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lección 4
20 al 26 de octubre


                       la salvación:
           la única alternativa
    «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito,
              para que todo el que cree en él no se pierda,
               sino que tenga vida eterna» Juan 3: 16
sábado
                                                                   20 de octubre
                              Introducción
      Jeremías 17: 9;
Romanos 5: 6-10; 6: 1-8       La mejor solución para
                              un corazón engañoso
      En determinado momento de mi vida me consideraba una persona humilde
 (al menos así lo pensaba). Secretamente me gozaba por los comentarios de la gente
 respecto a cuán apropiada era mi forma de actuar al hacer cosas importantes. Me
 consideraba una persona amorosa, que se preocupaba por los demás y humilde.
 Me enorgullecía por todo eso. Claro está, había ocasiones en las que mentía, hería a
 los demás, no guardaba la santidad del sábado e irrespetaba a mis padres. Sin embar-
 go, asistía regularmente a la iglesia, sabía que Cristo había muerto por mis pecados
 y me imaginaba que iría al cielo al creer en él. Para mis adentros, sabía que no iría
 al cielo gracias a mis obras; pero, mis creencias me hacían creer lo contrario.

                    Nuestra única esperanza es Jesús.
      Únicamente después que abrí la Biblia y busqué a Dios, me dí cuenta de
 lo ciega que estaba en mis pecados ¡y de lo equivocada que estaba respecto a mí
 misma! La Biblia nos enseña que el corazón es engañoso y malo (Jer. 17: 9) y que
 todos hemos pecado y estamos carentes de la gloria de Dios (Rom. 3: 23). Reconocí
 los pecados que había cometido, dándome cuenta de mi verdadera naturaleza y de
 la necesidad que tenía de un salvador. Por eso fui llevada al arrepentimiento. Me-
 recíamos la muerte; sin embargo, Cristo tomó nuestro lugar. Cuán grande es nues-
 tro Dios que nos amó hasta el punto de morir por nosotros, ¡aun cuando éramos
 pecadores! (Rom. 5: 6-10). Es únicamente mediante un diario caminar con Cristo
 y nuestra total dependencia de su salvación, que nos libramos de la esclavitud del
 pecado y somos justificado, santificados y nacemos de nuevo (Rom. 6: 1-8).
      Si Dios tomara en cuenta nuestras obras, nadie llegaría al cielo. Sin embargo,
 nuestra esperanza reside en Jesús, quien nos representa ante nuestro Padre celes-
 tial (2 Cor. 5: 18, 19). Es decisión nuestra aceptar su don gratuito. Cristo en todo
 su amor y misericordia, busca constantemente entablar una relación personal con
 nosotros y nos pide entrar en nuestros corazones y transformarnos a su semejanza.
 Nuestra parte es responder con fe, morir al mundo y vivir de acuerdo con el poder
 del Espíritu Santo que mora en nosotros, perseverando hasta el fin. Esta semana,
 al estudiar el problema del pecado, debemos adquirir una mayor esperanza y en -
 tendimiento de la solución final: la salvación mediante la cual experimentamos jus-
 tificación, santificación y glorificación en Cristo Jesús.




                    Chelsie Sampayan, Rochester, Nueva York, EE. UU.               37
domingo
21 de octubre
                                                                 Mateo 5: 21, 22, 27, 28; 12:
                                                                 33-37; 15: 18-20; 22: 36-41;
                                             Logos               Lucas 11: 43; Juan 1: 9; 3: 16;
              El pecado y el amor                                Hechos 3: 31, 32;
                                                                 Romanos 3: 23, 24; 5: 18; 8: 32;
                                                                 Efesios 2: 8-10;
                                                                 2 Timoteo 4: 10; 1 Juan 1: 9;
                                                                 2: 15; 3: 4; 15: 18,
                                                                 19; 22: 36-40

 El pecado no es sencillamente una acción
 o una serie de ellas (1 Juan 3: 4)
     La definición de pecado viene de 1 Juan 3: 4. Pecado es la transgresión de la ley.
 Sin embargo, el problema de considerar al pecado como únicamente una transgre-
 sión de la ley, a menudo significa que la solución al pecado consiste únicamente en
 dejar de violar la ley. Pero esto nos deja con una peligrosa e incompleta compren-
 sión del pecado, ya que el mismo no es exclusivamente algo relacionado al compor-
 tamiento.
 El pecado es un asunto del corazón (Mat. 12: 33-37; 15: 18-20)
      Lo primero que hemos de hacer respecto al comportamiento pecaminoso es co-
 rregir el mismo. El chisme debe ser acallado. El que engaña debe dejar de hacer-
 lo. El asesino debe ser encarcelado. Sin embargo, Jesús afirma claramente que di-
 chos comportamientos tienen una misma raíz: el pecado. Cuando un auto no arran-
 ca tú no le darás patadas y le gritarás hasta que arranque. Lo llevarás al mecánico
 para encontrar la causa del problema en lugares que quizá no puedas ver. Jesús dice
 que el problema del pecado surge lo más profundo de cada uno de nosotros y que
 únicamente un «mecánico de corazones» puede arreglar dicho problema. El corazón
 descompuesto o «pecaminoso» lleva a cometer acciones «pecaminosas».
 El pecado y el amor (Mat. 22: 36-41; Luc. 11: 43; Rom. 3: 23, 24;
 2 Tim. 4: 10; 1 Juan 2: 15)
      Todo el mundo tiene un corazón inclinado a la pecaminosidad y al mal (Rom.
 3: 23, 24). No podemos escapar a ese hecho por nosotros mismos. Jesús explicó que
 los mandamientos se resumen en amarlo a él, el Creador de todo, y luego en trans-
 ferir el amor de Dios a los demás (Mat. 22: 36-41). Jesús recriminó a los fariseos por
 amar al poder más que al dador del poder (Luc. 11: 43). Pablo le anunció a Timoteo
 con tristeza que Demas, su compañero de labores, abandonó el cristianismo cuan-
 do «amó a este mundo» (2 Tim. 4: 10). Por eso Juan continuó expresando la exhor-
 tación de Jesús a no amar al mundo ni a lo que está en él (1 Juan 2: 15). Cuando
 nuestro amor se enfoca en algo o en alguien que no sea Dios, nuestro corazón natu-
 ral y amante del pecado, se revelará.
 ¿Es acaso posible guardar la ley de Dios? (Mat. 5: 21, 22, 27, 28)
      Así como Jesús mostró que el pecado va más allá de las acciones, también reve-
 ló la forma en que la ley abarca mucho más que quebrantar la parte externa de la
 ley. Si tú odias en tu corazón, ya has cometido un asesinato. Si codicias en tu cora-
 zón ya has cometido adulterio. Trasgredir la ley adquiere un significado mucho más
 profundo cuando reconocemos la amplitud de la ley. Cualquiera puede guardar la

