compilados por P. Singer, “Presentación” a 
Mandel, 1982: XXX). 
Además de actividades socialmente útiles, como las referidas a la educación y la 
salud – muchas de ellas fomentadas por las políticas sociales, a que aludiremos más 
adelante -, en ese sector se inscriben negocios y organizaciones claramente 
37 Aludiremos al capital ficticio en el Capítulo 9, ítem 9.5. 
38 El economista anglo-austríaco Colin Clark (1905-1989) dividió la actividad económica en tres sectores: 
el primario, envolviendo la agricultura, la silvicultura, la ganadería, la pesca y las industrias 
extractivistas; el secundario, envolviendo el conjunto de las industrias (excepto las extractivistas); y el 
terciario, cubriendo las demás actividades. Una crítica a las elaboraciones de Colin Clark fue elaborada 
por Marc Riviere, en la obra Economía burguesa y pensamiento tecnocrático (Rio de Janeiro, Civilizacao 
Brasileira, 1966).
1 
parasitarios, algunos limítrofes con la ilegalidad, y que operan como mecanismo de 
“quema” del fabuloso excedente producido en la fase imperialista. Dos de esos 
mecanismos, por cierto lícitos, fueron clásicamente analizados por Baran y Sweezy 
(1974: 117-179): la campaña de ventas, en que es central el papel de la publicidad, y los 
fabulosos gastos de la administración civil, más exactamente la burocracia estatal. 
La hipertrofia del sector terciario, que proseguirá en el último período del 
imperialismo (período que estudiaremos en el próximo capítulo), constituye uno de los 
fenómenos más típicos del capitalismo de los monopolios.39 En ella se expresa una de 
las más fuertes tendencias del modo de producción capitalista: la tendencia a 
mercantilizar todas las actividades humanas, sometiéndolas a la lógica del capital – en 
efecto, mediante los “servicios”, toman carácter de mercancía el trato de la educación, 
de la salud, de la cultura, del entretenimiento y los cuidados personales (a enfermos, a la 
tercera edad, etc.). 
8.9. La intervención estatal en los “años dorados” 
Páginas atrás (en el ítem 8.6.), sumariamos los trazos elementales de la economía 
política imperialista. Cuando se analizan los “años dorados”, en sintonía con aquellos 
trazos, vemos que en ellos el capitalismo monopolista explicita más directamente sus 
características: 
a) la inversión se concentra en los sectores de mayor competencia, ya que la 
inversión en los sectores monopolizados se torna progresivamente más difícil; 
b) las tasas de lucros tienden a a ser más altas en los sectores monopolizados; 
c) la tasa de acumulación se eleva, acentuando la tendencia descendiente de la tasa 
media de lucro; 
d) crece la tendencia a economizar trabajo vivo, con la introducción de las 
innovaciones tecnológicas; 
e) se mantiene, aunque reducida, la tendencia al subconsumo; 
39 Escribiendo a principios de la década del sesenta, cuando los “años dorados” estaban en auge, observó 
correctamente un autor, refiriéndose a los servicios públicos: “El capitalismo monopolista se caracteriza 
por una inflación del sector terciario […que] es relativa: en los Estados capitalistas modernos, si por un 
lado crecieron desmesuradamente los efectivos del ejército y la policía, por otro lado el número de 
profesores, médicos, enfermeras es nítidamente inferior a las necesidades reales de la sociedad (Riviere, 
1966: 33)
1 
f) los precios de las mercancías (y servicios) producidos por los monopolios tienden 
a crecer progresivamente; 
g) los costos de venta suben, ya que el sistema de distribución tiende a la hipertrofia; 
h) la inflación se cronifica. 
Si el lector tiene presentes todas las determinaciones teóricas que fueran tematizadas 
anteriormente y considera la argumentación expresada en este capítulo, concluirá – 
correctamente – que la fase imperialista no presenta ninguna solución efectiva para 
ninguna de las contradicciones inmanentes al modo de producción capitalista. Al 
contrario, acentúa la anarquía de la producción y la competencia (entre los monopolios, 
entre los sectores monopolizados y no monopolizados) y conduce todas las 
contradicciones al nivel máximo – especialmente porque profundiza exponencialmente 
la contradicción básica del modo de producción capitalista: la contradicción, ahora 
extendida a escala mundial, entre la socialización de la producción y la apropiación 
privada del excedente (cf. Capítulo 7, ítem 7.3.). Además, introduce nuevas 
complicaciones que tensionan todavía más aquellas contradicciones, entre las cuales la 
“contradicción entre los pueblos coloniales y semicoloniales, de un lado, cuya miseria y 
cuyo desarrollo económico bloqueado representan la principal fuente de superlucros de 
los monopolios y, del otro, las grandes burguesías metropolitanas (Mandel, 1969, 3: 
119). 
Para administrar tales contradicciones, el imperialismo requiere un estado diferente 
de aquel que correspondió al capitalismo competitivo: la naturaleza del orden 
monopólico exige un Estado que, como ya señalamos, va más allá de la garantía de las 
condiciones externas de la producción y de la acumulación capiltalistas – exige un 
Estado interventor, que garantice sus condiciones generales. Vemos que, después de la 
crisis de 1929, varias experiencias indicaban la constitución de tal Estado, en lo 
inmediato de la posguerra, él se configuró plenamente, conjugándose con la 
universalización del taylorismo-fordismo y legitimado por las ideas keynesianas. De 
hecho, el imperialismo llevó a la refuncionalización del Estado: su intervención en la 
economía, direccionada para asegurar los superlucros de los monopolios, busca 
preservar las condiciones externas de la producción y de la acumulación capitalistas, 
pero implica incluso una intervención directa y continua de la dina´mica económica 
desde adentro, a través de funciones económicas directas e indirectas.
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  • 1. 1 Economía Política: Una introducción crítica. Netto, José Paulo y Braz, Marcelo. San Pablo, Eitora Cortez , 2006 Traducción: Juliana Andora, Silvina Cavallieri, Silvina Pantanali y María de las Mercedes Utrera Capítulo 8 El imperialismo En la segunda década del siglo XX, teóricos de distintas posiciones políticas, pero vinculados a la tradición inaugurada por Marx, profundizaron en investigaciones dirigidas a comprender fenómenos y procesos ocurridos en la sociedad capitalista que no habían sido analizados por el autor de El Capital – entre otras razones porque tales fenómenos y procesos no existían en la época de la investigación marxiana. De modo que, entre 1910 y la inmediata primera posguerra, apoyándose en las tendencias que Marx descubriera en el movimiento del capital y procurando emplear su método de análisis, algunos marxistas desarrollaron estudios que indicaban que el sistema capitalista estaba experimentando, desde los últimos 30 años del siglo XIX, una serie de sustantivas transformaciones.1Ninguna de ellas eliminaba su estructura esencial, pero todas confluían en la configuración de una nueva fase en la historia del capitalismo, la que se denominó imperialismo. Investigaciones posteriores ratificaron los principales contenidos de aquellos estudios y se tornó más o menos consensuado, entre los críticos de la Economía Política, caracterizar como imperialismo al capitalismo que domina a lo largo del siglo XX – y, con nuevas determinaciones, ingresa en el siglo XXI. 8.1. La evolución del capitalismo 1 Son dignas de anotación, entre otras, las contribuciones de R.Hilferding, El Capital Financiero (San Pablo, Abril, 1985), de Rosa Luxemburgo, La acumulación del Capital. Contribución al estudio económico del imperialismo (San Pablo: Abril, 1985), De V I Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Ensayo popular (en obras escogidas en tres tomos). Lisboa/Moscú: Avante!/Progreso, 1, 1977) y de Nicolai Bukharin, La economía mundial y el imperialismo. Esbozo económico (San Pablo: Nueva Cultural, 1986).
  • 2. 1 El lector habrá observado que nuestro interés en comprender la estructura y la dinámica capitalistas, de lo cual nos ocupamos a partir del capítulo 3, dirigió nuestra atención especialmente a los aspectos inmanentes y estructurales del MPC. No nos detuvimos en la historia del capitalismo –y cabe subrayar que esa dimensión es absolutamente central para su correcta comprensión. Capital, como vimos, es relación social y las relaciones sociales son, antes que nada, relaciones de esencia histórica: cambiantes, transformables. Resultantes de la acción de los hombres, ejercen sobre ellos presiones y coacciones, ocasionan efectos y consecuencias que no dependen de su voluntad; pero, igualmente, son alterables y alteradas por la voluntad colectiva y organizada de las clases sociales –en palabras de Marx, “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como ellos quieren; no la hacen bajo circunstancias que eligen, y sí bajo aquellas circunstancias con las que se enfrentan directamente, legadas y transmitidas por el pasado” (Marx,1968: 17). También señalamos el carácter procesual del capital, que es valor que necesita valorizarse, expandirse –capital es movimiento, dinamizado por sus contradicciones. Por esas razones (entre otras), el capitalismo no sólo es historia, sino que tiene su propia historia: producto de transformaciones operadas todavía dentro del orden feudal, a partir del momento en que se impuso instaurar mecanismos y dispositivos de desarrollo que le son particulares. A lo largo de su existencia, el capitalismo se movió (se mueve) y se transformó (se transforma); movilidad y transformación están siempre presentes en él: movilidad y transformación constituyen el capitalismo, gracias al rápido e intenso desarrollo de fuerzas productivas que es su sello. La expresión sociopolítica de sus contradicciones, que surge en las luchas de clases, permea y penetra todos los pasos de su dinámica. La historia del capitalismo –su evolución- entonces, es producto de la interacción, de la imbricación, de la complejización del desarrollo de fuerzas productivas, de alteraciones en las actividades estrictamente económicas, de innovaciones tecnológicas y organizacionales y de procesos sociopolíticos y culturales que envuelven a las clases sociales en presencia de un cuadro histórico dado. Y todos estos factores no sólo se transforman ellos mismos: sus interacciones también se alteran en el curso del desarrollo del MPC. Vimos en el capítulo 2 (ítem 2.5), cómo la crisis del feudalismo fue resultado de múltiples procesos, desde los inmediatamente ligados a la actividad económica a aquellos derivados de la lucha de clases. En esta línea, vimos cómo el ciclo de la
  • 3. 1 Revolución Burguesa se asentó en procesos igualmente diferenciados, pero que convergieron en el surgimiento de un orden social sustantivamente diferente de aquel del Antiguo Régimen –el orden burgués, construido por el protagonismo revolucionario de la burguesía y del sector social que ella hegemonizó (el Tercer Estado). Si, en esta línea de análisis, procurásemos establecer una periodización histórica del desarrollo del capitalismo, registraríamos primero la existencia de una fase que comienza con la acumulación primitiva (cf. Capítulo 3, ítem 3.3) y va hasta los primeros pasos del capital para controlar la producción de mercancías y, en ella, comandar el trabajo, mediante el establecimiento de la manufactura (cf. Capítulo 4, ítem 4.5) cubriendo desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII. Se trata de la fase inicial del capitalismo, en la cual el papel del grupo social de los comerciantes/mercaderes fue decisivo –etapa por eso mismo denominada como capitalismo comercial (o mercantil). En el curso de esta fase, la burguesía –naciendo especialmente de los grupos mercantiles que acumularon grandes capitales comerciales –se afirma como clase que tiene en sus manos el control de las principales actividades económicas y se enfrenta a los privilegios de la nobleza terrateniente. Es entonces una clase revolucionaria, cuyos intereses se conjugan con los de la masa de la población; sobretodo, es la clase que tiene por tarea liberar las fuerzas productivas de los límites que les eran impuestos por las relaciones feudales de producción y su régimen específico de propiedad. Tenemos, en este momento una burguesía de carácter audaz, una burguesía emprendedora, incluso heroica, que se puede ver desde sus inicios a su marcha triunfal rumbo a la construcción de la nueva sociedad. Tal carácter fue ampliamente reconocido hasta por los críticos más ácidos.2 Con respecto a los inicios se recuerda la saga de la expansión marítima conducida por los grupos mercantiles del sur de Europa (especialmente de la Península Ibérica) que abrieron las rutas para el Oriente y para las Américas. En este primer movimiento, en el cual ya se revela la tendencia del capital a la mundialización,3 se encuentran 2 Escribiendo en 1848, Marx y Engels apuntaron que “la burguesía, con su dominio de clase de apenas un siglo, creó fuerzas productivas más masivas y más colosales que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas naturales, la maquinaria, la química aplicada a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, las vías ferroviarias, el telégrafo eléctrico, el desmonte de tierras en continentes enteros, la canalización de ríos, poblaciones enteras brotando solo como por encanto –que el siglo anterior tuvo al menos un presentimiento de que estas fuerzas productivas estaban dormidas en el seno del trabajo social?” (Marx-Engels, 1998: 10). 3 Es entonces que, rigurosamente, comienza el movimiento de unificación de la humanidad, que se concretiza cuando se consolida el mercado mundial (cf. Capítulo 1, último párrafo del ítem 1.2.) Debemos observar que desde ya, que por eso mismo es profundamente engañoso situar ese movimiento como algo
