1. Tú cuando ores…
Matta el Meskin
Ícono del Cristo Orante - Capilla del Eremitorio, Monasterio del Cristo Orante
Cierra la puerta
Cuando Dios te pide cerrar la puerta antes de orar, quiere recordarte la
necesidad de separar la actividad externa a tu habitación de la
actividad interna. Y esto es dicho con respecto al corazón, a los sentidos
y a las personas.
Respecto al corazón, es necesario que tú eches fuera absolutamente
todas las preocupaciones, los pesos, las ansiedades y los temores en el
momento en el cual te pones frente a Dios, de modo que te sea posible
entrar en la paz verdadera que sobrepasa toda comprensión. En este
sentido cerrar la puerta significa consolidar al propio corazón a salvo
detrás de la separación que se interpone entre el mundo carnal y el
2. mundo espiritual, separación que equivale a una muerte. En otros
términos, cuando cierras la puerta detrás de ti, debes considerarte
como muerto al mundo carnal y puesto frente a Dios, para beneficiarte
de su providencia y para invocar su misericordia.
Respecto a los sentidos, generalmente estás asediado por pensamientos
que se han fijado en tu mente, por imágenes que han golpeado tu
fantasía, por palabras que has memorizado y también por otras
experiencias que se han impreso en ti a través de los sentidos. Además,
todo esto comporta modelos despreciables hacia los cuales tu
conciencia puede haberse sentido atraída: luego los sentidos les han
retenido y la mente les ha aferrado. Estos modelos de comportamiento
a veces reviven deliberadamente, otras veces llaman furtivamente y
contra tu misma voluntad, otras veces también te ves obligado a
invocarlos sin ningún motivo particular e independientemente de la
voluntad y de la conciencia: vienen así a crearte un amargo conflicto
interior. Es por esto extremadamente oportuno, cada vez que entras en
tu habitación, que tú actúes anticipadamente y expulses de la
conciencia estos pensamientos, pidiendo perdón a Dios con contrición
y arrepentimiento, firmemente decidido a transformar esos recuerdos en
una ocasión de horror y de rechazo.
Cerrar la puerta de tu habitación significa poner entre el espíritu y los
sentidos de la carne a Cristo crucificado, es decir, mortificar los
miembros del cuerpo que pertenecen a la tierra: “¿quién los ha
seducido a ustedes, ante quienes fue presentada la imagen de
Jesucristo crucificado?” (Gal 3,1); “Mortificad aquellas partes de
vosotros que pertenecen a la tierra” (Col 3,5).
Si, en cambio, no renuncias a estas experiencias, a estas cosas vistas y
escuchadas, si no las confiesas como culpas, aborreciéndolas cada vez
que entres en tu habitación, entonces éstas no sólo te privaran de la
3. capacidad de orar y de estar frente a Dios, sino que te arriesgas incluso
a transformar tu habitación en un lugar impuro.
Respecto a las personas, a ti te sucede como a todos de encontrarte
siempre y constantemente relacionado a otros. Te puede suceder
entonces de encontrarte emotivamente turbado por el amor hacia una
persona, que te lleva a buscar una cercanía física que te priva de tu
independencia y de tu libertad interior, que son el fundamento de la
oración, del amor por Dios y del crecimiento espiritual. O bien, puedes
estar preocupado por las situaciones de las personas que te son
queridas, por su salud o su futuro, hasta el punto de no cuidar más de tu
crecimiento espiritual y de tu salvación; o bien, puedes estar sacudido
por la hostilidad, la oposición, el rencor, el desacuerdo y el odio en las
relaciones con los otros, a tal punto que la amargura te invada
completamente y te impida liberarte de los pensamientos malvados y
de deseos de venganza; o bien puedes sentirte atraído hacia los otros
sin darte cuenta, terminando por ir a derecha e izquierda, únicamente
para poner a la vista tu capacidad, tu agudeza espiritual, tu habilidad y
encontrar
así
en
los
otros
admiradores
que
alimentan
tu
autocomplacimiento.
En estos casos, cerrar la puerta de tu habitación significa cortar
cualquier relación mortífera que te une a alguien y que provoca la
destrucción de tu alma: “¿qué ventaja en efecto tendrá el hombre si
gana el mundo entero y luego pierde la propia alma”? (Mt 16,26).
Esto no significa que debes cortar las relaciones con cuantos tienen
necesidad de ti o con los que tú tienes necesidad de ellos, ni que debes
desvincularte de los otros hombres. Se trata en cambio de purificar tus
relaciones con los otros, de modo que todo concurra con la armonía de
tu crecimiento espiritual. Debes entonces dejar de dispersarte en vanas
preocupaciones por los otros – actitud que no sirve para nada ni para
4. nadie-, debes poner freno a la maldad y morir al deseo de ser
glorificado por los hombres.
