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INTRO

   La dueña de la pensión me detuvo, nerviosa, en el primer

 peldaño de la escalera cuando volvía a mi cuarto aquella noche.

-¡Tengo que hablar con usted!.

-¿Qué sucede?-repuse de mala gana.

-Alguien preguntó por usted, dijo que necesitaba verle y dejó

 esta nota. Ya sé que no es asunto mío pero tenía un aspecto

muy extraño.

-Tiene usted razón, no es asunto suyo-. Me dolía la cabeza y

 quería marcharme de allí enseguida- Deme esa nota haga el

 favor.

-Tome, aquí tiene, y sepa que no se me ha pasado por la cabeza

la idea de leerla.

-Seguro-dije, mientras utilizaba el papel doblado como si se

tratara del relevo que ella me daba y que permitía por fin iniciar

la carrera por las escaleras con destino a mi cama.

                                                                     1
NUDO

Desenrosqué el tapón de la botella, en un acto mecánico, pero

comunicado del placer al que precedía, y desdoblé la nota,

temeroso de que algún resorte me golpeara por sorpresa, como

en esos juguetes infantiles, pero en forma de malas noticias.

La nota era de su hijo: decía que su padre había muerto y que

era urgente que nos viéramos para comunicarme su última

voluntad.

Me dejaba una dirección y me citaba esa misma mañana.

 Decidí esperar esas pocas horas despierto, tumbado en mi

cama, preguntándome en qué podría consistir eso que la nota

sentenciaba tan solemnemente como “última voluntad”. Mi

habitación me pareció entonces un sitio fuera del mundo,

incomunicado con el exterior. Podía estar en una burbuja

                                                                2
flotando en el aire, o bajo tierra, podía estar muerto y este era mi

ataúd, no lo sabía porque no se oía nada. Abrí la ventana y

enseguida una leve brisa me trajo noticias tranquilizadoras,

alguien o algo me necesitaba, aspiré un par de veces y mi

existencia logró reanudarse tras aquel extraño punto y aparte.

Los ruidos del exterior me alcanzaban serenamente, con

profundidad, aún la estridencia de un motor resultó reparadora

en aquel momento. El ir y venir de los automóviles que llegaban

y se alejaban casi a la vez llegó a confundirse con ese delicado

sonido que acompaña a las olas mientras mueren en la orilla, y

que siempre sugiere la idea del movimiento, de la facilidad.

 Me incorporé escuchando un crujido que quise atribuir al débil

estado del catre, antes de reconocer su origen en mis propias

articulaciones, y miré el reloj de la mesilla con el temor de

haberme quedado dormido. No era así, todavía quedaba tiempo

más que suficiente para la cita, así que, tras intentar inútilmente

                                                                      3
darle a mi apergaminado pantalón la forma lisa que todavía ayer

mantenía milagrosamente, salí a la calle sin prisa.


                          DESENLACE

 Subí unas largas escaleras que conducían al último piso de la

vivienda, encajé el rostro, y llamé a la puerta con los nudillos,

como era mi costumbre. una oblicua y pequeña franja de luz me

apercibió de que la puerta estaba abierta. Vacilé ante lo que

desde luego no parecía ser una invitación amistosa, y poco me

faltó para volver atrás, temiéndome una trampa, pero finalmente

me decidí a empujar la hoja entreabierta, descubriendo así la

mañana, que me inundó de luz y de calor y que desnudó la

oscuridad donde me protegía. Quedé enfrentado a un amplio

ventanal que recibía el sol y lo enmarcaba en las justas

proporciones de un cuadro, y esperé sin moverme de mi sitio que

alguna presencia humana se anunciara ante mi. Fue en vano.

Apenas podía guardar el equilibrio en mi estado de excitación,
                                                                    4
así que dí un paso adelante, que me pareció como un salto hacia

abajo ruidoso y poco firme. Me rehice y comencé a curiosear.

 Todo el mobiliario que componía el piso, impersonal y

pasajero, le daba un aspecto de habitación de hotel. No había ni

rastro de nada que me resultase familiar. Eso me hizo pensar que

quizás la relación entre padre e hijo no fuera estrecha, y que este

no había tenido conocimiento de mi relación con aquel, así que

no cabía esperar de él ninguna intención por resucitar viejas

deudas. No obstante, el mensaje si parecía dar a entender que el

heredero asumía algo que su padre dejaba inacabado.