  • 4. 1 entrelazados procesos extremadamente progresistas y procesos extremadamente bárbaros (piénsese por ejemplo, la confrontación entre los españoles y los imperios Azteca e Inca) como preludio a la inseparable telaraña de contradicciones de la nueva sociedad. Respecto a los momentos finales de la Revolución Burguesa, que se agotará en el final del siglo XVIII, de la que es emblemática la Revolución Francesa, el carácter heroico de los representantes políticos de la burguesía, ya distinta de grupos mercantiles, no deja lugar a dudas. En la segunda mitad del siglo XVIII, el capitalismo ingresa en una nueva fase evolutiva. Ese pasaje a otro nivel se vincula directamente a cambios políticos (está por realizarse la Revolución Burguesa, con la toma del poder del Estado) y técnicos (va a irrumpir la Revolución Industrial),4 en esta fase, el capital –organizando la producción a través de la naciente gran industria –dará curso al proceso que culminará en la subsunción real del trabajo (cf. Capítulo 4 ítem 4.5). Aproximadamente a partir de la octava década del siglo XVIII, se configura esa segunda fase del capitalismo, el capitalismo competitivo (también llamado “liberal” o “clásico”),5que perdurará hasta el último tercio del siglo XIX. En el transcurso de ese período, de casi cien años, el capitalismo se va a consolidar en los principales países de Europa Occidental, en los cuales erradicará o subordinará a su dinámica las relaciones económicas y sociales precapitalistas, y revelará sus principales características estructurales (explicitando sus tendencias más profundas, condensadas en las leyes que estudiamos anteriormente). Sobre la base de la gran industria (la industria moderna), que provocará un proceso de urbanización sin precedentes,6 el capitalismo competitivo creará el mercado mundial: los países más avanzados (y, en ese período el liderazgo estará en Inglaterra) buscarán materias primas en los rincones más apartados del globo e inundarán todas las latitudes con sus mercancías producidas a gran escala –estableciéndose vínculos reciente, tal como hacen los ideólogos de la “globalización”. 4 Cf.; en el capítulo 2, nota 15. 5 La calificación de “liberal” deviene de la adscripción de la burguesía revolucionaria a la teoría política liberal, que expresaba sus intereses y de la que, como vimos en la introducción (cf. el ítem relativo a la “Economía Política Clásica”), la Economía Política sufre una fuerte influencia. El adjetivo “clásico” remite al hecho de que es entonces que el régimen económico burgués explicita sus características estructurales. 6 “Si, en 1770, un 40% de los ingleses residían en los campos, ahí sólo permanecen, en 1841, un 26% de ellos. Las ciudades crecen notablemente: en 1750, sólo 2 de ellas aglomeraban más de 50.000 habitantes; en 1801, ese número era de 8 y, en 1851, de 29 (y 9 tenían más de 100.000 habitantes). […] La población total del Reino Unido […] triplica entre 1750 y 1980, duplica entre 1800 y 1850. El crecimiento demográfico y la urbanización se conectan directamente a la industrialización –evidenciando la hipertrofia de las ciudades industriales que, en apenas 40 años (1801-1841), sufren el siguiente crecimiento en su número de habitantes: Manchester -35.000/353.000; Leeds -53.000/152.000; Birmingham -23.000/181.000; Sheffield -46.000/111.000” (Netto, en “Prólogo” a Engels, 1986: III-IV).
  • 5. 1 económicos (y culturales) entre grupos humanos separados por millares y millares de kilómetros. Pueblos, naciones y Estados, situados fuera de Europa, que se mantenían aislados resistiendo con recursos de fuerza, son ahora integrados más por la vía de la invasión comercial que por la intervención militar (aunque esta no fue dejada de lado del todo, como veremos en el ítem 8.3). Es superfluo añadir que esa integración se operó entre partes que disponían de condiciones socioeconómicas muy desiguales y sus consecuencias contribuirían a ampliar y profundizar tal desigualdad. Pero, de hecho, durante la vigencia del capitalismo competitivo, se estableció lo que, en la fase subsiguiente del capitalismo, habrá de consolidarse y desarrollarse: un sistema económico internacional -más exactamente: una economía mundial. La caracterización de esa fase como competitiva se explica en función de las relativamente amplias posibilidades de negocios que se abrían a los pequeños y medianos capitalistas: en la escala en que las dimensiones de las empresas no demandaban grandes masas de capitales para su constitución, la “libre iniciativa” (“iniciativa privada”) tenía muchas chances de consolidarse en medio de una competencia desenfrenada y generalizada –aunque las quiebras y falencias durante las crisis afectasen especialmente a los pequeños y medianos capitales, estos disponían de oportunidades de inversión rentable, que en el futuro, serían cada vez menores, ya que, a medida que se desarrollaba el capitalismo, más se hacían sentir los efectos de la concentración y de la centralización (cf. Capítulo 5, ítem 5.3). Bajo el capitalismo competitivo surgen las luchas de clases en su modalidad moderna, o sea, las luchas fundadas en la contradicción entre capital y trabajo. Tales luchas, antagonizando a la burguesía y los trabajadores (básicamente la burguesía y el proletariado), es que, a partir de ahí, estarán siempre presentes en la evolución posterior del capitalismo. Adquieren inicialmente formas groseras, pero poco a poco, avanzan hacia una creciente politización que las torna más concientes –así fue, en la primera mitad del siglo XIX, el tránsito del ludismo al cartismo (que nos referimos en la Introducción, ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). La violencia de las primeras protestas obreras era la reacción inevitable a la brutalidad de la explotación capitalista, entonces básicamente centrada en el incremento de excedente mediante la extensión de la jornada de trabajo (plusvalía absoluta) –no existía ninguna garantía para los trabajadores, indefensos ante la rapacidad de la burguesía. Y la respuesta burguesa a la protesta obrera no se agotó en la represión pura y simple; tomó también la forma de incorporación de nuevas tecnologías a la producción, de
  • 6. 1 modo de atemorizar a los trabajadores con la amenaza del desempleo por la reducción de la demanda de trabajo vivo. En verdad, las innovaciones funcionan como un arma en las luchas de clases; controladas por los capitalistas, sirven en la guerra contra los trabajadores –a propósito de las mejoras industriales ocurridas a partir de la primera crisis capitalista, fue observado que, “desde 1825, casi todas las nuevas invenciones resultaron del choque entre obrero y patrón, quien, a cualquier precio, procura depreciar la especialidad del obrero. Después de cada nueva huelga de alguna importancia, surgía una nueva máquina” (Marx, 1982 a: 131). Como se ve, las luchas de clases influyen fuertemente en el desarrollo de las fuerzas productivas. Mencionamos la ausencia de garantías a los trabajadores –realmente, ellos estaban a merced de la patronal, una vez que el Estado, en manos de los capitalistas (o de sus representantes políticos), atendía prácticamente sólo los intereses del capital. Lo esencial de las funciones del Estado burgués se restringía a tareas represivas: le cabía asegurar lo que podemos llamar las condiciones externas para la acumulación capitalista –el mantenimiento de la propiedad privada y del “orden público” (léase: el encuadre de los trabajadores). Se trataba del Estado reivindicado por la teoría liberal: un Estado con mínimas atribuciones económicas, pero eso no significa un Estado ajeno a la actividad económica –por el contrario: al asegurar las condiciones externas para la acumulación capitalista, el Estado intervenía en el exclusivo interés del capital (y era exactamente esa la exigencia liberal). Evidentemente, tal Estado se fundaba en una participación social extremadamente restringida: el derecho al voto, por ejemplo, era muy limitado. Fue precisamente la acción de los trabajadores la que forzó la lenta democratización de la sociedad burguesa (observemos que el cartismo tuvo como punto de partida la exigencia de una reforma electoral para ampliar el derecho al voto): la democracia política cuando triunfó, no fue producto de la teoría liberal o de sus representantes políticos, fue una conquista del movimiento obrero.7 Este cuadro sufrirá sustantivas alteraciones en la segunda mitad del siglo XIX, resultantes de los eventos revolucionarios de 1848 (a cuyo significado aludimos en la 7 Es absolutamente importante subrayar el hecho de que la democracia política constituye, históricamente, una conquista del movimiento obrero, ya que las ideologías burguesas siempre se empeñan en mistificar la construcción de la democracia, identificando mentirosamente liberalismo/capitalismo/democracia. El análisis histórico, cuando es llevado a cabo objetivamente, muestra que el capitalismo tiene carácter antidemocrático, solamente la presión de las masas trabajadoras, lo torna, en alguna medida, compatible con la democracia política.
  • 7. 1 Introducción, en el ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). Entonces, las luchas de clases se elevan a un nuevo nivel. Por un lado, las vanguardias obreras ganan conciencia del antagonismo entre proletariado y burguesía; superado el impacto de la derrota de 1848, a partir de los años sesenta, ellas encontrarán formas de articulación internacional y nacional –en el ámbito internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864-1876) y la Internacional Socialista (creada en 1889 y cuya crisis se manifestó en 1914);8 en el ámbito nacional, el moderno movimiento sindical, que se tornará muy significativo desde el último decenio del siglo, y los partidos políticos obreros (socialistas y social demócratas). En efecto, la dolorosa experiencia de 1848 contribuyó decisivamente a convertir a los trabajadores de “clase en sí” en “clase para sí”, 9 situándolo como sujeto revolucionario potencialmente capaz para promover la transformación del orden burgués en una sociedad sin explotación. Por otro lado, atemorizada por la explosión de 1848, la burguesía se convirtió en clase conservadora: su objetivo pasó a ser el mantenimiento de las relaciones sociales asentadas en la propiedad privada de los medios fundamentales de producción, soportes de la acumulación capitalista. Se inicia el ciclo de su decadencia ideológica con el completo abandono de los ideales emancipatorios que animaran su lucha contra el Antiguo Régimen (cf. En Introducción, ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). El conservadurismo burgués, sin embargo, no impidió que segmentos capitalistas más lúcidos comprendiesen la ineficacia de respuestas puramente represivas al movimiento obrero. Con esa comprensión, tales segmentos dejarán de oponerse a medidas estatales que ofreciesen garantías mínimas a los trabajadores (como la limitación legal de la jornada de trabajo, la reglamentación del trabajo femenino e infantil, etc.) y hasta pasaron a defender reformas sociales que redujesen los efectos de la explotación sobre los trabajadores.10Evidentemente, ese reformismo burgués tenía un límite absoluto: la propiedad privada de los medios de producción –el derecho a ella permanecería intocable, como si fuese un derecho natural. Esencialmente, las reformas aceptadas por 8 Después conocidas, respectivamente como la Primera y la Segunda Internacionales. 9 “Las condiciones económicas, inicialmente, transformaron a la masa […] en trabajadores. La dominación del capital creó para esta masa una situación común, intereses comunes. Esta masa, pues, es ya, frente al capital, una clase, pero no es aún una clase para sí misma. En la lucha [contra los capitalistas] esta masa se reúne, se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se tornan intereses de clase.” (Marx, 1982 a :159). 10 Recuérdense que son de la segunda mitad del siglo XIX emprendimientos importantes para el abordaje no represivo de la “cuestión social” –emprendimientos en sintonía con ese reformismo burgués fueron las iniciativas para racionalizar la filantropía (recuérdese la fundación, en Londres, en 1869, de la Charity Organization Society) y, también, de los enunciados católicos de León XIII en la Rerum Novarum (1891).
