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DETRÁS
DE LA BARDA
Primera edición SEP / Solar, Servicios Editoriales, 2005
D. R. © Solar, Servicios Editoriales, SA de C.V.
Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos
03800, México, D.F
D. R. © Secretaría de Educación Pública, 2005
Argentina 28, Centro,
06020, México, D.F.
ISBN: 968-5473-69-2 Solar, Servicios Editoriales
ISBN: 970-790-732-0 SEP
Impreso en México
DISTRIBUCIÓN GRATUITA-PROHIBIDA SU VENTA
1
Sistema de clasificación Melvll Dewey DGME
863
D6
2005 Domínguez, Esteban
Detrás de la barda / Esteban Domínguez._
México : SEP : Solar, Servicios Editoriales, 2005.
124 p. — (Libros de) Rincón)
ISBN: 970-790-732-0 SEP
1. Literatura mexicana. 2. Literatura juvenil.
3. Novela. I. t. II. Ser.
DETRAS
DE LA BARDA
Esteban Domínguez
2
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
A los estudiantes
y profesores de Sonora
l Morgan
No, pues sí, chale, en la secundaria uno de veras que está bien refeo. Hay unos morros que tienen
unas orejotas o están bien dientones, a unos se les llama Dumbos y a los otros Caballos, o Bugs Bunny; unos
tienen unos brazotes bien largos y unas piernas pequeñas. Neta que parecemos caricaturas.
Luego algunos exageran, se pasan... Se compran unos pantalones del 38 o del 42 que les quedan bien
guangos, claro que lo disimulan fajándose un poco, pero cuando no los ven los prefectos, ahí andan, bien
cholos, tirando barrio. Yo los veo y me da risa; claro que nunca me atrevería a usar algo así porque no me llevo
con ellos.
También hay unos bien cabezones o muy altos o muy enanos; luego unos que están en plena niñez y
otros que ya fuman y van a los bailes como si nada. Hay unos muy aseaditos, como yo, y unos que para nada
se bañan; se levantan como a las doce y así se vienen a la escuela, sin peinarse o lavarse la buchaca, guácala,
ni los sobacos ni nada, y Ies llaman pacusos, pero no voy a decirles lo que significa. Luego, dizque andan acá
muy de novios, muy galanes, tirando rostro con las mónitas. Luego la raza amarga nunca falta, hay unos
morros que se salen, tienen una risa de lo más burlesca, a todo el que agarran a canilla, ya no lo sueltan hasta
que lo hacen llorar.
Las chavas, la neta, neta, casi no hay buenas. También ellas están bien federal de caminos. En serio,
hay unas que hasta te espantan y, según ellas, andan por la escuela como si fueran miss México aunque nadie
las pela. Tienen las piernas flacas, flacas, chuecas, chuecas; o son muy morenas, con manchas en la cara que
les llaman jiotes; a unas les dicen que les explotó el calentón, otras son güeras y pecosas. Flacas, gordas,
gordas en serio, como la Keiko, por ejemplo, que está conmigo. Unas son bien sangronas y con nadie se
llevan, otras se pelean a golpes con los chamacos, la Tyson le dicen a una. Hay de todo, enamoradas,
juguetonas, listas y tontonas, apretadas, como las fresas.
Y volviendo a los morros, no faltan los apestosos, los pedorros, guacarosos, en fin, son una chulada mis
compañeros... Pero no quiero hablar de todos mis compañeros, porque capaz que se enteran y no me la voy a
acabar. Son bien gachos, y no sólo ellos, también las chavas son pesadas. Del que quiero hablar es del
Adrián, un morro de esos serios, flaquito, cabeza pequeña, orejas grandes, muy formal. De toda la escuela, es
el único que trae una mochila con rueditas, y ya sabrán el carrillón que le damos —porque yo también me
incluyo—, se la escondemos a cada rato o se la arrebatamos para que nos persiga por todo el salón.
—Ya cálmense o los voy a reportar.
—Huy, qué miedo.
—Es en serio.
—Mira cómo tiemblo.
—Bueno, se los advierto...
—Ahí está, llorón.
Y así lo traemos a broma y broma hasta que revienta y nos reporta.
Pero tampoco de él quería hablar, más bien del Morgan. De veras que con este morro sí que se
salieron.
3
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
Desde que lo vieron le buscaron el sobrenombre de Morgan, y bien que le queda porque tiene un solo
ojo, el otro parece que lo perdió o así nació. También quisieron decirle Cíclope, pero no pegó. La canilla ha
estado dura, hasta las chamacas seriecitas, como Maribel, le gritan al maestro:
—Mire, maestro, el Morgan me está coqueteando, me está cerrando un ojo.
Y todo mundo trata de aguantar la risa.
Otro le dice:
—Échale un ojito a mi mochila, ¿no?
Y él aguantando como si nada, se le resbala. Creo que hace mucho que aprendió a aguantar; luego, él
se las devolvía, pero ya no se enojaba, ya hacía caso cuando le decían:
—Que el Morgan esté con nosotros en el equipo.
—El Morgan me pegó, profe.
—El Morgan está comiendo en el salón.
Y así por el estilo.
Pues con todo y su ojito único, un día el Morgan fue el héroe del salón. Ocurrió cuando la teacher, en
plena clase, empezó a ponerse primero roja, como una manzana, y luego morada, como... pues como algo
morado, vaya, como que le faltaba el aire, se agarraba el cuello con las manos, manoteaba como si estuviera
en la alberca. Nosotros, todo el grupo, se quedó en suspenso, congelado en una fotografía para el recuerdo.
Ni una hoja, risa, suspiro, nada. Y ahí siguiéramos, si no fuera porque la maestra estaba ahí, cayendo al piso.
Entonces vimos cómo el Morgan saltó dos filas hasta llegar junto a la maestra que, en serio, ya en el suelo,
tenía los ojos en blanco. El Morgan le puso las manos alrededor del cuello y la recostó suavemente, luego le
abrió la boca y, tapándole la nariz, comenzó a bombearle aire, aire. Para esto, ya estábamos todos alrededor, y
él nos hacía señas de que despejáramos; alguien ya había ido por la doctora. El Morgan seguía aferrado y le
daba unos apachurrones en el pecho y seguía con la respiración de boca a boca, entonces la maestra volvió en
sí poco a poco y al fin volvió a respirar normal. Cuando se sintió mejor, la sentaron en su silla. La doctora le
puso alcohol por todas partes y, unos momentos después, ya estaba en el hospital.
Después de esto el Morgan nos contó que en las vacaciones había tomado un curso de primeros
auxilios en la Cruz Roja y que por eso sabía qué hacer en estos casos. Cuando la maestra volvió el lunes
siguiente, mostraba una sonrisa muy bonita y, además, traía una caja como de regalo que le entregó al Morgan.
Eran unos pantalones nuevos y finos que el Morgan lució muy contento en el baile de primavera, donde se puso
de novio con la más bonita del salón, la Irasema.
Bueno, de esto quería hablar. ¿Quién soy yo? No se los puedo decir, sólo les cuento que soy uno de
ustedes, que está a medio camino entre el morro de la mochila de rueditas y el Morgan. Hasta la vista, y
échenle ganas a la school...
4
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
a Hitler
Sentado ahora, aquí en la prefectura, sé que el castigo es inminente. Soy culpable. Y cómo no, si mis
brazos y mis piernas han crecido tanto y en forma tan desordenada que no atino a hacer los movimientos que
quiero. Hoy por la tarde, en la clase de inglés, al levantarme del Mesa banco mi mano izquierda se extendió
tanto que fue a chocar con el maldito vidrio que se hizo pedazos. Me corté un poco, pero no fue tanto el daño;
pronto dejó de salir la sangre, y aquí me tienen, como el acusado en espera de la sentencia o, peor, de la
ejecución. Me siento como los condenados a la guillotina, que según el profe de historia era un método cruel,
aunque creo que tenerme aquí en la prefectura es más cruel todavía. De todos modos, ya sé que tendré que
pagar el vidrio, no sé cómo, pero lo pagaré. Tal vez, si las propinas son buenas en la tienda del ISSSTE, en
una semana sale lo del mugre vidrio. Y todo por estas tontas extremidades que siento como si no fueran mías.
Y claro, ahorita de seguro viene el sermón y yo a decir que sí a todo, que voy a pagar, que tendré más cuidado.
La trabajadora social y la Hitler, que así le decimos a la prefecta de los primeros, están encerradas,
seguramente pensando en qué castigo darme, tal vez merezco un castigo.
Sólo escucho voces que suben y bajan, pero sin mensajes. La trabajadora social no me preocupa, es
buena gente y siempre habla calmadamente y de buen modo. Quien sí me pone a temblar es la Hitler. Nada
más resuena su voz y ya no encuentro mis pensamientos. Creo que a todos nos pasa lo mismo, porque el otro
día que fue al salón, nomás entró y todo mundo dejó lo que estaba haciendo. Hubo un silencio "pasmoso", diría
el profe de español.
—A ver, niño, tú —le dijo al Cabezón, que es el más terrible del grupo—. ¡Ponte de pie y fájate!
Antes de terminar la frase ya se había compuesto. Y, parado, le temblaban las rodillas. Yo, tras él,
sudaba helado. Nadie se movía. La Marcela se había quedado como paralizada, pero en una posición mal
acomodada:
—¡Niña, tú! ¿Cómo te llamas? ¡Siéntate bien!, ¿qué no ves que así enseñas toda la mercancía?
¡Cochina!
Con esa maestra no se puede dialogar; casi nadie reporta a nadie, porque fácilmente te hace llorar,
incluso si tú vas a reportar a alguien.
Yo digo que está bueno tener una prefecta que meta orden, pero ésta te espanta de veras. Es una
mujer muy alta y distinguida que siempre usa vestidos oscuros, se maquilla mucho y se pinta el pelo de colores
rojizos o rojos oscuros. Hasta los padres le sacan la vuelta, porque en cada reporte les pega una buena
sacudida. Dice el Chiva que su mamá le advirtió que ella no regresaba si la mandaban llamar, que más le valía
que se portara bien, y aunque ya van varias veces que le piden que venga, pura nada que hace caso, ni por la
boleta viene.
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Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
La mano ya no me duele, pero tengo deseos de salir corriendo de aquí y de estar en mi salón o, mejor,
en mi casa viendo tele, o bien dormido, y no en este cuarto con el escritorio enfrente, los archiveros y la banca
donde nos sentamos todos los reportados.
Yo espero que no vuelva a suceder, de veras se los digo, estas cosas no me agradan. No me Ni gusta
este cuarto, y mucho menos que la prefecta me regañe, porque en las noches, en todas mis pesadillas, aparece
su enorme cabellera pintada, su fiera mirada y su voz como cuchillo que me destroza como en las películas de
terror.
Nada más de pensar en el dinero del vidrio me da tristeza. ¡Toda una semana de propinas ¿tirada a la
basura por un vidrio! Y yo que ahora sí pensaba comprarme el balón de básquet, ni modo... A ver si después,
aunque tal vez no, ni lo dejan traer a la escuela o me lo quitan los cholos. A lo mejor compro otra cosa más
necesaria o le doy el dinero a mi jefa para que compre algo, aunque eso va a ser después de que termine de
pagar el vidrio y la Hitler deje de mortificarme. Ahora voy a dejar de escribir esto, porque ya se está abriendo la
puerta y por ahí, estoy seguro, va a asomarse su curiosa cabellera y luego vendrá el grito...
6
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
uerido diario
Lunes 14 de febrero
Como todos los lunes, me levanté muy temprano dispuesta a enfrentar un nuevo día de pesadez y
movimiento, pero recordé que era el día del amor y la amistad. Desde el viernes había comprado la tarjeta y el
regalo para el Caballo, digo, para Juan (a mi mamá no le gusta que use apodos). A mí me tocó regalarle a él
en el intercambio del salón. Odio los intercambios, deberían de prohibirlos para siempre. Una vez, en la
primaria, regalé un perfume bien caro y a mí me dieron un pañuelo. No sé si Juan me gusta o no, de todos
modos le escribí un mensaje muy largo; es buena onda, aunque a veces es muy cargado. La Cachetitos le
echa los canes, pero él no le hace caso, ni en el mundo la hace. Mi mamá me encargó que llegara temprano,
aunque eso va a estar en chino, porque hay una fiesta con los del salón. Ya sé que son unos nacos,
desabridos y feos; de todos modos uno trata de divertirse. Anoche me pinché el dedo mientras cosía mi falda,
pues la prefecta me bajó la bastilla y me reportó. Es como un juego, ella me la baja y yo que la subo; algún día
terminará con unos tremendos agujerotes, tal vez la falda llegue a ser un solo agujero. El Navo me habló para
decirme que él y el Guante iban a llegar tarde a la escuela, que les avisara a los maestros. Mientras me
cambiaba, tenía un verdadero desastre. No encontraba nada y todo se me caía. "Es uno de esos días fatales",
pensé. Lo bueno es que en la mochila casi no llevo cuadernos ni libros y sí el traje para la fiesta.
Ahora estoy en mi salón, es la segunda hora y la tenemos libre porque no vino el profe de historia. Por
ahora le voy a parar, al cabo que luego seguimos hablando...
Martes 15 de febrero
Ayer, como estaba previsto, todo fue un desastre. Oh, querido diario, hubieras estado ahí. ¡Fue horrible,
horrible! Figúrate que ese chamaco loco, baboso, tarúpido, metiche, aniñado, feo, gritón, dientón, nariz de
Gonzo, pelos parados, aliento de dragón, pies de atleta, orejas de Dumbo, risa del Guasón, prieto, flaco,
ojeroso, lagañoso, ese atrevido, cara de chango, ése al que todos le dicen el Sapito, pues ése, ¿qué crees,
querido diario?... Pues que ¡me la cantó! Sí, así como lo oyes, digo, así como lo escribo. Sucedió en el receso.
Yo había ido a la cope por unas papitas con queso, y cuando más las saboreaba, se me cayó un pedazo y me
manchó la blusa, casi una catástrofe, imagínate, ¡mi preciosa blusa blanca! Luego, luego la Rubí comenzó a
darme carrilla, La que no sabe, le dicen. Me fui a los bebederos, y lo primero que me encuentro es a ése...
Casi, casi me muero. Te juro que fue el oso del siglo. ¡Me declaró su amor! En la fiesta el Lalo, el que me gusta,
que se pone a bailar muy mono con la Michelle, ¡huy, esa coqueta! Llegué a la casa, me castigaron por llegar
tarde y ahora no podré ir al cine el sábado. Me lo merezco.
Miércoles 16 de febrero
Hoy me divertí mucho en la clase de inglés, y es que cuando el maestro se suelta contando chistes, sí
que nos hace reír. Quedé de ir en la tarde a la casa de Jocabed, mi mejor amiga, para hacer el cartel sobre el
cuidado del agua. Hoy por la tarde recibí una llamada. ¿Quién crees que era? Pues nada menos que el Sapito,
para decirme, después de muchas toses y largos silencios, que si quería ir a la unidad deportiva a dar la vuelta.
Le colgué sin decirle que sí ni que no.
7
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
Jueves 17 de febrero
Ayer me mandó una rosa y una carta. Tiene la letra horrible, dice muchas cosas, pero lo que más repite
es eso de que me quiere. Ay, querido diario, ya no sé qué pensar. Me está pasando lo mismo que en la novela
que veo con mi mamá, El amor no es como lo pintan, pero al revés, porque en la novela ella es la fea y él un
súper cuero y se enamoran. Quedó de hablarme hoy en la noche y ya son las ocho. Creo que ya no habló. ¿Tú
qué crees? A lo mejor todo es mentira y sólo me está cotorreando. La Amita dice que es verdad, que sí me
quiere, que se lo dijo él mismo. Bueno, querido, luego te cuento porque ya está sonando el teléfono, estoy junto
a él porque si no, mi hermanita se entera…
Viernes 18 de febrero
Ahora sí me pasó lo que dice mi abuelita: "Cae más rápido un hablador que un cojo". Y es que anoche
la llamada se alargó por casi dos horas, casi se me quedó pintado el teléfono en la oreja. No sé si te das
cuenta de lo que ha pasado, es algo raro. Y es que el Sapito, de tanto insistir, ha llegado a enamorarme. Nunca
pensé que podría enamorarme de él, pero ahora sé que el amor es ciego, ahora sé lo que es el amor y estoy
feliz. Qué me importa que mis amigas me dejen de hablar, que se burlen de mí por lo que siempre dije de él.
Que ahora me digan la Sapita no tiene importancia, porque todo es luminoso, alegre, mi querido diario.
8
a ceiba
Cuando el maestro de ecología dijo que había una ceiba en la cooperativa, realmente pensé que ahora
sí se estaba volviendo loco. Siempre salía con sus cosas, siempre traía palabras muy raras que yo creo que ni
la Cerebrito entendía, menos toda la bola de tontones que éramos los demás, y menos que menos yo, que a
veces hago como que estoy muy metido en las clases, pero más bien ando en sueños. A veces veo por la
ventana de mi salón, que es el que está en la esquina, en el piso de los terceros, arriba, y veo unas nubes
hermosas. Me subo a una en forma de piedra y ahí me voy a recorrer ciudades y países, por eso el maestro de
español acabó por llamarme el hombre de la luna y todo mundo me da canilla.
Es padre soñar y es tan fácil. Por ejemplo, si la maestra de química explica cómo se originó la vida a
partir de ciertas moléculas en un medio acuoso, yo imagino un lugar lleno de gases y explosiones de colores
brillantes, aguas verdes, gelatinosas, rayos de luz celeste, torrentes de aguas y, en medio de los ruidos más
espantosos, una mujer desnuda de color violeta, ojos rojos y cabellos verdes se baña en un torrente de aguas
que, de pronto, se le endurece en la piel y perdura así, como estatua, durante todos los millones de años, sola,
oscura. .. Sueño, aunque a cada rato se burlen; es el precio y lo pago.
Desde que inició el año, ahora en tercero, el maestro me mandó a que viera esa ceiba de la
cooperativa. Estaba ahí con sus miles de hojas y sus enormes ramas como formando pisos. Luego, luego me
imaginé viviendo hasta arriba, convertido en gorrión y viendo desde allá a los chamaquitos que iban a la cope...
Ver tan pequeños a los maestros era una felicidad. Ahí viviría eternamente, de verano a verano, hasta todos
los siglos.
Días después de esta visita el maestro me preguntó que qué veía por la ventana.
—Ahí también hay una ceiba —le dije.
—¡Exacto! —me respondió, utilizando su palabra favorita—, y tu tarea durante todo el año será cuidarla.
Era una ceiba muy alta, tendría como diez años y lucía esplendorosa. Seguramente la había plantado la
maestra Pascal, la que calificaba con plantas, la Ecológica, le decían. Le prometí cuidarla y lo mismo hicieron
los demás con el árbol que se les asignó. A mí me gustó la ceiba. Me prometí plantar una en mi casa, aunque
tumbara la construcción, como dicen que hacen las ceibas, y aunque mi hermano quisiera ocupar luego mi sitio
en el último piso, le diría que su lugar quedaba un poco más abajo, y mis padres más abajo todavía, porque yo
los iba a cuidar a todos desde allá arriba y, además, como yo la había plantado, sería el dueño y se acabó.
Así empezó todo. El maestro nos daba treinta minutos de clase y los otros veinte eran para atender
nuestra planta. Yo estaba muy interesado, sobre todo en lo de cuidar la planta. Tenía un bote listo para regar mi
ceiba todos los días; además la tenía barridita y le había hecho una taza muy grande; para llenarla tenía que
acarrear cinco botes y, aunque era cansado, lo hacía con gusto. Creo que nadie se ha empeñado tanto como
yo. La ceiba siempre tenía las hojas brillantes y yo la veía crecer conforme pasaban los meses. Me gustaba
acariciar su piel rugosa, sus cicatrices donde los chamacos habían escrito que Ana y Óscar se aman o que aquí
estuvo Juan. Pensaba en cómo debía haber sufrido. Me llenaba de rabia descubrir nuevas huellas de
agresores del turno matutino que no sabían el daño que nos causaban: a ella por no poder defenderse y a mí
por no verlos para castigar sus fechorías. Ahí mismo me hubiera agarrado a golpes, aunque me reportara el
prefecto y llamaran a mi mamá.
9
Así pasó un año lento de trabajos y angustias. Cuánto viento y polvo pasaron por sus hojas, cuántas
otras cosas no soñé desde la ventana de mi salón. Una tarde volví a pensar en la mujer violeta de pelo verde.
Era linda. Vi la ceiba y la imaginé como aquella ilusión que me sonreía.
El fin de año se aproximaba, pronto dejaría la escuela secundaria. En una de esas tardes, cuando ni
siquiera nos tocaba la materia de ecología, fui a ver la ceiba de cerca. Eran las últimas horas de luz, caía la
tarde de verano y soplaba un viento tibio. Al estar llenando el balde, el agua se regó y me mojó los tenis. Sentí
una gran alegría, como si la vida subiera por mis pies mojados. Al ir cargando el agua, los pies me pesaban.
Avanzaba con lentitud. Extrañamente la soledad reinaba. Cuando estuve cerca de la ceiba, pude ver apenas, ya
con las sombras de la noche, cómo la mujer más hermosa, de piel violeta, ojos rojos y cabellos verdes, me
sonreía y me invitaba en su abrazo...
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reocupaciones
¿Quién soy?
¿De dónde vengo?
¿Hacia dónde voy?
¿Cuántas materias quedaré a deber este año?
¿Quién me quiere?
¿Tendré un nuevo padre este año o mi madre cumplirá su promesa de no volver a meter a ningún otro
hombre a la casa?
¿Sacarán al Pato de la casa de Big Brother?
¿Me la cantará el Pingui en el próximo baile?
¿Quién será la reina del estudiante?
¿Publicarán mi carta en la revista escolar?
¿Me saldrán tantas espinillas como a mi amiga Toñita, que tiene la cara como cráteres de la luna?
¿Podré combatirlos a tiempo?
¿Llegará mi tía a pasar las vacaciones con nosotros el próximo verano?
¿Encontrarán al responsable del robo de la bolsa de la maestra Paulina?
¿Pagará esta quincena el teléfono mi mamá o seguirá cortado?
¿Suspenderán definitivamente a los morros que agarraron tomando en la escuela?
¿Quién cortará primero de las que andan de novias en mi salón?
¿Quién será el próximo o la próxima que se vaya del salón?
¿Cuánto costará el próximo baile?
¿Suspenderán clases el viernes?
¿Quién se robó los chones de mi mamá ayer por la noche?
¿Vendrá Uff a mi ciudad?
¿Encontraré al hombre ideal o me conformaré con el Sapito?
¿Alguna vez podré viajar a la luna?
¿Habrá horas libres mañana?
¿Le gustaré a ese maestro nuevo aunque sea un poquito?
¿Me elegirán para el equipo de porristas?
¿Por qué mi escuela ahora está tan fea?
¿Vendrá mi papá para la fiesta de graduación o seguirá enojado por la separación?
¿Mis primas dejarán de ser tan chismosas o así serán toda la vida?
¿Quién me quiere invitar al cine?
¿Terminaré a tiempo el álbum de historia?
¿Mandará el dinero mi papá para el vestido de la graduación?
¿Quedaré en la "prepa" que quiero?
¿Qué me voy a poner mañana?
¿Cuándo terminarán las clases?
¿Lograré ser feliz algún día?
11
a tarea
Si recuerdo aquel jueves de mediados de mayo cuando estaba en el primer año de la secundaria, no sé
si sonreírme con tristeza o tristemente sonreír. Parece lo mismo, pero en todo caso es un sentimiento confuso.
Y es que todo pudo ser de otra manera, pero resultó así. Todas las posibles variantes no son más que juegos
de la mente, por eso he de contarlo tal como fue, al menos para mí.
El jueves que quiero recordar, a la maestra Pascal, ésa de la que decíamos que enseñaba mucho
porque siempre llevaba minifalda, se le ocurrió hacer equipos para la exposición de temas. La Conchis, que
andaba de pleito con las chavas del grupo, se quedó sin equipo porque nadie la escogió. Cuando llegué del
auditorio, me di cuenta de que mis "camaradas" ni siquiera se acordaron de mí, así que tampoco tenía equipo.
—Formen un equipo —nos dijo la profe.
Por ahí gritó el Cholé:
—El Nerd y la Burra —con lo que se ganó un coscorrón de la Conchis y un reporte de la maestra.
A mí se me hizo bien porque sabía investigar y también exponer, lo que me agradaba poco era tener
que hacerlo todo y que la Conchis recibiera una buena calificación, porque esa chava no era buena para el
estudio, sólo pensaba en bailes y en chavos, pero de estudiar... nada. Ella también dijo que estaba bueno y
quedamos de vernos en las tardes, una vez en su casa y otra en la mía, hasta tener listo el trabajo. A nosotros
nos tocaba hasta el último, o sea, el siguiente jueves. La canilla nunca aminoró, pero así eran los chavos del
1° A.
El primer día de estudio no llegó, la estuve esperando hasta las siete. Como a eso de las ocho me habló
para decirme que la habían mandado al súper, que nos veríamos al día siguiente en su casa. "¿Segura?", le
pregunté, dijo sí y me colgó.