 38
parte externa de la ley. Únicamente Cristo, sin embargo, ha guardado perfectamen-
te la ley. Por tanto, únicamente Cristo puede concedernos el poder para guardar los
valores espirituales de la ley.

                       Dios ha preparado el camino.

Un corazón puro representa un don (Rom. 3: 23, 24; Efe. 2: 8-10)
     Tú no puedes ganarte la salvación, pues es un don de Dios. Es como recibir rega-
los el día de tu cumpleaños. No hiciste nada para ganarlos. No te mereces los rega-
los, únicamente los recibes por estar vivo. Los dones son tuyos porque tus amigos
desean obsequiártelos y porque tú estás dispuesto o dispuesta a aceptarlos. Dios te
ama y por eso te obsequia el don de la salvación. ¿Deseas aceptar su don?
La salvación es de índole abarcante (Rom. 5: 18; 1 Juan 1: 9)
    Jesús promete perdonarnos todo pecado y maldad. El corazón rebelde de un
hombre contagió con el pecado a todos sus herederos. Sin embargo, Cristo com-
parte el antídoto para el pecado, prometiendo una plena justificación. El pecado
puede ser totalmente erradicado si aceptamos ese antídoto.
El pecado alcanza a todos (Juan 3: 16; Rom. 8: 32)
    Cristo no murió tan solo por unos pocos. ¡Él murió por todos! No murió úni-
camente por los hombres o por las mujeres. Tampoco murió únicamente por los
adultos, ni por los jóvenes. No seleccionó a una raza o nación, desechando a las demás.
Tampoco prefirió a los ricos, o a los pobres. Cristo no murió por ti o por alguien
más con el fin de determinar quién es digno de la salvación. Todos éramos indignos
de acuerdo con la ley, pero Cristo nos ha dado a todos la oportunidad de ser salvos
mediante su sacrificio.
PARA COMENTAR
1. La concepción que tienes del pecado ¿cómo afecta a la forma en que entiendes el
   concepto de la salvación?
2. ¿Qué se te ha dicho que se necesita para obtener la salvación? ¿Están dichos requi-
   sitos avalados por la Biblia?
3. ¿Has encontrado algún «portero» en la iglesia que intenta controlar quiénes reci-
   ben la salvación y quiénes no? ¿Cómo deberías reaccionar ante alguien que actúa
   de ese modo?




                     Aaron Purkeypile, Siracusa, Nueva York, EE. UU.                39
lunes
 22 de octubre                                                          Isaías 53: 1-7;
                                          Testimonio                    Romanos 3: 19-26;
                  Suministros frescos                                   Gálatas 5


       «Miramos a nuestro yo como si tuviéramos poder para salvarnos a nosotros
  mismos, pero Jesús murió por nosotros porque somos impotentes para hacer eso.
  En él están nuestra esperanza, Pablo ora para que la iglesia de Tesalónica nuestra
  justificación, nuestra justicia. No debemos desalentarnos y temer que no tenemos
  Salvador, o que él no tiene pensamientos de misericordia hacia nosotros. En este
  mismo momento está realizando su obra en nuestro favor, invitándonos a acudir a
  él, en nuestra impotencia, y ser salvados. Lo deshonramos con nuestra increduli-
  dad. Es asombroso cómo tratamos a nuestro mejor Amigo, cuán poca confianza de-
  positamos en Aquel que puede salvarnos hasta lo último y que nos ha dado toda
  evidencia de su gran amor».1

                       «El más precioso fruto de la santificación
                           es la gracia de la mansedumbre».