  • 8. 1 esos sectores capitalistas eran acordes al espíritu de Tancredi, personaje de El leopardo, notable romance del italiano Giuseppe Lampedusa (1896-1957): “Es preciso cambiar algo para que todo permanezca como está”. 8.2 La transición a una nueva fase Concomitantemente a esos cambios de naturaleza sociopolítica, operaban intensamente, en la segunda mitad del siglo XIX, otros tres procesos: uno de carácter técnico-científico, dos de naturaleza estrictamente económica, pero todos conectados. Importantes desarrollos se estaban realizando en el dominio de las ciencias naturales, estimuladas por las demandas de la industria y fuertemente marcadas por el positivismo: nuevas concepciones se abrían camino en la biología, la química avanzaba y la física registraba progresos. Los impactos de esos desarrollos en la producción (afectando insumos, medios de producción y mercancías) fueron de tal orden que algunos historiadores caracterizan el último tercio del siglo XIX como el de una “segunda revolución industrial” (o como de una “segunda etapa” de la Revolución Industrial). Gracias a Bessemer (1813-1898) y a los hermanos Siemens (Federico 1826-1904 y Guillermo 1823-1883) el acero pasa a ser producido en grande escala y es sustituido el hierro como material básico; la aplicación de la química permite obtener papel a partir de la pulpa de madera (1855) y aluminio a partir de bauxita (1886) y revoluciona la producción de alcaloides y de tintas y colorantes y da nacimiento a la industria de fármacos; la energía más utilizada recibe un nuevo impulso, con las turbinas de vapor (Parsons, 1884); los motores de combustión interna son producidos a partir de 1876 (Otto) y con la apertura de los campos de Borneu (1898) el petróleo se generaliza como combustible; en fin, la electricidad hace su entrada en escena: en 1881, en Godalming, Inglaterra, se inaugura la primer central eléctrica pública de Europa. Resumiendo ese proceso, afirma un estudioso: El desarrollo de las fuerzas productivas hace grandes progresos en el último tercio del siglo XIX. En la siderurgia los nuevos métodos de producción de acero (…) exigirán la sustitución de pequeñas fundiciones semi-artesanales existentes hasta entonces, por las grandes usinas siderúrgicas. Al mismo tiempo, varios y numerosos inventos (…) fomentaran avances en la industria y en los transportes (…): los colectivos, los
  • 9. 1 automóviles, la locomotora diesel y los aviones.11 Los éxitos de la ciencia y de la técnica posibilitaron la producción y empleo de la energía eléctrica. Antes el papel predominante pertenecía a la industria leve, pero, a partir del último tercio del siglo XIX (…), la industria pesada pasó a primer plano. Sus ramas comenzaron a crecer rápidamente entre 1870 y 1900, la fundición mundial de acero aumentó 56 veces, la producción de petróleo 25 veces y la extracción de carbón se triplicó (Nikitin, s.d.:149). En el plano de la economía, también especialmente en los últimos 30 años del siglo XIX, dos procesos se hacían notables: el surgimiento de los monopolios y la modificación del papel de los bancos. A lo largo del capitalismo competitivo, la clase capitalista se fue diferenciando en razón del volumen de capital en las manos de cada capitalista- existían grandes, medianos y pequeños capitalistas. La competencia entre ellos, como observamos, era desenfrenada y naturalmente, los grandes capitalistas tenían mayores chances de llevar adelante una lucha mejor que todos los involucrados. En la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en la secuencia inmediata a la gran crisis de 1873, ese cuadro será estructuralmente modificado: las tendencias del capital que ya conocemos, la concentración y la centralización, confluirán en la creación de los monopolios modernos. Desde el punto de vista teórico, el surgimiento de los monopolios no constituía una novedad, finalmente, Cuanto más se perfecciona el maquinismo, más aumenta (…) la composición orgánica del capital necesario para que (una) empresa pueda obtener el lucro medio. El capital medio necesario para poder abrir una nueva empresa capaz de alcanzar ese lucro medio crece en la misma proporción. Se deduce que la dimensión media de las empresas también aumenta en cada rama industrial. (…) La evolución del modo de producción capitalista, por consiguiente, implica necesariamente una concentración y una centralización del capital. La dimensión media de las empresas crece incesantemente. Un elevado número de pequeñas empresas son derrotadas en la competencia por un número restringido de grandes empresas, que controlan una fracción creciente del capital, de los trabajadores y de la producción. (…) Algunos 11 No hay aquí una imprecisión cronológica (el avión es de 1906) – en las partes de la cita que suprimimos, queda claro que el autor, mencionando este invento, está considerando los desarrollos de las invenciones del último tercio del siglo XIX.
  • 10. 1 grandes monopolios centralizan lo esencial de los medios de producción y de los trabajadores (Salama y Valier, 1975:62-63). Sin embargo, el surgimiento de los monopolios tuvo un enorme impacto en la eficacia de la vida económica. La aparición, en menos de treinta años, de grupos capitalistas nacionales controlando ramas industriales enteras, empleando enormes contingentes de trabajadores e influyendo decisivamente en las economías nacionales alteró de modo extraordinario la dinámica económica.12 En pocas décadas, esos gigantescos monopolios (centrados en la industria pesada) traspasarían las fronteras nacionales, extendiendo su dominación sobre enormes regiones del planeta. Pero, desde entonces, entre fines del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, el gran capital –a partir de ahí conocido generalmente como capital monopolista-, firmemente establecido en la producción industrial, se constituía como la columna vertebral de la economía capitalista, articulando formas específicas de control de las actividades económicas (el pool, el cartel, el sindicato, el trust, etc.) Una vez estructurados y consolidados esos monopolios, cambió la fisonomía del capitalismo; consumada la monopolización, la unidad económica típica en la sociedad capitalista no es una pequeña empresa que fabrica una fracción despreciable de una producción homogénea, para un mercado anónimo, sino la empresa en gran escala, a la cual le cabe una parcela significativa de la producción de una industria o de varias industrias, capaz de controlar sus precios, el volumen de su producción y los tipos y volúmenes de sus inversiones (Baran y Sweezy, 1974: 15-16). El surgimiento de los monopolios industriales ocurre más o menos simultáneamente al cambio del rol de los bancos. Producto de la evolución de las “casas bancarias” que operaban en el tiempo del capitalismo comercial, los bancos, inicialmente, funcionaban como intermediarios de pagos; con el desarrollo del capitalismo, se tornarán piezas básicas del sistema de crédito. Reuniendo capitales inactivos de capitalistas y la suma de economías de un gran contingente de personas, los bancos pasaron a controlar masas 12 Apenas dos ejemplos de esa alteración: 1)en Alemania, el grupo Krupp empelaba 16.000 personas en 1873, 24.000 en 1890, 45.000 en 1900 y casi 70.000 en 1912; 50% de la producción de carbón estaba, en 1893, en las manos de un único grupo productor; 2) en los Estados Unidos, a un único grupo, en 1901 le correspondía el 66% de la producción de acero; en 1904, el 0,9% del total de las empresas industriales respondía por el 38% de producción industrial del país.
  • 11. 1 monetarias gigantescas, disponibles para créditos – y la competencia entre los capitalistas industriales los llevo a recurrir al crédito bancario para sus nuevas inversiones. En ese contexto, los bancos contribuirán activamente para implementar el proceso de centralización del capital. 13 Ahora, conociendo las estructuras internas de las empresas capitalistas y sus posibilidades y límites, en la medida en que mantenían las cuentas corrientes de los capitalistas, los bancos disfrutaban de una posición de fuerza para condicionar los créditos que ofrecían y sobretodo, participar de los mejores negocios empresariales (inclusive adquiriendo el control de esos negocios, mediante la compra de acciones). Por otra parte, ese cambio en el rol de los bancos –de intermediarios de pago a socios de capitalistas industriales- ocurrió al mismo tiempo en que el proceso de concentración/centralización se extendía de las ramas industriales al propio sector bancario. El surgimiento de los monopolios industriales es acompañado por la monopolización también en el ámbito del capital bancario.14 Ese cruce entre monopolios industriales y monopolios bancarios, que comienza a efectivizarse a partir del último tercio del siglo XIX, dio origen a una nueva forma de capital, diferente de las conocidas hasta entonces (capital comercial, capital industrial y capital bancario). En efecto, en ese proceso, los bancos compran acciones de los monopolios (…) y se convierten en sus copropietarios. Por su parte, los monopolios industriales también poseen acciones de los bancos con los que se relacionan. En consecuencia, se produce una unión, una fusión del capital monopolista bancario con el capital monopolista industrial (Nikitin, s.d.: 160). Esa fusión de los capitales monopolistas industriales con los bancarios constituyó el capital financiero, que ganará centralidad en la tercera fase evolutiva del capitalismo – 13Es en el proceso de centralización de la segunda mitad del siglo XIX que van a surgir las modernas sociedades anónimas (o sociedades por acciones). En ellas, “la gran mayoría de los propietarios (accionistas) pierde el control a favor de una pequeña minoría de propietarios (accionistas). La gran sociedad anónima no significa (…) ni la democratización ni la abolición de las funciones de control de la propiedad”, pero sí su concentración en una camada “relativamente pequeña de grandes capitalistas, cuyo control se extiende mucho más allá de los límites de su propiedad” (Sweezy, 1962:306). De hecho, “la experiencia demuestra que basta poseer 40% de las acciones para dirigir los negocios de una sociedad anónima, pues una cierta parte de los pequeños accionistas, que se encuentran dispersos, no tienen en la práctica posibilidad alguna de asistir a las asambleas generales etc. (Lenin, 1977, 1:611) 14 Dos ejemplos de monopolización en el sector bancario: 1) en 1909, 9 grandes bancos de Berlin – y las casas bancarias a ellos asociadas- controlaban el 83 % de todo capital bancario alemán; 2) en Francia, los tres bancos más importantes, entre 1870 y 1909, decuplicaron los capitales puestos bajo su guarda.
  • 12. 1 la fase imperialista, que se gestó en las últimas tres décadas del siglo XIX y, experimentando transformaciones significativas, recorrió todo el siglo XX y se prolonga en la entrada del siglo XXI. 8.3 La fase imperialista El capitalismo, en los últimos años del siglo XIX, ingresa en la fase imperialista, en que el capital financiero desempeña un papel decisivo. En esa fase, llamada simplemente imperialismo, la forma empresarial típica será la monopolista (es por eso, que algunos autores lo denominan capitalismo monopolista), sin que ella elimine las pequeñas y medianas empresas; de hecho, estas subsistieron e incluso se pudieron multiplicar, pero ahora enteramente subordinadas a las presiones monopolistas. La interpretación clásica del imperialismo fue ofrecida por Lenin, en su estudio de 1916, titulado El imperialismo, fase superior del capitalismo, en el cual, además de sus propias investigaciones, incorporó el análisis de teóricos que lo precedieron. Para el máximo dirigente bolchevique “el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo”, con los siguientes rasgos principales: 1)La concentración de la producción y del capital, llevada a un grado tan elevado de desarrollo que creó los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2)la fusión del capital bancario con el capital industrial y la creación, basada en este capital financiero de la oligarquía financiera; 3)la exportación de capitales, diferente a la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande; 4)la formación de asociacioness internacionales monopolistas de capitalistas, que se dividen el mundo entre sí; 5) la división territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes (Lenin, 1977, I: 641-642). Y Lenin resume: El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ganó cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, adquirió marcada importancia la exportación de capitales, comenzó la división del mundo por los fondos internacionales y terminó la división de toda la Tierra entre los países capitalistas más importantes (id., ibid.).
