1. APUNTES DE FILOSOFÍA 2º BACHILLERATODESCARTES Y KANT (FILOSOFÍA
MODERNA) Realizados por: Aitor Garcés Manzanera1
1.
DESCARTES
NOCIONES
Duda y certeza
Descartes elige el camino de la duda, duda de todo para ver si hay algo que se le
resista toda duda, es decir, encontrar algo que le resulte totalmente indudable y cierto.
La duda cartesiana es metódica, es decir, es un proceso metodológico para encontrar
la verdad indubitable. A diferencia de los pensadores escépticos que “dudan por
dudar”, cuyo objetivo es dudar de la existencia de la verdad absoluta – como el
pirronismo de la época – o de nuestras posibilidades de alcanzarla. Descartes duda
voluntariamente para encontrar una verdad de la que no se pueda dudar. La duda de
Descartes estambién universal, se extiende a la totalidad del conocimiento recibido
hasta ahora; de todos los principios en que se apoya dicho conocimiento, incluso hasta
lo más sólido y, en apariencia, evidente. Su duda es teorética, no se extiende al
terreno del comportamiento ético, sólo al plano de la teoría. Descartes propone re-
pensar la filosofía desde sus fundamentos. En Descartes, la duda metódica abarca
una serie de niveles. Primero, Descartes duda de los sentidos, ya que si éstos nos han
engañado algunas veces, se puede suponer que nos engañan siempre. Por tanto,
se considera provisionalmente falsos todos los datos que nos procedan de los
sentidos. El segundo nivel de duda Esla realidad exterior. Según Descartes, a veces
se tienen sueños tan intensos que parecen reales, por tanto no se puede distinguir
la vigilia – El hecho de estar despierto- del sueño, por lo que se puede dudar de la
existencia de un mundo exterior al pensamiento. El tercer y último nivel de duda es el
de la razón, Descartes dice que a veces nos equivocamos en razonamientos muy
sencillos tomándolos como verdaderos. Habla por otra parte de la existencia de un
genio maligno, que hace que nos engañemos incluso en los razonamientos más
sencillos en los que se hace uso de la intuición. Descartes usa la metáfora del genio
maligno para expresar la duda sobre la propia razón. Parece que esto nos lleva al
escepticismo, pero es entonces, cuando Descartes en el mismo acto repensar
encuentra algo que resiste toda duda: estoy dudando. Esto es, equivale a estar
pensando y para poder pensar es necesario que “yo”, en tanto que desarrollo el acto
de pensar, tenga que existir. Si no existiera, en tanto que pensamiento, no podría estar
dudando. Y de ahí Descartes concluye con su famoso “Pienso, luego existo”. Se trata
de una verdad tan firme y segura que ni los escépticos pueden rechazarla y constituye
el primer principio de la filosofía. Es una verdad que nos ha sido conducida por
la aplicación del método. No se trata de una deducción sino de una verdad captada
mediante la intuición. Así pues, analizando esta primera verdad, obtendrá dos
conclusiones: El yo como sustancia pensante, Descartes parte de los pensamientos
que descubre en sí mismo y a partir de ahí llega a la existencia del Yo como
pensamiento que existe. Yo soy una cosa que piensa. Pensar significa dudar,
entender, negar, afirmar… Esos pensamientos se dan en un yo como una cosa que
piensa. La actividad de pensar ha de obtenerse una alguna “cosa”: una sustancia.
Recoge así la noción aristotélica de sustancia: lo que existe en sí mismo y por sí
mismo y no necesita de ninguna otra cosa para existir. Es decir, lo que existe de forma
independiente. El Yo es una sustancia cuya esencia o atributo es pensar. Por otra
parte, saca la conclusión del criterio de certeza, ya que en su cita “Pienso, luego
existo” no hay más garantía de verdad que el hecho de que lo captemos de forma
clara y distinta. Así establece el criterio general de que todas las cosas que percibimos
con claridad y distinción son verdaderas, tienen absoluta certeza. No obstante, este
2. criterio ha sido puesto en duda por la hipótesis del genio maligno que todavía no ha
sido rechazada.