La oración, obra fundamental en el camino espiritual
Como a ti te es indispensable trabajar constantemente y permanecer
vinculado a la tierra para poder vivir, trabajando con la mente y con el
cuerpo para obtener un pedazo de pan y un sorbo de agua, así para tu
ser interior es indispensable permanecer siempre en relación con Dios, a
fin de que el soplo de inmortalidad ponga la raíz en tu espíritu y lo haga
apto para la vida eterna.
La relación con Dios es lo que llamamos oración: en realidad se trata de
una acción. Debes por esto reconocer que sólo en virtud de un acto
espiritual tu espíritu es alimentado y recibe directamente de Dios las
energías para crecer. Aquello de lo cual debes estar convencido es de
que todo contacto con Dios es oración, pero no toda oración es un
contacto con Dios. Muchos en efecto oran sin estar preparados y sin
ningún deseo de comunicarse con Dios. Pero esto no es oración, porque
la oración es una obra realizada en colaboración entre el hombre y
Dios.
Si la “habitación” es entonces el “lugar” puesto a parte por Cristo para
la obra de la oración interior, se sigue que por todo el tiempo que allí
transcurras debes necesariamente perseverar en la obra de la oración.
Esto significa que debes siempre permanecer en contacto espiritual con
Dios.
Dios puede conceder a cada uno la oportunidad de permanecer por
mucho tiempo en la propia habitación, como es el caso del monje, que
es justamente considerado un cristiano que ha entrado en la habitación
5. y que ha cerrado definitivamente la puerta detrás de sí: estos no quieren
tener más ninguna relación con la mundanidad y con sus vanas
preocupaciones. A otro puede darse que Dios conceda la posibilidad
de permanecer en la propia habitación sólo algunas horas al día; pero
a la mayor parte de la gente no le es posible permanecer si no por una
hora al día, y a veces incluso por un tiempo aún más breve. En todo
caso esta diferencia de tiempo disponible para permanecer y orar en la
propia habitación está compensada de otro modo por el Espíritu Santo
cuando uno es fiel y sincero en el propio camino espiritual. En efecto, en
la medida en el cual tú anhelas verdaderamente la oración, el Espíritu
te concede, incluso en poco tiempo, la gran oportunidad de
alegrarte y de sentirte colmado de la presencia de Dios.
No debes por tanto entristecerte por el escaso tiempo disponible para
apartarte en la habitación. Debes más bien asegurarte de estar pronto
y lleno de deseo de comunicarte con Dios. Entonces te darás cuenta
que los minutos pueden ser como días. En general, de cualquier modo,
el lamento por la escasez del tiempo disponible para la oración es sólo
una falsa escusa para justificar al “yo” en su negligencia, descuido e
indiferencia en el estar frente a Dios.
La efusión del Espíritu Santo en las palabras de la oración.
Cuando cierras la puerta en las tres direcciones enumeradas arriba – es
decir en las relaciones del corazón, de los sentidos y de las personascuando te postras por tres veces en el nombre de la Santa Trinidad
como gesto indicativo de tu deseo de Dios, cuando elevas las manos,
los ojos y el corazón hacia el cielo, entonces el espíritu de la oración
desciende sobre ti. Y en ese momento toda actitud es transformada en
un contacto con Dios y tú vives, por pocas o muchas horas, en la
presencia de Dios.
6. Si empiezas a orar animado por este espíritu (sobre todo si utilizas los
salmos), te darás cuenta que las palabras de tus labios no son las
habituales:
poco
a
poco
estas
asumen
para
ti
significados,
orientaciones y promesas nuevas. En efecto, incluso si las palabras
pronunciadas por la boca son idénticas a la contenida en el salmo, sin
embargo te aparecerá como pronunciada por Dios para darte una
respuesta satisfactoria, una ocasión de consuelo, una promesa de
ayuda y de salvación. Y esto es porque a pesar de que la oración
parece salir únicamente de ti: es el Espíritu Santo quien se inserta
secretamente en la oración y comienza a responderte con las mismas
palabras que has pronunciado. Esta es la clave que introduce en la vida
interior: sin la intervención del Espíritu Santo en la oración las palabras
son débiles y están privadas de un mensaje preciso y personal: “de igual
modo también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque
ni siquiera sabemos qué nos es conveniente pedir, y el Espíritu mismo
intercede con insistencia por nosotros” (Rom 8, 26). Concretamente, el
Espíritu Santo no dejará jamás de guiarte, si mantienes el corazón dócil y
la mente abierta, y completará las palabras de la oración y de las
lecturas de una manera extremadamente sabia. Por consecuencia,
cualquier oración o lectura que tú hagas sin tener la mente abierta y la
intención de escuchar la voz del Espíritu, permanecerá extraña a una
sana vida espiritual, y practicándola no sacarás ninguna ventaja
tangible: “no todo el que me dice: Señor, Señor…entrará en el reino de
Dios” (Mt 7, 21); “Oraré con el Espíritu, y oraré también con la mente”
(1Cor 14,15).
Matta El Meskin,
Consigli per la preghiera.
Ed. Qiqajon. Comunità di Bose.
Publicado por esicasmo.it