  • 13. 1 De los cinco rasgos pertenecientes al imperialismo enunciados por Lenin, el primero y el segundo ya fueron abordados por nosotros.15 Sólo hay que aclarar, en relación al segundo, la noción de oligarquía financiera: una vez establecido el imperialismo, un número reducido de grandes capitalistas (industriales y banqueros) concentra en sus manos la vida económica del país –y claro, no solo de sus países, sino también de aquellos en donde sus grupos económicos actúan. En la medida en que detentan el poder económico, esos pocos monopolistas disponen de una enorme influencia política –en escala nacional e internacional. A lo largo de todo el siglo XX, son innumerables los ejemplos de la acción concentradora (en la economía) y antidemocrática (en la política) conducida por la oligarquía financiera.16 Vimos que en el capitalismo competitivo se creó el mercado mundial: la circulación de mercancías conectó prácticamente a todo el mundo con los centros capitalistas – entonces, la exportación de mercancías (el comercio exterior) constituyó la principal vinculación entre los países. Bajo el imperialismo, el comercio exterior no perdió importancia; sino que ganó una enorme relevancia la exportación de capitales que anteriormente no era tan expresiva. La exportación de capitales se realizó bajo dos formas: 1°) capital crediticio: los capitalistas conceden créditos, a cambio de intereses determinados, a gobiernos o capitalistas de otros países, 2°) capital productivo: capitalistas implantan industrias en otros países.17 En los dos casos, lo que estimula a la 15 De cualquier forma, valen ejemplos de mediados del siglo XX (extraídos de Nikitin, s.d.: 155e ss): en 1954, en los Estados Unidos, 17 empresas controlaban el 94% de la producción de acero, apenas un monopolio (Standar Oil) controlaba la industria del petróleo y en 1958, tres grupos (General Motors, Ford y Chrysler) tenían el 93% de la producción de vehículos; en Inglaterra, en la misma época, un grupo (Imperial Chemical Industries) controlaba el 95% de toda la producción química básica; en Francia, también en la década de los´50, 4 grupos monopolistas controlaban el 96% de la producción de vehículos, 1 grupo toda la producción de aluminio y otro 80% de la producción de colorantes químicos. 16 Algunos pocos ejemplos, referidos a mediados del siglo XX y extraídos del estudio de NIkitin (s.d.: 160 y ss.): en los Estados Unidos, 8 grupos controlaban la economía del país (Morgan, Rockefeller, Mellon, Du Pont, el “grupo de Chicago” y el “grupo de Cleveland”, Bank of América, First National City Bank); la economía de Inglaterra también estaba en manos de 8 grupos. En general, la acción de la oligarquía financiera se efectiviza con la intervención de las mismas personas en los consejos de dirección de un sinnúmero de empresas, bancos y también en la gestión gubernamental (frecuentemente ocupando cargos muy influyentes en los gobiernos); dos ejemplos de la década del cincuenta del siglo pasado: en los Estados Unidos un grupo de cerca de 400 industriales y banqueros ocupaba unos 1200 lugares de dirección en las 250 corporaciones más importantes del país; en Francia, los directores del Banque de Paris et des Pays Bas ocupaban 190 puestos de dirección en consejos de diferentes compañías. La influencia internacional antidemocrática de esa oligarquía financiera también es bastante conocida. Ejemplos latinoamericanos: las empresas controladas por esa oligarquía tuvieron un papel activo en el derribamiento de los gobiernos de Jacobo Arbens (Guatemala, 1954), Joao Gulart (Brasil, 1964) y Salvador Allende (Chile, 1973), en los tres casos, con el apoyo de esa oligarquía se establecieron, luego de los golpes que patrocinaron, regímenes ferozmente antidemocráticos. 17 Los efectos de esa exportación del capital productivo, cuando es dirigida a países menos desarrollados, son contradictorios. Por un lado, permiten la creación o la ampliación de actividades industriales y la modernización de la economía de los países acreedores; por otro lado, subordinan a su economía a decisiones tomas sin su control y con la repatriación de los lucros de los capitalistas extranjeros, que
  • 14. 1 exportación de capital es la búsqueda de lucros máximos, ya sea a través de los intereses a ser percibidos o de los lucros a ser repatriados – y en los dos casos, se establece una relación de dominio y explotación entre acreedor y deudor, que se expresa claramente en los vínculos entre los monopolios (y los gobiernos de sus países) y los países deudores (y sus gobiernos)18; volveremos a esos créditos en el próximo capitulo (ítem 9.5). Una vez controlados los mercados de sus propios países (el control de los mercados, como observaremos más adelante, es el objetivo de los monopolios), las gigantescas empresas monopolistas tratan de ganar mercados externos –y en ese proceso, ellas se asocian con empresas similares de otros países capitalistas con el fin de seleccionar áreas de actuación. De hecho, dividen entre sí las regiones del mundo que pretenden subordinar a sus intereses. Así, ya antes de la Primera Guerra Mundial, el mercado de petróleo fue objeto de acuerdos entre Standard Oil (norteamérica) y la Royal Dutch Shell (anglo-holandesa); en la industria electrotécnica, en 1907, un acuerdo en la General Electric/GE (norteamericana) y la Allgemenine Elektrizitagesellschaft/AEG (alemana) garantizó a la primera los mercados americanos y a la segunda los europeos y parte de los asiáticos. Tales acuerdos, no eliminaban la competencia entre los monopolios pero establecían límites temporarios a la misma, continuaron realizándose a lo largo del siglo XX, incluyendo a las ramas productivas más diversas. A través de esos acuerdos, los grandes monopolios (que son también mal llamados “empresas multinacionales”) realizan una especia de división económica del mundo. Simultáneamente, los Estados capitalistas donde el capitalismo monopolista se desarrolla y cuyos intereses representan (que se tornan pues, Estados imperialistas) promueven una división territorial del mundo. En el período de constitución del imperialismo –como vimos, aproximadamente en los tres últimos decenios del siglo XIX y los primeros años del siglo XX- esa división tomó la forma de una verdadera recolonización: retiran los países deudores enormes cantidades de excedente producidos por sus trabajadores. 18 Dos ejemplos (extraídos de Salama y Valier, 1975: 154-155) ilustran la explotación señalada: “de 1950 a 1963, las inversiones directas liquidas en el exterior de las empresas norteamericanas eran igual a 17 billones de dólares, mientras que los lucros obtenidos por esas inversiones en el extranjero y repatriados para los Estados Unidos era del orden de los 30 billones de dólares; de 1950 a 1965, los Estados Unidos invertirán 3,8 billones de dólares en América Latina, mientas que repatriaran de ese continente, bajo la forma de lucros declarados, 11,3 billones de dólares”. Los mismos autores ya habían caracterizado antes (p 150) las relaciones entre los países imperialistas y los países subdesarrollados mediante la deterioro de los términos de intercambio: ente 1876 y 1948, “la distancia entre los precios de las mercancías vendidas por los países capitalistas desarrollados y los precios de las mercaderías vendidas por los países subdesarrollados aumentó del 35 al 50%, en detrimento de estos últimos”. Cf., adelante, nota 29.
  • 15. 1 De 1874 a 1914, las grandes potencias se apoderarán de cerca de 25 millones de km 2 de territorios coloniales, o sea, más que el 50% de la superficie de las metrópolis. La potencia que más tierras ocupó fue Inglaterra: en 1876, sus poseciones coloniales abarcaban 22.500.000 km2, con 251.900.000 habitantes; en 1914 dichas posesiones se acrecentaron con un área de 11.000.000 de km2 y una población de 141.600.000 habitantes. En 1876, Alemania, Estados Unidos y Japón no tenían colonias y Francia tenía pocas. En 1914, estas cuatro potencias se habían apoderado de colonias con una superficie total de 14.100.000 km2 y una población de cerca de 100.000.000 de habitantes (Nikitin, s.d: 168).19 Esa división territorial del mundo fue puesta en cuestión en 1914: como ya no existían más territorios “libres”, cualquier nueva expansión se debería hacer mediante la confrontación de los Estados imperialistas – es así que explota la Primera Guerra Mundial, expresión de los conflictos interimperialistas, conflictos que también explican la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la guerra, en la fase del capitalismo de los monopolios, se constituyó en la forma extrema de división del mundo por las potencias imperialistas. 8.4 La industria bélica El desarrollo de la monopolización, el surgimiento del capital financiero (y de la oligarquía financiera), la exportación de capital y la división económica (y territorial) del mundo no son los únicos elementos introducidos en la dinámica capitalista por la fase imperialista. Por lo menos otro debe ser citado, para que se pueda comprender adecuadamente esa fase del desarrollo capitalista. Se trata del papel de la industria bélica. Se sabe que las guerras preceden largamente la historia del capitalismo, así como también se sabe que la historia del capitalismo siempre fue marcada por guerras. Sin embargo, es bajo el imperialismo que las actividades directamente vinculadas a la guerra adquieren un nuevo significado –bajo el imperialismo, la industria bélica (y las 19 Tal como la expansión ultramarina de los tiempos de la acumulación primitiva, las Iglesias occidentales contribuirán activamente en ese proceso, bajo el pretexto de la “cristianización de los salvajes”. Relatando como los “misioneros” colaboraban en esa redivisión territorial del mundo, recuerda un estudioso: “Un ejército de misioneros, que con gran energía diseminaban el cristianismo entre los nativos, les hacían sentir la necesidad de someterse a la explotación sin protestar. Es así que un campesino de Africa describía las “actividades” de los misioneros en aquel continente: “Cuando aquí llegaron, los misioneros tenían los diez mandamientos y nosotros teníamos la tierra, ahora, ellos tienen la tierra y nosotros los diez mandamientos” (Varga, 1963:19).