Alma y cuerpo (res cogitans y res extensa).
En la filosofía de Descartes, el método, la teoría del conocimiento y la metafísica se
encuentran profundamente interrelacionados. Descartes, a partir de la duda metódica
y de la evidencia de las ideas claras y distintas, fundamentó la existencia de la
realidad, estableciendo pues tres tipos de realidad: el pensamiento – Res cogitans –el
mundo corpóreo –res extensa –y Dios –res infinita -. Según Descartes, la realidad está
compuesta por cosas. Si cosa significa “ser real”, se deduce que el término cosa es
equivalente a sustancia, que definió como aquello que existe de tal manera que no
necesita de otra cosa para existir. Esta definición de sustancia únicamente es aplicable
a Dios, así pues, Descartes lo utiliza para referirse a la sustancia pensante o yo, así
como a la sustancia extensa o mundo corpóreo. De esta manera, ambas no pueden
existir sin la acción de Dios. En el orden del conocimiento, el yo pienso es la primera
existencia real en el ámbito del conocimiento. El “yo” es una sustancia o realidad
pensante – res cogitans -. Desde el punto de vista ontológico, es una sustancia
espiritual y finita – alma- cuyo atributo es el pensamiento y cuyos modos propios
son las ideas. A partir de esta Res Cogitans, Descartes dijo que se deducirían los
argumentos para afirmar otras dos realidades: res infinita o res extensa, también finita.
Contar solo con la evidencia del yo pensante dejaría al hombre encerrado de sí mismo
y aislado – solipsismo-. Una vez establecida la veracidad de Dios, resulta posible el
conocimiento del mundo exterior y establecer su tercer orden de realidad metafísica.
Descartes partió de la idea clara y distinta de extensión, en la que podemos concebir
la idea de cuerpo – no incluye la existencia de los cuerpos-.Este los deduce por
el hecho de que es imposible en nosotros concebir la idea de extensión para luego no
haber dichos cuerpos extensos. En tal caso, Dios nos engañaría y Descartes nos ha
demostrado que eso es imposible. Con respecto a la res extensa, Descartes nos dice
que el atributo esencial de ésta es la extensión, y su modo la figura. El mundo existe
como res extensa, tratándose de una sustancia finita que no necesita de otra para
existir, a excepción de Dios. La res cogitans, como ya hemos mencionado, se
identifica con el alma. Su esencia es el pensamiento y está dotada de facultades como
los sentidos externos e internos, la imaginación, el entendimiento y la libertad. Éstas
son las cualidades más importantes y propias del alma. Descartes menciona también
que el cuerpo humano es res extensa, una máquina cuyo motor principal es el
corazón, regido por las leyes de la mecánica, quedando reducida su vida al
movimiento, sin tener siquiera sensaciones – ya que son modos del pensamiento-. La
unión accidental del cuerpo y el alma resulta muy difícil de explicar, Descartes
entiende al ser humano como sustancia extensa y como sustancia pensante, es decir,
está compuesto por dos sustancias distintas. A pesar de ello, la interacción entre ellos
es clara cuando analizamos los sentimientos o el movimiento del propio cuerpo.
En este sentido, el alma conoce y se da cuenta de lo que le sucede al cuerpo – el alma es
consciencia-.Descartes entenderá el mundo material distinguiendo entre cualidades
primarias (cuantificables) y cualidades secundarias (no cuantificables y dependiente
del sujeto que las capta por sus sentidos).
Pensamiento e ideas.
