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HOJAS DE LA MEMORIA PERIODÍSTICA
MANUEL BLANCO: LA INDAGACION Y LA ENTREGA
Hombre asiduo de cantinas y redacciones. Dispuesto a navegar hasta por la red en los
últimos tiempos de su vida. Lector voraz y dialogante exaltado, crítico de danza, creador
de la página cultural del nacional. Con esos antecedentes, era lógico que Manuel Blanco
fuera llamado a colaborar en la revista mexicana de Comunicación (rmc).
El periodista piensa es como la esponja y un ventilador a la vez. Tiene que absorber todo
lo que hay a su alrededor con su mirada para luego del proceso mental lanzarlo a quien
debe ir.
Para tener dicha capacidad, se dice hay que ser crítico y autocrítico. Algo poco común
debido al ego predominante en el oficio periodístico, lo que no tenia, de ninguna manera,
Blanco. El gustaba de la sencillez que no simpleza para expresarse en todas ocasiones: de
palabra o por escrito.la atención medida de las cosas, la experiencia que va dejando huella
y la prosa que seduce para que comprendamos correcta y atractivamente lo que se trata
de expresar.
Manuel Blanco, de oficios diversos y estudios solo de vocacional, había decidido tiempo
atrás ser periodista de vocacional, había decidido tiempo atrás ser periodista de tiempo
completo.
Para lograr que las frases vayan tomando cuerpo, ritmo, vigor, es necesario, todos lo
sabemos, lecturas constantes. Escoger los textos: todavía más importante. José Revueltas,
Mario Puso, Efraín huerta era un trío, entre un conjunto grande de notables autores, que
marcaron la prosa y la vida de blanco .la tragedia humana junto con la militancia y la
desazón ante los jerarcas de la izquierda; el descubrimiento que el poder llega a los
extremos para mantenerse y esta confabulado con la mafia; el erotismo, la descripción de
la ciudad y sus diversos habitantes (de la prostituta al músico trompa de hule) y la belleza
por el armado de las letras son las características de los mencionados escritores. De ellos
salió parte de leña escritura manuelina.
Este libro que tiene en las manos, se inicia realmente cuando Manuel habla de los
periodistas con su “rabo verde”.
Para blanco es algo similar en el oficio: aquellos que se presentan como periodista y son
únicamente simuladores. La crítica blanquiana es mordaz y exacta.
Pero lejos de lamentarse o caer en la desesperación por esta grave situación, el autor la ve
desde lejos no obstante que convivio y conbebió con ellos para darnos una visión de lo
más execrable de cualquier profesión: el convertirse en mercenario. Ya sea utilizando
máquina de escribir o computadora.
Finaliza la obra con ”la libertad de escribir”, muestran la pelea constante que hay entre
libertad y necesidad. La libertad para crear y la necesidad de restringirse a las palabras
exactas, las frases concisas, la ausencia de superficialidades, como anota blanco: oponerse
a la “observación crítica, el despliegue de la imaginación y a la creatividad del reportero”,
sobre todo “una búsqueda afanosa y constante y una práctica de libertad”
Hay otros catorce comentarios donde encontramos la exigencia del quehacer periodístico,
la reivindicación de los fotógrafos (blanco fue un maestro inmejorable y poco reconocido
por las mafias), los retos del tecleador en esta hora, la forma en que el tiempo presiona y
dificulta el trabajo creativo y más que el atento lector descubrirá, en esta breve pero
importante antología de este “pasionario” de las palabras su trabajo, sus limitaciones
económicas siempre presentes, los cambios sociales que se estaban o deberían producirse
y ocasionalmente su familia (algo que los sociólogos o sicoanalistas deberán algún día
describir: porqué el núcleo humano más ¿cercano? se deja al último). A los más notables y
aparentemente “vagos” de este círculo se les llamaba “bohemios”; Manuel Blanco,
guardando las proporciones, eran parte de esa categoría. Ambos, si se mira de cerca su
historia tuvieron dos pasiones, entre otras muchas, el trabajo incansable y la precisión por
el lenguaje.
En este oficio que según algunos teóricos tenderá a desparecer como es actualmente en
menos de un decenio debido al internet, en el caso de Manuel, es vivificar el ambiente,
saber qué estamos aquí todavía luchando, pero entender que hubo quién motivó la
existencia al desvelarnos lo fundamental de una tarea importante y despreciada por
muchos, incluidos los dueños de los medios: el periodismo.
Pues ya sabemos, por ejemplo, que para CONACULTA el trabajo periodístico no tenía
importancia y cuando se editaba era por mero accidente.
Mucho más podríamos decir acerca de este hombre magistral que fue Manuel Blanco y su
trabajo. Descubra con nosotros el universo de un personaje que supo darse una formación
autodidacta para demostrarnos que el periodismo es pasión, dedicación, exigencia,
observación de todo y con todos.
Aquí sigue, afortunadamente, y está con ustedes: ¡MANUEL BLANCO!
PRESENTACIÓN
Manuel Blanco era uno de esos atípicos personajes que escasean en el periodismo
mexicano. De aquellos que leen, escriben y viven mucho habitados de gozos búsquedas y
compartires.
Llegó a pedir trabajo a la redacción de la revista mexicana de cultura y aparecía en el seno
del periódico el nacional desde allí, Manuel encaminaría sus afanes profesionales,
encabezó durante 20 años para erigirse en referente e impulsor del diarismo cultural en
México.
Blanco también incursionó en los colores de la crónica urbana, supo ganarse el
reconocimiento, siempre callado, de muchos lectores y colegas.
Tecleador del “el farolito semanal”, columna que publicó durante los últimos diez años en
el financiero, y de “ciudad en el alba”, columna de crónica que nació y dejó de aparecer en
el nacional, blanco se bebió las distintas mieles y desazones propias del periodismo.
Además era dueño de las dos mayores virtudes que abrillantaban los frutos de un
cronista: observación y prosa magistral.
Los últimos escritos incluso fueron pergeñados casi postrado por la enfermedad que lo
aquejaba y que finalmente le arrebato la vida, tras su largo trasegar en el oficio, imágenes
pintorescas, que a su vez encierran dilemas, críticas y desafíos a sus colegas periodistas.
Muestra aquellas hojas que el verano del tiempo ido dejó en la memoria periodística del
buen Manuel Blanco.
VIEJOS PERIODISTAS CON SU RABO VERDE
Todos los hemos visto. Toman café en la sala de prensa del aeropuerto o estiran las
piernas en las salas de espera. Aguardan parsimoniosos en la oficina de prensa de
cualquier institución o platican medianamente animados en algún pasillo del palacio
legislativo.
Esto es: no se distinguen en casi nada del resto de sus compañeros periodistas. Son los
viejos periodistas con su rabo verde.
¿Qué los distingue entonces? en medio de los sobre sargos del oficio es cuando el
ayudante se le acerca para decirle que el jefe de redacción, o peor aún, el director, desea
verlo. Se pone de pie, se coloca el saco y sale presuroso mientras se va componiendo el
nudo de la corbata.
Con su rabo verde, empero, leen sin comprender muy bien, las informaciones que el
periódico destaca cada día y fueron extraídas de los boletines oficiales de prensa dentro
de su cuadro de opciones cotidianas que él mismo renunció a la posibilidad, que siempre
sintió remota, de obtener las ocho columnas famosas.
LOS ARTISTAS NO TOMAN FOTOS DE OVALITO
¿Cómo que unas fotos de ovalito? ¿Las quieres para tu pasaporte o para una acreditación?
En realidad nunca se han podido llevar. Fotógrafo y reportero siempre se miraron mal. La
fotografía llegó tarde a las páginas de los periódicos y desplazó –no sin dificultades- a la
ilustración. Todavía no existen editores que insisten en la viñeta, en el retrato a línea, en
el cartón político, con exclusión de la foto.