  • 16. 1 actividades a ella conexas) se torna un componente central de la economía. Apenas un ejemplo: dos competentes analistas, escribiendo en la primera mitad de los años sesenta del siglo XX, llegaron a la conclusión que los gastos militares fueron el factor clave de la historia económica de los Estados Unidos en la posguerra. Cerca de seis a siete millones de trabajadores, o más del 9 % de la fuerza de trabajo, dependen hoy, en sus empleos, del presupuesto militar. Si los gastos militares fuesen nuevamente reducidos a las proporciones anteriores a la Segunda Guerra Mundial, la economía norteamericana volvería a un estado de depresión profunda, caracterizada por tasas de desempleo de 15% y más, como ocurrió durante la década de 1930 (Baran y Sweezy, 1974: 157). La producción de artefactos bélicos, en el siglo XX cada vez más dependiente de la aplicación de la ciencia a fines destructivos y mortales, se concentra en las manos de los grandes monopolios y ofrece, comparativamente a otros sectores productivos, fabulosos superlucros (en los años setenta del siglo pasado, en los Estados Unidos, mientras la tasa general de lucro en la industria de transformación era de cerca de 20%, monopolios de la industria bélica ofrecían lucros que variaban de 50 a 2000 %). Además, la innovación científico-técnica –que es decisiva en la producción bélica20- permite probar procesos productivos y componentes que después serán trasladados a la industria civil (son los llamados “subproductos” de la industria bélica, que posteriormente constituyen elementos comunes a otras ramas de la producción). Es evidente que la industria bélica envuelve intereses económicos y políticos de enorme magnitud, especialmente porque su clientela básica son los Estados, de cuyos presupuestos los monopolios vinculados a la producción de armas pasan a depender. Por eso mismo, es constante la presión que los monopolios realizan sobre los Estados, en el sentido de estimular un clima de belicismo y militarismo –interesa a tales monopolios la existencia de “enemigos externos”, capaces de justificar una permanente carrera armamentista21. 20Se comprende que la innovación sea decisiva en esa industria- después de todo, sus productos no precisan tener su valor de uso agotados para ser repuestos: un arma, incluso sin ser utilizada, se torna anticuada y debe ser sustituida luego que una innovación ofrezca otra más eficaz que ella. 21 Se sabe cómo, a lo largo del siglo XX, los presupuestos de los Estados imperialistas beneficiaron los monopolios armamentistas con el pretexto de “combatir el comunismo”, representado entonces por la Unión Soviética y sus aliados, llegando también a la delirante propuesta –formulada en los años ochenta por el gobierno norteamericano (Reagan)- de la “guerra en las estrellas”. Una síntesis del papel político de los Estados Unidos en la “cruzada anticomunista” es ofrecida por Octavio Ianni, en el ensayo “Sociología del terrorismo”, publicado en Dowbor, Ianni y Antas Jr., orgs. (2003).
  • 17. 1 Lo más importante, sin embargo, es que el desarrollo de la industria bélica introduce dos variables muy significativas en la dinámica capitalista –la primera se refiere al hecho de que esta industria sirve para bloquear o revertir uno de los factores de la crisis. Si como vimos en el capítulo 7 (ítem 7.2), el subconsumo de las masas constituye una de las varias causas de las crisis, las grandes órdenes del Estado a la industria bélica operan como un contrapeso a tal tendencia. En ese sentido, la industria bélica y sus negocios funcionan como un elemento de contención de las crisis. En segundo lugar, la industria bélica ofrece una especia de solución alternativa (aunque siempre provisoria) al problema que abordamos en el capítulo 5, el problema de la superacumulación: allí (ítem 5.1) tuvimos oportunidad de mencionar que la superacumulación se resuelve por la desvalorización de los capitales durante una crisis – más esa resolución, por los propios efectos de las crisis, es extremadamente onerosa. Con el incremento de la industria bélica, grandes masas de capitales, que en otras aplicaciones, no podrían ser valorizadas, encuentran ocasión de propiciar voluminosos lucros a sus propietarios. También en ese sentido, la industria bélica funciona como un factor anticrisis, en especial porque, en la fase imperialista, hay una tendencia creciente a la superacumulación (volveremos a esto más adelante, en el ítem 8.6). En suma, la industria bélica y su consecuencia, la guerra, son un excelente negocio para los monopolios en ella involucrados: la enorme destrucción de fuerzas productivas que la guerra realiza abre un inmenso campo para la reanudación de ciclos amenazados por la crisis.22 Esas dos variables no resuelven, es claro, la problemática de las crisis, que son inherentes al capitalismo. Sin embargo, operan como un reductor a corto plazo de su incidencia y, por eso mismo, confieren a la industria bélica un papel de primer plano en la fase imperialista. 8.5 La constitución de un sistema económico mundial En la fase mercantil del capitalismo, el comercio vinculó pueblos y regiones que hasta entonces no mantenían relaciones económicas; extendiendo y estrechando esas relaciones, el capitalismo competitivo creó, como vimos, el mercado mundial –se ve, 22 No es casualidad, así, que el siglo del imperialismo, el siglo XX, haya sido el siglo de las guerras: se estima que ellas mataron cerca de 190 millones de personas, sin contar los tantos millones de mutilados. Informaciones se encuentran en G. Perrault (org), El libro negro del Capitalismo (Rio de Janeiro: Record, 1999)
  • 18. 1 así, el carácter abarcativo e inclusivo de las actividades capitalistas, explicable por la lógica del capital, valor que se tiene que valorizar, potencia que se tiene que expandir más allá de cualquier frontera. En una palabra, es trazo constitutivo del capitalismo su mundialización. El desarrollo capitalista implicó siempre una creciente división social del trabajo, propia de la producción mercantil (cf. Capítulo 3, ítem 3.1 y Capítulo 4, ítem 4.5). Tal división, sin embargo, no se restringe a las unidades productivas o a una región: en el curso de su mundialización, el capitalismo indujo a una división internacional del trabajo, con espacios nacionales especializándose (bajo el comando del capital) en determinados tipos de producción. Por eso mismo, el desarrollo del capitalismo, desde el punto de vista internacional, resultó siempre en una determinada jerarquización entre los países, con los más desarrollados estableciendo las relaciones de dominio y explotación, que nos referimos hace poco, sobre los menos desarrollados.23 De hecho, en su expansión mundial, el desarrollo capitalista se presentó siempre con una doble característica –desigual y combinado. Se trata de un desarrollo desigual: en función de razones históricas, políticas y sociales, la dinámica capitalista opera en ritmos diferenciados en los diversos espacios nacionales, afectando tanto los países capitalistas como las relaciones entre ellos. Así, no se distinguen sólo países desarrollados y países atrasados, sino también el liderazgo entre países desarrollados se reveló mutable (piénsese en la sucesión histórica de esos países líderes: Portugal, España, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos) y, aún, países atrasados pudieron tornarse países desarrollados y viceversa (compárese la situación de Alemania y Japón a mediados del Siglo XIX y en el Siglo XX o la de Portugal en los Siglos XVI y XX)24. Además de eso, el desarrollo capitalista demostró, en lo que se refiere a los países atrasados, un desarrollo combinado, en la feliz expresión de León Trótski (1871-1940): presionados por el capital de los países desarrollados, los atrasados progresan a saltos, combinando la asimilación de las técnicas más modernas con relaciones sociales y 23 Tales países, a lo largo del último siglo, tuvieron designaciones variadas: países coloniales, países semicoloniales, países subdesarrollados, países dependientes, países periféricos, países del Tercer Mundo, países emergentes, etc. En los años más recientes, para designar la distinción entre países desarrollados y países subdesarrollados, algunos autores pasaron a usar la oposición “Norte/Sur”, remitiéndose al hecho de que la mayoría de los subdesarrollados se encuentran en el hemisferio sur. 24 Es preciso señalar, sin embargo, que la fase imperialista prácticamente bloqueó la posible evolución de la mayoría de los países atrasados a la condición de países desarrollados. Obsérvese que, en el comienzo del siglo XX, la relación entre la renta media del país más rico del mundo y la del más pobre era de 9 a 1 y, en el final del mismo siglo, era de 60 a 1 (Fiori, en Fiori, org. 1999: 24).
  • 19. 1 económicas arcaicas –y ese progreso no les retira la condición de economías dependientes y explotadas. Todos esos trazos y esas características se explicitaron y profundizaron con nitidez en la fase imperialista. La razón de esa profundización está en el hecho de que el capitalismo, en la fase de dominación de los monopolios, efectivamente se ha constituido como un sistema económico mundial: el imperialismo llevó a cabo y consolidó la vinculación de naciones y Estados de todo el planeta, estableciendo un flujo de conexiones que acabó por configurar una economía en que todos son interdependientes (sin prejuicio de las jerarquías y de las relaciones de dominación y explotación).25 Esa economía, siendo una economía productora de mercancías, no es regulada según un plano que determine el crecimiento sincronizado de sus varias partes componentes. Esas partes de desarrollan […] a los saltos y en proporciones desiguales. Cualquier desequilibrio que pueda haber resulta accidentalmente de su interacción mutua [… y] posee un carácter puramente temporario (Sweezy, 1962: 334-335). 8.6 La economía del imperialismo El imperialismo es una fase del desarrollo del capitalismo; por eso mismo, las leyes (tendencias) que comandan la dinámica de ese modo de producción continúan operando en esa fase. Sin embargo, lo hacen sobre condiciones nuevas y de esas nuevas condiciones, que modifican la operación de aquellas leyes, derivan procesos y fenómenos antes inexistentes (o que antes no tenían la relevancia que, con el imperialismo, pasan a tener). Los monopolios representan un recurso del capital para aumentar lucros. Como Mandel resaltó, confrontado con el aumento de la composición orgánica del capital y con los riesgos crecientes de la amortización del capital fijo, en una época en que las crisis periódicas son consideradas inevitables, el capitalismo de los monopolios tiene por objeto en primer lugar, preservar y aumentar la tasa de lucro de los trusts. (Mandel, 1969: 94)26 25 Evidentemente, la competencia establecida, de 1917 a 1989, entre el imperialismo y las experiencias socialistas del siglo XX afectó la dinámica del sistema capitalista, sin embargo, esa competencia, no impidió la constitución del sistema mundial aquí referido. 26 El capital fijo fue caracterizado en la nota 6 del Capítulo 4.
  • 20. 1 O sea: el objetivo de la organización monopolista es doble – obtener lucros por encima de la media (lucros extraordinarios monopolistas) y escapar de los efectos de la tendencia a la caída de la tasa de lucro. Para eso, entre otros procedimientos, es necesario un incremento de la explotación de los trabajadores; el monopolio realiza de hecho ese incremento27, más encuentra límites políticos para hacerlo a su gusto (cf. Los ítems 8.7 y 8.8). Por eso, los lucros extraordinarios de los que se beneficia el monopolio provienen básicamente de: a) fijación de un precio superior (precio de monopolio) al precio de mercado (cf. Capítulo 6, ítem 6.2) – a través de acuerdos entre sí, los sectores monopolistas productores de una misma mercancía que, por ser pocos, controlan su oferta en el mercado, aumentan sus precios28; aquí se evidencia claramente la diferencia entre el capitalismo competitivo y el capitalismo monopolista: en el primero, “la empresa individual acepta los precios (de mercado), mientras que en el capitalismo monopolista la gran empresa es quien hace el precio (Baran y Sweezy, 1974: 61)” b) apropiación de parte de la plusvalía de sectores no monopolizados por los monopolios, a través de la imposición (por los grupos monopolistas) de precios inferiores al valor de las mercancías que compran de los sectores no monopolizados; esa presión de los monopolistas sobre los no monopolistas es subrayada por Sweezy (1962: 318), al recordar que un lucro extra “de los monopolistas viene principalmente de los bolsos de sus colegas capitalistas”; c) ventajas que las empresas capitalistas, dadas sus dimensiones, disfrutan en relación a las empresas medias y pequeñas y a los sectores no monopolizados. Tales ventajas se revelan especialmente en términos de eficiencia: de acuerdo con Mandel (1969,3: 104), tomando por base datos ingleses y norteamericanos, se verifica que el “producto líquido por asalariado” crece a medida que crece el número de asalariados. 27 Cf. la nota 8 del capítulo 5 y, aún: “En 1910, era de 50 el número de horas de trabajo por semana en las categorías sindicalizadas, pero en los ramos no sindicalizados era, en promedio, de 60 a 65. En la industria norteamericana del hierro y del acero un día de trabajo de 12 horas era aún considerado una cosa normal hasta 1914. En Gran Bretaña y en Alemania, la semana de trabajo antes de la Primera Guerra Mundial era de 48 a 60 horas” (Varga, 1963: 36) 28 El poder de los monopolios, por otra parte, está directamente ligado al control de los mercados; Sweezy (1962: 308) observó que las organizaciones monopolistas tienen por objetivo, “deliberadamente, […] aumentar los lucros por medio del control monopolista del mercado”.
