1. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América se constituyó el 14 de diciembre
de 2004, y se formó como una iniciativa regional antiimperialista del ex presidente Hugo
Chávez, en contraposición del ALCA y la influencia de Estados Unidos en el continente,
ofreciendo un nuevo modelo económico y social de izquierda para la región.
De forma no tan simple, esta organización tenía un sentido de ser como estrategia de política
exterior, que encuentra sus raíces tanto en el Plan de Desarrollo Económico y Social 2001-
2007, y el Primer Plan Socialista Simón Bolívar de 2007-2013, en los cuales se abogaba por la
integración energética regional, para que Venezuela se apreciara como potencia energética
con influencia mundial; por el uso del Petróleo como arma de defensa; por la Integración
latinoamericana y caribeña; por la consolidación de nuevos bloques de poder que dieran
quiebre a la hegemonía existente y por afianzar valores políticos compartidos entre países.
Asimismo, la idea de esta organización encontró cabida en el sistema internacional regional y
doméstico. En el contexto internacional regional, para los años de creación del ALBA,
imperaba una percepción de no atención de Estados Unidos al continente, un alejamiento
debido al involucramiento en Irak de la administración de George W. Bush y por su lucha
contra el terrorismo, al cual Chávez aprovechando estas oportunidades del sistema, respondió
con la conformación de su propio “eje del bien”, que respondería a las demandas del nuevo
siglo.
Es así como Chávez intentó ser “la ola del futuro”, donde los demás países se plegarían por la
expectativa de los frutos de la cooperación y los beneficios económicos otorgados al ser
aliados. De igual manera, por el apoyo que brindaría al ser un protector solidario y fiel, que los
“comprendía” y se “comprometería” a no abandonarlos.
Su operación se basó en dos instrumentos de penetración y unificación: el petróleo y la
ideología. Creando casi en simultáneo y no por casualidad, el ALBA y PETROCARIBE, siendo
los países más activos a medida que se sumaban, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, y los
países del caribe, como Dominica, San Vicente, las Granadinas y Haití.
No obstante, para Venezuela, la existencia del ALBA, obedecía a dos niveles de análisis, pues
buscaba consolidación regional y nacional, ya que la verborrea antiimperialista era un modo
más de movilización y cohesión de la población en el país, para afianzar el sistema de
gobierno y su élite, que había estado en agitación tras los sucesos de abril de 2002 y del
revocatorio presidencial de 2004.
El Alba entonces se traduce como una plataforma para el revisionismo, un puente entre un
dador y sus beneficiarios, de los que se espera retribución, más no una integración. Sus
miembros para Venezuela, son fichas de manipulación en controversias políticas de carácter
doméstico y regional, que ha resultado con éxitos en algunos escenarios, por ejemplo en la
OEA.
En esta instancia, Venezuela ha usado al ALBA para socavar las reformas y las funciones de
sus organismos, como en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos; para entorpecer
el desarrollo de sus reuniones y audiencias cuando el asunto les compete; para retrasar
acuerdos y declaraciones de contenido social en el marco de la institución y en contraposición
a los Estados Unidos de América.
Entonces, el ALBA ha sido una forma más de exportación de la revolución y de la doctrina del
socialismo del siglo XXI, y una “piedra en el zapato” en los intereses y planteamientos
2. estadounidenses en el marco de organizaciones internacionales regionales, que impide se
consoliden sus objetivos políticos.
Sin embargo, se debe recordar que en el desarrollo de la política exterior y la diplomacia, la
prudencia es la máxima, y que siempre es posible la alianza entre rivales, sobre todo al existir
interdependencia económica. Por eso, la intransigencia en crear enemigos y rivales eternos,
como es el caso con Estados Unidos, termina siendo una estrategia contraproducente en
nuestro interés nacional y el posicionamiento del país en el orden mundial que se desarrolla
en el nuevo siglo.
Finalmente, estos diez años del ALBA han sido conmemorados como un éxito, pero la realidad
es que se ha convertido en un intento inapropiado e ineficiente de conformar un nuevo
equilibrio de poder regional, que se ha traducido en más costos que beneficios para el país.
El ALBA no se ha constituido como la principal organización regional, ni Venezuela ha sido su
principal cara, más bien se ve opacada por su anacrónica retórica y las desfavorables
condiciones económicas y políticas de sus países miembros, perdiendo vigencia ante nuevos
escenarios en el continente, como la Alianza Pacífico.
El querer ser el nuevo hegemón en la región mediante la conformación de nuevas coaliciones
regionales, fue solo una quimera de la revolución socialista, que olvidó que la mejor carta de
presentación de un país, a parte de una atractiva ideología, son sus favorables condiciones
internas, el mejor estado de su economía, su desarrollo tecnológico, social, académico y su
estabilidad política. Ahí radica el verdadero poder y la fuerza para obtener la emulación y
pliegue de los demás países que son necesarios para alcanzar nuestros objetivos.