Vivía en la Granjas, cerca del MUX, un colegio de monjas. Su casa estaba pintada de blanco con vistas
azules. No estaba. Su mamá salió a recibirme.
—Pasa, la Conchis no tarda. ¿Quieres limonada? Hace mucho calor. La Conchis me dijo que la
esperaras.
Era una mujer bastante joven, llevaba un vestido amplio y floreado, los senos eran grandes y subían y
bajaban al respirar. Esto lo pienso después de muchos años, es decir, lo reconstruyo como fue.
Cuando vino con la bandeja, la jarra y los vasos, me senté en aquel sillón pequeño; sudaba un poco y
tenía los cuadernos apretados entre las manos. Ella se inclinó para servirme y sus enormes pechos cayeron
como un mundo de ilusión. Yo había visto algunos senos de ese tamaño, pero sólo en las películas pomo que a
veces me atrevía a poner con mis cuates, no los de la escuela que eran bastante vulgares, sino con los de la
colonia o con mis primos. Eran enormes y despedían un perfume como de rosas y miel que me hacía suspirar,
como ahogándome, y ella, muy cerca de mí, servía los vasos. Sentí un cosquilleo que subía por todo mi cuerpo,
me sudaban las manos y hubiera querido que nunca terminara de servir los vasos y de brindarme ese perfume,
para sentir cómo los huesos se me llenaban de ácido; tenía ganas de reírme y de salir corriendo y no volver
jamás, o de ponerme a llorar por nada, por no comprender nada.
12
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
Ese día dieron las ocho y la Conchis nunca apareció. Su mamá me estuvo platicando y yo le
contestaba; aunque por lo general soy muy hablantín, me costaba trabajo decir unas palabras, ahí todo me
parecía pesado. Como yo hablaba poco, tuve oportunidad de observarla. Estaba fresca como lechuga recién
lavada o como tomate recién cortado; era guapa y charlaba con desenfado enseñando unas piernas bien
torneadas y blancas; toda una señora. Al despedirnos me dio la mano, era suave, delgada, blanca mano...
—La Conchis ya no llegó, será mejor que vuelvas mañana —me dijo. Y yo sabía que estaría puntual,
como si fuera una cita. Mi primera cita. Aunque tal vez en ese entonces no pensaba regresar.
Al otro día le reclamé a la Conchis y me dijo que se le hizo tarde en la casa de Sandra, adonde fue a
hacer otra tarea, pero que iría a mi casa esa tarde.
—Bueno —le dije, aunque yo deseaba que fuera en su casa.
Me sentí bastante desalentado, anduve muy triste y casi no hice ronda con mis camaradas que me
parecieron unos bukis, tanto en sus pláticas como en sus acciones. "Qué plebes son", me decía. Llegó la tarde
y con ella la Conchis. Sacamos algunos resúmenes, pero lo hicimos sin ganas. Ella estuvo distraída jugando
con mi perra Jamaica, y yo enredado en el día anterior, a esa misma hora, cuando esperé en vano a la Conchis.
—Bueno, mañana en mi casa, ¿eh? Si llego tarde, empieza el trabajo, yo llego.
Se llamaba Laura. La recordaba bien con sus minifaldas cuando iba a recoger la boleta de la Conchis,
todo mundo volteaba para verla pasar. Cuando me abrió la puerta al día siguiente, el jueves —habíamos pedido
un día más para terminar el trabajo—, estaba en minifalda y tenía una blusa roja y breve, pero ahora con un
perfume nuevo que lo mismo me cosquillaba por todo el cuerpo. Otra vez no estaba la Conchis, otra vez trajo la
limonada, pero esta vez, al agacharse para servir, pude ver sus senos libres bajo la blusa y el mismo vaho
brotando desde allá hasta lo más íntimo de mi ser, de mis doce años que se alzaban bajo mis pantalones. Ella,
muy cerca de mí, la tarde de verano cayendo afuera, la Conchis en el fin del mundo, la tarea por el suelo, ella
eternamente sirviéndome ese vaso de limonada y mostrándome ese mundo maravilloso de dos senos olorosos
que perseguiré por toda mi vida.
Sobra decir que nunca terminamos la tarea, que reprobé, para el asombro de todos, ese bimestre.
Pinchi Conchis.
13
l profesor invisible
Yo lo veo y me da pena, la verdad, pues es un profesor buena onda, de esos a los que uno puede
fallarle muchas veces con las tareas y no hay cuete; o con el que puede uno pinteársela muchas veces y no hay
reportes ni castigos, claro que al final uno sale perdiendo, porque en la evaluación sí que te reprueba. Es muy
tolerante, aunque a veces se enoja, como ese día en que había mucho relajo en el salón, nadie hacía nada,
todo mundo jugando, aventando papeles ensalivados, contando chistes por allá, aunque todo el relajo lo tenía
en grande el Toti, ese morro que vive pegado al cerro. En eso, que se le acerca el maestro y le dice que se
calle, y el otro como si nada, como si no lo viera, y lo tenía muy cerca de sus narices. Entonces, que se
enfurece el maestro, hace un movimiento de cintura y tira un tremendo zurdazo que da en la pared haciéndola
estremecer. Todos nos quedamos en perfecto silencio, como nunca, y el maestro volvió de su ser invisible y se
escucharon sus palabras:
—Sal del salón y no vuelvas a entrar aquí. Y no volvió a asomarse jamás, por más lucha que le hizo, no
lo volvió a aceptar. Lo curioso es que casi todos los maestros hicieron lo mismo y así se la ha llevado todo el
año, nada más asomándose a los salones.
Pero este profe es invisible, casi nadie lo puede ver, yo lo veo quizá porque lo estimo. Es un maestro
medio joven —bueno, ya no tan joven, se está quedando calvo—, que camina despacio, y al que la voz ya no le
sale tan potente, lo que contribuye a su invisibilidad. Apenas este año vino a mi escuela. A veces saluda por la
ventana a otros maestros que pasan, y no le contestan porque no lo ven; a veces también saluda a alguna
muchacha, y como si nada. Creo que no se da cuenta de que es invisible y que, siéndolo, podría andar entre los
mesabancos supervisando el trabajo, jalarle la oreja a los aguerridos, salirse del salón y caminar por toda la
escuela sin que nadie lo vea, y hasta firmar e irse en su carro invisible, a su casa invisible, abrazar a su invisible
esposa y que su invisible hijo venga a rascarle la invisible panza. Llevo varios años en la escuela y nunca había
conocido un maestro invisible. Cuando se lo conté a mis amigas, no me creyeron; tampoco mi mamá, que dice
que cuando ella ha ido a la escuela, varias veces lo ha saludado.
—Es que tú y yo sí lo podemos ver, mamá.
—No te creo. A ver, ¿por qué nosotros si?
—Porque nos cae bien.
—Eso es cierto.
—Ya ves, ya ves...
A veces me da la razón. Un día le insistí tanto, que fuimos a verlo. Se pasaron como tres horas plática y
plática, y fui yo la que finalmente se hizo invisible, se olvidaron de mí, así que pude escuchar cómo al final
hacían una cita para tomar un café e irse al cine.
—¿A poco vas a ir?
—Claro, hija, es muy agradable...
—Es casado, mamá.
—Su esposa es invisible, tú me dijiste, ¿no?
—Era un decir...
—No le hace, a mí me gusta y basta. Además, así le curo su invisibilidad y mi soledad.
—Ah, bueno.
Salieron varias veces, hasta que el profesor invisible terminó en mi casa, primero tomando café por las
tardes y después se quedó a dormir con mi mamá y empezamos a ser tres invisibles. Entonces dejé de
preocuparme por las personas invisibles y me dediqué a ser una persona feliz.
14
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
u rincón favorito
Cuando llegas a la escuela con tu uniforme impecable, camisa blanca y pantalón caqui marca Dickis,
observo tu andar, tus pasos lentos por el peso de tu mochila negra cargada de tantos libros, libretas, un balón
de contrabando, desinflado. Me asombra tu paso de adolescente, un paso leve, inseguro, como de alguien que
se duele de estar en este mundo, cercado por la mirada adulta, como si al pisar algo doliera por dentro. Luego
te sigo con la mirada hasta tu grupo de 1° H, allá al fondo, y sé que te alegra ese camino, el cantar de los
pajarillos entre las ramas de los yucatecos. Luego, ya en tu salón, caminas hasta el sitio que te asignó tu
asesor. Al principio creíste que se había equivocado y que te había puesto en un lugar inadecuado, pero
conforme fue pasando el tiempo aprendiste a amarlo, hasta convertirlo en tu rincón favorito.
Y cómo no, si desde aquí ves todo: a los que pasan a la cooperativa, cuando la prefecta está cerca y
puedes echar aguas si hay mucho escándalo, o si aparece la subdirectora o el director. Luego, ocasionalmente,
hay quienes se arriman por ahí, y si son tus camaradas les puedes encargar que te compren algo de la cope y
que te lo pasen rápido, cuando el maestro esté distraído. También te puedes dar el lujo de no hacer nada, o
hacer rápido los ejercicios y dedicarte el resto del tiempo a molestar a los demás. Tiene varias ventajas este
lugar y te lo dieron a ti, no por tu buena conducta, que no lo es tanto, ni porque le caigas bien a ese maestro,
sino porque tu estatura te lo permite; no podrías acomodarte en los asientos de adelante porque le taparías la
vista a los enanos de atrás, por algo eres el más alto del salón. Esto a veces es una desventaja, porque muchos
se creen muy salsas para la pelea y creen que derrotando al más alto ya nadie se les acercará, pero no, a cada
rato te los suenas para que no se anden creyendo. Aunque a cada rato te reportan.
Ahora no estás tan seguro de quedarte en tu lugar, ahora sí te cambian porque te cambian, y cómo no
si te pasaste de la raya con la broma aquella: era tan inocente una tachuelita bien acomodada en la silla del
profesor, que no te diste cuenta de que te tocaba con la maestra de inglés, que es la más regañona. Creo que
ahí se te cayeron las alas y empezaste a hacerte pequeñito, hasta convertirte en el más enano del grupo. Fue
el acabóse, la maestra echando rayos, todos de pie, sin receso, sin tomar agua, sin poder ir al baño, sin
recargarse en el mesabanco.
—Necesito encontrar al culpable o todos la pagarán, traerán a sus padres. Ignorantes, el que lo hizo
debería pensar en sus compañeros.
Unos casi se desmayan, a algunas niñas se les empiezan a asomar las lágrimas y te miran suplicante.
El Cholé, que se las da de muy fuerte, casi se cae, pero un tremendo grito: "¡Eh, tú, firmes!", lo pone en su
lugar. A Sofía se le mojan las calcetas de pipí porque no aguanta. No sólo está la maestra, también ha llegado
la prefecta, el asesor, la trabajadora social y hasta la subdirectora.
El castigo ya dura cuatro horas, cuatro eternas horas y todo mundo siente que no pasa el tiempo, y así
hubiera seguido si no es porque...
—¡El Ruso!, ¡el Ruso! —empieza a sonar primero como un murmullo y después como un grito—: ¡el
Rusooooo..!
Y te vas hundiendo hasta desaparecer en tu asiento, donde ahora aprendes a despedirte de tu salón,
de tus compañeros, de tu primera novia, de tu escuela, y pasan por tu mente todos los buenos y malos
recuerdos de estos meses y días en tu rincón favorito…
15
l vuelo de la paloma
—Yo la vi, sí, segurito, pregúntenme.
Fue un viernes, como ahora, a la hora de la salida. Los de mi grupo habíamos adelantado la última
clase, así que estábamos libres. Fui al salón de la maestra Conchita para ver si me podía revisar un trabajo
atrasado.
Subí corriendo las escaleras hasta el tercer piso, y luego recorrí todo el pasillo hasta el salón de la
esquina. Me di cuenta de que ya no había clases en los salones de esa área. Había demasiado silencio para
ser un día normal de clases. Al llegar al salón de la profe, vi que estaba abierto, lo que me llenó de alegría. Ella
estaba de espaldas, asomada a la ventana mirando rumbo a los cerros reverdecidos con las pocas lluvias de la
temporada. Sentí un poco de pena al tener que molestarla. Era una tarde de finales de verano y el aire apenas
empezaba a refrescar. Los cerros durante todo el año se mantienen pelones, resecos por todos lados. Había
gran cantidad de nubes acumulándose para la próxima lluvia.
—Buenas, maestra... —tal vez más tarde..., pensé ya dándome la vuelta.
La maestra no se volvió a pesar de mi saludo, parecía como si no estuviera o no me hubiera
escuchado. Por fin, después de unos minutos en que tuve tiempo para pensar en mi madre, asomada a otra
ventana —la había visto así, asomada a una ventana, perdida a lo lejos o mirando el mar, a la distancia—, la
maestra se dio vuelta y pude ver cómo se llevaba una mano al rostro, como limpiándose una lágrima.
—Ah, estás aquí…
—Sí, vine a ver si me revisaba un trabajo anterior.
—A ver...
Le tendí el cuaderno y lo tomó con mucho cuidado, como si fuera a leer una carta importante o un papel
muy interesante, cuando apenas era un cuento de los muchos que nos dejó hacer ese año. Entonces vi la
paloma sobre el montón de libros apilados en un rincón. Estaba ahí, como detenida en el tiempo. Al principio
pensé que era una especie de alcancía o una paloma disecada, mas de pronto empezó a dar pequeños pasitos
sobre los libros de primero. "Los va a cagar", pensé.
—¿Ya la viste? —me dijo.
—Sí, ¿no dañará los libros?
—No, no creo, sólo vino de visita, es mi amiga de la primaría, la Paquita.
—¿A poco una paloma va a ser amiga suya?
—Claro, mi'jitito, ¿No me crees?
—Si usted dice...
Cuando salí del salón ella todavía se quedó mirando a la paloma.
A partir de ese día me puse a observar con más detalle a mi maestra Conchita, porque se me hizo raro
que me dijera aquello como si fuera verdad. Un día, en una de sus clases empezó a hablar de un novio
invisible que siempre la acompañaba a la escuela, de un tío que era como un gorrión; también nos contó que un
gato le hablaba en inglés los sábados y que por eso ahora iba a una escuela para aprender inglés y conversar
con él. Todos nos divertíamos, porque como que presentíamos que ya se le iba la onda. Fue la botana del
receso:
16
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
—¿Cómo la ves, Júnior, con la profe que platica con los animales?
—Ya está lista para el maniquiur.
—Es la maestra Doolittle.
—Eso le pasa por leer tanto.
—Yo por eso no leo ni cuando me pasa a leer.
—No, para mí que es la edad y, además...
—¿Qué?
—Además no se ha casado...
Luego le dio por regar una planta imaginaria.
—A ver, tú, Mario, ve a traer agua para la planta, no se vaya a secar.
Y se ponía a regar un bote donde no había nada, pura tierra. Otras veces se quedaba dormida, y al
despertar por nuestros gritos, pensaba que nosotros éramos unos pájaros, como pericos, guacamayas,
papagayos o chanates que nos habíamos metido a su casa y la volvíamos loca con nuestra algarabía. Trataba
de callarnos, y nosotros lo hacíamos, pero hasta que estaba a punto de llorar como una niña que no puede
hacer nada ante lo inevitable. A la salida, tomaba su mochila y se iba por los pasillos hablando sola. Ya en la
puerta levantaba el brazo, como si se apoyara en el hombro de alguien.
Una de las veces que estuvo más gruesa fue cuando llegaron de improviso el director y el subdirector
para hacer una de sus inspecciones y ella creyó que era un perro chato y un chanate. Fue una cura, porque no
los quería dejar pasar, hasta que la hicieron entrar en razón.
Hasta entonces se convencieron de lo que les habíamos dicho tantas veces.
De que enseñaba bien, eso nadie lo dudaba; creo que todos la queríamos mucho, pero nos sacaba de
onda su comportamiento.
Otro viernes, como ése en que vimos juntos la paloma, fui a buscarla y me habló de su amiga Paquita,
de la primaria. Me confesó que Paquita había venido por ella y que se irían a dar un paseo porque otra de sus
amigas las necesitaba. Y antes de que pudiera hacer algo, mi maestra ya estaba trepada en el barandal y,
mirándome fijamente, se lanzó en un vuelo que terminó, para la pobre paloma soñadora, en el pavimento del
salón de Ramoncito, el profe de historia. Vi su cabellera alborotada desde el sitio donde me dejó pasmado,
viendo sin creer su único y último vuelo. Sus enormes y bellos ojos me estaban viendo desde abajo y era una
mirada de absoluta felicidad.
Bajé a toda prisa, sin creer todavía que mi querida maestra se hubiera arrojado desde el tercer piso de
mi escuela, ante mis ojos. Cuando llegué, con el aliento perdido, ahogándome, no había nadie arremolinándose
junto a ningún cadáver de maestra suicida en viernes, como yo esperaba.
Levanté la vista y vi que a lo lejos, hacia los cerros, una paloma negra y otra paloma blanca se
balanceaban felices en el aire de esa tarde de verano.
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etrás de la barda
Ahí, del otro lado, está mi casa. Yo la veo desde estos barrotes, veo cómo la benjamina que plantó mi
papá roza los cables con sus altas ramas. Las hojas secas se arrastran en esta tarde de octubre. Mi maestra
dice que llegó el otoño. Mi hermano se llama Toño. Yo ya cumplí los doce y estoy en 1° G. Mi casa está
pintada de color adobe, como la tierra, a mi papá le encanta ese color, dice que le hace sentir muy bien, no sé
por qué. De vez en cuando mi perra Jamaica se sale por la puerta de servicio, como si supiera que desde aquí
la estoy viendo, desde este agujerito que quién sabe quien hizo, pero que se lo agradezco, porque cuando me
salgo del salón, me asomo por aquí, para mirar mi casa. Aquí, sin que nadie me vea, porque está de por medio
la barda que pusieron en la cancha de básquet y nadie se da cuenta de que uno está aquí.
El otro día nos pinteamos de matemáticas. Dice el maestro de español que en Argentina pintearse se
dice "hacerte la rata". Pues nos la hicimos, la "pinta" o la "rata". Vine aquí con mis camaradas. Estaba el Cuate,
el Juanito, el Termita y yo, el Nerdo, que así me dicen porque siempre me gusta traer las tareas y a ellos no,
aunque luego les llamen la atención y los castiguen o reprueben. Cuando ya estábamos ahí, protegidos por las
dos bardas, la de la cancha y la de la escuela, el Termita dijo que si queríamos fumar. Sobres, dijeron luego,
luego los demás, y yo no dije nada porque nunca había fumado. Sacó un cigarro todo arrugado de su cartera.
"Se lo volé a mi jefe", dijo mientras lo alisaba. Luego sacó el encendedor y lo prendió. Se veía que era todo un
experto y que estaba orgulloso de eso. Le dio una fumada hasta el fondo para luego soltar poco a poco el humo
y lo pasó al Cuate, el Cuate al Juanito y, finalmente, vino a mis manos. Lo contemplé durante unos segundos, lo
metí entre mis dedos que temblaban como el día en que abrí el cuarto de mis padres —un sábado por la
mañana mientras dormían— porque necesitaba dinero para irme a la biblioteca y no quería despertarlos, y me
temblaban las manos mientras buscaba en el pantalón de mi papá un billete grande. El cigarro, aunque
pequeño, se agrandaba ante mis ojos, era como si de pronto tuviera un gran peso sobre mis manos. Mi mamá
me había dicho muchas veces que no fumara, que me castigaría si algún día lo hacía. Pero ahí estaba, de
pinta, juntándome con los más aguerridos y reportados del salón, y con el cigarro temblándome en los dedos.
—¿Le vas a poner, sí o no? —dijo el Termita.
—Es gallina —declaró el Cuate.
—Ya lo sabía, el niño bueno le hace caso a su mami —se burló el Juanito.
Los miré a todos, quise decirles que no me importaban sus comentarios, que podían seguir burlándose
de mí y de mi buena conducta, que jamás me obligarían a hacer algo de lo que me arrepintiera, que obedecería
en todo a mis padres y maestros, que seguiría siendo buen chico, por lo menos hasta terminar la secundaria.
Miré rápidamente también hacia el agujero de la barda que da a mi casa y pensé en lo bien que se la pasa uno
debajo de la benjamina, jugando al trompo, a las canicas... Quise decirles que un día me gustaría invitarlos a
estar ahí y que mi madre nos trajera la limonada y panecillos con mermelada de fresa... Pero nada de eso les
pude decir porque ya mi mano, sin obedecerme, tonta mano, llevaba el cigarro a mi boca; ya olía el picante
humo, lo sentía golpeándome los ojos, y mis labios se entreabrían como para recibir un caramelo...
Fue cuando escuché pasos y voces que se acercaban, eran voces adultas, una de ellas era la de la
"prefectita" de los primeros, y la otra, la del subdirector.
—¡Tíralo! —me dijo el Termita.
Lo arrojé al suelo y el Juanito lo aplastó con su pequeño pie, luego le eché un poco de tierra y pasto
seco. Venían por nosotros. Nunca había tenido un reporte en mi expediente, ahora tendría uno por pinteada y
estaba feliz...
18
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
a sombra perfecta
Ese día la tarde se deslizó hasta perderse junto con uno de nuestros compañeros que se perdió entre
los árboles para siempre.
Todos los lunes tenemos la lata del homenaje. Si ya de por sí los lunes son enfadosos desde que uno
los ve venir el domingo por la tarde con la vuelta a las tareas y la cancioncita de mi madre, de "Anda, métete a
bañar, chinolea tus zapatos, revisa tu mochila, las libretas..."
Sí, puedo escuchar cómo empieza esa musiquita, La marcha de Zacatecas, a reunimos a todos en
nuestra fila. En ese momento hay un gran alboroto hasta que el maestro de educación física ordena desde el
micrófono que nos ordenemos. Nosotros, los de primero, no somos los más desordenados, pero somos
muchos y eso basta para traer el escándalo de siempre. Pasará algún tiempo para que atendamos las
instrucciones; nos dicen flanco izquierdo y nos vamos para el otro lado. Saludamos sin ganas y el himno casi
nadie lo canta, todos hacemos play back; creo que muchos maestros hacen lo mismo. Luego vienen las
lecturas sobre personajes, las recomendaciones de la dirección, en fin, demasiados sermones.
Estoy en el 1° B, y en los homenajes me gusta hacer bromas, como el famoso "pásala", que es un golpe
que se le da al compañero de adelante, y ahí se va hasta el enano del frente de la fila, que ya no tiene a quién
pasarla y debe aguantarse. También les jalo la mochila sin que sepan quién lo hace, o me recargo en el de
adelante para no cansarme. Y ahí estaba esa tarde, tan inquieto como siempre.
Sucedió a mitad del homenaje, cuando estaban en eso de las recomendaciones de la semana. A
Ramiro, un morro calmadito, de los que casi ya no hay en los grupos, güerito, lentes de fondo de botella, muy
planchadito y nunca desfajado, que hace las tareas y cumple con todo, yo lo veía desde mi lugar en la
formación y supe que algo raro estaba pasando por su mente, porque ni saludó al pasar la bandera; tenía la
cabeza levantada y miraba por encima de la plataforma donde se conducía el homenaje. Seguí su mirada y
miré, como si en ese instante empezara a existir toda la maravilla del color verde. Era realmente un concierto de
colores: en los limoneros que están a un costado de la cancha, un verde tierno brillante se movía por un viento
suave; atrás de la dirección hay un "yucateco" que muestra sus hojas brillantes de un verde intenso, sigue luego
una enorme ceiba de hojas color verde medio, el verde cenizo de unos eucaliptos y, más al fondo, un cielo azul
de nubes enormes.
En un momento, Ramiro se volvió hacia mí y su mirada era de un verde jamás imaginado, un verde
mojado por un llanto de emoción. Entonces lo vi salir de la fila ante el asombro de todo mundo, que no
terminaría jamás de asombrarse, y caminar en línea recta hacia la plataforma, subirse a ella, trepar por uno de
los tubos que sostienen el techo de lámina, caminar un poco inclinado hacia lo más alto del techo y luego, ya
como una sola sombra, perderse entre las ramas y las hojas más hermosas de la ceiba.
19
l loco peluquero
No lo sé exactamente, pero ese día vi en su mirada cómo se le escapaba el corazón mientras se
clavaba mire y mire a la nueva chava. Ni siquiera se movió cuando entró el subdirector seguido del prefecto
dispuestos a revisar las mochilas en uno de sus acostumbrados "operativos sorpresa". Despertó hasta que le
pidieron la mochila y se acordó —tarde— que la Cande y la Tere le habían dado a guardar unos pintalabios.
Fue un carrillón que todavía no termina. El prefecto era muy carrillero y le dijo:
—¡Qué bonito!, trayendo sus cositas a la escuela.
Le vaciaron la mochila y le querían quitar las tijeras, pero les dijo que no eran de él, que nada más las
traía para un trabajo de química, que no volvería a traerlas... y se las dejaron. Fue un milagro, porque hasta los
correctores se llevan y no los devuelven. Luego, durante el resto del día, siguió mirujeando a la nueva morra.
Definitivamente clavado con la chava, ya no volvió a ser el mismo.