En cambio el ilustrador fue cuando mucho un buen artesano del buril o del lápiz. Y el
fotógrafo ni siquiera eso, porque siempre fue un arrimado de la información.
Solo que otra vez la versión es equivoca. La verdad es que los fotógrafos, con sus pesados
armatostes al hombro o sobre las espaldas, se encargaron de documentar todos los
trajines en los años revolucionarios.
El fotógrafo de prensa es incansable. La foto artística nunca fue para ellos: la foto de
estudio, la foto trabajada en el laboratorio, la foto meditada larga y detenidamente la que
calcula las medidas de la luz y sus contraste: la que busca el equilibrio.
Y resulta que ahora su esfuerzo si es un trabajo calificado, que sus fotos ganan las
primeras planas de los diarios y se dan, a veces, el lujo de conquistar las ocho columnas.
No, los artistas de la lente no toman fotos de ovalito. Aunque sepan hacerlo. Su materia es
la vida.
Los poetas no se ensucian las manos
Un día llegó a la redacción de un muchacho, quería entregar colaboraciones para la
sección de cultura, que la única condición era que estuvieran bien escritos. Trate de
explicarle que había normas mínimas para la presentación de originales, pero su respuesta
fue airada y contundente, sólo que la computadora ahorra tiempo y digamos que facilita
el trabajo.
La historia del poeta debió terminar ahí, pero las cosas sucedieron de otro modo.
Continuaba escribiendo con la misma prosa deseada, aunque era evidente que los
correctores le metían la mano sus escritos.
Así es la vida, he conocido reporteros de prestigio internacional y a notables
comentaristas políticos, cuyos textos siempre me han resultado de muy difícil lectura. A
pesar de que con el tiempo ha conseguido editar numerosos libros con entrevistas y
reportajes.
SE SUFRE PERO SE APRENDE COMPAÑERO
Los años, pero también los golpes de la infranqueable realidad, endurecen al reportero.
Con todo, hay asuntos que no parecen soslayables en la vida de un reportero. Los
sinsabores, las afrentas, las pequeñas o grandes frustraciones, forman parte del menú
cotidiano. Por fortuna, no hay aquí manuales ni enseñanza académica que valgan. En
cambio parece ser la decisión y el ingenio son las únicas armas con que puede contar el
reportero.
Y las cosas no son sencillas. Lo sabe el reportero que intenta franquear las vallas
impuestas por el estado mayor presidencial.
En el nacional donde trabajé veinte años, había la decisión inflexible de la empresa de que
los reporteros justificaran, peso sobre peso, sus gastos de viaje.
Un día, después de muchas exigencias y muchos remilgos, entregué mi estado de cuentas:
de un lado lo que más habían dado y del otro lo que había gastado.
Lo que sólo el tiempo cura
El periodista, dicen los manuales de periodismo, no tiene por que saberlo todo; hay que
aceptarlo, han vivido generaciones periodísticas. Unos, pensando que no tienen la
obligación de saberlo todo, creyendo que tienen el deber sagrado de preguntarlo todo.
Entre unos y otros han estado los prudentes, los silenciosos, convencidos de que hay
muchas otras cosas en la vida en las que no puede invertir tiempo.
Había un reportero que se daba maña para evitar a toda costa las entrevistas, otros en
cambio, no paran de hablar y expresan con su persona el síndrome de la entrevista o
aunque sea la nota exclusiva. A la distancia, el único defecto que se le mira a este modo
nunca ortodoxo de acceder a la información, es que no toma en cuenta que los otros
reporteros de la fuente…. han pensado y se han manejado con un criterio bastante similar.
Pero al lado de los empíricos, están teóricos. De alguna forma, éstos también se
convierten en una calamidad. Y uno no se explica incluso por qué van a la entrevista, si lo
que diga el entrevistado ellos lo saben d antemano y tienen hasta la capacidad de sacar
conclusiones mucho antes que el susodicho.
Habrá que aceptar, quizás que en el reportero existe una especie de compulsión que lo
arroja continuamente a un lado de los que el común de los mortales suele llamar
normalidad. Por eso es que para quienes no llevan el gusano del periodismo en las
entrañas, es decir, para los prudentes y silenciosos.
El que espera desespera
En el mundo a veces solemne pero siempre irreversible de la información, lo que no se
vale es llegar tarde. Y no sólo eso tiene que llegar todo sudoroso, oliendo a vagón del
metro, a redactar las notas, y hacerlas a la carrera por que apenas se sienta frente a la
máquina de escribir, y ya están encima de él, exigiéndole que termine por que ya están
cerrando la edición.
Y todavía quiere la empresa que uno redacte correctamente y hasta que le meta uno
imaginación a lo que escribe, como que llegará a pensar el reportero. Y por supuesto, en
vez d aprender a redactar rápido y bien.
Por ejemplo, aprende a servirle del boletín de prensa, donde ya todo está dicho y bien
digerido.
También llega corriendo a la conferencia de prensa, escucha y anota. Si se le hizo tarde y
ya no alcanzó lo sustancial del acto, acude a sus compañeros de la fuente informativa.
Pero el problema se complica cada vez que el jefe de información le pide al reportero no
un puñado de simples notas informativas. Si no comprende, al menos intuye que lo
aprendido en la escuela, si alguna vez pasó por ella, le sirve de muy poco o de nada.
Pero el oficio es así: tirano, compulsivo, ingrato, sufrido y para el colmo muy mal pagado.
Este es el momento en que nuestro reportero voltea a mirarnos. El oficio hay que
reconocerlo, a muchos reporteros que nunca alcanzaron a aprender verdaderamente el
oficio, les ganan las prisas por vivir bien. Será quizás, como dicen que dijo Dios: de lo
bueno, poco.
Historias del hombre invisible
Uno lo tiene que suponer, cuando la gente asiste a una conferencia de prensa,
seguramente tiene muy pocas dudas acerca d quién es periodista y quién no, otros llevan
su cámara fotográfica en la mano y no hay duda, el más modesto de los reporteros lleva
en una mano su pequeña grabadora.
Pero fuera de un contexto tan obvio, el reportero se hace humo. Con toda, la pregunta
parece seguir en pie: ¿Cómo es un reportero? La pregunta es complicada porque hasta
ahora solo en algunas empresas conectadas con el deporte, se les ha ocurrido diseñar
chamarras para la prensa.
Pero la experiencia dice que en realidad las credenciales y hasta los letreros son poca
cosa, y que no hay conflicto bélico que no cobre su buen puñado de víctimas entre los
trabajadores de los medios informativos.
De ahí nace la certidumbre de que el reportero es en realidad alguien muy parecido al
hombre invisible. Se le mira cuando hay noticias importantes y por tanto tumulto de
reporteros. Pero antes de que el neófilo pueda empezar a captar detalles y a clasificarlos,
ellos desaparecen de la escena. Claro está que no faltan los clásicos reporteros con afán
protagónico.
Pero en esos remedios de periodista, en realidad el reportero que viene de mil batallas,
prefiere el anonimato o al menos es partidario de que no lo conozca demasiada gente
cuando trabaja. Acepta a los reflectores pasen de largo cuando están a punto de iluminar
su cara.
Fábrica de reporteros culturales
Me había preguntado qué cómo le había hecho para conseguir reporteros de la fuente
cultural,
Y no había sido esa la intención de verdad, hace un cuarto de siglo no existían los
reporteros de cultura como más o menos los conocemos ahora.
Todavía a los primeros festivales internacionales cervantinos, recuerdo, asistía una mezcla
un tanto abigarrada de reporteros habilitados al último minuto para tratar de cubrir la
información netamente cultural que generaba ése que era asimismo un festival inédito.
