Este capítulo exhorta a los cristianos a someterse a las autoridades establecidas por Dios, ya sean eclesiásticas o seculares. También enseña que debemos obedecer las leyes siempre que no contradigan las Escrituras. Finalmente, nos recuerda que debemos vivir honestamente, rechazando las obras de las tinieblas y vistiéndonos de Cristo.