Decíamos que le habían operado el cerebro. Cuando íbamos a su casa para que practicara sus cortes,
todo lo hacía mal, le faltaba "inspiración", y a veces de plano no quería cortarlo. Por eso es que cada uno se
dedicó en lo sucesivo a tratar de curarle la locura. Parecía un bobo y esa chava, en serio, ni al caso. Venía del
Regis y ya parece que se iba a fijar en el pobre peluquero. Hasta eso que de algo sirvió, porque ahora sí llegaba
bañadito, bien peinado; creo que él mismo se lavaba el uniforme, estaba bien rematado.
—Más vale que se cure pronto.
—Se sale.
—¿Ahora quién nos va a hacer el flet?
—Pinchí peluquero joto.
—Ni siquiera se le lanza el azotado.
—Está como el loco de don Quijote.
Lo llevamos al cine varias veces. El Zeta traía el carro, y después de una película regular, dimos
muchas vueltas y él sólo hablaba de ella. El Gato hasta le presentó a su prima y nada. Lo llevamos a un
reventón y todo era en vano. Lo malo es que nos urgía porque las vacaciones estaban cerca y queríamos
nuestros cortes como sólo él sabía hacerlos. Antes del infortunado evento, era un bárbaro, quién sabe de dónde
le había venido esa facilidad. Hacía milagros con sus pequeñas tijeras, le veíamos sólo las manos ir y venir,
subir y bajar, charreaba y en un dos por tres tenías tu corte chilo, nadie se quedaba sentido. Dijo que aprendió
solo, una vez que fue a la peluquería de un tío que casi le arranca la oreja; comprendió que él sería peluquero,
y limpiando tornillos en un taller logró juntar para comprarse sus primeras tijeras, ésas que usaba con nosotros.
Las quería más que a su vida, un poco menos que a su amada morra, "amor platónico" había dicho el profe de
historia. Por eso el día del operativo, si le hubieran quitado las tijeras, casi se le va la vida, y a nosotros también.
Toda esa angustia nos traía bastante desconsolados, por eso cuando nos dijo que se le lanzaría en el próximo
baile nos alegramos, porque si le hacía caso —algo bastante improbable— tal vez volvería a ser nuestro Loco
peluquero, y si lo mandaba a volar —como seguramente ocurriría—, estaría triste algunos días, pero lo
salvaríamos y volvería con nosotros como el hijo pródigo.
Cuando se hizo el baile, las apuestas estaban muy divididas, el Zeta, el Gato y el Soto apostaban que el
Loco triunfaría arrolladoramente. El Gonzo, el Muerto, el Cuateneger y yo no le dábamos muchas esperanzas. Y
ahí estábamos en la bola. La vimos entrar con la Mónica y la Tichi, y a nuestro héroe se le iban y se le venían
los colores. Nosotros sabíamos que las mejores tijeras del barrio estaban temblando. Recordé cómo el Loco
aspiraba hondo cuando iniciaba la faena y las tijeras se movían por sí solas. Lo vimos caminar hacia ella,
saludarla, tomarle hábilmente la cintura y plantarle un beso arrebatado, luego soltarla, darle la espalda y
caminar hacia la salida con los ojos brillantes, como el brillo de sus tijeras.
20
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
tro diario
A Leo, mi alumno
Lunes 10 de junio
Esta es la última semana de clases, malquerido diario. Tal vez cuando se terminen deje de escribir este
aburrido, tirano, estúpido, desgraciado y chismoso diario, porque entonces, a lo mejor, ya no me aburro tanto,
sobre todo si vienen mis primos del otro lado.
Son bien chistosos y siempre la pasamos muy padre. Aunque, tal vez, de todas formas me aburra,
quién sabe. Entonces no tendré tantas cosas que contar. Y es que estoy siguiendo este diario desde que
comenzó el ciclo escolar. Le pregunté un día a mi maestra de español que cómo le hacía para convertirme en
escritor, y ella me sugirió que empezara con un diario. Y ahí me tienen, neceándole a mi jefa hasta que la
convencí de que necesitaba otra libreta. Se tardó algo, porque me dijo que estaba muy gastada con el inicio de
clases. Pero al fin vino del súper con mi libreta nueva:
—Ahí está, a ver si mi escritor logra su obra maestra.
—Claro que yes, ama...
Aunque no es como la quena, pero pasa. ¡Figúrate!, me trajo una con la portada de Barny, qué queme,
de veras, pero ni modo, todo sea porque quiero ser un gran escritor.
Martes 11 de junio
Hoy quise empezar a escribir mi primer cuento. La idea que se me ocurrió estaba bien fregona. Se
trataba de una loquita que vivía en mi barrio y que un día dejó de estar loquita, pero prefirió fingir que seguía
estando rematada para pasársela bien. Pero cuando lo quise pasar al cuaderno... nada, que no se me ocurre
nada.
Luego, después de mucho pensarlo, me puse a escribir.
La primera versión del cuento iba muy bien, pero luego se me ocurrió que al despertar de su locura se
enteraba de que era muy rica y huía del barrio para convertirse en una dama. En la segunda, despertaba y se
volvía a poner loca al saber dónde y cómo vivía. En la tercera, la puse como una asaltabancos que pierde la
razón al estar a punto de ser atrapada. Ninguna me gustó. Sentía que las historias se me escapaban, como si
anduviera en bicicleta y no pudiera controlarla. Total, muchos papeles tirados a la basura. Y otro día más de
aburrimiento.
Por la noche soñé que escribía sobre una niña fantasma que se aparecía en la escuela y que andaba
engañando a todo el mundo haciéndoles creer que pertenecía a un grupo. "Ésa es una buena historia", pensé
al despertarme, luego la escribiré.
21
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
Miércoles 12 de junio
Hoy fue un día importante porque tuve una hora libre y, como siempre, me puse a dar vueltas por toda
la escuela, aunque mis compañeros digan que estoy loco, no me importa. Lo que pasó fue que me di varias
vueltas aprovechando que no vino el profe de "mate", y cuando andaba en ésas, una chava del C se puso a mi
lado y me preguntó que si la invitaba, y ya estaba caminando conmigo desde hacía rato. Yo la conocía de vista
nada más y nunca le había puesto atención; está buena, después de todo.
La flaca, dando la vuelta, me dijo que sí la dejan ir al parque y al cine, que no tiene novio, que siempre
ha estado pendiente de mí, que le gusto y que si quiero ir a visitarla a su casa no hay problema. Bien lanzada
esta chava, me dejó muy emocionado, y así me vine a mi casa, todavía me tiembla la pluma, ¿será el amor de
mi vida, querido diario?
Jueves 13 de junio
¿Qué crees, querido diario? Hoy otra vez anduvimos caminando, y detrás de los talleres se me lanzó y
me besó en la boca. Dijo que no pudo dormir nada más de pensar en mí, ¿tú crees? Me gustó mucho. Luego
ya no pude seguir con ella porque nos tocaban clases distintas. Lo raro es que mis compañeros me dijeron que
me estaba volviendo más loco:
—No te conformas con andar solo, sino que hasta hablas solo.
—Te van a llevar al maniquiur si sigues así.
—¿Qué no vieron que iba conmigo la Ceci, del C?
—Estás zafado, en ese grupo no hay nadie que se llame así.
No quise alegar más, y mejor les seguí la corriente, pero realmente me dejaron pensando. Creo que
nada más me están cotorreando, cómo va a ser, si hasta todavía siento sus labios mordiendo levemente mi
labio, claro que es real.
Viernes 14 de junio
Definitivamente nadie me comprende, pero yo sé que es cierto. Aunque anduve por todos los salones
de segundo y tercero, me dijeron que no hay nadie que se llame Ceci, que tenga el pelo chino y que esté bien
buena. Nada, dicen que no existe, que es la chava fantasma y que este año me tocó a mí.
Ahora sí que me lleva. Y es que sí es mi primer amor y mi mejor historia; creo que nunca conseguiré
ser un buen escritor si no la vuelvo a ver, por eso la sigo esperando en cada vuelta que doy. Ya hice planes
para que en las vacaciones el conserje me deje entrar a seguir dando vueltas, hasta que un día aparezca, eso
no lo dudo.
22
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
ngela Mares
“La Tortuga”
Quién se imaginaba que tras aquellos lentes de fondo de botella, ese corpachón enorme, atortujado,
que bajo ese pelo revuelto, esos regordetes brazos y piernas, se ocultaba todo un caso.
Lo descubrió el Ramiro, que es decir que lo descubrió el editor de El Imparcial. La noticia corrió de
boca en boca y fue creciendo como auténtica tormenta.
Y es que la Ángela Mares, nuestra nueva compañera, a la que le decimos la Tortuga y que está con
nosotros casi desde que comenzó este año escolar, bueno, esta chava, a la que uno creyera inofensiva, a quien
nadie toma en cuenta, que pasa más inadvertida que el subdirector, esta chava, que no mata una mosca
aunque la tenga en sus narices, esta Angela Mares, que camina despacio, como si se arrastrara, siempre
solitaria, triste, taciturna, metida en su propia concha para la eternidad, pues ella, también tiene su corazoncito.
Fue por casualidad que se descubrió el pastel. Ocurrió cuando Ramiro, al levantar el cuaderno que se
le había caído a la Tortuga, vio caer al suelo una hoja suelta, comida por los lados y un poco arrugada. Ella no
se dio cuenta, así que Ramiro levantó el papel con mucho cuidado y lo guardó en la bolsa del pantalón, luego le
pidió permiso al maestro para cambiarse a un banco de atrás.
—Sí, pero hasta atrás, a ver si así dejas de platicar tanto con la Cachetitos.
Ya instalado, sacó el papel y lo colocó sobre el cuaderno para leer a su sabor y hacer como si repasara
una lección. Leyó:
Querido LUIS femando:
Creí que nunca me atrevería a poner fu nombre en un papel. Ayer te estube esperando donDe mienpre me
qusta verte pasar nunca que apareciste y eso que te esperé mas de la cuenta dequsta verte llegar al campo de
fuI con tus amigos con ese valón descosido con el que juegan a las patadas me gusta imaginar que soy ese
balón cuando tu portereas y lo abrasas enfre tus fuertes brasos o cuando lo pateas con todas tus ganas quisiera
ser ese valón que buela por el aire que le hase que esté todo roto y mugroso pero estar contiqo yo te veo desde
muy lejos escondida entre las ramas o casi detrás de la iglesia sin que me veas y sepas que vengo aquí todas
las lardes a verte juqar lla se que es tonto esto que ago le digo todas las tardes a mi mamá que boy a estudiar
con la toñita mi antigua compañera y que es muy inportante que estudia mas y lo que hago es benir aquí a
espiar ya se que andas de nobio con una del h pero no ne inporta de todo modos te quiero porque tu si me
supiste hacer sentir vien cuando yo estava en tu salón y fue por los demás por el Güero latoso sobretodo porlo
que le pedi el canbio a la trabajadora social por eso te quiero porque tu nunca ne dijiste "tortuga Ninja", ni
“Conca” ni "Donatelo" ni ninguna de las tantas cosas que me decía la demas raza tu si sabias como tratarme
ahora me atreví a escribir esto para saber qué pasa porque esta tarde pasada no beniste y me tube que ir triste
a la casa, de todas formas mañana volveré a esperarte aunque tu no lo sepas porque nunca me atreveré a
darte esto que escribo tan solo para mi pero que destruiré llegando a la casa...
23
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
Ramiro no aguantaba las curas y pronto se le acercó la Cachetitos, que es bien mitotera, y entre los dos
planearon mandarle la carta a la novia del susodicho para que de verdad estallará la bomba.
Era viernes, así que el lunes siguiente llegaron con el sobre y, disfrazando lo más posible, pasándola de
mano en mano, sin que nadie supiera de dónde llegaba, la novia de Luis Fernando estuvo en posesión de la
carta. La leyeron por todo su grupo, con lo que encendieron la furia de la novia; de ahí pasó al grupo de Luis
Fernando, y el carrillón para él no se hizo esperar, con lo que ya había dos furiosos y cientos de expectantes
curiosos ante los acontecimientos futuros.
La Ángela Mares, en las nubes, ni se olía nada mientras a su alrededor todo mundo murmuraba. La
pobre no se imaginaba, no supo explicarse por qué, a la salida, había un bolón de gente que le abría paso, por
qué esa chava del H, a la que casi ni conocía, vino directamente hacia ella con la mano empuñada y le estrelló
los lentes, por qué la agarró por las greñas, le dio tantos manotazos y arañazos que la hicieron sangrar y llorar,
"por qué, por qué", gritaba, y la otra más enfurecida le tiraba golpes. Ahí estuvieran todavía, si no fuera porque
salió el Chapito, o sea el director, con un tremendo garrote dispuesto a terminar con la ^ disputa de amores
contrariados de la Ángela Mares, la Tortuga…
24
l primer día
"Yo no soy de aquí", le dije al maestro cuando nos pidió que nos presentáramos el primer día de clases.
Le dije que había nacido en Chiapas, pero que nunca se me había ocurrido que se burlarían tanto de mí, sobre
todo ese chavo al que le dicen el Cóndor, porque tiene una nariz muy grande y en forma de pico de pájaro. Ahí
se soltó una alharaca como el de los pájaros al atardecer. .
El maestro no podía callarlos. Hasta que se enojó de veras, le hicieron caso. Yo continuaba de pie y
seguí mi presentación diciendo que me gustaba mucho el fútbol y que tenía buen carácter, aunque a veces me
enojaba. Ahora no estaba enojado, más bien sentía un poco de pena, porque luego que me senté me di cuenta
de que había cambiado de nombre, de Luis Antonio, pasé a ser el Guacho.
Y, ni modo, entonces entendí por qué mi papá había platicado tanto conmigo durante las vacaciones
insistiendo en que aquí había gente que lo desprecia a uno porque viene del sur, o de cualquier parte.
Sentía desinflarse mi balón debajo del mesabanco, pero pensé que no tenía importancia; es más, tal
vez ahora, con este apodo, sería reconocido como un gran futbolista: "Ahí el Cóndor toma la pelota; el gran
Guacho hace un movimiento perdiendo la marca, conduce el balón con su gran técnica, finta a un defensa y tira
al marco, ahí donde las arañas hacen sus nido, goooool, golaaaaaazo, del gran seleccionado mexicano, el
Guacho González.
Las siguientes horas no hubo presentaciones, los maestros que nos tocaban sólo nos dieron el
programa y la forma de trabajo, uno que otro sermón sobre la puntualidad y el cumplimiento con las tareas.
En el receso, que también cambió de nombre y de "recreo" pasó a receso, nos fuimos a las canchas, y
ahí estrené mi nuevo nombre:
"Pásala, pásala, Guacho; tira, tira, Guacho; bien hecho, mi Guacho.
Por la noche les conté a mis padres mi primer día de clases, y no les podía parar la risa cuando les
conté lo del apodo; entonces supe que no pasaba nada, que todo iría bien en esta mi nueva escuela
secundaria...
25
arde de aviones
"¿Ya te acordaste del día que te digo? Y como no, si es inolvidable. Acuérdate del Zeta, del Muerto,
del Naranja, del Cuateneger, acuérdate. Y, sobre todo, si te recuerdo esto, debes de recordar al Mata y al que le
decíamos el Firulo que era flaco, alto y moreno.
"Era un día normal en la escuela, todos los maestros muy serios dando sus clases y nosotros, ahí,
tratando de estudiar, y digo tratando porque, en realidad, ¡cómo tirábamos barra! Me acuerdo clarito, como si
el tiempo no hubiera pasado para nada, porque fue algo muy fuera de lo común.
"Todo parecía indicar que el día acabaría con la misma rutina de siempre. Pero a la hora del receso se
anunció que los maestros estarían en una reunión. Saltamos de alegría. La mayoría del salón huimos hacia las
canchas y empezamos a jugar retas, pero nos agüitamos porque los de tercero entraban muy cochino y querían
jugar todo el tiempo.
—Vamos a dar la vuelta al salón —me dijo el Costeño.
—Vamos —le dije al Tonki.
"Los tres dimos la vuelta por el salón de danza, compramos unas paletas y luego subimos a nuestro
salón de 2o H. Al llegar, vimos que el salón estaba muy lleno, había raza de casi todos los salones y hacían
rueda para alguien.
"Me apresuré a ver qué era, fue cuando vi que el Mata extendía los brazos y hacía como que volaba en
el círculo que le habían formado, con la boca imitaba los ruidos de un avión, aunque más parecía una moto
descompuesta. También de pronto se le unía el Firulo, que era más flaco y alto que su inseparable amigo, éste
también extendía los brazos, pero su vuelo era más peligroso para los espectadores porque era más rasante y,
además, de vez en cuando parecía perder el equilibrio y chocaba contra los montones de curiosos que habían
venido a ver los aviones.
"Los aviones... Ahora sí te debes de acordar, porque en adelante no se les llamó de otro modo.
"Todos les gritaban que volaran más alto, y eso a ellos les daba más ánimos. Al principio yo no
entendía en verdad qué estaba sucediendo, ya sabía que eran bien requete payasos, pero esta vez me parecía
el colmo. De todas maneras entré también en el jueguito. Era curioso ver cómo estaban verdaderamente
posesionados de sus papeles de aviones, cuando la raza les gritaba: 'Aterricen, aterricen', ellos se dejaban caer
con el cuerpo hacia delante y se quedaban ahí como dormidos, luego se reanimaban y volvían a hacer sus
acrobacias. Ahí estábamos todos, desbordados de alegría. Nunca me había divertido tanto y sin pagar nada
"Todavía estuvieran haciendo sus gracias si no fuera porque en uno de sus vuelos más impresionantes,
sobre unas montañas, creo que de la sierra, entre nubes, más rápidos que los pájaros, más acrobáticos que los
aviones del ejército, cuando el cielo se les venía abajo, apareció Gilberto, el prefecto, y al mismo tiempo tocaron
el timbre.
“Todo quedó en silencio. El público estaba como paralizado en una foto eterna. Los aviones se
estacionaron en el fondo del salón, pero no podían estarse en pie. Gilberto fue hacia ellos, los tomó por la
espalda y, sin mayor esfuerzo, los arrastró hacia las escaleras, pero no pudo bajarlos porque se derrumbaron
apenas les dio el primer aire al salir del salón. Para esto, ya llegaban algunos maestros y otros prefectos y
hasta la trabajadora social. Como a la media hora llegó la ambulancia y se llevó a los causantes del
espectáculo más raro que me tocó conocer en la secundaria. 'Los aviones…´, así les decíamos. Ahora sí que
debes de acordarte, aunque ahora que te veo bien, ¿qué tú no eres… el Firulo?"
26
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
l extraño caso de
la mochila olvidada.
Negra, con grandes manchas producto de sabrá dios qué combinaciones de sustancias, tal vez
chamoy, queso amarillo, chicles ennegrecidos por siempre, saliva, manchas de lodo, placas viejitas con
marcadores y hasta con liquid, era lo que el maestro de química llamaría "una mezcla heterogénea". La
mochila apareció en uno de los salones a los que nos íbamos a cada hora. Alguien se la llevó a nuestro grupo
creyendo que le hacía el paro a alguno de nosotros, siempre tan olvidadizos.
—Ha de ser del Rigo...
—No, yo vi que llevaba su mochila.
—¿Entonces, del Cuino?
—Menos, ése nunca trae mochila, se la quitaron los cholos y no le han vuelto a comprar.
—Pues, sepa...
Después de andar batallando con ella todo el día, se la llevamos a Chayito, la trabajadora social.
—Ahí déjenla, muchachos, al rato viene su dueño, gracias.
La dejamos sobre un mueble donde Chayito tenía un montón de papeles, como expedientes, y ahí se
quedó. Tan calladita como si nada. Todo hubiera seguido normal, ir y venir a la escuela, las tareas, entregas
de boletas con regaño y todo, investigaciones y exposiciones, como siempre. Maestros exigentes como el
Larios de Química y otros no tanto. Pero no. Como la mochila no se movía, para todos empezó a ser una
molestia en el zapato, como cuando traes una piedra o un animal. Un día me puse un tenis que traía una
cucaracha, y cuando les conté a mis cuates no me la acababa con la canilla.
—Qué gacho eres.
—¿Por qué?
—Ha de haber muerto fulminada, de asfixia, la pobre...
Al principio duró una semana en el lugar donde la dejamos, en la oficina de Chayito. Pasábamos por ahí
todos los días y le echábamos un ojo. A la siguiente semana, dejamos de verla y nos conformamos con la idea
de que ya hubiera aparecido el dueño. Cuando le preguntamos a Chayito, nos dijo que no, que ahí seguía la
mentada mochila, sólo que la había puesto debajo del escritorio porque se veía muy fea. Dijo que investigaría
con los alumnos de la mañana. Pasó otro tiempo y... nada. Todas las razones de la mochila seguían ahí. De
tanto que preguntábamos, llegó a ser parte de la plática obligada con los camaradas.
—¡Apuesto que aparece esta semana!
—¿Cuánto quieres perder?
—Una torta.
—Pero con una soda, si no, no.
—Sobres, yo cazo las apuestas.
27
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
Pasó esa semana y otra y otra y la mochila, muy cómoda bajo el escritorio, se hacía vieja. Entonces se
nos ocurrió la idea de ir con Chayito y decirle que abriéramos la mochila para ver de quién era. Lo hicimos una
tarde. La orientadora nos mandó llamar para el acto tan esperado, en que la misma mochila nos diría a quién
pertenecía. |
Ahí estábamos cuando Chayito abrió el primer cierre con lentitud: nada. Completamente vacía. Y así
fue abriendo lo cierres pequeños, de donde brotaron gran cantidad de pendientes, broches para el pelo,
listones, ligas, artículos dé belleza, espejos, peines, pintalabios, brillos...
En algunos de nosotros se había pintado el desencanto, pero en el fondo seguíamos en pleno
suspenso.
—Bueno, vamos a abrir la principal.
Así lo hizo. Primero aparecieron muchos recortes de periódico, luego diminutos calzones de mujer de
muchos colores, una peluca, cejas postizas, mascarillas de plástico, toda una maravilla para nuestros ojos y, al
final, cuando la trabajadora social volteó la mochila, cayó una nota: "Favor de entregar esta mochila al profesor
Tomasito, porque sólo a él le pertenece".
Soltamos tremenda carcajada, porque ese maestro era el más serio de todos los de la escuela, y
además siempre andaba muy "chero", o sea muy vaquero...
28
a Guamúchil
Es alta, morena, bastante gorda, cachetona, usa el pelo corto y camina con desenfado. Yo la veo
desde la ventana del salón porque siempre me siento aquí. Camina lentamente y mueve todo el cuerpo para
los lados. Desde primero está con nosotros y siempre ha aguantado la carrilla, no se agüita como las otras del
salón. A Rosa, por ejemplo, le empezamos a decir la Keiko y al rato ya estábamos en la prefectura reportados;
lo bueno es que la trabajadora social es buena onda y no nos mandó a la casa, sólo nos hizo firmar un papel
donde nos comprometimos a no llevarnos con la Kei..., digo, con Rosa.
La Guamu, como también le decimos para abreviar, es buena onda, no se mete con nadie y, si tienes
un problema, te hace el paro; si necesitas lana, te presta; no te pasa la tarea porque nunca la hace, pero si la
hiciera, estoy seguro de que te la pasaría ella misma. Así de buena onda es.
El otro día queríamos ponerla de novia con el Gerar. Ella sí quería, pero el Gerar se agüitó y hasta dejó
de hablarnos. "Yo así no me llevo", dijo con su voz ronca. A ella le encantó la idea. Dice que todavía nadie le
ha dado un beso, y que aunque se lo diera el Loco Will se conformaba.
El otro día sí que de veras se salieron con la Guamúchil cuando le empezaron a dar canilla con el
Zombi, ese maestro de matemáticas muy serio que no se lleva con nadie y al que le pusimos ese apodo porque
en las clases se queda dormido, pero dormido de veras, no de juego, y no un ratito sino toda la clase; si no
fuera por el timbre que se da a cada hora, ahí seguiría todavía sentado y pensando que tiene a sus alumnos
enfrente.
Bueno, el caso es que la carrilla empezó cuando el Zombi cometió el máximo error de su vida: no se
fijó y pasó a la Guamu con un diez... Ni al caso... Creo que se lo puso en una de sus frecuentes dormilonas. A
cada rato le decían: "Guamu, ¿y tu novio?", o "¿Qué le diste al profe, Guamu?" Y eso sí que no le gustó a la
Guamu empezó a cambiarle el carácter y, como era muy corpulenta y tenía bastante fuerza, empezó a pelearse
con todo el mundo; a los chamacos los correteaba, y pobre del que alcanzaba: le metía sus buenos trancazos,
hasta al Cuerpo dioquis del Roberto lo hizo llorar un día.
Las chamacas casi no le decían nada porque le tenían miedo. Creo que la Guamu volvió a ser feliz
cuando el Zombi se fue. También nosotros, porque la Guamu volvió a ser buena onda, no se mete con nadie y,
si tienes un problema, te hace el paro; si necesitas lana, te presta; no te presta la tarea, porque no la hace, pero
si la hiciera, estoy seguro de que ella misma te la pasaba. Así de buena onda es...