El cervantino había nacido como una promoción de la Secretaría de Turismo y los
primeros reporteros acreditados habían sido los que cubrían precisamente esa fuente
informativa. Pero los reporteros –que llegaron a ser más de 200- venían casi todos de las
secciones de sociales y de espectáculos o simplemente de lo que se sigue llamando
“información general” es decir: los reporteros que no tienen asignada una fuente
informativa.
Pero eso no era estrictamente cierto. Desde más o menos una década antes un pequeño
grupo de gente especializada cada una en la materia, venía haciendo lo que hoy
conocemos como diarismo de cultura.
Y eran notas informativas, comentarios y esbozos de crítica que aparecían a veces sin
fecha fija, en algunos diarios de “circulación nacional” como El Día, Excélsior y El Nacional
principalmente, y que fueron, en ese orden, las publicaciones que contaron con una
página diaria dedicada a la cultura.
Pero es seguro que ninguno de ellos hubiera dejado su propia talacha literaria por
dedicarse al diarismo cultural.
De manera que sí, en efecto, hubo necesidad de inventar al reportero de cultura. Pero en
realidad, hay que decirlo, nos estábamos inventando unos a otros: con nuestros ojos
sorprendidos y curiosos, y en la talacha improvisada porque pronto entendimos que muy
probablemente jamás existirían cursos rápidos y por correspondencia de periodismo
cultural.
El hoy y el ayer del reportero
El reportero más o menos como hoy lo conocemos, es un invento de la segunda mitad del
siglo pasado.
En esta prefiguración de lo que luego sería la industria periodística, el reportero estaba
destinado a convertirse en el personaje de acción y del éxito por excelencia. También en el
testigo y hasta el cómplice de los hechos.
Es decir: de organizar y luego distribuir a su modo y conveniencia la información. El poder
ya había descubierto la fórmula infalible para manipular la noticia. Y la industria editorial
había hecho como que no se daba cuenta.
Como siempre, hubo los tercos, los esperanzados, los ingenuos, los que por sistema llevan
la contra… y hasta los idealistas. De modo que con muchas historias personales más o
menos así, se hizo –y no hubo otro remedio- la abigarrada historia de nuestro periodismo.
Las escuelas de periodismo, que han proliferado en el último cuarto de siglo, parecen
mucho más preocupadas por los asuntos complejos de las modernas ciencias de la
comunicación.
Y no es que esté mire mal que los próximos profesionales de la comunicación se
enfrasquen en los temas delicados y en las graves disyuntivas abiertas de en par por los
asuntos siempre engorrosos de la globalización; por el tránsito a la nueva revolución
tecnológica; por el predominio de los medios sobre la psicología de las multitudes; por el
papel protagónico de los análisis de mercado y el resultado de las encuestas que en todos
los casos nos están diciendo, sin riesgo de equivocación, hacia dónde camina el mundo.
Qué tiempos aquellos, llega uno a pensar. Cuando el reportero se salía a la calle y lo hacía
a la buena de Dios. A ver en dónde pepenaba la información, porque ni oficinas de prensa
había. Y hasta las credenciales de periodista apenas estaban por inventarse.
Los traslapes de todo recordatorio
“Te acuerdas nada más de lo que te conviene”, suele decirle la madre al niño, en una
escena destinada a repetirse a lo largo de la vida, y que a veces puede llegar a pesarle al
reportero que empieza porque la verdad es que suele no acordarse de nada.
Porque ni en la escuela ni en las redacciones donde todo se le presenta como novedad,
hubo nunca nadie que le dijera que una de las primeras exigencias que se le presentan al
reportero es la de ejercitar la memoria.
El boletín de prensa siempre es, ya se sabe, el juicio lapidario y la opinión interesada. Y
atenerse a la memoria y a la buena disposición del reportero amigo y complaciente. Lo
más chistoso es el descubrimiento de la memoria es, en su primera apariencia,
arbitrariamente selectiva.
Resulta que una idea conduce a la otra; que en cierto momento hasta resulta posible
aplicar reversa o ponerse a deducir más o menos limpiamente los pasajes oscuros.
En primer término, la capacidad receptiva del propio reportero para escuchar lo que se le
dice. Saber mirar y escuchar es la regla de este penoso pero muy noble ejercicio.
Pero en la vida de un reportero todo eso es apenas un propósito, que cuántas veces ni
siquiera llega a formularse como tal. Lo cual prueba no sólo el notable retraso de los
sistemas de enseñanza en las universidades, sino lo difícil que resulta descubrir los
caminos de la sencillez y la humildad.
Transcribir y traducir
Redactar, definitivamente, no es transcribir. Tampoco es la reducción de un texto a los
términos estrictos de aquella gramática aprendida, y memorizada. Redactar es traducir.
Traducen los que dominan varios idiomas. Se traducen los libros técnicos y se traduce a
idiomas distintos al propio, a los grandes poetas y a los grandes novelistas.
En la esquina está el cuerpo de un hombre al que ya alguien corrió a cubrirlo con una
sábana. En cambio, un señor de edad madura dice con voz firme y convincente que leía el
periódico en el puesto de la esquina, cuando vio un coche sino una camioneta color vino,
que el chofer había detenido el vehículo y bajado para atender al herido, pero que al verlo
tirado e inconsciente, había vuelto a tomar el volante y desaparecido del lugar de los
hechos.
Un joven con aspecto de estudiante, por su parte, refiere que nada de eso es cierto; que él
lo había visto todo porque venía caminando en dirección a esa esquina, y que el señor
simplemente le había desplomado como si hubiera sufrido un desmayo; que la prueba de
ello estaba en que no se veía sangre por ninguna parte.
Por último, una señora que pasa con sus bolsas para el mandado, asegura que el señor era
el que imprudentemente se había atravesado al paso del vehículo, que ella lo conocía de
vista y era más o menos lo que solía hacer, ya que siempre andaba tomado; que, en
efecto, el chofer se detuvo pero nunca se bajó del vehículo, porque al ver el cuerpo tirado,
había escapado a toda prisa en su automóvil, que no era azul, ni color vino, sino amarillo y
bastante destartalado.
El reportero, con la cabeza embrollada, decide por fin volver a su redacción, con la
esperanza de descifrar los garabatos que alcanzó a consignar en su libreta de apuntes.
También con la esperanza, que ahora siente cada vez más remota, de poner orden en
todo ese asunto.
Las prisas y el desaliño
No tiene caso hablar de las exageraciones. De los reporteros malechotes que en el pasado
todavía muy cercano. Con ello se han eliminado las viejas y sucias maneras, pero
evidentemente se han generado otras. En el choque del pasado con la modernidad,
abundan los reporteros que siguen aferrados a los antiguos vicios de la escritura, a los que
suelen embadurnar con las nuevas mañas de la redacción en computadora.
Esa clase de reportero, está convencida asimismo de que si su misión es la de surtir de
información más o menos oportuna a su medida los engorros de la redacción son propio
de los correctores de estilo, que precisamente así se llaman y para eso están. Y todavía
más: muchos de ellos están absolutamente convencidos de que, párrafo a párrafo y línea
a línea, sus textos son apenas algo menos que pequeñas obras maestras de la literatura,
sobre todo si aparecen precedidas por la firma de su autor.
La computadora personal sirve para todo. Para no tachonear los textos, para reordenar o
reescribir los párrafos, para introducir limpiamente cambios de último minuto, para hallar
sinónimos, hasta para supervisar la ortografía. ¿Así quién puede fallar?
Porque nadie le dijo o nadie logró hacerle entender, que el de la escritura es un oficio que
se aprende todos los días y nunca lo termina uno de prender. Ni tampoco que el pequeño
pero vasto mucho de la información es importante lo que diga, pero asimismo el cómo se
diga. Que las prisas y las carreras nunca justifican el desaliño.
