1. LOS PUEBLOS INDÍGENAS PRERROMANOS Y LOS COLONIZADORES DE LA PENÍNSULA IBÉRICA.
La primera llegada de población documentada arqueológicamente en la península es la de los pueblos indoeuropeos.
Comienzan a llegar lentamente desde finales del siglo XI y este movimiento se produce hasta aproximadamente el final del
siglo VI a.C. Eran gentes procedentes de Centroeuropa con un mismo sustrato lingüístico: el indoeuropeo. Se establecieron
sobre todo en Cataluña y en la Meseta, desde donde se expandieron hacia el norte y el oeste peninsular. Estos pueblos conocían
el hierro, tenían una economía basada en la agricultura y la ganadería, y algunos practicaban un ritual funerario consistente en
incinerar el cadáver, depositar las cenizas en urnas y enterrarlas (campos de urnas). Cuando lleguen los colonizadores
mediterráneos, les llamarán “celtas”, ya que su cultura era similar a la de los pueblos que los griegos denominaban “keltoi” o
los romanos “galos”.
Las fuentes escritas, principalmente las obras de historiadores griegos y romanos, dejaron constancia de la existencia
del reino de Tartessos en el sur de la Península Ibérica. También la Biblia menciona un reino de Tarsis. Hay constancia en estas
fuentes de la existencia de monarcas, como el legendario Argantonio. Se han encontrado restos de esta misteriosa civilización
que permiten datarla aproximadamente entre los siglos X y VI a.C. Se extendía desde el bajo valle del Guadalquivir y el sur de
Portugal hasta el sur de Extremadura. Las fuentes arqueológicas han dejado constancia de la riqueza en minas de plata, oro,
cobre o hierro, y de la relación comercial con los asentamientos griegos y fenicios de la Península, basada en el intercambio de
minerales o productos agropecuarios por bienes de lujo como perfumes, ámbar, cerámica o joyas. Parece ser que los tartesios
dominaban las rutas de acceso al estaño y esta pudo ser la razón por la que los fenicios entablaron relaciones comerciales con
ellos.
Hacia el siglo XI, procedentes del Mediterráneo oriental los fenicios fundaron en la costa sus primeras colonias, entre
las que destaca Gadir (Cádiz). Son los primeros pueblos colonizadores mediterráneos. Su intención no es ocupar el territorio,
sino comerciar. Por ello fundan factorías comerciales en la costa, que con el paso de los años se convirtieron en ciudades. Su
presencia en la península llega hasta el siglo VI, coincidiendo con la decadencia de las ciudades fenicias debido a su conquista
por el imperio asirio.
En el siglo VIII a.C. los griegos desembarcaron en el noreste de la Península, aunque sus actividades no están bien
documentadas hasta el siglo VI a.C. Procedentes de Massalia (Marsella), fundaron enclaves coloniales como Emporion
(Ampurias, Girona) y Mainake (Málaga) desde los cuales establecieron contactos comerciales y culturales con los pueblos
indígenas, que estimularon el desarrollo de sus ciudades. Su presencia en la península llega hasta la invasión de los romanos
(s.I a.C.)
Los cartagineses proceden de Cartago, una colonia fenicia del norte de África. Cuando se produce la caída de las
metrópolis fenicias a manos de los asirios, los fenicios (o púnicos) de Cartago les suceden en el comercio con las costas
ibéricas. Pero primero deben acabar con los griegos, que se habían extendido hasta Tartessos aprovechando el vacío dejado
por los fenicios. Se enfrentan a ellos en la batalla de Alalia (537 a.C.), victoria pírrica de los griegos que dejarán el comercio
ibérico en manos de los cartagineses. Su presencia en la península llegará hasta la llegada de los romanos, a finales del III
siglo a.C. Fundaron colonias como Ebusus (Ibiza) y Villaricos (Almería), aunque Carthago Nova (Cartagena) fue el la más
representativa de su poder.
Estos pueblos colonizadores comerciaban con los iberos, pobladores indígenas de la península que se situaban en las
costas este y sur. Su cultura se desarrolla desde el siglo VII hasta el I a.C., coincidiendo con el final de la conquista romana. El
nombre de Iberia es el dado por los griegos a la península en el siglo VI. La referencia más antigua relacionada con los íberos
procede de la “Ora marítima” de Avieno, escrita en el siglo IV, basándose en otro libro escrito por los griegos de Massalia en
el siglo VI. Los íberos en realidad eran varias tribus con un idioma similar que estaban influidas por las colonizaciones púnica
y griega, lo cual propició el desarrollo de la acuñación de moneda propia y el desarrollo del urbanismo y la escritura, tal y
como describe Estrabón. Los principales pueblos íberos eran:
-Cataluña: indigetes (Gerona), lacetanos y ausetanos (interior de Barcelona), layetanos (costa de Barcelona), ilergetes (Lérida)
y cosetanos (Tarragona).