  • 21. 1 No se puede, sin embargo, encontrar una única causa que explique los lucros monopolistas; de hecho, tales lucros también se deben a otras variables. Por ejemplo, los favores y el tratamiento diferenciado que los monopolios reciben del Estado, que controla y que defiende sus intereses, o el más fácil acceso de los monopolios a las innovaciones tecnológicas; o aún: las ganancias extraordinarias que la exportación del capital productivo a los países subdesarrollados propicia a los monopolios29. Lo que importa resaltar es que los lucros monopolistas no violan la ley del valor ni suprimen la competencia y la anarquía del mercado. Por una parte, la ley del valor se mantiene porque los superlucros de firmas “operando con una productividad del trabajo encima de la media solo podrán ser explicados por una transferencia de valor a costa de las firmas que operan con una productividad del trabajo abajo de la media” (Mandel, 1982: 69) – así, la existencia de superlucros implica la existencia de lucros debajo de la media, confirmando, pues, las implicaciones de la ley del valor: “la masa total de plusvalía […] es dada por el proceso de producción […] y la suma total de los precios de producción debe corresponder a la suma total de esa plusvalía” (id. Ibid.: 68). Por otra, el control de los mercados por los monopolios en nada se asemeja a un planeamiento racional para abastecer la necesidad social de bienes;30 de hecho, el “capitalismo organizado” de los monopolios, reduciendo el peso de la competencia generalizada que caracterizó la fase anterior del capitalismo, pone en el centro de la actividad económica la competencia entre los monopolios; los acuerdos que hacen entre sí son siempre alianzas temporarias, coyunturales: Los cárteles fijan cuotas de producción y de exportación, dividen el mercado mundial conforme la capacidad y la productividad de las empresas que de ellos participan en el momento de constitución del cartel. Pero esas relaciones mutuas son inestables. Bastan avances técnicos, invenciones o una expansión de la capacidad que provoquen un cambio en la correlación de fuerzas entre esas empresas para que aquella que se siente en la competencia para rompa el acuerdo con el fin de obtener una mayor participación en el reparto del mercado (Mandel, 1969,3: 118). 29 Cuando aplicados productivamente en los países subdesarrollados, los capitales monopolistas son invertidos en sectores donde la tasa de lucro se presenta superior a la tasa media de lucro de los países centrales. Todos los estudios muestran que, así aplicados, los capitales monopolistas tienen tasas de lucros mucho mayores en el exterior que en sus propios países. 30 “De conjunto, el capitalismo monopolista es tan sin planificación como su predecesor, el capitalismo competitivo” (Baran y Sweezy, 1974: 61)
  • 22. 1 También los superlucros tienen límites: así como se acaba por establecer una tasa media de lucro, también se acaba por fijar una tasa media de superlucros – y aunque la existencia de una doble tasa sea un fenómeno propio del imperialismo, salvo coyunturas excepcionales, la tendencia a la caída de la tasa de lucro continúa haciéndose sentir en el capitalismo de los monopolios. Un hecho característico del período imperialista es el crecimiento extraordinario del excedente económico –vale decir, de la masa de plusvalía-, explicable por el grado de concentración y centralización del capital. Se procesa una acumulación tamaña que el fenómeno de la superacumulación (cf. Capítulo 5, ítem 5.1) adquiere un peso nuevo: la propia acumulación es perturbada, una vez que no hay cómo encontrar ramas o sectores capaces de ofrecer a las posibles inversiones los lucros buscados por los capitalistas. Se constata que la fase imperialista, manteniendo y acentuando las contradicciones elementales del modo de producción capitalista, introduce nuevas tensiones en la dinámica económica. Dos de ellas merecen mención. Una de ellas se refiere a la expansión de la producción: todos los estudios muestran que, bajo el dominio de los monopolios, que reúnen condiciones para promover un enorme incremento de la producción, el crecimiento económico es corto en sus posibilidades concretas. Es política deliberada de los monopolios sólo ampliar la producción cuando hay garantía de realización (venta) de sus mercancías; además, la “disminución radical de la producción es el arma más eficaz de los trusts para revertir la tendencia a la caída de los precios y provocar un alta” (Mandel, 1969,3: 107). Por eso mismo, se registran repetidamente, bajo el imperialismo, coyunturas en las cuales la capacidad productiva existente es subutilizada, como revela la economía norteamericana: Entre 1920 y 1940, la siderurgia norteamericana utilizó en promedio, anualmente, 59,2% de su potencial total. En el conjunto de la industria manufacturera de los Estados Unidos, durante los años del boom de 1925 a 1929, la capacidad productiva utilizada fue de 80%. En 1947, ella alcanzó el mismo porcentual, cayendo, en 1954, a 75% (Mandel, 1969,3: 234). La otra se relaciona a la cuestión de la innovación tecnológica. Al mismo tiempo en que los avances científicos y técnicos propician innovaciones extraordinarias, su
  • 23. 1 incorporación por los monopolios se hace en un ritmo mucho menor de lo que aquel sería posible. Poco importa si las innovaciones surgen más frecuentemente en empresas pequeñas o grandes31; lo que importa es que, al contrario de lo que generalmente se piensa, la incorporación de las innovaciones a la producción es más lenta en la fase imperialista, comparativamente al capitalismo competitivo: Es claro que la empresa gigante será guiada no por la lucratividad del nuevo método considerado aisladamente, más por su efecto líquido sobre la lucratividad global de la firma. Y esto significa que en general habrá una tasa más lenta de introducción de innovaciones que en el sistema competitivo (Baran y Sweezy, 1974: 99: itálicas nuestras). La economía del imperialismo tiene su anatomía más clarificada en la medida en que el lector relacione las características que acabamos de mencionar con todo lo que estamos viendo en este capítulo, desde el ítem 8.3. Más otros trazos de esa economía aún precisan ser mencionados –lo que será hecho en la secuencia de este capítulo. 8.7. El período “clásico” del imperialismo En su trayectoria de poco más de un siglo, el imperialismo sufrió significativas transformaciones. En la historia de esa fase del MPC, se pueden distinguir por lo menos tres períodos: el período “clásico” que, según Mandel, va de 1890 a 1940, los “años dorados”, del fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la entrada de los años setenta32 y el capitalismo contemporáneo, de mediados de los años setenta a los días actuales. Si, como en toda periodización histórica, esa cronología es puramente indicativa, lo que nos impronta subrayar es que, a pesar de todas las transformaciones que vamos a señalar, toda esa fase del capitalismo se desenvuelve bajo la égida de los monopolios –lo que significa decir que el imperialismo se mantiene en plena vigencia en la entrada del siglo XXI. 31 Actualmente, existe una tendencia a considerar las pequeñas empresas, más ágiles, como las más innovadoras –todavía, lo que cuenta es la utilización de las innovaciones, y en ese terreno el poder del monopolio es incuestionable. Además, “ser comprada o absorbida [por las empresas gigantes] es, con frecuencia, la ambición final de la pequeña empresa” (Baran y Sweezy, 1974: 81). 32 El capitalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial es designado por algunos autores como capitalismo monopolista de Estado (P. Boccara, G. Koslov) y, por otros, como capitalismo tardío (E. Mandel) –y esas designaciones diversas señalan diferentes interpretaciones.
  • 24. 1 Las características del período “clásico” del imperialismo, que fue interrumpido por la eclosión de la Segunda Guerra Mundial, ya fueron suficientemente mencionadas en los ítems precedentes. Muy especialmente, cabe resaltar que, en ese período, las crisis se manifestaron con violencia (1891, 1900, 1907, 1913, 1921, 1929 y 1937-1938); más ninguna de ellas se compara, por sus impactos, con la crisis de 1929, que tuvo una magnitud catastrófica. Incluso es posible afirmar que la crisis de 1929 obligó a los dirigentes capitalistas a ensayar alternativas político-económicas que, en el período siguiente, el de los “años dorados” (1945-finales de los años sesenta/inicios de los años setenta), serían implementadas por las principales potencias imperialistas. La crisis de 1929 evidenció para los dirigentes más lúcidos de la burguesía de los países imperialistas la necesidad de formas de intervención del Estado en la economía capitalista. Registramos que el Estado burgués siempre intervino en la dinámica económica, garantizando las condiciones externas para la producción y acumulación capitalistas (cf. arriba, el ítem 8.1); pero la crisis de 1929 reveló que nuevas modalidades interventivas se tornaban necesarias: se hacía imperativa una intervención que envolviese las condiciones generales de la producción y de la acumulación. Esa era una exigencia estrictamente económica; más el contexto socio-político en que ella se produjo condicionó largamente la modalidad en que fue implementada. Ese contexto estaba marcado por dos fenómenos, que además se interrelacionaron. El primero se relacionaba al nivel de organización y combatividad de amplios sectores obreros: en la Europa Occidental y Nórdica industrializada, partidos políticos representativos de los trabajadores ganaban expresión y, venciendo obstáculos legales, desarrollaban políticas de masas y llegaban a los parlamentos; por otra parte, el movimiento sindical obrero, desde la última década del siglo XIX, adquiría consistencia y densidad, levantando banderas que movilizaban grandes contingentes de trabajadores. El segundo se refiere a la Revolución de Octubre, dirigida por los bolcheviques en Rusia, en 1917: la creación del primer Estado proletario, simbolizando un conjunto de promesas hace mucho inscripto en el imaginario de los trabajadores, atrajo la simpatía y la adhesión de las vanguardias obreras, más allá de significar un duro golpe contra el imperialismo. Más que el efecto económico de la Revolución Rusa (que estrechó el mercado externo para los imperialistas), lo que produjo un temor real en la burguesía de Occidente fue la posibilidad de “contagio”: para ella, se trataba de aislar la experiencia socialista e impedir que “sus” trabajadores siguiesen el ejemplo que venía del Este –y, finalizada la Primera Guerra Mundial, eran muchas las señales que apuntaban en esa
  • 25. 1 dirección33, inclusive el surgimiento de los Partidos Comunistas, estimulados por la creación de la Internacional Comunista (fundada en Moscú, en 1919, y después conocida como Tercera Internacional). En la secuencia de la crisis de 1929, en aquellas sociedades donde las ideas democráticas tenían raíces más hondas y/o el movimiento obrero y sindical no registró derrotas, la nueva forma de intervención del Estado en la economía no violentó la democracia política, tal como existía –es lo que se constata en la experiencia de Europa Nórdica, de Inglaterra, de Francia y de los Estados Unidos. En los países donde tales tradiciones eran débiles (Italia) y/o donde el movimiento obrero fue más golpeado (Alemania), la intervención del Estado se dio conforme la naturaleza antidemocrática del capital, llevada al extremo por los monopolios: con la supresión de todos los derechos y garantías al trabajo y a los trabajadores, instaurándose el régimen político más adecuado al libre desarrollo de los monopolios- el fascismo. En efecto, el fascismo – aparte, sus rasgos adjetivos, como el racismo, en el caso del nazismo alemán, o el clericalismo, como en el caso de Portugal de Salazar (Antonio de Oliveira Salazar, 1889-1970) y en el caso de España de Franco (Francisco Franco, 1892-1975) –es un régimen político ideal para los monopolios o para el establecimiento de la dominación de los monopolios. No es casualidad que el período “clásico” del imperialismo haya sido el de la ascensión, del prestigio y de la dominación del fascismo. Sin embargo, son equivocados los análisis según los cuales el fascismo se había agotado con la derrota que sufrió en 1945; de hecho, desde que existe el control monopolista de la economía, la posibilidad del fascismo es siempre real. La modalidad fascista de intervenir en la economía para garantizar las condiciones generales de la producción y de la acumulación capitalistas es conocida: el terrorismo de Estado inmoviliza y/o destruye las organizaciones de los trabajadores, regula la masa salarial conforme el interés de los monopolios, favorece descaradamente al gran capital, militariza la vida social e invierte fuerte en la industria bélica; en el límite, de que es caso ejemplar la Alemania hitlerista (Adolf Hitler 1889-1945), avanza hacia la ocupación de territorios, asalta sus riquezas y fuerzas productivas y brinda al gran capital fuerza de trabajo esclavo (no se olvide que, en los campos de trabajo forzado de 33 En la secuencia del fin de la Primera Guerra Mundial, “en Alemania, 7.000.000 de trabajadores participaron de huelgas políticas y económicas en 1920. De 1918 a 1921, la media anual de trabajadores que entraban en huelga en Gran Bretaña fue de casi 2 millones; la huelga de los mineros en 1921, acarreó la pérdida de 72.000.000 de días de trabajo. Hubo también grandes huelgas en Francia, Italia y Estados Unidos” (Varga, 1963: 52).