       «La santificación que presentan las Sagradas Escrituras tiene que ver con el ser
  entero: el espíritu, el alma y el cuerpo. He aquí el verdadero concepto de una con-
  sagración integral. El apóstol San Pablo ruega que la iglesia de Tesalónica disfrute
  de una gran bendición: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
  vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
  nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5: 23).2
       «El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre.
  Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influen-
  cia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La com-
  prensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de
  Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el co -
  razón, y adecua la mente a la palabra implantada. Coloca los pensamientos en obe-
  diencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios, como fue abierto el cora-
  zón de Lidia. Nos coloca, junto con María, como personas que aprenden a los pies
  de Jesús. “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carre-
  ra» (Sal. 25: 9).3

  PARA COMENTAR
  1. ¿Qué significa acudir a Jesús en nuestra discapacidad
  2. ¿Por qué es tan difícil cultivar la sencillez de Jesús y depender totalmente de él?
  3. ¿Cómo le explicarías a alguien la razón por la que la mansedumbre es «el fruto más
     precioso de la santificación»?
  ______________
  1. Consejos para la iglesia, p. 83.
  2. La edificación del carácter, p. 5.
  3. Ibíd., p. 13.




                                 Ashley Wagner, McDonald, Tennessee, EE. UU.
  40
martes
                                                                          23 de octubre
                                Evidencia
    Romanos 3: 10-26           Salvación: el gran
                               común denominador
     Durante dos viajes misioneros a Bangladesh y a Honduras me estuve preguntando
si en realidad le estábamos aportando algo a la gente que se suponía estábamos ayu-
dando. Numerosos versículos de la Biblia, incluyendo a Mateo 25: 35, 36, expresan cla-
ramente la necesidad de ayudar a los demás. Mientras meditaba en mi labor durante
aquellos viajes misioneros, pensé en la forma en que esos versículos podrían utilizarse
unidos a la Gran Comisión (Mat. 28: 16-19). Me pregunté si había algún otro elemen-
to en un viaje misionero además del tratamiento de los pacientes, de ayudar a los pobres
y de sentirnos privilegiados por lo mucho que tenemos en nuestro país de origen.

                 Debemos realizar nuestro mayor impacto
                     en la salvación de las almas.
     Gradualmente llegué a la conclusión de que la salvación es lo único que logra un
impacto legítimo, duradero y a largo plazo en las vidas de la gente. La salvación es el gran
común denominador.
     La salvación es la solución divina a las desigualdades en los bienes materiales, en las
del medio ambiente, en las oportunidades y en los abusos. La semejanza a Cristo y la
piedad es lo que une al pueblo de Dios sin importar su crianza, la raza o su posición eco-
nómica. La esperanza de la salvación es un motivo por el que podemos ser impactados
por aquellos que practican la piedad incluso ante mayores obstáculos que los que noso-
tros enfrentamos.
     Cristo no vino para darnos riquezas, gloria, reconocimiento, sanidad o felicidad. Él
vino para traer salvación a aquellos que no la disfrutan así como paz y gozo para los que
lo acepten. Sabremos que el cielo vale la pena si a diario renovamos nuestra conversión
con Cristo, sin importar las dificultades que enfrentemos en este mundo. Asimismo cuan-
do escuchemos las palabras: «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te
pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!» (Mat. 25: 23).
Aunque tenemos una responsabilidad de llevar sanidad a los pobres y sufrientes y de amar
a los demás, nuestra tarea como adventistas del séptimo día y como jóvenes no cesa con
ello. Debemos realizar nuestro mayor esfuerzo por lograr la salvación de las almas.
     El apóstol Pablo escribió: «A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es
poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Rom 1: 16). ¿De qué te vale si
vives toda tu vida ayudando a la gente, y ninguno llega al cielo? Dios nos llama a una
norma más elevada. «Hagan todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos.
Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que
cuando inicialmente creímos» (Rom. 13: 11).

PARA COMENTAR
¿Por qué es más fácil hacer buenas obras a favor de los demás, que compartir el rela-
to de la vida de Jesús?
                         Albert Kim, Rochester, Nueva York, EE. UU.                       41
miércoles
24 de octubre                  Cómo actuar                          Efesios 1: 3-6
                    Convirtiéndonos
                    en hijos de Dios
      De acuerdo con algunos organismos oficiales, el los Estados Unidos hay aproxi-
 madamente unos treinta y ocho mil millones de dólares de propiedades que no han
 sido reclamadas por sus dueños. ¡Algunas de ellas quizá le pertenecen a algún lector de
 esta guía de estudios! Quizá no hayas reclamado alguna herencia que un miembro de tu
 familia dejó al morir. Sin embargo, ¿sabías que hay una herencia aún más importan-
 te que no has reclamado? Me refiero a la vida eterna con tu Salvador y Creador, ya
 que has sido adoptado como hijo o hija de Dios mediante Cristo, aún antes de que
 nacieras (Efe. 1: 3-6). Existe una página de Internet (NAUPA), donde aparece un for-
 mulario para que los interesados reclamen propiedades que hay en territorio nortea-
 mericano. La Biblia también presenta los pasos necesarios para reclamar el don de
 la salvación. Por favor, observa los siguientes pasos con el fin de reclamar la mayor
 herencia jamás ofrecida:

