1. El ruido que dotaba de vida al exterior no acalló mi sueño. Permanecía tumbado en las tres cajas
que habían dispuesto, todas en la misma posición y con la intención de lastimarme la espalda.
La noche, con su suave respiración, recorrió las ojeras que tenía, provocadas por miles de
intentos fallidos de escapar de la guerra, luego llegó a mis pestañas, unidas por un hilo que esperaba
convertirse en sueño y no despertar hasta oir los llantos del amanecer y la desesperación, pero la
realidad mas absurda era que el aire las estaba descosiendo.
Los abrí de golpe y con lo primero que me topé fue con el techo, que poco a poco fue
moviéndose al mismo tiempo en el que giraba la cabeza hacía la derecha. Lo curioso es que después
de abandonarlo, no encontré una pared, sino un balcón y con ello una nueva vista.
Una sinfonía de destellos, de ruidos urbanos y de sombras me guiaron por los objetos del balcón.
La ventana estaba abierta, y con un gesto brusco en mis pupilas, seguí por el suelo llegando a los
barrotes, que hacían de proteccón para no caerse al vacío.
Moví la mirada un poco más arriba, hasta llegar a una escena nada conmovedora.
La persiana estaba sin bajar, con el fuego inundando aquella estancia tan lejana para mí y con dos
personas discutiendo. Se podía percibir perfectamente. Se podía percibir como un hombre le estaba
propinando una paliza a una muchacha.
Echando una ojeada rápida a los barrotes y esforzándome un poco más, conseguí encuadrar la
escena. El hombre seguía propinándole la paliza, los barrotes actuaban como la barrera que
interponía a un preso de su libertad y yo era el carcelero sin llaves, buscando algunas inexistentes
para poder ayudarla.