El documento narra la historia de un hombre encarcelado injustamente y acusado de brujería. Mientras está solo en su celda una noche de luna llena, empieza a sentir un frío intenso y vislumbra una oscuridad que se transforma en diez enormes cuervos sin alma que lo atacan y lo hieren gravemente hasta que aparece su único amigo en la prisión, Mortis, y los cuervos desaparecen con un graznido final.
1. OCAS
Estaba allí un día más, intentando explicarme que hacía allí, mi única distracción desde
hacía dos años, desde el día en el que me encerraron en esta celda de aislamiento
perdida en alguna parte de este país, en esta jaula de hormigón la cual sólo dejaba
lugar a una puerta con candados de mil y un mecanismos y a una ventana con barrotes
de un acero más duro y frío que el de los propios barcos; cuando, como era costumbre
vino a traerme la comida que me proporcionaban allí (de la cual sólo me atrevía a
comer el pan y el agua consciente de que era lo único que no preparaban allí) la única
persona que hasta entonces me había creído, mi único compañero, Mortis.
Estaba allí delante, con su característica sonrisa que dejaba ver sus dientes afilados y
su corbata mal puesta, se sentó en mi cama mientras se ataba uno de sus mocasines y
me pidió que le contase otra de mis “historias” por las cuales estaba allí encerrado
acusado de brujería. Estuvo una hora escuchándome, lo cual agradecí mucho ya que
era la única hora del día en la cual fui una persona “corriente”, antes de salir le pedí
que intentase convencer al juez de que yo no tuve la culpa de nada, el me prometió
intentarlo, pero aunque era mi compañero, nunca me fié de su palabra.
Al irse eran las ocho de la noche, otra vez sólo, otra vez en soledad, pensando en qué
podría pasar en un futuro si todo lo que había visto era verdad, ¿Sería el fin del
mundo? ¿Sería él la única persona capaz de salvar un próximo final en la Tierra y lo
tenían allí encerrado, sin más? Al menos no lo habían quemado como hacían por aquél
entonces porque él tampoco estaba seguro de haber visto nada y sus historias, aunque
poco creíbles eran coherentes.
Llegaron las diez de la noche, vio como los guardas daban vueltas al edificio por fuera
para hacer recuento de personas, escuchó como un guarda le decía a otro que aquella
noche era de luna llena. A él la Luna le espantaba, le recordaba a historias las cuáles no
le gustaría revivir. Además las temperaturas estaban bajando y por su ventana
entreabierta pasaba todo el frío del exterior, decidió entrar en cama a calentarse
mientras leía un libro de la biblioteca ambulante de la cárcel.
Llegaron las doce de la noche, tenía sueño, pero a pesar de ello no podía dormir, era
una sensación que nunca antes había vivido, un sufrimiento leve, por más que
intentaba dormir, cerrar los ojos, dejar la mente en blanco no me dormía, empecé a
pensar qué sentido tiene dormir, cómo nuestro cerebro crea una realidad paralela en
la que somos completamente libres y cómo se entra en ella.
De repente, teniendo los ojos rojos por no poder dormir, me invadió un frío, pero no
era el frío que entraba por la ventana, ese no me molestaba apenas, fue un frío que
2. me recorrió todas las entrañas desde la cabeza hasta los pies, como un escalofrío
alargado, me levanté y me puse a dar vueltas por la celda porque ya para mí era
imposible dormir. Dadas 48 vueltas a la celda (las contaba para distraerme) me planté
delante del inodoro el cual desprendía un olor putrefacto, mucho peor que el de
costumbre, mis piernas se quedaron petrificadas y sin ningún sentido empecé a
vomitar. Una vez no quedó nada en mi estómago el propio sabor a sangre de mi boca
me hizo parar, me senté en mi cama, mareado, extrañado y con frío.
Una vez empecé a encontrarme mejor miré hacia la ventana, de repente, todo cambió,
la iluminada celda por la bombilla superior pasó a ser parcialmente oscura, entraba
oscuridad por la ventana. Aquello no era una oscuridad propia de la falta de luz, en sí
misma era luz negra, más que el carbón y cualquier negro que se le pueda venir a
cualquier persona a la mente, me acerqué a ella, estaba cobrando forma.
La luz empezó a transformarse en una especie de pájaros inmensos, negros, de ojos
azules, eran ocas. Diez de las mayores bestias jamás vistas por un hombre, eran
pájaros si, pero carentes de toda cualidad vital, no tenían alma, no presentaban
piedad.
Alzaron vuelo, empezaron a volar por toda la habitación, no giraban de forma
aleatoria, seguían un patrón, como si estuviesen dirigidos por alguien o algo, grité con
todas mis fuerzas pero no me oyó nadie, el frío que sentía antes pasó a ser un calor
agobiante que no me dejaba ni respirar.
Las ocas me rodearon abriendo sus alas y me encerraron, no veía nada, su único
propósito era el de matarme, ya lo había entendido.
Me empezaron a morder mientras me miraban con esos ojos azules profundos sin fin
manchados con sangre mía. Los picotazos dolían pero los mordiscos me hacían rabiar,
no lo soportaba más, me arrancaron la ropa, me hicieron arañazos, me arrancaron
trozos de piel cual cebolla, me ardía la poca piel que me quedaba, estaba deseando
que acabasen conmigo, ya nadie confiaría en mí y mi sufrimiento era incapaz de ser
expresado con la mayor de las hipérboles.
Entonces pararon las ocas, se separaron, de entre ellas apareció mi compañero Mortis,
me sonrió, las ocas se volvieron a abalanzar sobre mí y con un graznido todo acabó.