 Esos pensamientos acrecieron mi angustia de tal modo que

decidí abandonar el lugar sin esperar un posible desenlace de la

situación. Desde entonces no he vuelto a saber nada más de este

asunto, lo que me supone desconocer, quizá hasta el último de

mis días, si aquel maldito viejo llegó a perdonarme o se murió

odiándome.
                                                                      5

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Pequeña tragedia

  • 1. INTRO La dueña de la pensión me detuvo, nerviosa, en el primer peldaño de la escalera cuando volvía a mi cuarto aquella noche. -¡Tengo que hablar con usted!. -¿Qué sucede?-repuse de mala gana. -Alguien preguntó por usted, dijo que necesitaba verle y dejó esta nota. Ya sé que no es asunto mío pero tenía un aspecto muy extraño. -Tiene usted razón, no es asunto suyo-. Me dolía la cabeza y quería marcharme de allí enseguida- Deme esa nota haga el favor. -Tome, aquí tiene, y sepa que no se me ha pasado por la cabeza la idea de leerla. -Seguro-dije, mientras utilizaba el papel doblado como si se tratara del relevo que ella me daba y que permitía por fin iniciar la carrera por las escaleras con destino a mi cama. 1
  • 2. NUDO Desenrosqué el tapón de la botella, en un acto mecánico, pero comunicado del placer al que precedía, y desdoblé la nota, temeroso de que algún resorte me golpeara por sorpresa, como en esos juguetes infantiles, pero en forma de malas noticias. La nota era de su hijo: decía que su padre había muerto y que era urgente que nos viéramos para comunicarme su última voluntad. Me dejaba una dirección y me citaba esa misma mañana. Decidí esperar esas pocas horas despierto, tumbado en mi cama, preguntándome en qué podría consistir eso que la nota sentenciaba tan solemnemente como “última voluntad”. Mi habitación me pareció entonces un sitio fuera del mundo, incomunicado con el exterior. Podía estar en una burbuja 2
  • 3. flotando en el aire, o bajo tierra, podía estar muerto y este era mi ataúd, no lo sabía porque no se oía nada. Abrí la ventana y enseguida una leve brisa me trajo noticias tranquilizadoras, alguien o algo me necesitaba, aspiré un par de veces y mi existencia logró reanudarse tras aquel extraño punto y aparte. Los ruidos del exterior me alcanzaban serenamente, con profundidad, aún la estridencia de un motor resultó reparadora en aquel momento. El ir y venir de los automóviles que llegaban y se alejaban casi a la vez llegó a confundirse con ese delicado sonido que acompaña a las olas mientras mueren en la orilla, y que siempre sugiere la idea del movimiento, de la facilidad. Me incorporé escuchando un crujido que quise atribuir al débil estado del catre, antes de reconocer su origen en mis propias articulaciones, y miré el reloj de la mesilla con el temor de haberme quedado dormido. No era así, todavía quedaba tiempo más que suficiente para la cita, así que, tras intentar inútilmente 3
  • 4. darle a mi apergaminado pantalón la forma lisa que todavía ayer mantenía milagrosamente, salí a la calle sin prisa. DESENLACE Subí unas largas escaleras que conducían al último piso de la vivienda, encajé el rostro, y llamé a la puerta con los nudillos, como era mi costumbre. una oblicua y pequeña franja de luz me apercibió de que la puerta estaba abierta. Vacilé ante lo que desde luego no parecía ser una invitación amistosa, y poco me faltó para volver atrás, temiéndome una trampa, pero finalmente me decidí a empujar la hoja entreabierta, descubriendo así la mañana, que me inundó de luz y de calor y que desnudó la oscuridad donde me protegía. Quedé enfrentado a un amplio ventanal que recibía el sol y lo enmarcaba en las justas proporciones de un cuadro, y esperé sin moverme de mi sitio que alguna presencia humana se anunciara ante mi. Fue en vano. Apenas podía guardar el equilibrio en mi estado de excitación, 4
  • 5. así que dí un paso adelante, que me pareció como un salto hacia abajo ruidoso y poco firme. Me rehice y comencé a curiosear. Todo el mobiliario que componía el piso, impersonal y pasajero, le daba un aspecto de habitación de hotel. No había ni rastro de nada que me resultase familiar. Eso me hizo pensar que quizás la relación entre padre e hijo no fuera estrecha, y que este no había tenido conocimiento de mi relación con aquel, así que no cabía esperar de él ninguna intención por resucitar viejas deudas. No obstante, el mensaje si parecía dar a entender que el heredero asumía algo que su padre dejaba inacabado. Esos pensamientos acrecieron mi angustia de tal modo que decidí abandonar el lugar sin esperar un posible desenlace de la situación. Desde entonces no he vuelto a saber nada más de este asunto, lo que me supone desconocer, quizá hasta el último de mis días, si aquel maldito viejo llegó a perdonarme o se murió odiándome. 5