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                                           VOCACIÓN DEL HOMBRE, 1


        CCE 1: “Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí
        mismo, en un designio de pura bondad, ha creado libremente
        al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada”.


                              Por qué existe el hombre: por un designio
                              de pura bondad. Es fruto del amor libre
                              de Dios.


                              Para qué existe el hombre: para participar
                              de la vida misma de Dios; para conocerle
                              y amarle, teniendo parte en su vida
                              bienaventurada.




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                                           VOCACIÓN DEL HOMBRE, 2


      Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 27). La
      imagen y semejanza de Dios se refiere a la persona humana en
      su totalidad. La corporeidad sólo es posible por el alma (sin ella
      no hay cuerpo, sino cadáver). El alma está referida al cuerpo. El
      hombre es unidad sustancial.


     El alma es el principio espiritual del hom-
     bre, no reducible al cuerpo. Puede subsistir
     sin el cuerpo (de hecho subsiste después de
     la muerte). Es por parte del alma y de los
     actos espirituales por donde principalmente
     el hombre alcanza su semejanza con Dios.




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                                           VOCACIÓN DEL HOMBRE, 3



                         Distinción entre actos del hombre (realizados
                         de manera inconsciente: respirar, sentir dolor,
                         oír, etc.) y actos humanos (que proceden de
                         una valoración de la inteligencia y de la deci-
                         sión de la voluntad).



    Los actos humanos son libres y de ellos deriva la responsabilidad
    personal. Con ellos se alcanza o se rechaza la llamada de Dios.


    Los actos humanos configuran precisamente la “vida del espíritu”.




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                                           VOCACIÓN DEL HOMBRE, 4



    La mentalidad de la sociedad actual tiene una
    gran dificultad para entender la vida del espí-
    ritu. Las cuestiones que se consideran impor-
    tantes son la salud, el trabajo, la economía, la
    alimentación, etc. Las del espíritu se ven como
    algo relegado a la conciencia personal.


     La vida del espíritu humano es la más intensa y elevada instancia
     de la persona. No puede decirse que haya adquirido su plenitud
     humana quien no la ejercite según su capacidad. Es vida de la
     inteligencia, del amor y de la libertad. Esta vida es específicamente
     humana.




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                                           VOCACIÓN DEL HOMBRE, 5


     Conocer, amar, darse libremente a Dios y al servicio de los demás
     es la vocación de toda persona. Pero el desarrollo de la vida del
     espíritu alcanza algo que está absolutamente por encima de las
     posibilidades humanas: cuando Dios se hace presente en la cria-
     tura humana de un modo nuevo. Es cuando Dios habita en ella
     como en su templo, mediante la actuación del Espíritu Santo que
     nos introduce en la comunión con el Hijo y el Padre.



                               La gracia es la vida de Dios que se
                               nos da. La gracia es vida, porque
                               Dios es vida.




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  CCE 375: “Nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos
  en un estado de santidad y de justicia original. Esta gracia de la san-
  tidad original era una participación de la vida divina”.

  CCE 376: “Por la irradiación de esta gracia, todas
  las dimensiones de la vida del hombre estaban
  fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad
  divina, el hombre no debía ni morir ni sufrir. La
  armonía interior de la persona humana, la armonía
  entre el hombre y la mujer, y, por último, la armo-
  nía entre la primera pareja y toda la creación consti-
  tuía el estado llamado de ‘justicia original’”.

      = dones preternaturales: inmortalidad, inmunidad del sufrimiento,
                         integridad, ciencia infusa.




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                                Adán y Eva, divinizados por la gracia,
                                quisieron “ser como Dios, pero sin
                                Dios, antes que Dios y no según
                                Dios” (CCE 398).


         Su desobediencia (pecado original originante) tiene
         consecuencias desastrosas. Pierden la gracia original
         y los dones preternaturales: pierden la integridad, la
         armonía interior, entre ellos y con el mundo, quedan
         sometidos al sufrimiento y a la muerte. Su naturaleza
         queda herida.




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                                          VOCACIÓN DEL HOMBRE, 8


   Cada persona viene a la existencia privada de la santidad original. Se
   trata del pecado original originado, con el que todos nacemos: es
   contraído, no cometido; es un estado, no un acto.


   Tras la caída, el hombre no podía por sí mismo
   recuperar la santidad perdida. Y por su naturaleza
   herida, tampoco podía cumplir íntegramente y
   siempre el orden moral natural.

   Pero Dios no lo abandonó. Enseguida promete
   a Adán y Eva la venida de un redentor, de la
   salvación (Gn 3, 15: protoevangelio).




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    “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió
    Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido
    bajo la Ley, para redimir a los que estaban
    bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la
    adopción de hijos” (Gal 4, 4-5).


      El Hijo de Dios se encarnó para salvarnos, reconcilián-
      donos con Dios Padre; para hacernos “partícipes de la
      naturaleza divina” (2 P 1, 4) y para ser nuestro modelo
      de santidad.




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                                          VOCACIÓN DEL HOMBRE, 10

     Unas de las riquezas que encierran el misterio de Cristo y de la
                               Redención
                               Toda la gracia nos viene de Cristo.

                         La vida cristiana se engendra y se desarrolla
                         en la Iglesia. A quienes, sin culpa, no conocen
                         la Iglesia, ni a Cristo, Dios no deja de otorgarles
                         las gracias necesarias por los caminos que sólo
                         Él conoce.

    CCE 405: “El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra
    el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las conse-
    cuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten
    en el hombre y lo llaman al combate espiritual”.




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                                           VOCACIÓN DEL HOMBRE, 11

 Heridas de la naturaleza humana producidas por el pecado original
        Ignorancia: dificultad para conocer la verdad y facilidad para
        equivocarse en los juicios.

      Malicia: inclinación de la voluntad al mal; resistencia a obrar por
      amor a Dios y a los demás.


                           Debilidad: ante el esfuerzo que requiere la
                           conducta recta.


                           Concupiscencia: afán desordenado de los
                           goces y de los bienes materiales.




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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 1



    CCE 1987: “La gracia del Espíritu Santo
    tiene el poder de santificarnos, es decir,
    de lavarnos de nuestros pecados y comu-
    nicarnos la justicia de Dios por la fe en
    Jesucristo y por el Bautismo”. De la pala-
    bra “justicia” deriva “justificación”.


      La justificación es una acción salvadora de Dios: un cambio que
      Dios realiza en el hombre, que comienza con el perdón de los
      pecados y culmina con la santificación, o comunicación de la
      justicia de Dios. Es el paso del estado de pecado al estado de
      gracia.




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                                                  LA JUSTIFICACIÓN, 2


     CCE 1850: “El pecado es una ofensa a Dios (...). El pecado se
     levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros
     corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una
     rebelión contra Dios por el deseo de hacerse como dioses, pre-
     tendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El
     pecado es así ‘amor de sí hasta el desprecio de Dios’ (San Agus-
     tín, De civitate Dei)”.


                           Además, “el pecado es una falta contra la ra-
                           zón, la verdad, la conciencia recta; es faltar
                           al amor verdadero para con Dios y para con
                           el prójimo, a causa de un apego perverso a
                           ciertos bienes” (CCE 1849).




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                                                  LA JUSTIFICACIÓN, 3


                             El pecado destruye la semejanza con Dios
                             en lo más alto del misterio (intimidad con
                             las tres personas divinas), y oscurece la
                             imagen de Dios en el hombre.


   En el fondo, las razones por las que alguien realiza un pecado se re-
   ducen a tres: la concupiscencia de la carne, la de los ojos y la sober-
   bia de la vida.

     Pero la causa está solamente en la libre decisión personal. Sólo el
     consentimiento deliberado, con advertencia plena, en un acto
     cuya materia es grave, es pecado (mortal, si se dan estas tres
     condiciones; venial, si falta alguna).




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                                                  LA JUSTIFICACIÓN, 4


         La satisfacción que promete el pecado es efímera y
         limitada. Lejos de Dios, los bienes son relativos, y
         se acaban. El hombre que ha caído en la esclavitud
         del pecado no puede salir de ella por sus fuerzas.


      Con su amor misericordioso, Dios Padre
      sale al encuentro del hombre pecador y
      comienza la obra de la justificación.


    “Nadie puede venir a Mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae”
    (Jn 6, 44).




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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 5



     La justificación es obra de Dios, común
     a las tres Personas divinas. “Es la obra
     más excelente del amor de Dios, mani-
     festado en Cristo Jesús y concedido por
     el Espíritu Santo” (CCE 1994).



        Las tres Personas actúan en la justificación: Jesucristo nos ha
        merecido la justificación por su Pasión. El Espíritu Santo nos
        concede poder participar de la Pasión y Resurrección. Al estar
        injertados en Cristo, somos hijos del Padre.




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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 6




        Itinerario de la justificación:
        1.“Movido por la gracia, el hombre se vuelve a
        Dios y se aparta del pecado” (CCE 1989);
        2. “La justificación entraña el perdón de los
        pecados” (Ídem);
        3. El itinerario concluye en “la santificación y
        la renovación del hombre interior” (Ídem).




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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 7


      Sin la gracia de Dios previa, nadie puede dar los primeros pasos
      hacia la conversión. “Si alguno dijera que, sin la inspiración pre-
      viniente del Espíritu y sin ayuda, puede el hombre creer, esperar
      y amar o arrepentirse como conviene para que se le confiera la
      gracia de la justificación, sea anatema” (Trento s. 6, c. 3).



                                 Se trata de la gracia actual (luz en el
                                 entendimiento, moción en la voluntad,
                                 afecto en el corazón). Su acción prece-
                                 de también la preparación del hombre
                                 para acoger la gracia.




                                                                                    6
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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 8


                           La precedencia absoluta de la gracia a toda
                           iniciativa humana es un misterio: de la
                           comunicación de Dios al hombre y la res-
                           puesta de la libertad humana. Ni siquiera
                           podríamos rezar una jaculatoria sin la
                           intervención de la gracia: “Nadie puede
                           decir ‘Jesús es el Señor’ sino en el Espíri-
                           tu Santo” (1 Cor 12, 3).