-Comunidad Valenciana: ilercavones (Castellón y sur de Tarragona), edetanos (Valencia) y contestanos (Alicante y sur de
Valencia, entre los ríos Júcar y Segura).
-Región de Murcia: mastienos (costa), con capital en Mastia (Cartagena).
-Islas Baleares: baleáricos.
-Andalucía: turdetanos o tartesios (zona occidental-Huelva, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Jaén y Málaga), bastetanos (zona oriental-
Almería y Granada), con capital en Basti (Baza) y oretanos (Jaén y Sierra Morena).
Los pueblos celtas habitaban, a la llegada de los romanos, el centro, el oeste y el norte de la Península, y presentaban
rasgos culturales indoeuropeos, incluido el idioma, pero no conocían ni la moneda, ni la escritura. Su origen se funde con la
llegada de los indoeuropeos desde el siglo XI y se prolonga hasta la conquista romana, siglo I a.C. Sus ciudades tienen planos
urbanísticos diferentes de las de los íberos y su arte es más tosco, aunque dominan la metalurgia del hierro. Los principales
pueblos celtas de la península fueron: galaicos, astures, cántabros, vacceos, vettones, carpetanos y lusitanos.
El contacto entre celtas e iberos originó la adopción de técnicas y costumbres íberas por parte de los pueblos celtas
que ocupaban el este de la Meseta y el Sistema Ibérico, como el torno del alfarero, la rueda, la moneda y el alfabeto. Estas
tribus celtas fueron las primeras que conocieron los romanos en su conquista del interior de la península y por ello fueron
denominados como “celtas de Iberia” o celtíberos. Estos pueblos fueron, según las fuentes romanas: lobetanos, lusones,
pelendones, berones, arévacos, bellos y titos.
2. Los contactos comerciales entre los colonizadores púnicos y griegos y los pueblos indígenas favorecieron en estas
comunidades el desarrollo de la agricultura, (que se benefició de la difusión del arado y de la introducción de nuevos cultivos
como la vid, el esparto y el olivo), y de las actividades artesanales con la difusión del torno de alfarero y de la metalurgia del
hierro. Se introdujo la metalurgia del hierro, el aprovechamiento de las salinas y la producción de salazón de pescado. El
comercio se desarrolló especialmente a través de los contactos por el Mediterráneo, la difusión de la moneda y las nuevas
técnicas de navegación.
Los pueblos indoeuropeos proporcionaron a la cultura celta el idioma y la metalurgia del hierro, mientras que el
comercio con los pueblos colonizadores propició la acuñación de moneda, y el desarrollo del urbanismo y de la escritura en la
cultura ibera.
La sociedad y la cultura se enriquecieron gracias a la difusión de la escritura alfabética fenicia y griega, y la llegada de
nuevos conceptos urbanísticos, formas artísticas y deidades.
El arte ibero refleja la influencia oriental de los pueblos colonizadores y destaca, sobre todo, en las artes decorativas.
La escultura se caracteriza por la utilización de la piedra y el bronce, y la representación de temas religiosos sin que aparezcan
divinidades. Algunas de las tipologías más abundantes son las pequeñas estatuillas de bronce, utilizadas como ofrendas o
exvotos, y las estatuas de piedra de mayor tamaño con finalidad funeraria o religiosa. Entre estas últimas destacan la Dama de
Baza y la Dama de Elche, muy ricamente decoradas, y también la Gran Dama Oferente, con el frontalismo típico griego.
También son frecuentes las representaciones de animales, algunos de ellos antropocéfalos (Bicha de Balazote).
La cerámica tuvo un impórtate desarrollo, a causa de la difusión del torno alfarero que permitió su producción en
cantidades mayores y de forma especializada. Sus formas cerámicas denotan influencia oriental, sobre todo griega, y presentan
una rica decoración pintada: la más antigua con motivos geométricos (bandas, círculos y semicírculos) y la más reciente con
motivos figurativos (guerreros, escenas de recolección o actividades textiles).