                 ¡La salvación te ofrece una vía de escape!
      Cree en él (Juan 3: 14, 15). Nicodemo deseaba hacerle algunas preguntas a
 Jesús, pero antes de que las expresara, el Maestro le dio las respuestas. Él le dice a Ni-
 codemo que para heredar la vida eterna, él debe creer que Jesús murió por nuestros
 pecados. Jesús también explica que eso es mucho más que una idea o declaración;
 que él fue enviado para salvarnos del mortal aguijón del pecado que nos habría mata-
 do en caso de que él no hubiera venido. ¿Como puede alguien demostrar dicha
 creencia?
      Arrepiéntete y sé limpio (Hech. 2: 36-38). Tú puedes dar fe de tu creencia al
 arrepentirte de los pecados que te han agobiado durante largo tiempo. Jesús vino a
 morir por ti de forma que ya no estés en las garras del pecado. ¡La salvación te ofrece
 una vía de escape! Mediante el bautismo, demostramos públicamente nuestra creen-
 cia y nos hacemos parte de la familia de Dios. Como sus hijos, podemos justificada-
 mente reclamar nuestra herencia: la vida eterna.
      Continuamente demuestra tu creencia (Sant. 2: 14-26). Una vez que hemos
 sido bautizados, debemos continuar creyendo que Jesús murió por nuestros pecados.
 A través de su muerte él te ofrece la herencia de la vida eterna. Decir que crees que
 él murió por nuestros pecados no es suficiente. Demuestra que crees al guardar los
 mandamientos de Dios y al ministrar a las necesidades de los demás. Entonces, y úni-
 camente entonces, la salvación se convertirá en parte de tu vida.

 PARA COMENTAR
 1. ¿Por qué crees que Cristo murió por ti y por tus pecados?
 2. ¿En que forma podrías demostrar tus creencias durante la presente semana?


                          Keith Ingram, Carlisle, Pensilvania, EE. UU.
 42
jueves
                                                                      25 de octubre
Romanos 3: 21-26; 6: 23
                               Opinión
                              Mi respuesta es…

     El presente es un relato acerca de dos amigos de la infancia. Uno de ellos se
 convirtió en un respetable juez y el otro en un diestro contable. Los amigos se en-
 contraron un día en la sala de un tribunal. Uno era el juez que presidía; el otro, el
 acusado en un caso de corrupción. El veredicto había sido recién pronunciado.
 Culpable. El juez enfrentaba un dilema. ¿Cómo podía él salvar a su amigo y al
 mismo tiempo dar cumplimiento a la ley?

                          El acusado tenía dos opciones.
      Después de algunos momentos, el juez regresó al estrado y pronunció la sen-
 tencia. El acusado debía devolver todo lo que había robado, además de que se le im-
 pusieron las multas máximas estipuladas por la ley. El acusado se sintió destruido.
 No había forma en que pudiera devolver una suma tan elevada de dinero. Luego
 el juez hizo algo fuera de lo común. Bajó del estrado, se quitó la toga y se paró al
 lado de su amigo. Le echó el brazo al acusado y anunció a los presentes que él mismo
 se encargaría de pagar la multa.
      El acusado tenía dos opciones. Podía aceptar con gratitud la oferta de su amigo
 y librarse de la condena que le tocaba. Por otro lado, podría permitir que su
 orgullo se interpusiera y rechazar airadamente la dura sentencia. Las mismas opcio-
 nes se nos presentan a nosotros. Todos hemos sido hallados culpables de acuerdo
 a la ley de Dios (Rom. 3: 23). La condena de lugar es la muerte, pero Cristo la pagó
 por completo. Al igual de las vestiduras de bodas de Mateo 22, el pago de nuestras
 deudas se nos ofrece como un don gratuito; sin embargo, es un don que debemos
 aceptar.
      El amigo también debía tomar otra decisión. ¿Abandonaría él la sala del tri-
 bunal para continuar con sus viejos hábitos, o saldría con la determinación de cam-
 biar su vida para que su amigo se sintiera orgulloso? De forma similar nosotros tam-
 bién tenemos una decisión que tomar una vez que hemos aceptado a Cristo. ¿Con-
 tinuaremos con nuestras viejas costumbres, o viviremos para honrar y seguir a Jesús?
 ¿Cómo le mostraremos nuestra gratitud por el amor y el desprendimiento que
 Cristo mostró en su sacrificio en la cruz? El primer paso consiste en aceptar su sacri-
 ficio y su oferta de perdón. El mundo y el universo están ansiosamente esperando
 para ver cómo reaccionamos luego de esa decisión. ¿Cuál será tu respuesta?

 PARA COMENTAR
 ¿Cómo entendemos la diferencia entre esforzarnos por ganar el favor de Dios y
 vivir para mostrar nuestro agradecimiento por el don de Jesús?




                            Sherwin Faria, Dayton, Ohio, EE. UU.                     43
viernes
 26 de octubre                  Exploración                         Romanos 5: 5-8
                    El increíble don
                     de la salvación
  PARA CONCLUIR
      La vida perfecta de Jesús revela el pecado existente en nuestras vidas y nuestra
  necesidad de un Salvador. Incluso nuestros intentos para realizar actos de bien están
  manchados por nuestra naturaleza pecaminosa. El pecado no es sencillamente una
  mala acción. Es de manera fundamental el resultado de un corazón desordenado
  que estimula acciones incorrectas o malvadas. La salvación se les ofrece a todos
  por igual, porque todos los que han pecado están destituidos de la gloria de Dios
  (Rom. 3: 22-24). Una vez que aceptamos a Cristo como nuestro salvador también
  decidiremos vivir para honrarlo y seguir sus planes para nuestras vidas.