29
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
i amiga
—Oye, ya no dejes que te verbee, me dicen mis compañeras.
La lista de sus mentiras es larga y conocida por todos:
Dice que estuvo un día entero con Brad Pitt en las vacaciones de diciembre, que se desmayó al verlo y
que la hizo cantar y quería que se quedara a dormir con él. Que en un solo día se enfrentó a once luchadoras y
les ganó a todas. Que tiene un novio que tiene un castillo. Que su tío o su primo es el vaquero que sale en el
comercial de los Marlboros. Que en Cancún se estrelló andando en una moto. Que va a ir a la Olimpiada de
Polonia; que fue a Bahía Kino con los fisicoculturistas; que anduvo de compras con Pamela Anderson; que
concurso para Guardianes de la bahía; que en un baile un príncipe le regaló una cadena y se la quería llevar
con él; que los de Bellas Artes le pagaban 500 pesos por pintarla desnuda; que es conocida del Mochaorejas;
que fue a Colombia y estuvo con un colombiano que la llevó a cenar y se quería casar con ella, pero que no se
pudo porque era menor de edad.
Estas son sólo algunas de las historias que suele contar a todo aquel que le presta oídos, hasta al
maestro de español lo ha verbiado; creo que es el único maestro que le cree a la Fashion, como le decimos a
mi amiga del 3o F, pero ni al caso, son puras mentiras. Como ya la conocemos, ni atención le ponemos. Tal
vez, de todo lo que dice, un cinco por ciento sea verdad, pero no más.
Se supone que soy su mejor amiga, pero de todas maneras me sigue verbiando. También le creo poco,
aunque más bien he aprendido a entenderla y me hago este juego: cuando habla del Brad Pitt, pienso que se
trata del Zeta, un chavo que el año pasado vino a visitarla; cuando menciona lo del colombiano, imagino que se
trata del Simba, uno del J de aspecto cholo y muy enamoradizo; que el vaquero de Marlboro es un vaquero de
un pueblo de la sierra que visitó alguna vez, y así por el estilo.
Ahora me siento triste porque, a pesar de sus mentiras que a veces me hacen pensar en alguna
enfermedad como "locura juvenil", he aprendido a quererla. Es buena onda, tiene la sangre liviana, con todos
se lleva, y no me importa que la critiquen, lo que no me gustó fue que se burlaran así, directamente. Ahí me di
cuenta de lo sensible que es.
Fue el Hugo el que empezó todo. Empezó a decirle doña Mentiras, que nadie le creía nada, que estaba
lista para la Cruz del Norte, un hospital psiquiátrico. Seguramente eso le habían dicho muchas veces, desde la
primaria, pero creo que ponerla al descubierto delante de todos fue lo que la molestó. A mí, la verdad, al
principio me dio un poco de gusto que le tumbara las alas y le hiciera ver la verdad, luego me sentí muy mal
porque ella buscaba con sus ojitos de gata asustada a alguien que la defendiera, buscaba mis ojos, y no los
hallaba porque yo también me estaba riendo, luego me arrepentí.
Debo decir que durante un tiempo gozaba con la imagen de mi amiga frente al súper cuero de Brad Pitt,
derretida de amor; que la veía de compras por Miami, divertida ante las ocurrencias de Pamela o corriendo con
sus senos enormes moviéndose rítmicamente por las playas tropicales para ganarse el puesto en Guardianes
de la bahía, o la veía protagonizando ya su papel estelar. También algunas veces la soñé peleando una y otra
vez, lucha tras lucha, hasta enfrentar a aquel animalón de la última competencia, perder la primera caída, ganar
la segunda en un destello de habilidad y fuerza y, por último, después de mucho batallar, tomar a la enorme
gorda por la cintura y vencerla definitivamente.
Creo que de tanto escucharla llegué a pensar en estas cosas como una realidad, de hecho me gustaba
imaginarme amiga de una supercampeona de la lucha grecorromana, reina de la belleza y el modelaje,
perseguida por las cámaras y los hombres más famosos.
Bueno, creo que siempre la voy a recordar así como es, tan llena de fantasías, tan muchacha abierta a
los sueños, mi amiga...
30
l primer amor
Ese maestro en serio que se sale. Cuando no nos pide que hagamos un cuento en que un hombre
muerto es encontrado en el campanario de una iglesia y uno de sus zapatos en una fuente y el otro dentro de
una piñata, nos deja una composición a la madre, un pensamiento para el maestro, un himno a la escuela, y no
se la acaba uno con este maestro. Ahora nos pidió que habláramos de la primavera o del amor, qué salido.
Ahora estoy pensando en ella, la morra del 2o K que el otro día me encontré en los bebederos por
casualidad, cuando el maestro de matemáticas me mandó por un gis y yo me fui a tomar agua primero.
Quédate ahí parada,
derechita como la palmera de la entrada,
como un río de una postal.
Quédate así en mi memoria,
bella para siempre, joven siempre.
Yo no sé hablar de estas cosas, lo hacen mejor el Mike, el Osvaldo y el Martín, pero yo no. No sé por
qué soy tímido, pero así soy. Siempre pensé que eso de enamorarse era sólo de las películas o de las
telenovelas, ahora sé lo que se siente. Y vino a pasarme ahora, en tercero, cuando ya estamos por salir. Yo,
que ni de chiste pensaba en estas cosas, ahora estoy aquí pidiendo que estos días se prolonguen y tú sigas
siendo bella por siempre y me quieras siempre.
Ya sé que es tonto hablar de la primavera, que eso está bien para un nerdo como el Toñito, al que le
gustan los versos, o para una enamorada como la Paquita, que espera a su príncipe azul, pero no para mí.
Pero llegó la primavera, y yo, que la había visto como una estación más del año, como la llegada del
calor o como el tiempo de casi terminar la secundaria, ahora la veo como algo muy especial.
Sale, qué cursi me estoy viendo. Lo bueno es que el profe de español es buena onda y le voy a pedir
que no lea mi composición delante de los demás, que la lea él solo y me ponga una buena calificación, o tal vez
de plano no se lo entrego; está muy zarra eso de hacer una composición en prosa o verso acerca de la
primavera o del amor cuando a uno no le sale lo de la inspiración, lo de los versos bonitos.
Qué raro, estoy pensando en el trabajo que tengo que entregar mañana y también pienso en esa chava.
¿Qué estará haciendo?, ¿tendrá también una tarea tan difícil como la mía? Creo que no se la voy a cantar,
aunque el Mike me dice a cada rato: "No seas tarugo, tío, esa chava quiere contigo", y yo me digo que no, que
sólo me quiere meter "candil" para que vaya y me estrelle con un "no" de su boquita, eso es lo que quiere.
Y como entre que quiere y no la cosa, ya le he mandado dos cartitas y ella me las ha contestado.
Si te digo que te quiero
es muy sincero.
Me gusta la sombra que dejas
al pasar.
No sé lo que vaya a pasar, ella es muy bonita y cada vez está ocupando más mis pensamientos. Tal
vez la quiero, tal vez no, de todas maneras pronto nos iremos a la prepa. Ojalá y le tocara conmigo, así sabría
si de verdad es amor; entonces batallaría menos para saber de estas cosas y escribir lo que los maestros me
pidan. Por lo pronto, estoy temblando porque tengo mi primera cita con ella. Me invitó a su casa para el
sábado, a ver qué pasa, a ver si se la puedo cantar...
31
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
a primavera eterna
Y así viene el polvo de marzo por entre las hojas de la ceiba, que se ha renovado después de haberse
quedado pelona en sus ramas, como en los puros huesos; es muy triste ver las ceibas de ese modo porque casi
parecen muertas.
Estoy parado eternamente a la entrada de la escuela, tengo puesta mi gorra, traigo mi vieja bici, rodada
20. Todavía no es la hora de entrada, y si lo fuera, no importa, porque hoy es sábado y me mandaron por las
tortillas de aquí enfrente de mi secundaria, muy cerca de la casa.
Las palmeras mueven sus enormes hojas suavemente y pienso que es su cabellera la que se agita
acompasada, como los cabellos de la que quiero. La que quiero se llama Teresa y es un ángel. Llegó de
Sinaloa el verano pasado, vive cerca de mi casa y, sí, es un ángel. Es muy bonita, de veras, tiene los cabellos
rubios, su carita es de rasgos muy finos, tiene unos ojotes verdes, aceitunas, así me las imagino. Tal vez esto
sea una metáfora como las que nos pidió el profe de español que, por cierto, ya no va a volver: ayer se despidió
muy triste de nosotros, dijo que pidió su cambio a otra escuela, en un pueblo de la sierra, y que nos iba a
extrañar mucho.
Hoy tengo mucha tarea y, encima, mi papá me puso a lavar el carro, como si yo lo usara a diario.
Además, tengo que pintar las rejas, bañar al Osito, mi perro de tres patas. Y... "Ordena tu cuarto, por lo que
más quieras". Es la voz de mi madre en mi mente para recordarme que, a pesar de tantos años de pedirme lo
mismo, no he adquirido el hábito del orden.
Por la cancha cívica ruedan algunos papeles y pienso en las hojas que arranqué con fuerza a mi libreta,
donde había escrito muchas cosas para Teresa, quien nunca se enamoró de mí.
Ruedan los papeles y el viento los sube y los baja, atrapa alguna hoja, no sé, algún examen con un
enorme cinco que nunca llegará a la casa del dueño y lo hace volar muy suave.
Me gusta la escuela así de sola, es como una casa vacía, una casa grande de donde se han ido todos y
han dejado abiertas las puertas. Ahorita no me metería a ningún salón ni iría al baño, y las canchas, que
siempre están llenas y no hay chance ni de echar una canasta, están vacías, así ni sabe andar por ahí, no tiene
chiste, no sabe.
Y es que aquí, parado, me doy cuenta de que la vida se la ponemos todos los alumnos y maestros. No
me puedo imaginar que un día de clase no viniera ni un maestro, que a cada uno se le hubiera hecho tarde o
tuviera otro compromiso o cayeran todos enfermos, pues tampoco tendría mucho chiste estar los puros alumnos
enfadados. ¿A poco no? Un día no vinieron tres maestros que nos tocaban y pronto nos enfadamos.
Me acuerdo de la vez en que hicimos la broma de la amenaza de bomba y se suspendieron las clases,
en poco tiempo la escuela quedó como ahora.
"Vayan a sus casas", decían los prefectos, y nadie quería irse, hasta que llegaron los de la
Secretaría y dieron la orden. Luego llegaron los de la judicial y hasta el ejército; buscaban por todos lados y
sólo encontraron a una parejita muy acaramelada. No hubo bomba ni nada, y hasta el momento ninguno la ha
regado...
Eso es lo bueno de la secundaria, que uno aprende a tener amigos de a de veras. Ahí está, por
ejemplo, mi amigo Oliver, que es un chavo bien loco, le gustan todas las mónitas, sobre todo las nuevas;
también el Molina que ya tiene muchos granos en la cara y es muy bueno para pelear; luego está el Tonky, que
es gordo y muy simpático; y el Durazo, que es un gran compañero. Hemos estado juntos desde que comenzó el
año y creo que así vamos a estar hasta terminar la secundaria, hacemos todo en equipo y nos apoyamos en
todo...
32
istoria de soplones
—Miren, mejor ya cálmenla, ya estuvo. Mejor me dejan ir o les juro que se las voy a armar gacha con la
banda. ¡Ay!, ahí muere, no sean...
Y ahí me tuvieron, cosido a patadas, hasta que se cansaron.
Al principio sí noté que me tenían coraje, porque me daban muy fuerte, pero poco a poco se fueron
calmando hasta que cedieron y, ya más tranquilos, se sentaron a fumar en la banqueta. Hasta a mí me tocaron
unas fumadas, y ya estábamos ahí, como si nada, como viejos amigos, como si yo no hubiera sido el rajón, el
balcón, como luego les decimos a los soplones.
De estos ya habíamos muchos en la escuela, y es que, también, se pasaban con las cosas que hacían.
Por ejemplo, ni modo que no se supiera quién le estrelló el vidrio al coche del orientador o quién le ponchó las
llantas al profe Polillita; no tardaron en dar con el Vampi y con el Sombra, que fueron expulsados y a los que les
retuvieron sus papeles hasta que no pagaran los daños. Claro que en esos casos nadie supo de los delatores,
pero ya se sabe que hay muchos balcones.
Esta vez me tocó serlo a mí, y es que no pude cerrar mis ojos —que tanto quiere mi madre—, cuando vi
pasar al Cepi escondiendo algo entre su camisa y también que le asomaba parte de una bolsa de mujer. Él
volteó en ese instante y ya no pude evitar que me viera... En ese momento me cayó un gran peso encima
porque me convertía en su cómplice o en su delator. Durante los siguientes días se armó el barullazo, y es que
al parecer la maestra Paquita llevaba mucho dinero en su bolso y andaba toda desconsolada por los salones,
implorando, ofreciendo gratificaciones, y el director nos echaba un sermón en el homenaje y así cada maestro...
Y nada.
Empecé a sufrir. Primero fueron dolores de cabeza que nadie se explicaba, luego dolores de estómago,
hasta que se me soltó una diarrea muy larga. Me puse más flaco y pálido, y mi madre pensaba que era porque
estaba creciendo. Así hubiera seguido, si no fuera porque ya no aguanté cuando en la clase la maestra Paquita
nos contó que el dinero que traía aquel día era lo que necesitaba para pagar la operación de los ojos de su
madre, que debió suspenderse porque no había manera de conseguir tanto dinero. Dijo que era la única forma
de que su madre recuperara la vista, que era un regalo que pensaba hacerle y que ahora estaba muy triste
porque nunca podría juntar el dinero de nuevo...
Entonces me puse a pensar en mi madre. ¿De qué no sería capaz si mi madre necesitara una
operación así?
—¿Por qué no organizamos una colecta, maestra? —dijo la Cande, que muy a la larga tiene ideas brillantes.
—Sí, podrías hacer un boteo aquí afuerita —se entusiasmó la Cachetitos.
—También se podría hacer una polliza o una hamburguesada, eso sí deja —dijo Ramiro.
—También estaría bueno recuperar el dinero —dije yo, temblando de calentura y dolor de estómago, pálido y ya
decidido a romper el silencio.
33
—Eso no se puede hacer ya —dijo la maestra.
—Sí, desde cuando ya se lo habrán gastado, además no hay pistas...
—Pues yo sé quién se robó ese dinero...
Silencio absoluto que jamás me hubiera imaginado en mi salón, donde están los más gritones que
ningún maestro aguanta. Silencio.
—Fue el Cepi.
Ahí se armó el relajo, porque la maestra salió corriendo y con ella todos nosotros, desfilando por los
pasillos. Recorrimos todos los salones hasta llegar al taller de mecánica, donde ahora estaba el grupo del Cepi.
Cuando la maestra lo confrontó, todos la rodeamos. Un prefecto se había agregado y rápidamente le vaciaron
los bolsillos: traía dos mil pesos, cantidad imposible en un alumno regular de nuestra escuela, donde todos
somos pobres. Aceptó rápidamente, pero antes se enteró de que yo había sido el balcón y me echó una mirada
de aquellotas, de ésas que matan porque parecen de fuego. Yo ya me había resignado a sus represalias, ya
había sufrido bastante todo ese tiempo.
Rápidamente se formó una comisión que fue a la casa del pequeño ladrón, se recuperó buena parte del
dinero y se procedió a expulsar al Cepi, que desde entonces se asomaba por la escuela. Yo sabía que andaba
cerca porque me llegaban sus amenazas.
—Que dice el Cepi, que no te la vas a acabar.
—Que te espera a la salida.
—Que más te vale que no vayas al baile del 14 de febrero.
Por eso, después de que me golpearon fuerte y estábamos ahí fumando, tranquilamente, supe que ya
había pasado lo peor, que su cólera ya no era tanta.
—Yo también he sido balcón —dijo el Cepi.
—¿Apoco?
—Simón, y también me pegaron una chinga, pero más fuerte. Por eso es que al verte no te dimos tan
duro, pero vieras cómo me dieron a mí, una semana no pude abrir el ojo derecho y tenía toda la boca
hinchada.
Y ahí seguimos recordando todas esas cosas...
34
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
arta al maestro
Querido maestro:
Este día me he levantado con la alegría del inicio de las vacaciones de verano. Le juro que casi no me
la creo que esté libre de la escuela, libre como siempre me ha gustado estar, libre de la lata de los profes que
siempre están pendientes de uno, libre del profe Andrés, que siempre dicta demasiado, de la prefecta que anda
pendiente de los que se salen o no entran a sus clases, libre del timbre y de los libros. Hasta de los latosos del
salón estoy libre. Por algún tiempo, porque sé que después de este mes y medio vendrán otras complicaciones
con lo de la prepa.
No puedo creer que tan rápido hayan pasado los tres años de la secundaria y, sobre todo, que no
quedé a deber ninguna materia, es casi un milagro.
Todavía me asomo al espejo y me veo como una chamaquita, ni los senos me han crecido casi nada y
tengo una cara de niña que apenas puedo con ella, como cuando entré. Estaba más flaquita y pequeña,
¡guácala!, qué horrible me veo en esa credencial de primero que no sé dónde voy a tirar porque en la vida
quiero volver a verla.
Luego me puse a pensar que, con las prisas de la graduación, ni tiempo me dio de despedirme de
usted, por eso es que decidí ponerme a escribir esta carta, aunque con lo indecisa que soy, a lo mejor termino
guardándola por ahí, en alguno de mis cajones, hasta que se ponga amarilla y algún día la tire, sin que usted
sepa esto que quiero decirle. En fin, mejor la escribo y luego veo si la entrego o no.
Bueno, voy a empezar por decirle que siempre lo voy a recordar, y cómo no, si usted es mi maestro
favorito. Y no es que quiera ser barbera, al cabo que ya salimos; además, mis compañeras ni se van a enterar,
pero es la verdad: usted es el maestro que mejor me cayó en todos los tres años. Claro que estaban los otros,
pero son demasiado serios o de plano se pasan de graciosos. Yo creo que un maestro debe tener buen humor,
pero saber dar la clase. Y usted, además de darnos bien su clase, nos hacía pasar bien la mañana con sus
ocurrencias, sus charras tan divertidas, aunque a veces muy subidas de tono, tanto, que no podía contárselas a
mi mami porque se hubiera escandalizado, ya sabe cómo son las mamás de hoy en día. Por usted amé la
química, tal vez por usted algún día yo sea una gran química también.
Bueno, tengo que empezar en algún momento a decirle que fui yo la "peor de todas", la que cometió la
mayor parte de las travesuras que le sucedieron en este último ciclo escolar.
—Pónle este chicle —me dijo Martha, la Tyson. Y, bueno, usted sabe que con ella no se jugaba porque fácil me
hubiera reventado la jeta, con su tremendo poder, y usted se fue a su casa con el pantalón para siempre
inservible.
35
A lo mejor hasta le sirvió, porque ese pantalón ya estaba muy usado y eso lo obligó a comprarse unos
nuevos.
Los huevos podridos en su maletín no fueron idea mía; a mí sólo se me ocurrió lo de tomarle la foto en
el momento en que usted metiera la mano y estallara el primer bombazo, y, aunque todos recibimos el castigo,
a mí me tocó lo peor: tuve que pagar más que todos para la compra de un maletín, yo misma fui a escogérselo
en Mochilandia, al centro.
También estuvo lo del extravío de su celular (por cierto, recibimos llamadas de una tal Claudia que dejó
dicho, en el buzón de voz, que lo extrañaba "a rabiar", que le urgía se reportara al teléfono que ya sabe...), la
tinta en su escritorio, el mensaje navideño en el pizarrón donde le deseamos todo lo contrario de lo tradicional,
las cartitas de amor que recibió el catorce de febrero, nuestras ausencias los viernes para no tener la última
clase... Eso y todo lo demás. Ojalá no nos guarde rencor y perdone nuestros juegos. Le agradezco su buen
corazón y espero que siempre siga aquí, en mi querida escuela secundaria.
De su alumna más aguerrida
Mayra
36
Epílogo
37
nstrucciones
para sobrevivir
a la secundaria
Este libro debería llevar este título, aunque no se trata de un manual para sobrellevar esta etapa
escolar, porque para eso no hay receta alguna. No porque la secundaria sea lo más terrible que nos puede
pasar cuando somos adolescentes, sino porque es imposible salir de ella ileso, sin el corazón sangrando, sea
por ése que llamamos el "primer amor" o por la nostalgia de amistades entrañables.
Pasar por la secundaria implica aprendizajes que determinarán nuestro desarrollo posterior en la
sociedad, un torrente de experiencias y emociones. Estas enseñanzas no sólo se refieren a los conocimientos
que pescamos al vuelo en medio de esa turbulencia interior que nos cargamos por esos días, sino a
aprendizajes en cuanto a relaciones humanas. Los adolescentes y jóvenes encarnan el ideal de la justicia, la
solidaridad, la pertenencia al grupo. Aquí se templa el carácter: aguantas hasta lo imposible y luego reaccionas
en defensa de tu espacio y tu persona.
Te hacen burla o sientes que te atacan, haces concha o te vuelves agresivo; aquí va uno descubriendo
las grandes trampas de la sociedad, el valor de las palancas, el pez gordo que se sigue comiendo al chico; va
uno haciéndose de modelos para adaptarlos a su personalidad; afina uno su entusiasmo o su derrotismo; se
huye hacia fuera de los ojos o se va uno encerrando en la cárcel de sí mismo. Hay quienes descubren los
primeros placeres eróticos a la sombra de los yucatecos, en pláticas jocosas que no sabes por qué son tan
atractivas; las muchachas son reinas de la belleza y las pinturas ejercen tal fascinación que convierten las horas
libres en sesiones de belleza; los bailes son la réplica de lo que serán sus fiestas de adultos por las cuales vale
la pena mover el bote a los ritmos más alocados. Mañas y manías se van fijando de tal modo que, si te
descuidas, sales preparado para el fracaso: no haces la tarea sino que te pones buzo para pedirla prestada a
quienes ya localizaste como cumplidores, pero nada aprendes sino el engaño de ti mismo; algunos se hacen
expertos en el arte del retardo y la simulación; la pinteada se hace un hábito tan fuerte que muchos padres se
quedan esperando el certificado, pero en los cines y parques a donde han ido a parar los anhelos de sus padres
no dan ningún documento válido.
Hay un anhelo imperioso de trascender, de salir del anonimato, de ahí que las escuelas empiezan
limpias al iniciar el año, pero antes de las vacaciones de diciembre ya se leen nombres por las paredes y los
mesabancos y los árboles; los baños dan cuenta del desastre ortográfico de la mayoría. Los jóvenes hablan
despreocupadamente de todo cuanto les ocurre, de lo que les duele o les agrada.
Este libro es un homenaje al torrente vital que es un adolescente, en una sencilla anécdota donde
realidad y fantasía se reúnen sin aclarar dónde comienzan una y otra ni dónde se separan definitivamente en
una dolorosa realidad. Por otra parte, este libro deberá concluirlo cada lector, pues cada uno agregará sus
propias anécdotas que, sin duda, nos arrastrarán hasta nuestra etapa de secundaria con un vuelco del corazón.
38
Cómo escribir un cuento de secundaria
1
Echar los ojos para atrás y recordar intensamente, con la emoción de aquel tiempo en la piel, con las
ansias por vivir. Recordar, por ejemplo, aquella mañana lluviosa y fría cuando ni una mosca irrumpía en el
silencio de tu salón y tu corazón aleteaba.
...Tu corazón de adolescente aletea como mariposa amarilla de cabeza en cabeza y tú estás pasmado,
olvidado de la lección de historia, de tus compañeros, del maestro aquel, terrible, que hacía temblar a
cualquiera; del maestro de más allá, lejano, cenizo y más olvidado que nunca, y en ese espacio de paredes
cremas, manchadas de placas y nombres, de pilares verdes, de pizarrón cacarizo y deslavado, sólo existes tú,
con tus ojos café oscuro que tanto le gustan a tu mamá, tu cabello alborotado, tu viejo uniforme, todo tú
inclinado en esa hoja donde escribes un poema para quien, al otro lado del mundo, del salón, digo, en la última
fila, te mira, desde una belleza que a ti te deslumbra y al tarado del Pecas ni lo conmueve. Sentir su respiración
cercana a ti, pálida la piel porque en ese tiempo estaba prohibido llegar pintada. "Las jovencitas son como
paredes nuevas, no necesitan pintarse para verse bien. En cambio nosotras somos como las paredes viejas, ni
con mucha pintura nos vemos bien", decía la profe Tenchita, y parece que la escuchas clarito, mientras
revisaba los cuadernos cada día.
Estar totalmente ido es en la secundaria una característica de muchos. Estar "absorto", había dicho el
profe, mientras te pedía tu colaboración, y tú, en el otro mundo con ella... Y, entonces, recibes en plena
cabeza, por detrás, un papelazo de quién sabe dónde y todo mundo se ríe de ti, "estás bobo" te dicen, y ahí te
quedas para siempre con ese apodo, atrapado en el tiempo de la escuela. Alguien señala al culpable, nunca
falta, y te das cuenta de que es el Mochomo y que, además, sabes que también le echa los canes a la Margarita
que, desde entonces, se convirtió en el amor de tu vida. Y pasaron tantas historias hasta este momento en que
has tenido la idea de escribir un cuento.
