1. INTRO
La dueña de la pensión me detuvo, nerviosa, en el primer
peldaño de la escalera cuando volvía a mi cuarto aquella noche.
-¡Tengo que hablar con usted!.
-¿Qué sucede?-repuse de mala gana.
-Alguien preguntó por usted, dijo que necesitaba verle y dejó
esta nota. Ya sé que no es asunto mío pero tenía un aspecto
muy extraño.
-Tiene usted razón, no es asunto suyo-. Me dolía la cabeza y
quería marcharme de allí enseguida- Deme esa nota haga el
favor.
-Tome, aquí tiene, y sepa que no se me ha pasado por la cabeza
la idea de leerla.
-Seguro-dije, mientras utilizaba el papel doblado como si se
tratara del relevo que ella me daba y que permitía por fin iniciar
la carrera por las escaleras con destino a mi cama.
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2. NUDO
Desenrosqué el tapón de la botella, en un acto mecánico, pero
comunicado del placer al que precedía, y desdoblé la nota,
temeroso de que algún resorte me golpeara por sorpresa, como
en esos juguetes infantiles, pero en forma de malas noticias.
La nota era de su hijo: decía que su padre había muerto y que
era urgente que nos viéramos para comunicarme su última
voluntad.
Me dejaba una dirección y me citaba esa misma mañana.
Decidí esperar esas pocas horas despierto, tumbado en mi
cama, preguntándome en qué podría consistir eso que la nota
sentenciaba tan solemnemente como “última voluntad”. Mi
habitación me pareció entonces un sitio fuera del mundo,
incomunicado con el exterior. Podía estar en una burbuja
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3. flotando en el aire, o bajo tierra, podía estar muerto y este era mi
ataúd, no lo sabía porque no se oía nada. Abrí la ventana y
enseguida una leve brisa me trajo noticias tranquilizadoras,
alguien o algo me necesitaba, aspiré un par de veces y mi
existencia logró reanudarse tras aquel extraño punto y aparte.
Los ruidos del exterior me alcanzaban serenamente, con
profundidad, aún la estridencia de un motor resultó reparadora
en aquel momento. El ir y venir de los automóviles que llegaban
y se alejaban casi a la vez llegó a confundirse con ese delicado
sonido que acompaña a las olas mientras mueren en la orilla, y
que siempre sugiere la idea del movimiento, de la facilidad.
Me incorporé escuchando un crujido que quise atribuir al débil
estado del catre, antes de reconocer su origen en mis propias
articulaciones, y miré el reloj de la mesilla con el temor de
haberme quedado dormido. No era así, todavía quedaba tiempo
más que suficiente para la cita, así que, tras intentar inútilmente
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4. darle a mi apergaminado pantalón la forma lisa que todavía ayer
mantenía milagrosamente, salí a la calle sin prisa.
DESENLACE
Subí unas largas escaleras que conducían al último piso de la
vivienda, encajé el rostro, y llamé a la puerta con los nudillos,
como era mi costumbre. una oblicua y pequeña franja de luz me
apercibió de que la puerta estaba abierta. Vacilé ante lo que
desde luego no parecía ser una invitación amistosa, y poco me
faltó para volver atrás, temiéndome una trampa, pero finalmente
me decidí a empujar la hoja entreabierta, descubriendo así la
mañana, que me inundó de luz y de calor y que desnudó la
oscuridad donde me protegía. Quedé enfrentado a un amplio
ventanal que recibía el sol y lo enmarcaba en las justas
proporciones de un cuadro, y esperé sin moverme de mi sitio que
alguna presencia humana se anunciara ante mi. Fue en vano.
Apenas podía guardar el equilibrio en mi estado de excitación,
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5. así que dí un paso adelante, que me pareció como un salto hacia
abajo ruidoso y poco firme. Me rehice y comencé a curiosear.
Todo el mobiliario que componía el piso, impersonal y
pasajero, le daba un aspecto de habitación de hotel. No había ni
rastro de nada que me resultase familiar. Eso me hizo pensar que
quizás la relación entre padre e hijo no fuera estrecha, y que este
no había tenido conocimiento de mi relación con aquel, así que
no cabía esperar de él ninguna intención por resucitar viejas
deudas. No obstante, el mensaje si parecía dar a entender que el
heredero asumía algo que su padre dejaba inacabado.
Esos pensamientos acrecieron mi angustia de tal modo que
decidí abandonar el lugar sin esperar un posible desenlace de la
situación. Desde entonces no he vuelto a saber nada más de este
asunto, lo que me supone desconocer, quizá hasta el último de
mis días, si aquel maldito viejo llegó a perdonarme o se murió
odiándome.
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