  CONSIDERA
    • Debatir el concepto de la salvación por fe en contraste con una fe sin obras que
      es muerta (Sant. 2: 14-26; Efe. 2: 8-9).
    • Componer un poema respecto a lo que crees acerca de la maravillosa gracia de
      Dios.
    • Ver la película Lutero, para entender los orígenes del protestantismo, algo que
      pone en alto la creencia en la justificación por la fe.
    • Orar pidiendo un más profundo entendimiento del plan divino de salvación,
      a la vez que afirmas tu deseo de disfrutar una relación salvadora con Jesucristo.
    • Llenar un cuaderno de apuntes con citas, imágenes, dibujos, poemas y cual-
      quier otra pequeña representación de lo que significa para ti la fe en Dios. Haz
      de ello un cuaderno de recuerdos dedicado a tu relación con Dios.
    • Repasar los siguientes temas en una concordancia: amor, fe, gracia, obras, peca-
      do, vida. Cuenta el número de veces que cada uno de ellos aparece en la con-
      cordancia. Una vez que determines cuál aparece más veces, dedica una sema-
      na a buscar a diario cinco o seis textos.
    Cantar un himno o corito que hable del gozo del cristiano.

  PARA CONECTAR
    Efesios 1: 7; Colosenses 2: 6; Santiago 2: 17; 1 Juan 2: 3-6.




                      Debbie Battin Sasser, Friendswood, Texas, EE.UU.
  44
Leccion joven: la salvación: la única alternativa