Batallas en el espacio
Marcio Valenzuela solía restregarme en la cara –cuando yo dirigía la sección cultural de El
Nacional- la frase clásica: “diles a tus colaboradores que las páginas no son de chicle”,
Marcio era el encargado de formar la sección todos los días, cuando había que medir los
espacios en cuadratines y contar los cuadritos con los que se cuadraban las hojas impresas
para ese único propósito.
Pero el de los formadores era siempre un cálculo aproximado, debido a que en efecto, los
espacios con los que debía trabajarse en lo cotidiano, eran reales y no puramente
imaginados. Una página era una página y aquí sí, literalmente, no había vuelta de hoja.
En la edición del día siguiente solían aparecer, a veces, páginas enteras con las colitas o
retazos de las notas que no habían hallado espacio en su sitio original.
Lo otro era más simple pero más contundente: cuando los formadores de los talleres
veían que algún texto no cabía, en vez de revisarlo en su caso consultar en la jefatura de
redacción, simplemente lo mochaban y no con cuidado sino donde cayera.
Porque para variar, la inconsciencia suele presentarse disfrazada de amor. ¿Qué poeta no
suele enamorarse de los versos nacidos de su imaginación? Así el reportero, quizás más
humilde porque muy escasamente aspira la gloria literaria.
Mira con desdén a los correctores de estilo y suele culparlos de toda alteración de sus
textos originales.
Pero lo que no se acepta y lo que definitivamente no está dispuesto a aceptar, es que
mutilen sus textos o de plano los censuren y no aparezcan publicados al día siguiente.
Porque el amor propio le puede hasta cuando tiene que trabajar en equipo y por tanto
compartir los créditos con sus propios compañeros de trabajo. Desdeñoso y distante, se
esfuerza en convencerse a si mismo de que su texto fue el mejor.
El problema es que el reportero nunca o pocas veces llega a preguntarse, con una pizca de
seriedad, a qué se debe que sus notas nunca quepan y que cuando entran, aparezcan
recortadas.
Contra lo que cabría esperar, la computadora no vino a resolver el engorroso asunto de
los espacios.
Un mal reportero es un mal reportero donde quiera que se encuentre, incluso si le
amarran una computados portátil en el cuello. El trabajo que llevaba horas, se resuelve en
instantes. ¿Pero cómo se compone la cabeza desordenada de un reportero?
Corre conejo, corre veloz…
No por mucho madrugar, amanece más temprano. Definitivamente, hay reporteros para
los que no se hizo la vieja conseja. Es clásico el reportero que acude a las ruedas de
prensa. Es el primero en soltar la pregunta incisiva, sesuda y trascendental con la que da
cuenta al mundo de su ostentoso protagonismo, y a sus compañeros de oficio, de quién es
quién.
A este reportero no parece importarle si su pregunta es adecuada, oportuna o
simplemente útil, sino en realidad ser atendido y escuchado por todos. Tampoco tiene
escrúpulos para chacalear la información.
(Chacalear: verbo cómplice y punzante que en la jerga periodística denota la utilización de
cualquier vía, incluso la más deshonesta, con tal acceder a la información antes y en
detrimento de los demás y, por tanto, en forma subrepticia, Chacalear; es decir,
comportarse como un chachal).
Pactar entrevistas exclusivas, obtener primicias informativas antes de las ruedas de prensa
o de la información pública formal, obtener testimonios, documentos o declaraciones a
espaldas de los representantes de los otros medios.
La paradoja del chacaleo consiste en que ejemplifica o saca a flote los peores rasgos y los
métodos más deleznables del ejercicio periodístico.
Finalmente, el chacaleo es la expresión hiriente y viva del interés empresarial de la feroz
competencia entre los distintos medios y del acendrado individualismo que permea toda
la tarea informativa, sobresalir a costillas y en detrimento de los demás.
Así, el reportero bisoño no parece conocer el cansancio. Como si fuera a una marcha de
protesta, corre de una lado a otro, sube y baja escaleras, entrevista al que le sale al paso,
lanza sus preguntas atropelladamente aunque no tengan mucho sentido, saca sus propias
conclusiones; se ahorra, si los hay, la lectura de los textos que pudieran documentar y
enriquecer su crónica, su reportaje o simplemente su propia opinión.
Entre la rutina y la novedad
Sin proponérselo, o más bien: sin un propósito definido, intenta uno a veces cobijarse con
los recuerdos. Pero el reportero, en ese sentido, se ve forzado a vivir doblemente
atrapado. El otro paquete de recuerdos, en parte suele estar constituido por presencias
cotidianas, e involucra al conjunto de sus relaciones y vivencias nacidas del vecindario, del
parentesco y de las involucraciones más o menos directas, causadas por su propia relación
laboral.
Cosa que no deja de ser cierta… hasta que el propio reportero se va con su trabajo
repetido. Forzado a desempeñarse entre la novedad y la rutina, el reportero difícilmente
tiene la posibilidad de una verdadera elección.
Lo otro es la rutina que es la práctica enceguecida y la renuncia formal a todo conato de
auténtica creatividad. Todo lo empuja a la rutina, porque esa es la pesadumbre que
envuelve a la inmensa mayoría de las redacciones.
El reportero no debe buscar más allá de lo que se le entrega ya digerido. Abundan las
dependencias públicas y las empresas privadas que incluso imponen sanciones drásticas a
quienes se atreven a proporcionar la menor información no autorizada expresamente.
El reportero comprende bien pronto que los hallazgos, las ocurrencias y hasta los más
modestos intentos de ligar su escritura con los modismos y los giros del habla popular, son
posibilidades muertas antes de que hayan podido expresarse en su escritura habitual.
La escritura es la primera materialización de los hábitos de trabajo. Pero el reportero tarda
tiempo en asimilar esta verdad y aun se da el caso de que nunca llegue a enterarse del
todo.
Con todo, quiere uno seguir creyendo que a la larga, y sobre todo en el más o menos largo
periodo formativo, puede más la novedad de toda experiencia viva, que los lastres
amargos que genera la machacante y desgastadora rutina.
La libertad de escribir
El viejo sueño de la libertad irrestricta suele empalmarse con la incertidumbre –por lo
común apabullante- de que cuanto uno haga para que en la redacción le respeten sus
ideas y sus palabras.
No es casual uno de los viejos lugares comunes, reiterado por quien con antigüedad o
merecimientos, o ninguna de las dos cosas, el azar lo lleva a ocupar un puesto directivo en
alguna publicación.
Esta primera conclusión parte de la idea gremialista que se tiene del oficio periodístico: un
mundo cerrado e inmóvil donde las jerarquías lo son todo: maestros, oficiales y
aprendices.
Una segunda conclusión, en cambio, se funda en la anquilosada norma del viejo
periodismo: la abstención del reportero como requisito de la objetividad. O dicho de otro
modo: el reportero debe limitarse a transcribir los hechos, tiene expresamente prohibido
sacar conclusiones y dar opiniones propias.
Como se comprenderá esto casi por fuerza ha de tener implicaciones en la escritura.
Porque la norma es escribir con laconismos y frases cerradas, siempre en párrafos
apretados donde la concisión se sobrepone a la expresividad, donde el gusto y el regodeo
con las palabras es la medida del exceso y aún del desperdicio.
En la talacha cotidiana, transcribir o revolcar ligeramente los boletines salidos de las
oficinas de prensa del abigarrado pero siempre unívoco mundo oficial.
Es una idea equivocada, pero el reportero que empieza tiene que aprender a descubrir la
otra verdad subyacente: la de que se trata de una libertad que hay que empezar a ganar
por cuenta propia.
La tarea no es fácil, porque todo parece oponerse, y en realidad todo se opone, a la
observación crítica, al despliegue de la imaginación y a la creatividad del reportero.