       Hace falta evitar dos extremos: atribuir demasiado a la iniciativa
       humana, o pensar que la gracia hace superfluo el papel del
       hombre.




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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 9

                                  Pelagio 1
     Contemporáneo de San Agustín. Daba tal importancia al esfuerzo
     ascético que pensaba que bastaba proponerse la salvación para
     conseguirla sólo con las propias fuerzas.


    El pecado original consistiría sólo en el mal
    ejemplo de Adán y Eva. El hombre conservaría
    intactas sus fuerzas morales y podría sólo con
    ellas, hacer el bien, evitar el mal y salvarse por
    sí mismo.

     La gracia no sería más que el buen ejemplo de
     Cristo que nos ayuda a obrar bien, pero que no
     es imprescindible.




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                                                 LA JUSTIFICACIÓN, 10

                                  Pelagio 2

      Primera consecuencia de esta doctrina: debi-
      lidad y pérdida del sentido de pecado. La no-
      ción de ofensa a Dios cede paso a la de error
      o equivocación, y acaba por desvanecerse la
      noción misma de pecado.



        Otra consecuencia: el oscurecimiento de la fe y del sentido de
        Dios. Entonces la vida cristiana consiste esencialmente en las
        buenas acciones del hombre.




                                                                                    7
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                                                 LA JUSTIFICACIÓN, 11

                             Semipelagianismo
    Error más moderado: afirma la necesidad de la gracia, pero también
    que el hombre puede dar el primer paso hacia la conversión sin
    gracia previa. El hombre podría querer convertirse por propia
    iniciativa, sin la gracia divina, aunque luego, para convertirse
    necesite el auxilio de Dios.



                    Condenado por el 2º Concilio de Orange (año 529).
                    Cualquier preparación que pueda haber en el hom-
                    bre proviene del auxilio de Dios que mueve el
                    alma al bien.




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                                                 LA JUSTIFICACIÓN, 12

                  En el otro extremo, para Lutero, la naturaleza humana
                  ha quedado de tal modo dañada por el pecado original,
                  que no puede hacer nada bueno por sí misma. El hom-
                  bre está siempre en pecado.

                   El perdón de Dios consiste, para Lutero, en que Dios
                   recubre nuestros pecados con los méritos de Cristo y
                   nos declara justificados, pero de ahí no sigue ningún
                   cambio interior en el alma, ni se produce una santifi-
                   cación interior.

     Lo único que necesito, según Lutero, es tener fe en que Dios me ha
     perdonado y me tiene por justo, aunque sepa que sigo siendo peca-
     dor. No tiene cabida la posibilidad de una gracia sobrenatural que
     moviese al hombre a actuar bien.




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                                                 LA JUSTIFICACIÓN, 13


       Dios y libertad humana no son como dos fuerzas que se yuxta-
       ponen. La justificación es toda obra de Dios, y el hombre es to-
       talmente responsable de su justificación. Dios y el hombre con-
       curren en ella, pero en planos distintos: Dios como Creador y
       Fin del hombre; el hombre, como criatura.


   CCE 1993: “La justificación establece la colabo-
   ración entre la gracia de Dios y la libertad
   humana. Por parte del hombre se expresa en el
   asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo
   invita a la conversión, y en la cooperación de la
   caridad al impulso del Espíritu Santo que lo
   previene y lo custodia”.




                                                                                    8
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                                                LA JUSTIFICACIÓN, 14

    Dios es quien, ante todo, ha sido ofendido por el pecado. Sólo Él lo
    puede perdonar. Nadie se puede otorgar el perdón a sí mismo, ni
    puede dictar las condiciones para obtenerlo.

                        “Dios nos espera, como el padre de la parábola,
                        extendidos los brazos, aunque no lo merezca-
                        mos. No importa nuestra deuda. Como en el
                        caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abra-
                        mos el corazón, que tengamos añoranza del
                        hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos
                        y nos alegremos ante el don que Dios nos hace
                        de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta
                        falta de correspondencia por nuestra parte, ver-
                        daderamente hijos suyos” (San Josemaría,
                        Es Cristo que pasa 64).




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                                                LA JUSTIFICACIÓN, 15


  Para los miembros de la Iglesia, el arrepentimiento,
  fruto del amor a Dios sobre todas las cosas, incluye
  el propósito de confesar los pecados en el sacramen-
  to de la penitencia, y obtiene el perdón incluso de los
  pecados mortales. Es la contrición perfecta. No lo
  sería si faltase ese propósito de confesarse.


    Cumpliendo la voluntad del Padre, Jesucristo busca al pecador, de-
    sea convertirle y le ofrece constantemente el perdón.


       El pecado queda borrado, destruido. El hombre queda liberado
       de su pasado.




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                                                LA JUSTIFICACIÓN, 16


                       Al perdón de los pecados va unida la santifica-
                       ción y renovación del hombre interior. Son
                       dos aspectos de una misma acción de Dios que
                       se produce de una vez. No hay instante en que
                       estén perdonados los pecados sin santificación,
                       ni santificación sin perdón de los pecados.



      La santificación supone un cambio en el sujeto. Recibe algo que
      antes no tenía: nada menos que una vida nueva. La naturaleza de
      la santificación, misteriosa, implica la comunión de la vida de
      Dios en lo más hondo del alma.




                                                                                   9
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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 17

    En el momento de infundirnos la gracia, Dios nos hace hijos suyos.
    Nos engendra a una vida nueva en la que participamos de la filia-
    ción divina del mismo Cristo.

     1 Jn 3, 1-2: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos
     llamados hijos de Dios, y lo seamos (...). Carísimos, ahora somos
     hijos de Dios”.

    Por ser hijo, el hombre justificado es tam-
    bién heredero. Tiene derecho a sus bienes:
    los dones necesarios para la santificación
    en esta vida; y en la vida eterna, la parti-
    cipación cara a cara en la vida de Dios
    Uno y Trino.




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                                                   LA JUSTIFICACIÓN, 18



                               La justificación es don gratuito de Dios.
                               En este don podemos distinguir:
                               - La actuación amorosa divina en el
                               origen y en el curso de la justificación
                               (son las gracias actuales);
                               - La participación estable de la vida
                               divina: gracia santificante (o habitual).


                                Con la justificación son difundidas en
                                nuestro corazón las virtudes infusas y
                                los dones del Espíritu Santo.




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                                                   VIDA DE LA GRACIA, 1



                             La gracia es una participación de la vida
                             de Dios. Se puede describir como un
                             nuevo nacimiento, origen de una nueva
                             criatura: sin dejar de ser la misma persona
                             humana, comienza a vivir en un orden que
                             excede por completo sus capacidades na-
                             turales.


      Ese nuevo nacimiento consiste en participar de la vida divina.
      El cambio que experimenta la persona con la gracia es una
      verdadera divinización. La gracia nos introduce en la intimidad
      de la vida trinitaria.




                                                                                  10
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   La unión del alma y del cuerpo constituye una unidad sustancial que
   es el hombre. El hombre no es un alma que inhabita en un cuerpo.
   En cambio, por la gracia, Dios sí inhabita en el hombre, pero no
   forma con él una realidad sustancial: la persona humana sigue siendo
   distinta de las Personas divinas. Por eso la gracia (la vida sobrena-
   tural) se puede perder sin perder la vida natural.


    Cuando se habla del pecado como muerte del alma,
    el vocablo muerte significa la pérdida de la vida de
    Dios en el alma y de las virtudes sobrenaturales.
    Tal ruptura no altera la realidad sustancial de la
    persona, que es lo que sucede, por el contrario,
    cuando se rompe la unión del alma con el cuerpo.




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                                                 VIDA DE LA GRACIA, 3


      La gracia es un modo de vida. Es toda la vida la
      que queda informada por la vida de Dios, porque
      el hombre, en estado de gracia, está divinizado,
      es decir, metido verdaderamente en Dios, intro-
      ducido a participar de la vida divina.


    El hombre en gracia experimenta un cambio real: queda endiosado
    (San Josemaría). Los Padres de la Iglesia califican esta elevación
    del hombre como una auténtica divinización. Es un don que supera
    la medida de la razón o la fuerza de la voluntad. Nadie puede
    lograrlo como resultado de un despliegue de las posibilidades
    espirituales de la naturaleza humana.




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                                                 VIDA DE LA GRACIA, 4


       La divinización no significa una disolución de lo humano en lo
       divino, al estilo de un planteamiento panteísta. No implica una
       pérdida de identidad personal. Al contrario, cuanto más se vive
       en Dios, más se enriquece la personalidad humana.


                       Con la gracia, se comienza ya en esta vida el
                       proceso que culmina en la vida eterna, que es
                       la vida perfecta con la Santísima Trinidad, con
                       la Virgen María, San José, los ángeles y todos
                       los bienaventurados. El cielo es la realización
                       de las aspiraciones más profundas del hombre,
                       el estado supremo y definitivo de dicha.




                                                                                  11
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                     CCE 1999: “La gracia de Cristo es el don gratuito
                     que Dios hace de su vida infundida por el Espíritu
                     Santo en nuestra alma (...): es la gracia santifican-
                     te o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en
                     nosotros la fuente de la obra de santificación”.


        No es algo puramente externo (Lutero), ni una simple afinidad
        moral o afectiva con Cristo (Pelagio).


    CCE 2000: “La gracia santificante es un don habitual, una disposi-
    ción estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla
    capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor”.




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                                                  VIDA DE LA GRACIA, 6

   La gracia es divinización. No es una “cosa” que se interponga entre
   el alma y Dios: es el don del Espíritu Santo que nos introduce en la
   vida de la Trinidad Santísima.

    La participación de la vida divina que recibimos como un don esta-
    ble, consiste en la participación en la vida del Hijo, de Cristo. Y
    vivir la vida de Cristo nos lleva al Padre y al Espíritu Santo.


    El modo en que Dios nos concede participar de
    su vida y nos hace miembros de su familia es la
    filiación. “Mirad qué amor tan grande nos ha
    mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de
    Dios, y lo seamos” (1 Jn 3, 1-2).