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  • 1. lección 4 20 al 26 de octubre la salvación: la única alternativa «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» Juan 3: 16
  • 2. sábado 20 de octubre Introducción Jeremías 17: 9; Romanos 5: 6-10; 6: 1-8 La mejor solución para un corazón engañoso En determinado momento de mi vida me consideraba una persona humilde (al menos así lo pensaba). Secretamente me gozaba por los comentarios de la gente respecto a cuán apropiada era mi forma de actuar al hacer cosas importantes. Me consideraba una persona amorosa, que se preocupaba por los demás y humilde. Me enorgullecía por todo eso. Claro está, había ocasiones en las que mentía, hería a los demás, no guardaba la santidad del sábado e irrespetaba a mis padres. Sin embar- go, asistía regularmente a la iglesia, sabía que Cristo había muerto por mis pecados y me imaginaba que iría al cielo al creer en él. Para mis adentros, sabía que no iría al cielo gracias a mis obras; pero, mis creencias me hacían creer lo contrario. Nuestra única esperanza es Jesús. Únicamente después que abrí la Biblia y busqué a Dios, me dí cuenta de lo ciega que estaba en mis pecados ¡y de lo equivocada que estaba respecto a mí misma! La Biblia nos enseña que el corazón es engañoso y malo (Jer. 17: 9) y que todos hemos pecado y estamos carentes de la gloria de Dios (Rom. 3: 23). Reconocí los pecados que había cometido, dándome cuenta de mi verdadera naturaleza y de la necesidad que tenía de un salvador. Por eso fui llevada al arrepentimiento. Me- recíamos la muerte; sin embargo, Cristo tomó nuestro lugar. Cuán grande es nues- tro Dios que nos amó hasta el punto de morir por nosotros, ¡aun cuando éramos pecadores! (Rom. 5: 6-10). Es únicamente mediante un diario caminar con Cristo y nuestra total dependencia de su salvación, que nos libramos de la esclavitud del pecado y somos justificado, santificados y nacemos de nuevo (Rom. 6: 1-8). Si Dios tomara en cuenta nuestras obras, nadie llegaría al cielo. Sin embargo, nuestra esperanza reside en Jesús, quien nos representa ante nuestro Padre celes- tial (2 Cor. 5: 18, 19). Es decisión nuestra aceptar su don gratuito. Cristo en todo su amor y misericordia, busca constantemente entablar una relación personal con nosotros y nos pide entrar en nuestros corazones y transformarnos a su semejanza. Nuestra parte es responder con fe, morir al mundo y vivir de acuerdo con el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros, perseverando hasta el fin. Esta semana, al estudiar el problema del pecado, debemos adquirir una mayor esperanza y en - tendimiento de la solución final: la salvación mediante la cual experimentamos jus- tificación, santificación y glorificación en Cristo Jesús. Chelsie Sampayan, Rochester, Nueva York, EE. UU. 37
  • 3. domingo 21 de octubre Mateo 5: 21, 22, 27, 28; 12: 33-37; 15: 18-20; 22: 36-41; Logos Lucas 11: 43; Juan 1: 9; 3: 16; El pecado y el amor Hechos 3: 31, 32; Romanos 3: 23, 24; 5: 18; 8: 32; Efesios 2: 8-10; 2 Timoteo 4: 10; 1 Juan 1: 9; 2: 15; 3: 4; 15: 18, 19; 22: 36-40 El pecado no es sencillamente una acción o una serie de ellas (1 Juan 3: 4) La definición de pecado viene de 1 Juan 3: 4. Pecado es la transgresión de la ley. Sin embargo, el problema de considerar al pecado como únicamente una transgre- sión de la ley, a menudo significa que la solución al pecado consiste únicamente en dejar de violar la ley. Pero esto nos deja con una peligrosa e incompleta compren- sión del pecado, ya que el mismo no es exclusivamente algo relacionado al compor- tamiento. El pecado es un asunto del corazón (Mat. 12: 33-37; 15: 18-20) Lo primero que hemos de hacer respecto al comportamiento pecaminoso es co- rregir el mismo. El chisme debe ser acallado. El que engaña debe dejar de hacer- lo. El asesino debe ser encarcelado. Sin embargo, Jesús afirma claramente que di- chos comportamientos tienen una misma raíz: el pecado. Cuando un auto no arran- ca tú no le darás patadas y le gritarás hasta que arranque. Lo llevarás al mecánico para encontrar la causa del problema en lugares que quizá no puedas ver. Jesús dice que el problema del pecado surge lo más profundo de cada uno de nosotros y que únicamente un «mecánico de corazones» puede arreglar dicho problema. El corazón descompuesto o «pecaminoso» lleva a cometer acciones «pecaminosas». El pecado y el amor (Mat. 22: 36-41; Luc. 11: 43; Rom. 3: 23, 24; 2 Tim. 4: 10; 1 Juan 2: 15) Todo el mundo tiene un corazón inclinado a la pecaminosidad y al mal (Rom. 3: 23, 24). No podemos escapar a ese hecho por nosotros mismos. Jesús explicó que los mandamientos se resumen en amarlo a él, el Creador de todo, y luego en trans- ferir el amor de Dios a los demás (Mat. 22: 36-41). Jesús recriminó a los fariseos por amar al poder más que al dador del poder (Luc. 11: 43). Pablo le anunció a Timoteo con tristeza que Demas, su compañero de labores, abandonó el cristianismo cuan- do «amó a este mundo» (2 Tim. 4: 10). Por eso Juan continuó expresando la exhor- tación de Jesús a no amar al mundo ni a lo que está en él (1 Juan 2: 15). Cuando nuestro amor se enfoca en algo o en alguien que no sea Dios, nuestro corazón natu- ral y amante del pecado, se revelará. ¿Es acaso posible guardar la ley de Dios? (Mat. 5: 21, 22, 27, 28) Así como Jesús mostró que el pecado va más allá de las acciones, también reve- ló la forma en que la ley abarca mucho más que quebrantar la parte externa de la ley. Si tú odias en tu corazón, ya has cometido un asesinato. Si codicias en tu cora- zón ya has cometido adulterio. Trasgredir la ley adquiere un significado mucho más profundo cuando reconocemos la amplitud de la ley. Cualquiera puede guardar la 38