¿Cómo concebir entonces al periodismo a margen o por encima de la sociedad real? Pero
la libertad es una quimera mientras no se le considera una búsqueda y un ejercicio. ¿Más
claro se quiere? El periodismo puede ser y de hecho es, en lo cotidiano, una búsqueda
afanosa y constante y una práctica de la libertad.
Esta verdad es a la que con mucho esfuerzo y al paso del tiempo, suele acceder el
reportero. Muy probablemente no con éstas, sino con las palabras que nacen de su
experiencia. Vale decir: de su terquedad, de su enjundia y de sus convencimientos.

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Manuel blanco

  • 1. HOJAS DE LA MEMORIA PERIODÍSTICA MANUEL BLANCO: LA INDAGACION Y LA ENTREGA Hombre asiduo de cantinas y redacciones. Dispuesto a navegar hasta por la red en los últimos tiempos de su vida. Lector voraz y dialogante exaltado, crítico de danza, creador de la página cultural del nacional. Con esos antecedentes, era lógico que Manuel Blanco fuera llamado a colaborar en la revista mexicana de Comunicación (rmc). El periodista piensa es como la esponja y un ventilador a la vez. Tiene que absorber todo lo que hay a su alrededor con su mirada para luego del proceso mental lanzarlo a quien debe ir. Para tener dicha capacidad, se dice hay que ser crítico y autocrítico. Algo poco común debido al ego predominante en el oficio periodístico, lo que no tenia, de ninguna manera, Blanco. El gustaba de la sencillez que no simpleza para expresarse en todas ocasiones: de palabra o por escrito.la atención medida de las cosas, la experiencia que va dejando huella y la prosa que seduce para que comprendamos correcta y atractivamente lo que se trata de expresar. Manuel Blanco, de oficios diversos y estudios solo de vocacional, había decidido tiempo atrás ser periodista de vocacional, había decidido tiempo atrás ser periodista de tiempo completo. Para lograr que las frases vayan tomando cuerpo, ritmo, vigor, es necesario, todos lo sabemos, lecturas constantes. Escoger los textos: todavía más importante. José Revueltas, Mario Puso, Efraín huerta era un trío, entre un conjunto grande de notables autores, que marcaron la prosa y la vida de blanco .la tragedia humana junto con la militancia y la desazón ante los jerarcas de la izquierda; el descubrimiento que el poder llega a los extremos para mantenerse y esta confabulado con la mafia; el erotismo, la descripción de la ciudad y sus diversos habitantes (de la prostituta al músico trompa de hule) y la belleza por el armado de las letras son las características de los mencionados escritores. De ellos salió parte de leña escritura manuelina. Este libro que tiene en las manos, se inicia realmente cuando Manuel habla de los periodistas con su “rabo verde”. Para blanco es algo similar en el oficio: aquellos que se presentan como periodista y son únicamente simuladores. La crítica blanquiana es mordaz y exacta.
  • 2. Pero lejos de lamentarse o caer en la desesperación por esta grave situación, el autor la ve desde lejos no obstante que convivio y conbebió con ellos para darnos una visión de lo más execrable de cualquier profesión: el convertirse en mercenario. Ya sea utilizando máquina de escribir o computadora. Finaliza la obra con ”la libertad de escribir”, muestran la pelea constante que hay entre libertad y necesidad. La libertad para crear y la necesidad de restringirse a las palabras exactas, las frases concisas, la ausencia de superficialidades, como anota blanco: oponerse a la “observación crítica, el despliegue de la imaginación y a la creatividad del reportero”, sobre todo “una búsqueda afanosa y constante y una práctica de libertad” Hay otros catorce comentarios donde encontramos la exigencia del quehacer periodístico, la reivindicación de los fotógrafos (blanco fue un maestro inmejorable y poco reconocido por las mafias), los retos del tecleador en esta hora, la forma en que el tiempo presiona y dificulta el trabajo creativo y más que el atento lector descubrirá, en esta breve pero importante antología de este “pasionario” de las palabras su trabajo, sus limitaciones económicas siempre presentes, los cambios sociales que se estaban o deberían producirse y ocasionalmente su familia (algo que los sociólogos o sicoanalistas deberán algún día describir: porqué el núcleo humano más ¿cercano? se deja al último). A los más notables y aparentemente “vagos” de este círculo se les llamaba “bohemios”; Manuel Blanco, guardando las proporciones, eran parte de esa categoría. Ambos, si se mira de cerca su historia tuvieron dos pasiones, entre otras muchas, el trabajo incansable y la precisión por el lenguaje. En este oficio que según algunos teóricos tenderá a desparecer como es actualmente en menos de un decenio debido al internet, en el caso de Manuel, es vivificar el ambiente, saber qué estamos aquí todavía luchando, pero entender que hubo quién motivó la existencia al desvelarnos lo fundamental de una tarea importante y despreciada por muchos, incluidos los dueños de los medios: el periodismo. Pues ya sabemos, por ejemplo, que para CONACULTA el trabajo periodístico no tenía importancia y cuando se editaba era por mero accidente. Mucho más podríamos decir acerca de este hombre magistral que fue Manuel Blanco y su trabajo. Descubra con nosotros el universo de un personaje que supo darse una formación autodidacta para demostrarnos que el periodismo es pasión, dedicación, exigencia, observación de todo y con todos. Aquí sigue, afortunadamente, y está con ustedes: ¡MANUEL BLANCO!
  • 3. PRESENTACIÓN Manuel Blanco era uno de esos atípicos personajes que escasean en el periodismo mexicano. De aquellos que leen, escriben y viven mucho habitados de gozos búsquedas y compartires. Llegó a pedir trabajo a la redacción de la revista mexicana de cultura y aparecía en el seno del periódico el nacional desde allí, Manuel encaminaría sus afanes profesionales, encabezó durante 20 años para erigirse en referente e impulsor del diarismo cultural en México. Blanco también incursionó en los colores de la crónica urbana, supo ganarse el reconocimiento, siempre callado, de muchos lectores y colegas. Tecleador del “el farolito semanal”, columna que publicó durante los últimos diez años en el financiero, y de “ciudad en el alba”, columna de crónica que nació y dejó de aparecer en el nacional, blanco se bebió las distintas mieles y desazones propias del periodismo. Además era dueño de las dos mayores virtudes que abrillantaban los frutos de un cronista: observación y prosa magistral. Los últimos escritos incluso fueron pergeñados casi postrado por la enfermedad que lo aquejaba y que finalmente le arrebato la vida, tras su largo trasegar en el oficio, imágenes pintorescas, que a su vez encierran dilemas, críticas y desafíos a sus colegas periodistas. Muestra aquellas hojas que el verano del tiempo ido dejó en la memoria periodística del buen Manuel Blanco. VIEJOS PERIODISTAS CON SU RABO VERDE Todos los hemos visto. Toman café en la sala de prensa del aeropuerto o estiran las piernas en las salas de espera. Aguardan parsimoniosos en la oficina de prensa de cualquier institución o platican medianamente animados en algún pasillo del palacio legislativo. Esto es: no se distinguen en casi nada del resto de sus compañeros periodistas. Son los viejos periodistas con su rabo verde. ¿Qué los distingue entonces? en medio de los sobre sargos del oficio es cuando el ayudante se le acerca para decirle que el jefe de redacción, o peor aún, el director, desea verlo. Se pone de pie, se coloca el saco y sale presuroso mientras se va componiendo el nudo de la corbata.