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                                                  VIDA DE LA GRACIA, 7



   Al adoptarnos, Dios Padre podría haberlo hecho
   de muchas maneras. Ha querido hacerlo de la
   forma más alta, que es introducirnos en la Fi-
   liación del Verbo. Nos hace “hijos en el Hijo”,
   configurados a la imagen del Hijo.


   La filiación adoptiva humana lleva consigo sólo la relación jurídica
   y moral. La filiación adoptiva respecto a Dios es muchísimo más:
   supone cambio, generación real, nuevo nacimiento, verdadera divi-
   nización. Por ella somos Dios por participación en la Filiación
   del Hijo. Es con relación a la Filiación del Hijo por lo que la nuestra
   se llama adoptiva. Él es Hijo por naturaleza.




                                                                                    12
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        La filiación divina puede y debe ser el fundamento de la vida
        espiritual: un cristiano deberá vivir la unidad de vida de un
        hijo de Dios, actuará con la libertad de los hijos de Dios, su
        oración es la de un hijo de Dios, y lo mismo su trabajo, alegría,
        dolor, etc.


                       Saber que “el cristiano está obligado a ser alter
                       Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo
                       Cristo” (San Josemaría, Es Cristo que pasa 96),
                       orienta decisivamente nuestra vida, nuestro
                       modo de corresponder a la acción divina, que
                       es la única capaz de hacernos más y más el
                       mismo Cristo, y en Él, más y más hijos de Dios.




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                    Es Cristo mismo el que nos ha revelado que podemos
                    identificarnos con Él. La imagen a la que recurre en
                    la parábola de la vid y del sarmiento expresa la dis-
                    tinción (el sarmiento no es la vid), pero también la
                    unión estrechísima: toda la vida del sarmiento pro-
                    cede de la vid.


  “Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañarle tan de cerca, que
  vivamos con Él, como aquellos primeros doce; tan de cerca, que
  con Él nos identifiquemos. No tardaremos en afirmar, cuando no
  hayamos puesto obstáculos a la gracia, que nos hemos revestido
  de Nuestro Señor Jesucristo” (San Josemaría, Amigos de Dios 299).




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                                                 VIDA DE LA GRACIA, 10

  Jn 15, 15: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré
  al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre”.

  CCE 1999: “La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace
  de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma”.


  La tarea de hacer de cada cristiano “otro Cristo”
  la lleva a cabo el Espíritu Santo.

  El Espíritu Santo formó a Cristo en las entrañas
  de María. De modo análogo, es Él quien hace
  “nacer” a Cristo en cada cristiano.




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    La gracia es el don que nos hace hijos de Dios
    Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo.
    Está íntimamente relacionada con la inhabita-
    ción de la Trinidad en el alma: se trata de dos
    dimensiones inseparables del misterio de la
    participación de la vida divina. La inhabitación
    es la causa de la gracia.

     “La gracia es causada en el alma por la presencia de la divinidad,
     como la luz en el aire por la presencia del sol” (Santo Tomás).

   El misterio Trinitario se “proyecta” en el alma mediante las misiones
   del Hijo y del Espíritu Santo.




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     La vida intratrinitaria se prolonga en el alma, de manera que las
     Personas divinas viven en ella: esto es la inhabitación.

        El alma queda elevada, endiosada al ser introducida en la inti-
        midad de Dios: este cambio en el alma es la gracia.


                         Se suele expresarlo con las categorías de gracia
                         increada y creada. Gracia increada: el mismo
                         Dios dándose al hombre. Gracia creada: el don
                         producido en el alma cuando Dios habita en
                         ella. También se llama don increado al Espíritu
                         Santo que mora en el alma, y don creado su
                         efecto en el alma.




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                      Las gracias actuales “designan las intervenciones
                      divinas que están en el origen de la conversión o
                      en el curso de la obra de la santificación” (CCE
                      2000). Son luz en la inteligencia, moción en la
                      voluntad, afecto en el corazón.


        Sin ellas el hombre en pecado mortal ni siquiera puede dar los
        primeros pasos para salir de tal situación.

    Pero las gracias actuales no se dirigen sólo al hombre lejos de Dios.
    Dios las da al hombre divinizado por la gracia santificante, en el
    curso de la santificación.




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      La gracia santificante pertenece al orden de lo que somos: hijos
      de Dios. Las gracias actuales nos capacitan para obrar en conse-
      cuencia con lo que somos.


   Al ser hijos de Dios por la gracia santificante,
   será incluso mayor la actividad santificadora
   de Dios a través de las gracias actuales, pues
   se ordenan a nuestra santificación.

   San Pablo lo enseña, por ejemplo, cuando dice:
   “Dios es quien obra en vosotros el querer y el
   actuar conforme a su beneplácito” (Flp 2, 13).




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   Todas las circunstancias de la vida son camino
   para la gracia. Puede llegar a través de la ora-
   ción, de la lectura del Evangelio, la predicación,
   la conversación de amistad, el buen ejemplo,
   alegrías, dolor, intervenciones especiales de
   Dios como en la Anunciación a María, etc.


      “La vida presenta mil facetas, situaciones diversísimas, ásperas
      unas, fáciles quizá en apariencia otras. Cada una de ellas compor-
      ta su propia gracia, es una llamada original de Dios: una ocasión
      inédita de trabajar, de dar el testimonio divino de la caridad”
      (San Josemaría, Conversaciones 97).




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    La gracia actúa “a favor” de la libertad, pero no la hace superflua,
    ni la “adormece”; al contrario, la fortalece, la defiende y la posi-
    bilita para su más alta realización. Nunca tiene carácter de impo-
    sición, sino de invitación, llamada.

                          Por parte del hombre, se pone en juego
                          una verdadera capacidad de decidir
                          sobre su propio destino, y a veces esta
                          decisión rechaza la llamada divina.

    La gracia no entra en conflicto con la libertad auténtica. El con-
    traste puede darse entre gracia y desenfoques teóricos de la li-
    bertad o entre gracia y libertad afectada por las heridas del pecado.




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                  Desenfoques de libertad más comunes

                     Entendida como ausencia de límites: independen-
                     cia absoluta. Algo así no existe, aunque se pueda
                     imaginar o desear. La llamada de Dios a seguirle
                     puede entonces ser vista como una intromisión
                     indebida.

     Entendida como espontaneidad: dar cauce a todas las apetencias,
     deseos, ganas. Lleva a la negación de la libertad, pues la razón
     tendría que ser esclava de la pasión.

   Entendida como puro poder electivo: el hecho de que la elección sea
   buena o mala quedaría subordinado a que es una elección personal.
   Las normas morales se enfocan como limitación de la libertad.




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   El ejercicio auténtico de la libertad consiste en dirigirse al verdadero
   Bien con dominio de los propios actos. El hombre ama a Dios
   porque quiere; ama al prójimo porque quiere; hace el bien, cumple
   la ley moral, etc., porque quiere. No consiste en “hacer lo que
   quiero”, sino en “hacer el bien porque quiero”. Por eso la gracia con
   la que Dios atrae al hombre hacia sí, siempre va en favor de la ver-
   dad y la libertad.

   La libertad del hombre está debilitada por el
   pecado de origen, y sufre del desorden de la
   concupiscencia. “Pero las tentaciones se
   pueden vencer y los pecados se pueden evitar
   porque, junto con los mandamientos, el Señor
   nos da la posibilidad de observarlos” (Juan
   Pablo II, Veritatis splendor 102).




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    Las gracias sacramentales son dones propios de
    los distintos sacramentos. Por ejemplo, en la
    confesión, además de la gracia santificante que
    limpia y regenera al pecador, el sacramento le
    otorga una gracia especial (sacramental) que le
    fortalecerá para vencer justamente en las virtu-
    des en que había sido derrotado.

   Los carismas son gracias que Dios concede a determinadas personas
   a favor de la santidad de los demás.

      Todas las profesiones y trabajos cuentan con la correspondiente
      gracia de estado para que quien los desempeñan los santifique y
      él mismo se pueda santificar.




                                                                                     16
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    Junto con la gracia nos son infundidas en el alma las virtudes
    teologales. La fe permite participar del conocimiento que Dios tie-
    ne de sí mismo y de todas las cosas. La esperanza refuerza la vo-
    luntad haciendo que podamos confiar en vivir como hijos de Dios y
    alcanzar la bienaventuranza. La caridad perfecciona la voluntad y
    nos confiere un amor que es participación del Espíritu Santo.

                      Las virtudes teologales “informan y vivifican
                      todas las virtudes morales” (CCE 1813). Sin
                      entrar en la cuestión de si existen virtudes
                      morales infusas, se puede hablar de virtudes
                      morales sobrenaturales entendidas como hábi-
                      tos vivificados por la fe, esperanza y caridad,
                      que permiten actos sobrenaturales de templanza,
                      fortaleza, etc.




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                           Los dones del Espíritu Santo son “disposi-
                           ciones permanentes que hacen al hombre
                           dócil para seguir las inspiraciones divinas”
                           (CCE 389). Son infundidos junto con la
                           gracia. La Sagrada Escritura habla de siete.

   Dones que perfeccionan el entendimiento: sabiduría, que, apoyado
   en la caridad, permite conocer la intimidad divina del más alto modo
   posible; entendimiento, que permite captar de forma más viva y pro-
   funda lo que ya se sabe por la fe; ciencia, que facilita ver las cosas
   creadas en su esencial dependencia de Dios y según el valor que
   tienen para la consecución de la santidad; consejo, que otorga apre-
   ciar lo que, en concreto, es más agradable a Dios, tanto en la propia
   vida como a la hora de aconsejar a otros.




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    Dones que perfeccionan la volun-
    tad: fortaleza, que otorga fortaleza
    en la fe y firmeza en la lucha para
    vencer las dificultades de la vida
    interior; piedad, que fomenta la
    conciencia de saberse hijos de Dios
    en Cristo, y por Él hermanos de to-
    dos los hombres (da paz y alegría);
    temor de Dios, que no es el miedo
    a Dios, sino el temor a ofenderle, a
    contristarle.