  • 26. 1 la Alemania nazi, los prisioneros servían a los grandes monopolios alemanes, que no fueran penalizados después de la capitulación). En los países donde el fascismo no se presentó como la solución posible para el monopolio, en los años treinta se ensayaron referencias que fueron desarrolladas después del 45 –se comprende que tales ensayos no fuesen profundizados en aquella década, ya que la agresión fascista los había interrumpido (piénsese en las experiencias avanzadas de Francia del “frente popular” de 1936/1939 o, con menos vigor, las del New Deal de Roosevelt [F. D. Roosevelt, 1882-1945]).34 Tales ensayos consistían en una activa intervención del Estado sea en el nivel de las inversiones, estimulándolas directamente (inclusive con el Estado operando como empresario capitalista en sectores clave de la economía), sea en lo que respecta a la reproducción de la fuerza de trabajo, eximiendo al capital de parte de sus gastos (a través de programas sociales correspondientes a agencias estatales). En lo inmediato de la posguerra, tales ensayos serían implementados, pero ahora con el apoyo de innovaciones teóricas y con el objetivo de regular los ciclos económicos. Un soporte teórico era también necesario, una vez que ese tipo de intervención estatal contrariaba los dogmas del pensamiento liberal- conservador, para el cual el papel del Estado, formalmente, debería ser mínimo (“Estado sereno”). El principal responsable por esa innovación fue Keynes (cf. la nota 8 de la Introducción): intelectual sofisticado que expresaba la vanguardia de la burguesía inglesa, cuyos intereses económicos defendió competentemente, en 1936 publicó la obra –Teoría general del empleo, del interés y del dinero- que, por décadas, habría de legitimar el intervencionismo estatal. De acuerdo con Keynes, el capitalismo no dispone espontánea y automáticamente de la facultad de utilizar enteramente los recursos económicos, sería preciso, para tal utilización plena (que evitase las crisis y sus consecuencias, como el desempleo masivo), que el Estado operase como un regulador de las inversiones privadas a través del direccionamiento de sus propios gastos –en una palabra, Keynes atribuía un papel central al presupuesto público en cuanto inductor de inversiones. En las tres décadas que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial, las ideas de Keynes (“las políticas keynesianas”) experimentarían gran éxito. 8.8. Los “años dorados” de la economía imperialista 34 Algunos países de la Europa Nórdica –Suecia, Finlandia- pudieron avanzar en esas expresiones desde 1930;estudio que parcialmente da cuenta de eso es el de Adam Przeworsky, Capitalismo y social-democracia (San pablo, Compañía de las Letras, 1991)
  • 27. 1 Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el pasaje de los años sesenta a los setenta, el capitalismo monopolista vivió un período único en su historia, período que algunos economistas designan como los “años dorados” o, incluso, las “tres décadas gloriosas”. Fueron quizás treinta años en que el sistema presentó resultados económicos nunca vistos, y que no se presentarían más: las crisis cíclicas no fueron suprimidas35, más sus impactos fueron disminuidos por la regulación puesta por la intervención del Estado (en general, bajo la inspiración de las ideas de Keynes) y, sobre todo, las tasas de crecimiento se mostraron muy significativas. Vale señalar este último fenómeno. Entre 1950 y 1970, la producción industrial de los países capitalistas desarrollados aumentó, en su conjunto, 2,8 veces” (Koslov, dir., 1977: 365); la producción industrial norteamericana creció 5,0% entre 1940 y 1966; entre 1947 y 1966, la de Japón creció 9,6% y la de sesis países entonces reunidos en la Comunidad Económica Europea creció 8,9% (Mandel, 1982: 99); ya el producto interno bruto (PBI/conjunto de todos los bienes y servicios producidos) de los países capitalistas avanzados aumentó anualmente, entre 1950 y 1973, en 4,9% y, entre 1960 y1968, el crecimiento medio anual de la economía de Estados Unidos fue de 4,4%, de Japón de 10,4%, de Alemania Occidental de 4,1%, de Francia de 5,4% y de Inglaterra de 3,8% (Harvey, 1993: 126-128). En los años sesenta, los seis países capitalistas centrales (Estados Unidos, Japón, Alemania Occidental, Francia, Gran Bretaña e Italia) “registran en media un fuerte crecimiento (entre 5 y 6 por ciento al año) y un nivel de tasa de lucro igualmente elevado” (Husson, 199: 29). Lo paradojal es que ese desempeño fue alcanzado en un período histórico en que el capitalismo y el orden burgués se vieron ampliamente criticados y cuestionados. Tres procesos, todos mutuamente relacionados, conferirán bases reales y prácticas a ese cuestionamiento. De una parte, habiendo sido la fuerza decisiva en la victoria contra el fascismo, la Unión Soviética pasó a disfrutar de gran prestigio y poder, ahora no más aislada, sino cercada por un conjunto de países que, liberados de la ocupación nazi, romperán con el capitalismo y se dispondrán a la experiencia socialista. De otra, especialmente en la Europa Nórdica y Occidental (a excepción de España y Portugal, donde las dictaduras fascistas se prolongarán hasta mediados de los años setenta), el movimiento obrero y sindical y los partidos ligados a los trabajadores conquistarán enorme legitimidad, imponiendo límites y restricciones efectivos a los monopolios. En 35 En las “tres décadas de oro” se registraron crisis en 1949, 1953, 1958, 1961 y 1970.
  • 28. 1 ese mismo período, ganó dimensión mundial la movilización anticolonialista que, al fin, acabó por destruir los imperios coloniales – con la exitosa lucha por la liberación nacional a veces derivando en expresivas opciones por el socialismo (fue el caso de China, de Vietnam, de varias naciones africanas y, en América, de Cuba). La dirección militar, política y económica del sistema imperialista, a partir de la derrota del Eje (Alemania/Italia/Japón), se transfirió de Europa para Estados Unidos. También victoriosos en 1945, más saliendo de la guerra en condiciones de fuerza (recuérdese que su territorio no fue palco de operaciones bélicas), los Estados Unidos se impusieron a las otras potencias imperialistas (victoriosas como Francia e Inglaterra, y derrotadas, como Alemania, Italia y Japón) como país líder del mundo capitalista – y ese liderazgo a pesar de las contradicciones interimperialista, jamás fue seriamente impugnado. Desde entonces, y hasta la crisis que llevó al colapso las experiencias socialistas (1989), los Estados Unidos capitanearán lo que llamaban la “lucha contra el peligro rojo”: el combate al comunismo y a todas las ideas sociales avanzadas tuvo en Estados Unidos su centro irradiador, sea a través de la conducción de la Guerra Fría y la carrera armamentista36, sea de intervenciones abiertas (Corea, 1950-1953, Vietnam, 1963-1975) o veladas (Irán, 1952, Congo, 1961, Indonesia, 1965, la lista es infinita…), sea reprimiendo la divergencia en sus propias fronteras (de que el macartismo fue el ejemplo más emblemático, pero no el único). Precisamente en ese marco, la economía del imperialismo registró cambios importantes. El primero de ellos se refiere a la exportación de capitales, que ya tratamos anteriormente (cf., arriba, el ítem 8.3); la importancia de esa exportación no decrece, pero sus flujos se alteran significativamente: si, en el período anterior (del imperialismo “clásico”), ella se dirigía de los países centrales a los periféricos, ahora se dirige especialmente para otros países centrales – esto es, el flujo mayor de capitales imperialistas gira entre los propios países imperialistas: escribiendo a comienzos de los años sesenta, un ilustre economista señalaba entonces que “gran parte del capital exportado va de un país altamente desarrollado para otro, principalmente para construir subsidiarias para las firmas monopolizadoras” (Varga, 1963: 151). Las transferencias a 36 Los gastos norteamericanos en armas, durante la Guerra Fría, alcanzarán cifras estratosféricas: en 1962, fueron de 65 billones de dólares (Varga, 1963: 150). “En 1959, los Estados Unidos tenían […] un total de 275 grandes bases en 31 países y más de 1.400 bases en el exterior […]. Esas bases costaban aproximadamente 4 billones de dólares y eran ocupadas por aproximadamente un millón de soldados americanos” (Baran y Sweezy, 1974: 192). “En los Estados Unidos, en 1974, los gastos militares comprenderán el 31% de los gastos del presupuesto federal; en Francia, 17,4%, en la República Federal de Alemania, 21,6% y, en Gran Bretaña, 20,1%” (Koslov, dir., 1981: 264).