  • 4. Con su rabo verde, empero, leen sin comprender muy bien, las informaciones que el periódico destaca cada día y fueron extraídas de los boletines oficiales de prensa dentro de su cuadro de opciones cotidianas que él mismo renunció a la posibilidad, que siempre sintió remota, de obtener las ocho columnas famosas. LOS ARTISTAS NO TOMAN FOTOS DE OVALITO ¿Cómo que unas fotos de ovalito? ¿Las quieres para tu pasaporte o para una acreditación? En realidad nunca se han podido llevar. Fotógrafo y reportero siempre se miraron mal. La fotografía llegó tarde a las páginas de los periódicos y desplazó –no sin dificultades- a la ilustración. Todavía no existen editores que insisten en la viñeta, en el retrato a línea, en el cartón político, con exclusión de la foto. En cambio el ilustrador fue cuando mucho un buen artesano del buril o del lápiz. Y el fotógrafo ni siquiera eso, porque siempre fue un arrimado de la información. Solo que otra vez la versión es equivoca. La verdad es que los fotógrafos, con sus pesados armatostes al hombro o sobre las espaldas, se encargaron de documentar todos los trajines en los años revolucionarios. El fotógrafo de prensa es incansable. La foto artística nunca fue para ellos: la foto de estudio, la foto trabajada en el laboratorio, la foto meditada larga y detenidamente la que calcula las medidas de la luz y sus contraste: la que busca el equilibrio. Y resulta que ahora su esfuerzo si es un trabajo calificado, que sus fotos ganan las primeras planas de los diarios y se dan, a veces, el lujo de conquistar las ocho columnas. No, los artistas de la lente no toman fotos de ovalito. Aunque sepan hacerlo. Su materia es la vida. Los poetas no se ensucian las manos Un día llegó a la redacción de un muchacho, quería entregar colaboraciones para la sección de cultura, que la única condición era que estuvieran bien escritos. Trate de explicarle que había normas mínimas para la presentación de originales, pero su respuesta fue airada y contundente, sólo que la computadora ahorra tiempo y digamos que facilita el trabajo. La historia del poeta debió terminar ahí, pero las cosas sucedieron de otro modo. Continuaba escribiendo con la misma prosa deseada, aunque era evidente que los correctores le metían la mano sus escritos.
  • 5. Así es la vida, he conocido reporteros de prestigio internacional y a notables comentaristas políticos, cuyos textos siempre me han resultado de muy difícil lectura. A pesar de que con el tiempo ha conseguido editar numerosos libros con entrevistas y reportajes. SE SUFRE PERO SE APRENDE COMPAÑERO Los años, pero también los golpes de la infranqueable realidad, endurecen al reportero. Con todo, hay asuntos que no parecen soslayables en la vida de un reportero. Los sinsabores, las afrentas, las pequeñas o grandes frustraciones, forman parte del menú cotidiano. Por fortuna, no hay aquí manuales ni enseñanza académica que valgan. En cambio parece ser la decisión y el ingenio son las únicas armas con que puede contar el reportero. Y las cosas no son sencillas. Lo sabe el reportero que intenta franquear las vallas impuestas por el estado mayor presidencial. En el nacional donde trabajé veinte años, había la decisión inflexible de la empresa de que los reporteros justificaran, peso sobre peso, sus gastos de viaje. Un día, después de muchas exigencias y muchos remilgos, entregué mi estado de cuentas: de un lado lo que más habían dado y del otro lo que había gastado. Lo que sólo el tiempo cura El periodista, dicen los manuales de periodismo, no tiene por que saberlo todo; hay que aceptarlo, han vivido generaciones periodísticas. Unos, pensando que no tienen la obligación de saberlo todo, creyendo que tienen el deber sagrado de preguntarlo todo. Entre unos y otros han estado los prudentes, los silenciosos, convencidos de que hay muchas otras cosas en la vida en las que no puede invertir tiempo. Había un reportero que se daba maña para evitar a toda costa las entrevistas, otros en cambio, no paran de hablar y expresan con su persona el síndrome de la entrevista o aunque sea la nota exclusiva. A la distancia, el único defecto que se le mira a este modo nunca ortodoxo de acceder a la información, es que no toma en cuenta que los otros reporteros de la fuente…. han pensado y se han manejado con un criterio bastante similar. Pero al lado de los empíricos, están teóricos. De alguna forma, éstos también se convierten en una calamidad. Y uno no se explica incluso por qué van a la entrevista, si lo
  • 6. que diga el entrevistado ellos lo saben d antemano y tienen hasta la capacidad de sacar conclusiones mucho antes que el susodicho. Habrá que aceptar, quizás que en el reportero existe una especie de compulsión que lo arroja continuamente a un lado de los que el común de los mortales suele llamar normalidad. Por eso es que para quienes no llevan el gusano del periodismo en las entrañas, es decir, para los prudentes y silenciosos. El que espera desespera En el mundo a veces solemne pero siempre irreversible de la información, lo que no se vale es llegar tarde. Y no sólo eso tiene que llegar todo sudoroso, oliendo a vagón del metro, a redactar las notas, y hacerlas a la carrera por que apenas se sienta frente a la máquina de escribir, y ya están encima de él, exigiéndole que termine por que ya están cerrando la edición. Y todavía quiere la empresa que uno redacte correctamente y hasta que le meta uno imaginación a lo que escribe, como que llegará a pensar el reportero. Y por supuesto, en vez d aprender a redactar rápido y bien. Por ejemplo, aprende a servirle del boletín de prensa, donde ya todo está dicho y bien digerido. También llega corriendo a la conferencia de prensa, escucha y anota. Si se le hizo tarde y ya no alcanzó lo sustancial del acto, acude a sus compañeros de la fuente informativa. Pero el problema se complica cada vez que el jefe de información le pide al reportero no un puñado de simples notas informativas. Si no comprende, al menos intuye que lo aprendido en la escuela, si alguna vez pasó por ella, le sirve de muy poco o de nada. Pero el oficio es así: tirano, compulsivo, ingrato, sufrido y para el colmo muy mal pagado. Este es el momento en que nuestro reportero voltea a mirarnos. El oficio hay que reconocerlo, a muchos reporteros que nunca alcanzaron a aprender verdaderamente el oficio, les ganan las prisas por vivir bien. Será quizás, como dicen que dijo Dios: de lo bueno, poco. Historias del hombre invisible Uno lo tiene que suponer, cuando la gente asiste a una conferencia de prensa, seguramente tiene muy pocas dudas acerca d quién es periodista y quién no, otros llevan su cámara fotográfica en la mano y no hay duda, el más modesto de los reporteros lleva en una mano su pequeña grabadora.
  • 7. Pero fuera de un contexto tan obvio, el reportero se hace humo. Con toda, la pregunta parece seguir en pie: ¿Cómo es un reportero? La pregunta es complicada porque hasta ahora solo en algunas empresas conectadas con el deporte, se les ha ocurrido diseñar chamarras para la prensa. Pero la experiencia dice que en realidad las credenciales y hasta los letreros son poca cosa, y que no hay conflicto bélico que no cobre su buen puñado de víctimas entre los trabajadores de los medios informativos. De ahí nace la certidumbre de que el reportero es en realidad alguien muy parecido al hombre invisible. Se le mira cuando hay noticias importantes y por tanto tumulto de reporteros. Pero antes de que el neófilo pueda empezar a captar detalles y a clasificarlos, ellos desaparecen de la escena. Claro está que no faltan los clásicos reporteros con afán protagónico. Pero en esos remedios de periodista, en realidad el reportero que viene de mil batallas, prefiere el anonimato o al menos es partidario de que no lo conozca demasiada gente cuando trabaja. Acepta a los reflectores pasen de largo cuando están a punto de iluminar su cara. Fábrica de reporteros culturales Me había preguntado qué cómo le había hecho para conseguir reporteros de la fuente cultural, Y no había sido esa la intención de verdad, hace un cuarto de siglo no existían los reporteros de cultura como más o menos los conocemos ahora. Todavía a los primeros festivales internacionales cervantinos, recuerdo, asistía una mezcla un tanto abigarrada de reporteros habilitados al último minuto para tratar de cubrir la información netamente cultural que generaba ése que era asimismo un festival inédito. El cervantino había nacido como una promoción de la Secretaría de Turismo y los primeros reporteros acreditados habían sido los que cubrían precisamente esa fuente informativa. Pero los reporteros –que llegaron a ser más de 200- venían casi todos de las secciones de sociales y de espectáculos o simplemente de lo que se sigue llamando “información general” es decir: los reporteros que no tienen asignada una fuente informativa. Pero eso no era estrictamente cierto. Desde más o menos una década antes un pequeño grupo de gente especializada cada una en la materia, venía haciendo lo que hoy conocemos como diarismo de cultura.