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                               La vida eterna tiene carácter de recom-
                               pensa, de premio. El hombre solo no la
                               podría conseguir. Pero el Señor ha que-
                               rido hacer al hombre capaz de adquirir
                               un verdadero derecho a la recompensa.

     Ese derecho lo poseen los que siguen a Cristo, los que unidos a Él
     por la fe y el amor, procuran ser “otro Cristo”, y por tanto hijos
     de Dios.

     Se llama mérito a ese derecho al premio. Tiene por objeto tanto la
     vida eterna, como los dones de la gracia en el camino de la santi-
     ficación.




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    CCE 2006: “El término ‘mérito’ designa en general la retribución
    debida por parte de una comunidad o una sociedad a la acción de
    uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala,
    digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la
    virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige”.


     El origen del mérito puede ser simplemente la
     condición de la persona o sus obras. Una per-
     sona merece que se le trate con la consideración
     debida; merece tener acceso a los medios indis-
     pensables para vivir como tal. Quien desempeña
     un trabajo merece el sueldo justo.




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                                                     GRACIA Y OBRAS, 3


      Ni por la condición personal ni por las obras se
      puede hablar de mérito como derecho estricto
      ante Dios, pues falta el principio de igualdad.
      “Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene
      medida, porque nosotros lo hemos recibido todo
      de Él, nuestro Creador” (CCE 2007).

      Pero “Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra
      de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto
      que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en
      cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras
      buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al
      fiel, seguidamente” (CCE 2008).




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     El mérito de nuestras obras procede de que somos hijos de Dios, y
     por tanto se realizan en el ámbito de la intimidad con Él. “La
     gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido (...). Los méritos
     son dones de Dios” (San Agustín, Sermón 298).



                       CCE 2011: “La gracia, uniéndonos a Cristo con
                       un amor activo, asegura el carácter sobrenatural
                       de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito
                       tanto ante Dios como ante los hombres. Los
                       santos han tenido siempre conciencia viva de
                       que sus méritos eran pura gracia”.




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                       El hombre justificado merece por sus
                       buenas obras: el aumento de la gracia
                       santificante, la vida eterna, y el aumento
                       de la gloria.

     La gracia santificante, en cuanto participación en la vida divina,
     no puede aumentar por otro procedimiento que el de la libre deci-
     sión divina, que quiere “darse” más al alma si ésta corresponde
     a las gracias previas.

    Cuando hacemos, movidos por la gracia, un acto de fe o de amor,
    merecemos un aumento de las virtudes sobrenaturales y de los
    dones del Espíritu Santo, y Dios nos lo concede.




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   La gracia es la incoación de la gloria. La vida eterna es recompensa
   definitiva para quienes llegan al momento de la muerte en gracia
   de Dios.

      Se puede merecer también el aumento de gloria: existen diversos
      grados de gloria.

    CCE 2010: “Los mismos bienes temporales,
    como la salud, la amistad, pueden ser merecidos
    según la sabiduría de Dios. Estas gracias y bie-
    nes son objeto de la oración cristiana, la cual
    provee a nuestra necesidad de la gracia para las
    acciones meritorias”. Se pueden también mere-
    cer a favor de los demás las gracias útiles para
    su conversión y santificación.




                                                                                   19
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     Requisitos para merecer: a) vida tempo-
     ral (el tiempo de merecer termina con la
     muerte); b) acción libre y buena; c) estado
     de gracia (obrar en todo por amor a Dios).

    Ser sobrenaturalmente bueno es mucho más que ser humanamente
    bueno, pero lo incluye. La gracia no actúa de espaldas a la realidad
    física, psicológica y moral de la persona.

     “Dios nos quiere muy humanos (...). El precio de vivir en cristiano
     no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas
     virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo (...), que es
     perfectus Deus, perfectus homo” (San Josemaría, Amigos de
     Dios 75).




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   CCE 1804: “Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposicio-
   nes estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la vo-
   luntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y
   guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facili-
   dad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El
   hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. (...) Se
   adquieren mediante las fuerzas humanas”.


                      Las virtudes humanas son el fundamento de las
                      sobrenaturales. Por otra parte, las sobrenaturales,
                      que se difunden con la gracia en el alma, purifi-
                      can y elevan las humanas; les dan arraigo y faci-
                      litan su adquisición y desarrollo.




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                    Por una parte, la madurez humana supone la con-
                    junción de madurez en el entendimiento (capacidad
                    de juicio), en la voluntad (tomar decisiones y per-
                    severancia) y en los afectos (estabilidad de ánimo).

                    Por otra parte, la madurez humana se eleva a madu-
                    rez sobrenatural por la gracia.


    La gracia, por la virtud de la fe eleva al entendimiento a una com-
    prensión sobrenatural de Dios, que se extiende de un modo u otro
    a todas las cosas. Eleva la voluntad (principalmente por la caridad)
    a querer conforme a la Voluntad divina. Perfecciona los afectos,
    para hacer posible llegar a tener los mismos sentimientos del Señor.




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    Los dones de Dios, la gracia santificante y todos los demás auxilios
    del Espíritu Santo, no son algo que se pueda guardar en un depósito,
    separado de la existencia cotidiana.




      La gracia es vida: vida de Dios que se nos da
      para vivir como hijos suyos. Cada uno debe
      corresponder para que se desarrolle y llegue
      a su plenitud, que es la identificación con
      Cristo. En esto consiste la santidad y esta es
      la vocación a la que todos están llamados.




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                        “Si el Bautismo es una verdadera entrada en la
                        santidad de Dios por medio de la inserción en
                        Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un
                        contrasentido contentarse con una vida mediocre,
                        vivida según una ética minimalista y una religio-
                        sidad superficial. Preguntar a un catecúmeno,
                        ‘¿quieres recibir el Bautismo?’, significa al mismo
                        tiempo preguntarle, ‘¿quieres ser santo?’. Signifi-
                        ca ponerle en el camino del Sermón de la Montaña:
                        ‘Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre
                        celestial’ (Mt 5, 48)” (Juan Pablo II, Novo
                        millennio inneunte 30).




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     “Los caminos de la santidad son múltiples y
     adecuados a la vocación de cada uno (...). Es
     el momento de proponer de nuevo a todos
     con convicción este ‘alto grado’ de la vida
     cristiana ordinaria” (Juan Pablo II, Ídem 31).

    La “tarea” de la santidad dura toda la vida, abarca todas las ocupa-
    ciones vivificándolas desde dentro, recaba de la persona todas sus
    facultades. No hay vacaciones, no hay momentos ni ocupaciones
    rectas en que pueda quedar entre paréntesis creer, amar o esperar
    en Dios, servir a los demás, vivir las virtudes...

              La santidad necesita, para desarrollarse y crecer, nuestra
                              correspondencia libre.




                                                                                     21
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       CCE 2013: “’Todos los fieles cristianos, de cualquier estado o
       condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la
       perfección de la caridad’ (Lumen gentium 40). Todos son
       llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre ce-
       lestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”.

                     CCE 2014: “El progreso espiritual tiende a la unión
                     cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama
                     ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo
                     mediante los sacramentos -’los santos misterios’- y,
                     en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios
                     nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aun-
                     que las gracias especiales (...) de esta vida mística
                     sean concedidos solamente a algunos para manifes-
                     tar así el don gratuito hecho a todos”.




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   “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). El seguimiento
   de Cristo no se puede limitar a una parte de su vida o de su misión.
   Tiene que ser -dentro de las circunstancias personales- completo.
   Y toda la vida de Jesús está orientada hacia el sacrificio de la Cruz.

     CCE 2015: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay
     santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiri-
     tual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradual-
     mente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas”.

     Es muy útil fijarse en la vida de los santos, en sus
     luchas y su correspondencia a la gracia. Podemos
     aprender de ellos viendo cómo buscaron identifi-
     carse con Cristo y cómo lo lograron.




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                              Si la búsqueda de la santidad supone un
                              progresivo crecimiento en el amor a Dios,
                              necesariamente llevará consigo trato
                              mutuo, intercambio de conocimiento,
                              diálogo. Es decir, oración.


       “Hay un solo modo de crecer en la familiaridad y en la confianza
       con Dios: tratarle en la oración, hablar con Él, manifestarle -de
       corazón a corazón- nuestro afecto. (...) El sendero que conduce
       a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender
       poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se conver-
       tirá más tarde en árbol frondoso” (San Josemaría, Amigos de
       Dios 294-295).




                                                                                    22
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    “Empezamos con oraciones vocales, que muchos
    hemos repetido de niños: son frases ardientes y
    sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es
    Madre nuestra. Primero una jaculatoria, y luego
    otra, y otra...” (San Josemaría, Amigos de
    Dios 286).

    CCE 2701: “La oración vocal es un elemento indispensable de la
    vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de
    su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el ‘Padre Nuestro’”.

    El hecho de que se comience con oraciones vocales no hace de ellas
    algo exclusivo de niños o principiantes. La oración vocal no se deja
    nunca. Es muy conforme al modo de ser humano.




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  “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad,
  estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”
  (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida 8).

  “Me has escrito: ‘orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’ -¿De qué?
  De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles.
  preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y
  peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y co-
  nocerte: ‘¡tratarse!’” (San Josemaría, Camino 91).

                 Se puede hacer con ayuda de un libro. El principal es la
                 Sagrada Escritura, especialmente los Evangelios. Tam-
                 bién ayudan los textos litúrgicos, los escritos de los
                 Padres, las obras de espiritualidad. La oración mental
                 también se alimenta de los sucesos de la vida.




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    El amor a Dios crece, y llega un momento en que “las palabras
    resultan pobres... y se deja paso a la intimidad divina en un mirar a
    Dios sin descanso y sin cansancio. (...) Mientras realizamos con la
    mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y
    limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro
    oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro
    atraído por el imán” (San Josemaría, Amigos de Dios 296).


    CCE 2715: “La oración contemplativa es mirada
    de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y Él me mira’,
    decía a su santo cura un campesino de Ars que
    oraba ante el Sagrario”.