Lo que ante todo se da en el cogito es el pensamiento, es inmediatamente conocido
por la conciencia. Por ello se sigue que hay identidad entre el pensamiento y la
conciencia, o lo que es lo mismo, que no hay pensamiento inconsciente. Para
Descartes, tanto sentir, imaginar, querer son pensamientos, como lo es la duda. El
pensamiento, conciencia, razón, e inteligencia van a ser aquí términos sinónimos,
asimilados a la esencia del yo. Yo pienso y pienso ideas, no cosas; me represento y concibo
las cosas a través de mis ideas. Por eso es muy importante para Descartes analizar y
comprender muy bien las ideas de las que disponemos, las ideas en las que
3. pensamos, para poder juzgar acerca de su verdad, de su verosimilitud, de su
confusión o incertidumbre. En este pensamiento lo que tenemos son ideas – término
equivalente a representación -. Las ideas tienen, por un lado, un carácter subjetivo:
son contenidos de la mente, y en ese sentido, todas son iguales. Por otro lado, las
ideas tienen un carácter objetivo, se refieren a una realidad diferente de mi mente. En
este sentido, no todas las ideas son iguales: hay ideas con más realidad objetiva que
otras: las ideas que representan sustancias son más reales que las que representan
accidentes; y la idea que representa una sustancia infinita tiene más realidad objetiva
que las ideas que representan sustancias finitas. Por otra parte, con el cógito sólo
tenemos un yo que piensa. Piensa pensamientos. Tendrá que basarse en alguno de
ellos para estar seguro de la existencia de alguna otra cosa, para poder conocer
nuevas verdades – éste es justamente el camino del argumento ontológico-. Así pues,
analizando los tipos de ideas, Descartes establecerá la conocida distinción entre ideas
Facticias, inventadas o imaginadas por mí. Adventicias – o que parecen, pues no lo
sabemos aún mientras dudamos, provenir de los objetos y cosas exteriores a nosotros
y que percibimos por los sentidos– e Innatas– virtual o potencialmente innatas, como
Descartes diría, esto es que están siempre potencialmente en nosotros, como
implantadas en nuestra mente por la naturaleza o, más propiamente, por Dios-.
Descartes dice que las ideas innatas no pueden proceder de otra fuente que nuestra
facultad de pensar, facultad que también nos es innata. Descartes nos dice que sólo
éste tipo de ideas son claras y distintas, pues considera que las adventicias son
confusas. La experiencia sensible solo proporciona las ocasiones para que la mente
reconozca aquellas ideas innatas que saca, por así decir, de sí misma, de su propia
capacidad natural. Como último detalle, según Descartes podemos distinguir entre
realidad subjetiva y objetiva. Todas mis ideas son precisamente ideas mías y, en
cuanto a tales, todas me parecen muy semejantes. Pero Descartes habla también de
la realidad objetiva de las ideas, y en esto dice que es la propiedad de nuestras ideas
que las hace referirse a algo, significar algo, apuntar o referirse a algo real. En este
segundo aspecto, a Descartes ya no le parecen todas las ideas iguales, antes al
contrario unas tendrán más realidad objetiva que otras, significarán cosas más reales
o perfectas.
TEMAS
El cogito y el criterio de verdad.
Visto que Descartes descubre como primera verdad que existe y que piensa, sabemos
que esto no es completamente original de él y que San Agustín ya dijo
algo similar con su “Si fallor, sum”. Descartes conocía muy bien el pensamiento
de San Agustín ya que lo había estudiado con los jesuitas de La Flèche, así como la
escolástica tomista por mediación de Francisco Suárez, el último gran escolástico
español.