Así que, con la pura mirada, queda amarrada la pelea para la salida. Y ya está dado el asunto del
cuento y perfilados los personajes principales.
2
Recordar algunas anécdotas de aquellos tiempos, recordar cómo eras, cómo eran tus compañeros.
Verlos nítidamente, como en una fotografía. Bueno, en ese tiempo la figura de la mayoría era una caricatura:
todos entrando a la adolescencia, flaquitos, pecosos, granujientos, mal peinados y desgarbados. Morenos y
morenas color de llanta. Atrás los más altos, como el Sahuaro, que traspasaba hasta al maestro, la Deidona,
amplia de todo a todo y que no dejaba de molestar por un beso a casi todos los del salón. Greñudas la
mayoría, cenizos y tiesos los cabellos, sobre todo si la foto fue tomada en invierno, cuando difícilmente se
bañaban seguido. Miradas centelleantes que no imaginan el futuro, porque lo más práctico era vivir día a día,
sumidos en tantas cosas.
39
Profr.Gabriel Hurtado Cen
Mérida, Yucatán,
México.
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Detras de la barda dominguez esteban

  • 1. DETRÁS DE LA BARDA Primera edición SEP / Solar, Servicios Editoriales, 2005 D. R. © Solar, Servicios Editoriales, SA de C.V. Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos 03800, México, D.F D. R. © Secretaría de Educación Pública, 2005 Argentina 28, Centro, 06020, México, D.F. ISBN: 968-5473-69-2 Solar, Servicios Editoriales ISBN: 970-790-732-0 SEP Impreso en México DISTRIBUCIÓN GRATUITA-PROHIBIDA SU VENTA 1 Sistema de clasificación Melvll Dewey DGME 863 D6 2005 Domínguez, Esteban Detrás de la barda / Esteban Domínguez._ México : SEP : Solar, Servicios Editoriales, 2005. 124 p. — (Libros de) Rincón) ISBN: 970-790-732-0 SEP 1. Literatura mexicana. 2. Literatura juvenil. 3. Novela. I. t. II. Ser.
  • 2. DETRAS DE LA BARDA Esteban Domínguez 2 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 3. A los estudiantes y profesores de Sonora l Morgan No, pues sí, chale, en la secundaria uno de veras que está bien refeo. Hay unos morros que tienen unas orejotas o están bien dientones, a unos se les llama Dumbos y a los otros Caballos, o Bugs Bunny; unos tienen unos brazotes bien largos y unas piernas pequeñas. Neta que parecemos caricaturas. Luego algunos exageran, se pasan... Se compran unos pantalones del 38 o del 42 que les quedan bien guangos, claro que lo disimulan fajándose un poco, pero cuando no los ven los prefectos, ahí andan, bien cholos, tirando barrio. Yo los veo y me da risa; claro que nunca me atrevería a usar algo así porque no me llevo con ellos. También hay unos bien cabezones o muy altos o muy enanos; luego unos que están en plena niñez y otros que ya fuman y van a los bailes como si nada. Hay unos muy aseaditos, como yo, y unos que para nada se bañan; se levantan como a las doce y así se vienen a la escuela, sin peinarse o lavarse la buchaca, guácala, ni los sobacos ni nada, y Ies llaman pacusos, pero no voy a decirles lo que significa. Luego, dizque andan acá muy de novios, muy galanes, tirando rostro con las mónitas. Luego la raza amarga nunca falta, hay unos morros que se salen, tienen una risa de lo más burlesca, a todo el que agarran a canilla, ya no lo sueltan hasta que lo hacen llorar. Las chavas, la neta, neta, casi no hay buenas. También ellas están bien federal de caminos. En serio, hay unas que hasta te espantan y, según ellas, andan por la escuela como si fueran miss México aunque nadie las pela. Tienen las piernas flacas, flacas, chuecas, chuecas; o son muy morenas, con manchas en la cara que les llaman jiotes; a unas les dicen que les explotó el calentón, otras son güeras y pecosas. Flacas, gordas, gordas en serio, como la Keiko, por ejemplo, que está conmigo. Unas son bien sangronas y con nadie se llevan, otras se pelean a golpes con los chamacos, la Tyson le dicen a una. Hay de todo, enamoradas, juguetonas, listas y tontonas, apretadas, como las fresas. Y volviendo a los morros, no faltan los apestosos, los pedorros, guacarosos, en fin, son una chulada mis compañeros... Pero no quiero hablar de todos mis compañeros, porque capaz que se enteran y no me la voy a acabar. Son bien gachos, y no sólo ellos, también las chavas son pesadas. Del que quiero hablar es del Adrián, un morro de esos serios, flaquito, cabeza pequeña, orejas grandes, muy formal. De toda la escuela, es el único que trae una mochila con rueditas, y ya sabrán el carrillón que le damos —porque yo también me incluyo—, se la escondemos a cada rato o se la arrebatamos para que nos persiga por todo el salón. —Ya cálmense o los voy a reportar. —Huy, qué miedo. —Es en serio. —Mira cómo tiemblo. —Bueno, se los advierto... —Ahí está, llorón. Y así lo traemos a broma y broma hasta que revienta y nos reporta. Pero tampoco de él quería hablar, más bien del Morgan. De veras que con este morro sí que se salieron. 3 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 4. Desde que lo vieron le buscaron el sobrenombre de Morgan, y bien que le queda porque tiene un solo ojo, el otro parece que lo perdió o así nació. También quisieron decirle Cíclope, pero no pegó. La canilla ha estado dura, hasta las chamacas seriecitas, como Maribel, le gritan al maestro: —Mire, maestro, el Morgan me está coqueteando, me está cerrando un ojo. Y todo mundo trata de aguantar la risa. Otro le dice: —Échale un ojito a mi mochila, ¿no? Y él aguantando como si nada, se le resbala. Creo que hace mucho que aprendió a aguantar; luego, él se las devolvía, pero ya no se enojaba, ya hacía caso cuando le decían: —Que el Morgan esté con nosotros en el equipo. —El Morgan me pegó, profe. —El Morgan está comiendo en el salón. Y así por el estilo. Pues con todo y su ojito único, un día el Morgan fue el héroe del salón. Ocurrió cuando la teacher, en plena clase, empezó a ponerse primero roja, como una manzana, y luego morada, como... pues como algo morado, vaya, como que le faltaba el aire, se agarraba el cuello con las manos, manoteaba como si estuviera en la alberca. Nosotros, todo el grupo, se quedó en suspenso, congelado en una fotografía para el recuerdo. Ni una hoja, risa, suspiro, nada. Y ahí siguiéramos, si no fuera porque la maestra estaba ahí, cayendo al piso. Entonces vimos cómo el Morgan saltó dos filas hasta llegar junto a la maestra que, en serio, ya en el suelo, tenía los ojos en blanco. El Morgan le puso las manos alrededor del cuello y la recostó suavemente, luego le abrió la boca y, tapándole la nariz, comenzó a bombearle aire, aire. Para esto, ya estábamos todos alrededor, y él nos hacía señas de que despejáramos; alguien ya había ido por la doctora. El Morgan seguía aferrado y le daba unos apachurrones en el pecho y seguía con la respiración de boca a boca, entonces la maestra volvió en sí poco a poco y al fin volvió a respirar normal. Cuando se sintió mejor, la sentaron en su silla. La doctora le puso alcohol por todas partes y, unos momentos después, ya estaba en el hospital. Después de esto el Morgan nos contó que en las vacaciones había tomado un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja y que por eso sabía qué hacer en estos casos. Cuando la maestra volvió el lunes siguiente, mostraba una sonrisa muy bonita y, además, traía una caja como de regalo que le entregó al Morgan. Eran unos pantalones nuevos y finos que el Morgan lució muy contento en el baile de primavera, donde se puso de novio con la más bonita del salón, la Irasema. Bueno, de esto quería hablar. ¿Quién soy yo? No se los puedo decir, sólo les cuento que soy uno de ustedes, que está a medio camino entre el morro de la mochila de rueditas y el Morgan. Hasta la vista, y échenle ganas a la school... 4 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 5. a Hitler Sentado ahora, aquí en la prefectura, sé que el castigo es inminente. Soy culpable. Y cómo no, si mis brazos y mis piernas han crecido tanto y en forma tan desordenada que no atino a hacer los movimientos que quiero. Hoy por la tarde, en la clase de inglés, al levantarme del Mesa banco mi mano izquierda se extendió tanto que fue a chocar con el maldito vidrio que se hizo pedazos. Me corté un poco, pero no fue tanto el daño; pronto dejó de salir la sangre, y aquí me tienen, como el acusado en espera de la sentencia o, peor, de la ejecución. Me siento como los condenados a la guillotina, que según el profe de historia era un método cruel, aunque creo que tenerme aquí en la prefectura es más cruel todavía. De todos modos, ya sé que tendré que pagar el vidrio, no sé cómo, pero lo pagaré. Tal vez, si las propinas son buenas en la tienda del ISSSTE, en una semana sale lo del mugre vidrio. Y todo por estas tontas extremidades que siento como si no fueran mías. Y claro, ahorita de seguro viene el sermón y yo a decir que sí a todo, que voy a pagar, que tendré más cuidado. La trabajadora social y la Hitler, que así le decimos a la prefecta de los primeros, están encerradas, seguramente pensando en qué castigo darme, tal vez merezco un castigo. Sólo escucho voces que suben y bajan, pero sin mensajes. La trabajadora social no me preocupa, es buena gente y siempre habla calmadamente y de buen modo. Quien sí me pone a temblar es la Hitler. Nada más resuena su voz y ya no encuentro mis pensamientos. Creo que a todos nos pasa lo mismo, porque el otro día que fue al salón, nomás entró y todo mundo dejó lo que estaba haciendo. Hubo un silencio "pasmoso", diría el profe de español. —A ver, niño, tú —le dijo al Cabezón, que es el más terrible del grupo—. ¡Ponte de pie y fájate! Antes de terminar la frase ya se había compuesto. Y, parado, le temblaban las rodillas. Yo, tras él, sudaba helado. Nadie se movía. La Marcela se había quedado como paralizada, pero en una posición mal acomodada: —¡Niña, tú! ¿Cómo te llamas? ¡Siéntate bien!, ¿qué no ves que así enseñas toda la mercancía? ¡Cochina! Con esa maestra no se puede dialogar; casi nadie reporta a nadie, porque fácilmente te hace llorar, incluso si tú vas a reportar a alguien. Yo digo que está bueno tener una prefecta que meta orden, pero ésta te espanta de veras. Es una mujer muy alta y distinguida que siempre usa vestidos oscuros, se maquilla mucho y se pinta el pelo de colores rojizos o rojos oscuros. Hasta los padres le sacan la vuelta, porque en cada reporte les pega una buena sacudida. Dice el Chiva que su mamá le advirtió que ella no regresaba si la mandaban llamar, que más le valía que se portara bien, y aunque ya van varias veces que le piden que venga, pura nada que hace caso, ni por la boleta viene. 5 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 6. La mano ya no me duele, pero tengo deseos de salir corriendo de aquí y de estar en mi salón o, mejor, en mi casa viendo tele, o bien dormido, y no en este cuarto con el escritorio enfrente, los archiveros y la banca donde nos sentamos todos los reportados. Yo espero que no vuelva a suceder, de veras se los digo, estas cosas no me agradan. No me Ni gusta este cuarto, y mucho menos que la prefecta me regañe, porque en las noches, en todas mis pesadillas, aparece su enorme cabellera pintada, su fiera mirada y su voz como cuchillo que me destroza como en las películas de terror. Nada más de pensar en el dinero del vidrio me da tristeza. ¡Toda una semana de propinas ¿tirada a la basura por un vidrio! Y yo que ahora sí pensaba comprarme el balón de básquet, ni modo... A ver si después, aunque tal vez no, ni lo dejan traer a la escuela o me lo quitan los cholos. A lo mejor compro otra cosa más necesaria o le doy el dinero a mi jefa para que compre algo, aunque eso va a ser después de que termine de pagar el vidrio y la Hitler deje de mortificarme. Ahora voy a dejar de escribir esto, porque ya se está abriendo la puerta y por ahí, estoy seguro, va a asomarse su curiosa cabellera y luego vendrá el grito... 6 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 7. uerido diario Lunes 14 de febrero Como todos los lunes, me levanté muy temprano dispuesta a enfrentar un nuevo día de pesadez y movimiento, pero recordé que era el día del amor y la amistad. Desde el viernes había comprado la tarjeta y el regalo para el Caballo, digo, para Juan (a mi mamá no le gusta que use apodos). A mí me tocó regalarle a él en el intercambio del salón. Odio los intercambios, deberían de prohibirlos para siempre. Una vez, en la primaria, regalé un perfume bien caro y a mí me dieron un pañuelo. No sé si Juan me gusta o no, de todos modos le escribí un mensaje muy largo; es buena onda, aunque a veces es muy cargado. La Cachetitos le echa los canes, pero él no le hace caso, ni en el mundo la hace. Mi mamá me encargó que llegara temprano, aunque eso va a estar en chino, porque hay una fiesta con los del salón. Ya sé que son unos nacos, desabridos y feos; de todos modos uno trata de divertirse. Anoche me pinché el dedo mientras cosía mi falda, pues la prefecta me bajó la bastilla y me reportó. Es como un juego, ella me la baja y yo que la subo; algún día terminará con unos tremendos agujerotes, tal vez la falda llegue a ser un solo agujero. El Navo me habló para decirme que él y el Guante iban a llegar tarde a la escuela, que les avisara a los maestros. Mientras me cambiaba, tenía un verdadero desastre. No encontraba nada y todo se me caía. "Es uno de esos días fatales", pensé. Lo bueno es que en la mochila casi no llevo cuadernos ni libros y sí el traje para la fiesta. Ahora estoy en mi salón, es la segunda hora y la tenemos libre porque no vino el profe de historia. Por ahora le voy a parar, al cabo que luego seguimos hablando... Martes 15 de febrero Ayer, como estaba previsto, todo fue un desastre. Oh, querido diario, hubieras estado ahí. ¡Fue horrible, horrible! Figúrate que ese chamaco loco, baboso, tarúpido, metiche, aniñado, feo, gritón, dientón, nariz de Gonzo, pelos parados, aliento de dragón, pies de atleta, orejas de Dumbo, risa del Guasón, prieto, flaco, ojeroso, lagañoso, ese atrevido, cara de chango, ése al que todos le dicen el Sapito, pues ése, ¿qué crees, querido diario?... Pues que ¡me la cantó! Sí, así como lo oyes, digo, así como lo escribo. Sucedió en el receso. Yo había ido a la cope por unas papitas con queso, y cuando más las saboreaba, se me cayó un pedazo y me manchó la blusa, casi una catástrofe, imagínate, ¡mi preciosa blusa blanca! Luego, luego la Rubí comenzó a darme carrilla, La que no sabe, le dicen. Me fui a los bebederos, y lo primero que me encuentro es a ése... Casi, casi me muero. Te juro que fue el oso del siglo. ¡Me declaró su amor! En la fiesta el Lalo, el que me gusta, que se pone a bailar muy mono con la Michelle, ¡huy, esa coqueta! Llegué a la casa, me castigaron por llegar tarde y ahora no podré ir al cine el sábado. Me lo merezco. Miércoles 16 de febrero Hoy me divertí mucho en la clase de inglés, y es que cuando el maestro se suelta contando chistes, sí que nos hace reír. Quedé de ir en la tarde a la casa de Jocabed, mi mejor amiga, para hacer el cartel sobre el cuidado del agua. Hoy por la tarde recibí una llamada. ¿Quién crees que era? Pues nada menos que el Sapito, para decirme, después de muchas toses y largos silencios, que si quería ir a la unidad deportiva a dar la vuelta. Le colgué sin decirle que sí ni que no. 7 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 8. Jueves 17 de febrero Ayer me mandó una rosa y una carta. Tiene la letra horrible, dice muchas cosas, pero lo que más repite es eso de que me quiere. Ay, querido diario, ya no sé qué pensar. Me está pasando lo mismo que en la novela que veo con mi mamá, El amor no es como lo pintan, pero al revés, porque en la novela ella es la fea y él un súper cuero y se enamoran. Quedó de hablarme hoy en la noche y ya son las ocho. Creo que ya no habló. ¿Tú qué crees? A lo mejor todo es mentira y sólo me está cotorreando. La Amita dice que es verdad, que sí me quiere, que se lo dijo él mismo. Bueno, querido, luego te cuento porque ya está sonando el teléfono, estoy junto a él porque si no, mi hermanita se entera… Viernes 18 de febrero Ahora sí me pasó lo que dice mi abuelita: "Cae más rápido un hablador que un cojo". Y es que anoche la llamada se alargó por casi dos horas, casi se me quedó pintado el teléfono en la oreja. No sé si te das cuenta de lo que ha pasado, es algo raro. Y es que el Sapito, de tanto insistir, ha llegado a enamorarme. Nunca pensé que podría enamorarme de él, pero ahora sé que el amor es ciego, ahora sé lo que es el amor y estoy feliz. Qué me importa que mis amigas me dejen de hablar, que se burlen de mí por lo que siempre dije de él. Que ahora me digan la Sapita no tiene importancia, porque todo es luminoso, alegre, mi querido diario. 8
  • 9. a ceiba Cuando el maestro de ecología dijo que había una ceiba en la cooperativa, realmente pensé que ahora sí se estaba volviendo loco. Siempre salía con sus cosas, siempre traía palabras muy raras que yo creo que ni la Cerebrito entendía, menos toda la bola de tontones que éramos los demás, y menos que menos yo, que a veces hago como que estoy muy metido en las clases, pero más bien ando en sueños. A veces veo por la ventana de mi salón, que es el que está en la esquina, en el piso de los terceros, arriba, y veo unas nubes hermosas. Me subo a una en forma de piedra y ahí me voy a recorrer ciudades y países, por eso el maestro de español acabó por llamarme el hombre de la luna y todo mundo me da canilla. Es padre soñar y es tan fácil. Por ejemplo, si la maestra de química explica cómo se originó la vida a partir de ciertas moléculas en un medio acuoso, yo imagino un lugar lleno de gases y explosiones de colores brillantes, aguas verdes, gelatinosas, rayos de luz celeste, torrentes de aguas y, en medio de los ruidos más espantosos, una mujer desnuda de color violeta, ojos rojos y cabellos verdes se baña en un torrente de aguas que, de pronto, se le endurece en la piel y perdura así, como estatua, durante todos los millones de años, sola, oscura. .. Sueño, aunque a cada rato se burlen; es el precio y lo pago. Desde que inició el año, ahora en tercero, el maestro me mandó a que viera esa ceiba de la cooperativa. Estaba ahí con sus miles de hojas y sus enormes ramas como formando pisos. Luego, luego me imaginé viviendo hasta arriba, convertido en gorrión y viendo desde allá a los chamaquitos que iban a la cope... Ver tan pequeños a los maestros era una felicidad. Ahí viviría eternamente, de verano a verano, hasta todos los siglos. Días después de esta visita el maestro me preguntó que qué veía por la ventana. —Ahí también hay una ceiba —le dije. —¡Exacto! —me respondió, utilizando su palabra favorita—, y tu tarea durante todo el año será cuidarla. Era una ceiba muy alta, tendría como diez años y lucía esplendorosa. Seguramente la había plantado la maestra Pascal, la que calificaba con plantas, la Ecológica, le decían. Le prometí cuidarla y lo mismo hicieron los demás con el árbol que se les asignó. A mí me gustó la ceiba. Me prometí plantar una en mi casa, aunque tumbara la construcción, como dicen que hacen las ceibas, y aunque mi hermano quisiera ocupar luego mi sitio en el último piso, le diría que su lugar quedaba un poco más abajo, y mis padres más abajo todavía, porque yo los iba a cuidar a todos desde allá arriba y, además, como yo la había plantado, sería el dueño y se acabó. Así empezó todo. El maestro nos daba treinta minutos de clase y los otros veinte eran para atender nuestra planta. Yo estaba muy interesado, sobre todo en lo de cuidar la planta. Tenía un bote listo para regar mi ceiba todos los días; además la tenía barridita y le había hecho una taza muy grande; para llenarla tenía que acarrear cinco botes y, aunque era cansado, lo hacía con gusto. Creo que nadie se ha empeñado tanto como yo. La ceiba siempre tenía las hojas brillantes y yo la veía crecer conforme pasaban los meses. Me gustaba acariciar su piel rugosa, sus cicatrices donde los chamacos habían escrito que Ana y Óscar se aman o que aquí estuvo Juan. Pensaba en cómo debía haber sufrido. Me llenaba de rabia descubrir nuevas huellas de agresores del turno matutino que no sabían el daño que nos causaban: a ella por no poder defenderse y a mí por no verlos para castigar sus fechorías. Ahí mismo me hubiera agarrado a golpes, aunque me reportara el prefecto y llamaran a mi mamá. 9
  • 10. Así pasó un año lento de trabajos y angustias. Cuánto viento y polvo pasaron por sus hojas, cuántas otras cosas no soñé desde la ventana de mi salón. Una tarde volví a pensar en la mujer violeta de pelo verde. Era linda. Vi la ceiba y la imaginé como aquella ilusión que me sonreía. El fin de año se aproximaba, pronto dejaría la escuela secundaria. En una de esas tardes, cuando ni siquiera nos tocaba la materia de ecología, fui a ver la ceiba de cerca. Eran las últimas horas de luz, caía la tarde de verano y soplaba un viento tibio. Al estar llenando el balde, el agua se regó y me mojó los tenis. Sentí una gran alegría, como si la vida subiera por mis pies mojados. Al ir cargando el agua, los pies me pesaban. Avanzaba con lentitud. Extrañamente la soledad reinaba. Cuando estuve cerca de la ceiba, pude ver apenas, ya con las sombras de la noche, cómo la mujer más hermosa, de piel violeta, ojos rojos y cabellos verdes, me sonreía y me invitaba en su abrazo... 10
  • 11. reocupaciones ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Cuántas materias quedaré a deber este año? ¿Quién me quiere? ¿Tendré un nuevo padre este año o mi madre cumplirá su promesa de no volver a meter a ningún otro hombre a la casa? ¿Sacarán al Pato de la casa de Big Brother? ¿Me la cantará el Pingui en el próximo baile? ¿Quién será la reina del estudiante? ¿Publicarán mi carta en la revista escolar? ¿Me saldrán tantas espinillas como a mi amiga Toñita, que tiene la cara como cráteres de la luna? ¿Podré combatirlos a tiempo? ¿Llegará mi tía a pasar las vacaciones con nosotros el próximo verano? ¿Encontrarán al responsable del robo de la bolsa de la maestra Paulina? ¿Pagará esta quincena el teléfono mi mamá o seguirá cortado? ¿Suspenderán definitivamente a los morros que agarraron tomando en la escuela? ¿Quién cortará primero de las que andan de novias en mi salón? ¿Quién será el próximo o la próxima que se vaya del salón? ¿Cuánto costará el próximo baile? ¿Suspenderán clases el viernes? ¿Quién se robó los chones de mi mamá ayer por la noche? ¿Vendrá Uff a mi ciudad? ¿Encontraré al hombre ideal o me conformaré con el Sapito? ¿Alguna vez podré viajar a la luna? ¿Habrá horas libres mañana? ¿Le gustaré a ese maestro nuevo aunque sea un poquito? ¿Me elegirán para el equipo de porristas? ¿Por qué mi escuela ahora está tan fea? ¿Vendrá mi papá para la fiesta de graduación o seguirá enojado por la separación? ¿Mis primas dejarán de ser tan chismosas o así serán toda la vida? ¿Quién me quiere invitar al cine? ¿Terminaré a tiempo el álbum de historia? ¿Mandará el dinero mi papá para el vestido de la graduación? ¿Quedaré en la "prepa" que quiero? ¿Qué me voy a poner mañana? ¿Cuándo terminarán las clases? ¿Lograré ser feliz algún día? 11