                                                                                     23
27/08/2010




Gr 70 de 75

                                             SANTIDAD CRISTIANA, 10


                         Las tres formas de oración no son excluyentes
                         entre sí. Las oraciones vocales proporcionan
                         abundante alimento para la meditación perso-
                         nal. Por su parte, al meditar, muchas veces
                         se pasa a la contemplación (siempre es don
                         que concede Dios).


     Otras veces, la contemplación se desborda en oraciones vocales y
     jaculatorias. Y viceversa: “sé que muchas personas, rezando vo-
     calmente -como ya queda dicho-, las levanta Dios, sin saber ellas
     cómo, a subida contemplación” (Santa Teresa de Jesús, Camino
     de Perfección 30, 7).




Gr 71 de 75

                                             SANTIDAD CRISTIANA, 11


    El fruto del trato con Dios, de la auténtica
    vida interior, se manifiesta en toda la vida
    de la persona: en su caridad, en su trabajo,
    en su alegría, etc.. Sin cambiar nada por
    fuera, se trata de “un nuevo modo de pisar
    en la tierra, un modo divino, sobrenatural,
    maravilloso” (San Josemaría, Amigos de
    Dios 297).


   “Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino,
   escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de
   vosotros descubrir” (San Josemaría, homilía, 8.10.1967).




Gr 72 de 75

                                             SANTIDAD CRISTIANA, 12

       “Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañarle tan de cerca,
       que vivamos con Él, como aquellos primeros doce; tan de
       cerca que con Él nos identifiquemos” (San Josemaría, Amigos
       de Dios 299).

      En ese seguimiento, se pueden señalar cuatro escalones: buscarle,
      encontrarle, tratarle y amarle.

                           “Buscadlo con hambre, buscadlo en voso-
                           tros mismos con todas vuestras fuerzas.
                           Si obráis con este empeño, me atrevo a
                           garantizar que ya lo habéis encontrado, y
                           que habéis comenzado a tratarlo y a amar-
                           lo” (San Josemaría, Amigos de Dios 300).




                                                                                 24
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Gr 73 de 75

                                              SANTIDAD CRISTIANA, 13


      “Pero no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse
      con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios,
      es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad,
      las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas,
      por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen
      y semejanza” (San Josemaría, Amigos de Dios 301).

   “Cuando no nos limitamos a tolerar y, en cambio,
   amamos la contradicción, el dolor físico o moral, y
   lo ofrecemos a Dios en desagravio por nuestros pe-
   cados y por los pecados de todos los hombres, en-
   tonces os aseguro que esa pena no apesadumbra. No
   se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz
   de Cristo” (San Josemaría, Amigos de Dios 132).




Gr 74 de 75

                                              SANTIDAD CRISTIANA, 14

                           “El corazón necesita (...) distinguir y adorar
                           a cada una de las Personas divinas. De algún
                           modo, es un descubrimiento que el alma rea-
                           liza en la vida sobrenatural (...). Y se entre-
                           tiene amorosamente con el Padre y con el
                           Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete
                           fácilmente a la actividad del Paráclito vivifi-
                           cador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los
                           dones y las virtudes sobrenaturales!” (San
                           Josemaría, Amigos de Dios 305).

   “Sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el
   entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe
   otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe tam-
   bién mirada amorosamente por Dios, a todas horas” (Ídem 307).




Gr 75 de 75

                                              SANTIDAD CRISTIANA, 15


     En la senda de la contemplación, las pasiones no
     se han acallado definitivamente. No hay que ex-
     trañarse al experimentar que seguimos siendo “de
     barro”. Ni tampoco deja de acechar la tentación
     del desánimo, de la tribulación, de la oscuridad.
     Pero el alma avanza metida en Dios.

        “¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz, la mía; ante tus heridas, mis
        rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito,
        esta pobrecita pesadumbre que has cargado Tú sobre mis
        espaldas?” (San Josemaría, Amigos de Dios 311).

       Alcanzamos una familiaridad con Dios. Y al final, nos introdu-
       cirá en la plenitud de su Vida, de la que la gracia es anticipo.