Pero centrándonos más en su famosa sentencia “Cogito ergo sum”, hemos de
decir de ella, ante todo, que se trata de una intuición intelectual. Por su forma, cabría
pensar que se trata de un razonamiento o conclusión de un silogismo, cosa que el
propio Descartes nos presenta: para poder pensar es necesario existir; es así que yo
pienso; luego yo existo. Y nos dice Descartes que él no ha dudado nunca de la
evidencia, de la verdad, de la primera premisa: el pensamiento esta necesariamente
ligado a la existencia. Ahora bien, para Descartes, aunque el cogito puede expresarse
de esta manera, no es propiamente un razonamiento sino una intuición, esto es, la
captación intelectual inmediata o directa de una idea o concepto bien claro y distinto
– llamada por Descartes “naturaleza simple”. Esta intuición intelectual es el primer
principio de la filosofía cartesiana. Hemos de tener en cuenta que Descartes distingue
dos clases de principios: los abstractos, lógicos o formales– evidentes y constituyentes
de la base del pensamiento, pero que no dan a conocer ninguna cosa real o existente–
y los reales–por ejemplo, el cogito que se apoya en la realidad, primera verdad de
4. existencia y que nos permitirá, según Descartes, deducir a continuación la existencia
de otras realidades. El cogito es para nosotros la primera verdad, lo que significa que
es la única verdad absolutamente indudable. A partir de aquí se debe levantar todo el
edificio de la filosofía, debemos deducir, con evidencia, todas las demás verdades.
Para pensar o dudar, para tener conciencia de algo, tengo que existir y sé que existo en la
medida, y en el momento, en que estoy pensando. Descartes entiende por pensar “todo
aquello de lo que somos conscientes como operante en nosotros”. Por tanto, sentir,
imaginar, querer, dudar, etc. Son para Descartes pensamientos o formas de pensar.
Mas Descartes no se detiene aquí. Olvidando por un momento que está sometiendo
todo a duda y que, por eso mismo, no puede todavía confiar en su propia razón
(recordemos la hipótesis del genio maligno), se apresura a deducir, partiendo del cogito,
dos nuevas “verdades”. Y escribimos “verdades”, entre comillas, precisamente porque
no tenemos de momento más que una verdad (pienso, luego existo) y todo lo demás
es absolutamente incierto. Pues bien, estas dos “verdades” son las siguientes:
La primera, referida al yo; la segunda, a la verdad misma. Veámoslo brevemente, por
tratarse de algo a lo que habrá que aludir más adelante: Pienso y soy. ¿Pero qué soy?
Y cómo Descartes ha podido dudar de su propio cuerpo, entonces tiene que afirmar,
lógicamente: “yo no soy más que una cosa que piensa”. Algo capaz de pensar.
Pero es la segunda verdad la que nos interesa ahora: ¿en qué consiste la verdad?
¿Qué es la verdad? ¿Cuál es el criterio de la verdad? ¿Cuál es la norma o regla según
la cual podemos afirmar que algo es verdadero y distinguirlo de lo falso o dudoso? Si
el cogito es verdadero, tendremos que saber por qué es verdadero. Y esto es lo mismo
que saber en qué consiste, al menos, una verdad: la principal, la básica, la
fundamental. A las preguntas anteriores responde Descartes diciendo: porque lo
concibo o lo entiendo, de manera clara y distinta. He aquí, pues, hallado el Criterio
De Verdad, de toda verdad: lo que entendamos de manera clara y distinta será verdadero, y lo que
no será falso. El error se da en los juicios sólo cuando juzgamos precipitadamente, por
ejemplo, sin la debida seguridad. Por eso es importante seguir las reglas del método,
con el debido orden, con el debido cuidado para estar bien seguros de no olvidar nada,
de no equivocarnos en nada. Y esto nos obliga a una última y breve consideración: la
novedad, la originalidad del criterio de verdad cartesiano, lo que es casi lo mismo, del
criterio moderno de la verdad. La filosofía anterior, lo hemos dicho, era esencialmente
Realista y hacía depender la verdad del ser mismo de las cosas. En cambio, la
filosofía cartesiana inicia el camino del idealismo en la medida en que desplaza la
norma de la verdad hacia el sujeto que conoce en lugar de verla en el objeto conocido.
Las ideas, la conciencia, serán el fundamento del ser para la filosofía moderna de
corte idealista y racionalista. Si nos fijamos bien, el ser, la realidad, no aparece como
tal en el criterio de verdad o certeza cartesiano: mis ideas, mis contenidos de
conciencia, en la medida en que son evidentes para mí, constituirán lo verdadero.