  • 8. Y eran notas informativas, comentarios y esbozos de crítica que aparecían a veces sin fecha fija, en algunos diarios de “circulación nacional” como El Día, Excélsior y El Nacional principalmente, y que fueron, en ese orden, las publicaciones que contaron con una página diaria dedicada a la cultura. Pero es seguro que ninguno de ellos hubiera dejado su propia talacha literaria por dedicarse al diarismo cultural. De manera que sí, en efecto, hubo necesidad de inventar al reportero de cultura. Pero en realidad, hay que decirlo, nos estábamos inventando unos a otros: con nuestros ojos sorprendidos y curiosos, y en la talacha improvisada porque pronto entendimos que muy probablemente jamás existirían cursos rápidos y por correspondencia de periodismo cultural. El hoy y el ayer del reportero El reportero más o menos como hoy lo conocemos, es un invento de la segunda mitad del siglo pasado. En esta prefiguración de lo que luego sería la industria periodística, el reportero estaba destinado a convertirse en el personaje de acción y del éxito por excelencia. También en el testigo y hasta el cómplice de los hechos. Es decir: de organizar y luego distribuir a su modo y conveniencia la información. El poder ya había descubierto la fórmula infalible para manipular la noticia. Y la industria editorial había hecho como que no se daba cuenta. Como siempre, hubo los tercos, los esperanzados, los ingenuos, los que por sistema llevan la contra… y hasta los idealistas. De modo que con muchas historias personales más o menos así, se hizo –y no hubo otro remedio- la abigarrada historia de nuestro periodismo. Las escuelas de periodismo, que han proliferado en el último cuarto de siglo, parecen mucho más preocupadas por los asuntos complejos de las modernas ciencias de la comunicación. Y no es que esté mire mal que los próximos profesionales de la comunicación se enfrasquen en los temas delicados y en las graves disyuntivas abiertas de en par por los asuntos siempre engorrosos de la globalización; por el tránsito a la nueva revolución tecnológica; por el predominio de los medios sobre la psicología de las multitudes; por el papel protagónico de los análisis de mercado y el resultado de las encuestas que en todos los casos nos están diciendo, sin riesgo de equivocación, hacia dónde camina el mundo.
  • 9. Qué tiempos aquellos, llega uno a pensar. Cuando el reportero se salía a la calle y lo hacía a la buena de Dios. A ver en dónde pepenaba la información, porque ni oficinas de prensa había. Y hasta las credenciales de periodista apenas estaban por inventarse. Los traslapes de todo recordatorio “Te acuerdas nada más de lo que te conviene”, suele decirle la madre al niño, en una escena destinada a repetirse a lo largo de la vida, y que a veces puede llegar a pesarle al reportero que empieza porque la verdad es que suele no acordarse de nada. Porque ni en la escuela ni en las redacciones donde todo se le presenta como novedad, hubo nunca nadie que le dijera que una de las primeras exigencias que se le presentan al reportero es la de ejercitar la memoria. El boletín de prensa siempre es, ya se sabe, el juicio lapidario y la opinión interesada. Y atenerse a la memoria y a la buena disposición del reportero amigo y complaciente. Lo más chistoso es el descubrimiento de la memoria es, en su primera apariencia, arbitrariamente selectiva. Resulta que una idea conduce a la otra; que en cierto momento hasta resulta posible aplicar reversa o ponerse a deducir más o menos limpiamente los pasajes oscuros. En primer término, la capacidad receptiva del propio reportero para escuchar lo que se le dice. Saber mirar y escuchar es la regla de este penoso pero muy noble ejercicio. Pero en la vida de un reportero todo eso es apenas un propósito, que cuántas veces ni siquiera llega a formularse como tal. Lo cual prueba no sólo el notable retraso de los sistemas de enseñanza en las universidades, sino lo difícil que resulta descubrir los caminos de la sencillez y la humildad. Transcribir y traducir Redactar, definitivamente, no es transcribir. Tampoco es la reducción de un texto a los términos estrictos de aquella gramática aprendida, y memorizada. Redactar es traducir. Traducen los que dominan varios idiomas. Se traducen los libros técnicos y se traduce a idiomas distintos al propio, a los grandes poetas y a los grandes novelistas. En la esquina está el cuerpo de un hombre al que ya alguien corrió a cubrirlo con una sábana. En cambio, un señor de edad madura dice con voz firme y convincente que leía el periódico en el puesto de la esquina, cuando vio un coche sino una camioneta color vino, que el chofer había detenido el vehículo y bajado para atender al herido, pero que al verlo
  • 10. tirado e inconsciente, había vuelto a tomar el volante y desaparecido del lugar de los hechos. Un joven con aspecto de estudiante, por su parte, refiere que nada de eso es cierto; que él lo había visto todo porque venía caminando en dirección a esa esquina, y que el señor simplemente le había desplomado como si hubiera sufrido un desmayo; que la prueba de ello estaba en que no se veía sangre por ninguna parte. Por último, una señora que pasa con sus bolsas para el mandado, asegura que el señor era el que imprudentemente se había atravesado al paso del vehículo, que ella lo conocía de vista y era más o menos lo que solía hacer, ya que siempre andaba tomado; que, en efecto, el chofer se detuvo pero nunca se bajó del vehículo, porque al ver el cuerpo tirado, había escapado a toda prisa en su automóvil, que no era azul, ni color vino, sino amarillo y bastante destartalado. El reportero, con la cabeza embrollada, decide por fin volver a su redacción, con la esperanza de descifrar los garabatos que alcanzó a consignar en su libreta de apuntes. También con la esperanza, que ahora siente cada vez más remota, de poner orden en todo ese asunto. Las prisas y el desaliño No tiene caso hablar de las exageraciones. De los reporteros malechotes que en el pasado todavía muy cercano. Con ello se han eliminado las viejas y sucias maneras, pero evidentemente se han generado otras. En el choque del pasado con la modernidad, abundan los reporteros que siguen aferrados a los antiguos vicios de la escritura, a los que suelen embadurnar con las nuevas mañas de la redacción en computadora. Esa clase de reportero, está convencida asimismo de que si su misión es la de surtir de información más o menos oportuna a su medida los engorros de la redacción son propio de los correctores de estilo, que precisamente así se llaman y para eso están. Y todavía más: muchos de ellos están absolutamente convencidos de que, párrafo a párrafo y línea a línea, sus textos son apenas algo menos que pequeñas obras maestras de la literatura, sobre todo si aparecen precedidas por la firma de su autor. La computadora personal sirve para todo. Para no tachonear los textos, para reordenar o reescribir los párrafos, para introducir limpiamente cambios de último minuto, para hallar sinónimos, hasta para supervisar la ortografía. ¿Así quién puede fallar? Porque nadie le dijo o nadie logró hacerle entender, que el de la escritura es un oficio que se aprende todos los días y nunca lo termina uno de prender. Ni tampoco que el pequeño
  • 11. pero vasto mucho de la información es importante lo que diga, pero asimismo el cómo se diga. Que las prisas y las carreras nunca justifican el desaliño. Batallas en el espacio Marcio Valenzuela solía restregarme en la cara –cuando yo dirigía la sección cultural de El Nacional- la frase clásica: “diles a tus colaboradores que las páginas no son de chicle”, Marcio era el encargado de formar la sección todos los días, cuando había que medir los espacios en cuadratines y contar los cuadritos con los que se cuadraban las hojas impresas para ese único propósito. Pero el de los formadores era siempre un cálculo aproximado, debido a que en efecto, los espacios con los que debía trabajarse en lo cotidiano, eran reales y no puramente imaginados. Una página era una página y aquí sí, literalmente, no había vuelta de hoja. En la edición del día siguiente solían aparecer, a veces, páginas enteras con las colitas o retazos de las notas que no habían hallado espacio en su sitio original. Lo otro era más simple pero más contundente: cuando los formadores de los talleres veían que algún texto no cabía, en vez de revisarlo en su caso consultar en la jefatura de redacción, simplemente lo mochaban y no con cuidado sino donde cayera. Porque para variar, la inconsciencia suele presentarse disfrazada de amor. ¿Qué poeta no suele enamorarse de los versos nacidos de su imaginación? Así el reportero, quizás más humilde porque muy escasamente aspira la gloria literaria. Mira con desdén a los correctores de estilo y suele culparlos de toda alteración de sus textos originales. Pero lo que no se acepta y lo que definitivamente no está dispuesto a aceptar, es que mutilen sus textos o de plano los censuren y no aparezcan publicados al día siguiente. Porque el amor propio le puede hasta cuando tiene que trabajar en equipo y por tanto compartir los créditos con sus propios compañeros de trabajo. Desdeñoso y distante, se esfuerza en convencerse a si mismo de que su texto fue el mejor. El problema es que el reportero nunca o pocas veces llega a preguntarse, con una pizca de seriedad, a qué se debe que sus notas nunca quepan y que cuando entran, aparezcan recortadas. Contra lo que cabría esperar, la computadora no vino a resolver el engorroso asunto de los espacios.