                                                                                    25

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Gracia

  • 1. 27/08/2010 Gr 1 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 1 CCE 1: “Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad, ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada”. Por qué existe el hombre: por un designio de pura bondad. Es fruto del amor libre de Dios. Para qué existe el hombre: para participar de la vida misma de Dios; para conocerle y amarle, teniendo parte en su vida bienaventurada. Gr 2 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 2 Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 27). La imagen y semejanza de Dios se refiere a la persona humana en su totalidad. La corporeidad sólo es posible por el alma (sin ella no hay cuerpo, sino cadáver). El alma está referida al cuerpo. El hombre es unidad sustancial. El alma es el principio espiritual del hom- bre, no reducible al cuerpo. Puede subsistir sin el cuerpo (de hecho subsiste después de la muerte). Es por parte del alma y de los actos espirituales por donde principalmente el hombre alcanza su semejanza con Dios. Gr 3 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 3 Distinción entre actos del hombre (realizados de manera inconsciente: respirar, sentir dolor, oír, etc.) y actos humanos (que proceden de una valoración de la inteligencia y de la deci- sión de la voluntad). Los actos humanos son libres y de ellos deriva la responsabilidad personal. Con ellos se alcanza o se rechaza la llamada de Dios. Los actos humanos configuran precisamente la “vida del espíritu”. 1
  • 2. 27/08/2010 Gr 4 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 4 La mentalidad de la sociedad actual tiene una gran dificultad para entender la vida del espí- ritu. Las cuestiones que se consideran impor- tantes son la salud, el trabajo, la economía, la alimentación, etc. Las del espíritu se ven como algo relegado a la conciencia personal. La vida del espíritu humano es la más intensa y elevada instancia de la persona. No puede decirse que haya adquirido su plenitud humana quien no la ejercite según su capacidad. Es vida de la inteligencia, del amor y de la libertad. Esta vida es específicamente humana. Gr 5 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 5 Conocer, amar, darse libremente a Dios y al servicio de los demás es la vocación de toda persona. Pero el desarrollo de la vida del espíritu alcanza algo que está absolutamente por encima de las posibilidades humanas: cuando Dios se hace presente en la cria- tura humana de un modo nuevo. Es cuando Dios habita en ella como en su templo, mediante la actuación del Espíritu Santo que nos introduce en la comunión con el Hijo y el Padre. La gracia es la vida de Dios que se nos da. La gracia es vida, porque Dios es vida. Gr 6 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 6 CCE 375: “Nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado de santidad y de justicia original. Esta gracia de la san- tidad original era una participación de la vida divina”. CCE 376: “Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir ni sufrir. La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armo- nía entre la primera pareja y toda la creación consti- tuía el estado llamado de ‘justicia original’”. = dones preternaturales: inmortalidad, inmunidad del sufrimiento, integridad, ciencia infusa. 2
  • 3. 27/08/2010 Gr 7 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 7 Adán y Eva, divinizados por la gracia, quisieron “ser como Dios, pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (CCE 398). Su desobediencia (pecado original originante) tiene consecuencias desastrosas. Pierden la gracia original y los dones preternaturales: pierden la integridad, la armonía interior, entre ellos y con el mundo, quedan sometidos al sufrimiento y a la muerte. Su naturaleza queda herida. Gr 8 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 8 Cada persona viene a la existencia privada de la santidad original. Se trata del pecado original originado, con el que todos nacemos: es contraído, no cometido; es un estado, no un acto. Tras la caída, el hombre no podía por sí mismo recuperar la santidad perdida. Y por su naturaleza herida, tampoco podía cumplir íntegramente y siempre el orden moral natural. Pero Dios no lo abandonó. Enseguida promete a Adán y Eva la venida de un redentor, de la salvación (Gn 3, 15: protoevangelio). Gr 9 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 9 “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4, 4-5). El Hijo de Dios se encarnó para salvarnos, reconcilián- donos con Dios Padre; para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4) y para ser nuestro modelo de santidad. 3
  • 4. 27/08/2010 Gr 10 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 10 Unas de las riquezas que encierran el misterio de Cristo y de la Redención Toda la gracia nos viene de Cristo. La vida cristiana se engendra y se desarrolla en la Iglesia. A quienes, sin culpa, no conocen la Iglesia, ni a Cristo, Dios no deja de otorgarles las gracias necesarias por los caminos que sólo Él conoce. CCE 405: “El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las conse- cuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual”. Gr 11 de 75 VOCACIÓN DEL HOMBRE, 11 Heridas de la naturaleza humana producidas por el pecado original Ignorancia: dificultad para conocer la verdad y facilidad para equivocarse en los juicios. Malicia: inclinación de la voluntad al mal; resistencia a obrar por amor a Dios y a los demás. Debilidad: ante el esfuerzo que requiere la conducta recta. Concupiscencia: afán desordenado de los goces y de los bienes materiales. Gr 12 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 1 CCE 1987: “La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y comu- nicarnos la justicia de Dios por la fe en Jesucristo y por el Bautismo”. De la pala- bra “justicia” deriva “justificación”. La justificación es una acción salvadora de Dios: un cambio que Dios realiza en el hombre, que comienza con el perdón de los pecados y culmina con la santificación, o comunicación de la justicia de Dios. Es el paso del estado de pecado al estado de gracia. 4
  • 5. 27/08/2010 Gr 13 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 2 CCE 1850: “El pecado es una ofensa a Dios (...). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse como dioses, pre- tendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí hasta el desprecio de Dios’ (San Agus- tín, De civitate Dei)”. Además, “el pecado es una falta contra la ra- zón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes” (CCE 1849). Gr 14 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 3 El pecado destruye la semejanza con Dios en lo más alto del misterio (intimidad con las tres personas divinas), y oscurece la imagen de Dios en el hombre. En el fondo, las razones por las que alguien realiza un pecado se re- ducen a tres: la concupiscencia de la carne, la de los ojos y la sober- bia de la vida. Pero la causa está solamente en la libre decisión personal. Sólo el consentimiento deliberado, con advertencia plena, en un acto cuya materia es grave, es pecado (mortal, si se dan estas tres condiciones; venial, si falta alguna). Gr 15 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 4 La satisfacción que promete el pecado es efímera y limitada. Lejos de Dios, los bienes son relativos, y se acaban. El hombre que ha caído en la esclavitud del pecado no puede salir de ella por sus fuerzas. Con su amor misericordioso, Dios Padre sale al encuentro del hombre pecador y comienza la obra de la justificación. “Nadie puede venir a Mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae” (Jn 6, 44). 5
  • 6. 27/08/2010 Gr 16 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 5 La justificación es obra de Dios, común a las tres Personas divinas. “Es la obra más excelente del amor de Dios, mani- festado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo” (CCE 1994). Las tres Personas actúan en la justificación: Jesucristo nos ha merecido la justificación por su Pasión. El Espíritu Santo nos concede poder participar de la Pasión y Resurrección. Al estar injertados en Cristo, somos hijos del Padre. Gr 17 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 6 Itinerario de la justificación: 1.“Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado” (CCE 1989); 2. “La justificación entraña el perdón de los pecados” (Ídem); 3. El itinerario concluye en “la santificación y la renovación del hombre interior” (Ídem). Gr 18 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 7 Sin la gracia de Dios previa, nadie puede dar los primeros pasos hacia la conversión. “Si alguno dijera que, sin la inspiración pre- viniente del Espíritu y sin ayuda, puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse como conviene para que se le confiera la gracia de la justificación, sea anatema” (Trento s. 6, c. 3). Se trata de la gracia actual (luz en el entendimiento, moción en la voluntad, afecto en el corazón). Su acción prece- de también la preparación del hombre para acoger la gracia. 6
  • 7. 27/08/2010 Gr 19 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 8 La precedencia absoluta de la gracia a toda iniciativa humana es un misterio: de la comunicación de Dios al hombre y la res- puesta de la libertad humana. Ni siquiera podríamos rezar una jaculatoria sin la intervención de la gracia: “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ sino en el Espíri- tu Santo” (1 Cor 12, 3). Hace falta evitar dos extremos: atribuir demasiado a la iniciativa humana, o pensar que la gracia hace superfluo el papel del hombre. Gr 20 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 9 Pelagio 1 Contemporáneo de San Agustín. Daba tal importancia al esfuerzo ascético que pensaba que bastaba proponerse la salvación para conseguirla sólo con las propias fuerzas. El pecado original consistiría sólo en el mal ejemplo de Adán y Eva. El hombre conservaría intactas sus fuerzas morales y podría sólo con ellas, hacer el bien, evitar el mal y salvarse por sí mismo. La gracia no sería más que el buen ejemplo de Cristo que nos ayuda a obrar bien, pero que no es imprescindible. Gr 21 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 10 Pelagio 2 Primera consecuencia de esta doctrina: debi- lidad y pérdida del sentido de pecado. La no- ción de ofensa a Dios cede paso a la de error o equivocación, y acaba por desvanecerse la noción misma de pecado. Otra consecuencia: el oscurecimiento de la fe y del sentido de Dios. Entonces la vida cristiana consiste esencialmente en las buenas acciones del hombre. 7
  • 8. 27/08/2010 Gr 22 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 11 Semipelagianismo Error más moderado: afirma la necesidad de la gracia, pero también que el hombre puede dar el primer paso hacia la conversión sin gracia previa. El hombre podría querer convertirse por propia iniciativa, sin la gracia divina, aunque luego, para convertirse necesite el auxilio de Dios. Condenado por el 2º Concilio de Orange (año 529). Cualquier preparación que pueda haber en el hom- bre proviene del auxilio de Dios que mueve el alma al bien. Gr 23 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 12 En el otro extremo, para Lutero, la naturaleza humana ha quedado de tal modo dañada por el pecado original, que no puede hacer nada bueno por sí misma. El hom- bre está siempre en pecado. El perdón de Dios consiste, para Lutero, en que Dios recubre nuestros pecados con los méritos de Cristo y nos declara justificados, pero de ahí no sigue ningún cambio interior en el alma, ni se produce una santifi- cación interior. Lo único que necesito, según Lutero, es tener fe en que Dios me ha perdonado y me tiene por justo, aunque sepa que sigo siendo peca- dor. No tiene cabida la posibilidad de una gracia sobrenatural que moviese al hombre a actuar bien. Gr 24 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 13 Dios y libertad humana no son como dos fuerzas que se yuxta- ponen. La justificación es toda obra de Dios, y el hombre es to- talmente responsable de su justificación. Dios y el hombre con- curren en ella, pero en planos distintos: Dios como Creador y Fin del hombre; el hombre, como criatura. CCE 1993: “La justificación establece la colabo- ración entre la gracia de Dios y la libertad humana. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia”. 8
  • 9. 27/08/2010 Gr 25 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 14 Dios es quien, ante todo, ha sido ofendido por el pecado. Sólo Él lo puede perdonar. Nadie se puede otorgar el perdón a sí mismo, ni puede dictar las condiciones para obtenerlo. “Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezca- mos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abra- mos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, ver- daderamente hijos suyos” (San Josemaría, Es Cristo que pasa 64). Gr 26 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 15 Para los miembros de la Iglesia, el arrepentimiento, fruto del amor a Dios sobre todas las cosas, incluye el propósito de confesar los pecados en el sacramen- to de la penitencia, y obtiene el perdón incluso de los pecados mortales. Es la contrición perfecta. No lo sería si faltase ese propósito de confesarse. Cumpliendo la voluntad del Padre, Jesucristo busca al pecador, de- sea convertirle y le ofrece constantemente el perdón. El pecado queda borrado, destruido. El hombre queda liberado de su pasado. Gr 27 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 16 Al perdón de los pecados va unida la santifica- ción y renovación del hombre interior. Son dos aspectos de una misma acción de Dios que se produce de una vez. No hay instante en que estén perdonados los pecados sin santificación, ni santificación sin perdón de los pecados. La santificación supone un cambio en el sujeto. Recibe algo que antes no tenía: nada menos que una vida nueva. La naturaleza de la santificación, misteriosa, implica la comunión de la vida de Dios en lo más hondo del alma. 9