  • 4. parte externa de la ley. Únicamente Cristo, sin embargo, ha guardado perfectamen- te la ley. Por tanto, únicamente Cristo puede concedernos el poder para guardar los valores espirituales de la ley. Dios ha preparado el camino. Un corazón puro representa un don (Rom. 3: 23, 24; Efe. 2: 8-10) Tú no puedes ganarte la salvación, pues es un don de Dios. Es como recibir rega- los el día de tu cumpleaños. No hiciste nada para ganarlos. No te mereces los rega- los, únicamente los recibes por estar vivo. Los dones son tuyos porque tus amigos desean obsequiártelos y porque tú estás dispuesto o dispuesta a aceptarlos. Dios te ama y por eso te obsequia el don de la salvación. ¿Deseas aceptar su don? La salvación es de índole abarcante (Rom. 5: 18; 1 Juan 1: 9) Jesús promete perdonarnos todo pecado y maldad. El corazón rebelde de un hombre contagió con el pecado a todos sus herederos. Sin embargo, Cristo com- parte el antídoto para el pecado, prometiendo una plena justificación. El pecado puede ser totalmente erradicado si aceptamos ese antídoto. El pecado alcanza a todos (Juan 3: 16; Rom. 8: 32) Cristo no murió tan solo por unos pocos. ¡Él murió por todos! No murió úni- camente por los hombres o por las mujeres. Tampoco murió únicamente por los adultos, ni por los jóvenes. No seleccionó a una raza o nación, desechando a las demás. Tampoco prefirió a los ricos, o a los pobres. Cristo no murió por ti o por alguien más con el fin de determinar quién es digno de la salvación. Todos éramos indignos de acuerdo con la ley, pero Cristo nos ha dado a todos la oportunidad de ser salvos mediante su sacrificio. PARA COMENTAR 1. La concepción que tienes del pecado ¿cómo afecta a la forma en que entiendes el concepto de la salvación? 2. ¿Qué se te ha dicho que se necesita para obtener la salvación? ¿Están dichos requi- sitos avalados por la Biblia? 3. ¿Has encontrado algún «portero» en la iglesia que intenta controlar quiénes reci- ben la salvación y quiénes no? ¿Cómo deberías reaccionar ante alguien que actúa de ese modo? Aaron Purkeypile, Siracusa, Nueva York, EE. UU. 39
  • 5. lunes 22 de octubre Isaías 53: 1-7; Testimonio Romanos 3: 19-26; Suministros frescos Gálatas 5 «Miramos a nuestro yo como si tuviéramos poder para salvarnos a nosotros mismos, pero Jesús murió por nosotros porque somos impotentes para hacer eso. En él están nuestra esperanza, Pablo ora para que la iglesia de Tesalónica nuestra justificación, nuestra justicia. No debemos desalentarnos y temer que no tenemos Salvador, o que él no tiene pensamientos de misericordia hacia nosotros. En este mismo momento está realizando su obra en nuestro favor, invitándonos a acudir a él, en nuestra impotencia, y ser salvados. Lo deshonramos con nuestra increduli- dad. Es asombroso cómo tratamos a nuestro mejor Amigo, cuán poca confianza de- positamos en Aquel que puede salvarnos hasta lo último y que nos ha dado toda evidencia de su gran amor».1 «El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre». «La santificación que presentan las Sagradas Escrituras tiene que ver con el ser entero: el espíritu, el alma y el cuerpo. He aquí el verdadero concepto de una con- sagración integral. El apóstol San Pablo ruega que la iglesia de Tesalónica disfrute de una gran bendición: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5: 23).2 «El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influen- cia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La com- prensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el co - razón, y adecua la mente a la palabra implantada. Coloca los pensamientos en obe- diencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios, como fue abierto el cora- zón de Lidia. Nos coloca, junto con María, como personas que aprenden a los pies de Jesús. “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carre- ra» (Sal. 25: 9).3 PARA COMENTAR 1. ¿Qué significa acudir a Jesús en nuestra discapacidad 2. ¿Por qué es tan difícil cultivar la sencillez de Jesús y depender totalmente de él? 3. ¿Cómo le explicarías a alguien la razón por la que la mansedumbre es «el fruto más precioso de la santificación»? ______________ 1. Consejos para la iglesia, p. 83. 2. La edificación del carácter, p. 5. 3. Ibíd., p. 13. Ashley Wagner, McDonald, Tennessee, EE. UU. 40
  • 6. martes 23 de octubre Evidencia Romanos 3: 10-26 Salvación: el gran común denominador Durante dos viajes misioneros a Bangladesh y a Honduras me estuve preguntando si en realidad le estábamos aportando algo a la gente que se suponía estábamos ayu- dando. Numerosos versículos de la Biblia, incluyendo a Mateo 25: 35, 36, expresan cla- ramente la necesidad de ayudar a los demás. Mientras meditaba en mi labor durante aquellos viajes misioneros, pensé en la forma en que esos versículos podrían utilizarse unidos a la Gran Comisión (Mat. 28: 16-19). Me pregunté si había algún otro elemen- to en un viaje misionero además del tratamiento de los pacientes, de ayudar a los pobres y de sentirnos privilegiados por lo mucho que tenemos en nuestro país de origen. Debemos realizar nuestro mayor impacto en la salvación de las almas. Gradualmente llegué a la conclusión de que la salvación es lo único que logra un impacto legítimo, duradero y a largo plazo en las vidas de la gente. La salvación es el gran común denominador. La salvación es la solución divina a las desigualdades en los bienes materiales, en las del medio ambiente, en las oportunidades y en los abusos. La semejanza a Cristo y la piedad es lo que une al pueblo de Dios sin importar su crianza, la raza o su posición eco- nómica. La esperanza de la salvación es un motivo por el que podemos ser impactados por aquellos que practican la piedad incluso ante mayores obstáculos que los que noso- tros enfrentamos. Cristo no vino para darnos riquezas, gloria, reconocimiento, sanidad o felicidad. Él vino para traer salvación a aquellos que no la disfrutan así como paz y gozo para los que lo acepten. Sabremos que el cielo vale la pena si a diario renovamos nuestra conversión con Cristo, sin importar las dificultades que enfrentemos en este mundo. Asimismo cuan- do escuchemos las palabras: «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!» (Mat. 25: 23). Aunque tenemos una responsabilidad de llevar sanidad a los pobres y sufrientes y de amar a los demás, nuestra tarea como adventistas del séptimo día y como jóvenes no cesa con ello. Debemos realizar nuestro mayor esfuerzo por lograr la salvación de las almas. El apóstol Pablo escribió: «A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Rom 1: 16). ¿De qué te vale si vives toda tu vida ayudando a la gente, y ninguno llega al cielo? Dios nos llama a una norma más elevada. «Hagan todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos. Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos» (Rom. 13: 11). PARA COMENTAR ¿Por qué es más fácil hacer buenas obras a favor de los demás, que compartir el rela- to de la vida de Jesús? Albert Kim, Rochester, Nueva York, EE. UU. 41