  • 12. Un mal reportero es un mal reportero donde quiera que se encuentre, incluso si le amarran una computados portátil en el cuello. El trabajo que llevaba horas, se resuelve en instantes. ¿Pero cómo se compone la cabeza desordenada de un reportero? Corre conejo, corre veloz… No por mucho madrugar, amanece más temprano. Definitivamente, hay reporteros para los que no se hizo la vieja conseja. Es clásico el reportero que acude a las ruedas de prensa. Es el primero en soltar la pregunta incisiva, sesuda y trascendental con la que da cuenta al mundo de su ostentoso protagonismo, y a sus compañeros de oficio, de quién es quién. A este reportero no parece importarle si su pregunta es adecuada, oportuna o simplemente útil, sino en realidad ser atendido y escuchado por todos. Tampoco tiene escrúpulos para chacalear la información. (Chacalear: verbo cómplice y punzante que en la jerga periodística denota la utilización de cualquier vía, incluso la más deshonesta, con tal acceder a la información antes y en detrimento de los demás y, por tanto, en forma subrepticia, Chacalear; es decir, comportarse como un chachal). Pactar entrevistas exclusivas, obtener primicias informativas antes de las ruedas de prensa o de la información pública formal, obtener testimonios, documentos o declaraciones a espaldas de los representantes de los otros medios. La paradoja del chacaleo consiste en que ejemplifica o saca a flote los peores rasgos y los métodos más deleznables del ejercicio periodístico. Finalmente, el chacaleo es la expresión hiriente y viva del interés empresarial de la feroz competencia entre los distintos medios y del acendrado individualismo que permea toda la tarea informativa, sobresalir a costillas y en detrimento de los demás. Así, el reportero bisoño no parece conocer el cansancio. Como si fuera a una marcha de protesta, corre de una lado a otro, sube y baja escaleras, entrevista al que le sale al paso, lanza sus preguntas atropelladamente aunque no tengan mucho sentido, saca sus propias conclusiones; se ahorra, si los hay, la lectura de los textos que pudieran documentar y enriquecer su crónica, su reportaje o simplemente su propia opinión. Entre la rutina y la novedad Sin proponérselo, o más bien: sin un propósito definido, intenta uno a veces cobijarse con los recuerdos. Pero el reportero, en ese sentido, se ve forzado a vivir doblemente
  • 13. atrapado. El otro paquete de recuerdos, en parte suele estar constituido por presencias cotidianas, e involucra al conjunto de sus relaciones y vivencias nacidas del vecindario, del parentesco y de las involucraciones más o menos directas, causadas por su propia relación laboral. Cosa que no deja de ser cierta… hasta que el propio reportero se va con su trabajo repetido. Forzado a desempeñarse entre la novedad y la rutina, el reportero difícilmente tiene la posibilidad de una verdadera elección. Lo otro es la rutina que es la práctica enceguecida y la renuncia formal a todo conato de auténtica creatividad. Todo lo empuja a la rutina, porque esa es la pesadumbre que envuelve a la inmensa mayoría de las redacciones. El reportero no debe buscar más allá de lo que se le entrega ya digerido. Abundan las dependencias públicas y las empresas privadas que incluso imponen sanciones drásticas a quienes se atreven a proporcionar la menor información no autorizada expresamente. El reportero comprende bien pronto que los hallazgos, las ocurrencias y hasta los más modestos intentos de ligar su escritura con los modismos y los giros del habla popular, son posibilidades muertas antes de que hayan podido expresarse en su escritura habitual. La escritura es la primera materialización de los hábitos de trabajo. Pero el reportero tarda tiempo en asimilar esta verdad y aun se da el caso de que nunca llegue a enterarse del todo. Con todo, quiere uno seguir creyendo que a la larga, y sobre todo en el más o menos largo periodo formativo, puede más la novedad de toda experiencia viva, que los lastres amargos que genera la machacante y desgastadora rutina. La libertad de escribir El viejo sueño de la libertad irrestricta suele empalmarse con la incertidumbre –por lo común apabullante- de que cuanto uno haga para que en la redacción le respeten sus ideas y sus palabras. No es casual uno de los viejos lugares comunes, reiterado por quien con antigüedad o merecimientos, o ninguna de las dos cosas, el azar lo lleva a ocupar un puesto directivo en alguna publicación. Esta primera conclusión parte de la idea gremialista que se tiene del oficio periodístico: un mundo cerrado e inmóvil donde las jerarquías lo son todo: maestros, oficiales y aprendices.
  • 14. Una segunda conclusión, en cambio, se funda en la anquilosada norma del viejo periodismo: la abstención del reportero como requisito de la objetividad. O dicho de otro modo: el reportero debe limitarse a transcribir los hechos, tiene expresamente prohibido sacar conclusiones y dar opiniones propias. Como se comprenderá esto casi por fuerza ha de tener implicaciones en la escritura. Porque la norma es escribir con laconismos y frases cerradas, siempre en párrafos apretados donde la concisión se sobrepone a la expresividad, donde el gusto y el regodeo con las palabras es la medida del exceso y aún del desperdicio. En la talacha cotidiana, transcribir o revolcar ligeramente los boletines salidos de las oficinas de prensa del abigarrado pero siempre unívoco mundo oficial. Es una idea equivocada, pero el reportero que empieza tiene que aprender a descubrir la otra verdad subyacente: la de que se trata de una libertad que hay que empezar a ganar por cuenta propia. La tarea no es fácil, porque todo parece oponerse, y en realidad todo se opone, a la observación crítica, al despliegue de la imaginación y a la creatividad del reportero. ¿Cómo concebir entonces al periodismo a margen o por encima de la sociedad real? Pero la libertad es una quimera mientras no se le considera una búsqueda y un ejercicio. ¿Más claro se quiere? El periodismo puede ser y de hecho es, en lo cotidiano, una búsqueda afanosa y constante y una práctica de la libertad. Esta verdad es a la que con mucho esfuerzo y al paso del tiempo, suele acceder el reportero. Muy probablemente no con éstas, sino con las palabras que nacen de su experiencia. Vale decir: de su terquedad, de su enjundia y de sus convencimientos.