  • 10. 27/08/2010 Gr 28 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 17 En el momento de infundirnos la gracia, Dios nos hace hijos suyos. Nos engendra a una vida nueva en la que participamos de la filia- ción divina del mismo Cristo. 1 Jn 3, 1-2: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y lo seamos (...). Carísimos, ahora somos hijos de Dios”. Por ser hijo, el hombre justificado es tam- bién heredero. Tiene derecho a sus bienes: los dones necesarios para la santificación en esta vida; y en la vida eterna, la parti- cipación cara a cara en la vida de Dios Uno y Trino. Gr 29 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 18 La justificación es don gratuito de Dios. En este don podemos distinguir: - La actuación amorosa divina en el origen y en el curso de la justificación (son las gracias actuales); - La participación estable de la vida divina: gracia santificante (o habitual). Con la justificación son difundidas en nuestro corazón las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Gr 30 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 1 La gracia es una participación de la vida de Dios. Se puede describir como un nuevo nacimiento, origen de una nueva criatura: sin dejar de ser la misma persona humana, comienza a vivir en un orden que excede por completo sus capacidades na- turales. Ese nuevo nacimiento consiste en participar de la vida divina. El cambio que experimenta la persona con la gracia es una verdadera divinización. La gracia nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria. 10
  • 11. 27/08/2010 Gr 31 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 2 La unión del alma y del cuerpo constituye una unidad sustancial que es el hombre. El hombre no es un alma que inhabita en un cuerpo. En cambio, por la gracia, Dios sí inhabita en el hombre, pero no forma con él una realidad sustancial: la persona humana sigue siendo distinta de las Personas divinas. Por eso la gracia (la vida sobrena- tural) se puede perder sin perder la vida natural. Cuando se habla del pecado como muerte del alma, el vocablo muerte significa la pérdida de la vida de Dios en el alma y de las virtudes sobrenaturales. Tal ruptura no altera la realidad sustancial de la persona, que es lo que sucede, por el contrario, cuando se rompe la unión del alma con el cuerpo. Gr 32 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 3 La gracia es un modo de vida. Es toda la vida la que queda informada por la vida de Dios, porque el hombre, en estado de gracia, está divinizado, es decir, metido verdaderamente en Dios, intro- ducido a participar de la vida divina. El hombre en gracia experimenta un cambio real: queda endiosado (San Josemaría). Los Padres de la Iglesia califican esta elevación del hombre como una auténtica divinización. Es un don que supera la medida de la razón o la fuerza de la voluntad. Nadie puede lograrlo como resultado de un despliegue de las posibilidades espirituales de la naturaleza humana. Gr 33 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 4 La divinización no significa una disolución de lo humano en lo divino, al estilo de un planteamiento panteísta. No implica una pérdida de identidad personal. Al contrario, cuanto más se vive en Dios, más se enriquece la personalidad humana. Con la gracia, se comienza ya en esta vida el proceso que culmina en la vida eterna, que es la vida perfecta con la Santísima Trinidad, con la Virgen María, San José, los ángeles y todos los bienaventurados. El cielo es la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. 11
  • 12. 27/08/2010 Gr 34 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 5 CCE 1999: “La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma (...): es la gracia santifican- te o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación”. No es algo puramente externo (Lutero), ni una simple afinidad moral o afectiva con Cristo (Pelagio). CCE 2000: “La gracia santificante es un don habitual, una disposi- ción estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor”. Gr 35 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 6 La gracia es divinización. No es una “cosa” que se interponga entre el alma y Dios: es el don del Espíritu Santo que nos introduce en la vida de la Trinidad Santísima. La participación de la vida divina que recibimos como un don esta- ble, consiste en la participación en la vida del Hijo, de Cristo. Y vivir la vida de Cristo nos lleva al Padre y al Espíritu Santo. El modo en que Dios nos concede participar de su vida y nos hace miembros de su familia es la filiación. “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, y lo seamos” (1 Jn 3, 1-2). Gr 36 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 7 Al adoptarnos, Dios Padre podría haberlo hecho de muchas maneras. Ha querido hacerlo de la forma más alta, que es introducirnos en la Fi- liación del Verbo. Nos hace “hijos en el Hijo”, configurados a la imagen del Hijo. La filiación adoptiva humana lleva consigo sólo la relación jurídica y moral. La filiación adoptiva respecto a Dios es muchísimo más: supone cambio, generación real, nuevo nacimiento, verdadera divi- nización. Por ella somos Dios por participación en la Filiación del Hijo. Es con relación a la Filiación del Hijo por lo que la nuestra se llama adoptiva. Él es Hijo por naturaleza. 12
  • 13. 27/08/2010 Gr 37 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 8 La filiación divina puede y debe ser el fundamento de la vida espiritual: un cristiano deberá vivir la unidad de vida de un hijo de Dios, actuará con la libertad de los hijos de Dios, su oración es la de un hijo de Dios, y lo mismo su trabajo, alegría, dolor, etc. Saber que “el cristiano está obligado a ser alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo” (San Josemaría, Es Cristo que pasa 96), orienta decisivamente nuestra vida, nuestro modo de corresponder a la acción divina, que es la única capaz de hacernos más y más el mismo Cristo, y en Él, más y más hijos de Dios. Gr 38 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 9 Es Cristo mismo el que nos ha revelado que podemos identificarnos con Él. La imagen a la que recurre en la parábola de la vid y del sarmiento expresa la dis- tinción (el sarmiento no es la vid), pero también la unión estrechísima: toda la vida del sarmiento pro- cede de la vid. “Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañarle tan de cerca, que vivamos con Él, como aquellos primeros doce; tan de cerca, que con Él nos identifiquemos. No tardaremos en afirmar, cuando no hayamos puesto obstáculos a la gracia, que nos hemos revestido de Nuestro Señor Jesucristo” (San Josemaría, Amigos de Dios 299). Gr 39 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 10 Jn 15, 15: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre”. CCE 1999: “La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma”. La tarea de hacer de cada cristiano “otro Cristo” la lleva a cabo el Espíritu Santo. El Espíritu Santo formó a Cristo en las entrañas de María. De modo análogo, es Él quien hace “nacer” a Cristo en cada cristiano. 13
  • 14. 27/08/2010 Gr 40 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 11 La gracia es el don que nos hace hijos de Dios Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo. Está íntimamente relacionada con la inhabita- ción de la Trinidad en el alma: se trata de dos dimensiones inseparables del misterio de la participación de la vida divina. La inhabitación es la causa de la gracia. “La gracia es causada en el alma por la presencia de la divinidad, como la luz en el aire por la presencia del sol” (Santo Tomás). El misterio Trinitario se “proyecta” en el alma mediante las misiones del Hijo y del Espíritu Santo. Gr 41 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 12 La vida intratrinitaria se prolonga en el alma, de manera que las Personas divinas viven en ella: esto es la inhabitación. El alma queda elevada, endiosada al ser introducida en la inti- midad de Dios: este cambio en el alma es la gracia. Se suele expresarlo con las categorías de gracia increada y creada. Gracia increada: el mismo Dios dándose al hombre. Gracia creada: el don producido en el alma cuando Dios habita en ella. También se llama don increado al Espíritu Santo que mora en el alma, y don creado su efecto en el alma. Gr 42 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 13 Las gracias actuales “designan las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación” (CCE 2000). Son luz en la inteligencia, moción en la voluntad, afecto en el corazón. Sin ellas el hombre en pecado mortal ni siquiera puede dar los primeros pasos para salir de tal situación. Pero las gracias actuales no se dirigen sólo al hombre lejos de Dios. Dios las da al hombre divinizado por la gracia santificante, en el curso de la santificación. 14
  • 15. 27/08/2010 Gr 43 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 14 La gracia santificante pertenece al orden de lo que somos: hijos de Dios. Las gracias actuales nos capacitan para obrar en conse- cuencia con lo que somos. Al ser hijos de Dios por la gracia santificante, será incluso mayor la actividad santificadora de Dios a través de las gracias actuales, pues se ordenan a nuestra santificación. San Pablo lo enseña, por ejemplo, cuando dice: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito” (Flp 2, 13). Gr 44 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 15 Todas las circunstancias de la vida son camino para la gracia. Puede llegar a través de la ora- ción, de la lectura del Evangelio, la predicación, la conversación de amistad, el buen ejemplo, alegrías, dolor, intervenciones especiales de Dios como en la Anunciación a María, etc. “La vida presenta mil facetas, situaciones diversísimas, ásperas unas, fáciles quizá en apariencia otras. Cada una de ellas compor- ta su propia gracia, es una llamada original de Dios: una ocasión inédita de trabajar, de dar el testimonio divino de la caridad” (San Josemaría, Conversaciones 97). Gr 45 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 16 La gracia actúa “a favor” de la libertad, pero no la hace superflua, ni la “adormece”; al contrario, la fortalece, la defiende y la posi- bilita para su más alta realización. Nunca tiene carácter de impo- sición, sino de invitación, llamada. Por parte del hombre, se pone en juego una verdadera capacidad de decidir sobre su propio destino, y a veces esta decisión rechaza la llamada divina. La gracia no entra en conflicto con la libertad auténtica. El con- traste puede darse entre gracia y desenfoques teóricos de la li- bertad o entre gracia y libertad afectada por las heridas del pecado. 15
  • 16. 27/08/2010 Gr 46 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 17 Desenfoques de libertad más comunes Entendida como ausencia de límites: independen- cia absoluta. Algo así no existe, aunque se pueda imaginar o desear. La llamada de Dios a seguirle puede entonces ser vista como una intromisión indebida. Entendida como espontaneidad: dar cauce a todas las apetencias, deseos, ganas. Lleva a la negación de la libertad, pues la razón tendría que ser esclava de la pasión. Entendida como puro poder electivo: el hecho de que la elección sea buena o mala quedaría subordinado a que es una elección personal. Las normas morales se enfocan como limitación de la libertad. Gr 47 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 18 El ejercicio auténtico de la libertad consiste en dirigirse al verdadero Bien con dominio de los propios actos. El hombre ama a Dios porque quiere; ama al prójimo porque quiere; hace el bien, cumple la ley moral, etc., porque quiere. No consiste en “hacer lo que quiero”, sino en “hacer el bien porque quiero”. Por eso la gracia con la que Dios atrae al hombre hacia sí, siempre va en favor de la ver- dad y la libertad. La libertad del hombre está debilitada por el pecado de origen, y sufre del desorden de la concupiscencia. “Pero las tentaciones se pueden vencer y los pecados se pueden evitar porque, junto con los mandamientos, el Señor nos da la posibilidad de observarlos” (Juan Pablo II, Veritatis splendor 102). Gr 48 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 19 Las gracias sacramentales son dones propios de los distintos sacramentos. Por ejemplo, en la confesión, además de la gracia santificante que limpia y regenera al pecador, el sacramento le otorga una gracia especial (sacramental) que le fortalecerá para vencer justamente en las virtu- des en que había sido derrotado. Los carismas son gracias que Dios concede a determinadas personas a favor de la santidad de los demás. Todas las profesiones y trabajos cuentan con la correspondiente gracia de estado para que quien los desempeñan los santifique y él mismo se pueda santificar. 16
  • 17. 27/08/2010 Gr 49 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 20 Junto con la gracia nos son infundidas en el alma las virtudes teologales. La fe permite participar del conocimiento que Dios tie- ne de sí mismo y de todas las cosas. La esperanza refuerza la vo- luntad haciendo que podamos confiar en vivir como hijos de Dios y alcanzar la bienaventuranza. La caridad perfecciona la voluntad y nos confiere un amor que es participación del Espíritu Santo. Las virtudes teologales “informan y vivifican todas las virtudes morales” (CCE 1813). Sin entrar en la cuestión de si existen virtudes morales infusas, se puede hablar de virtudes morales sobrenaturales entendidas como hábi- tos vivificados por la fe, esperanza y caridad, que permiten actos sobrenaturales de templanza, fortaleza, etc. Gr 50 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 21 Los dones del Espíritu Santo son “disposi- ciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir las inspiraciones divinas” (CCE 389). Son infundidos junto con la gracia. La Sagrada Escritura habla de siete. Dones que perfeccionan el entendimiento: sabiduría, que, apoyado en la caridad, permite conocer la intimidad divina del más alto modo posible; entendimiento, que permite captar de forma más viva y pro- funda lo que ya se sabe por la fe; ciencia, que facilita ver las cosas creadas en su esencial dependencia de Dios y según el valor que tienen para la consecución de la santidad; consejo, que otorga apre- ciar lo que, en concreto, es más agradable a Dios, tanto en la propia vida como a la hora de aconsejar a otros. Gr 51 de 75 VIDA DE LA GRACIA, 22 Dones que perfeccionan la volun- tad: fortaleza, que otorga fortaleza en la fe y firmeza en la lucha para vencer las dificultades de la vida interior; piedad, que fomenta la conciencia de saberse hijos de Dios en Cristo, y por Él hermanos de to- dos los hombres (da paz y alegría); temor de Dios, que no es el miedo a Dios, sino el temor a ofenderle, a contristarle. 17