  • 12. a tarea Si recuerdo aquel jueves de mediados de mayo cuando estaba en el primer año de la secundaria, no sé si sonreírme con tristeza o tristemente sonreír. Parece lo mismo, pero en todo caso es un sentimiento confuso. Y es que todo pudo ser de otra manera, pero resultó así. Todas las posibles variantes no son más que juegos de la mente, por eso he de contarlo tal como fue, al menos para mí. El jueves que quiero recordar, a la maestra Pascal, ésa de la que decíamos que enseñaba mucho porque siempre llevaba minifalda, se le ocurrió hacer equipos para la exposición de temas. La Conchis, que andaba de pleito con las chavas del grupo, se quedó sin equipo porque nadie la escogió. Cuando llegué del auditorio, me di cuenta de que mis "camaradas" ni siquiera se acordaron de mí, así que tampoco tenía equipo. —Formen un equipo —nos dijo la profe. Por ahí gritó el Cholé: —El Nerd y la Burra —con lo que se ganó un coscorrón de la Conchis y un reporte de la maestra. A mí se me hizo bien porque sabía investigar y también exponer, lo que me agradaba poco era tener que hacerlo todo y que la Conchis recibiera una buena calificación, porque esa chava no era buena para el estudio, sólo pensaba en bailes y en chavos, pero de estudiar... nada. Ella también dijo que estaba bueno y quedamos de vernos en las tardes, una vez en su casa y otra en la mía, hasta tener listo el trabajo. A nosotros nos tocaba hasta el último, o sea, el siguiente jueves. La canilla nunca aminoró, pero así eran los chavos del 1° A. El primer día de estudio no llegó, la estuve esperando hasta las siete. Como a eso de las ocho me habló para decirme que la habían mandado al súper, que nos veríamos al día siguiente en su casa. "¿Segura?", le pregunté, dijo sí y me colgó. Vivía en la Granjas, cerca del MUX, un colegio de monjas. Su casa estaba pintada de blanco con vistas azules. No estaba. Su mamá salió a recibirme. —Pasa, la Conchis no tarda. ¿Quieres limonada? Hace mucho calor. La Conchis me dijo que la esperaras. Era una mujer bastante joven, llevaba un vestido amplio y floreado, los senos eran grandes y subían y bajaban al respirar. Esto lo pienso después de muchos años, es decir, lo reconstruyo como fue. Cuando vino con la bandeja, la jarra y los vasos, me senté en aquel sillón pequeño; sudaba un poco y tenía los cuadernos apretados entre las manos. Ella se inclinó para servirme y sus enormes pechos cayeron como un mundo de ilusión. Yo había visto algunos senos de ese tamaño, pero sólo en las películas pomo que a veces me atrevía a poner con mis cuates, no los de la escuela que eran bastante vulgares, sino con los de la colonia o con mis primos. Eran enormes y despedían un perfume como de rosas y miel que me hacía suspirar, como ahogándome, y ella, muy cerca de mí, servía los vasos. Sentí un cosquilleo que subía por todo mi cuerpo, me sudaban las manos y hubiera querido que nunca terminara de servir los vasos y de brindarme ese perfume, para sentir cómo los huesos se me llenaban de ácido; tenía ganas de reírme y de salir corriendo y no volver jamás, o de ponerme a llorar por nada, por no comprender nada. 12 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 13. Ese día dieron las ocho y la Conchis nunca apareció. Su mamá me estuvo platicando y yo le contestaba; aunque por lo general soy muy hablantín, me costaba trabajo decir unas palabras, ahí todo me parecía pesado. Como yo hablaba poco, tuve oportunidad de observarla. Estaba fresca como lechuga recién lavada o como tomate recién cortado; era guapa y charlaba con desenfado enseñando unas piernas bien torneadas y blancas; toda una señora. Al despedirnos me dio la mano, era suave, delgada, blanca mano... —La Conchis ya no llegó, será mejor que vuelvas mañana —me dijo. Y yo sabía que estaría puntual, como si fuera una cita. Mi primera cita. Aunque tal vez en ese entonces no pensaba regresar. Al otro día le reclamé a la Conchis y me dijo que se le hizo tarde en la casa de Sandra, adonde fue a hacer otra tarea, pero que iría a mi casa esa tarde. —Bueno —le dije, aunque yo deseaba que fuera en su casa. Me sentí bastante desalentado, anduve muy triste y casi no hice ronda con mis camaradas que me parecieron unos bukis, tanto en sus pláticas como en sus acciones. "Qué plebes son", me decía. Llegó la tarde y con ella la Conchis. Sacamos algunos resúmenes, pero lo hicimos sin ganas. Ella estuvo distraída jugando con mi perra Jamaica, y yo enredado en el día anterior, a esa misma hora, cuando esperé en vano a la Conchis. —Bueno, mañana en mi casa, ¿eh? Si llego tarde, empieza el trabajo, yo llego. Se llamaba Laura. La recordaba bien con sus minifaldas cuando iba a recoger la boleta de la Conchis, todo mundo volteaba para verla pasar. Cuando me abrió la puerta al día siguiente, el jueves —habíamos pedido un día más para terminar el trabajo—, estaba en minifalda y tenía una blusa roja y breve, pero ahora con un perfume nuevo que lo mismo me cosquillaba por todo el cuerpo. Otra vez no estaba la Conchis, otra vez trajo la limonada, pero esta vez, al agacharse para servir, pude ver sus senos libres bajo la blusa y el mismo vaho brotando desde allá hasta lo más íntimo de mi ser, de mis doce años que se alzaban bajo mis pantalones. Ella, muy cerca de mí, la tarde de verano cayendo afuera, la Conchis en el fin del mundo, la tarea por el suelo, ella eternamente sirviéndome ese vaso de limonada y mostrándome ese mundo maravilloso de dos senos olorosos que perseguiré por toda mi vida. Sobra decir que nunca terminamos la tarea, que reprobé, para el asombro de todos, ese bimestre. Pinchi Conchis. 13
  • 14. l profesor invisible Yo lo veo y me da pena, la verdad, pues es un profesor buena onda, de esos a los que uno puede fallarle muchas veces con las tareas y no hay cuete; o con el que puede uno pinteársela muchas veces y no hay reportes ni castigos, claro que al final uno sale perdiendo, porque en la evaluación sí que te reprueba. Es muy tolerante, aunque a veces se enoja, como ese día en que había mucho relajo en el salón, nadie hacía nada, todo mundo jugando, aventando papeles ensalivados, contando chistes por allá, aunque todo el relajo lo tenía en grande el Toti, ese morro que vive pegado al cerro. En eso, que se le acerca el maestro y le dice que se calle, y el otro como si nada, como si no lo viera, y lo tenía muy cerca de sus narices. Entonces, que se enfurece el maestro, hace un movimiento de cintura y tira un tremendo zurdazo que da en la pared haciéndola estremecer. Todos nos quedamos en perfecto silencio, como nunca, y el maestro volvió de su ser invisible y se escucharon sus palabras: —Sal del salón y no vuelvas a entrar aquí. Y no volvió a asomarse jamás, por más lucha que le hizo, no lo volvió a aceptar. Lo curioso es que casi todos los maestros hicieron lo mismo y así se la ha llevado todo el año, nada más asomándose a los salones. Pero este profe es invisible, casi nadie lo puede ver, yo lo veo quizá porque lo estimo. Es un maestro medio joven —bueno, ya no tan joven, se está quedando calvo—, que camina despacio, y al que la voz ya no le sale tan potente, lo que contribuye a su invisibilidad. Apenas este año vino a mi escuela. A veces saluda por la ventana a otros maestros que pasan, y no le contestan porque no lo ven; a veces también saluda a alguna muchacha, y como si nada. Creo que no se da cuenta de que es invisible y que, siéndolo, podría andar entre los mesabancos supervisando el trabajo, jalarle la oreja a los aguerridos, salirse del salón y caminar por toda la escuela sin que nadie lo vea, y hasta firmar e irse en su carro invisible, a su casa invisible, abrazar a su invisible esposa y que su invisible hijo venga a rascarle la invisible panza. Llevo varios años en la escuela y nunca había conocido un maestro invisible. Cuando se lo conté a mis amigas, no me creyeron; tampoco mi mamá, que dice que cuando ella ha ido a la escuela, varias veces lo ha saludado. —Es que tú y yo sí lo podemos ver, mamá. —No te creo. A ver, ¿por qué nosotros si? —Porque nos cae bien. —Eso es cierto. —Ya ves, ya ves... A veces me da la razón. Un día le insistí tanto, que fuimos a verlo. Se pasaron como tres horas plática y plática, y fui yo la que finalmente se hizo invisible, se olvidaron de mí, así que pude escuchar cómo al final hacían una cita para tomar un café e irse al cine. —¿A poco vas a ir? —Claro, hija, es muy agradable... —Es casado, mamá. —Su esposa es invisible, tú me dijiste, ¿no? —Era un decir... —No le hace, a mí me gusta y basta. Además, así le curo su invisibilidad y mi soledad. —Ah, bueno. Salieron varias veces, hasta que el profesor invisible terminó en mi casa, primero tomando café por las tardes y después se quedó a dormir con mi mamá y empezamos a ser tres invisibles. Entonces dejé de preocuparme por las personas invisibles y me dediqué a ser una persona feliz. 14 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 15. u rincón favorito Cuando llegas a la escuela con tu uniforme impecable, camisa blanca y pantalón caqui marca Dickis, observo tu andar, tus pasos lentos por el peso de tu mochila negra cargada de tantos libros, libretas, un balón de contrabando, desinflado. Me asombra tu paso de adolescente, un paso leve, inseguro, como de alguien que se duele de estar en este mundo, cercado por la mirada adulta, como si al pisar algo doliera por dentro. Luego te sigo con la mirada hasta tu grupo de 1° H, allá al fondo, y sé que te alegra ese camino, el cantar de los pajarillos entre las ramas de los yucatecos. Luego, ya en tu salón, caminas hasta el sitio que te asignó tu asesor. Al principio creíste que se había equivocado y que te había puesto en un lugar inadecuado, pero conforme fue pasando el tiempo aprendiste a amarlo, hasta convertirlo en tu rincón favorito. Y cómo no, si desde aquí ves todo: a los que pasan a la cooperativa, cuando la prefecta está cerca y puedes echar aguas si hay mucho escándalo, o si aparece la subdirectora o el director. Luego, ocasionalmente, hay quienes se arriman por ahí, y si son tus camaradas les puedes encargar que te compren algo de la cope y que te lo pasen rápido, cuando el maestro esté distraído. También te puedes dar el lujo de no hacer nada, o hacer rápido los ejercicios y dedicarte el resto del tiempo a molestar a los demás. Tiene varias ventajas este lugar y te lo dieron a ti, no por tu buena conducta, que no lo es tanto, ni porque le caigas bien a ese maestro, sino porque tu estatura te lo permite; no podrías acomodarte en los asientos de adelante porque le taparías la vista a los enanos de atrás, por algo eres el más alto del salón. Esto a veces es una desventaja, porque muchos se creen muy salsas para la pelea y creen que derrotando al más alto ya nadie se les acercará, pero no, a cada rato te los suenas para que no se anden creyendo. Aunque a cada rato te reportan. Ahora no estás tan seguro de quedarte en tu lugar, ahora sí te cambian porque te cambian, y cómo no si te pasaste de la raya con la broma aquella: era tan inocente una tachuelita bien acomodada en la silla del profesor, que no te diste cuenta de que te tocaba con la maestra de inglés, que es la más regañona. Creo que ahí se te cayeron las alas y empezaste a hacerte pequeñito, hasta convertirte en el más enano del grupo. Fue el acabóse, la maestra echando rayos, todos de pie, sin receso, sin tomar agua, sin poder ir al baño, sin recargarse en el mesabanco. —Necesito encontrar al culpable o todos la pagarán, traerán a sus padres. Ignorantes, el que lo hizo debería pensar en sus compañeros. Unos casi se desmayan, a algunas niñas se les empiezan a asomar las lágrimas y te miran suplicante. El Cholé, que se las da de muy fuerte, casi se cae, pero un tremendo grito: "¡Eh, tú, firmes!", lo pone en su lugar. A Sofía se le mojan las calcetas de pipí porque no aguanta. No sólo está la maestra, también ha llegado la prefecta, el asesor, la trabajadora social y hasta la subdirectora. El castigo ya dura cuatro horas, cuatro eternas horas y todo mundo siente que no pasa el tiempo, y así hubiera seguido si no es porque... —¡El Ruso!, ¡el Ruso! —empieza a sonar primero como un murmullo y después como un grito—: ¡el Rusooooo..! Y te vas hundiendo hasta desaparecer en tu asiento, donde ahora aprendes a despedirte de tu salón, de tus compañeros, de tu primera novia, de tu escuela, y pasan por tu mente todos los buenos y malos recuerdos de estos meses y días en tu rincón favorito… 15
  • 16. l vuelo de la paloma —Yo la vi, sí, segurito, pregúntenme. Fue un viernes, como ahora, a la hora de la salida. Los de mi grupo habíamos adelantado la última clase, así que estábamos libres. Fui al salón de la maestra Conchita para ver si me podía revisar un trabajo atrasado. Subí corriendo las escaleras hasta el tercer piso, y luego recorrí todo el pasillo hasta el salón de la esquina. Me di cuenta de que ya no había clases en los salones de esa área. Había demasiado silencio para ser un día normal de clases. Al llegar al salón de la profe, vi que estaba abierto, lo que me llenó de alegría. Ella estaba de espaldas, asomada a la ventana mirando rumbo a los cerros reverdecidos con las pocas lluvias de la temporada. Sentí un poco de pena al tener que molestarla. Era una tarde de finales de verano y el aire apenas empezaba a refrescar. Los cerros durante todo el año se mantienen pelones, resecos por todos lados. Había gran cantidad de nubes acumulándose para la próxima lluvia. —Buenas, maestra... —tal vez más tarde..., pensé ya dándome la vuelta. La maestra no se volvió a pesar de mi saludo, parecía como si no estuviera o no me hubiera escuchado. Por fin, después de unos minutos en que tuve tiempo para pensar en mi madre, asomada a otra ventana —la había visto así, asomada a una ventana, perdida a lo lejos o mirando el mar, a la distancia—, la maestra se dio vuelta y pude ver cómo se llevaba una mano al rostro, como limpiándose una lágrima. —Ah, estás aquí… —Sí, vine a ver si me revisaba un trabajo anterior. —A ver... Le tendí el cuaderno y lo tomó con mucho cuidado, como si fuera a leer una carta importante o un papel muy interesante, cuando apenas era un cuento de los muchos que nos dejó hacer ese año. Entonces vi la paloma sobre el montón de libros apilados en un rincón. Estaba ahí, como detenida en el tiempo. Al principio pensé que era una especie de alcancía o una paloma disecada, mas de pronto empezó a dar pequeños pasitos sobre los libros de primero. "Los va a cagar", pensé. —¿Ya la viste? —me dijo. —Sí, ¿no dañará los libros? —No, no creo, sólo vino de visita, es mi amiga de la primaría, la Paquita. —¿A poco una paloma va a ser amiga suya? —Claro, mi'jitito, ¿No me crees? —Si usted dice... Cuando salí del salón ella todavía se quedó mirando a la paloma. A partir de ese día me puse a observar con más detalle a mi maestra Conchita, porque se me hizo raro que me dijera aquello como si fuera verdad. Un día, en una de sus clases empezó a hablar de un novio invisible que siempre la acompañaba a la escuela, de un tío que era como un gorrión; también nos contó que un gato le hablaba en inglés los sábados y que por eso ahora iba a una escuela para aprender inglés y conversar con él. Todos nos divertíamos, porque como que presentíamos que ya se le iba la onda. Fue la botana del receso: 16 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 17. —¿Cómo la ves, Júnior, con la profe que platica con los animales? —Ya está lista para el maniquiur. —Es la maestra Doolittle. —Eso le pasa por leer tanto. —Yo por eso no leo ni cuando me pasa a leer. —No, para mí que es la edad y, además... —¿Qué? —Además no se ha casado... Luego le dio por regar una planta imaginaria. —A ver, tú, Mario, ve a traer agua para la planta, no se vaya a secar. Y se ponía a regar un bote donde no había nada, pura tierra. Otras veces se quedaba dormida, y al despertar por nuestros gritos, pensaba que nosotros éramos unos pájaros, como pericos, guacamayas, papagayos o chanates que nos habíamos metido a su casa y la volvíamos loca con nuestra algarabía. Trataba de callarnos, y nosotros lo hacíamos, pero hasta que estaba a punto de llorar como una niña que no puede hacer nada ante lo inevitable. A la salida, tomaba su mochila y se iba por los pasillos hablando sola. Ya en la puerta levantaba el brazo, como si se apoyara en el hombro de alguien. Una de las veces que estuvo más gruesa fue cuando llegaron de improviso el director y el subdirector para hacer una de sus inspecciones y ella creyó que era un perro chato y un chanate. Fue una cura, porque no los quería dejar pasar, hasta que la hicieron entrar en razón. Hasta entonces se convencieron de lo que les habíamos dicho tantas veces. De que enseñaba bien, eso nadie lo dudaba; creo que todos la queríamos mucho, pero nos sacaba de onda su comportamiento. Otro viernes, como ése en que vimos juntos la paloma, fui a buscarla y me habló de su amiga Paquita, de la primaria. Me confesó que Paquita había venido por ella y que se irían a dar un paseo porque otra de sus amigas las necesitaba. Y antes de que pudiera hacer algo, mi maestra ya estaba trepada en el barandal y, mirándome fijamente, se lanzó en un vuelo que terminó, para la pobre paloma soñadora, en el pavimento del salón de Ramoncito, el profe de historia. Vi su cabellera alborotada desde el sitio donde me dejó pasmado, viendo sin creer su único y último vuelo. Sus enormes y bellos ojos me estaban viendo desde abajo y era una mirada de absoluta felicidad. Bajé a toda prisa, sin creer todavía que mi querida maestra se hubiera arrojado desde el tercer piso de mi escuela, ante mis ojos. Cuando llegué, con el aliento perdido, ahogándome, no había nadie arremolinándose junto a ningún cadáver de maestra suicida en viernes, como yo esperaba. Levanté la vista y vi que a lo lejos, hacia los cerros, una paloma negra y otra paloma blanca se balanceaban felices en el aire de esa tarde de verano. 17
  • 18. etrás de la barda Ahí, del otro lado, está mi casa. Yo la veo desde estos barrotes, veo cómo la benjamina que plantó mi papá roza los cables con sus altas ramas. Las hojas secas se arrastran en esta tarde de octubre. Mi maestra dice que llegó el otoño. Mi hermano se llama Toño. Yo ya cumplí los doce y estoy en 1° G. Mi casa está pintada de color adobe, como la tierra, a mi papá le encanta ese color, dice que le hace sentir muy bien, no sé por qué. De vez en cuando mi perra Jamaica se sale por la puerta de servicio, como si supiera que desde aquí la estoy viendo, desde este agujerito que quién sabe quien hizo, pero que se lo agradezco, porque cuando me salgo del salón, me asomo por aquí, para mirar mi casa. Aquí, sin que nadie me vea, porque está de por medio la barda que pusieron en la cancha de básquet y nadie se da cuenta de que uno está aquí. El otro día nos pinteamos de matemáticas. Dice el maestro de español que en Argentina pintearse se dice "hacerte la rata". Pues nos la hicimos, la "pinta" o la "rata". Vine aquí con mis camaradas. Estaba el Cuate, el Juanito, el Termita y yo, el Nerdo, que así me dicen porque siempre me gusta traer las tareas y a ellos no, aunque luego les llamen la atención y los castiguen o reprueben. Cuando ya estábamos ahí, protegidos por las dos bardas, la de la cancha y la de la escuela, el Termita dijo que si queríamos fumar. Sobres, dijeron luego, luego los demás, y yo no dije nada porque nunca había fumado. Sacó un cigarro todo arrugado de su cartera. "Se lo volé a mi jefe", dijo mientras lo alisaba. Luego sacó el encendedor y lo prendió. Se veía que era todo un experto y que estaba orgulloso de eso. Le dio una fumada hasta el fondo para luego soltar poco a poco el humo y lo pasó al Cuate, el Cuate al Juanito y, finalmente, vino a mis manos. Lo contemplé durante unos segundos, lo metí entre mis dedos que temblaban como el día en que abrí el cuarto de mis padres —un sábado por la mañana mientras dormían— porque necesitaba dinero para irme a la biblioteca y no quería despertarlos, y me temblaban las manos mientras buscaba en el pantalón de mi papá un billete grande. El cigarro, aunque pequeño, se agrandaba ante mis ojos, era como si de pronto tuviera un gran peso sobre mis manos. Mi mamá me había dicho muchas veces que no fumara, que me castigaría si algún día lo hacía. Pero ahí estaba, de pinta, juntándome con los más aguerridos y reportados del salón, y con el cigarro temblándome en los dedos. —¿Le vas a poner, sí o no? —dijo el Termita. —Es gallina —declaró el Cuate. —Ya lo sabía, el niño bueno le hace caso a su mami —se burló el Juanito. Los miré a todos, quise decirles que no me importaban sus comentarios, que podían seguir burlándose de mí y de mi buena conducta, que jamás me obligarían a hacer algo de lo que me arrepintiera, que obedecería en todo a mis padres y maestros, que seguiría siendo buen chico, por lo menos hasta terminar la secundaria. Miré rápidamente también hacia el agujero de la barda que da a mi casa y pensé en lo bien que se la pasa uno debajo de la benjamina, jugando al trompo, a las canicas... Quise decirles que un día me gustaría invitarlos a estar ahí y que mi madre nos trajera la limonada y panecillos con mermelada de fresa... Pero nada de eso les pude decir porque ya mi mano, sin obedecerme, tonta mano, llevaba el cigarro a mi boca; ya olía el picante humo, lo sentía golpeándome los ojos, y mis labios se entreabrían como para recibir un caramelo... Fue cuando escuché pasos y voces que se acercaban, eran voces adultas, una de ellas era la de la "prefectita" de los primeros, y la otra, la del subdirector. —¡Tíralo! —me dijo el Termita. Lo arrojé al suelo y el Juanito lo aplastó con su pequeño pie, luego le eché un poco de tierra y pasto seco. Venían por nosotros. Nunca había tenido un reporte en mi expediente, ahora tendría uno por pinteada y estaba feliz... 18 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 19. a sombra perfecta Ese día la tarde se deslizó hasta perderse junto con uno de nuestros compañeros que se perdió entre los árboles para siempre. Todos los lunes tenemos la lata del homenaje. Si ya de por sí los lunes son enfadosos desde que uno los ve venir el domingo por la tarde con la vuelta a las tareas y la cancioncita de mi madre, de "Anda, métete a bañar, chinolea tus zapatos, revisa tu mochila, las libretas..." Sí, puedo escuchar cómo empieza esa musiquita, La marcha de Zacatecas, a reunimos a todos en nuestra fila. En ese momento hay un gran alboroto hasta que el maestro de educación física ordena desde el micrófono que nos ordenemos. Nosotros, los de primero, no somos los más desordenados, pero somos muchos y eso basta para traer el escándalo de siempre. Pasará algún tiempo para que atendamos las instrucciones; nos dicen flanco izquierdo y nos vamos para el otro lado. Saludamos sin ganas y el himno casi nadie lo canta, todos hacemos play back; creo que muchos maestros hacen lo mismo. Luego vienen las lecturas sobre personajes, las recomendaciones de la dirección, en fin, demasiados sermones. Estoy en el 1° B, y en los homenajes me gusta hacer bromas, como el famoso "pásala", que es un golpe que se le da al compañero de adelante, y ahí se va hasta el enano del frente de la fila, que ya no tiene a quién pasarla y debe aguantarse. También les jalo la mochila sin que sepan quién lo hace, o me recargo en el de adelante para no cansarme. Y ahí estaba esa tarde, tan inquieto como siempre. Sucedió a mitad del homenaje, cuando estaban en eso de las recomendaciones de la semana. A Ramiro, un morro calmadito, de los que casi ya no hay en los grupos, güerito, lentes de fondo de botella, muy planchadito y nunca desfajado, que hace las tareas y cumple con todo, yo lo veía desde mi lugar en la formación y supe que algo raro estaba pasando por su mente, porque ni saludó al pasar la bandera; tenía la cabeza levantada y miraba por encima de la plataforma donde se conducía el homenaje. Seguí su mirada y miré, como si en ese instante empezara a existir toda la maravilla del color verde. Era realmente un concierto de colores: en los limoneros que están a un costado de la cancha, un verde tierno brillante se movía por un viento suave; atrás de la dirección hay un "yucateco" que muestra sus hojas brillantes de un verde intenso, sigue luego una enorme ceiba de hojas color verde medio, el verde cenizo de unos eucaliptos y, más al fondo, un cielo azul de nubes enormes. En un momento, Ramiro se volvió hacia mí y su mirada era de un verde jamás imaginado, un verde mojado por un llanto de emoción. Entonces lo vi salir de la fila ante el asombro de todo mundo, que no terminaría jamás de asombrarse, y caminar en línea recta hacia la plataforma, subirse a ella, trepar por uno de los tubos que sostienen el techo de lámina, caminar un poco inclinado hacia lo más alto del techo y luego, ya como una sola sombra, perderse entre las ramas y las hojas más hermosas de la ceiba. 19