¿Dónde está el ser, donde está la realidad? Supeditada a la conciencia. Kant explotará
y desarrollará, como veremos en el tema siguiente, esta nueva fundamentación de la
filosofía.
Las demostraciones de la existencia de dios.
Por medio de la duda se pretendía encontrar una verdad indudable y se ha
demostrado el cogito, el “pienso, luego existo”. Ahora empieza la parte constructiva,
compositiva o deductiva. La primera consecuencia es lo que yo soy, una cosa que
piensa, que tiene ideas; también el criterio de certeza, la evidencia aun no está libre de
sospecha. Lo más urgente será restaurar la confianza en dicho criterio. Para
conseguirlo hay que demostrar la existencia real de Dios. Las ideas son ciertos modos
de pensar, y todas parecen proceder del “yo” del mismo modo, son actos de la mente.
Según el origen pueden ser innatas – cuando nacemos con ellas – ficticias – las que se
inventan – o Adventicias – son las ideas cuyo origen está fuera de nosotros-. Su
diferencia en cuanto a contenido es su realidad objetiva. Las que representan
sustancias contienen más realidad objetiva, participan de más grado de perfección que
5. las que representan modos o accidentes. La idea de Dios tiene más realidad objetiva
que aquellas que son finitas. La idea de Dios se encuentra en mí y tiene en sí
la máxima realidad objetiva. Aplicando el principio de causalidad a la idea de Dios, se
aportarán pruebas para demostrar su existencia. La primera asume el viejo principio
de causalidad. Todas las ideas que hay en mí las he podido causar exceptuando la
idea de Dios, entendiéndolo como una sustancia infinita, omnisciente, omnipotente,
por la cual yo mismo y todas las cosas que existen han sido creadas y producidas.
Concluyendo pues que Dios existe, ya que si existe en mí la idea de sustancia, no
podría haber en mí la idea de sustancia infinita, siendo yo un ser finito, a menos que
hubiese sido puesta por una sustancia infinita. Descartes dice, pues, que Dios existe
como causa de su idea en mí. La segunda prueba que nos dice Descartes es, que la
existencia no puede ser de uno mismo, sino que su creación y conservación dependen
de otro ser, no siendo posible su procedencia de otro ser menos perfecto que Dios.
Hay que concluir que, puesto que existo, y puesto que la idea de un ser perfecto,
Dios , está en mí, la existencia que Dios queda demostrada, siendo ésta una idea
innata, puesta por él al crearme. La tercera prueba queda aportada por Descartes en
la quita meditación. Se trata de un argumento ontológico, que nace de la consideración
de la idea de Dios. A cualquier idea de una cosa obtenida del ejercicio de mi
pensamiento, todo cuanto reconozca pertenecerle clara y distintamente le pertenece
necesariamente. De la simple consideración de la idea de Dios, que reúne en sí
infinitamente todas las perfecciones, se sigue necesariamente su existencia real, ya
que ésta es una perfección. La existencia real es una perfección, luego le pertenecen
necesariamente. La causa de no haberlo visto antes es el acostumbramiento que se tiene en
distinguir siempre las cosas entre su esencia y existencia, y tal distinción real es
imposible en Dios. Puesto que no se puede concebir a Dios sino como existente, se
infiere que la existencia es inseparable de Él y, por lo tanto, que existe
verdaderamente. Por ello no se es libre de concebir a Dios sin la existencia, es decir, a
un ser sumamente perfecto, sin una suma perfección. Así pues, Dios constituye el
garante último y definitivo del criterio de certeza. Si Dios es perfecto no puede
engañarme, y como Dios es la causa de mi existencia y me ha hecho como soy, debe
garantizarme que lo que yo concibo como evidente, sea indudable. Luego no hay lugar
para el “genio maligno”.