  • 18. 27/08/2010 Gr 52 de 75 GRACIA Y OBRAS, 1 La vida eterna tiene carácter de recom- pensa, de premio. El hombre solo no la podría conseguir. Pero el Señor ha que- rido hacer al hombre capaz de adquirir un verdadero derecho a la recompensa. Ese derecho lo poseen los que siguen a Cristo, los que unidos a Él por la fe y el amor, procuran ser “otro Cristo”, y por tanto hijos de Dios. Se llama mérito a ese derecho al premio. Tiene por objeto tanto la vida eterna, como los dones de la gracia en el camino de la santi- ficación. Gr 53 de 75 GRACIA Y OBRAS, 2 CCE 2006: “El término ‘mérito’ designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige”. El origen del mérito puede ser simplemente la condición de la persona o sus obras. Una per- sona merece que se le trate con la consideración debida; merece tener acceso a los medios indis- pensables para vivir como tal. Quien desempeña un trabajo merece el sueldo justo. Gr 54 de 75 GRACIA Y OBRAS, 3 Ni por la condición personal ni por las obras se puede hablar de mérito como derecho estricto ante Dios, pues falta el principio de igualdad. “Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de Él, nuestro Creador” (CCE 2007). Pero “Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente” (CCE 2008). 18
  • 19. 27/08/2010 Gr 55 de 75 GRACIA Y OBRAS, 4 El mérito de nuestras obras procede de que somos hijos de Dios, y por tanto se realizan en el ámbito de la intimidad con Él. “La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido (...). Los méritos son dones de Dios” (San Agustín, Sermón 298). CCE 2011: “La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia”. Gr 56 de 75 GRACIA Y OBRAS, 5 El hombre justificado merece por sus buenas obras: el aumento de la gracia santificante, la vida eterna, y el aumento de la gloria. La gracia santificante, en cuanto participación en la vida divina, no puede aumentar por otro procedimiento que el de la libre deci- sión divina, que quiere “darse” más al alma si ésta corresponde a las gracias previas. Cuando hacemos, movidos por la gracia, un acto de fe o de amor, merecemos un aumento de las virtudes sobrenaturales y de los dones del Espíritu Santo, y Dios nos lo concede. Gr 57 de 75 GRACIA Y OBRAS, 6 La gracia es la incoación de la gloria. La vida eterna es recompensa definitiva para quienes llegan al momento de la muerte en gracia de Dios. Se puede merecer también el aumento de gloria: existen diversos grados de gloria. CCE 2010: “Los mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y bie- nes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de la gracia para las acciones meritorias”. Se pueden también mere- cer a favor de los demás las gracias útiles para su conversión y santificación. 19
  • 20. 27/08/2010 Gr 58 de 75 GRACIA Y OBRAS, 7 Requisitos para merecer: a) vida tempo- ral (el tiempo de merecer termina con la muerte); b) acción libre y buena; c) estado de gracia (obrar en todo por amor a Dios). Ser sobrenaturalmente bueno es mucho más que ser humanamente bueno, pero lo incluye. La gracia no actúa de espaldas a la realidad física, psicológica y moral de la persona. “Dios nos quiere muy humanos (...). El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo (...), que es perfectus Deus, perfectus homo” (San Josemaría, Amigos de Dios 75). Gr 59 de 75 GRACIA Y OBRAS, 8 CCE 1804: “Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposicio- nes estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la vo- luntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facili- dad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. (...) Se adquieren mediante las fuerzas humanas”. Las virtudes humanas son el fundamento de las sobrenaturales. Por otra parte, las sobrenaturales, que se difunden con la gracia en el alma, purifi- can y elevan las humanas; les dan arraigo y faci- litan su adquisición y desarrollo. Gr 60 de 75 GRACIA Y OBRAS, 9 Por una parte, la madurez humana supone la con- junción de madurez en el entendimiento (capacidad de juicio), en la voluntad (tomar decisiones y per- severancia) y en los afectos (estabilidad de ánimo). Por otra parte, la madurez humana se eleva a madu- rez sobrenatural por la gracia. La gracia, por la virtud de la fe eleva al entendimiento a una com- prensión sobrenatural de Dios, que se extiende de un modo u otro a todas las cosas. Eleva la voluntad (principalmente por la caridad) a querer conforme a la Voluntad divina. Perfecciona los afectos, para hacer posible llegar a tener los mismos sentimientos del Señor. 20
  • 21. 27/08/2010 Gr 61 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 1 Los dones de Dios, la gracia santificante y todos los demás auxilios del Espíritu Santo, no son algo que se pueda guardar en un depósito, separado de la existencia cotidiana. La gracia es vida: vida de Dios que se nos da para vivir como hijos suyos. Cada uno debe corresponder para que se desarrolle y llegue a su plenitud, que es la identificación con Cristo. En esto consiste la santidad y esta es la vocación a la que todos están llamados. Gr 62 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 2 “Si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religio- sidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, ‘¿quieres recibir el Bautismo?’, significa al mismo tiempo preguntarle, ‘¿quieres ser santo?’. Signifi- ca ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: ‘Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial’ (Mt 5, 48)” (Juan Pablo II, Novo millennio inneunte 30). Gr 63 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 3 “Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno (...). Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este ‘alto grado’ de la vida cristiana ordinaria” (Juan Pablo II, Ídem 31). La “tarea” de la santidad dura toda la vida, abarca todas las ocupa- ciones vivificándolas desde dentro, recaba de la persona todas sus facultades. No hay vacaciones, no hay momentos ni ocupaciones rectas en que pueda quedar entre paréntesis creer, amar o esperar en Dios, servir a los demás, vivir las virtudes... La santidad necesita, para desarrollarse y crecer, nuestra correspondencia libre. 21
  • 22. 27/08/2010 Gr 64 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 4 CCE 2013: “’Todos los fieles cristianos, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (Lumen gentium 40). Todos son llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre ce- lestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”. CCE 2014: “El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos -’los santos misterios’- y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aun- que las gracias especiales (...) de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifes- tar así el don gratuito hecho a todos”. Gr 65 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 5 “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). El seguimiento de Cristo no se puede limitar a una parte de su vida o de su misión. Tiene que ser -dentro de las circunstancias personales- completo. Y toda la vida de Jesús está orientada hacia el sacrificio de la Cruz. CCE 2015: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiri- tual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradual- mente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas”. Es muy útil fijarse en la vida de los santos, en sus luchas y su correspondencia a la gracia. Podemos aprender de ellos viendo cómo buscaron identifi- carse con Cristo y cómo lo lograron. Gr 66 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 6 Si la búsqueda de la santidad supone un progresivo crecimiento en el amor a Dios, necesariamente llevará consigo trato mutuo, intercambio de conocimiento, diálogo. Es decir, oración. “Hay un solo modo de crecer en la familiaridad y en la confianza con Dios: tratarle en la oración, hablar con Él, manifestarle -de corazón a corazón- nuestro afecto. (...) El sendero que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se conver- tirá más tarde en árbol frondoso” (San Josemaría, Amigos de Dios 294-295). 22
  • 23. 27/08/2010 Gr 67 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 7 “Empezamos con oraciones vocales, que muchos hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra. Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra...” (San Josemaría, Amigos de Dios 286). CCE 2701: “La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el ‘Padre Nuestro’”. El hecho de que se comience con oraciones vocales no hace de ellas algo exclusivo de niños o principiantes. La oración vocal no se deja nunca. Es muy conforme al modo de ser humano. Gr 68 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 8 “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida 8). “Me has escrito: ‘orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’ -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles. preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y co- nocerte: ‘¡tratarse!’” (San Josemaría, Camino 91). Se puede hacer con ayuda de un libro. El principal es la Sagrada Escritura, especialmente los Evangelios. Tam- bién ayudan los textos litúrgicos, los escritos de los Padres, las obras de espiritualidad. La oración mental también se alimenta de los sucesos de la vida. Gr 69 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 9 El amor a Dios crece, y llega un momento en que “las palabras resultan pobres... y se deja paso a la intimidad divina en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. (...) Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por el imán” (San Josemaría, Amigos de Dios 296). CCE 2715: “La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y Él me mira’, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario”. 23
  • 24. 27/08/2010 Gr 70 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 10 Las tres formas de oración no son excluyentes entre sí. Las oraciones vocales proporcionan abundante alimento para la meditación perso- nal. Por su parte, al meditar, muchas veces se pasa a la contemplación (siempre es don que concede Dios). Otras veces, la contemplación se desborda en oraciones vocales y jaculatorias. Y viceversa: “sé que muchas personas, rezando vo- calmente -como ya queda dicho-, las levanta Dios, sin saber ellas cómo, a subida contemplación” (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 30, 7). Gr 71 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 11 El fruto del trato con Dios, de la auténtica vida interior, se manifiesta en toda la vida de la persona: en su caridad, en su trabajo, en su alegría, etc.. Sin cambiar nada por fuera, se trata de “un nuevo modo de pisar en la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso” (San Josemaría, Amigos de Dios 297). “Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir” (San Josemaría, homilía, 8.10.1967). Gr 72 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 12 “Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañarle tan de cerca, que vivamos con Él, como aquellos primeros doce; tan de cerca que con Él nos identifiquemos” (San Josemaría, Amigos de Dios 299). En ese seguimiento, se pueden señalar cuatro escalones: buscarle, encontrarle, tratarle y amarle. “Buscadlo con hambre, buscadlo en voso- tros mismos con todas vuestras fuerzas. Si obráis con este empeño, me atrevo a garantizar que ya lo habéis encontrado, y que habéis comenzado a tratarlo y a amar- lo” (San Josemaría, Amigos de Dios 300). 24
  • 25. 27/08/2010 Gr 73 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 13 “Pero no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza” (San Josemaría, Amigos de Dios 301). “Cuando no nos limitamos a tolerar y, en cambio, amamos la contradicción, el dolor físico o moral, y lo ofrecemos a Dios en desagravio por nuestros pe- cados y por los pecados de todos los hombres, en- tonces os aseguro que esa pena no apesadumbra. No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo” (San Josemaría, Amigos de Dios 132). Gr 74 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 14 “El corazón necesita (...) distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento que el alma rea- liza en la vida sobrenatural (...). Y se entre- tiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivifi- cador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!” (San Josemaría, Amigos de Dios 305). “Sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe tam- bién mirada amorosamente por Dios, a todas horas” (Ídem 307). Gr 75 de 75 SANTIDAD CRISTIANA, 15 En la senda de la contemplación, las pasiones no se han acallado definitivamente. No hay que ex- trañarse al experimentar que seguimos siendo “de barro”. Ni tampoco deja de acechar la tentación del desánimo, de la tribulación, de la oscuridad. Pero el alma avanza metida en Dios. “¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz, la mía; ante tus heridas, mis rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita pesadumbre que has cargado Tú sobre mis espaldas?” (San Josemaría, Amigos de Dios 311). Alcanzamos una familiaridad con Dios. Y al final, nos introdu- cirá en la plenitud de su Vida, de la que la gracia es anticipo. 25