  • 20. l loco peluquero No lo sé exactamente, pero ese día vi en su mirada cómo se le escapaba el corazón mientras se clavaba mire y mire a la nueva chava. Ni siquiera se movió cuando entró el subdirector seguido del prefecto dispuestos a revisar las mochilas en uno de sus acostumbrados "operativos sorpresa". Despertó hasta que le pidieron la mochila y se acordó —tarde— que la Cande y la Tere le habían dado a guardar unos pintalabios. Fue un carrillón que todavía no termina. El prefecto era muy carrillero y le dijo: —¡Qué bonito!, trayendo sus cositas a la escuela. Le vaciaron la mochila y le querían quitar las tijeras, pero les dijo que no eran de él, que nada más las traía para un trabajo de química, que no volvería a traerlas... y se las dejaron. Fue un milagro, porque hasta los correctores se llevan y no los devuelven. Luego, durante el resto del día, siguió mirujeando a la nueva morra. Definitivamente clavado con la chava, ya no volvió a ser el mismo. Decíamos que le habían operado el cerebro. Cuando íbamos a su casa para que practicara sus cortes, todo lo hacía mal, le faltaba "inspiración", y a veces de plano no quería cortarlo. Por eso es que cada uno se dedicó en lo sucesivo a tratar de curarle la locura. Parecía un bobo y esa chava, en serio, ni al caso. Venía del Regis y ya parece que se iba a fijar en el pobre peluquero. Hasta eso que de algo sirvió, porque ahora sí llegaba bañadito, bien peinado; creo que él mismo se lavaba el uniforme, estaba bien rematado. —Más vale que se cure pronto. —Se sale. —¿Ahora quién nos va a hacer el flet? —Pinchí peluquero joto. —Ni siquiera se le lanza el azotado. —Está como el loco de don Quijote. Lo llevamos al cine varias veces. El Zeta traía el carro, y después de una película regular, dimos muchas vueltas y él sólo hablaba de ella. El Gato hasta le presentó a su prima y nada. Lo llevamos a un reventón y todo era en vano. Lo malo es que nos urgía porque las vacaciones estaban cerca y queríamos nuestros cortes como sólo él sabía hacerlos. Antes del infortunado evento, era un bárbaro, quién sabe de dónde le había venido esa facilidad. Hacía milagros con sus pequeñas tijeras, le veíamos sólo las manos ir y venir, subir y bajar, charreaba y en un dos por tres tenías tu corte chilo, nadie se quedaba sentido. Dijo que aprendió solo, una vez que fue a la peluquería de un tío que casi le arranca la oreja; comprendió que él sería peluquero, y limpiando tornillos en un taller logró juntar para comprarse sus primeras tijeras, ésas que usaba con nosotros. Las quería más que a su vida, un poco menos que a su amada morra, "amor platónico" había dicho el profe de historia. Por eso el día del operativo, si le hubieran quitado las tijeras, casi se le va la vida, y a nosotros también. Toda esa angustia nos traía bastante desconsolados, por eso cuando nos dijo que se le lanzaría en el próximo baile nos alegramos, porque si le hacía caso —algo bastante improbable— tal vez volvería a ser nuestro Loco peluquero, y si lo mandaba a volar —como seguramente ocurriría—, estaría triste algunos días, pero lo salvaríamos y volvería con nosotros como el hijo pródigo. Cuando se hizo el baile, las apuestas estaban muy divididas, el Zeta, el Gato y el Soto apostaban que el Loco triunfaría arrolladoramente. El Gonzo, el Muerto, el Cuateneger y yo no le dábamos muchas esperanzas. Y ahí estábamos en la bola. La vimos entrar con la Mónica y la Tichi, y a nuestro héroe se le iban y se le venían los colores. Nosotros sabíamos que las mejores tijeras del barrio estaban temblando. Recordé cómo el Loco aspiraba hondo cuando iniciaba la faena y las tijeras se movían por sí solas. Lo vimos caminar hacia ella, saludarla, tomarle hábilmente la cintura y plantarle un beso arrebatado, luego soltarla, darle la espalda y caminar hacia la salida con los ojos brillantes, como el brillo de sus tijeras. 20 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 21. tro diario A Leo, mi alumno Lunes 10 de junio Esta es la última semana de clases, malquerido diario. Tal vez cuando se terminen deje de escribir este aburrido, tirano, estúpido, desgraciado y chismoso diario, porque entonces, a lo mejor, ya no me aburro tanto, sobre todo si vienen mis primos del otro lado. Son bien chistosos y siempre la pasamos muy padre. Aunque, tal vez, de todas formas me aburra, quién sabe. Entonces no tendré tantas cosas que contar. Y es que estoy siguiendo este diario desde que comenzó el ciclo escolar. Le pregunté un día a mi maestra de español que cómo le hacía para convertirme en escritor, y ella me sugirió que empezara con un diario. Y ahí me tienen, neceándole a mi jefa hasta que la convencí de que necesitaba otra libreta. Se tardó algo, porque me dijo que estaba muy gastada con el inicio de clases. Pero al fin vino del súper con mi libreta nueva: —Ahí está, a ver si mi escritor logra su obra maestra. —Claro que yes, ama... Aunque no es como la quena, pero pasa. ¡Figúrate!, me trajo una con la portada de Barny, qué queme, de veras, pero ni modo, todo sea porque quiero ser un gran escritor. Martes 11 de junio Hoy quise empezar a escribir mi primer cuento. La idea que se me ocurrió estaba bien fregona. Se trataba de una loquita que vivía en mi barrio y que un día dejó de estar loquita, pero prefirió fingir que seguía estando rematada para pasársela bien. Pero cuando lo quise pasar al cuaderno... nada, que no se me ocurre nada. Luego, después de mucho pensarlo, me puse a escribir. La primera versión del cuento iba muy bien, pero luego se me ocurrió que al despertar de su locura se enteraba de que era muy rica y huía del barrio para convertirse en una dama. En la segunda, despertaba y se volvía a poner loca al saber dónde y cómo vivía. En la tercera, la puse como una asaltabancos que pierde la razón al estar a punto de ser atrapada. Ninguna me gustó. Sentía que las historias se me escapaban, como si anduviera en bicicleta y no pudiera controlarla. Total, muchos papeles tirados a la basura. Y otro día más de aburrimiento. Por la noche soñé que escribía sobre una niña fantasma que se aparecía en la escuela y que andaba engañando a todo el mundo haciéndoles creer que pertenecía a un grupo. "Ésa es una buena historia", pensé al despertarme, luego la escribiré. 21 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 22. Miércoles 12 de junio Hoy fue un día importante porque tuve una hora libre y, como siempre, me puse a dar vueltas por toda la escuela, aunque mis compañeros digan que estoy loco, no me importa. Lo que pasó fue que me di varias vueltas aprovechando que no vino el profe de "mate", y cuando andaba en ésas, una chava del C se puso a mi lado y me preguntó que si la invitaba, y ya estaba caminando conmigo desde hacía rato. Yo la conocía de vista nada más y nunca le había puesto atención; está buena, después de todo. La flaca, dando la vuelta, me dijo que sí la dejan ir al parque y al cine, que no tiene novio, que siempre ha estado pendiente de mí, que le gusto y que si quiero ir a visitarla a su casa no hay problema. Bien lanzada esta chava, me dejó muy emocionado, y así me vine a mi casa, todavía me tiembla la pluma, ¿será el amor de mi vida, querido diario? Jueves 13 de junio ¿Qué crees, querido diario? Hoy otra vez anduvimos caminando, y detrás de los talleres se me lanzó y me besó en la boca. Dijo que no pudo dormir nada más de pensar en mí, ¿tú crees? Me gustó mucho. Luego ya no pude seguir con ella porque nos tocaban clases distintas. Lo raro es que mis compañeros me dijeron que me estaba volviendo más loco: —No te conformas con andar solo, sino que hasta hablas solo. —Te van a llevar al maniquiur si sigues así. —¿Qué no vieron que iba conmigo la Ceci, del C? —Estás zafado, en ese grupo no hay nadie que se llame así. No quise alegar más, y mejor les seguí la corriente, pero realmente me dejaron pensando. Creo que nada más me están cotorreando, cómo va a ser, si hasta todavía siento sus labios mordiendo levemente mi labio, claro que es real. Viernes 14 de junio Definitivamente nadie me comprende, pero yo sé que es cierto. Aunque anduve por todos los salones de segundo y tercero, me dijeron que no hay nadie que se llame Ceci, que tenga el pelo chino y que esté bien buena. Nada, dicen que no existe, que es la chava fantasma y que este año me tocó a mí. Ahora sí que me lleva. Y es que sí es mi primer amor y mi mejor historia; creo que nunca conseguiré ser un buen escritor si no la vuelvo a ver, por eso la sigo esperando en cada vuelta que doy. Ya hice planes para que en las vacaciones el conserje me deje entrar a seguir dando vueltas, hasta que un día aparezca, eso no lo dudo. 22 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 23. ngela Mares “La Tortuga” Quién se imaginaba que tras aquellos lentes de fondo de botella, ese corpachón enorme, atortujado, que bajo ese pelo revuelto, esos regordetes brazos y piernas, se ocultaba todo un caso. Lo descubrió el Ramiro, que es decir que lo descubrió el editor de El Imparcial. La noticia corrió de boca en boca y fue creciendo como auténtica tormenta. Y es que la Ángela Mares, nuestra nueva compañera, a la que le decimos la Tortuga y que está con nosotros casi desde que comenzó este año escolar, bueno, esta chava, a la que uno creyera inofensiva, a quien nadie toma en cuenta, que pasa más inadvertida que el subdirector, esta chava, que no mata una mosca aunque la tenga en sus narices, esta Angela Mares, que camina despacio, como si se arrastrara, siempre solitaria, triste, taciturna, metida en su propia concha para la eternidad, pues ella, también tiene su corazoncito. Fue por casualidad que se descubrió el pastel. Ocurrió cuando Ramiro, al levantar el cuaderno que se le había caído a la Tortuga, vio caer al suelo una hoja suelta, comida por los lados y un poco arrugada. Ella no se dio cuenta, así que Ramiro levantó el papel con mucho cuidado y lo guardó en la bolsa del pantalón, luego le pidió permiso al maestro para cambiarse a un banco de atrás. —Sí, pero hasta atrás, a ver si así dejas de platicar tanto con la Cachetitos. Ya instalado, sacó el papel y lo colocó sobre el cuaderno para leer a su sabor y hacer como si repasara una lección. Leyó: Querido LUIS femando: Creí que nunca me atrevería a poner fu nombre en un papel. Ayer te estube esperando donDe mienpre me qusta verte pasar nunca que apareciste y eso que te esperé mas de la cuenta dequsta verte llegar al campo de fuI con tus amigos con ese valón descosido con el que juegan a las patadas me gusta imaginar que soy ese balón cuando tu portereas y lo abrasas enfre tus fuertes brasos o cuando lo pateas con todas tus ganas quisiera ser ese valón que buela por el aire que le hase que esté todo roto y mugroso pero estar contiqo yo te veo desde muy lejos escondida entre las ramas o casi detrás de la iglesia sin que me veas y sepas que vengo aquí todas las lardes a verte juqar lla se que es tonto esto que ago le digo todas las tardes a mi mamá que boy a estudiar con la toñita mi antigua compañera y que es muy inportante que estudia mas y lo que hago es benir aquí a espiar ya se que andas de nobio con una del h pero no ne inporta de todo modos te quiero porque tu si me supiste hacer sentir vien cuando yo estava en tu salón y fue por los demás por el Güero latoso sobretodo porlo que le pedi el canbio a la trabajadora social por eso te quiero porque tu nunca ne dijiste "tortuga Ninja", ni “Conca” ni "Donatelo" ni ninguna de las tantas cosas que me decía la demas raza tu si sabias como tratarme ahora me atreví a escribir esto para saber qué pasa porque esta tarde pasada no beniste y me tube que ir triste a la casa, de todas formas mañana volveré a esperarte aunque tu no lo sepas porque nunca me atreveré a darte esto que escribo tan solo para mi pero que destruiré llegando a la casa... 23 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 24. Ramiro no aguantaba las curas y pronto se le acercó la Cachetitos, que es bien mitotera, y entre los dos planearon mandarle la carta a la novia del susodicho para que de verdad estallará la bomba. Era viernes, así que el lunes siguiente llegaron con el sobre y, disfrazando lo más posible, pasándola de mano en mano, sin que nadie supiera de dónde llegaba, la novia de Luis Fernando estuvo en posesión de la carta. La leyeron por todo su grupo, con lo que encendieron la furia de la novia; de ahí pasó al grupo de Luis Fernando, y el carrillón para él no se hizo esperar, con lo que ya había dos furiosos y cientos de expectantes curiosos ante los acontecimientos futuros. La Ángela Mares, en las nubes, ni se olía nada mientras a su alrededor todo mundo murmuraba. La pobre no se imaginaba, no supo explicarse por qué, a la salida, había un bolón de gente que le abría paso, por qué esa chava del H, a la que casi ni conocía, vino directamente hacia ella con la mano empuñada y le estrelló los lentes, por qué la agarró por las greñas, le dio tantos manotazos y arañazos que la hicieron sangrar y llorar, "por qué, por qué", gritaba, y la otra más enfurecida le tiraba golpes. Ahí estuvieran todavía, si no fuera porque salió el Chapito, o sea el director, con un tremendo garrote dispuesto a terminar con la ^ disputa de amores contrariados de la Ángela Mares, la Tortuga… 24
  • 25. l primer día "Yo no soy de aquí", le dije al maestro cuando nos pidió que nos presentáramos el primer día de clases. Le dije que había nacido en Chiapas, pero que nunca se me había ocurrido que se burlarían tanto de mí, sobre todo ese chavo al que le dicen el Cóndor, porque tiene una nariz muy grande y en forma de pico de pájaro. Ahí se soltó una alharaca como el de los pájaros al atardecer. . El maestro no podía callarlos. Hasta que se enojó de veras, le hicieron caso. Yo continuaba de pie y seguí mi presentación diciendo que me gustaba mucho el fútbol y que tenía buen carácter, aunque a veces me enojaba. Ahora no estaba enojado, más bien sentía un poco de pena, porque luego que me senté me di cuenta de que había cambiado de nombre, de Luis Antonio, pasé a ser el Guacho. Y, ni modo, entonces entendí por qué mi papá había platicado tanto conmigo durante las vacaciones insistiendo en que aquí había gente que lo desprecia a uno porque viene del sur, o de cualquier parte. Sentía desinflarse mi balón debajo del mesabanco, pero pensé que no tenía importancia; es más, tal vez ahora, con este apodo, sería reconocido como un gran futbolista: "Ahí el Cóndor toma la pelota; el gran Guacho hace un movimiento perdiendo la marca, conduce el balón con su gran técnica, finta a un defensa y tira al marco, ahí donde las arañas hacen sus nido, goooool, golaaaaaazo, del gran seleccionado mexicano, el Guacho González. Las siguientes horas no hubo presentaciones, los maestros que nos tocaban sólo nos dieron el programa y la forma de trabajo, uno que otro sermón sobre la puntualidad y el cumplimiento con las tareas. En el receso, que también cambió de nombre y de "recreo" pasó a receso, nos fuimos a las canchas, y ahí estrené mi nuevo nombre: "Pásala, pásala, Guacho; tira, tira, Guacho; bien hecho, mi Guacho. Por la noche les conté a mis padres mi primer día de clases, y no les podía parar la risa cuando les conté lo del apodo; entonces supe que no pasaba nada, que todo iría bien en esta mi nueva escuela secundaria... 25
  • 26. arde de aviones "¿Ya te acordaste del día que te digo? Y como no, si es inolvidable. Acuérdate del Zeta, del Muerto, del Naranja, del Cuateneger, acuérdate. Y, sobre todo, si te recuerdo esto, debes de recordar al Mata y al que le decíamos el Firulo que era flaco, alto y moreno. "Era un día normal en la escuela, todos los maestros muy serios dando sus clases y nosotros, ahí, tratando de estudiar, y digo tratando porque, en realidad, ¡cómo tirábamos barra! Me acuerdo clarito, como si el tiempo no hubiera pasado para nada, porque fue algo muy fuera de lo común. "Todo parecía indicar que el día acabaría con la misma rutina de siempre. Pero a la hora del receso se anunció que los maestros estarían en una reunión. Saltamos de alegría. La mayoría del salón huimos hacia las canchas y empezamos a jugar retas, pero nos agüitamos porque los de tercero entraban muy cochino y querían jugar todo el tiempo. —Vamos a dar la vuelta al salón —me dijo el Costeño. —Vamos —le dije al Tonki. "Los tres dimos la vuelta por el salón de danza, compramos unas paletas y luego subimos a nuestro salón de 2o H. Al llegar, vimos que el salón estaba muy lleno, había raza de casi todos los salones y hacían rueda para alguien. "Me apresuré a ver qué era, fue cuando vi que el Mata extendía los brazos y hacía como que volaba en el círculo que le habían formado, con la boca imitaba los ruidos de un avión, aunque más parecía una moto descompuesta. También de pronto se le unía el Firulo, que era más flaco y alto que su inseparable amigo, éste también extendía los brazos, pero su vuelo era más peligroso para los espectadores porque era más rasante y, además, de vez en cuando parecía perder el equilibrio y chocaba contra los montones de curiosos que habían venido a ver los aviones. "Los aviones... Ahora sí te debes de acordar, porque en adelante no se les llamó de otro modo. "Todos les gritaban que volaran más alto, y eso a ellos les daba más ánimos. Al principio yo no entendía en verdad qué estaba sucediendo, ya sabía que eran bien requete payasos, pero esta vez me parecía el colmo. De todas maneras entré también en el jueguito. Era curioso ver cómo estaban verdaderamente posesionados de sus papeles de aviones, cuando la raza les gritaba: 'Aterricen, aterricen', ellos se dejaban caer con el cuerpo hacia delante y se quedaban ahí como dormidos, luego se reanimaban y volvían a hacer sus acrobacias. Ahí estábamos todos, desbordados de alegría. Nunca me había divertido tanto y sin pagar nada "Todavía estuvieran haciendo sus gracias si no fuera porque en uno de sus vuelos más impresionantes, sobre unas montañas, creo que de la sierra, entre nubes, más rápidos que los pájaros, más acrobáticos que los aviones del ejército, cuando el cielo se les venía abajo, apareció Gilberto, el prefecto, y al mismo tiempo tocaron el timbre. “Todo quedó en silencio. El público estaba como paralizado en una foto eterna. Los aviones se estacionaron en el fondo del salón, pero no podían estarse en pie. Gilberto fue hacia ellos, los tomó por la espalda y, sin mayor esfuerzo, los arrastró hacia las escaleras, pero no pudo bajarlos porque se derrumbaron apenas les dio el primer aire al salir del salón. Para esto, ya llegaban algunos maestros y otros prefectos y hasta la trabajadora social. Como a la media hora llegó la ambulancia y se llevó a los causantes del espectáculo más raro que me tocó conocer en la secundaria. 'Los aviones…´, así les decíamos. Ahora sí que debes de acordarte, aunque ahora que te veo bien, ¿qué tú no eres… el Firulo?" 26 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 27. l extraño caso de la mochila olvidada. Negra, con grandes manchas producto de sabrá dios qué combinaciones de sustancias, tal vez chamoy, queso amarillo, chicles ennegrecidos por siempre, saliva, manchas de lodo, placas viejitas con marcadores y hasta con liquid, era lo que el maestro de química llamaría "una mezcla heterogénea". La mochila apareció en uno de los salones a los que nos íbamos a cada hora. Alguien se la llevó a nuestro grupo creyendo que le hacía el paro a alguno de nosotros, siempre tan olvidadizos. —Ha de ser del Rigo... —No, yo vi que llevaba su mochila. —¿Entonces, del Cuino? —Menos, ése nunca trae mochila, se la quitaron los cholos y no le han vuelto a comprar. —Pues, sepa... Después de andar batallando con ella todo el día, se la llevamos a Chayito, la trabajadora social. —Ahí déjenla, muchachos, al rato viene su dueño, gracias. La dejamos sobre un mueble donde Chayito tenía un montón de papeles, como expedientes, y ahí se quedó. Tan calladita como si nada. Todo hubiera seguido normal, ir y venir a la escuela, las tareas, entregas de boletas con regaño y todo, investigaciones y exposiciones, como siempre. Maestros exigentes como el Larios de Química y otros no tanto. Pero no. Como la mochila no se movía, para todos empezó a ser una molestia en el zapato, como cuando traes una piedra o un animal. Un día me puse un tenis que traía una cucaracha, y cuando les conté a mis cuates no me la acababa con la canilla. —Qué gacho eres. —¿Por qué? —Ha de haber muerto fulminada, de asfixia, la pobre... Al principio duró una semana en el lugar donde la dejamos, en la oficina de Chayito. Pasábamos por ahí todos los días y le echábamos un ojo. A la siguiente semana, dejamos de verla y nos conformamos con la idea de que ya hubiera aparecido el dueño. Cuando le preguntamos a Chayito, nos dijo que no, que ahí seguía la mentada mochila, sólo que la había puesto debajo del escritorio porque se veía muy fea. Dijo que investigaría con los alumnos de la mañana. Pasó otro tiempo y... nada. Todas las razones de la mochila seguían ahí. De tanto que preguntábamos, llegó a ser parte de la plática obligada con los camaradas. —¡Apuesto que aparece esta semana! —¿Cuánto quieres perder? —Una torta. —Pero con una soda, si no, no. —Sobres, yo cazo las apuestas. 27 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 28. Pasó esa semana y otra y otra y la mochila, muy cómoda bajo el escritorio, se hacía vieja. Entonces se nos ocurrió la idea de ir con Chayito y decirle que abriéramos la mochila para ver de quién era. Lo hicimos una tarde. La orientadora nos mandó llamar para el acto tan esperado, en que la misma mochila nos diría a quién pertenecía. | Ahí estábamos cuando Chayito abrió el primer cierre con lentitud: nada. Completamente vacía. Y así fue abriendo lo cierres pequeños, de donde brotaron gran cantidad de pendientes, broches para el pelo, listones, ligas, artículos dé belleza, espejos, peines, pintalabios, brillos... En algunos de nosotros se había pintado el desencanto, pero en el fondo seguíamos en pleno suspenso. —Bueno, vamos a abrir la principal. Así lo hizo. Primero aparecieron muchos recortes de periódico, luego diminutos calzones de mujer de muchos colores, una peluca, cejas postizas, mascarillas de plástico, toda una maravilla para nuestros ojos y, al final, cuando la trabajadora social volteó la mochila, cayó una nota: "Favor de entregar esta mochila al profesor Tomasito, porque sólo a él le pertenece". Soltamos tremenda carcajada, porque ese maestro era el más serio de todos los de la escuela, y además siempre andaba muy "chero", o sea muy vaquero... 28
  • 29. a Guamúchil Es alta, morena, bastante gorda, cachetona, usa el pelo corto y camina con desenfado. Yo la veo desde la ventana del salón porque siempre me siento aquí. Camina lentamente y mueve todo el cuerpo para los lados. Desde primero está con nosotros y siempre ha aguantado la carrilla, no se agüita como las otras del salón. A Rosa, por ejemplo, le empezamos a decir la Keiko y al rato ya estábamos en la prefectura reportados; lo bueno es que la trabajadora social es buena onda y no nos mandó a la casa, sólo nos hizo firmar un papel donde nos comprometimos a no llevarnos con la Kei..., digo, con Rosa. La Guamu, como también le decimos para abreviar, es buena onda, no se mete con nadie y, si tienes un problema, te hace el paro; si necesitas lana, te presta; no te pasa la tarea porque nunca la hace, pero si la hiciera, estoy seguro de que te la pasaría ella misma. Así de buena onda es. El otro día queríamos ponerla de novia con el Gerar. Ella sí quería, pero el Gerar se agüitó y hasta dejó de hablarnos. "Yo así no me llevo", dijo con su voz ronca. A ella le encantó la idea. Dice que todavía nadie le ha dado un beso, y que aunque se lo diera el Loco Will se conformaba. El otro día sí que de veras se salieron con la Guamúchil cuando le empezaron a dar canilla con el Zombi, ese maestro de matemáticas muy serio que no se lleva con nadie y al que le pusimos ese apodo porque en las clases se queda dormido, pero dormido de veras, no de juego, y no un ratito sino toda la clase; si no fuera por el timbre que se da a cada hora, ahí seguiría todavía sentado y pensando que tiene a sus alumnos enfrente. Bueno, el caso es que la carrilla empezó cuando el Zombi cometió el máximo error de su vida: no se fijó y pasó a la Guamu con un diez... Ni al caso... Creo que se lo puso en una de sus frecuentes dormilonas. A cada rato le decían: "Guamu, ¿y tu novio?", o "¿Qué le diste al profe, Guamu?" Y eso sí que no le gustó a la Guamu empezó a cambiarle el carácter y, como era muy corpulenta y tenía bastante fuerza, empezó a pelearse con todo el mundo; a los chamacos los correteaba, y pobre del que alcanzaba: le metía sus buenos trancazos, hasta al Cuerpo dioquis del Roberto lo hizo llorar un día. Las chamacas casi no le decían nada porque le tenían miedo. Creo que la Guamu volvió a ser feliz cuando el Zombi se fue. También nosotros, porque la Guamu volvió a ser buena onda, no se mete con nadie y, si tienes un problema, te hace el paro; si necesitas lana, te presta; no te presta la tarea, porque no la hace, pero si la hiciera, estoy seguro de que ella misma te la pasaba. Así de buena onda es... 29 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 30. i amiga —Oye, ya no dejes que te verbee, me dicen mis compañeras. La lista de sus mentiras es larga y conocida por todos: Dice que estuvo un día entero con Brad Pitt en las vacaciones de diciembre, que se desmayó al verlo y que la hizo cantar y quería que se quedara a dormir con él. Que en un solo día se enfrentó a once luchadoras y les ganó a todas. Que tiene un novio que tiene un castillo. Que su tío o su primo es el vaquero que sale en el comercial de los Marlboros. Que en Cancún se estrelló andando en una moto. Que va a ir a la Olimpiada de Polonia; que fue a Bahía Kino con los fisicoculturistas; que anduvo de compras con Pamela Anderson; que concurso para Guardianes de la bahía; que en un baile un príncipe le regaló una cadena y se la quería llevar con él; que los de Bellas Artes le pagaban 500 pesos por pintarla desnuda; que es conocida del Mochaorejas; que fue a Colombia y estuvo con un colombiano que la llevó a cenar y se quería casar con ella, pero que no se pudo porque era menor de edad. Estas son sólo algunas de las historias que suele contar a todo aquel que le presta oídos, hasta al maestro de español lo ha verbiado; creo que es el único maestro que le cree a la Fashion, como le decimos a mi amiga del 3o F, pero ni al caso, son puras mentiras. Como ya la conocemos, ni atención le ponemos. Tal vez, de todo lo que dice, un cinco por ciento sea verdad, pero no más. Se supone que soy su mejor amiga, pero de todas maneras me sigue verbiando. También le creo poco, aunque más bien he aprendido a entenderla y me hago este juego: cuando habla del Brad Pitt, pienso que se trata del Zeta, un chavo que el año pasado vino a visitarla; cuando menciona lo del colombiano, imagino que se trata del Simba, uno del J de aspecto cholo y muy enamoradizo; que el vaquero de Marlboro es un vaquero de un pueblo de la sierra que visitó alguna vez, y así por el estilo. Ahora me siento triste porque, a pesar de sus mentiras que a veces me hacen pensar en alguna enfermedad como "locura juvenil", he aprendido a quererla. Es buena onda, tiene la sangre liviana, con todos se lleva, y no me importa que la critiquen, lo que no me gustó fue que se burlaran así, directamente. Ahí me di cuenta de lo sensible que es. Fue el Hugo el que empezó todo. Empezó a decirle doña Mentiras, que nadie le creía nada, que estaba lista para la Cruz del Norte, un hospital psiquiátrico. Seguramente eso le habían dicho muchas veces, desde la primaria, pero creo que ponerla al descubierto delante de todos fue lo que la molestó. A mí, la verdad, al principio me dio un poco de gusto que le tumbara las alas y le hiciera ver la verdad, luego me sentí muy mal porque ella buscaba con sus ojitos de gata asustada a alguien que la defendiera, buscaba mis ojos, y no los hallaba porque yo también me estaba riendo, luego me arrepentí. Debo decir que durante un tiempo gozaba con la imagen de mi amiga frente al súper cuero de Brad Pitt, derretida de amor; que la veía de compras por Miami, divertida ante las ocurrencias de Pamela o corriendo con sus senos enormes moviéndose rítmicamente por las playas tropicales para ganarse el puesto en Guardianes de la bahía, o la veía protagonizando ya su papel estelar. También algunas veces la soñé peleando una y otra vez, lucha tras lucha, hasta enfrentar a aquel animalón de la última competencia, perder la primera caída, ganar la segunda en un destello de habilidad y fuerza y, por último, después de mucho batallar, tomar a la enorme gorda por la cintura y vencerla definitivamente. Creo que de tanto escucharla llegué a pensar en estas cosas como una realidad, de hecho me gustaba imaginarme amiga de una supercampeona de la lucha grecorromana, reina de la belleza y el modelaje, perseguida por las cámaras y los hombres más famosos. Bueno, creo que siempre la voy a recordar así como es, tan llena de fantasías, tan muchacha abierta a los sueños, mi amiga... 30