  • 7. miércoles 24 de octubre Cómo actuar Efesios 1: 3-6 Convirtiéndonos en hijos de Dios De acuerdo con algunos organismos oficiales, el los Estados Unidos hay aproxi- madamente unos treinta y ocho mil millones de dólares de propiedades que no han sido reclamadas por sus dueños. ¡Algunas de ellas quizá le pertenecen a algún lector de esta guía de estudios! Quizá no hayas reclamado alguna herencia que un miembro de tu familia dejó al morir. Sin embargo, ¿sabías que hay una herencia aún más importan- te que no has reclamado? Me refiero a la vida eterna con tu Salvador y Creador, ya que has sido adoptado como hijo o hija de Dios mediante Cristo, aún antes de que nacieras (Efe. 1: 3-6). Existe una página de Internet (NAUPA), donde aparece un for- mulario para que los interesados reclamen propiedades que hay en territorio nortea- mericano. La Biblia también presenta los pasos necesarios para reclamar el don de la salvación. Por favor, observa los siguientes pasos con el fin de reclamar la mayor herencia jamás ofrecida: ¡La salvación te ofrece una vía de escape! Cree en él (Juan 3: 14, 15). Nicodemo deseaba hacerle algunas preguntas a Jesús, pero antes de que las expresara, el Maestro le dio las respuestas. Él le dice a Ni- codemo que para heredar la vida eterna, él debe creer que Jesús murió por nuestros pecados. Jesús también explica que eso es mucho más que una idea o declaración; que él fue enviado para salvarnos del mortal aguijón del pecado que nos habría mata- do en caso de que él no hubiera venido. ¿Como puede alguien demostrar dicha creencia? Arrepiéntete y sé limpio (Hech. 2: 36-38). Tú puedes dar fe de tu creencia al arrepentirte de los pecados que te han agobiado durante largo tiempo. Jesús vino a morir por ti de forma que ya no estés en las garras del pecado. ¡La salvación te ofrece una vía de escape! Mediante el bautismo, demostramos públicamente nuestra creen- cia y nos hacemos parte de la familia de Dios. Como sus hijos, podemos justificada- mente reclamar nuestra herencia: la vida eterna. Continuamente demuestra tu creencia (Sant. 2: 14-26). Una vez que hemos sido bautizados, debemos continuar creyendo que Jesús murió por nuestros pecados. A través de su muerte él te ofrece la herencia de la vida eterna. Decir que crees que él murió por nuestros pecados no es suficiente. Demuestra que crees al guardar los mandamientos de Dios y al ministrar a las necesidades de los demás. Entonces, y úni- camente entonces, la salvación se convertirá en parte de tu vida. PARA COMENTAR 1. ¿Por qué crees que Cristo murió por ti y por tus pecados? 2. ¿En que forma podrías demostrar tus creencias durante la presente semana? Keith Ingram, Carlisle, Pensilvania, EE. UU. 42
  • 8. jueves 25 de octubre Romanos 3: 21-26; 6: 23 Opinión Mi respuesta es… El presente es un relato acerca de dos amigos de la infancia. Uno de ellos se convirtió en un respetable juez y el otro en un diestro contable. Los amigos se en- contraron un día en la sala de un tribunal. Uno era el juez que presidía; el otro, el acusado en un caso de corrupción. El veredicto había sido recién pronunciado. Culpable. El juez enfrentaba un dilema. ¿Cómo podía él salvar a su amigo y al mismo tiempo dar cumplimiento a la ley? El acusado tenía dos opciones. Después de algunos momentos, el juez regresó al estrado y pronunció la sen- tencia. El acusado debía devolver todo lo que había robado, además de que se le im- pusieron las multas máximas estipuladas por la ley. El acusado se sintió destruido. No había forma en que pudiera devolver una suma tan elevada de dinero. Luego el juez hizo algo fuera de lo común. Bajó del estrado, se quitó la toga y se paró al lado de su amigo. Le echó el brazo al acusado y anunció a los presentes que él mismo se encargaría de pagar la multa. El acusado tenía dos opciones. Podía aceptar con gratitud la oferta de su amigo y librarse de la condena que le tocaba. Por otro lado, podría permitir que su orgullo se interpusiera y rechazar airadamente la dura sentencia. Las mismas opcio- nes se nos presentan a nosotros. Todos hemos sido hallados culpables de acuerdo a la ley de Dios (Rom. 3: 23). La condena de lugar es la muerte, pero Cristo la pagó por completo. Al igual de las vestiduras de bodas de Mateo 22, el pago de nuestras deudas se nos ofrece como un don gratuito; sin embargo, es un don que debemos aceptar. El amigo también debía tomar otra decisión. ¿Abandonaría él la sala del tri- bunal para continuar con sus viejos hábitos, o saldría con la determinación de cam- biar su vida para que su amigo se sintiera orgulloso? De forma similar nosotros tam- bién tenemos una decisión que tomar una vez que hemos aceptado a Cristo. ¿Con- tinuaremos con nuestras viejas costumbres, o viviremos para honrar y seguir a Jesús? ¿Cómo le mostraremos nuestra gratitud por el amor y el desprendimiento que Cristo mostró en su sacrificio en la cruz? El primer paso consiste en aceptar su sacri- ficio y su oferta de perdón. El mundo y el universo están ansiosamente esperando para ver cómo reaccionamos luego de esa decisión. ¿Cuál será tu respuesta? PARA COMENTAR ¿Cómo entendemos la diferencia entre esforzarnos por ganar el favor de Dios y vivir para mostrar nuestro agradecimiento por el don de Jesús? Sherwin Faria, Dayton, Ohio, EE. UU. 43
  • 9. viernes 26 de octubre Exploración Romanos 5: 5-8 El increíble don de la salvación PARA CONCLUIR La vida perfecta de Jesús revela el pecado existente en nuestras vidas y nuestra necesidad de un Salvador. Incluso nuestros intentos para realizar actos de bien están manchados por nuestra naturaleza pecaminosa. El pecado no es sencillamente una mala acción. Es de manera fundamental el resultado de un corazón desordenado que estimula acciones incorrectas o malvadas. La salvación se les ofrece a todos por igual, porque todos los que han pecado están destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3: 22-24). Una vez que aceptamos a Cristo como nuestro salvador también decidiremos vivir para honrarlo y seguir sus planes para nuestras vidas. CONSIDERA • Debatir el concepto de la salvación por fe en contraste con una fe sin obras que es muerta (Sant. 2: 14-26; Efe. 2: 8-9). • Componer un poema respecto a lo que crees acerca de la maravillosa gracia de Dios. • Ver la película Lutero, para entender los orígenes del protestantismo, algo que pone en alto la creencia en la justificación por la fe. • Orar pidiendo un más profundo entendimiento del plan divino de salvación, a la vez que afirmas tu deseo de disfrutar una relación salvadora con Jesucristo. • Llenar un cuaderno de apuntes con citas, imágenes, dibujos, poemas y cual- quier otra pequeña representación de lo que significa para ti la fe en Dios. Haz de ello un cuaderno de recuerdos dedicado a tu relación con Dios. • Repasar los siguientes temas en una concordancia: amor, fe, gracia, obras, peca- do, vida. Cuenta el número de veces que cada uno de ellos aparece en la con- cordancia. Una vez que determines cuál aparece más veces, dedica una sema- na a buscar a diario cinco o seis textos. Cantar un himno o corito que hable del gozo del cristiano. PARA CONECTAR Efesios 1: 7; Colosenses 2: 6; Santiago 2: 17; 1 Juan 2: 3-6. Debbie Battin Sasser, Friendswood, Texas, EE.UU. 44