  • 29. 1 países periféricos pasarán a ser sobretodo empréstitos de Estado (imperialista) a Estado (periférico). Pero el cambio que ha merecido la mayor atención de los estudiosos es respecto a la propia organización del trabajo industrial. Todavía en el período “clásico” del imperialismo, la “gerencia científica” de Taylor (cf. Capítulo 4, ítem 4.4) fue objeto de un desarrollo significativo, gracias a las adaptaciones que sufrió en manos de Henry Ford (1863-1947), que se tornaría el jefe de uno de los mayores monopolios de la industria automovilística. Inicialmente implementada en la producción de vehículos automotores, esa forma de organización – el llamado taylorismo-fordismo – acabó por tornarse el patrón para toda la producción industrial y se universalizó en los años dorados del imperialismo. Una cita, aunque larga, es necesaria para esclarecer el patrón dominante de la industria capitalista en el segundo período de la fase imperialista: se trata del patrón basado en la producción en masa de mercancías, apartir de una producción más homogeneizada y enormemente verticalizada. En la industria automovilística taylorista y fordista, gran parte de la producción necesaria para la fabricación de vehículos era realizada internamente, recurriéndose apenas de manera secundaria al suministro externo, al sector de autopartes. Era necesario también racionalizar al máximo las operaciones realizadas por los trabajadores, combatiendo el “desperdicio” en la producción, reduciendo el tiempo y aumentando el ritmo de trabajo, buscando la intensificación de las formas de explotación. Ese patrón productivo se estructuró en base al trabajo parcelado y fragmentado, en la descomposición de las tareas que reducpia la acción obrera a un conjunto repetitivo de actividades cuya sumatoria resultaba en el trabajo colectivo productor de vehículos. Paralelamente a la pérdida de destreza de la labor obrera anterior, ese proceso de desantropomorfización del trabajo y su conversión en apéndice de la máquina-herramienta dotaban al capital de mayor intensidad en la extracción de sobretrabajo. La plusvalía extraída extensivamente, por el prolongamiento de la jornada de trabajo y del crecimiento de su dimensión absoluta, se intensificaba de modo prevaleciente a su extracción intensiva, dada por la dimensión relativa de la plusvalía. […] Una línea rígida de producción articulaba los diferentes trabajos, tejiendo vínculos entre las acciones individuales de las cuales la línea de montaje hacía
  • 30. 1 las interligazones, dando el ritmo y el tiempo necesarios para la realización de las tareas. Ese proceso productivo se caracterizó, por lo tanto, por la mezcla de la producción en serie fordista con el cronómetro taylorista, más allá de una separación nítida entre elaboración y ejecución. Para el capital, se trataba de apropiarse del savoir-faire del trabajo, “suprimiendo” la dimensión intelectual del trabajo obrero, que era transferida para las esferas de la gerencia científica. La actividad del trabajo se reducía a una acción mecánica y repetitiva (Antunes, 1999: 36-37). La extensión universal (envolviendo todos los países capitalistas centrales y, de algún modo, parte de los países que se estaban industrializando) del patrón fordista-taylorista se vinculó a la hegemonía norteamericana; y también a esta se ligó la expansión del american way of life, es decir, del “estilo de vida” norteamericano, promovido especialmente a partir de la década del cincuenta. En esa expansión, que impuso – no sin resistencias – valores específicamente norteamericanos a pueblos de distintas tradiciones culturales, inclusive tornando el inglés la “lengua mundial”, fue relevante el papel de la industria cultural 8prensa, radio, cine, discos, televisión). Por cierto, una característica de los “años dorados” del imperialismo fue consolidar (una vez que los principios de ese fenómeno venían del período anterior) la dominación de los medios de expresión y de circulación de ideas por el gran capital –en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, es ilustrativo el papel desempeñado por los monopolios de la producción cinematográfica. Otros tres trazos propios del imperialismo de los “años dorados” se van a consolidar y extender en ese período. El primero se refiere al crecimiento de una práctica que, hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, no tenía gran importancia en la vida económica: el crédito al consumidor. A partir de finales de los años cuarenta esa práctica se extiende y se convierte en un mecanismo institucional sin el cual la ya conocida tendencia al subconsumo de masas se tornaría fuertísima; en efecto, el sistema de ventas a crédito al consumidor, generalizándose entonces, redujo la fuerza de aquella tendencia y amplió significativamente la posibilidad de realización de un amplio abanico de mercancías (desade las más leves como vestimenta, hasta aquellas más durables, como equipamientos domésticos y automóviles). El segundo se relaciona a la inflación. Para que la circulación mercantil pueda realizarse sin problemas, hay que disponer de una determinada cantidad (masa) indispensable de dinero. Esa cantidad depende de dos variables: a) de la suma de los
  • 31. 1 precios de las mercancías en circulación y b) de la velocidad de circulación del dinero – cuanto mayor ese velocidad, menor será la cantidad necesaria y viceversa. Supóngase que en un año se venden mercancías en un total equivalente a $ 1.000.000 y que cada peso recorra, en promedio, 50 veces el ciclo completo de la circulación (que consiste en pasar del comprador al vendedor y viceversa); la masa de dinero necesaria será la suma de precios de todas las mercancías dividida por la velocidad de circulación del dinero: 1.000.000 = $ 20.000 De esa masa de dinero se deben excluir los equivalentes de las mercancías vendidas a crédito y de los pagos que se compensan mutuamente, así como en ella deben incluirse los equivalentes de los créditos a vencer. Cuando los billetes y monedas sin valor intrínseco que sustituyen a la forma histórica original del dinero (el oro) tienen su valor total equivalente a la cantidad de oro necesaria a la circulación mercantil, su poder adquisitivo coincide con el dinero bajo la forma de oro – se dice, entonces, que tienen respaldo: pueden ser convertidos en oro. Pero, frecuentemente, el Estado (que, como autoridad monetaria, dispone del monopolio de la emisión de billetes y monedas y de la guarda, en su Tesoro o Banco Central, de la cantidad de oro que sirve de respaldo a su moneda), para hacer frente a los gastos que no puede cubrir con lo que recauda, emite más billetes y monedas de lo que corresponde a su reserva de oro. Por ejemplo: el estado emite los $ 20.000 mencionados en la ilustración más arriba, disponiendo del equivalente en oro, pero, frente a una situación extraordinaria o de necesidad de saldar gastos, emite otros $ 20.000 sin que haya sido alterada la cantidad de respaldo en oro y de mercancías en circulación; entonces, para adquirir mercancías que, sin la emisión suplementaria, costarían $ 1, ahora serán necesarios $ 2 – es que la moneda fue depreciada, su poder adquisitivo fue reducido. Es en eso que básicamente consiste la inflación – que no deriva sólo de la emisión extraordinaria del Estado, también de la emisión de títulos de créditos por los establecimientos bancarios. Ese fenómeno, que puntualmente ocurrió en el siglo XIX, gana incidencia frecuente en la fase imperialista y, en los “años dorados” adquierepeso tal que algunos economistas, como Mandel, llegan al punto de referirse a una inflación permanente. En el contexto de ese período del imperialismo, sin embargo, la inflación no sólo penaliza a los asalariados en general y los trabajadores en particular; ella pasa a ser funcional al capitalismo de los monopolios, como aclara una analista inspirada en Mandel:
  • 32. 1 La expansión del crédito y de las medidas anticíclicas por intermedio del poder público (producción de armamentos, políticas sociales, etc.) van a imponer la emisión de papel-moneda más allá del respaldo en oro. De esa forma, se asegura el volumen de capital ficticio37para evitar las crisis de superproducción. La inflación permanente en el capitalismo tardío cumple algunos objetivos, como: ocultar la reducción de valor de las mercancías; facilitar la acumulación de capital; disimular la alta tasa de plusvalía; y resolver temporariamente las dificultades de realización por medio de la expansión del crédito (Behring, 1998: 134). En el imperialismo de los “años dorados”, la inflación se tornó un instrumento mediante el cual, entre otros expedientes, los monopolios succionaron recursos del conjunto de la sociedad y garantizaron la elevación de precios de las mercancías que producían. Por último, otro trazo de ese período del imperialismo fue el enorme crecimiento del llamado sector terciario – o sector de servicios38, donde heterogéneamente se incluyen actividades financieras y de seguros, comerciales, publicitarias, médicas, educacionales, hoteleras, turísticas, de entretenimiento, de vigilancia privada, etc. Ese sector, donde prevalece nítidamente el trabajo improductivo (cf. Capítulo 4, ítem 4.6.), pasó a ocupar, progresivamente, una gran masa de asalariados, muy diferenciados entre sí (desde trabajadores sin ninguna cualificación a especialistas, técnicos y profesionales de nivel universitario). Para tener una idea de la hipertrofia del sector terciario, basta observar cómo creció la fuerza de trabajo en él ocupada: de 36,8% (1910) a 62,1% (1970), en los Estados Unidos; de 22,2% (1907) a 41,9% (1970) en la entonces Alemania Federal; de 39,7% (1911) a 50,3% (1966) en Gran Bretaña; de 26% (1911) a 47,8% en Francia y de 16,5% (1920) a 38% (1970) en Brasil (datos compilados por P. Singer, “Presentación” a Mandel, 1982: XXX). Además de actividades socialmente útiles, como las referidas a la educación y la salud – muchas de ellas fomentadas por las políticas sociales, a que aludiremos más adelante -, en ese sector se inscriben negocios y organizaciones claramente 37 Aludiremos al capital ficticio en el Capítulo 9, ítem 9.5. 38 El economista anglo-austríaco Colin Clark (1905-1989) dividió la actividad económica en tres sectores: el primario, envolviendo la agricultura, la silvicultura, la ganadería, la pesca y las industrias extractivistas; el secundario, envolviendo el conjunto de las industrias (excepto las extractivistas); y el terciario, cubriendo las demás actividades. Una crítica a las elaboraciones de Colin Clark fue elaborada por Marc Riviere, en la obra Economía burguesa y pensamiento tecnocrático (Rio de Janeiro, Civilizacao Brasileira, 1966).
  • 33. 1 parasitarios, algunos limítrofes con la ilegalidad, y que operan como mecanismo de “quema” del fabuloso excedente producido en la fase imperialista. Dos de esos mecanismos, por cierto lícitos, fueron clásicamente analizados por Baran y Sweezy (1974: 117-179): la campaña de ventas, en que es central el papel de la publicidad, y los fabulosos gastos de la administración civil, más exactamente la burocracia estatal. La hipertrofia del sector terciario, que proseguirá en el último período del imperialismo (período que estudiaremos en el próximo capítulo), constituye uno de los fenómenos más típicos del capitalismo de los monopolios.39 En ella se expresa una de las más fuertes tendencias del modo de producción capitalista: la tendencia a mercantilizar todas las actividades humanas, sometiéndolas a la lógica del capital – en efecto, mediante los “servicios”, toman carácter de mercancía el trato de la educación, de la salud, de la cultura, del entretenimiento y los cuidados personales (a enfermos, a la tercera edad, etc.). 8.9. La intervención estatal en los “años dorados” Páginas atrás (en el ítem 8.6.), sumariamos los trazos elementales de la economía política imperialista. Cuando se analizan los “años dorados”, en sintonía con aquellos trazos, vemos que en ellos el capitalismo monopolista explicita más directamente sus características: a) la inversión se concentra en los sectores de mayor competencia, ya que la inversión en los sectores monopolizados se torna progresivamente más difícil; b) las tasas de lucros tienden a a ser más altas en los sectores monopolizados; c) la tasa de acumulación se eleva, acentuando la tendencia descendiente de la tasa media de lucro; d) crece la tendencia a economizar trabajo vivo, con la introducción de las innovaciones tecnológicas; e) se mantiene, aunque reducida, la tendencia al subconsumo; 39 Escribiendo a principios de la década del sesenta, cuando los “años dorados” estaban en auge, observó correctamente un autor, refiriéndose a los servicios públicos: “El capitalismo monopolista se caracteriza por una inflación del sector terciario […que] es relativa: en los Estados capitalistas modernos, si por un lado crecieron desmesuradamente los efectivos del ejército y la policía, por otro lado el número de profesores, médicos, enfermeras es nítidamente inferior a las necesidades reales de la sociedad (Riviere, 1966: 33)
  • 34. 1 f) los precios de las mercancías (y servicios) producidos por los monopolios tienden a crecer progresivamente; g) los costos de venta suben, ya que el sistema de distribución tiende a la hipertrofia; h) la inflación se cronifica. Si el lector tiene presentes todas las determinaciones teóricas que fueran tematizadas anteriormente y considera la argumentación expresada en este capítulo, concluirá – correctamente – que la fase imperialista no presenta ninguna solución efectiva para ninguna de las contradicciones inmanentes al modo de producción capitalista. Al contrario, acentúa la anarquía de la producción y la competencia (entre los monopolios, entre los sectores monopolizados y no monopolizados) y conduce todas las contradicciones al nivel máximo – especialmente porque profundiza exponencialmente la contradicción básica del modo de producción capitalista: la contradicción, ahora extendida a escala mundial, entre la socialización de la producción y la apropiación privada del excedente (cf. Capítulo 7, ítem 7.3.). Además, introduce nuevas complicaciones que tensionan todavía más aquellas contradicciones, entre las cuales la “contradicción entre los pueblos coloniales y semicoloniales, de un lado, cuya miseria y cuyo desarrollo económico bloqueado representan la principal fuente de superlucros de los monopolios y, del otro, las grandes burguesías metropolitanas (Mandel, 1969, 3: 119). Para administrar tales contradicciones, el imperialismo requiere un estado diferente de aquel que correspondió al capitalismo competitivo: la naturaleza del orden monopólico exige un Estado que, como ya señalamos, va más allá de la garantía de las condiciones externas de la producción y de la acumulación capiltalistas – exige un Estado interventor, que garantice sus condiciones generales. Vemos que, después de la crisis de 1929, varias experiencias indicaban la constitución de tal Estado, en lo inmediato de la posguerra, él se configuró plenamente, conjugándose con la universalización del taylorismo-fordismo y legitimado por las ideas keynesianas. De hecho, el imperialismo llevó a la refuncionalización del Estado: su intervención en la economía, direccionada para asegurar los superlucros de los monopolios, busca preservar las condiciones externas de la producción y de la acumulación capitalistas, pero implica incluso una intervención directa y continua de la dina´mica económica desde adentro, a través de funciones económicas directas e indirectas.