  • 31. l primer amor Ese maestro en serio que se sale. Cuando no nos pide que hagamos un cuento en que un hombre muerto es encontrado en el campanario de una iglesia y uno de sus zapatos en una fuente y el otro dentro de una piñata, nos deja una composición a la madre, un pensamiento para el maestro, un himno a la escuela, y no se la acaba uno con este maestro. Ahora nos pidió que habláramos de la primavera o del amor, qué salido. Ahora estoy pensando en ella, la morra del 2o K que el otro día me encontré en los bebederos por casualidad, cuando el maestro de matemáticas me mandó por un gis y yo me fui a tomar agua primero. Quédate ahí parada, derechita como la palmera de la entrada, como un río de una postal. Quédate así en mi memoria, bella para siempre, joven siempre. Yo no sé hablar de estas cosas, lo hacen mejor el Mike, el Osvaldo y el Martín, pero yo no. No sé por qué soy tímido, pero así soy. Siempre pensé que eso de enamorarse era sólo de las películas o de las telenovelas, ahora sé lo que se siente. Y vino a pasarme ahora, en tercero, cuando ya estamos por salir. Yo, que ni de chiste pensaba en estas cosas, ahora estoy aquí pidiendo que estos días se prolonguen y tú sigas siendo bella por siempre y me quieras siempre. Ya sé que es tonto hablar de la primavera, que eso está bien para un nerdo como el Toñito, al que le gustan los versos, o para una enamorada como la Paquita, que espera a su príncipe azul, pero no para mí. Pero llegó la primavera, y yo, que la había visto como una estación más del año, como la llegada del calor o como el tiempo de casi terminar la secundaria, ahora la veo como algo muy especial. Sale, qué cursi me estoy viendo. Lo bueno es que el profe de español es buena onda y le voy a pedir que no lea mi composición delante de los demás, que la lea él solo y me ponga una buena calificación, o tal vez de plano no se lo entrego; está muy zarra eso de hacer una composición en prosa o verso acerca de la primavera o del amor cuando a uno no le sale lo de la inspiración, lo de los versos bonitos. Qué raro, estoy pensando en el trabajo que tengo que entregar mañana y también pienso en esa chava. ¿Qué estará haciendo?, ¿tendrá también una tarea tan difícil como la mía? Creo que no se la voy a cantar, aunque el Mike me dice a cada rato: "No seas tarugo, tío, esa chava quiere contigo", y yo me digo que no, que sólo me quiere meter "candil" para que vaya y me estrelle con un "no" de su boquita, eso es lo que quiere. Y como entre que quiere y no la cosa, ya le he mandado dos cartitas y ella me las ha contestado. Si te digo que te quiero es muy sincero. Me gusta la sombra que dejas al pasar. No sé lo que vaya a pasar, ella es muy bonita y cada vez está ocupando más mis pensamientos. Tal vez la quiero, tal vez no, de todas maneras pronto nos iremos a la prepa. Ojalá y le tocara conmigo, así sabría si de verdad es amor; entonces batallaría menos para saber de estas cosas y escribir lo que los maestros me pidan. Por lo pronto, estoy temblando porque tengo mi primera cita con ella. Me invitó a su casa para el sábado, a ver qué pasa, a ver si se la puedo cantar... 31 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 32. a primavera eterna Y así viene el polvo de marzo por entre las hojas de la ceiba, que se ha renovado después de haberse quedado pelona en sus ramas, como en los puros huesos; es muy triste ver las ceibas de ese modo porque casi parecen muertas. Estoy parado eternamente a la entrada de la escuela, tengo puesta mi gorra, traigo mi vieja bici, rodada 20. Todavía no es la hora de entrada, y si lo fuera, no importa, porque hoy es sábado y me mandaron por las tortillas de aquí enfrente de mi secundaria, muy cerca de la casa. Las palmeras mueven sus enormes hojas suavemente y pienso que es su cabellera la que se agita acompasada, como los cabellos de la que quiero. La que quiero se llama Teresa y es un ángel. Llegó de Sinaloa el verano pasado, vive cerca de mi casa y, sí, es un ángel. Es muy bonita, de veras, tiene los cabellos rubios, su carita es de rasgos muy finos, tiene unos ojotes verdes, aceitunas, así me las imagino. Tal vez esto sea una metáfora como las que nos pidió el profe de español que, por cierto, ya no va a volver: ayer se despidió muy triste de nosotros, dijo que pidió su cambio a otra escuela, en un pueblo de la sierra, y que nos iba a extrañar mucho. Hoy tengo mucha tarea y, encima, mi papá me puso a lavar el carro, como si yo lo usara a diario. Además, tengo que pintar las rejas, bañar al Osito, mi perro de tres patas. Y... "Ordena tu cuarto, por lo que más quieras". Es la voz de mi madre en mi mente para recordarme que, a pesar de tantos años de pedirme lo mismo, no he adquirido el hábito del orden. Por la cancha cívica ruedan algunos papeles y pienso en las hojas que arranqué con fuerza a mi libreta, donde había escrito muchas cosas para Teresa, quien nunca se enamoró de mí. Ruedan los papeles y el viento los sube y los baja, atrapa alguna hoja, no sé, algún examen con un enorme cinco que nunca llegará a la casa del dueño y lo hace volar muy suave. Me gusta la escuela así de sola, es como una casa vacía, una casa grande de donde se han ido todos y han dejado abiertas las puertas. Ahorita no me metería a ningún salón ni iría al baño, y las canchas, que siempre están llenas y no hay chance ni de echar una canasta, están vacías, así ni sabe andar por ahí, no tiene chiste, no sabe. Y es que aquí, parado, me doy cuenta de que la vida se la ponemos todos los alumnos y maestros. No me puedo imaginar que un día de clase no viniera ni un maestro, que a cada uno se le hubiera hecho tarde o tuviera otro compromiso o cayeran todos enfermos, pues tampoco tendría mucho chiste estar los puros alumnos enfadados. ¿A poco no? Un día no vinieron tres maestros que nos tocaban y pronto nos enfadamos. Me acuerdo de la vez en que hicimos la broma de la amenaza de bomba y se suspendieron las clases, en poco tiempo la escuela quedó como ahora. "Vayan a sus casas", decían los prefectos, y nadie quería irse, hasta que llegaron los de la Secretaría y dieron la orden. Luego llegaron los de la judicial y hasta el ejército; buscaban por todos lados y sólo encontraron a una parejita muy acaramelada. No hubo bomba ni nada, y hasta el momento ninguno la ha regado... Eso es lo bueno de la secundaria, que uno aprende a tener amigos de a de veras. Ahí está, por ejemplo, mi amigo Oliver, que es un chavo bien loco, le gustan todas las mónitas, sobre todo las nuevas; también el Molina que ya tiene muchos granos en la cara y es muy bueno para pelear; luego está el Tonky, que es gordo y muy simpático; y el Durazo, que es un gran compañero. Hemos estado juntos desde que comenzó el año y creo que así vamos a estar hasta terminar la secundaria, hacemos todo en equipo y nos apoyamos en todo... 32
  • 33. istoria de soplones —Miren, mejor ya cálmenla, ya estuvo. Mejor me dejan ir o les juro que se las voy a armar gacha con la banda. ¡Ay!, ahí muere, no sean... Y ahí me tuvieron, cosido a patadas, hasta que se cansaron. Al principio sí noté que me tenían coraje, porque me daban muy fuerte, pero poco a poco se fueron calmando hasta que cedieron y, ya más tranquilos, se sentaron a fumar en la banqueta. Hasta a mí me tocaron unas fumadas, y ya estábamos ahí, como si nada, como viejos amigos, como si yo no hubiera sido el rajón, el balcón, como luego les decimos a los soplones. De estos ya habíamos muchos en la escuela, y es que, también, se pasaban con las cosas que hacían. Por ejemplo, ni modo que no se supiera quién le estrelló el vidrio al coche del orientador o quién le ponchó las llantas al profe Polillita; no tardaron en dar con el Vampi y con el Sombra, que fueron expulsados y a los que les retuvieron sus papeles hasta que no pagaran los daños. Claro que en esos casos nadie supo de los delatores, pero ya se sabe que hay muchos balcones. Esta vez me tocó serlo a mí, y es que no pude cerrar mis ojos —que tanto quiere mi madre—, cuando vi pasar al Cepi escondiendo algo entre su camisa y también que le asomaba parte de una bolsa de mujer. Él volteó en ese instante y ya no pude evitar que me viera... En ese momento me cayó un gran peso encima porque me convertía en su cómplice o en su delator. Durante los siguientes días se armó el barullazo, y es que al parecer la maestra Paquita llevaba mucho dinero en su bolso y andaba toda desconsolada por los salones, implorando, ofreciendo gratificaciones, y el director nos echaba un sermón en el homenaje y así cada maestro... Y nada. Empecé a sufrir. Primero fueron dolores de cabeza que nadie se explicaba, luego dolores de estómago, hasta que se me soltó una diarrea muy larga. Me puse más flaco y pálido, y mi madre pensaba que era porque estaba creciendo. Así hubiera seguido, si no fuera porque ya no aguanté cuando en la clase la maestra Paquita nos contó que el dinero que traía aquel día era lo que necesitaba para pagar la operación de los ojos de su madre, que debió suspenderse porque no había manera de conseguir tanto dinero. Dijo que era la única forma de que su madre recuperara la vista, que era un regalo que pensaba hacerle y que ahora estaba muy triste porque nunca podría juntar el dinero de nuevo... Entonces me puse a pensar en mi madre. ¿De qué no sería capaz si mi madre necesitara una operación así? —¿Por qué no organizamos una colecta, maestra? —dijo la Cande, que muy a la larga tiene ideas brillantes. —Sí, podrías hacer un boteo aquí afuerita —se entusiasmó la Cachetitos. —También se podría hacer una polliza o una hamburguesada, eso sí deja —dijo Ramiro. —También estaría bueno recuperar el dinero —dije yo, temblando de calentura y dolor de estómago, pálido y ya decidido a romper el silencio. 33
  • 34. —Eso no se puede hacer ya —dijo la maestra. —Sí, desde cuando ya se lo habrán gastado, además no hay pistas... —Pues yo sé quién se robó ese dinero... Silencio absoluto que jamás me hubiera imaginado en mi salón, donde están los más gritones que ningún maestro aguanta. Silencio. —Fue el Cepi. Ahí se armó el relajo, porque la maestra salió corriendo y con ella todos nosotros, desfilando por los pasillos. Recorrimos todos los salones hasta llegar al taller de mecánica, donde ahora estaba el grupo del Cepi. Cuando la maestra lo confrontó, todos la rodeamos. Un prefecto se había agregado y rápidamente le vaciaron los bolsillos: traía dos mil pesos, cantidad imposible en un alumno regular de nuestra escuela, donde todos somos pobres. Aceptó rápidamente, pero antes se enteró de que yo había sido el balcón y me echó una mirada de aquellotas, de ésas que matan porque parecen de fuego. Yo ya me había resignado a sus represalias, ya había sufrido bastante todo ese tiempo. Rápidamente se formó una comisión que fue a la casa del pequeño ladrón, se recuperó buena parte del dinero y se procedió a expulsar al Cepi, que desde entonces se asomaba por la escuela. Yo sabía que andaba cerca porque me llegaban sus amenazas. —Que dice el Cepi, que no te la vas a acabar. —Que te espera a la salida. —Que más te vale que no vayas al baile del 14 de febrero. Por eso, después de que me golpearon fuerte y estábamos ahí fumando, tranquilamente, supe que ya había pasado lo peor, que su cólera ya no era tanta. —Yo también he sido balcón —dijo el Cepi. —¿Apoco? —Simón, y también me pegaron una chinga, pero más fuerte. Por eso es que al verte no te dimos tan duro, pero vieras cómo me dieron a mí, una semana no pude abrir el ojo derecho y tenía toda la boca hinchada. Y ahí seguimos recordando todas esas cosas... 34 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.
  • 35. arta al maestro Querido maestro: Este día me he levantado con la alegría del inicio de las vacaciones de verano. Le juro que casi no me la creo que esté libre de la escuela, libre como siempre me ha gustado estar, libre de la lata de los profes que siempre están pendientes de uno, libre del profe Andrés, que siempre dicta demasiado, de la prefecta que anda pendiente de los que se salen o no entran a sus clases, libre del timbre y de los libros. Hasta de los latosos del salón estoy libre. Por algún tiempo, porque sé que después de este mes y medio vendrán otras complicaciones con lo de la prepa. No puedo creer que tan rápido hayan pasado los tres años de la secundaria y, sobre todo, que no quedé a deber ninguna materia, es casi un milagro. Todavía me asomo al espejo y me veo como una chamaquita, ni los senos me han crecido casi nada y tengo una cara de niña que apenas puedo con ella, como cuando entré. Estaba más flaquita y pequeña, ¡guácala!, qué horrible me veo en esa credencial de primero que no sé dónde voy a tirar porque en la vida quiero volver a verla. Luego me puse a pensar que, con las prisas de la graduación, ni tiempo me dio de despedirme de usted, por eso es que decidí ponerme a escribir esta carta, aunque con lo indecisa que soy, a lo mejor termino guardándola por ahí, en alguno de mis cajones, hasta que se ponga amarilla y algún día la tire, sin que usted sepa esto que quiero decirle. En fin, mejor la escribo y luego veo si la entrego o no. Bueno, voy a empezar por decirle que siempre lo voy a recordar, y cómo no, si usted es mi maestro favorito. Y no es que quiera ser barbera, al cabo que ya salimos; además, mis compañeras ni se van a enterar, pero es la verdad: usted es el maestro que mejor me cayó en todos los tres años. Claro que estaban los otros, pero son demasiado serios o de plano se pasan de graciosos. Yo creo que un maestro debe tener buen humor, pero saber dar la clase. Y usted, además de darnos bien su clase, nos hacía pasar bien la mañana con sus ocurrencias, sus charras tan divertidas, aunque a veces muy subidas de tono, tanto, que no podía contárselas a mi mami porque se hubiera escandalizado, ya sabe cómo son las mamás de hoy en día. Por usted amé la química, tal vez por usted algún día yo sea una gran química también. Bueno, tengo que empezar en algún momento a decirle que fui yo la "peor de todas", la que cometió la mayor parte de las travesuras que le sucedieron en este último ciclo escolar. —Pónle este chicle —me dijo Martha, la Tyson. Y, bueno, usted sabe que con ella no se jugaba porque fácil me hubiera reventado la jeta, con su tremendo poder, y usted se fue a su casa con el pantalón para siempre inservible. 35
  • 36. A lo mejor hasta le sirvió, porque ese pantalón ya estaba muy usado y eso lo obligó a comprarse unos nuevos. Los huevos podridos en su maletín no fueron idea mía; a mí sólo se me ocurrió lo de tomarle la foto en el momento en que usted metiera la mano y estallara el primer bombazo, y, aunque todos recibimos el castigo, a mí me tocó lo peor: tuve que pagar más que todos para la compra de un maletín, yo misma fui a escogérselo en Mochilandia, al centro. También estuvo lo del extravío de su celular (por cierto, recibimos llamadas de una tal Claudia que dejó dicho, en el buzón de voz, que lo extrañaba "a rabiar", que le urgía se reportara al teléfono que ya sabe...), la tinta en su escritorio, el mensaje navideño en el pizarrón donde le deseamos todo lo contrario de lo tradicional, las cartitas de amor que recibió el catorce de febrero, nuestras ausencias los viernes para no tener la última clase... Eso y todo lo demás. Ojalá no nos guarde rencor y perdone nuestros juegos. Le agradezco su buen corazón y espero que siempre siga aquí, en mi querida escuela secundaria. De su alumna más aguerrida Mayra 36
  • 38. nstrucciones para sobrevivir a la secundaria Este libro debería llevar este título, aunque no se trata de un manual para sobrellevar esta etapa escolar, porque para eso no hay receta alguna. No porque la secundaria sea lo más terrible que nos puede pasar cuando somos adolescentes, sino porque es imposible salir de ella ileso, sin el corazón sangrando, sea por ése que llamamos el "primer amor" o por la nostalgia de amistades entrañables. Pasar por la secundaria implica aprendizajes que determinarán nuestro desarrollo posterior en la sociedad, un torrente de experiencias y emociones. Estas enseñanzas no sólo se refieren a los conocimientos que pescamos al vuelo en medio de esa turbulencia interior que nos cargamos por esos días, sino a aprendizajes en cuanto a relaciones humanas. Los adolescentes y jóvenes encarnan el ideal de la justicia, la solidaridad, la pertenencia al grupo. Aquí se templa el carácter: aguantas hasta lo imposible y luego reaccionas en defensa de tu espacio y tu persona. Te hacen burla o sientes que te atacan, haces concha o te vuelves agresivo; aquí va uno descubriendo las grandes trampas de la sociedad, el valor de las palancas, el pez gordo que se sigue comiendo al chico; va uno haciéndose de modelos para adaptarlos a su personalidad; afina uno su entusiasmo o su derrotismo; se huye hacia fuera de los ojos o se va uno encerrando en la cárcel de sí mismo. Hay quienes descubren los primeros placeres eróticos a la sombra de los yucatecos, en pláticas jocosas que no sabes por qué son tan atractivas; las muchachas son reinas de la belleza y las pinturas ejercen tal fascinación que convierten las horas libres en sesiones de belleza; los bailes son la réplica de lo que serán sus fiestas de adultos por las cuales vale la pena mover el bote a los ritmos más alocados. Mañas y manías se van fijando de tal modo que, si te descuidas, sales preparado para el fracaso: no haces la tarea sino que te pones buzo para pedirla prestada a quienes ya localizaste como cumplidores, pero nada aprendes sino el engaño de ti mismo; algunos se hacen expertos en el arte del retardo y la simulación; la pinteada se hace un hábito tan fuerte que muchos padres se quedan esperando el certificado, pero en los cines y parques a donde han ido a parar los anhelos de sus padres no dan ningún documento válido. Hay un anhelo imperioso de trascender, de salir del anonimato, de ahí que las escuelas empiezan limpias al iniciar el año, pero antes de las vacaciones de diciembre ya se leen nombres por las paredes y los mesabancos y los árboles; los baños dan cuenta del desastre ortográfico de la mayoría. Los jóvenes hablan despreocupadamente de todo cuanto les ocurre, de lo que les duele o les agrada. Este libro es un homenaje al torrente vital que es un adolescente, en una sencilla anécdota donde realidad y fantasía se reúnen sin aclarar dónde comienzan una y otra ni dónde se separan definitivamente en una dolorosa realidad. Por otra parte, este libro deberá concluirlo cada lector, pues cada uno agregará sus propias anécdotas que, sin duda, nos arrastrarán hasta nuestra etapa de secundaria con un vuelco del corazón. 38
  • 39. Cómo escribir un cuento de secundaria 1 Echar los ojos para atrás y recordar intensamente, con la emoción de aquel tiempo en la piel, con las ansias por vivir. Recordar, por ejemplo, aquella mañana lluviosa y fría cuando ni una mosca irrumpía en el silencio de tu salón y tu corazón aleteaba. ...Tu corazón de adolescente aletea como mariposa amarilla de cabeza en cabeza y tú estás pasmado, olvidado de la lección de historia, de tus compañeros, del maestro aquel, terrible, que hacía temblar a cualquiera; del maestro de más allá, lejano, cenizo y más olvidado que nunca, y en ese espacio de paredes cremas, manchadas de placas y nombres, de pilares verdes, de pizarrón cacarizo y deslavado, sólo existes tú, con tus ojos café oscuro que tanto le gustan a tu mamá, tu cabello alborotado, tu viejo uniforme, todo tú inclinado en esa hoja donde escribes un poema para quien, al otro lado del mundo, del salón, digo, en la última fila, te mira, desde una belleza que a ti te deslumbra y al tarado del Pecas ni lo conmueve. Sentir su respiración cercana a ti, pálida la piel porque en ese tiempo estaba prohibido llegar pintada. "Las jovencitas son como paredes nuevas, no necesitan pintarse para verse bien. En cambio nosotras somos como las paredes viejas, ni con mucha pintura nos vemos bien", decía la profe Tenchita, y parece que la escuchas clarito, mientras revisaba los cuadernos cada día. Estar totalmente ido es en la secundaria una característica de muchos. Estar "absorto", había dicho el profe, mientras te pedía tu colaboración, y tú, en el otro mundo con ella... Y, entonces, recibes en plena cabeza, por detrás, un papelazo de quién sabe dónde y todo mundo se ríe de ti, "estás bobo" te dicen, y ahí te quedas para siempre con ese apodo, atrapado en el tiempo de la escuela. Alguien señala al culpable, nunca falta, y te das cuenta de que es el Mochomo y que, además, sabes que también le echa los canes a la Margarita que, desde entonces, se convirtió en el amor de tu vida. Y pasaron tantas historias hasta este momento en que has tenido la idea de escribir un cuento. Así que, con la pura mirada, queda amarrada la pelea para la salida. Y ya está dado el asunto del cuento y perfilados los personajes principales. 2 Recordar algunas anécdotas de aquellos tiempos, recordar cómo eras, cómo eran tus compañeros. Verlos nítidamente, como en una fotografía. Bueno, en ese tiempo la figura de la mayoría era una caricatura: todos entrando a la adolescencia, flaquitos, pecosos, granujientos, mal peinados y desgarbados. Morenos y morenas color de llanta. Atrás los más altos, como el Sahuaro, que traspasaba hasta al maestro, la Deidona, amplia de todo a todo y que no dejaba de molestar por un beso a casi todos los del salón. Greñudas la mayoría, cenizos y tiesos los cabellos, sobre todo si la foto fue tomada en invierno, cuando difícilmente se bañaban seguido. Miradas centelleantes que no imaginan el futuro, porque lo más práctico era vivir día a día, sumidos en tantas cosas. 39 Profr.Gabriel Hurtado Cen Mérida, Yucatán, México.